Prólogo. El Encargo.
El conde Godofredo de Miramonte llevaba largo tiempo en busca de una buena mujer con la que desposarse. Quien le conocía bien, lo sabía. Ya había perdido toda esperanza de prolongar su estirpe, cuando sucedió algo inesperado. En cierta torre oscura, halló a una indefensa y joven mujer. Resultó ser de linaje noble, concretamente de los Casmaxadel de Último Hogar. La pobre chica había sido raptada por un terrible demonio y encerrada allí, para quien sabe que terribles prácticas someterla.
Su marido, Lord Tisef Ordelof fue en busca de ayuda a la Abadía de Mitra en Puente Gáleon. Conocía al Abad Bertrand, un bueno hombre a quien había recurrido otras veces en busca de apoyo y comprensión y ciertamente la había obtenido. Tisef murió poco después de llegar al monasterio. Las circunstancias fueron extrañas. Se vio a un extraño murciélago revolotear cerca de Tisef cuando éste cayó de la ventana del Abad y se estrelló mortalmente contra el suelo.
Ese día también murió el Padre Ander, uno de los consejeros más antiguos del buen Bertrand. Pero no acabaron allí las extrañas coincidencias, pues el propio Abad Bertrand desapareció ese día y también lo hizo la joven y vital paladín de Mitra Tyris. Muchos meses han pasado ya de aquellos hechos y el paradero del Abad y de Tyris, sigue siendo una total incógnita.
No obstante, esa es otra historia que no debe ser contada hoy. Sin embargo, enlaza en este mismo monento con la del Conde y la joven Lachard Casmaxadel, pues fue el conde quien finalmente, la sacó de su prisión. Y fue de casualidad, pues él simplemente pasaba por ahí y se encontró de frente con la torre. Curiosamente el demonio que la custodiaba estaba ausente y Lachard, desde su ventana, llamó al conde pidiendo auxilio y éste la rescató.
Pues bien, Lachard al regresar a Último Hogar se supo viuda y en agradecimiento a su salvador, decidió perdirle matromonio. Lo hizo de forma muy convincente a la par que insistente, aunque el conde era reacio a contraer matrimonio con una viuda de tan corta edad. Una mañana, sin nada saber el conde, Umsaralen Carsio Casmaxadel, padre de Lachard, acudió al conde Godofredo y le hizo prometer que cuidaría de su hija como no hizo Tisef Ordelof, su anterior marido. Sólo así de dejaría contraer matrimonio con su hija Lachard y al ver la cara de orgullo con la que aquel noble señor esperaba una respuesta afirmativa, no tuvo más remedio que dársela.
Así fue, como de la noche a la mañana, un hombre que ansió siempre una vida hogareña reodeado de sus propios retoños, la encontró muy lejos de su hogar, por casualidad y casi sin querer. Y la verdad es que tuvo suerte, pues su futura esposa estaba de muy buen ver ciertamente y sus hijos crecerían sanos y fuertes en su joven vientre.
Pero los porblemas no estaban más que a punto de comenzar y es que Lachard era una mujer con las cosas muy claras, como casi todas y ya desde un buen principio, decidió marcar su territorio...
- ¡Padre! - Alzó la voz Lachard. - ¡Se lo he dicho y...! - Estalló en un mar de lágrimas.
Lachard quería casarse con Godofredo, pero no quería una boda cualquiera. Había una lista de invitados de más de dos mil personas, solo una décima parte eran convidados de Miramonte, el resto familiares, amigos, nobles cercanos a la casa Casmaxadel e incluso vecinos que prácticamente no conocían. Aquello iba a salir bastante caro, sobre todo en lo que se refería a la comida.
Godofredo había estado haciendo cuentas. Todavía tenía oro ahorrado de sus últimas aventuras, pero tendría que vender sus tierras o quizás su alma a algún diablo, si tenía que pagar de su bosillo el convite. Por suerte, Umsaralen se había ofrecido a pagar la mitad del banquete y los otros gastos derivados de la boda y sin embargo, seguía siendo insuficiente para la precaria economía del conde. Y es que dejar las tierras de uno a cargo de alguien de "confianza" durante largos años, mientras uno va por ahí buscando esposa y solucionando los problemas de los otros, al final sale caro.
Pues bien, Lachard quería que fuera el famoso cocinero Gendrew Buenapanza, quien se encargara de las viandas que se iban a servir en el día más importante de su vida (que repetía pro segunda vez de hecho, pues era viuda, no nos olvidemos). Aquello sonaba bastante caro y Lachard ya había rechazado los siete menus económicos que el conde, rebanándose los sesos, había estado claculando.
- Creo que... - Miró al conde con sus preciosos ojos humedecidos por las lágrimas. - ...que no quiere que sea feliz...
- Hija... - Abrazó a la joven, recostando su rostro contra su pecho y apartando la mirada de Lachard del pobre conde. - Estoy seguro de que el conde recapacitará.
Miró con severidad a Godofredo y le hizo un gesto con la cabeza para que aceptara. Lachard trató de zafarse de la presa de su padre, pero éste apretó más la cara de su hija contra su pecho impidiéndoselo. Otro gesto de Umsaralen, conminó al conde a que aceptara ir a ver a Gendrew, e incluso, el conde creyó intuir que su futuro suegro, le hacía un gesto indicando que él correría con parte de los gastos extra que supondría incluir aquel menú en el banquete.
- ¿Verdad que si, señor Conde? - Dijo con tono impoitivo. - ¿A que va a ir usted a ver a Buenapanza? - Miró entonces a sus dos inseparables compañeros, la insufrible enana Dwama y el sucio DelCojón. - ¡Llévese a sus amigos con usted! ¡Seguro que les ofrecen una degustación de sus manjares!
Menuda le había caído a Sir Godofredo, Una niña flaca, llorona y engreída hija de papá. Pero así eran los hombres, solo querían a sus mujeres para la crianza de sus vástagos, sin valorar la fuerza, valentía y coraje de la hembra. Bastaba con que tuviera un padre adinerado, una marcada cintura y buenas ubres. Y la verdad es que la joven Lachard de eso no andaba mal servida.
A esta me la llevaba yo a las profundidades y en menos de una semana se le había ido la tontería... Pensó Dwama al presenciar el numerito de plañidera de la chica. Todavía no entendía como el recio Sir Godofredo se había dejado embaucar por aquella niñata y su padre.
- Claro, Sir Godofredo sabe que puede contar conmigo para sus menesteres, por mundanos que estos fueren. Y si hay manduca de por medio tanto mejor... Cualquier pretexto es bueno para alejarse de la mojigata ésta
-¡Recojones!-exclamó algo molesto.
-¡Aquesto me va a dejar más pobre que Prospero el femero de Montfocon!-se lamentó una vez más revisando toda aquella lista de gastos y de convidados.
Con el puño golpeó la mesa, haciendo tintinear la vajilla que en ella reposaba.
-¡Sea pues! Partiré en busca de aquel a quien llaman Gendrew... ¡Y si debo pagar aqueste nuevo viaje con mi vida, al menos me saldrá más barato que estas esponsales!
El conde de Miramonte andaba con la mosca detrás de la oreja desde qu se había topado con todo aquel asunto, como quien se topa con un cadaver degollado en los caminos del condado. No andaba del mejor humor y empezaba a cuestionarse si aquello era buena idea. Pero su fertilidad estaba pronta a empezar a decaer, por lo que su máxima prioridad era la de desposarse y procrear tanto como pudiese, para que así su linaje soportase el paso el tiempo.
-¿Donde está mi fiel bribón?-dijo alzando la vioz-¡Delcojón! ¿Donde te has metido? ¿Otra vez vaxciando las barricas de la bodega?
Mientras que mi señor estaba ocupado con los pormenores de su boda, yo me había ausentado para darle cortejo a la hija del panadero, la cuál era ancha y rolliza, y me daba pan recién hecho como pago por satisfacerla. En la aldea la llamaban la mantecosa y no tenía ningún pretendiente, dado su gran volumen.
Justo cuando volvía de mis menesteres y estaba buscando a mi señor, le oí llamarme con gran estruendo. Salí inmediatamente disparado ante su presencia. Estaba junto a su amiga enana, que me llegaba por el sobaco, su futura esposa y su suegro. Parecía que mi señor no estaba de muy buen humor, por la expresión de su rostro.
-"Aquí estoy, mi señor, presto a presentarme cuando se me requiere. No estaba en la bodega, aunque no me importaría bajar para darle un lingotazo a esos brebajes que fermentan en los toneles. ¿Qué solicita de mi persona, mi señor?"
Me puse al lado de Godofredo, con una rodilla en el piso, esperando órdenes. Miré a todos los que había a mi alrededor, por si los demás me miraban fijamente. Eso indicaría que me habían pillado en alguna de mis rapiñas por el castillo y querían castigarme por ello.
Godofredo se sorprendió grátamente de la prontitud en la que su escudero había hecho acto de presencia.
-Puedes levantarte, mi fiel, puesto que no vas a ser azotado. Ya sabes que soy severo pero justo-declaró alzando la nariz con cierto orgullo, como si fuese otro el que había hablado bien de él.
-Prepara mis cosas, puesto que nos vamos de viaje-ordenó
El Conde Godofredo y su séquito marcharon de inmediato. Satisfacer los caprichos para que una joven estuviera feliz el día de su boda era su objetivo. Y es que esa joven no era una cualquiera. ¡Ni más ni menos que era la prometida del Conde! ¿Cómo lo había logrado? No le había quedado más remedio que aceptar.
Avanzaron por las malolientes calles de Miramonte, llenas de estíercol de caballo y otra inmundicias. Si la fortuna del conde no se hubiera lapidado durante su ausencia y hubiera guardado algo de lo que ganó como aventurero en sus múltiples hazañas, sin duda lo primero que habría hecho para su pueblo habría sido poner un sistema de alcantarillado y un servicio de recogidas de plastas de caballo. Aunque eso tendría que esperar. Quizás los hijos que tuviera con Lachard pudieran recaudar suficientes impuestos como para ver su sueño cumplido. Un condado de Miramonte sin olor a caca de equino.
Fuera como fuera y hablando sobre nada en particular, los tres compañeros de desventuras abandonaron las ensortijadascalles de Miramonte y salieron a campo abierto. Era primavera y las flores lucían hermosas en los campos. A ambos lados del camino se oberservaban las granjas y los campos de cultivo de los siervos del conde. Aquellos alfeñiques trabajaban bien la tierra y dotaban de mayor explendor al condado.
El conde pues, estaba satisfecho, pues había conseguido al fin un poco de paz y una esposa. No obstante, no estaba carente de nervios. Ya casi había dado por perdido el tiempo de crianza, cuando apareció en su vida aquella desedichada viuda y en un abrir y cerrar de ojos se encaprichó, que no enamoró, no era posible tan rápido y con un hombre que le sacaba casi veinte años de edad. Había sido todo muy casual, muy extraño. Pero eso al conde no le importaba con tal de obtener su tan ansiada descendencia
Y fue entonces cuando llegaron a la casa del tal Gendrew. Un camino empedrado con numerosas y coloridas flores a los flancos, accedía hasa una puerta en un murete, que delimitaba la finca. Dicha puerta estaba abierta y a pocos pasos se encontraba la casa del cocinero. Desde el exterior se observaba luz por las ventanas de la casa. Parecía entonces, que habían llegado en buen momento. Alguien sin duda, se encontraría dentro.
Delcojón acudió presto a la llamado de su señor. Todavía no había entrado en la sala donde reunidos esperaban su llegada mas su llegada fue anunciada por su inconfundible hedor. Aquel fétido invadió el lugar y se hizo insoportable cuando el hediondo vasallo se arrodilló a los pies de su señor, el cual ni se inmutó por aquella pestilencia, pues estaba más que acostumbrado a la peste de su fiel servidor.
¿Qué solicita de mi persona, mi señor?"
Pues ni no es mucho pedir, podrías tirarte al rio antes de partir. Espetó la enana tapándose las narices con la manga de su brazo. Ni la morada de mil trolls es tan nauseabunda como este puerco. Sir Godofredo, no sé como aguantáis este putrefacto hedor.
Por supuesto nadie pasó por el rio y pronto emprendieron el viaje. Por suerte la ciudad de Miramonte no olía mucho peor que el desgraciado de DelCojón y Dwama pronto se acostumbró al fétido aroma de su acompañante. De vez en cuando, según cómo soplara el viento, le llegaba una ráfaga nauseabunda y la enana lo solucionaba arreando una patada a las posaderas del bribón para que se alejara de ella.
No tardaron mucho en llegar a la entrada de la casa que parecía estar habitada y bien cuidada a tenor de las vistosas flores que rodeaban la pequeña tapia exterior.
- Tú, ve a la casa y presto anuncia nuestra llegada para que salgan a recibir al Conde de Miramonte- pronunció Dwama dirigiéndose a Delcojón con la falta de delicadeza propia de la enana
Al ver que no iba a ser un escarnio sobre mi persona, una gran sonrisa afloró en mi rostro, enseñando las pocas piezas dentales que me quedaban, amarillentas y podridas. La enana, muy tiquismiquis, profirió algo sobre mi olor corporal y de tirarme al río.
-"¡Oh, gracias mi señor! Es usted el más magnánimo de los señores."
Yo, que tenía el olfato de un perro de presa, no olía nada que no fuera el aroma de un hombre hecho y derecho. Aspiré fuertemente varias veces a mi alrededor por si hubiera algún olor que hubiera pasado desapercibido a mi fino olfato. Al no oler nada raro, me levanté y fui rápidamente a preparar todos los enseres para la partida, que iba a ser inminente.
Durante el camino hacia la hacienda de maese Gendrew, la graciosa enana intentó varias veces sin éxito darme una patada en las posaderas; pero dada su escasa estatura, no levantaba la pierna más allá de mis rodillas. Era divertido verla hacerlo, por lo que varias veces me acercaba a su vera para que lo intentara. Tendría que ponerme de rodillas para que la mujer guerrera pudiera mirarme a los ojos sin levantar la cabeza. La verdad, no se cómo no acababa con tortícolis.
Al llegar a la casa, situada en medio de un jardín muy bonito, lleno de flores olorosas, vimos que había luz en su interior; por lo que habría gente dentro. Me adelanté y me puse al lado de mi señor, esperando su reacción. La enana, bruscamente, se dirigió a mí, como si yo fuera su paje o su escudero, cosa que no era así; así que la ignoré y esperé a que mi señor dijera algo. En ese silencio incómodo que duró unos instantes, apreté con fuerza mis tripas, haciendo que una ventosidad saliera por mi ojete. Parecía el trino de un pájaro, o puede que el sonido de una trompeta, pero sonó melodioso durante unos segundos. Con una ancha sonrisa, miré a la enana y la guiñe un ojo.
-"Mi señor Godofredo, ¿quiere que vaya a anunciarle como dice su pequeña acompañante?"
Aquel desgraciado era tan ágil como hediondo y Dwana no logró acertarle en las posaderas. Del bribón parecía divertirse con aquel jueguecito, hasta que la enana perdió su escasa paciencia y enarboló su hacha amenazante - Acércate otra vez y te incrustaré todo el filo por la raja de tu apestoso trasero para que me sirva de soporte ¿ O prefieres el pico por el ojete...? La enana parecía ir en serio y Delcojón no quiso comprobarlo.
El viaje continuó...Tras llegar a la casa y mientras esperaban las órdenes del Conde, su fiel servidor dio rienda suelta a su inmundicia soltando por su apestoso agujero trasero una sonora ventosidad
Muy apropiado, una bella fanfarria de trompetas para anunciar nuestra ilustre llegada! Tenia que haberle taponado el ojete con el pico del urgrosh... arrgghh
-No-sentenció en tono severo.
-Aqueste es mi condado y en él tengo derecho de vida y muerte. No se presta mi anuncio puesto que todo lo que ven vuestros ojos me pretenece.
Alzó la nariz, orgulloso de poder alardear ante sus compañeros de viaje.
-Entremos sin más-finalizó, empujando la puerta con ímpetu
Y la puerta, tras el empujón del Conde de Miramonte, simplemente se abrió. Quien había entrado o salido en última ocasión, no había cerrado la puerta del todo, sino que la había dejado tan solo entornada.
Fin del prólogo. Seguimos aquí.