La última vez que viste al Venturoso, éste se astillaba y hundía. Ahora, en cambio, se lo ve reluciente y vigoroso. La madera está como nueva, el mascarón de proa en forma de delfín resplandece, las velas están arriadas, sedosas, en perfectas condiciones. Algunas lámparas de aceite arrojan una luz mortecina sobre los mástiles. De la cubierta te llegan voces. Susurros. No distingues qué dicen ni en qué idioma hablan. Hablan en voz baja, y cada tanto resuena alguna risa.
—¡Hans! —llama alguien desde la cubierta—. ¡Hans!
Es la voz de Lucrecia.
(sigue...)
Un hombre se asoma por la borda. Arroja una escalerilla de sogas para que puedas subir al barco.
—¡Doctor! —dice Emerson—. ¡Pensamos que os habíais perdido! ¡A Fenre gracias que estáis a salvo! ¡Subid, subid! ¿Qué ha pasado con vuestra sobrina?
¡Bienvenido a este breve epílogo puramente narrativo! Vamos a retomar cosas que quedaron pendientes al comienzo de la aventura. Como, por ejemplo, el pobre Emerson, que la última vez era un cadáver con una llave en la boca. Si tienes preguntas a Emerson puedes hacerlas ahora. Puedes subir al barco sin compromiso, aunque luego tendrás que tomar una decisión que tal vez te desvíe completamente del camino a Antongrado (donde supongo que te dirigías).
El tiempo hace mella en Hans.
Tres días y tres noches remando en soledad entre el vasto azul han entumecido sus brazos otrora firmes cuando empuñó pistolas y cuchillos para abrirse paso hacia la libertad.
Por extraño que parezca, no siente cansancio. Está muy despierto. Increíblemente despierto. Apenas ha dormido. No ha podido dejar de leer el libro. Memoriza todo lo que puede. Lo estudia con detenimiento. El libro ha comenzado a ser su libro.
En las escasas horas que ha logrado conciliar el sueño, ha fantaseado en el mundo onírico con comerse sus páginas una a una. Devorar literalmente el conocimiento que encierra el texto, haciéndolo suyo de modo único y exclusivo. Despertó a continuación bañado en amargo sudor solo para sentirse impelido a proseguir su enfermiza lectura.
No llegó a confesárselo a Wanda. No con claridad. Pero ese libro trajo la desgracia a Lucrecia. Su finada Lucrecia. La infeliz Lucrecia. La bruja condenada a danzar con zapatos de metal en las brasas para deleite del conde Von Lieber.
Irónico.
El libro es el último retazo de Lucrecia.
¿Cómo llegó al Rapaz?
Ya no importa. Ahora está a salvo.
Hans no cree en las casualidades, no todo ocurre por una razón; pero el pesado libro que sostiene entre sus manos discrepa de su fría lógica. ¿O acaso quiere creer que ha llegado a sus manos porque así debía ser?
El abrazo de la niebla ya es malo, pero las voces que la suceden son considerablemente peores.
Extenuado y temeroso, Hans acuna el libro en sus brazos y escucha con nitidez la llamada de una voz aterciopelada, con un inconfundible acento.
No. Puede. Ser.
...¿Ella?
En el aislamiento que le impone la densa bruma, Hans se permite mostrar síntomas de vulnerabilidad. El anciano se encoge y mira a su alrededor buscando la fuente de la voz femenina que le reclama. Solo su fuerza de voluntad salva su cordura en este momento, pero incluso el hombre más valiente es un simple mortal agarrado a las hebras del azar.
El bote golpea el casco de una entelequia.
El Venturoso ha regresado de entre los muertos.
Y Hans palpa una escalerilla mientras una voz emerge de cubierta. Entre la bruma, el saludable rostro de un muerto saluda.
Emerson.
—¿E-E-Emerson? —Las palabras emergen atropelladas en una esperanzada confusión.
Hans oculta el libro en su túnica y echa mano a su pistola, cargada con la última bala que le queda. Asciende con cuidado, casi temiendo que el barco se desplome en una nube de vapor revelándose una fantasía, una ilusión.
No lo es.
—¿C-Cómo es posible? —acierta a preguntar Hans al marinero cuando remonta la escala—. Yo... Yo os vi muerto. Este barco... Este barco se suponía hundido en la tormenta días atrás... ¿Acaso he enloquecido? ¿Estoy... Estoy soñando?
Ha sido leer tu entrada y verlo claro.
Let's go! ¡A ver cómo acaba esto que está muy interesante! O_O
Me estaba dejando llevar, no te preocupes por Antongrado ahora mismo :-D. ¡Ya veremos dónde acaba el bueno de Hans!
Asciendes por la escalera hasta la cubierta de la carraca. Los jirones de niebla inundan al Venturoso. ¿Dónde está la gente? Habías escuchado voces y risas. Pero allí no hay nadie. Ni siquiera Lucrecia. Tan solo Emerson.
El marinero extiende el brazo y te coge de la mano para ayudarte a subir. Cuando le dices que lo habías visto muerto, Emerson se congela donde está. Quieto, como si no pudiera moverse, hechizado. El ojo derecho le parpadea frenéticamente. Permanece petrificado durante diez segundos. Luego recupera el movimiento. Te mira extrañado.
—¿Muerto? ¿Yo, muerto? N-no... No. Yo no morí, doctor. Y este barco nunca se hundió. O... ¿o sí?
Entre su enmarañada barba ves que sus labios tiemblan. Llora.
—Creo que no estáis soñando, doctor. Creo que... ¿Os puedo contar algo? Siento que estoy en un sueño. ¿Pero de quién es el sueño? ¿Es mío? ¿Es vuestro? Tengo terror, doctor. Alguien me está soñando.
Lleva sus manos hasta tus ropajes y se aferra a ellos. Con violencia.
—Decidme que no estoy muerto. Decidme que no soy un sueño. Decidme que no estoy muerto. Decidme que no soy un sueño. Decidmequenoestoymuertodecidmequenosoyunsueñodecidmequenoestoymuertodecidmequenosoyunsueñodecidmequenoestoymuertodecidmequenosoyunsueñodecidmequenoestoymuertodecidmequenosoyunsueñodecidmequenoestoymuertodecidmequenosoyunsueñodecidmequenoestoymuertodecidmequenosoyunsueñodecidmequenoestoymuertodecidmequenosoyunsueño.
(sigue...)
—¡Hans! —es la voz de Lucrecia, aunque no sabes de dónde proviene; de todos lados y de ninguno—. ¡Hans!
—Baila —dice otra voz, la voz de un muchacho joven, cargada de resentimiento—. Baila y no dejes de bailar. Baila, baila para mí, ¡baila!
Entre la niebla ves sombras. Apenas logras divisar sus contornos demenciales e imposibles. Un hombre sin piernas, reptando por el suelo, con lenguas en lugar de ojos. Una mujer desnuda con cabeza de toro. Un niño con los brazos y las piernas estirados a base de torturas, caminando en cuatro como si fuera una araña. Una anciana masticando su labio inferior, devorándolo como si fuera el manjar más exquisito, hasta que no queda nada y procede a comerse sus dedos. Y muchas figuras más. Monstruosidades, acercándose, rodeándote.
—No está muerto lo que yace eternamente —cantan—, y con el paso de eones extraños, incluso la muerte puede morir.
—¡Hans! ¡Hans! —grita Lucrecia.
Y ahora sí sabes de dónde proviene su llamado: de la puerta que da al camarote del capitán del Venturoso. No es una puerta común, es antiquísima, de cobre oxidado de color verdoso, no cuadra para nada con el resto del barco. Sobre ella hay dos palabras escritas con sangre.
AD IRAM
La vieja lengua. La de las antiguas civilizaciones. Y ad iram, como bien sabes, significa hacia el rencor.
Yyyy ¡feliz Navidad! Vaya este post de terror stephenkingiano a modo de regalo. Lástima que Wolf no esté en esta escena, tenía un par de cosillas pensadas para atormentar a Wanda en caso de que también se encontrara con el Venturoso :P.
—¡No! ¡N-No! ¡NOOOO! —exclama aterrado Hans dando varios pasos atrás, tratando de evitar ser tocado por la aberrante multitud que se congrega junto a él—. ¡Estáis muertos! ¡Todos muertos! ¡Yo os vi morir! ¡El barco naufragó, maldita sea! ¡Esto... Esto debe ser una pesadilla aterradora!
El maldito Emerson era un cadáver en perfecto estado de descomposición hace una semana. ¡Su cutis no puede haber ido a mejor! ¡Es un imperativo categórico! ¡Y sin embargo está ahí! ¡Recitando salmos siniestros desde el más allá junto con la Mujer Toro y el Chico Lenguaraz!
Lo peor de todo es que Hans conoce la letra de la canción que martillea sus oídos. Sorprendiéndose a sí mismo, sus cuerdas vocales entonan:
—N-no está muerto lo que yace eternamente y... con el paso de eones extraños... incluso la muerte... puede morir...
Un pasaje del libro que conoce de memoria.
Visualiza a Lucrecia recitándolo en otro tiempo.
—No está muerto... lo que yace eternamente... y con el paso de eones extraños... incluso la muerte... puede morir —repite, su mente silenciando lentamente el coro de difuntos a su alrededor.
De repente, es la voz de la bruja la que llega a sus oídos. Resuena cercana, aterrada. Vulnerable... Viva.
Los gritos se filtran desde el interior del camarote del capitán.
Hans no repara en la ciclópea puerta, en la imposibilidad física de que sea la misma que daba paso al alojamiento del capitán del Venturoso. Él solo advierte la antigua lengua ungida en sangre que señala el camino hacia el rencor, hacia la venganza.
—No está muerto... lo que yace... eternamente...
Sus pasos le dirigen de modo involuntario hacia el vetusto portalón.
En su mente vaga lejana y vaporosa la idea de utilizar la pistola sobre sí mismo. Poner fin a este descenso salvaje a la demencia. Has enloquecido, chico, se dice. Fin de la travesía. No ha estado mal. Hay bastantes hijos de perra que recordarán tu nombre con una mezcla de inquina, temor e incluso respeto criminal. Muchos no pueden presumir de dejar una huella tan profunda en este mundo. Ponle un digno broche a tu relato. No te dejes ir así.
Pero a la par, hay otra pequeña idea, más traicionera y sutil, anidando en alguna parte de su cerebro reptiliano primitivo.
Esta idea formula una pregunta que enmudece todo su coraje para acabar con este carnaval de locura y horror.
¿Y si Ella está viva al otro lado de la puerta...?
—No está muerto... lo que yace...
Y Hans empuja la puerta siguiendo el eco de una voz que nunca ha conseguido olvidar.
OHMYGAAAAAD!
¡Feliz Navidad, amigo Baalis! ¡Vamos a tomar el torito por la cornamentaaaa!
Cruzas la puerta. Al echar una última mirada hacia atrás, ves que la piel de Emerson se ablanda, se torna azulada, hinchada, y sus ojos adquieren el color lechoso de los ahogados. La niebla engulle a los monstruos. La madera del barco se resquebraja y astilla.
—...un sueño... no soy un sueño... no soy un sueño...
A tus espaldas todo se destruye. Vuelve a ser lo que era antes: una ruina. Pero ya no te importa. Estás del otro lado.
(sigue...)
¿Y qué hay del otro lado? Oscuridad. Tus ojos tardan en acostumbrarse a la negrura infinita. Cuando lo hacen, lo que ves es un bosque de árboles gigantescos, nudosos, retorcidos, sin hojas, que se extienden hacia arriba, tan altos como los ojos son capaces de ver. Una sustancia viscosa y negra como la brea cubre el suelo. Es de noche, aunque sería más indicado decir que en este lugar sólo puede ser de noche porque el día no existe, así como tampoco corre el viento. Estás en un lugar de abandono y perdición.
En las profundidades del bosque muerto escuchas susurros. Y gritos. Y llantos. Y risas. Y cánticos. Detrás tuyo la puerta y el Venturoso y el mar han desaparecido. No ves a Lucrecia. Algunas figuras se asoman entre los árboles. Te miran con sus ojos cosidos, sus lenguas cortadas, sus estómagos abiertos en canal. Te miran y desaparecen en la oscuridad.
Y entonces escuchas la Voz. Se manifiesta con dificultad, imitando el tono y la cadencia de un humano, pero aquello no es humano.
¿Alguna vez has visto a una mariposa arder?
¿Alguna vez has visto al sol sangrar?
¿Alguna vez has visto al mundo llorar?
Silencio.
Ven. A la Isla. Con nosotros. Volverás a verla.
Silencio. Durante una fracción de segundos ves enfrente tuyo un par de zapatos de metal, todavía humeantes, manchados por hollín. La visión se desvanece en jirones de niebla.
¿Qué rencor se oculta dentro de ti?
¿Qué es lo que más quieres en el mundo?
¿Qué es lo que más odias en el mundo, Hans Grüber?
"Volverás a verla", hace referencia, por si no queda claro, a Lucrecia.
¡Esta escena me da unas ganas locas de dirigir algo de terror lovecraftiano!
¿Qué rencor se oculta dentro de ti?
¿Qué es lo que más quieres en el mundo?
¿Qué es lo que más odias en el mundo, Hans Grüber?
No hay barco.
No hay mar.
Solo bosque.
Espesura.
Hans siente la lluvia caer sobre su testa, sobre sus ropajes.
Una pesada cortina de agua fría encorva su espalda y desaliña su cabello plateado.
Las sombras acechan tras los raquíticos y retorcidos troncos de los pocos árboles que alcanza a ver, ahogados por una bruma densa y húmeda.
Sus pies hollan tierra mojada, hundiéndose hasta los tobillos.
Se arrodilla para tratar de coger esos zapatos metálicos aún ardientes que jamás podrá olvidar, pero la niebla se los traga sin darle opción a tomarlos.
La Voz surge de ninguna parte en particular... y de todas partes a la vez.
Lanza preguntas para las que él tiene respuesta:
—Quiero ver arder el continente... —confiesa en un iracundo susurro Hans Grüber, dejándose llevar por la venganza.
—Quiero verla... otra vez... —confiesa tensando la mandíbula.
—Odio... Odio.. —balbucea poniendo los ojos en blanco.
—Odio a Fritz von Lieberrr... Odio a toda su condenada familia... Tengo... Tengo el Libro... Solo yo poseo sus secretos... Sí... Sssssí... Iré a la Fuente... Dejadme ir con vosotros... Dejadme... Verla otra vez...
¡Aaaaaah, las festividades navideñas! ¡Me traen el calendario umbriano loco perdido! ¡Ya estoy de vuelta, amigo Baalis! ^^
Si ya era peligroso Hans Grüber, no quiero imaginarme lo que podría conseguir con la Fuente... U_U'
La Voz va mutando, por momentos es masculina, a veces femenina, otras es ambas a la vez, por momentos se distorsiona y retuerce, como si aquella Voz fuera apenas el fino velo tras lo que se oculta algo mucho, mucho más terrible, algo que tu mente humana es incapaz de concebir.
Tienes el libro, dice la Voz, que es mil voces al mismo tiempo, entonces búscame. Búscanos.
Ellos nos encerraron. Aquí. En la Isla. Atados. A la Fuente. Destruyeron nuestra memoria. Mi memoria. No puedo ver dónde estoy. Búscame. Encuéntrame. Encuéntranos.
Puedo todo. Todo.
Tus pies se hunde en la sustancia negra que es el suelo, que crece, poco a poco, ayudada por la lluvia negra que cae desde ese cielo sin nubes, que tampoco es cielo, sino un vacío infinito.
Puedo quemar tus lágrimas.
Puedo cerrar los ojos de los hombres.
Puedo traerla de vuelta.
A ella.
A ella.
Un trato. Encuéntrame y ella será tuya. Para siempre. Tenemos un trato, y te parece que la Voz te lo formula como una pregunta, ¿un trato?
(sigue...)
—Hans.
Tan bella como siempre. El halo de misterio que la envolvió en vida aun la acompaña. Como si la muerte no la hubiera tocado. Como si la muerte no existiera.
—¿Tenemos un trato, Hans? —dice Lucrecia, y te extiende la mano.
¿Aceptarás el pacto con esta entidad lovecraftiana? Buscar la Fuente y, a cambio, tendrás todo lo que quieras.
Lo que antes eran certezas se astillan como la proa de una nave al hundirse con un iceberg cuando el vaporoso rostro de Lucrecia se revela ante Hans en aquel paraje onírico. Lo que antes eran anhelos que solo revestían un atisbo de efímera realidad en los sueños se tornan vívidos, palpables.
Hans extiende una mano temblorosa hacia la gélida piel de la hechicera, temiendo que por un momento todo se trate de una cruel ilusión concebida por una demencia acelerada que ha aguardado hasta ahora para infligir el golpe mortal en su cordura.
¿Qué está pasando? ¿Acaso estoy atrapado en una pesadilla?
¿Puede burlarse a la Muerte? ¿Puede eludirse el inevitable final?
¿...Acaso es ella realmente?
Las preguntas se atropellan en la mente de Hans, una mente que ahora es un edificio desvencijándose a un ritmo vertiginoso.
Hans roza las yemas de los dedos de Lucrecia antes de responder apretando con fuerza los dientes, buscando un último aliento de valor para decir:
—Te... Te encontraré. Y la traerás de vuelta. Conmigo. Pero... con una condición... —Solo Hans Grüber podría regatear al Diablo—. Devuélveme el tiempo durante el que he vagado por el mundo sin ella. Hazlo... Y serás encontrada...
Hans no termina de apretar la mano que le ofrece el espectro, temeroso de que todo se trate de una trágica -si bien perturbadoramente detallada- ensoñación.
La visión es tan real, tan exacta, que maldice su memoria por conservar solo una imagen precisa del mirar de Lucrecia.
Inconscientemente, Hans pasea su mirada hasta sus pies.
Subtitulado: ¿Quieres ser el malvado de la función, Dewey?
'ERE WE GOOOOOO!!!
Que no se diga que no meto el acelerador ;-D
Sí. El tiempo es tuyo, Hans Grüber.
Y así, el pacto se concreta. Mientras tienes enfrente tuyo a Lucrecia, notas cómo tu piel se seca, se agrieta y se descascara. Como una serpiente, estás mudando de piel. El proceso duele. Quema. Arde. Tu carne cae al suelo hecha jirones. La brea que lo empantana todo la absorbe.
No hay ningún espejo, pero sabes que la Voz ha cumplido con su parte del trato. Vuelves a ser joven. Tu piel ya no está surcada por arrugas. Tus huesos son más firmes. Tu cabello ha recuperado color. La vejez ha muerto.
El tiempo es tuyo. El odio también será tuyo. La venganza también será tuya.
(sigue...)
—Volverás a mí. Por siempre. Y veremos al mundo arder.
Las yemas de los dedos de Lucrecia se sienten reales y vivas. Entre los árboles, criaturas inhumanas os observan. Ella da un paso hacia ti. Su perfume te envuelve, te embriaga, tal y como lo solía hacerlo en aquellos años lejanos y felices. Lucrecia sonríe. Coloca una mano en tu mejilla y planta un beso en tus labios.
—No está muerto lo que yace eternamente...
La brea que cubre el suelo borbotea en torno a tus pies.
—...y con el paso de eones extraños...
Dos docenas de brazos delgados, raquíticos y amarillentos brotan del líquido negruzco.
—...incluso la muerte...
Los brazos se estiran y te aferran a ti. Te cogen de las piernas, de los brazos, de la túnica, una mano se cierra en torno a tu cuello, otras se hunden en tus hombros.
—...puede...
Los brazos te arrastran hacia abajo. Hacia la brea. Te hundes en ella.
Morir.
(sigue...)
—Te pregunté que si quieres otro vaso de cerveza. Eh, ¿me oyes? ¿Hola, hola?
Abres los ojos. Quien está enfrente tuyo, hablándote, es un hombre de unos 50 años, de rostro vulgar, ni gordo ni flaco. Un plebeyo. Como despertándote de una pesadilla, echas una mirada a tu alrededor. Estás en una pequeña taberna y, al juzgar por los acentos de los diez o quince parroquianos que hay en el establecimiento, dirías que estás en el reino de Waidbruck.
Es de día. El sol ilumina la posada a través de las ventanas abiertas. Corre un viento suave, de comienzos de primavera. La clientela se calienta a base de tragos de cerveza. Retazos de conversaciones llegan a tus oídos.
—¡Asesinado a traición! —dice alguien, cerca tuyo—. Yo no lo vi, claro, pero escuché la historia. Le hundió el sable por detrás, cuando estaba arengando a su tropa...
—Que se joda. Toda su vida quiso ser un héroe. ¿Y sabes qué pasa con los héroes? Mueren.
—No todos los héroes mueren, ¿eh? Míralos a ellos. Están vivos. Sobrevivir a eso... joder. Hace cinco veranos atrás yo casi no sobrevivo al ataque de un perro rabioso. Y van ellos y sobreviven a semejante monstruosidad. Y encima, cuando vendan el cadáver, ¡se harán una fortuna!
En una esquina de la taberna, sentados a una mesa, hay dos hombres y dos mujeres jóvenes, hablando entre ellos y brindando con alegría.
—Una casa no es más que un lugar en el que descansar y vivir, Derek. El verdadero hogar es este —dice uno de los hombres, el que tiene pinta de guerrero, y señala su cuerpo con el índice—. Este es el que te conduce a cualquier sitio y el que hay que cuidar. Venga, alegrad esas caras y aprovechemos para beber antes de partir hacia Oldenburg... Hoy me siento generoso, quizá porque seré un poco más rico en unas semanas
—Yo no sé vosotros, pero yo estoy lista para partir de nuevo —añade una de las mujeres, que tiene un... ¿lagarto?, un pequeño lagarto con alas sobre una de sus rodillas.
—Creo que tienes razón Brant —contesta el otro hombre, que más parece un erudito que un soldado, y se embarca en un monólogo—, he sido un estúpido pensando que eliminaría el dolor con más dolor. Quizás no entenderás mis palabras ahora pero así ha sido. He buscado mi propia destrucción porque creía de verdad que la merecía, pero ya basta. He luchado con uñas y dientes por cada alma de mi hogar, es tiempo de hacerlo por la mía. Si a pesar de lo que he dicho anteriormente sobre los peligros seguís queriendo viajar conmigo, contad con mi magia para el viaje. No soy el más poderoso, pero os haré el viaje más ligero, podéis estar seguro. Tenéis más experiencia que yo y os seguiré, solo os pediré a cambio ayudar a quién nos encontremos en el viaje y lo necesite. Solo eso pido. Deberíamos celebrarlo y descansar porque a partir de mañana comenzará nuestro viaje y el mío personal, será difícil estoy seguro pero estaremos a la altura. No volveré a dejar que la oscuridad me consuma de esta manera y exprimiré cada segundo que me regale la vida.
A un par de metros tuyo, una de las camareras del establecimiento intercambia palabras con un hombre de unos 40 años, de cabello a la altura de los hombros, de rostro afable. La camarera pone los ojos en blanco.
—Buen intento —le dice al hombre—. Pero estoy casada.
(sigue...)
Los intentos de aquel hombre por seducir a la camarera son inútiles. Derrotado, se dirige a la mesa donde está aquel pintoresco grupo.
—Retirada estratégica —dice con una sonrisa triste—. La camarera no estaba lista para mis encantos.
>>Hablando de dinero... este es el pago que os debía —deposita unas monedas de plata sobre la mesa; este hombre, sin lugar a dudas, es un noble—. Todo lo que prometí, por llevarme sano y salvo a la cueva, y por traerme sano y salvo de vuelta al pueblo. Brindo por todas las cosas interesantes que vimos en esta pequeña travesía —y alza su jarra.
(sigue...)
Al rato entra un grupo de soldados a la taberna. Son diez y visten un uniforme militar que te suena de algún lado. No se sientan, se quedan parados y miran a toda la clientela. Los parroquianos se han callado de golpe. El que parece ser el sargento de la tropa se acerca al tabernero, que está enfrente tuyo.
—Los que mataron al dragón. ¿Quiénes son?
—E-esos de allí, oficial —dice el tabernero señalando vuestra mesa.
El sargento levanta la voz para que todo el establecimiento pueda escucharlo.
—¡Habitantes de Lieber! Vuestro nuevo señor ha decidido visitar a sus súbditos. Recibid al nuevo Conde, Fritz von Lieber, hermano de nuestro tristemente fallecido Manfred von Lieber —y luego, se dirige los dos hombres y las dos mujeres que están con el noble—. El Conde ha venido hasta aquí para hablar con vosotros.
—El Conde Fritz... —murmura el tabernero—. Mierda. Tenía la esperanza que al Conde Fritz le importara un cuerno visitarnos. Si es por mí, que se quede en su castillo y no nos honre con sus visitas.
—¡Herman! —le reprocha la camarera—. ¡Es nuestro nuevo señor! No deberías hablar así de él.
—Sé bastante de Fritz como para saber que no nos espera nada bueno, niña. Ah, por Fenre, qué diablos. A los plebeyos como nosotros nunca, nunca nos espera nada bueno. Bueno, forastero —te dice—, ¿vas a querer más cerveza o qué?
(sigue...)
Una vez que el sargento anuncia su llegada, el Conde de Lieber, Fritz von Lieber, hace su teatral entrada a la posada. Luce una espléndida armadura verde similar a la de su hermano y una capa del mismo color. Es bajo y pálido como la luna. Sus ojeras son moradas y espantosas. Su mirada es febril. Las manos le tiemblan levemente.
El Conde Fritz mira a ese pintoresco grupo de aventureros. Sonríe. Su sonrisa es perversa, delirante y maligna.
—Sé lo que habéis hecho. Lo sé todo. Y sé que habéis sido testigos del asesinato de mi hermano. Tengo una propuesta para vosotros.
Tras esta mega-actualización, te dejo espacio para hacer tu ¡último post! en la partida. La Voz, como verás, cumple sus promesas: como gesto de buena voluntad, te ha devuelto la juventud, y te ha llevado frente a lo que más odias. Yo no creo que haya sido tanto una teletransportación. Más bien lo veo como que tu cuerpo entró en coma y fue poseído hasta este momento. En todo caso, es algo que exploraremos la próxima partida.
La siguiente partida que juegue con Liselot-Derek-Brant-Tatyana el grupo tendrá un nuevo integrante. Un nuevo y peligroso integrante ;). Puedes hacer tu último post desde el nuevo PJ que te asigné, Hans Grüber II.
Rotos los límites de lo imposible, lo único que puede suceder a continuación es lo inimaginable.
Lucrecia era la sombra de un recuerdo para Hans. Uno imborrable, pero difuminado por las nieblas del tiempo. Mas cuando la hechicera, aquel espectro tejido con las vaporosas madejas de un sueño, se despidió con aquel último beso que le sumió en la negrura, Hans pareció quedar congelado en un inagotable éxtasis. Aunque al principio tuvo un leve y vago sentimiento de terror hacia lo que aguardaba tras el umbral de la puerta que acababa de abrirse a sus pies, se abrazó a la posibilidad de reencontrarse con Lucrecia, de vengarse de aquel condenado aristócrata enfermizo, de obtener el inconmensurable poder que guardaba celosamente la Fuente y de desvelar sus más enigmáticos secretos.
No lo supo hasta entonces, pero mientras sentía el helador abrazo de las tinieblas transportándolo a otro tiempo y otro espacio, comprendió que, en lo sucesivo, no vagaría en soledad.
Ahora tenía a su lado el poder de la Voz.
* * * * *
Despertó con un agrio y cálido sabor en la garganta, no del todo agradable para su exigente paladar.
Parpadeó varias veces hasta tomar conciencia de la situación. Volvía a tener el cabello oscuro y largo como en los viejos tiempos. Incluso, su hirsuta barba en forma de candado volvía a cercar sus labios. Diablos, ¡Hasta volvía a vestir el negro como el dandy que recordaba ser!
Hans Grüber sonrió débilmente, como haría un incrédulo confeso al que los dioses propinan un sonoro bofetón de divinidad manifiesta. No conforme con la dosis de hiperrealismo mágico, la Voz debió considerar procedente hacerle una ofrenda de buena voluntad. Aunque se sabía en una taberna infecta en algún lugar del mundo, no fue hasta que entró el mismísimo hijo de la gran puta... Perdón, el Conde Hideputa (los títulos están para respetarse), cuando Hans se permitió una sonrisa tan vulpina como demencial.
Estaba empezando a creer.
No en Fenre, y tampoco en los dioses menores que vagan por los desiertos en busca de algún creyente de saldo.
Estaba empezando a creer en la Voz.
Ladeó su aquilino rostro, ese presidido por una regia y curva nariz, de proporciones tales que podría servir de perchero sólido a un gabán pasado por un aguacero tras una noche de tormenta en el océano. Dedicó una sonrisa de tiburón al tabernero.
—Hoy me servirás tu mejor vino, Herman, querido... —dijo dando la espalda al Conde y a sus hombres, adoptando un perfil bajo y pasando desapercibido—. Ahórrate esta micción de cabra que sirves a tus parroquianos. Hoy tengo mucho que celebrar... Al fin y al cabo... El Barón... Ha vuelto...
Luego escuchó con suma atención.
Asesinatos. Cazadores de dragones. Muy jóvenes, por cierto. Recompensas. Y en el centro de todo: Fritz. Von. Lieber.
Hans rio muy bajo mientras sus ojos perforaban la máscara mortuoria que el tabernero tenía por rostro. Como reacción natural, la gente solía palidecer ante el escrutinio de un hombre con un razonable parecido a un halcón de presa como Hans Grüber.
—Y dime, Herman... En confianza: ¿Qué sabes del flamante Conde de Lieber? —musitó—. Soy. Toooodo. Oídos...
Y así Hans Grüber da pie para proseguir sus andanzas en Waidbruck, donde presiento que tendrá múltiples oportunidades de dejar su sello personal :-D
Excelso final para el PJ. He sentido continuo mimo por tu parte hacia sus múltiples detalles argumentales, amigo Baalis. Ahora me quedo con ganas de mucho más.
Gracias por tu tiempo y tu esfuerzo. Me lo he pasado en grandísimo y creo que he logrado construir contigo a uno de mis personajes favoritos de siempre. Menudo villano está hecho el amigo Hans Grüber ;-D
Y ahora... ¡A POR LA FUENTE!
El Conde de Lieber le explica su plan al grupo de cazadragones. Entretanto, el tabernero Herman supera la desconfianza inicial que le provocas y te cuenta algunos de los crímenes del Conde. Uno de ellos lo conoces bien. Involucra a una mujer, unos zapatos de metal, fuego y un baile.
El vino riega tu garganta. El mejor vino de todo el pueblo, dice la camarera. Algo de razón ha de tener: tiene el aroma, el cuerpo y la consistencia justos. Y entre tragos, tres certezas iluminan tu mente.
La primera: que la venganza será tuya. La segunda: que encontrarás la Fuente. La tercera: que verás el mundo arder.
Fin del capítulo OTRO DESTINO
&
Fin de la partida EN AGUAS INCIERTAS