El puesto cuenta con unas medidas de tres metros y medio de longitud y cerca de unos dos metros de altura y profundidad. Está construido con pequeños troncos de madera que, previamente, han sido lijados para que tanto la cara superior como la inferior quede plana. Soportando de manera perfecta un tronco con otro y evitando así cualquier posible desprendimiento al haber matado su forma cilíndrica.
Dispone de un bonito y cuidado toldo de tela de color azul con un sol verde oscuro en el centro, cortesía de Yandel, que protege del sol tanto a la mercancía como a cualquier potencial cliente que se guarezca debajo.
El quiosco se divide en tres secciones:
En la primera de ellas, situada en la zona izquierda(1) del puesto, se encuentra una mesa de madera con tapete borgoña sobre la que se exponen figuritas de animales, flores, letras y criaturas mitológicas talladas en madera o hueso. Así como alguna que otra flauta, flauta travesera o flauta de pan de pequeño tamaño y pulseritas, colgantes y pendientes fabricados con cáñamo, cuero, hueso y/o adornos de madera. Todas y cada una de las piezas han sido fabricadas con mimo, dedicación y paciencia. Denotándose por parte del autor un claro amor por el bien hacer y por su oficio.
La segunda sección, situada a la derecha(2), cuenta con paneles de madera sobre los que descansan; a distintas alturas, varios tipos de pieles. Normalmente de conejo, mapache, tejón, ciervo, cabra, caballo u oveja y, muy ocasionalmente, de lobo, zorro y/o lince.
La tercera y última sección estaría ubicada en el techo del tenderete. Cuyo lateral izquierdo dispone de atrapasueños de distintas formas, tamaños y diseños; y lateral derecho con conejos y otros pequeños y medianos roedores muertos, del día, colgados de las patitas.
Una vez acaba la jornada de mercado, lleva las presas que no ha vendido al almacén comunal o lo regala a la gente que sabe que lo necesita de verdad. Asegurándose así que el sacrificio del animal no ha sido en vano.
Se muestra bastante afable, dedicado, receptivo y dialogante con los clientes. Intentando ayudar a estos a encontrar exactamente lo que buscan.
Para Lyrei, los miércoles eran un día cuasi sagrado. Por ello no era raro verla a primera hora de la mañana cargando con cajas -y haciendo levitar de otras- en dirección al mercado de Narán. Y es que aunque hacía ya tiempo que los adultos habían desaparecido, los jóvenes ya no eran tan críos y por fin se estaba reemprendiendo la actividad económica de la villa.
El puesto de la elfa era una representación inanimada de sus anhelos; lucía sofisticado, la madera estaba pulida y se veía deslumbrante, incluso el toldo parecía nuevo. Una lista de caligrafía forzadamente exquisita se encontraba expuesto en el frontal del mostrador, listando formalmente los productos ofrecidos.
Barnices ignífugos para la madera, aceites mágicos que evitarían que las bisagras de una puerta fueran a crujir nunca más, tintes espantainsectos, bombas fétidas y soluciones contra el óxido eran sus productos más comunes. Además, Iris, la curandera local, dejaba algunos remedios en su puesto para que los distribuyera. También corría el rumor de que la elfa solía aceptar encargos de particulares. Productos experimentales cuyo éxito en el funcionamiento no estaba asegurado y solía estar vinculado a algún efecto secundario inesperado. La historia más famosa es la de un pobre chico precozmente alopécico que desde que recurrió a sus servicios goza de una melena azul, quizás el tónico crecepelos aún necesite refinarse un poco después de todo.
En cualquier caso, lo que era seguro es que el mercado era el mejor lugar donde encontrarse con la primogénita de los Solnaciente. Siempre parecía alegre y llena de energía durante las escasas horas en las que su puesto estaba abierto. Incluso parecía abandonar su soberbia natural.
Una chica venid de fuera había instalado un taller en las cercanías. Olía especialmente raro, pero es que también se escuchaba raspar en ocasiones, durante casi media hora. Ahora, paseaba con una cetra de mimbre en un brazo, mientras que con otro, sacando unas uñas que mordía con fiereza, y tiraba de ellas, como si quisiera arrancarlas. Hacían ruido como si un trozo de madera de avellano regresase a su "posición" tras dar un "latigazo".
Miraba de forma depredadora ambos puestos. Los dos le interesaban por la misma razón. Ella tenía un trabajo, y necesitaba cosas para ello. Herramientas ya tenía, pero los productos y materiales eran lo que tenía que conseguir.
Primero se para en el de la persona que vestía de verde, luciendo una piel ligeramente bronceada. Las pieles habían sido cazadas "salvajemente". Era un simple impacto, para derribar y cobrar la presa. Prefería a los tramperos que a los cazadores por flecha. Destrozaban mucho menos las pieles y eran más fáciles de trabajar y se podía aprovechar mucho más de ellas. Miró a los ojos a quién atendía. - ¿Qué puedes ofrecer a un curtidor y peletero?
No era usual verme en los alrededores del mercado pues no pasaba seguido por aquella zona. Solo lo hacía en contadas ocasiones, precisamente los miercoles por la mañana. Eran los días de mercadito que más me gustaban porque podía encontrarme allí con varios conocidos y conocidas y charlar con ellos para conocer sus necesidades.
Por costumbre siempre iba con una pequeña carretilla de mano, llena hasta arriba de todo de una surtida variedad de frutas y hortalizas. Jugosos tomates, arrugadas lechugas, mazorcas doradas como el sol, berenjenas y zanahorias y hasta calabazas de buen tamaño. Las verduras que había logrado cultivar no eran tan grandes y tan coloridas como las que plantaban mis padres, pero oye, no estaban tan mal y algo había aprendido de ellos.
Como no me gustaba llamar demasiado la atención a veces iba acompañada de los otros niños de la granja, pero en mayor medida lo hacía sola. No pregonaba las mercancías a los gritos, pero creo que todos sabían cuando me acercaba al oír los pasos de mis pezuñas contra los adoquines y el traqueteo de la carreta.
Eso si, nunca volvía a casa con la carreta vacía porque los productos que allí vendían los otros niños eran muy variados y tentadores. Así que aprovechaba para llevar algunas cosas que necesitaba, alguna pócima de la tienda del Lyrei o algún colgante o dije que me gustase de la tienda de Haakon
Observé con curiosidad cómo una figura femenina se detenía delante de mi puesto, analizándola con discreción. Se trataba de una ¿mujer gato? —nunca supe cómo llamarlas— a la que nunca antes había visto por allí. Por lo que supuse podía tratarse de una forastera que estaría de paso por Narán.
La fémina iba ataviada con un conjunto metálico compuesto de coraza, hombreras, cinturón, brazaletes y grebas. Asumiendo que la mujer bien podía ser una caballero, una mercenaria o algo del estilo. Ocupación que me llamó poderosamente la atención dada la excesiva suavidad de sus rasgos faciales. Que no casaban con una profesión tan ruda como aquella.
Contaba con un par de grandes y expresivos ojos de iris magenta y un discreto hocico con una nariz que, en mi opinión, resultaba bastante bonita. Rematando su cara con una boca de finos labios aún más discretos que su nariz.
El pelaje de aquella muchacha era dorado y lucía brillante y de aspecto muy sedoso. Contaba con un busto moderado, puede que incluso algo por encima de lo moderado, una cintura estrecha, unas caderas prominentes; sin llegar a ser exageradas, y unos generosos muslos. Guardando todo su cuerpo una cuasi perfecta proporción.
—Buenos días, señorita. —dije en primera instancia. Dedicándole una tenue aunque amable sonrisa.
—Tengo un par de pieles de ciervo macho adulto —concreté, acercándome al lado donde, de manera muy organizada, se encontraban colgados los artículos. Enseñándole las piezas de las que hablaba.
—Puede acercarse a comprobar el tacto si lo desea. —le ofrecí— Aunque, le adelanto, son pieles naturales que no han sido tratadas. Por lo que son perfectas para cualquier futuro uso que desee darle. —le aclaré.
—Si no está interesada en pieles tan grandes tengo también de tamaño mediano y pequeño. —añadí, señalando en todo momento la piel a la que hacía referencia.
—De tamaño mediano me queda de oveja y también de cabra en pelaje negro, blanco, gris y moteado. —hice una breve pausa, mirando a la forastera a los ojos casi en todo momento.
—Y de tamaño pequeño me queda de mapache y de conejo. —afirmé, esbozando una suave sonrisa cuando, en la lejanía, me llegó el característico sonido del traqueteo de una carreta acompañado por unas pezuñas chocar contra los adoquines de la plaza.
@Hela
Me he tomado la libertad de describir lo que ve mi personaje según la imagen que tienes puesta en la Descripción. No sé si será o no. Pero, en caso no serlo, mis disculpas. ^_^'