Pasan cinco días hasta que Suzanne termina de estabilizarse. Sigue débil, le cuesta respirar y necesita apoyarse en un viejo bastón para caminar. La capitana, al enterarse de lo que ha sucedido luego de que la apuñalaran, no pierde el tiempo. Ordena una ceremonia para sepultar en el agua a los leales muertos, y la ejecución de los rebeldes que sobrevivieron. Todos ellos son degollados y arrojados al mar sin miramientos. Hay en Suzanne una sombría amargura que solo consigue empeorar cuando se entera de que el libro, aquel preciado libro que guardaba en su camarote, ha desaparecido junto con el doctor Émil, quien murió en acción.
Uno de los dos mástiles del barco se ha quebrado fruto de un cañonazo y, en consecuencia, la navegación se torna un martirio. Afortunadamente, tantos piratas han muerto en el combate que ahora las provisiones de comida y agua resultan abundantes para los que han sobrevivido. Apenas estáis vivos vosotros, el anciano Wilbur, Jan el Bello, otros cinco hombres y Suzanne. Quince días luego de la rebelión de Hendrika, se avista tierra firme en el horizonte.
(sigue...)
Suzanne, en la cubierta junto al resto de los tripulantes, se ve aliviada al ver que habéis llegado a destino.
—Tenemos que estar al sur de Antongrado —dice, mirando un mapa—. Cien o ciento veinte kilómetros al sur.
Las gaviotas revolotean sobre la fragata. La capitana mira el barco destrozado y a la escuálida tripulación que ha sobrevivido luego de la masacre.
—Qué desastre —masculla, con la voz llena de resentimiento—. Qué puto desastre. Hendrika era peligrosa, sí, pero siempre creí que podía controlarla. Mierda. Tanta gente muerta porque no supe ver lo que se cocía bajo mis ojos. Eva, Amputapatas, Émil, Niklas, Fredrick, Jef, Maximilien... Mierda.
>>Annalise, Andrei, Dafne: el viaje termina aquí. Os dejaré en tierra firme y nos iremos por caminos separados. Lo siento, pero no os puedo llevar más lejos. Casi no tengo tripulación, el barco es un despojo, el libro está perdido, ¡ni siquiera tengo ron! Voy a necesitar mucho tiempo para poner las cosas en su sitio. No sé qué haré a partir de ahora. Tal vez rearme el barco y me vuelva a las Islas Oceánides. Allí siempre hay presas fáciles, pequeños navíos que no cuesta nada asaltar.
Vamos al final: ¿adónde irá cada personaje? ¿Wanda se queda con Andrei y Annalise? En la escena de ambientación están todos los lugares del mundo donde se puede ir. Actualmente el barco está al sur de la ciudad de Antongrado. Así ya voy pensando qué puede pasar en la siguiente aventura (dicho sea de paso, en la próxima, para quienes quieran seguir, los PJs ya serán de nivel 2).
- Andrei tenía una subtrama de su PJ en Antongrado, así que tiene cosas para hacer ahí.
- El objetivo de Annalise, si mal no recuerdo, era juntar apoyos para recuperar la tierra de su familia: eso lo puede hacer en cualquier lugar donde haya nobles, porque Wilbur tiene muchos contactos (en esta partida Wilbur fue un inútil, pero porque es un hombre que no se lleve bien con piratas). Por otro lado el libro se perdió, pero en la escena donde lo leyó (al final de la primera escena) llegó a encontrarse con algunas pistas sobre su contenido.
- Por su parte, Wanda encontró alguna pista sobre el posible paradero de su padre, pero con Amputapatas muerto... está difícil.
Por cierto, en la escena anterior Wanda preguntó por la importancia del libro, cerré la escena para adelantar las cosas, pero se le puede responder en "modo flashback".
La sospecha se instauró en la alquimista cuando le comentó Wanda que el libro había desaparecido. De alguna manera su intuición le estaba diciendo que ese hombre no había fallecido y se quedó con el libro fingiendo su muerte. Con todo el lío que surgió en el barco, todo aquello era previsible y jamás le creyó ninguna palabra a ese doctor.
No obstante, Anna le comentó que si era importante para ella porque lo era para su amigo que falleció y por él, haría lo posible para obtenerlo. Más allá de que Suzanne se la veía un poco mejor, acató la directriz porque le pareció lógico y tras mirar a Andrei, supo que el siguiente paso era Antogrado.
—Iré contigo, junto a Wilbur y tú...—miró a Wanda—. Puedes venir con nosotros, me has caído bien y no sé... Siento que podemos forjar un camino todos juntos. ¿Aceptas?
Tal y como lo había pensado desde el principio, Andrei trató de hacerlo lo mejor posible en ausencia de Suzanne. Claro, él no era marinero, y a menudo se decantaba por las opciones que le presentaba Jan el Bello, o algún pirata más experimentado de los que quedaban, asumiendo claro, que estuviese en el grupo de leales a la Matatigres. Los que quedaron de los leales a Hendrika fueron engrilletados a la espera del veredicto de la verdadera capitana del barco, y aunque al isleño claramente le disgustó la ejecución de aquellos hombres y mujeres, no podía decir que estuviera del todo en desacuerdo con la mujer.
Al ver finalmente tierra firme, la alegría de Andrei era palpable, llegando incluso a abrazar a Annalise, para luego separarse ligeramente apenado. Claro, al escuchar la voz de la Matatigres, le depositó una mano en el hombro.
— Yo lamento no... haber podido resolverlo de otra manera, pero Hendrika estaba más allá de cualquier razón —dijo, también con pesar.
Tragó en seco al escuchar a la Matatigres decir que su viaje, al menos juntos, acababa ahí. A pesar de todo, había arriesgado su vida por ella, quizás desarrollado alguna especie de afecto por la tripulación, pero... recordó que eran piratas, y ellos no. Miró de reojo a la alquimista y asintió. Era lo mejor.
— Lo entiendo. Desearía que las cosas fueran de otro modo, pero —se encogió de hombros—... es lo que es. Ahora sólo toca hacerlo lo mejor posible con lo que ha quedado. Espero que la fortuna os sonría —le dijo a la capitana, a sabiendas de que ésto significaría la desgracia para otros—. Tal vez volvamos a encontrarnos —en buenos términos, esperaba.
Por otro lado, la pregunta de Dafne había quedado sin responder. Tal vez le hubiese gustado hacerlo, pero de los que quedaban, él era quien sabía menos del misterioso libro.
Wanda necesitó varios días para asimilar lo que había visto y padecido a bordo del Rapaz. Se había montado en el barco tras un terrible naufragio con la esperanza de encontrar ayuda y lo que había venido después fue incluso peor. Los muertos de la enfermería seguían danzando ante sus retinas como recuerdos imborrables en su mente, en especial el joven Alvin; la sangre que manchó sus manos, era como si no se hubiese limpiado del todo y la cubriese otra vez en cuanto parpadeaba. El único consuelo, que se encontraba mejor de las heridas sufridas. La de la pierna apenas le molestaba y la leve cojera no se notaba ya. Por su parte, la herida del costado tardaría más tiempo en cicatrizarse por completo, aunque por lo menos sus energías eran mucho mayores que cinco días atrás.
Al llegar el aviso desde cubierta de "tierra a la vista", la muchacha se encaramó a la baranda del barco con rapidez, observando fascinada el lugar al que llegaban. Había sido difícil, mas podían decir bien alto que una nueva oportunidad se presentaba ante ellos. Y también otro intento en su afán por averiguar cual era el paradero actual de su padre; quería dar con él y encarar un encuentro que llevaba aguardando demasiado.
—Gracias por permitirnos continuar viajando con vosotros hasta aquí. Seguro que conseguís reparar el barco y aumentáis vuestra tripulación con el paso del tiempo —comentó, mirando a Suzanne con expresión de alivio y amabilidad.
No obstante, la chica sabía lo que le escamaba en realidad a la capitana (y a la propia Annalise): la desaparición del libro misterioso. Ojalá poder ayudarlas a recuperarlo, pero no podía hacer nada al respecto. Hans lo guardaba consigo en el momento en que se marchó... estaría perdido en cualquier confín del océano en ese preciso instante. ¿Qué habría sido del hombre?
Wanda salió de su ensimismamiento cuando se percató de que Annalise se dirigía directamente a ella. Parpadeó un par de veces, escrutándolos con interés tanto a ella como a Andrei, antes de pronunciarse. Tampoco es que albergara demasiadas dudas sobre la decisión que debía tomar.
—Me encantaría —reconoció, con una leve sonrisa en la comisura de sus labios—. Estoy sola. No tengo a nadie a quien recurrir en esta zona, así que si no os molesta que os acompañe... Prefiero iniciar un viaje en territorio desconocido con gente con la que pueda charlar sin temor a recibir represalias.
No era del todo cierto esa soledad, pero aquella era una cuestión personal que seguiría investigando por su cuenta. No quería inmiscuirles (salvo que fuera necesario) en sus asuntos, y mucho menos que aquello les salpicara de algún modo negativo.
—Además, siempre he tenido ganas de explorar el mundo —añadió, finalmente, ampliando el rastro de felicidad en su rostro.
A saber qué sorpresas les depararía el futuro.
—Es lo que es —repite Suzanne a Andrei—. Que la fortuna os sonría a vosotros también. Tal vez nuestros caminos se crucen de vuelta. Y tal vez la próxima vez que me veáis sea asquerosamente rica, comande una flota entera, y sea conocida como el terror de los mercaderes. Una puede soñar, ¿no? Já.
(sigue...)
—Ya perdimos a Eva, ahora nos toca perder a Annalise y a Dafne —le dice a otro pirata—. Solo nos queda Suzanne, y no es como si ella estuviera interesada en mí. Qué desgracia, perder a las bellas damas de la tripulación. Bueno, y pensándolo bien, también perdimos a Hendrika. Bella pero malvada como la peste. Ah, qué cruel es el destino —dice Jan el Bello, mientras se palpa los dedos que le rompió Hendrika.
(sigue...)
—Será un gusto que te unas a nuestra comitiva —le dice Wilbur a Dafne, con aquella voz solemne que lo caracteriza—. Como dice Annalise, puedes forjar un camino con nosotros. Gracias a Dios que no eres como tu tío. Ese hombre era... inquietante, disculpa que lo diga. Algo no estaba bien en él. Oh, qué estoy haciendo, hablando así de un difunto. Que Fenre guarde su alma.
>>Ahora estamos en territorio del Imperio Antoniano. Hace añares que no vengo por aquí. Me pregunto qué será de todos los nobles que conocí tanto tiempo atrás...
(sigue...)
La costa se acerca cada vez más. El Rapaz atraca en el puerto de un pequeño pueblo pesquero. Poner los pies sobre tierra firme es, verdaderamente, una bendición. No más mareos, no más sacudones, no más inestabilidad. Los pobladores observan con curiosidad la fragata destrozada, con uno de sus dos mástiles quebrados a la mitad y su tripulación minúscula y con pinta de haber vivido siete infiernos seguidos.
Allá a lo lejos, sobre una colina, se divisa la ciudad de Antongrado. Titánica, enorme y monstruosa. Según las historias, una cuna de aventuras, pero también un nido de serpientes, donde es tan común hallar la buena fortuna como la muerte en un callejón oscuro. Parece que aquella ciudad será vuestro nuevo hogar.
Otro destino aguarda.
Fin del capítulo OTRO DESTINO
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Fin de la partida EN AGUAS INCIERTAS