También está Eva. Muerta. Dos disparos: uno en el estómago y otro en el pecho.
(sigue...)
Y Renacuajo. Sangra por media docena de heridas; su cuerpo está lacerado por sablazos en el torso y en la cabeza, pero lo que lo mató fue un certero disparo al corazón.
(sigue...)
La capitana Suzanne Matatigres yace en una mesa. Respira. Sigue inconsciente, aunque la fea herida que tenía en el pecho, producto del atentado contra su vida, fue cosida. Es la única persona viva allí abajo.
(sigue...)
Annalise y Andrei bajan a la cubierta inferior, donde se encuentran con todos los muertos: Alvin, Amputapatas, Eva, Renacuajo y otros tres hombres. Casi todos en la enfermería. La única que sigue viva es Suzanne. También se encuentran con Dafne, la pelirroja, a quien se la ve bastante malherida. Renguea. Al doctor Émil no se lo ve por ningún lado. Ha desaparecido completamente. Arriba, los ruidos de la batalla han cesado. Reina el silencio en el Rapaz.
Todos reunidos... excepto Hans. ¿Conversaciones, cosas que decirse, preguntas? Luego vamos a un breve epílogo y terminamos.
Te pierdes en las sombras. En el camino no te cuesta conseguir pan y agua. Al subir a la cubierta superior nadie te presta atención. Los combatientes siguen sumergidos en la batalla. Son pocos, apenas una docena. El resto son cadáveres. La cubierta está azotada por nubes de pólvora, sangre y cuerpos tendidos sobre la madera. Uno de los mástiles del barco fue derribado de un cañonazo, y ahora se tambalea sobre la borda. Ves allí a Annalise, a Andrei, a Hendrika.
En el castillo de popa están los botes. Te vales del cuchillo para dañar a los tres que no usarás, y quitas los amarres del que será tu vía de escape. Nadie te ve. Nadie se da cuenta de que lo bajas al agua. Nadie nunca sabrá que vio a Hans Grüber. En ese momento, presencias la muerte de Hendrika.
(sigue...)
Hendrika ve lo que ha causado: el barco ha perdido uno de sus mástiles, dos decenas de hombres yacen muertos en el caos de la batalla, la sangre que lo cubre todo...
Y sonríe, porque Hendrika sabe que del caos saldrá victoriosa. Ahora tan sólo necesita el libro, pero para eso tendrá que volver a lidiar con el falso doctor, de quien se ocupará luego. Entonces ve a Annalise, indefensa, debilitada, que echa a correr a través del barco hasta el trozo de mástil quebrado que tambalea en la borda del barco, a punto de caerse al agua. Annalise empuja el mástil con el hombro, haciendo fuerza para terminar de tumbarlo.
El empujón de Annalise no es suficiente, pero Andrei se coloca a su lado, y juntos empujan el gigantesco mástil hasta que oyen un crujido. La madera comienza a moverse. Hendrika desenfunda la pistola y apunta a Andrei, que está desguarecido. Hora de terminar lo que empezó hace semanas, cuando apuñaló a Grigori por la espalda y disparó a Bjorn en el corazón, antes de arrojar sus cuerpos al mar.
—Por Ludo —murmura.
Hendrika no se da cuenta de que tiene el pie enredado en las sogas del mástil. Annalise y Andrei le dan otro empujón más y, ahora sí, el mástil termina de caer al agua con un estruendo. El mástil arrastra consigo todo lo que estaba atado a él, como un par de barriles y un cañón. La cuerda que unía al cañón y al mástil se tensa en torno al pie de Hendrika, convirtiéndose en una trampa mortal.
Hendrika pierde el equilibrio justo al mismo momento en que dispara. La bala pasa zumbando por al lado del rostro de Andrei. Ella cae de boca al suelo. El mástil empieza a hundirse y se lleva consigo al cañón... y a Hendrika, que es arrastrada por la cubierta. Intenta aferrarse a los tablones del suelo pero no sirve de nada. Sus dedos dejan un rastro de sangre allí donde sus uñas se rompen y se quedan clavadas en la madera.
Hendrika grita con desesperación hasta que cae por la borda, al agua, y el peso del cañón y el mástil que atrapan su pie es demasiado y la lleva hacia el fondo del océano. Abajo, abajo, abajo. Hendrika se hunde en las profundidades y el agua salada le llena los pulmones. Se remueve con desesperación, pero es demasiado tarde: el destino de los ahogados la espera. La oscuridad del mar se cierra en torno a ella, la recibe y la abraza hasta que finalmente el cuerpo de Hendrika van Haas desaparece por completo de vista.
(sigue...)
Los hombres de Hendrika terminan por rendirse. Para ese entonces, ya estás en el bote, remando, cada vez más lejos del Rapaz, que comienza a ser una miniatura a la distancia.
Por cuestiones técnicas tengo que detener la actualización en este punto, porque me faltan unos posts de los demás. Entretanto, si quieres postear pensamientos o impresiones de Hans, bienvenido sea. Apenas tenga el post de los demás continuamos ;).
Andrei corre hacia Annalise, sin perder el rastro de Hendrika mientras ésta combate contra el elemental, aunque obviamente pierde el foco cuando empieza a empujar el mástil junto a la alquimista. Lo hace de manera desesperada, al menos hasta que escucha una pistola ser martillada a sus espaldas. El espadachín le da otro empujón, y se gira justo después, asegurándose de cubrir a la chica con su cuerpo, abrazándola por la espalda.
Sus ojos buscan los de Hendrika, una última mirada de desafío. Tal vez sí logre ser capitana después de todo, pero lo será de un navío apenas en condiciones navegar, y con una muy reducida tripulación... aparte que los que queden seguramente no sean del todo leales a ella. Al menos habían logrado parte de los objetivos.
No obstante, la muy rabiosa no se percata de lo que han hecho en realidad, errando el disparo por milímetros y cayendo de boca al suelo. La gravedad hace su trabajo, ¿qué es el peso de un ser humano frente a la madera y el metal? El mástil empieza a hundirse en el agua, luego el cañón, y finalmente el cuerpo de Hendrika. El isleño siente algo de pena, después de todo morir ahogado es una de las peores formas de hacerlo, pero... no le da muchas vueltas. Era matar o morir.
Los pocos piratas que quedan empiezan a soltar sus sables y pistolas, clara señal de que se han rendido.
— Vigiladlos, aunque con Hendrika muerta, no creo que vayan a dar muchos más problemas. Ahora lo importante es... ver cómo podemos llegar a tierra firme —dice, en voz alta. Acto seguido, se gira y abraza a Annalise con suavidad—. Todo terminó, estamos bien —afirma.
Se separa ligeramente de ella, aunque todavía la toma de la mano y apoya la otra en el hombro de Wilbur, a quien dedica una sonrisa cansada.
— Los títulos, buen Wilbur —le recuerda al anciano—. Me alegra ver que estáis bien, Annalise sin duda va a necesitaros.
La alquimista recuerda que el libro todavía no está en buenas manos, y Andrei asiente, no sin antes envainar su espada, todavía llena de sangre. Luego, baja las escaleras.
1/2.
Resulta evidente que las cosas arriba sucedieron tan "bien" como abajo. Andrei sangra por varias heridas, aparte de respirar entrecortadamente y con pesadez. Su escudo está astillado, incluso tiene manchas de sangre. La vaina de su espada, por otro lado, está empezando a tintarse de carmesí.
El isleño adopta un gesto taciturno y triste cuando recorre con la mirada a los muertos, en especial Amputapatas y eva, pero no hay tiempo para lamentarse, al menos no de momento, por lo que suelta un suspiro de alivio al darse cuenta de que Suzanne todavía respira. Claro, tuerce el gesto cuando, al hacer un conteo de cabezas, la del buen "Émil" no está por ningún lado. Sus ojos enfocan a la pelirroja.
— ¿Qué rayos sucedió aquí? —la respuesta era obvia, pero aún así quería tenerlo en claro—, ¿y dónde está el doctor?
2/2.
No pudo intercambiar demasiadas palabras con Andrei porque la situación habló por si sola, pero si hubo un intercambio significativo de miradas por parte de Anna y ese abrazo que sentido, dijo todo lo necesario para continuar lidiando ahora con una situación nueva.
Y tanto que al ir hacia el sitio en dónde se encontraba Suzanne, lo que descubrió fue muy desalentador. Más muertes y la pelirroja herida, eso sí que le preocupó. Al menos le caía mejor que su tío, justamente el susodicho no se encontraba allí. ¿Se había ahogado en sus palabras?
Andrei hizo las preguntas que ella misma hubiera hecho, así que solo se acercó a Daphne para revisar su herida mientras se alegró de que la Capitana aún seguía con vida.
—Quisiera ver cómo está tu herida. ¿Me permites?—dijo con una cordial mirada a la pelirroja.
Para cuando Andrei y Annalise encontraron a la pelirroja, esta mostraba un estado catatónico, deambulando por la cubierta con la mirada perdida, confusa. En un principio siquiera respondió a las preguntas del espadachín, como si su mente estuviera en otro lugar, uno mucho más lejano y no hubiese reparado en las cuestiones. Wanda tenía los ojos enrojecidos, indicativo de haber llorado recientemente y presentaba un aspecto bastante lamentable, con las manos manchadas de sangre fresca, así como su camisa y pantalones; amén de sendos rastros de vendas en un par de heridas que se entreveían en sus ropajes hechos jirones. El aspecto en general era el de alguien que había resultado superviviente a una auténtica masacre: la que se había llevado a cabo en la enfermería.
Se apoyó sobre un saliente del barco, dejándose caer con lentitud mientras los miraba con gesto de impotencia. Aún le costaba buscar las palabras adecuadas.
—Un desastre —dijo, al fin, en un tono de voz bajo—. Eso es lo que ha ocurrido. Varios de los piratas estaban aliados con Hendrika, entraron en la enfermería y nos amenazaron... Querían matar a Suzanne... Comenzaron las hostilidades y la mayoría murieron entre disparos y sables... —suspiró con pesadez—. Ha sido horrible. Nunca he visto tal cantidad de muertos a mi alrededor... —guardó silencio, durante un momento, asimilando la otra pregunta que le había planteado—. Él también ha muerto —comentó, en referencia al destino de su tío, parca en palabras y sin rastro alguno de emoción o dolor. Ni siquiera su expresión mutó a una que denotara tristeza.
La muchacha jadeó, un tanto extenuada, bajando la vista al suelo, justo para percatarse de que Annalise se interesaba por su herida del costado, que era la más grave. Por un instante el rostro de Wanda se iluminó un ápice, al cruzar sus ojos con los de la joven. Parecía buena persona, lo intuía.
—Sí, claro —accedió a su ayuda—. Uno de esos desgraciados me atravesó con su alfanje y creí que me moriría allí mismo. De no ser por este vendaje improvisado dudo que hubiese sobrevivido, porque he perdido bastante sangre —chascó la lengua—. Pero la verdad es que una atención médica en condiciones y un tiempo de descanso será lo mejor para recuperarme plenamente —añadió, tratando de esbozar una sonrisa, quedándose en el intento.
Entonces cayó en la cuenta de que aún no les había preguntado por lo acaecido en el exterior.
—¿Hemos ganado? Decidme que sí, por favor... ¿Se ha solucionado el problema del motín? —inquirió.
Esperaba que así fuera.
Hans Grüber rema espoleado por una primigenia emoción de satisfacción con el libro en su regazo mientras el Rapaz se pierde en el horizonte.
A pesar de todos los avatares que han surgido en su corta travesía en el Rapaz y del peligro muy cierto de muerte en el que se ha visto involucrado, ha logrado perseverar. Su separación de Wanda ha sido un mal necesario. La niña hubo de contemplar el verdadero rostro Barón en su lado más oscuro y sanguinario cuando aún no estaba preparada. Y cabe plantearse... ¿Lo habría estado alguna vez? Posiblemente no. Con todo, la muy desagradecida le debe la vida. ¡Si no fuera por su estupidez, esos piratas seguramente seguirían vivos y él habría logrado desenmascarar a Hendrika van Haas con el testimonio de Ma-Ma-Ma-Mauritz!
Cuando Hans piensa en las genialidades que habría podido lograr ganándose el respeto y la admiración de ese hatajo de truhanes sin seso... ¡Y todo se ha echado a perder por el orgullo de esa malnacida de Wanda!
Debería haberle disparado.
En el duodeno.
No. Debería haberla apuñalado.
En el píloro.
Bah...
Hans no se lamenta de nada. De nada. ¿Cómo podría hacerlo? Van Haas ha muerto. Lamentablemente, no por su mano, pero ha muerto ahogada. Una muerte agónica, quizás demasiado rápida, considera el siniestro Hans. Suzanne quedó viva por su mano, pero muy débil. Imposible saber si se recuperará por sí misma. No hay médico a bordo del Rapaz. No hay botes. Por no haber, no hay ni mástil. La tripulación está diezmada. Su destino, salvo una excepcional suerte, está sellado.
En tiempos, cuando Hans seguía activo en el circuito criminal, su reputación se caracterizaba por la de ser un sofisticado líder de banda que tramaba con extenuante detalle sus planes, no toleraba errores y que no solía derramar sangre inocente. Su estancia entre piratas ha permitido a Hans rememorar la razón por la que los ladrones profesionales son un estamento superior al de estas alimañas de mar: los ladrones puede que no tengan honor, pero tienen reglas. Los piratas son meros salvajes, anárquicos por definición. No conocen más lealtad que la personal y persiguen intereses hedonistas, más que materiales.
Todo lo anterior permite a Hans concluir que ha liquidado a pocos piratas para lo mucho que los desprecia, pero... tendrá que valer.
Mientras rema, su mente se abstrae pensando el curso natural de acción. Debe memorizar el libro. Tiene pistas interesantes que podría valer la pena seguir, pero Hans no es un supersticioso ni un ingenuo. ¿Cuánto hay de verdad en él?
También debe cambiar de apariencia. Otra vez. El sino del Barón de Münchausen.
—Creo que esta vez... me dejaré una barba aristocrática... Hmmmmmm-hmmm-hmmm-hmmm...
Sigues remando en el atardecer. El Rapaz se aleja, muere a la distancia, ya no es más que un sueño lejano en el horizonte. Un mal par de días. Eso fue todo. El libro está contigo y eso es lo único que importa. La Isla del Sueño Ahogado, la Fuente de los Eternos, los asesinatos rituales en las calles de Antongrado, las alabanzas al Rey sin Rostro...
Todo está en el libro.
Sigues remando. Se hace de noche. Racionas la comida con inteligencia; breves sorbos de agua, fugaces mordiscos al pan duro y agusanado. ¿Adónde te diriges? No tienes ni idea. Algo recuerdas de los mapas y cálculos del camarote de la capitana Suzanne Matatigres. Sigues lo que crees que es el sudoeste, tomando como referencia la constelación que algunos llaman la Lanza del Profeta.
Sigues remando y ya casi no sientes los brazos.
Y entonces, a la tercera noche en el bote, aparece la niebla. Súbitamente, la humareda se escurre por encima de las aguas y lo invade todo. Es igual a la que viste tantos días atrás, en el hundimiento del barco en que viajabas con Wanda. Tan densa que no logras ver a más de tres palmos de distancia. Viajando a ciegas entre jirones de niebla, de pronto tu bote golpea contra el casco de una nave. Al levantar la cabeza ves una carraca.
Su nombre está grabado sobre la madera, en letras esmaltadas: Venturoso.
Fin del capítulo REBELDES CON CAUSA
Sigue en el último capítulo, OTRO DESTINO...
El isleño se mordió el labio inferior, inseguro, al ver el estado de la pelirroja. Quizás había sido demasiado impetuoso en sus preguntas, sin antes tomarse un momento para ver si estaba bien. Claro, era difícil estar bien en una situación así, por no mencionar las heridas por las que sangraba, así que Andrei esperó a que fuese capaz de hablar, sumido en un respetuoso silencio.
Su explicación no distaba mucho de lo que él mismo había imaginado, aunque se sentía un poco más tranquilo al saberlo con certeza. Alzó un poco las cejas al escuchar que el doctor había muerto, aunque si sintió algo al respecto, su rostro no lo reflejó, al igual que ella.
— Lo siento —dijo, más de forma mecánica que otra cosa... tenía los sentidos embotados.
Le dedicó una sonrisa amable a Dafne cuando accedió a que Annalise revisara sus heridas, y agradeció que la muchacha estuviera ahí para... subsanar, por decirlo de alguna manera, la pequeña afrenta que le había hecho a la pelirroja.
— Tiempo tendrás, sin duda... no tenemos ni idea de cómo vamos a hacer que el barco llegue a tierra firme —reconoció, sincero, y también un poco nervioso al respecto. No le agradaba la idea de estar en altamar con un montón de piratas que acababan de salir de una masacre.
La última pregunta de la muchacha hizo que el espadachín cerrara los ojos, quedándose en silencio por un par de segundos antes de suspirar amargamente, abrir los ojos y mirarla.
— "Ganar" es una palabra demasiado generosa —hizo una pausa—. Hemos sobrevivido, y la mayoría de piratas que también lo hicieron son leales a Suzanne, así que con algo de suerte podremos estar en paz hasta que la capitana se recupere —continuó—. Sólo espero que la ponzoña de Hendrika haya muerto con ella... aunque nunca se sabe —se llevó una mano al tabique nasal, masajeándolo con suavidad—. Habrá que tener cuidado, ya confesó haber... asesinado a dos de nuestros amigos, pero creo que las cosas deberían ir a mejor ahora...
Ya cuando se dispuso a revisar las heridas, mucho no tenía por hacer y tal vez en el lugar donde descansaban tendría alguna que otra pócima para ayudar a curar estas heridas. Así que de momento cortó su vestido a tiras para tratar de vendar a Wanda mientras mantenía una conversación con ella y Andrei.
—Lo siento mucho, de verdad—dijo un tanto apenada—. Nosotros arriba también lo hemos pasado mal, pero todo ya terminó así que ahora espero... No debemos preocuparnos por nada ahora mismo, aunque nunca se sabe.
Con respecto a si habían ganado, era muy difícil de considerar y aún así, respondió tras su amigo.
—Demasiadas pérdidas, un barco destrozado, a la deriva. Es un poco complicado todo, aunque lo importante es que estés bien—comentó al terminar de vendar a Wanda—. ¿Sabes donde está el libro? No quiero que caiga en manos de algún aliado de Hendrika que estará juntando odio desde las sombras.
Por lo que relataban, la batalla en cubierta debía haber sido encarnizada e igual de mortal que la que se había librado en la enfermería. Wanda no tenía ningún interés en comprobar de primera mano cómo estaba el panorama allí arriba, porque suficientes cadáveres y sangre habían presenciado sus ojos por un día. "O por una vida" —dijo para sus adentros, ansiosa por echarse a dormir y dejar atrás esa aciaga jornada.
—Supongo que podemos intentar reparar el mástil... —comentó, acariciándose el mentón pensativa en respuesta a Andrei—. Imagino que hay materiales y herramientas suficientes para ello, aunque nos lleve un tiempo conseguir que el barco llegue a la isla más cercana... Al menos tendremos una oportunidad de verdad. Si Suzanne hubiese muerto no sé qué sería de nosotros entonces —respiró hondo, agradecida de que ninguna bala desviada hubiese acabado con la existencia de la capitana. Bastantes problemas habían tenido que lidiar ya.
La joven se giró con delicadeza, para que Annalise pudiera socorrerla. Sin embargo, no dejaba de observar con recelo a su alrededor; aún no se fiaba de que todo hubiese acabado.
—Gracias, yo también me alegro de que vosotros estéis bien —murmuró con una leve sonrisa, tras recibir los cuidados de la chica, aunque luego su rostro varió a uno con tintes serios tras preguntarle ella acerca del misterioso tomo que tanto parecía interesar a todo el mundo—. ¿El libro? Se ha perdido, me temo. Lo llevaba encima mi tío para que no lo tuviera Hendrika en sus manos... A saber dónde estará ahora... ¿Tan importante es que le ha costado la vida a tantas personas? —se interesó mientras se incorporaba con lentitud.
Wanda hizo el amago de querer añadir algo más, pero finalmente cerró la boca, mirándolos con empatía. Quizá en otro momento, en otra ocasión.
El sol se pone y la noche se adueña del mar. Las aguas están tranquilas y el barco se mece suavemente sobre ellas. Sopla una brisa agradable. La rebelión de Hendrika fracasó. En la enfermería, sobre la mesa de operaciones, la capitana Suzanne Matatigres abre los ojos por primera vez en muchas horas.
Fin del capítulo REBELDES CON CAUSA
Sigue en el último capítulo, OTRO DESTINO...