VI
Al tiempo que la reina yacía inconsciente, Rey Sauce hizo su movimiento. Aprovechó que las defensas arcanas del Bosque permanecían mermadas por el estado de inconsciencia de su regente, para penetrar profundamente las fronteras del reino. Con el viajaban agazapados en las sombras sus mejores cazadores, seis lobos con enormes garras encantadas. En la linde de Bosque aguardaba el resto de su ejército invasor, aguardando para avanzar y sembrar la muerte y el caos.
Sauce hizo una seña a sus secuaces y estos cargaron moviéndose como una única criatura. Serpentearon entre los árboles, salvando la distancia que los separaba de sus presas en pocos segundos. En el último instante saltaron, abriendo las fauces con voracidad, pero el troll reaccionó movido por el instinto y años de batalla. Desenvainó su acero, trabando las fauces de tres de los lobos con un solo mandoble. Otros dos recibieron sendas patadas y refrenaron su avance, el último se ganó un duro puñetazo que le partió varias costillas.
Las bestias retrocedieron, gruñendo desafiantes mientras el caballero se interponía entre ellas y la Reina Dríade. Sauce apareció en el claro, permaneciendo a una prudente distancia del filo del troll y atento a los encantamientos de la reina de Bosque.
- Parece que mi pequeña náyade cumplió con su deber, aunque no de la manera que yo esperaba.
- Ni el fuego con que contaminaste a Erekutul, ni el frío de la muerte que la náyade traía con ella han podido conmigo - contestó la Reina Dríade desafiante, aunque aúnestaba débil y lejos de la plenitud de su poder. - Espero que hallas aprendido que nada puedes contra mí.
- He aprendido que si quiero que mueras, tendré que aplastarte yo mismo…
Rey Sauce se hundió un palmo en la tierra del Bosque. Sus raíces horadaron el suelo blando y rico, extrayendo su fuerza y vitalidad. Plantas y árboles a su alrededor se encogieron y marchitaron en apenas unos segundos, conforme la figura de Sauce crecía en tamaño y de su corteza surgían afiladas púas venenosas. Su boca se pobló de peligrosos dientes aserrados, y en sus dedos crispados nacieron garras largas y afiladas.
El monstruo se irguió en toda su altura, casi cuatro metros de dura corteza negra y malevolencia, torso amplio y miembros largos y fuertes con varias articulaciones. Habló con voz ronca, resonante:
- Estás más débil que nunca. He podido extraer la vida del Bosque ante ti sin que puedas evitarlo, y esa misma vida será la que emplearé para aplastarte.
Reina Dríade alargó la mano hacia el tronco de una haya. Del árbol surgió una lanza larga de madera clara y pulida, con una punta afilada de doble hoja.
- Como siempre, te equivocas. El Bosque me dará lo necesario para derrotarte, aunque te empeñes en convertirte en un monstruo. Esta vez no habrá misericordia para ti…
El tiempo pareció dilatarse mientras la reina y Sauce se miraban el uno al otro. Si sus miradas hubiesen sido de acero, ambos habrían muerto ensartados. El monstruo Sauce cargó, tambaleándose ruidosamente, derribando árboles y aplastando helechos a cada paso. De su boca nauseabunda y peligrosa surgía un rugido grave, totalmente ensordecedor.
El caballero troll continuaba combatiendo a la jauría de lobos. Sin embargo su atención estaba puesta en la lucha que Dríade mantenía con el monstruoso Sauce y sus constantes distracciones eran aprovechadas por las astutas bestias.
En un momento uno de los lobos consiguió aprisionarle una pierna con un certero mordisco. Las mandíbulas apretaron con fuerza colosal, aplastando armadura, desgarrando tendones y carne y astillando hueso. El troll lo agarró del cuello y de un potente zarandeo se lo quebró con un seco crujido, como si se tratara de un puñado de astillas. Haciendo caso omiso a su pierna malherida, empuño la espada con ambas manos. De un mandoble partió a un lobo por la mitad. La sangre surgió como en un surtidor manchando la hierba verde, mientras las vísceras se desparramaban por el suelo.
La Reina Dríade estaba en serios apuros, agotada y dolorida. Los largos y poderosos miembros de Sauce la acosaban a diestra y siniestra. Su boca hedionda lanzaba gruñidos y mordiscos. Los poderes mágicos de Sauce habían desaparecido con la transformación, al igual que gran parte de su inteligencia, pero su determinación permanecía intacta. Un poderoso golpe la lanzó a través del claro, contra un viejo nogal.
El árbol, viendo a su reina en problemas, la atrapó suavemente con sus ramas mas blandas y flexibles, previniéndola de cualquier daño. Sauce vocifero algo ininteligible, y cayó sobre el nogal, arrancando ramas y trozos de corteza con sus garras.
Súbitamente la lanza de Dríade surgió de entre las hojas del roble, penetrando en el cráneo de sauce a través de uno de sus pequeños y malévolos ojos y saliendo por la parte posterior con un sonoro crujido. El monstruo gritó y manoteó, retrocediendo torpemente. Dríade se recostó exhausta sobre el tronco del roble. Estaba al límite de la consciencia. Del suelo surgieron una docena de fuertes y flexibles lianas, parecidas a látigos cubiertos de hojas, que aprisionaron los miembros de Sauce. El monstruo estaba atrapado.
La reina supo que era hora de poner fin a la maldad de su adversario. Recogió su lanza de haya veteada y se acercó, a trompicones, al aprisionado monstruo. A dos pasos elevó su arma, dispuesta a terminar con su vida, pero las fuerzas le fallaron. La lanza resbaló en sus manos y ella misma cayó de rodillas, con la cabeza gacha y el rostro perlado de gotas de sudor.
Sauce veía con su ojo sano como su odiada enemiga se aproximaba a él. Observó con una mezcla de terror y rabia como levantaba su lanza, presta a matarlo sin más ceremonia. Apenas creyó su buena fortuna cuando Dríade dio de rodillas con el suelo, casi inconsciente. Liberó su brazo derecho haciendo acopio de todas sus fuerzas, desgarrando las fuertes lianas que lo aprisionaban. Lanzó su puño, cuajado de espinas, contra el cuerpo de la desprotegida reina de Bosque
El caballero, malherido, aplastó la cabeza del último lobo con sus botas de acero. El monstruo Sauce había arrinconado a la reina y está, sin duda, iba a morir si no hacía nada por evitarlo. Corrió, cojeó y se arrastró por el claro, desangrándose a cada paso. En el último momento se interpuso entre Sauce y su reina. Sabía esto sería su fin, pero apenas le importó con tal de proteger aquello que más quería.
El brutal golpe atravesó armadura, desgarró la carne y destrozó los huesos. La sangre de la herida salpicó a la reina, dejando pequeñas gotas brillantes como rubíes en su rostro. Sin embargo, Sauce no había conseguido dañarla, el caballero había detenido su ataque con su último aliento.
De las manos inertes del troll cayó la espada, estrellándose contra el suelo como un simple trozo de metal. Sauce trató de sacar el brazo del pecho destrozado, pero la armadura se le engancho en alguna de las púas de su brazo, dejándolo casi inmovilizado.
Dríade vio la espada del troll en el suelo brillante y peligrosa, llamándola a través de las brumas de la inconsciencia, manchada de sangre de lobo tanto como con la de su propietario. Sin pensarlo apenas, asió la empuñadura del acero. Los encantamientos de la espada reaccionaron ante ella, causándole graves quemaduras, pero manteniéndola en pie. Los crueles sortilegios trolls no dejarían que cayera inconsciente, aunque fuera a través del dolor.
La espada voló como un rayo, la reina suplió con velocidad y una furia más allá de toda medida su falta de habilidad con la espada. Sauce trató de defenderse, pero el cadáver del caballero aprisionaba su único brazo libre. El arma hendió el pecho de Sauce, quebrándolo como un simple trozo reseco de corteza. Por la profunda grieta se desparramaron un puñado de gordos gusanos blancos, retorciéndose como repugnantes entrañas. La Reina asió el arma con ambas manos, aunque su mero contacto formaba ampollas en su piel y golpeo aún con más saña. Su rostro centelleaba con las lágrimas y la roja sangre de su amado paladín aun fresca.
Atravesó la frente de Sauce con el acero troll, forjado con potentes encantamientos. Estos rechinaron ante las defensas arcanas del señor de La Púa, antes de destrozarlas totalmente junto con su cráneo de corteza podrida. Ahora sí, el cadáver del caballero resbaló por el brazo de Sauce, tiñéndolo de rojo oscuro.
La espada arrancó su malévolo espíritu del cuerpo con dolor, odio y furia. Lo lanzó a los cuatro vientos, desgarrando el alma de Rey Sauce y destruyendo su envoltura física por siempre jamás.