Partida Rol por web

El Bosque

Crónicas del Libro del Bosque

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20/09/2009, 20:20
Sólo para el director
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20/09/2009, 20:55

 

Las Grandes Runas Olvidadas
 
Se dice que hace muchísimo tiempo, casi más del que cualquiera pueda recordar, vivió en este mundo una antigua raza en la Ciudad Vieja bajo el Bosque.
 
Los habitantes de la Ciudad Vieja, todos duendes místicos y hechiceros de poder difícilmente inimaginable, desarrollaron las runas como medio para dominar la magia y de hecho lo consiguieron quizá demasiado bien. Sus runas verdaderas, de las cuales las presentes no son más que una débil sombra, no solo permitían pequeños conjuros, sino que eran capaces de deformar la realidad en cualquier sentido, haciendo posible casi cualquier deseo o anhelo.
 
Sin embargo ellos querían más. El poder les hizo codiciosos y comenzaron a mirarse unos a otros con envidia, olvidando la antigua hermandad que les unía.
 
Poco a poco los duendes de la Ciudad Vieja, que en aquel entonces era conocida hasta más allá del horizonte como Aladannizar, dejaron de respetar las reglas del Orden de las Cosas, y lo que en un principio fue una sana búsqueda de conocimiento, derivó en una sed de poder apenas justificable, una sucia competición fratricida en la que todo era válido y cuyo premio sería el dominio de todo bajo el cielo.
 
Pasaron los años entre falsas paces y guerras abiertas, a veces rápido y otras más lentamente. Los hechiceros fueron muriendo uno tras otro, aunque pocas veces de forma natural. Finalmente tan solo quedaron ocho, los más ancianos y poderosos de su raza extinta, servidos por esclavos tanto duendes como animales y árboles.
 
Un aciago día bajaron solos a la más profunda de las mazmorras de la ciudad, a incontables metros bajo el Bosque. Siguieron una retorcida e interminable escalera de caracol tan antigua como el Tiempo, que ninguno recordaba haber visto antes, hasta llegar a una cueva de suelo de roca fundida, muy cerca del centro del mundo.
 
Habían sido citados por un ser misterioso mediante enigmáticos mensajes en el viento, el agua y la tierra, mensajes que no podían ignorar. Los ocho se miraron los unos a los otros con curiosidad y desconfianza, pues en su interior cada uno sospechaba que se trataba de una treta urdida por cualquiera de sus hermanos.
 
Súbitamente algo enorme surgió del suelo, una gigantesca bestia de escamas negras como el azabache y duras como el diamante.
 
Shen, el gran dragón negro se presentó ante ellos, con las fauces brillantes por el fuego que nada en este mundo puede resistir y los ojos rojos y amenazadores. Observó a cada uno de los hechiceros y veloz como el rayo, abrió las fauces y engulló al más cercano sin dejar más que un jirón de su túnica. El resto de magos dieron un paso atrás horrorizados, apenas acertando a pronunciar las nueve Grandes Runas Protectoras. El dragón, mirando con desprecio las débiles barreras que los magos habían forjado para protegerse, abrió la boca plagada de colmillos de nuevo, esta vez para hablar:
 
- No me gustan vuestros negocios, viejas momias apolilladas – dijo con desdén. - Hace siglos que vivo aguantando los ecos de vuestras guerras y mezquinas disputas, en las que os divertís haciendo sufrir a vuestros esclavos en nombre de unas absurdas palabrejas de no-se-qué poder mágico. ¡Vosotros, que apenas sabéis nada sobre la verdadera magia! Ciertamente ya estoy harto. Vais a largaros de aquí, y jamás volveréis por mis dominios  – exclamo con un largo rugido. Luego calló, y su silencio fue todavía más aterrador que sus furibundas palabras.
 
Desde luego, no se trataba de un farol o una treta draconiana. Ni todos los duendes hechiceros que alguna vez habían habitado en la Ciudad Vieja podrían haber acabado con Shen, el último y más poderoso de todos los dragones, actuando a la vez, así que pensando tan solo en salvar sus propios pellejos resecos, los egoístas hechiceros se arremangaron las túnicas y salieron de allí tan rápido como sus piernas y su magia les permitieron.
 
De lo que aconteció a los hechiceros se sabe que tres de ellos se marcharon al mundo de los trolls (que en aquel entonces eran mucho más brutos y aun mas ignorantes si cabe), deseosos de dominar el mundo, pero jamás regresaron. Algunos dicen que los trolls aprendieron de ellos un puñado de runas y con ellas crearon su corrupta Brujería.
 
Los cuatro restantes emigraron al Otro Lado donde se establecieron como regentes de sus propios Protectorados, dioses en tierras vacías y estériles donde solo vagan los espectros. Desde allí trataron de hacerse de nuevo con Bosque y la Ciudad Vieja, esperando a la muerte de Shen, pero esa es otra historia.
 
Bajo el dominio del dragón los esclavos fueron liberados y poblaron Bosque y otros reinos, abandonando la Ciudad Vieja y todos los sufrimientos a los que habían sido sometidos.
 
Tras la misteriosa desaparición del gran dragón, unicamente permanecieron en el lugar un puñado de gusarones. Conocedores del peligro de las Grandes Runas pero resistiéndose a que fuesen olvidadas en su totalidad (pensaban que en las manos adecuadas podrían hacer mucho bien), decidieron que cada uno portaría tan solo unas pocas en su piel. Tan solo esas podría usar y solo en caso de necesidad.
 
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20/09/2009, 21:17

 

Una historia del Bosque. La leyenda de Sauce
 
I
 
Erase una vez un Bosque en algún lugar de la tierra, más allá de los dominios de los trolls.
 
Por altos árboles y densos helechos, enmarañado espino y arrollo sinuoso de aguas frías estaba formado.
 
En el gobernaba Reina Dríade con gracia y sabiduría, sentada en el trono de roble milenario, rodeada de su corte de duendes y hadas, animales grandes y pequeños, espíritus de los bosques y seres del Otro Lado.
 
Eran los tiempos del Verano Eterno, y ningún copo de nieve se atrevía a posarse sobre la hierba verde y fresca, ningún frío viento otoñal osaba desnudar a sauces y hayas sin recibir la aquiescencia de la Reina.
 
Las largas noches discurrían felices entre música, historias y chanzas entre amigos, alumbradas por la luz de la Luna, las estrellas y pequeñas bandas de luciérnagas juguetonas. El amanecer los recibía a todos sumidos en un profundo sueño mágico tejido por la Reina Dríade. Despertaban poco a poco, descansados y satisfechos, y solo o en compañía partía cada cual a sus nido, cubil o madriguera deseando que llegara de nuevo el ocaso.
 
Pero no todo era felicidad. En un rincón oscuro y tenebroso de Bosque, sumido en la sombra de enormes hayas crecía un sauce de corteza negra y retorcida, llena de oscuros nudos y recovecos donde moraban enjambres de avispas y bandadas de murciélagos.
 
A veces, el viento viajero traía a este rincón tenebroso de bosque lejanas voces procedentes de una torre donde hechiceros trolls utilizaban la magia negra para invocar seres del Otro Lado. No seres inofensivos o bondadosos, sino malvados espectros y crueles demonios de alas de fuego. Sauce comenzó a aprender tales encantamientos con avidez, pues era de corazón codicioso y envidiaba el poder que la Reina Dríade ejercía sobre Bosque.
 
Pasaron los años y Sauce aprendió más de lo que le convenía. Una noche en que la Luna se alzaba roja como la sangre se desenraizó y tomo la forma de un humano de cuerpo retorcido y piel de corteza. Se vistió con una capa vieja que encontró en un zarzal y, guiado acaso por el infame Destino, se encamino rumbo a la Púa.
 
Una lechuza que andaba de caza por allí voló rauda a informar a la Reina Dríade, que no veía con buenos ojos que los árboles fuesen caminando de aquí para allá en medio de la noche, y menos de una noche tan sombría.
 
La Reina Dríade dejó su corte y fue con la lechuza en busca de Sauce. Lo encontró muy cerca de la Púa, en el linde de Bosque. Apenas parecía un árbol…
 
- ¿No te parece, querido Sauce, que estas muy lejos de tu hogar? ¿Acaso no echan de menos tus raíces la tierra blanda y húmeda?
 
- Ya me harté de sombras y humedades – replicó sauce con mal humor y palabras torpes, pues no estaba aún habituado a hablar en voz alta. - Quiero vivir, y moverme y ver, tocar y sobre todo poseer. Los trolls me han enseñado, aun sin saberlo, sortilegios para llamar a gente del Otro Lado, no mensajeros ni buhoneros de cosas prestadas, sino gente poderosa de verdad.
 
- Haz como te plazca, pues no pienso detenerte – dijo la reina con cierto enfado y no poca tristeza. - Has aprendido la falsa magia de los trolls, no las verdades de la tierra, la luna y las estrellas, los árboles y las viejas piedras, sino las mentiras de las sombras y los seres que en ellas medran. Solo ten claro que si te vas, no podrás volver a Bosque nunca jamás - y pronunció esto en el lenguaje de los sortilegios, capaz de atar como una cadena de acero.
 
Sauce agacho la cabeza, apretó los dientes con rabia y continuó su camino hacia el castillo encantado, allá lejos, colgando sobre el risco, seguido de una banda de pequeños murciélagos.
 
- Volveré a Bosque aunque sea sobre tu cadáver, mi reina – murmuraba. – Todo será mío cuando me siente en el Trono Nudoso y mi poder se extienda como la sombra y la tormenta…
 
No pasaría mucho tiempo antes de que la reina se arrepintiese de dejar marchar a Sauce.
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20/09/2009, 21:20

 

II
 
En aquel tiempo, como hoy en día, los lobos no formaban parte de Bosque. Vivían al norte, lejos en sus vastas praderas. Sauce había convocado al Señor de Lobos a una reunión en su fortaleza, con la intención de captarlo para su causa.
 
Y allí se encontraba Sauce, ataviado con sus mejores galas saqueadas de las abandonadas estancias de La Púa, sentado en un trono de madera astillada y telarañas en el salón principal del castillo.
 
Frente a él, relamiéndose las fauces, estaba Erukutul, Señor de Lobos. Orgulloso, de pelaje largo y plateado, era una cabeza más alto que sus congéneres. Tras el formaban sus mejores cazadores, dos docenas de lobos de brillante lomo gris y colmillos afilados. Erekutul fue el primero en hablar, y lo hizo con claro desprecio:
 
- Te presentaste ante mí como rey, Sauce, pero solo eres rey de arañas y murciélagos. Tu reino es un viejo castillo de trolls y tus regios ropajes no son más que harapos comidos por las polillas. Te equivocas si piensas que nosotros, orgullosos lobos hijos de las praderas interminables, te seguiremos en tus inútiles correrías …
 
Ante esto Sauce alzó una mano de dedos retorcidos mientras pronunciaba las extrañas palabras de la brujería troll, y un gran estruendo inundó el salón. Llamas altas y rojas, calientes como el mismo Sol, rodearon a los lobos que gimoteaban como cachorros recién nacidos. Algunas saltaban sobre ellos y bailaban en sus lomos con deleite, provocándoles dolorosas quemaduras. Sauce se levanto del trono, ceñudo, y hablo con la voz del trueno:
 
- Este es mi poder, despojos de lobo. Yo no construyo, yo destruyo - y alzó aun más la voz, hasta asemejarse a un trueno retumbante- Me serviréis, vosotros y vuestra estirpe, hasta el fin de los días.
 
A una señal suya, las llamas se introdujeron reptando por las bocas de los lobos, por el hocico y a través de su piel. El hedor a pelo quemado era nauseabundo. Los animales chillaban y se retorcían pero toda resistencia resultaba vana. Pronto quedaron inmóviles. Su pelaje gris y plateado se había tornado negro allí donde las llamas habían penetrado en ellos. Al poco comenzaron a moverse de nuevo, pero ya no eran el orgulloso Erekutul y sus guerreros, sino seres terribles de ojos brillantes y lomo negro, entregados en cuerpo y alma a la causa de Rey Sauce.
 
Gruesas gotas de lluvia colgaban de hojas y ramas. La tierra olía fresca y mojada, y los habitantes de Bosque se apresuraban a reparar los pequeños desaguisados que la reciente lluvia había sembrado en sus madrigueras. Solo sapos y ranas cantaban felices a orillas del crecido arroyo Cristaluengo, ahora gordo y brillante por el agua recogida.
 
En la distancia se oyó un profundo aullido, seguido de otros muchos. Y los lobos atacaron. Colgando de las negras y atezadas greñas de sus lomos venían duendes y hadas salvajes, armados con largas lanzas de espino y pintados con runas mágicas.
 
Gritaban desafíos a sus primos de Bosque. Estas criaturas vivían fuera de los dominios de la Reina, en grietas y agujeros, en pozos abandonados, bajo puentes de piedra y antiguas torres de trolls. Odiaban a sus primos con la furia que dan la sinrazón y la envidia. Sauce había aprovechado estos sentimientos destructivos para atraerlos a su causa.
 
Ante el rápido ataque poco pudieron hacer los habitantes de Bosque. Los afortunados pudieron correr a ocultarse en sus nidos y madrigueras, mientras que el resto era masacrado por el ejército invasor. En el linde de Bosque aguardaba Sauce, hilvanando encantamientos en favor de los lobos y sus salvajes jinetes. No podía traspasar este límite, al menos no mientras la Reina Dríade continuara con vida.
 
Pronto llegó el ejército invasor ante el Círculo de Espinas y allí se planto, con boca y lanzas y garras manchadas de sangre. De entre sus filas surgió Erekutul, con ojos y fauces envueltos en llamas escupió sobre los espinos y estos comenzaron a arder rápidamente. Pero tras ellos aguardaba la Reina Driade, vestida con una armadura de hojas y ramas y armada con una larga lanza de punta de roble. Junto a ella formaba su guardia, sus mejores guerreros.
 
- Mi corazón se encoge ante la maldad de Sauce – dijo la Reina. - Noble Erekutul, antaño señor orgulloso de los lobos plateados, ahora no eres más que un títere, la marioneta de un loco.
 
- Pues corta con tu lanza las cuerdas que me atan, debes saber que lucho contra mí voluntad, aunque sin poder evitarlo – dijo el Señor de Lobos. - Para mí la muerte no será más que la liberación de las llamas que consumen mi interior.
 
Y sin mediar más palabra el lobo cargo contra la Reina del Bosque, con las fauces ardiendo de rabia. La Reina Dríade evitó el ataque con un simple gesto, mientras respondía con un golpe de su lanza. Erekutul lanzó un gruñido y salto de nuevo sobre ella, clavando garras y colmillos. La Reina, haciendo caso omiso al dolor, hincó su lanza en el lomo de la bestia.
 
De la herida comenzaron a surgir pequeñas llamas maléficas que reptaron por el arma hasta las manos de la Reina Dríade. Sin embargo, no aflojó y continuo sosteniendo la lanza con una firmeza increíble para su esbelta figura hasta que el Señor Lobo aflojó el mordisco y finalmente murió. Las llamas salieron de su cuerpo, cayendo sobre el suelo mojado por la reciente lluvia y extinguiéndose casi al instante.
 
Mientras sus líderes batallaban, lobos y duendes combatían y morían. Mucho duró la batalla, como atestiguan las crónicas, y muchos de ambos bandos cayeron en la contienda, despedazados por garras, dientes y armas afiladas, formándose un lodazal de tierra y sangre donde podías hundirte hasta las rodillas. Pero finalmente los lobos perdieron empuje y pocos lograron huir de las armas de los defensores.
 
La Reina Dríade, de paso ligero, siguió a los supervivientes con la lanza rota y quemada en la diestra hasta el límite de sus dominios. Allí Sauce escrutaba la espesura, viendo con horror como los restos de su ejército huían en desbandada.
 
Sin dudarlo lanzó su arma directa al corazón de Sauce, clavándola firmemente a la altura del corazón. Pero no había corazón que matar en aquel pecho hueco.
 
- Por ahora has vencido, mi reina – susurro Sauce con la mas venenosa de las iras destilada en sus palabras. - Pero no me detendré ante nada, nunca, hasta poseer lo que es tuyo.
 
Luego, se alejó renqueando rumbo a su fortaleza, acompañado de los lobos y duendes supervivientes.
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20/09/2009, 21:28

 

III
 
Algunos años más tarde un caballero troll se internó en Bosque, a lomos de su caballo y ataviado de acero gris. Cabalgó por las sendas secretas que solo los animales conocen hasta llegar al Círculo de Espinas. Una vez allí desmonto y clavo su espada en el suelo húmedo. Acto seguido se internó en la maraña de afiladas púas, pero ninguna hendió su carne, pues era voluntad de la Reina que llegara sano y salvo a su presencia.
 
Y en el centro del círculo de espinas, a los pies del Trono Nudoso, se deshizo el caballero del yelmo en forma de cabeza de león e hincó la rodilla en tierra y mantuvo la vista baja como muestra de respeto, pues allí sentada estaba la Reina del Bosque. Ataviada de sedas verdes como la hierba y azules como el cielo, dejaba su largo cabello similar a una enredadera de hojas pequeñas y brillantes derramarse sobre el trono hasta el mismo suelo. Su rostro, pintado con diminutas espirales, parecía cincelado en suave mármol verde. Nadie la acompañaba, ni guardias ni consejeros, pues ni de los unos ni de los otros precisaba.
 
La Reina Dríade observó al troll con una leve sonrisa en sus verdes labios. Con una mano apartó un mechón de su cabello, pequeñas hojas entrelazadas y brillantes de rocío.
 
- Alza la vista caballero troll y cuéntame que asuntos te traen a estos, mis dominios.
 
El caballero levanto la cabeza hasta que su mirada se cruzó con la de la Reina. Por un momento su boca se secó y, tal era la belleza de la visión que tenía ante él, que casi olvidó la misión que lo había traído al Bosque. Al fin, consiguió tartamudear:
 
- Vengo desde más allá del Océano de Lágrimas, cruzando desiertos de hielo y lagos de fuego, retando a demonios y gigantes con mi acero encantado, para enfrentarme a Shen, el Último Dragón y vencerle en buena lid para probar mi valor. Por ello, y por encontrarme en tus tierras, pido me concedas tu real permiso para la batalla.
 
La Reina rió ante el desconcertado caballero, y su risa sonó como pequeñas campanillas tocadas por la más leve de las brisas. Sus ojos, verdes y hermosos como esmeraldas, se posaron en el caballero antes de contestar:
 
- El dragón no ha sido visto por aquí desde antes de que los bisabuelos de tus bisabuelos nacieran, y nadie entre nosotros puede decirte si aun vive, o si a pesar de su longevidad, ha sucumbido finalmente, no por la mano de troll alguno, sino víctima del tiempo.
 
Al oír semejante noticia el caballero troll clavó sus puños en el suelo con tristeza y rabia. Tras cruzar el mundo en busca de una gesta digna de su valor, batallando contra peligrosas criaturas y sufriendo grandes desdichas y penalidades, se enteraba que todo había sido en vano, sin duda una broma pesada del destino aliado con el juglar borracho y farsante que le hablo del poderoso Shen.
 
La Reina bajó del Trono Nudoso y con paso grácil y ligero se plantó ante él. Hizo que se levantara. A su lado, el troll asemejaba un feo gigante metálico de rostro furioso. Con voz dulce, y por cierto hilada con pequeños sortilegios, dijo:
 
- Esperabas un dragón como digno adversario, pero en el Bosque hay rivales casi igual de peligrosos. Allá en un castillo que tu raza construyó y abandonó hace siglos, quizá por embrujado, se oculta una sombra, un ser maligno hecho de madera oscura y retorcida, encantamientos y malevolencia.
 
Conforme hablaba planto un ligero beso en la mejilla del caballero, junto con otro diminuto hechizo: - Desea mi mal y el del Bosque, pero tú serás mi defensor, mi paladín.
 
- Mi reina, a partir de ahora mi acero batallará por ti – acertó a murmurar el caballero troll, aturdido tanto por los hechizos como por la propia Dríade.
 
- Mis labios se niegan a pronunciar un nombre troll, así que a partir de ahora serás mi Espino, pues eres frío y afilado, peligroso, pero defiendes con valor aquello que te encomiendan. Y el caballero entregó de buen grado nombre y voluntad a la reina del Bosque.
 
Pero, ¡ay!, ciertos encantamientos, sobre todo los que ocurren entre hombre y mujer (sean trolls, hadas o espíritus del Otro Lado) tienen un precio. Pues así como la voluntad del troll quedo ligada a la Reina, entregó esta casi sin darse cuenta su corazón al caballero, y esta era una eventualidad para la que ella no estaba preparada.
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20/09/2009, 21:35

 

IV
 
Mientras la Reina conseguía nuevos aliados, no era afín a la naturaleza de Sauce permanecer ocioso.
 
Desde su derrota había criado lobos más fuertes, grandes y fieros en las perreras de La Púa. Había reforzado su dominio sobre enjambres de avispas y avispones (aunque no sobre las laboriosas abejas de los campos del oeste, aun fieles a Reina Dríade), e incluso algún oso solitario se encontraba entre sus secuaces.
 
Pero no eran estos los más extraños y poderosos de sus esclavos …
 
Sauce limpió el cuchillo de hoja afilada con en un extremo de su capa. Sobre una mesa yacía el cadáver, encadenado en hierro frío, de una náyade de las Islas Pico Estrella. Su sangre, procedente de un millar de pequeñas heridas meticulosamente realizadas, caía hacia el suelo de losas de piedra donde fluía a través de un conjunto de líneas delicadamente cinceladas formando un complicado diseño rúnico.
 
Había necesitado el señor de La Púa varias horas para completar el ritual y no poca habilidad con el cuchillo para que la ondina no muriese antes de terminarlo. Miró en derredor, aguardando alguna señal.
 
Se encontraba en la torre principal del castillo, en su laboratorio alquímico mas secreto al que solo podía accederse a través de un arco de estrechos escalones resbaladizos y traicioneros. Las paredes estaban atestadas de frascos, botes y redomas, cada uno con un componente más repugnante que el anterior. En una marmita, sobre el fuego, burbujeaba un extraño brebaje que inundaba la habitación de un ligero humo amarillento. Un escarabajo se posó, curioso, sobre el cadáver de la náyade. Su caparazón era negro como noche sin luna, pero despedía brillos verdosos a la escasa luz reinante.
 
Sauce comenzaba a impacientarse rápidamente. Alargó la mano para aplastar al pequeño insecto, pero se detuvo en seco cuando sintió como el aire se cargaba de estática. De la marmita descargaban pequeños arcos voltaicos al suelo o hacia otros objetos metálicos.
 
Súbitamente un rayo cayó sobre la torre, haciendo volar por los aires el destartalado tejado de forma cónica, esparciendo tejas de pizarra y fragmentos de madera por todo el patio inferior. Por unos instantes el fuego prendió en las viejas telas, los estantes desvencijados y los apolillados muebles, saltando alegremente de un lado a otro. Se extendió por los compuestos alquímicos, estallando frascos y redomas con travesura infantil. Pero pronto las llamas se extinguieron, se diría y no erróneamente, que por encantamiento.
 
Un frío gélido se apodero de las ruinas del laboratorio, tan intenso como para formar una fina y quebradiza capa de escarcha incluso sobre Sauce, que se había refugiado bajo la mesa durante la deflagración.
 
Del cadáver de la náyade surgieron pequeñas volutas de humo que rápidamente se condensaron a cierta altura, formando una silueta traslucida, una copia fiel y a la vez macabra del cuerpo yaciente sobre la mesa. Se trataba del espíritu torturado de la ondina, preso de la voluntad de Sauce y de sus maléficos sortilegios.
 
- Mi señor – dijo con voz aguda y melodiosa, fría y cruel como el granizo pero también cargada de un profundo pesar. - Estoy preparada para ejecutar vuestra voluntad.
 
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20/09/2009, 21:43

 

V
 
Un súbito estremecimiento recorrió el Bosque de una punta a otra.
 
Los poderosos árboles de Bosque, robles, hayas, sauces y fresnos, contrajeron sus ramas asustados y afianzaron aun mas sus raíces al suelo. Los pájaros se ocultaron en las espesas copas, con las plumas erizadas. Mientras, los animales se pegaban al suelo y agudizaban el oído, tratando de pasar desapercibidos.
 
En el Círculo de Espinas el juglar apago su voz sin saber la causa, dejando la historia a medio contar. Duendes y hadas de la corte se miraban unos a otros, presintiendo que algún tipo de mal se cernía sobre los dominios de su reina. El caballero troll sentado a los pies de Reina Dríade, se levanto echando mano de la empuñadura de la espada, movido por su instinto guerrero. Incluso el Cristaluengo refrenó su discurrir unos instantes, expectante, conteniendo la respiración.
 
Un viento gélido como la mano de la Muerte se abatió entonces sobre el Círculo de Espinas, lanzando a duendes y hadas a diestro y siniestro, agitando las hojas del Trono Nudoso. Reina Dríade se irguió, sus ojos relampagueaban con fuego verde.
 
- Muéstrate, Viento de Muerte, aparta tus frías garras de nuestros corazones – dijo, y en su voz había un gran poder.
 
El furioso vendaval remitió en parte y una figura femenina, translúcida, se formo en el centro del claro a pocos pasos de la reina de Bosque. Se trataba del espíritu de la náyade, esclavizado por los conjuros de Sauce. El suelo a su alrededor se cubrió de pequeñas placas de hielo.
 
- Grande es tu magia dentro en tus dominios - dijo la recién llegada. Su rostro mostraba una mueca de enfado en la que destacaba una boca poblada de apretados dientes puntiagudos como finos carámbanos de hielo. - Pero ningún poder tienes sobre mí.
 
La náyade espectral se lanzó sobre la reina, profiriendo un agudo grito de rabia capaz de hacer estallar los tímpanos. La mayoría de los presentes se vieron arrojados al suelo, tapándose las orejas con manos, patas o enterrando la cabeza en la hierba del claro.
 
El caballero troll terminó de desenvainar la espada y se interpuso entre el espectro y su reina. El acero adquirió un brillo cegador, producto de los sortilegios atados a su filo. La náyade desplegó diez garras afiladas, formadas por hielo y magia, ira y desesperación a partes iguales. Ambos contendientes chocaron brutalmente, quedando trabadas sus armas y sus rostros a escasos centímetros. Sus poderes, sus habilidades y sus voluntades fueron puestas a prueba una y otra vez, mientras giraban uno en torno al otro lanzado golpes y conjuros con destreza y rapidez sobrenatural.
 
Pero la náyade no era rival para el troll, con la experiencia de mil y una batallas y el poder de su espada encantada. El arma troll traspasó la forma casi insustancial de la náyade a la altura del corazón. Los hechizos de la espada absorbieron su poder y toda su fuerza, dejando la forma inerte de la ondina espectral sobre un retazo de hierba que rápidamente se cubrió de fino polvo de hielo. El caballero envainó el acero con gesto rápido y elegante: la lucha había concluido.
 
La Reina Dríade observó el duelo en pie a pocos pasos del Trono Nudoso. A su término camino hacia la forma del espectro. En su rostro no había enfado, tan solo tristeza y férrea determinación. Posó delicadamente la mano sobre el cuerpo de la náyade caída.
 
- La maldad de Sauce no conoce fin. No le bastó dominar con demonios y fuego al noble Erekutul y a su pueblo. No tiene bastante con engañar a duendes y hadas para que actúen en nuestra contra – dijo, elevando poco a poco la voz hasta que todos en el claro pudieron oírla. - Ahora sacrifica a los nuestros en horribles rituales de oscura magia y los esclaviza en la muerte como no puede esclavizarlos en vida.
 
La reina se sentó sobre la hierba, rompiendo apenas la fina capa de hielo, acunando la cabeza de la ondina entre sus brazos mientras recitaba un viejo conjuro.
 
- Dame tu pesar, mi pequeña, déjame tu angustia. No debes soportar más esa carga por mi culpa, pues mío es el error de dejar con vida a ese engendro cuando pude haber puesto fin a sus maleficios.
 
En un instante absorbió el dolor y la angustia que lapequeña hada del agua había padecido durante su tortura a manos de Sauce, limpiandosu espíritu y haciéndolo volar libre de ataduras hacía el Otro Lado. Cayó inconsciente por el dolor y el esfuerzo, sostenida delicadamente por su paladín.
 
La reina de Bosque despertó algunas horas más tarde tendida en un pequeño claro, cerca del Cristaluengo. En la frente tenía un trozo de tela blanca y limpia empapado en agua fresca del arroyo. A su lado permanecía su protector, con el rostro contraído por una sincera preocupación. Dríade experimentó una extraña aunque agradable sensación dentro de sí.
 
- Podías haber muerto durante el conjuro, mi reina. Así me lo ha confirmado Krokokoar – dijo el troll con la mirada gacha y la brusquedad de quien tan solo conoce el campo de batalla.
 
- Soy la reina del Bosque. Mi vida y mi poder son míos. Mis manos están manchadas con la sangre de Erekutul y no consentiré que nadie más sufra por mi causa - contestó la reina orgullosa, y sin embargo halagada por la preocupación que traslucían las palabras del caballero, más allá de lo impuesto por juramento o conjuro…
 
- Mi misión… mi deseo, es protegerte. No permitiré que Sauce te vuelva a hacer daño, aunque deba empeñar mi vida en ello. El troll se arrodilló junto a su reina. Sus rostros se acercaron lenta y deliberadamente. Dríade enmarcó el rostro duro y severo del caballero con sus finas manos, atrayéndolo hacia sí. Pero cuando sus labios estaban a punto de tocarse algo maligno irrumpió en el pequeño claro.
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20/09/2009, 21:51

 

VI
 
Al tiempo que la reina yacía inconsciente, Rey Sauce hizo su movimiento. Aprovechó que las defensas arcanas del Bosque permanecían mermadas por el estado de inconsciencia de su regente, para penetrar profundamente las fronteras del reino. Con el viajaban agazapados en las sombras sus mejores cazadores, seis lobos con enormes garras encantadas. En la linde de Bosque aguardaba el resto de su ejército invasor, aguardando para avanzar y sembrar la muerte y el caos.
 
Sauce hizo una seña a sus secuaces y estos cargaron moviéndose como una única criatura. Serpentearon entre los árboles, salvando la distancia que los separaba de sus presas en pocos segundos. En el último instante saltaron, abriendo las fauces con voracidad, pero el troll reaccionó movido por el instinto y años de batalla. Desenvainó su acero, trabando las fauces de tres de los lobos con un solo mandoble. Otros dos recibieron sendas patadas y refrenaron su avance, el último se ganó un duro puñetazo que le partió varias costillas.
 
Las bestias retrocedieron, gruñendo desafiantes mientras el caballero se interponía entre ellas y la Reina Dríade. Sauce apareció en el claro, permaneciendo a una prudente distancia del filo del troll y atento a los encantamientos de la reina de Bosque.
 
- Parece que mi pequeña náyade cumplió con su deber, aunque no de la manera que yo esperaba.
 
- Ni el fuego con que contaminaste a Erekutul, ni el frío de la muerte que la náyade traía con ella han podido conmigo - contestó la Reina Dríade desafiante, aunque aúnestaba débil y lejos de la plenitud de su poder. - Espero que hallas aprendido que nada puedes contra mí.
 
- He aprendido que si quiero que mueras, tendré que aplastarte yo mismo…
 
Rey Sauce se hundió un palmo en la tierra del Bosque. Sus raíces horadaron el suelo blando y rico, extrayendo su fuerza y vitalidad. Plantas y árboles a su alrededor se encogieron y marchitaron en apenas unos segundos, conforme la figura de Sauce crecía en tamaño y de su corteza surgían afiladas púas venenosas. Su boca se pobló de peligrosos dientes aserrados, y en sus dedos crispados nacieron garras largas y afiladas.
 
El monstruo se irguió en toda su altura, casi cuatro metros de dura corteza negra y malevolencia, torso amplio y miembros largos y fuertes con varias articulaciones. Habló con voz ronca, resonante:
 
- Estás más débil que nunca. He podido extraer la vida del Bosque ante ti sin que puedas evitarlo, y esa misma vida será la que emplearé para aplastarte.
 
Reina Dríade alargó la mano hacia el tronco de una haya. Del árbol surgió una lanza larga de madera clara y pulida, con una punta afilada de doble hoja.
 
- Como siempre, te equivocas. El Bosque me dará lo necesario para derrotarte, aunque te empeñes en convertirte en un monstruo. Esta vez no habrá misericordia para ti…
 
El tiempo pareció dilatarse mientras la reina y Sauce se miraban el uno al otro. Si sus miradas hubiesen sido de acero, ambos habrían muerto ensartados. El monstruo Sauce cargó, tambaleándose ruidosamente, derribando árboles y aplastando helechos a cada paso. De su boca nauseabunda y peligrosa surgía un rugido grave, totalmente ensordecedor.
 
El caballero troll continuaba combatiendo a la jauría de lobos. Sin embargo su atención estaba puesta en la lucha que Dríade mantenía con el monstruoso Sauce y sus constantes distracciones eran aprovechadas por las astutas bestias.
 
En un momento uno de los lobos consiguió aprisionarle una pierna con un certero mordisco. Las mandíbulas apretaron con fuerza colosal, aplastando armadura, desgarrando tendones y carne y astillando hueso. El troll lo agarró del cuello y de un potente zarandeo se lo quebró con un seco crujido, como si se tratara de un puñado de astillas. Haciendo caso omiso a su pierna malherida, empuño la espada con ambas manos. De un mandoble partió a un lobo por la mitad. La sangre surgió como en un surtidor manchando la hierba verde, mientras las vísceras se desparramaban por el suelo.
 
La Reina Dríade estaba en serios apuros, agotada y dolorida. Los largos y poderosos miembros de Sauce la acosaban a diestra y siniestra. Su boca hedionda lanzaba gruñidos y mordiscos. Los poderes mágicos de Sauce habían desaparecido con la transformación, al igual que gran parte de su inteligencia, pero su determinación permanecía intacta. Un poderoso golpe la lanzó a través del claro, contra un viejo nogal.
 
El árbol, viendo a su reina en problemas, la atrapó suavemente con sus ramas mas blandas y flexibles, previniéndola de cualquier daño. Sauce vocifero algo ininteligible, y cayó sobre el nogal, arrancando ramas y trozos de corteza con sus garras.
 
Súbitamente la lanza de Dríade surgió de entre las hojas del roble, penetrando en el cráneo de sauce a través de uno de sus pequeños y malévolos ojos y saliendo por la parte posterior con un sonoro crujido. El monstruo gritó y manoteó, retrocediendo torpemente. Dríade se recostó exhausta sobre el tronco del roble. Estaba al límite de la consciencia. Del suelo surgieron una docena de fuertes y flexibles lianas, parecidas a látigos cubiertos de hojas, que aprisionaron los miembros de Sauce. El monstruo estaba atrapado.
 
La reina supo que era hora de poner fin a la maldad de su adversario. Recogió su lanza de haya veteada y se acercó, a trompicones, al aprisionado monstruo. A dos pasos elevó su arma, dispuesta a terminar con su vida, pero las fuerzas le fallaron. La lanza resbaló en sus manos y ella misma cayó de rodillas, con la cabeza gacha y el rostro perlado de gotas de sudor.
 
Sauce veía con su ojo sano como su odiada enemiga se aproximaba a él. Observó con una mezcla de terror y rabia como levantaba su lanza, presta a matarlo sin más ceremonia. Apenas creyó su buena fortuna cuando Dríade dio de rodillas con el suelo, casi inconsciente. Liberó su brazo derecho haciendo acopio de todas sus fuerzas, desgarrando las fuertes lianas que lo aprisionaban. Lanzó su puño, cuajado de espinas, contra el cuerpo de la desprotegida reina de Bosque
 
El caballero, malherido, aplastó la cabeza del último lobo con sus botas de acero. El monstruo Sauce había arrinconado a la reina y está, sin duda, iba a morir si no hacía nada por evitarlo. Corrió, cojeó y se arrastró por el claro, desangrándose a cada paso. En el último momento se interpuso entre Sauce y su reina. Sabía esto sería su fin, pero apenas le importó con tal de proteger aquello que más quería.
 
El brutal golpe atravesó armadura, desgarró la carne y destrozó los huesos. La sangre de la herida salpicó a la reina, dejando pequeñas gotas brillantes como rubíes en su rostro. Sin embargo, Sauce no había conseguido dañarla, el caballero había detenido su ataque con su último aliento.
 
De las manos inertes del troll cayó la espada, estrellándose contra el suelo como un simple trozo de metal. Sauce trató de sacar el brazo del pecho destrozado, pero la armadura se le engancho en alguna de las púas de su brazo, dejándolo casi inmovilizado.
 
Dríade vio la espada del troll en el suelo brillante y peligrosa, llamándola a través de las brumas de la inconsciencia, manchada de sangre de lobo tanto como con la de su propietario. Sin pensarlo apenas, asió la empuñadura del acero. Los encantamientos de la espada reaccionaron ante ella, causándole graves quemaduras, pero manteniéndola en pie. Los crueles sortilegios trolls no dejarían que cayera inconsciente, aunque fuera a través del dolor.
 
La espada voló como un rayo, la reina suplió con velocidad y una furia más allá de toda medida su falta de habilidad con la espada. Sauce trató de defenderse, pero el cadáver del caballero aprisionaba su único brazo libre. El arma hendió el pecho de Sauce, quebrándolo como un simple trozo reseco de corteza. Por la profunda grieta se desparramaron un puñado de gordos gusanos blancos, retorciéndose como repugnantes entrañas. La Reina asió el arma con ambas manos, aunque su mero contacto formaba ampollas en su piel y golpeo aún con más saña. Su rostro centelleaba con las lágrimas y la roja sangre de su amado paladín aun fresca.
 
Atravesó la frente de Sauce con el acero troll, forjado con potentes encantamientos. Estos rechinaron ante las defensas arcanas del señor de La Púa, antes de destrozarlas totalmente junto con su cráneo de corteza podrida. Ahora sí, el cadáver del caballero resbaló por el brazo de Sauce, tiñéndolo de rojo oscuro.
 
La espada arrancó su malévolo espíritu del cuerpo con dolor, odio y furia. Lo lanzó a los cuatro vientos, desgarrando el alma de Rey Sauce y destruyendo su envoltura física por siempre jamás.