No podía sacar el revólver porque se le había olvidado, así que apagó la pipa que había cogido y se la metió debajo de la chaqueta para aparentar que iba armado.
Se alisó la chaqueta y tocó dos veces la puerta con los nudillos, sin esperar a que le diesen paso entró en la habitación, echó un vistazo rápido y reconoció unas cuantas caras.
Se acercó con paso lento y seguro a la mesa central y se sentó saludando con la cabeza a los presentes:
-Vaya, parece que nadie me iba a invitar a esta velada.
Dicho esto sacó de un bolsillo de su chaqueta un montante importante de dinero que cambió por fichas.
Pasaron horas de juego poco a poco se fueron eliminando los jugadores hasta que sólo quedaban tres de los 10 que habían comenzado.
Estaba en una situación no muy buena pues había perdido las tres cuartas partes de las fichas, pero le vino una buena mano J y Q apostaron los tres fuerte desde el principio y el crupier fue levantando las cartas apareció primero un K de corazones, seguido de un 10 de picas, K de picas y un 3 de diamantes.
Quedaba por sacar una carta, tenía un proyecto de escalera real en picas pero necesitaba el As no sabía que hacer pues a sus dos contrincantes se les veía muy seguros.
No tuvo ninguna duda de que era el momento adecuado para poner cara de póquer. Pero no sabía hacerlo. Era muy fácil leer su cara y, cada vez que intentaba ocultar sus emociones bajo una mirada imperturbable, torcía inconscientemente la boca y arrugaba la nariz, quedando como un panoli. Por otra parte, sabía mover las orejas y silbar entre los dientes, pero no le convencía ninguna de las dos técnicas como adecuada para su "golpe de efecto".
Aunque, para compensar, la naturaleza le había dotado de un agudo sentido para intuir los pensamientos de los demás.
- Humm... carta, por favor.
El naipe llegó bocabajo a su mano, pero no lo viró. En lugar de eso, lo levantó en vertical para dejar que sus rivales vieran la carta, aunque él no pudiera hacerlo. Ellos la miraron durante unos segundos y lucharon por mantener sus caras inmutables.
Sin embargo, la expresión en sus rostros era de alegría. Destapó sus cartas el hombre a su izquierda, al tiempo que decía triunfante.
- ¡Un as! Carta más alta. Gano yo.
Como si de un vulgar extra de una película mala de mafiosos se tratara, sonrió satisfecho mostrando su diente de oro y su terrible cicatriz. Siempre había alguien con una horrible cicatriz.
- Me temo que deberás borrar de tu cara esa expresión satisfecha, amigo.
El otro habló con aire chulesco y lanzó su mano sobre la mesa, anunciando:
- ¡Pareja de sietes! Jajaja. Yo gano.
Y cuando se abalanzaba sobre la mesa, le detuvo el propietario de la casi escalera de color, que aún ignoraba su carta.
- Un momento...
Con destreza, fue destapando uno a uno sus naipes con la izquierda y volvió hacia sí la carta que aún sostenía en la derecha. Al verla, soltó aire por primera vez en toda la partida y el botón de su pantalón se resintió.
- Pareja de dieces. Ustedes pierden.
Y menos mal. Porque no tenía ensayada la cara de derrota.
Parsimoniosamente, me levanté de la silla apagando mi cigarrillo en el cenicero mientras comenzaba a coger los billetes abandonados sobre la mesa cuando noté en mis riñones el duro y frío metal del cañón de una pistola.
Me giré lentamente para quedarme mirando la sucia y desdentada boca de mi contrincante, a escasos centímetros de mi oreja.
- El último hombre que intentó engañarme descansa en el fondo del canal, con unos zapatos de cemento. dijo inundándome con su maloliente aliento.
- ¿Me estás llamando tramposo? dije intentando ocultar a duras penas mi inquietud. - El último hombre que me llamó tramposo, descansa en una cama de pino con todos los dedos rotos. añadí con voz susurrante.
Por un momento, el silencio ocupó toda la habitación... pero duró poco.
Un disparo, y el silencio volvió de nuevo.