Partida Rol por web

La enana se giró al ver como los no-muertos empezaban a entrar en la sala. Podía haber actuado antes pero quería asegurar la muerte de la mole de hueso y eso podría haberle salido muy caro al viejo nigromante blanco. Por suerte las viles criaturas no le habían cogido del todo por sorpresa.

Con paso decidido a hacer aquello para lo que de verdad estaba hecha, se enfiló a la entrada. - ¡Apártese Greyson! De esto me ocupo yo. Usted encárguese de Ochjran. - dijo mientras lo empujaba hacia el interior de la sala con un toque que al contacto pareció más bien una suave caricia que un fuerte empellón. 

En esa enana había algo de divino y sólo con desearlo podía canalizar la fuerza sanadora de su venerado Dios Sol. 

- Y ahora, venid a por mí... - les dijo a esas inmundas criaturas que ya se le estaban echando encima.

Los muertos se lanzaron contra el mago pero la enana se interpuso entre ellos y logró bloquear sus fauces, escuchando el crujido terrible de sus dientes al golpear el escudo de metal de Daratheia. Sin embargo el combate parecía lejos de terminar pues el nigromante se alzaba de nuevo en pie, amenazador. Habían logrado interrumpir su ritual pero no dejaba de ser un enemigo temible y probablemente no tardarían en aparecer más muertos vivientes si no lograban acabar con él pronto.

-Vais a morir en este lugar y vuestros cuerpos formarán parte de mi ejercito hasta el fin de los tiempos-dijo el Nigromante amenazador.

Una vez algo más despejado después de la bola de fuego anterior, Mishima no dudó en atacar duramente a Ochjram. Barik estaba a su lado apoyandole, por lo que tenía una buena posición para ello.
El bo empezó a moverse a gran velocidad golpeando por todo el cuerpo al nigromante. Algunos eran simples roces, pero otros eran de lo más contundente mientras se escuchaba algún que otro crujir de huesos.

El rielar de su cuerpo empezaba a desaparecer, señal de que el poder estaba agotandose. Esperaba que fuese suficiente.

Los muertos inquietos, bajo las órdenes de Ochjram, se abalanzan contra Greyson con intención de separar la poca carne de sus huesos. En un intento por protegerse de la muchedumbre de cadáveres el anciano retrocede al tiempo que se prepara para desatar su magia. Pero un ligero traspiés le hace perder el equilibrio y la concentración, arruinando el conjuro por completo. Entre gemidos y jadeos guturales los muertos caen sobre él, rasgando sus vestiduras y arañando su piel. Uno de ellos se arroja contra sus piernas y clava sus dientes, haciendo caer al anciano con un grito de dolor. El nigromante blanco golpea entonces la cabeza de la criatura con el bastón una y otra vez hasta que ésta retrocede y con dificultad vuelve a ponerse en pie. Un roce inesperado sobre su hombro le hace volver el rostro. La paladina a acudido en su rescate. El cálido tacto de Darathreia le hace olvidar de pronto el dolor. La enana se interpone entonces entre Greyson y sus atacantes, dándole unos segundos para recomponerse.

- Os debo la vida... nuevamente. - agradece el anciano.

Entonces, sabiendo que tiene las espaldas cubiertas, Greyson se gira hacia el nigromante quien parece defenderse con una destreza inusitada de los ataques de sus dos compañeros. Ochjram era un hueso duro de roer.

- ¡Ríndete, Ochjram! - exclama entonces el nigromante - El ritual se ha interrumpido y tu ejército ha sido devuelto a la tumba. No tienes nada. Ordena a tus siervos que regresen a sus criptas. Esto no tiene porqué acabar así.

Las llamas azuladas vuelven a brotar del cráneo sobre su cayado. Las almas que se arremolinan en lo alto de la estancia aúllan nuevamente. Les basta una orden en aquella lengua muerta y atacan nuevamente a su enemigo, cayendo sobre él con furia renovada.

El combate era cada vez más violento. Grend golpeaba al Nigromante tratando de mantenerle a raya. Ochjram había levantado su báculo para lanzar un nuevo hechizo sobre su adversario cuando escuchó las palabras de Greyson.

-¡Nunca! ¡Tu poder es insignificante! ¡Te convertiré en polvo al igual que a tus amigos!- en ese momento le apuntó con el dedo del que salió una llama de fuego verde que se estrelló contra el hechizo del Nigromante blanco. Tal fue la fuerza de la explosión que Grend rodó por el suelo debido al impacto. De un salto se incorporó alejándose de las llamas que se entrelazaban iluminando la sala con colores siniestros.

Los dos enanos mantenían a raya a los zombies que venían por el pasillo. Cada vez eran más, agolpandose contra sus escudos, pero con sangre y acero los mantenían alejados de sus compañeros.

Sin embargo las llamas de su aliado parecían ser ahora más poderosas que las del malvado Ochjram. En ese momento se dio cuenta de que estaba débil debido al combate y trató de distraer a su adversario.

-Espera! Tienes razón! Me rendi...-pero de poco le sirvió aquella estratagema pues no la pudo llevar a cabo. Las llamas azules se apoderaron de su cuerpo, inundando el lugar con el olor dulzón de la carne quemada. Con un último esfuerzo trató de lanzar otro hechizo a sus enemigos pero ya era demasiado tarde. Con un grito desgarrador empezó a encogerse de dolor mientras su cuerpo se iba enegreciendo hasta caer al suelo sin vida.

Daratheia notó un golpe seco en su escudo. Al mirar vio que uno de los zombis que la atacaban había caído contra ella, ahora inerte y sin vida. Barik no esperó ni un segundo y reventó el cráneo del cadáver vacio de maldad.

Tras unos segundos donde nada se movió lo más mínimo, donde solo se escuchaba el lento crepitar de las brasas que quemaban la carne muerta del nigromante, el grupo supo que habían acabado con la amenaza para siempre.

Barik levanta de nuevo su hacha de batalla pero ninguno de los esqueletos se volvió a mover. Pudo relajarse un momento para tomar aire, observar los rostros sudorosos de sus compañeros y decirle a su jefa.

- Darathreia, vamos a tener que renegociar las condiciones de nuestro acuerdo. Exijo mayor parte de las ganancias.

Tras lo cual se dispuso a saquear el lugar, las misiones personales no se pagan solas.

Mishima se levantó con rapidez del suelo pese a la explosión del conjuro de Grayson, listo para seguir peleando contra el oscuro nigromante. Más no hizo falta. Lo cual llegó justo con el final de su poder, y su silueta dejó de estar difuminada.
El oscuro había caido. Y al parecer con él su ejercito.
El monje se apoyó en su bastón cansado, pero su sonrisa era visible.

Bufff. Menos mal que no había nada raro aquí abajo. Si llegamos a encontrar problemas no sé qué habría sido de nosotros.

Suponía que después de aquello ya no habría más peligro para la ciudad, y eso era bueno. Así podría seguir con su busqueda. Había sido necesario para la defensa de Socanth, y le alegraba haber ayudado. Pero no podía abandonar su misión. La deuda de sangre era demasiado profunda. Aunque sin duda no se marcharía aquella noche.

Bueno. Creo que nos merecemos un buen descanso. ¿A alguien le apetece una jarra de leche? Deberíamos poder celebrarlo.

El contraataque del nigromante no se hizo esperar y ambos conjuros se encontraron a mitad de camino en medio de un despliegue de energía arcana. Greyson sintió como cada pelo de su barba se erizaba mientras sostenía su bastón. Las almas de los muertos brillaban con una luz cegadora y sus alaridos se entremezclaban con el crepitar del fuego. El anciano pudo sentir entonces todo el odio y la ira del nigromante negro sobre sí. Reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, Greyson aferró su báculo con ambas manos. Al final pudo ver el brillo de locura en los ojos de su enemigo. Le había dado una oportunidad de redimirse y éste la había rechazado.

Segundos después un estallido y un alarido. Los espíritus han obtenido su venganza y ahora descansan en paz. El cuerpo sin vida de Ochjram, consumido por su furia, yace en el suelo.

- Adiós, viejo amigo - susurra el anciano junto a los restos de su adversario.

Greyson se vuelve hacia sus camaradas para comprobar que todos se encuentran bien. Los muertos vivientes, faltos de la fuerza nigromántica que los animaba, habían caído por tierra. La paz y el silencio reinaban nuevamente en aquellas catacumbas olvidadas.

- Gustosamente compartiré esa jarra, maese Mishima - responde Greyson con una carcajada cansada - Ciertamente nos lo hemos ganado.

La enana se quitó el peso del cadáver que ahora estaba inanimado. Era una pena ver esos cuerpos que habían pertenecido a ciudadanos de Socanth corrompidos y deshonrados.

- No les dejó descansar ni después de muertos. Espero que en el infierno le recuerden todas las deudas pendientes...

La enana se giró y con la mejor sonrisa que Barik la había visto hasta ahora que tampoco es que fuese un derroche de expresividad le dijo...

- Con lo que te pague podrás beber cerveza sin preocuparte de que la bolsa se vacíe en un año entero.

Daratheria sabía que los buenos hombres tenían placeres sencillos. Cantar, bailar, beber y contar batallitas al calor del hogar...

- Me alegro de que todos estéis bien y esto haya terminado por fin. Buscadme cuando necesitéis la ayuda de los señores enanos. Nunca cerramos las puertas a un amigo.

Barik encontró un par de brazaletes y algunas gemas que podrían vender por una buena suma de dinero enterradas entre los huesos. También encontraron un diario ajado que pertenecía a un nigromante llamado Acererak aunque Greyson advirtió que era mejor no leer aquel terrible documento se guardó el diario para evitar que cayera en malas manos. Necesitaría una vida para estudiarlo, aunque no era esa su intención.

Cuando salieron de la cripta el guardia que estaba apostado en la puerta casi se cae al suelo de la sorpresa. Corriendo fue a avisar a su superior. No tardó en llegar Arneson que les acompañó a la taberna y, mientras descansaban y tomaban unas cervezas y algo de leche, el grupo contó cómo había descubierto donde estaba Ochjram, que se las había ingeniado para librarse del ejercito del archiduque. Explicaron con detalle como lo habían derrotado eliminando a sus no muertos y a la criatura de hueso y cómo el nigromante había luchado hasta el final.

El pueblo de Socanth celebró aquella noticia durante toda aquella noche y todo el día siguiente. El alcalde  hizo que se reunieran todos en la plaza de la ciudad e hizo entrega de la "Pluma Blanca" por su heroismo. También compadeció allí el nuevo sacerdote, un semienano de barba cana, que prometió delante de todo el mundo que su templo siempre sanaría sus heridas sin recibir tributo alguno. 

Así las celebraciones continuaron y, a su regreso, el archiduque y el resto de soldados se unió a la fiesta cansados por la persecución pero alegres de que por fin la guerra contra el nigromante se hubiera acabado.

y así es como termina la historia de los Héroes de Socanth, que libraron a la ciudad de la muerte y cuyas batallas cantan aún hoy en día los trovadores en las tabernas.

¿Que si lucharon juntos alguna vez más? Puede que sí, pero eso es otra historia.