A pesar de que le habían tratado de matar, lo sintió y mucho, aquellas muertes habían sido innecesarias. Más la de Bras, por haber hablado con el muchacho, que la del extraño. Aun así, no estaba seguro de cual podía ser la relación del mozo con aquellos encapuchados.
Mucho hablo el portugués, y el que era de menos palabras tan solo aporto alguna cosa, sin meterse en fantasmas ni brujerías. Que aun se estaba recuperando del susto que le dio el mozo, del pequeñín que salió de los aposentos de la princesa, y sobre todo, de la fuerza invisible que alzó al pobre soldado.
-Alguien entró en la habitación de la princesa y por ese motivo fuimos para ayudar. Luego allí debido a la poca luz, alguien escapo, y al ir tras el dimos con Bras y con estos tres encapuchados.- Escueto, las cosas claras, sin hablar demasiado, que eso puede ser malo para la salud, además de dar sed. Y bien que se habría bebido unos buenos tragos de fresco vino, y hasta comer un mendrugo de pan con algún chorizo, o algo de carne. Que estaba sediento y hambriento, signo inequívoco de la noche de magia, sustos y violencia que acababa de vivir.
Allí parados ante el rey, casi parecía que eran ellos los culpables, y bien mal que lo podían llegar a pasar si querían acusarles de haber matado al soldado de la habitación de Constanza, ya que si este hablaba y recordaba otra cosa, podían pensar que ellos no hablaban verdades, sino que eran de los que van con mentiras. Y aquello ante un rey podía ser su final. Aunque Juan pensaba que en la oscuridad de la noche, y siendo ahogado, el soldado poco podía saber lo que había pasado, otra cosa era la princesa.
Allí espero, el veredicto del rey, esperanzado en que ellos no eran los malos, y si aquel soldado fue herido, lo fue sin querer hacerlo. Y que en todo momento habían intentado ayudar al rey, pero claro al no hablar de aquel ser pequeño que escapo de la estancia de la princesa, ni de la fuerza que levanto al soldado, aquello no estaba solucionado.
-No se si pudiera haber habido alguien más en la habitación, ya que pudiese ser que hubiese aun más gente implicada.- Gente, por no querer hablar de seres que ni entendía, ni quería volver a ver.
El rey no os interrumpió, ni en el cambio de opinión de uno de vosotros al otro. Escuchó pacientemente, bajo la resignación de los apresados y las sorpresas de los súbditos que en la sala del trono acompañaban. El señor de Lacorbera escuchó la historia completa de boca de Joao, y levantó las cejas... igual que su Majestad el Ceremonioso.
No sé a qué os referís con la muerte del soldado en el aposento de la mía hija, ni de esos vapores de los que habláis -respondió-; ni tampoco en lo que sea la Unión de Aragón o de las tornas que decís en las que el cabrero Bras se hallaba, que ahora es muerto, si no me equivoco... Mas... -miró entonces a Juan Sáiz, parco más en palabras, tal vez más temeroso de los malentendidos que Su Majestad Pedro IV pudieran señalarles que de otra cosa-,... he de deciros que bien habéis obrado. Así cumplísteis, tal y como os ordené, de buscar los pormenores de los espías en este palacio. Y aquí se hallan -mirando a los antes encapuchados-. De lo otro no hállome tan seguro, y tendré que hablar con mi hija para saber qué es lo que ocurrió en su aposento. Os doy las gracias, señores, y a vuestro amo el señor de Lacorbera, que fue quien os trajo. Y a vos, que os decís llamar Membrillo, aunque bien espabilado tenéis los ojos y el alma -el rey sonrió un instante-. Ahora id y comed algo, descansad, y mañana seguiremos hablando de todo aquesto-. ¡Guardia! ¡Lleva a estos dos a la prisión, presto! -le ordenó-. Y el soldado de guardia allí presente no dudó en empujar a los dos miembros de esa tal "Unión de Aragón", justo antes de abandonar la sala, donde el rey pareció permanecer ahora con su criado Jorge Ariza.
Os doy las gracias a vos, por contentar a Su Majestad, y por tanto a mí... -os comentó el señor de Lacorbera, que ya parecía totalmente restablecido-. El favor real parece que nos hemos ganado, bueno, os habéis ganado. Es todo mérito vuestro. Mañana hablaremos de nuevo con el rey, y regresaremos cuanto antes. Id pues y descansad... -don Adriano se alejó al aposento que tenía asignado, dejándoos libremente en el pasillo-. Zilia estaba por allí y os dijo que la cocinera Iguazel podría daros algo de comer, y curar vuestras heridas (a Joao, sobre todo), antes de volver a vuestras habitaciones.
Y ahí acabó la noche.
EPÍLOGO. La verdad.
Como en toda intriga palaciega, los espías existen, y en esta historia no iba a ser para menos. La Unión de Aragón, también llamada "Unión Aragonesa", era una agrupación de nobles e infanzones aragoneses descontentos con el rey que se había formado en contra del mismo. Veían mermado su poder por el del rey Ceremonioso, y durante varios años fueron uniendo fuerzas subrepticiamente para menoscabar la influencia de la Corona en favor propio. El hecho de que Pedro IV nombrara a la jovencísima Constanza (su ojito derecho) como su heredera no les sentó del todo bien, y hubo quien pensó que podrían estar dispuestos a conspirar contra el propio rey.
Resulta que el propio Bras fue reclutado por la Unión Aragonesa, y alguien de su oficio tan desapercibido en Palacio no era sino la mejor baza que estos nobles tenían. Fue obligado a unirse a ellos en el momento que advirtió a varios hombres (mucho tiempo antes de vuestra llegada) acceder a la Aljafería a través de una puerta del retablo de la capilla. Su objetivo era enterarse de todos los planes de Pedro IV y proveérselos a los infiltrados (aunque jamás llegó a saber el nombre de alguno de ellos en concreto). Mientras estábais en la habitación de la princesa Constanza, Bras y los encapuchados se creían libres en el palacio (tan poco vigilado en la noche), y fue momento en que trataron de huir corriendo y se desencadenó todo. Por cierto, Bras es un hombre-choto, una mezcla entre producto del encamamiento de un macho cabrío con una mujer..., y de ahí su rostro.
En otro orden de cosas, ¿quién era Jazor, el amigo de la princesa? ¿Un amigo invisible o imaginario? ¿Tal vez una sombra o un gato al que ella misma ocultaba? Se trataba en realidad de un menos, un pequeñísimo duende (del tamaño de una cereza o algo menor), muy aficionado a coser y a hacer pequeñas tunantadas que llevaba mucho tiempo habitando en el aposento de Constanza. Cuando llegó, no pudo resistirse a usar el telar de la habitación. Constanza lo descubrió y se hicieron amigos, asique ella se asegura de dejarle la puerta abierta muchas veces, así como de llevarle algo de comida y colocarla bajo su cama...
* * *
Dos días después.
Tiesa rebuznaba, y la mula de Joao, ya atada en el carro también estaba preparada. El petate y el poco equipaje que lleváteis estaba todo cargado, y el Rey os había dado una audiencia corta, de apenas unos minutos, antes de iros. Eso sí, Jorge Ariza os había acompañado hasta el portón de la Aljafería, el palacio de la Alegría, para despediros más cortésmente en su nombre.
Os agradezco la vuestra ayuda, y su Majestad como sabéis, también -os dijo-. Me ha comentado dos cosas: una es que regreséis pronto, en forma de visita, pues nunca se sabe cuándo un rey puede requerir de buenos hombres como vos bajo su mano; y por otro lado, he aquí una pequeña muestra de agradecimiento: y os entregó a cada uno de vosotros (Membrillo incluido), una bolsita de terciopelo con cincuenta maravedíes en su interior. Y al señor de Lacorbera don Adriano le entregó un par de guantes de caza de seda traída de Oriente, para que volviera con ellos en ocasión más futura, y ambos pudieran darse a la caza en alguna jornada próxima.
¡Tened cuidado en los caminos! -añadió finalmente Ariza-.
Y tal que así, que os alejásteis del gran Palacio, y vuestros pasos se encaminaron de nuevo a Lacorbera, lugar donde volveríais a vuestras vidas de rutina y sosiego junto a don Adriano. Sin duda que recordáríais estos días vividos en uno de los lugares con más belleza de la comarca.
FIN