Partida Rol por web

 Miré al párroco, con lágrimas en los ojos...

 - ¿Que verdad es esa, que queréis matarme por ella?. Parece como si el demonio os hubiera poseído a vos... Ya nos os reconozco...

¡Tú eres el farsante! ¡O al menos tan blasfemio como esa bruja si te interpones! -requirió-.

Iniciativas:

Gabriel: 25
Bernal: 16.

Actúa primero Gabriel, luego Bernal. Bernal declara dos ataques con su espada.

 Estaba enloquecido, debía de derrotarlo antes de que esto fuera a más...

Bernal se encaramó espada en mano contra el noble, sin importarle, al parecer, más que hacer lo que la fe preclara parecía obligarle. Sin embargo, uno de los ataques no acertó en Gabriel, mientras el que iba bien dirigido lo paró el de Torrenegra con suma precisión. Cuando Gabriel intentó desarmarle de nuevo... no pudo.

 Visto que no puedo convencerlo, solo me queda tratar de desarmarlo como pueda...

Finalmente, tras varios intentos por hacer lo propio, Gabriel acabó por desarmar a su amigo Bernal a base de entrechocar espadas*. La del Grande de España hizo caer la del párroco y éste viose entonces indefenso y te habló con furia.

¿Tú recuerdas a María? -cómo no: su concubina secreta a la que llegó a amar- ¡Las brujas la mataron! ¡Aquel que practica la brujería deja de ser humano, e intenta destruir a los hombres con sus artes mágicas! ¡Hay que exterminarlos a todos, y a todos los que crean en ellos! ¡Sólo así nos veremos libres del Diablo!, Además, cuando el... ¡¡¡AUUUGGGHHH!!!

Bernal interrumpió su discurso tan fanático para proferir un terrible grito de dolor. Pareció estirarse un poco, como si algo se le hubiese abalanzado por la espalda. Sonó un chasquido, como cuando una hoja se introduce en la carne quiebra algunos huesos.

¡¡Aaaaahhh, aaauuughh!! -continuaba Bernal quejándose mientras caía al suelo-. Entonces una figura apareció tras el párroco, y mientras caía, podía verse en la espalda de tu amigo una daga clavada en la espalda, a la altura del corazón. Sin embargo, cuando miraste quien le había proferido tal clavada, te sorprendiste.

Xacome apareció tras el párroco mientras caía. El muchacho estaba asustado, blanco de cara, aturdido. Había visto desde la distancia cómo peleábais, y su juventud le llevó a hacer un despropósito muy impulsivo, y no fue sino inmiscuirse en la lucha. Cómo no, a favor de su señor.

Ya está, don Gabriel, no le hará ningún daño -el jovencito siervo había sido el autor, y miraba al párroco en el suelo, aún con vida, quejándose de dolor-. El joven Xacome era la primera vez que hacía semejante cosa, et que lo hizo sin pensar y procurando sólo el bien de su protegido y amo.

Acto seguido, la mujer, que también había presenciado toda la escena, apretó a su hijo y se perdió irremediablemente en el bosque, huyendo.

 Miré furioso a Xacome:

 - ¡Maldita sea!. ¿Que has hecho?. ¡Si quisiera herirlo, lo habría hecho yo mismo!.

 Me arrodille junto al cura, para examinar al cura, esperando que la daga no hubiera tocado ningún punto vital. Ahora empezaba a entender su locura, pero lo que iba a hacer no era excusa por ello...

Xacome tragó saliva. Sus diecesiete no habían sido tan duros como otros cualesquiera, y por ello aún conservaba más inocencia y poca lógica que otros muchachos de su edad. Por ello, lo único que vio el siervo fue la posibilidad de que aquel que decíase amigo de su señor Gabriel le atravesara con su espada. Et que por aquesto no fizo el chico sino acercarse por detrás y liberarle de peligro.

Pe... Perdóneme, don Gabriel... creí que él..., creí que vos... -el chico balbuceaba, aún sorprendido y blanco, puesto que él mismo creía que había hecho bien-. Sin embargo el cura retorcíase por el suelo, con la daga clavada en la espalda...

Rápidamente, te fuiste contra Bernal, y le cogiste un poco en brazo. Examinándole la herida, temiste que lo peor convirtiérase en realidad: la daga estaba a la altura del corazón (por la espalda). Lo más probable es que en breves muriera, puesto que, a pesar de las flemas expedidas por su boca, la cara de Bernal había palidecido, casi tanto como la de Xacome. Se recostó como pudo frente a tí, mirándote desde abajo y tu aguantándole desde arriba la mirada. Entonces ya no viste el brillo horrendo en los ojos de tu amigo. Quizá la cuchillada habíale hecho entrar en razón...

¡PERDÓNEME, Gabriel! -dijo aferrándose a tu sobreveste cogiendolo con ambas manos y apretando con fuerza-. Quiérote como un hijo, un hermano, ¡vos sois de la mi familia si me apura! ¡PERDÓNEME!

Pareciera que Bernal hubiera entonces, a expensas de la Muerte, recuperado la cordura, y su pálido rostro era iluminado por la llameante hoguera hecha por la bruja (cuyo cadáver seguía, por cierto, allí cerca tendido también).

¡Gabriel! -hacía intentos por hablar, pero tartamudeaba y ahora le salía un pequeño hilo de voz-. En... ¡Encuéntra a esa muchacha! Te suplico que salves a esa mujer y su hijo... La Vera Lvcis... -pareció pensar algo-, no contempla redención ni, ¡auggh...! -se dolía de la cuchillada-, ¡ni piedad! ¡Pero yo no soy así! ¡No te enseñé yo eso!, ¿verdad? -el párroco, finalmente, recapacitaba de su actuación-. Perdóname, querido, una vez más... et que no reces por mí, ¡ve tras ella! ¡Búscala antes de que la encuentran Rodrigo y Ginés: ¡ellos también son feligreses de la Fraternitas de la Lvcis!

Finalmente, Bernal de Castro, párroco de Mouromorto, murió en tus brazos.

 - Os perdono... - Le digo al cura, antes de que expiré. Finalmente dejo a sacerdote con cuidado en el suelo y le paso la daga a mi siervo. - ... Debemos de ir a buscar a mujer y al niño, ya oíste, todavía corren peligro...

 Antes de irnos, registré el cuerpo del difunto, en busca de cualquier cosa que pudiera ser útil o pudiéramos necesitar. Mientras andábamos a paso raudo, le dije a Xacome:

 - Se que querías ayudar, pero estaba desarmado ya, no era ninguna amenaza para mí... Debes de aprender a saber cuando es necesario matar y cuando no, como cuando supimos que debíamos de ayuda a la madre...

Xacome no dijo más, puesto que sería insistir en el perdón. Se limitó a agacharse mientras rebuscaba en el cuerpo del párroco junto a tí. Entonces saqueásteis lo que quedaba de don Bernal.