Bienvenidos a una Valencia que no es la que conocéis, donde la vida lleva diez años o así siendo más difícil y rara que de costumbre.
La ciudad es un caos atascado de fango desde la catástrofe medioambiental de 2011, cuando los polos se derritieron y los maremotos arrasaron las costas de todo el planeta, matando y desplazando a millones de personas. Algunas partes están completa o parcialmente inundadas por la subida del nivel del mar o el violento retorno del Turia a su cauce original. Y las cosas no han mejorado mucho desde entonces, con el desplome económico que siguió unos pocos años después. Hacer cualquier cosa es un esfuerzo continuo. Pero muchos edificios siguen en su sitio, los especialistas de la Nova Universitat Fusionada de València han conseguido mantener parte de la infraestructura y la tecnología funcionando, y todo el mundo ha terminado apañándoselas como puede. Al menos no ha habido ninguna pandemia apocalíptica y los muertos siguen quietecitos después de muertos.
Moverse por las calles de Valencia, incluso en las zonas normales, es cansado y trabajoso por el barro que las cubre, que dificulta caminar (salvo quizás en Ciutat Vella, el barrio de los ricos y poderosos, que gastan fortunas en tener gente limpiándolo constantemente). La mayoría de automóviles, ahora inútiles, se oxidan apelotonados en descampados. El único transporte público es el ofrecido por los miembros del gremio de las barcas, que aprovechan el río y los inundados túneles del metro para transportar a quien sea o lo que sea...mientras puedas pagar sus servicios. Y si no, a patita o búscate algo que flote.
Las autoridades locales (mas algunas de la Comunitat) dominan el cotarro, adaptándose a la situación, y del resto ni se sabe. La indestructible Rita Barberá fue reelegida alcaldesa durante los años más negros y aún mantiene una gran popularidad, mucha gente cree que su actual desaparición de la vida política se debe simplemente a que se está tomando un merecido descanso.
El dinero ya apenas circula y todo el mundo regatea a base de trueques y favores. Los ricos que siguen siendo ricos lo son porque controlan grandes almacenes que sobrevivieron a la catástrofe, repletos de suministros y bien vigilados, que administran con mano de hierro. En el día a día, hay una escasez constante de muchas cosas, desaparecidos los grandes flujos globales de capital y producción. Pero aun así el comercio local sigue llenando algunas partes de Valencia de bullicio y griterío. La gente lucha por arañar cualquier migaja, busca nuevos recursos, trapichea con todo lo imaginable, o inventa nuevas y peculiares formas de vivir. Los límites a la creación y al crimen son mucho más laxos ahora.
"Normal" es un concepto cada vez más difuso. Hay mil cosas que se han convertido en pasado, y nadie sabe qué traerá el futuro. Los únicos satisfechos con el actual estado de cosas son los murciélagos que, ajenos a los problemas humanos, se multiplican con entusiasmo gracias al aumento de los insectos acuáticos. Lo importante es seguir adelante, y cada uno lo hace como puede. Aunque a veces da la sensación de que lo único que haces es hundirte más y más en el fango.
Los buñuelos de calabaza
Hay pocas cosas tan típicas para un valenciano como los bunyols de carabassa. Antes de que una inundación se llevara la ciudad por delante estos se ofertaban desde principios de marzo en casi cualquier esquina de la ciudad y durante la fiesta de las fallas, se convertían en un desayuno o merienda casi más consumido que los igualmente típicos platos de arroz.
Con la actual escasez de otros dulces más difíciles de fabricar o de ingredientes menos autóctonos, quienes son capaces de fabricarlos y venderlos tienen un enorme éxito en sus manos. Son baratos, están buenos y calientes, y llenan mucho.
¿Qué es lo que sabéis de Aina y su puesto de buñuelos?
Aina Frechina, como se hace llamar, es una mujer ya mayor acostumbrada al trabajo duro. De manos curtidas y cabello canoso que en algún momento fue rubio. Llegó a Valencia desde algún lugar del peligroso sur después de la catástrofe. Siempre va acompañada de Boira, una perra border collie, de color blanco y negro.
Su vida anterior es un completo misterio: Ni ella habla de su pasado ni nadie sabe a qué se dedicaba antes de instalarse en el barrio de Abastos. Ahora regenta un pequeño negocio de buñuelos, los cuales elabora y vende a diario cuando consigue los ingredientes, para un número más que aceptable de clientes que se agolpan cada tarde ante la ventana de su cocina.
Vive y trabaja en un bajo con ventanas enrejadas de un edificio de diez plantas; tras la catástrofe, todo el mundo ocupó los pisos altos y los bajos no los querían ni regalados por temor a una nueva inundación, así que instalarse en él fue pan comido. Tras limpiarlo a conciencia, consiguió material y herramientas haciendo pequeños trabajos a diestro y siniestro hasta que tuvo todo lo necesario para su actual actividad. Ahora se acerca de vez en cuando a comprar ingredientes al Mercado central, u ocasionalmente los consigue intercambiándolos por buñuelos de calabaza ya hechos.
Está a un par de calles de distancia de las Torres de Quart y no muy lejos del barrio de Ciutat Vella. La zona del barrio donde vive y trabaja es residencial, una de las más habitadas de la ciudad. El único defecto que tiene es estar cerca, para muchos demasiado cerca, del ignoto e inquietante Barrio del Carmen.
De aquí podéis sacar ideas sobre por qué vuestros personajes conocen a Aina. Puede ser que hayáis tenido negocios habituales o puntuales con ella, que seáis clientes habituales con los que charla, que os hiciera un favor en algún momento y ahora quiera cobrárselo...
El barrio de Abastos
La zona oeste de Abastos estuvo más cubierta durante el maremoto que arrasó la ciudad, por lo que, junto con el barrio de Campanar, es una de las que menos daños sufrieron y en las que más gente consiguió sobrevivir.
Pese a que hay una gran cantidad de edificios y viviendas abandonadas, Abastos es un barrio residencial donde viven muchas de las familias que no pueden acceder a una zona más segura pero que tienen suficientes recursos como para mantenerse alejados de las zonas más peligrosas del sur de la ciudad.
Móviles
Funcionan. Hay menos cobertura y a veces se cortan, pero los servicios de teléfono e internet siguen funcionando de la misma manera que en nuestro mundo. No le deis muchas vueltas. Si acaso, es más difícil reemplazarlos.