Ethbel inspiró profundamente esperando el siguiente golpe que la llevaría a la otra vida, junto a sus ancestros. Sin embargo, el golpe lo dió Hilda para poner fin a aquella malsana pesadilla.
Cuando todo había acabado, la guerrera no pudo más que soltar una seca carcajada. Más bien fue un tartamudeo, ya que el dolor de las heridas le dificultaba incluso reírse.
-Parece que todavía no ha llegado mi final, aunque aún no me fío de cantar victoria. Necesito un descanso, pero no será aquí. Yo puedo cargar con Okkar mientras salimos por ese agujero bajo el altar. No veo que tengamos otra salida.
La anciana se había fijado en las pepitas de oro en los cuerpos de las larvas, pero tenía tantas ganas de dejar atrás aquella gruta que ni se interesó por ellas.
Alrik observó sorprendido cómo Hilda se había levantado por su propio pie, ardiendo por dentro con el poder de Moradin, y se apartó cuando dirigió uno de los rayos hacia el altar. Este empezó a brillar con grietas de color naranja, y por un momento pensó que explotaría en mil pedazos, pero finalmente sólo crujió y se desmenuzó bajo su propio peso.
Miró alrededor, a cómo las larvas se descomponían y sus compañeros, salvo Okkar, seguían en pie. Todo gracias a Moradin. Quizá tendría que replantearse prestar algo más de atención a su fe.
—No será necesario que carguemos con Okkar. Todos estamos muy débiles y necesita tratamiento inmediato. Con uno de mis brebajes cargará él mismo su propio peso...
Se agachó junto al aventurero, dándole un bebedizo espeso que se deslizó por su garganta, la cual estimuló Alrik con sus dedos para forzarle a tragar, y poco a poco abrió los ojos.
—Con estas siestas que te pegas no vas a ser buen jefe de mina... —le dijo jocoso, ahora que la situación parecía algo más calmada.
—Ah —se giró hacia Hilda—, antes de marcharnos, me ha parecido ver algo dentro del altar, en un hueco. Igual no es nada, pero echa un vistazo, por favor.
Motivo: Curar Okkar
Tirada: 1d8
Resultado: 5(+3)=8 [5]
Curar heridas sobre Okkar. 8 PGs.
Okkar se levantó con dificultad y miró a su alrededor, al cadáver del enano muerto y a las pepitas de oro que habían quedado por el suelo.
-Oh bendito Moradin, pensaba que no lo contaríamos-dijo a sus compañeros aliviado- ¿estáis todos bien?
Nota: El altar está hueco y podeis mirar si hay algo dentro pero no tiene salida XD
Hilda sabía que aquella era su última acción, su última oración: había demasiadas larvas, y una de ellas estaba justo delante, tan cerca de ella que podía contar cada uno de sus dientes. En cuanto acabara con el altar, la larva acabaría con ella: así era y lo aceptaba. Si era su último conjuro, que fuera para acabar con aquel altar maldito que tanto dolor había provocado.
Pero Moradin estaba con ella aquel día, con su protectora mano a su alrededor, y en cuanto sus llamas envolvieron el altar, este se resquebrajó y rompió con un fuerte temblor. Todas las larvas se deshicieron en charcos verdes, y hasta el aire cambió. Ahora olía a limpieza, a mina recién inaugurada, a roca limpia y acero claro. Olía a lo que debería ser una mina enana, libre de maldiciones. El poder oscuro había desaparecido.
El alivio inundó a Hilda, y al pasarse la adrenalina se tambaleó y cayó de rodillas sobre el suelo. Guardó el martillo y se agarró el vientre, de donde aún sangraba. Estaba lejos de estar bien: de hecho, era milagroso que estuviera siquiera consciente. Notaba varios huesos rotos y el cuerpo lleno de heridas que deberían ser mortales. Miró a sus compañeros, y sonrió con orgullo absoluto. No podría haber pedido enanos más valerosos a su lado.
-Señores, alabado sea Moradin por ponerme en vuestro camino. Jamás olvidaré vuestro valor y firmeza. Roca y piedra, hermanos.
Ante las palabras de Alrik, Hilda asintió. Algo había en aquel altar, y podía ser importante.
-Voy a ello. Pero antes, reuníos todos aquí, por favor. Okkar, estamos vivos, pero tampoco bien. Deberíamos sanar algunas de esas heridas antes de buscar la forma de salir de aquí.
Creo que podemos estar 10 min para lanzar un plegaria de curación ya que no hay peligro inminente y estamos todos hechos un cromo xD
Alrik se asomó al altar, en su interior había un puñado de pepitas de oro muy parecidas en tamaño a las pepitas que se encontraban en el interior de aquellas larvas a las que se habían enfrentado. Quizás el trastornado enano había estado sacrificando a las larvas a su oscuro dios, pero por suerte ya no quedaba ningún rastro de su mancha en aquella mina.
Ahora, mientras Hilda rezaba sus plegarias para sanar a sus compañeros, solo quedaba un problema... volver a subir. Podrían intentar escalar por la cadena, pero era casi imposible. El mecanismo de elevación seguí funcionando, pero parte del cubo se había desenganchado de las cadenas que lo elevaban.
Tras agacharse junto al altar y mirar en su interior, dijo:
—Aquí dentro sólo hay más pepitas de oro... Salgamos de aquí.
Se incorporó de nuevo y se acercó al cubo de la grúa en el que habían bajado. Examinó los daños. Se había abollado un poco en la caída, pero era un cubo enorme de metal duro, seguía siendo resistente. Nada le indicaba que el mecanismo de la grúa se hubiera dañado lo más mínimo. El problema era que se habían roto las cadenas que sujetaban el cubo.
—Amigos, poned el cubo bien, en posición horizontal —dijo señalando la canasta de acero que reposaba sobre su costado en un notable socavón en el suelo de roca causado por el impacto. Mientras tanto, se acercó a donde colgaban las cadenas rotas y las acercó a la posición central donde pusieron el cubo sus compañeros.
—Me va a llevar unos minutos pero saldremos de aquí de la misma forma que hemos entrado —aseguró.
De su mochila extrajo un martillo pequeño de herrero, varias barras de metal del grosor aproximado de los eslabones de las cadenas y un pequeño soplete portátil de su invención, consistente en un contenedor de gas y un par de ruedas de yesca y pedernal que rotaban una contra la otra generando chispas continuas.
Con el soplete calentó las barras de metal y con ayuda de Hilda las deformó hasta tener varios eslabones abiertos, que después colocaron con cuidado de no quemarse uniendo cubo y cadenas. Por último cerraron los eslabones con ayuda del soplete.
—Vale... dejemos que el metal se enfríe un rato o el trabajo no habrá servido de nada.
Utilizo el cantrip "Mending" para arreglar las cadenas (como se habían roto varias, asumo que necesitaremos 2 o 3 asaltos para lanzar tantos Mending como haga falta. En cualquier caso, y como debo camuflar mi magia mecánica como ciencia narrativamente, pues nos lleva un rato y ya está).
Ethbel se alegró cuando Okkar recuperó la consciencia. Por otro lado, se llevó un chasco al comprobar que el hueco del altar era más pequeño de lo que esperaba, y además no tenía salida. Tenía la esperanza de que fuera una suerte de pasadizo secreto, pero no fue así.
La guerrera ayudó a colocar el cubo y luego permaneció quieta mientras Hilda desplegaba sus artes curativas mediante una plegaria.
Luego observó al viejo Alrik hacer uso de sus ingenios y herramientas. Ojalá tuviese éxito en su plan. Si la idea no resultaba, Ethbel iría inspeccionando las paredes de roca en busca de algún acceso que les pudiese haber pasado desapercibido.
Todos estaban vivos. La tranquilidad inundó el corazón de Bharnus. No había una salida clara, pero ya buscarían la manera. Miró a sus compañeros con admiración.
- Roca y piedra, hermanos -dijo repitiendo las palabras de Hilda.
Cuando se juntaron a la clérigo y ella recitaba las plegarias, Bharnus se sentó en el suelo en posición de loto y con los ojos cerrados se dejó llevar por la energía divina. Aclaró sus pensamientos y notó cómo sanaban sus heridas graves.
Agradeció a Hilda su trabajo, y se dispuso a seguir a las indicaciones de Alrik, y ayudó a mover el cubo. Mientras él utilizaba sus ingenios mecánicos para reparar la estructura, Bharnus se acercó al cadáver de aquel llamado Averes. Algo, un brillo, había captado su atención.
Dejó caer su pico que seguía teniendo un brillo mágico y también unas grandes llaves que llevaba colgando del cuello.
Que no se nos olvide esto ^^
me acerco al clérigo a ver qué tiene. Si el pico sigue teniendo ese brillo mágico, no lo toco, no me fío xD
Mientras Alrik reparaba las cadenas Bharnus se acercó al pico que yacía en el suelo junto al clérigo muerto. El pico no brillaba y no brilló tampoco cuando el monje lo cogió. Era un buen pico, bien equilibrado y con un metal duro y reforzado. Desde luego era uno de los mejores picos que había visto nunca.
Alguien cogió la llave que lleva al cuello?
El pico es un pico mágico +1, que brilla cuando está cerca de una beta de metal. No está maldito i promise XD
Bharnus observó con sospecha al pico, pero no parecía estar maldito. Lo cogió del suelo y se sorprendió al ver que tampoco era un pico normal. Cogió el manojo de llaves de su cuello y se acercó al grupo.
- Hilda, tú eres herrera, y trabajas bajo montaña -dijo el monje mientras le ofrecía el pico- le podrás sacar más provecho, parece que reacciona ante betas de mineral -entrecerró un poco los ojos mirando la herramienta- diría que no tiene relación con ese supuesto Dios que adoraba ese desgraciado, pero tus ojos expertos lo sabrán mejor.
Enseñó también la llave.
- Tal vez esto abra aquella puerta asegurada, no nos hemos topado con más zonas cerradas -gruñó al recordar ese pasillo- y con un poco de suerte esos enanos de piedra se habrán desintegrado también.
No me suena que nadie cogiera las llaves, escribo que las cojo yo y si alguien ya las había cogido lo edito y apañao xD
Alrik desvió un momento la vista de su trabajo con el soplete y las cadenas.
—Esperemos que esa llave sea para la puerta de arriba, si. Quién sabe las estancias sin explorar u otros secretos que acaban de quedar sepultados por la roca aquí abajo. Pero supongo que eso le tocará averiguarlo a Okkar cuando vuelva con más gente, ahora que El Nudillo parece seguro.
Cuando todos se reunieron, Hilda entonó las plegarias que ya le habían oído anteriormente, y una explosión de luz sanadora salió de su martillo, curando todo cuanto tocaba. La propia clériga respiró más tranquila, y por fin dejó de parecer que iba a desmayarse en cualquier momento.
Una vez hecho eso, por fin pudo dedicarse a revisar los resultados del combate. Miró a Bharnus, que le ofrecía el pico.
-Gracias, pero nos pertenece a todos. Además, ya poseo un arma mágica-dijo tocando el martillo-De momento quédatelo, ya veremos qué hacemos con él.
Vio que todos los enanos ignoraban el oro y se dirigían al cubo. Había una gran diferencia entre estar poseído por la aurhek y pasar del oro, y Hilda no estaba en ninguno de los dos extremos. Se dedicó a recoger todas las pepitas que encontró, incluyendo las de dentro del altar, y las metió en su mochila.
-Luego las repartiremos-Dijo.
Entonces sí, se dirigió hacia el cubo, viendo cómo Alrik sacaba sus herramientas y trabajaba en las reparaciones. Empleaba sus conocimientos de alquimia y técnica para volver a unir las cadenas rotas, pero Hilda no lo necesitaba. Con una mano cogió los dos extremos de una de las cadenas que había que unir, juntando los eslabones en su puño cerrado, y susurró una antigua fórmula enana.
-Funde el acero, une el hierro, fuertes como los cimientos de la montaña.
Inmediatamente el metal se calentó como si su palma fuese una forja en miniatura, y se fundió y soldó mientras humeaba, sin quemar su mano. Cuando los soltó, ambos extremos estaban unidos como si nunca se hubiesen roto.
Motivo: Plegaria de curación
Tirada: 2d8
Resultado: 7(+2)=9 [5, 2]
Todos curaos 9 de daño. Yo también tengo remendar como cantrip así que puedo ayudar lanzando alguno, que yo no tengo que camuflarlos como tecnología, jeje
Me llevo el oro, que no voy a dejar loot atrás xD el pico ya veremos si se lo queda alguien o lo vendemos y repartimos.
Tras pasar cerca de media hora tratando de arreglar el elevador el grupo al fin lo consiguió. Se subieron a él y accionaron la palanca. La estructura crujió con fuerza y las vigas parecía que iban a ceder al peso, pero el cubo comenzó a ascender lentamente hacia la superficie.
El aire estaba claro que había cambiado. La propia mina se sentía diferente, el Nudillo parecía estar libre de la maldición que lo asolaba. El grupo se dirigió hacia la puerta que no habían podido abrir. Primero tomaron la precaución de mover aquella estantería para usarla como escudo igual que habían hecho antes, pero ningún virote salió disparado de aquel puesto de guardia. Finalmente introdujeron la llave y con un fuerte chasquido la puerta se abrió...
1/2
Bharnus empujó la puerta de acero y entraron a la cámara. Aquella habitación, hecha de piedra trabajada de forma sencilla, tenía en su interior seis contenedores metálicos que se habían ido oxidando poco a poco con el tiempo. Contra los muros se encontraban apoyadas media docena de carretillas, de gran tamaño pero vacías. Los contenedores metálicos almacenaban montones de piedra que, aunque polvorienta, dejaba entrever un débil brillo dorado en la superficie anodina. La capa de polvo que cubría el suelo estaba marcada con huellas en varios sitios como si alguien hubiera caminado de forma nerviosa por la habitación.
Okkar se adelantó con los ojos como platos y se acercó a uno de los contenedores. Cogió una roca con su mano enguantada y la observó rozándola con sus dedos.
-Esto... amigos míos... es vuestra recompensa-les dijo señalando los contenedores- Todo este oro es vuestro. Ahora que conozco el lugar donde se encuentra la mansión de los Manoacero podré volver a poner la fundición en marcha y refinar el mineral -aquello no era poco, los cerebros de los enanos ya estaban haciendo cuentas sobre cuanto oro debía haber en aquellos arcones. Debía haber unas tres toneladas de mena de oro lo que significaba que si lo refinaban... en un par de días tendrían 6000 piezas de oro, es decir 2000 piezas de oro para cada uno. Una recompensa muchísimo mayor de lo que podrían haber esperado. Pero el enano continuó- Os lo habéis ganado. Por ayudarme a liberar El Nudillo y encontrar la localización perdida de la mina principal y por haber descubierto que destino sufrieron los Manoacero y porque de su desaparición. Pero sigo manteniendo lo que os dije, si queréis quedaros conmigo y ayudarme a trabajar en la mina y reactivar el comercio sois más que bienvenidos-les ofreció.
¡Últimos post! Contadme un poco que harán vuestros personajes en el futuro que me da penica despedirme de ellos.
Ethbel subió por el elevador con el ceño fruncido y la maza bien agarrada. Le quedaban pocas fuerzas, pero las suficientes para seguir luchando si la amenaza ahí arriba no había tocado a su fin. Afortunadamente no era así, y pudieron llegar hasta la sala cerrada sin problemas.
Fue entonces cuando la expresión seria de la enana se tornó en una gran sonrisa. No pudo evitar soltar una carcajada mientras repasaba con la vista aquellos arcones repletos de vetas de oro.
-No creí que viviría para volver a ver una fortuna en oro tan grande junta. ¡Loado sea Moradin! Y loado seáis vosotros, a los que considero mis hermanos sin lugar a dudas. Gracias por luchar a mi lado, y por añadir una aventura inolvidable en la última etapa vital de esta anciana.
Rió nuevamente mientras buscaba un rincón para descansar. Quería hacerlo allí, fumando su pipa y contemplando el tesoro y a sus amigos.
Días después, con las heridas repuestas y los pensamientos claros, Ethbel declinaría con pesar y agradecimiento la oferta de Okkar. Tomaría su parte del botín y partiría en busca de nuevas aventuras, pues era su deseo para lo que quedase de su larga vida.
Quizá encontrara nuevos amigos, o puede que su camino se cruzase de nuevo con estos queridos compañeros. La voluntad de Moradin decidirá, y Ethbel estará preparada para afrontar su destino.
Bharnus observó el elevador reconstruido, y se subió sin dudarlo, confiaba en sus compañeros. Pese al crujido y el ruido, no albergaba temor en su interior. Y así llegaron al piso superior. Claramente se notaba que el mal había desaparecido, pues el ambiente era más agradable arriba también.
Con el ceño fruncido usó la llave para abrir el candado. Ese candado había roto su juego de ganzúas, no quería que pasara lo mismo si se habían equivocado de llave. Pero funcionó, y el monje entró con los demás. Ahí estaba el oro del que hablaba Okkar.
- Mucho oro... -gruñó con admiración, nunca había visto ni vería tanta fortuna junta- sólo cogeré un poco, compañeros, con 100 monedas para el Monasterio podremos reconstruir las estancias en mal estado. No necesito más, os podéis quedar todo lo demás -dijo con sinceridad, su vida humilde y sencilla no requería de oro.
- Okkar, vine para ayudarte en tu empresa, y me alegro que hayas encontrado tu camino. Pero el mío aún lo estoy buscando, y estará al aire libre -añadió con ilusión- Nos volveremos a ver, en uno de mis viajes prometo ir allí. Un buen estofado y rememorar historias -una sonrisa sincera se dibujaba en su rostro.
Se giró un poco para ver a todos.
- Hermanos... Amigos -dijo con seriedad, no solía usar esa palabra, pero en ese momento definía muy bien lo que sentía hacia ese grupo- la mayor recompensa con la que me voy de esta mina, es la tranquilidad de saber que salimos los mismos que entramos. Siempre seréis bienvenidos en el Monasterio, las camas son duras pero la comida inmejorable -sonrió.
El monje retomaría su vida tranquila de trabajo, entrenamiento y exploración espiritual. Unos días después podríamos ver a Bharnus meditando en medio de uno de los huertos del Monasterio. Su torso descubierto nos dejaría ver los antiguos tatuajes que recorren su espalda. Motivos fluidos, nada puntiagudos, simulando las llamas del fuego que arde en su interior y que aprendió a evocar. A la altura de los hombros, debajo del inicio del cuello, se verían 3 símbolos tatuados. Claramente se los ha hecho recientemente, pues todavía se nota la piel irritada. Un símbolo referente a los guerreros, uno a los artífices y uno a los clérigos.
Años después volverá a empaquetar su mochila, la colgará al hombro y se dirigirá a la antigua Mansión Manoacero, ahora habitada y regentada por su viejo amigo Okkar. Si va para encontrar su camino o si ya lo encontró, eso es algo que el tiempo dirá.
Al final, entre la técnica de Alrik y su magia, poco esfuerzo supuso arreglar aquel ascensor. Pudieron subir sin inconvenientes, ahora liberados de la presencia ominosa de la maldición. Hilda se preguntaba qué habría ocurrido con los enanos pétreos, ya que no vieron ninguno en su camino. Posiblemente se hubieran desintegrado como se disolvieron las larvas allí abajo, pero era algo que habría que comprobar.
En todo caso, había algo antes: el botín. Con las pesadas llaves, abrieron por fin la puerta, y lo que vieron dentro dejó a Hilda sin aliento un instante: montones de rocas de oro, con las líneas de las vetas brillantes a la escasa luz de la mina. Hilda se acercó y limpió con una manga el polvo de una de las rocas: oro, oro auténtico y puro. Rió de júbilo.
-Bien hecho, hermanos. ¡Por Moradin! ¡La justa recompensa!
Miró a sus compañeros, y sonrió ante las palabras.
-Gracias a vosotros, de veras. Que el escudo de Moradin os proteja siempre, allá donde vayáis. Ethbel, ha sido para mí un honor combatir al lado de una veterana guerrera y aún mayor honor armarla. Que tu martillo te sirva bien durante muchos años.
Bharnus, algún día iré a tu monasterio, no lo dudes. Un lugar que produce tan bravos guerreros es sin duda mercedor de una visita. Me apena que te lleves tan poco de la recompensa, así que te daré otra cosa. Cuando mi arte haya mejorado, iré a tu monasterio y allí os forjaré lo que queráis, ya sea un arma, un techo o un cofre digno de un rey.
Alrik, ha sido un placer poder ver tu arte y tus técnicas. Creo que tus conocimientos son un tesoro para la raza enana y que hay mucho que podríamos aprender el uno del otro. ¡Cuida de esta tortuga, nos ha salvado la vida!
Y Okkar... qué decir salvo que por supuesto. Iré a la ciudad a por suministros, y ya de paso pondré carteles y correré la voz entre los enanos. ¡Levantaremos esta mina de nuevo! ¡Las forjas arderán con oro, hierro y adamantita!
Tras el reparto del botín, Hilda iría a la ciudad de nuevo, a por suministros y a correr la voz, visitando por supuesto la fragua de los genasíes. Y una vez hecho eso y con todos los que quisieran unirse, se dedicaría con Okkar al reestablecimiento de la mina. La próxima vez que la vieran, si todo iba bien, llevaría una armadura completa de placas de acero, y estaría forjando cosas en el nuevo templo-fragua de Moradin que construirían allí.
Algo recuperado tras sentir el calor de Moradin en su interior, Alrik se encontraba más tranquilo durante el ascenso en el recién reparado ascensor, aunque no estaba preparado para la cantidad de tesoro que les aguardaba en la cámara acorazada que el enano corrupto había protegido con su vida. Había tanto oro allí que no le extrañaba que los antiguos habitantes del Nudillo se hubieran vuelto locos de codicia tras perder la guía de sus líderes y dejarse seducir por un antiguo y corrupto dios.
—Por las barbas de mi abuelo, este tesoro es increíble. Me parece inaudito que nadie hubiese venido por estas tierras de nuevo, pues en su época no podía ser ningún secreto que los Manoacero disponían de gran capital, viendo todo esto.
Aún asombrado, paseó por el almacén repleto de arcones llenos hasta los topes de oro, el equivalente a miles de monedas.
—El placer es mío, amigos. Pero mis conocimientos no son míos, sino de toda la raza enana, o esa ha sido siempre mi intención y el motivo por el que publico mis cuadernos. Poner por escrito de forma adecuada la historia de los Manoacero me va a llevar algún tiempo, y no tengo intención de asentarme de momento, jajaja, pero estoy seguro de que nuestros caminos se cruzarán algún día.
Durante los siguientes días, ya de regreso en Aguas Profundas, Alrik se aseguró de anotar todas las historias que pudo sonsacarle a Ethbel sobre los Puñorgullo antes de que esta abandonara la ciudad en busca de nuevas aventuras, compaginando esto con pasar a limpio y ampliar sus notas tomadas durante la "limpieza" del Nudillo. A lo largo de las siguientes semanas redacto y escribió toda la historia conocida sobre los Manoacero, su vida, sus minas y su amargo final, todo ello con la inestimable ayuda de los diarios, almanaques, cartas y otros documentos que Okkar pudo recuperar tras una búsqueda más exhaustiva del Nudillo y de la propia mansión de los Manoacero y tuvo a bien de enviárselos al historiador.
Tras varios meses, el libro estuvo terminado. Alrik aprovechó la gran fortuna que ahora poseía para contratar escribas y crear abundantes copias no sólo de este último, sino de todos sus libros, cuadernos y tratados previos y así mandar al menos una copia de cada uno de ellos a todas las ciudadelas enanas que permanecían en pie, e incluso a las bibliotecas de algunas de las ciudades más importantes de otras razas o reinos. La cultura y la historia enana llevaban demasiado tiempo conservándose únicamente en la roca y en la voz de su pueblo, dando lugar a situaciones como la de Hilda, que había recuperado casi por si misma el culto prácticamente desaparecido de uno de sus más importantes dioses. Cada vez que una ciudadela enana caía, milenios de información eran perdidos. Mientras Alrik viviese, toda esa información se distribuiría y democratizaría, evitando así su pérdida total en casos de desastre.
Con esta tarea hecha, Alrik partió de nuevo en busca de nuevos conocimientos. Sus siguientes objetivos, aprender más sobre Moradin y otros dioses enanos perdidos, y visitar las infrecuentes órdenes monásticas enanas, como de la que procedía Bharnus. Así, apenas un año después de lo ocurrido en el Nudillo, el viejo artífice se reencontró con el joven asceta. Tras fundirse en un abrazo de profunda amistad, Bharnus le presentó a los maestros de la orden. Alrik, como presente trajo para el monasterio parte del tesoro que el monje no había deseado para sí, además de ofrecerles sus conocimientos para crear diversos ingenios y artilugios que les hicieran más llevadera la cosecha o el mantenimiento del templo, a cambio de poder tomar nota de todo lo que allí se hacía y enseñaba. Tras unas provechosas semanas allí, Alrik partía de nuevo con varios cuadernos llenos y la mezcla de alegría y tristeza que siempre se apodera de ti cuando te despides de un buen amigo.
Pasados unos pocos años, en todo ese tiempo tan sólo había realizado alguna visita esporádica de cortesía a la próspera nueva mina de Okkar, donde Hilda había fundado un templo ejemplar. Y en su última excursión al antiguo monasterio de Bharnus, Alrik descubrió que este había partido. Sus ansias de conocimiento lo mandaron lejos, muy lejos, a lugares remotos donde se rumoreaba que vivían enanos, pero nadie podía asegurarlo. Muchos años pasarían, pero no en balde, pues la producción de libros y tratados no se detuvo mientras le duró el dinero, dando a conocer aquellos clanes de sus primos enanos perdidos en montañas y cordilleras muy lejanas. Pero el viejo historiador no era ya sólo viejo. Era increíblemente viejo, para los estándares enanos. Empezó a costarle sostener la pluma escribiendo más de dos páginas seguidas, sus dedos le temblaban y los cristales de sus lentes eran cada vez más gruesos. En sus viajes había conocido a varios enanos más jóvenes a los que encandiló con sus historias y su misión, y sabía que varios de ellos ahora continuaban su obra, aunque fuera a su manera. Quizás fuera hora de descansar.
Así fue como con pesados pasos y la ayuda de un bastón se adentró en lo que antaño fue la Mansión de los Manoacero. A su alrededor, tras tantos años, un próspero pueblo, casi se le podría llamar ciudad, y buscó a sus viejos amigos Hilda y Okkar. Un encanecido Okkar recibió al anciano e invitó a varias rondas de la mejor cerveza enana en su honor a todos los allí presentes, para después guiarle hasta el flamante templo en honor a Moradin que Hilda había construido allí. Dentro del templo, el corazón del anciano Alrik se llenó de dicha. Hilda ya no era una joven ferviente e impulsiva, sino toda una respetada mujer y sacerdotisa mayor de su fe, todo lo cual se reflejaba sin titubeos en su porte y su mirada. Pero también se reencontró allí mismo con Bharnus, a quien sus pasos habían llevado allí varios años antes. Alrik prácticamente rompió a llorar allí mismo. Hacía muchas décadas que no tenía familiares cercanos vivos, pero aquellos enanos podía considerarlos su familia. Los lazos forjados en el fragor de un combate y en nombre de la raza enana eran relaciones templadas como el mejor acero, y rara vez se rompían. Alrik sabía que no podía estar en un mejor lugar para pasar sus últimos días.
Se dice que años después, los niños del asentamiento aún juegan con unas tortugas mecánicas en miniatura, la última obra de un viejo artífice.