Detroit, Michigan,EEUU a 17 de Noviembre de 2015
A escasos minutos antes de la hora fijada para la reunión por parte del Teniente Pierce (14:00h) ,el cielo está muy encapotado, sigue ese ambiente gélido, amenaza lluvia, o mejor dicho, amenaza aguanieve.
Habéis ido llegando a vuestro destino en circunstancias diferentes, tenéis ante vosotros la comisaría de Livernois, un edificio construido a finales de los 80, sin que se haya renovado demasiado posteriormente. Es un edificio obsoleto, en un estado muy mejorable, a pesar de que sigue funcionando 24/7.
Algunos coches policiales, aparcados en batería delante de la puerta principal, y el ir y venir de un día laborable cualquiera en Detroit, coincide con el cambio de turno de los agentes, entre mañana y tarrde. Ciudadanos que entran para hacer sus gestiones, patrullas policiales que traen detenidos, abogados defensores que acuden a ver a sus clientes...
Vemos en las immedicaciones de la puerta de la comisaría a un hombre bien plantado, con aire capaz en su mirada, degusta un perrito caliente a pocos metros de la entrada de la comisaría, mientras observa su teléfono móvil, de buena marca, y está bien pertrechado en un abrigo de 2000$. Llamarle cuarentón sería ofensivo, mejor referirse a él como hombre de poco más de 40 años. Paralelamente, una detective, también sobre los 40, vestida de calle, con cara de pocos amigos, el aspecto algo desaliñado, aparca su coche propio en el aparcamiento exterior de la comisaría,con poco cuidado, casi se lleva por delante una señal de tráfico, reservado para vehículos policales, al fin y al cabo, está adscrita a ella.
Vemos también una mujer, algo más joven, bajar de un taxi, con blusa blanca, abrigo y maletín, parece sonriente, aunque su sonrisa es poco inocente, pero brilla a la vez. Por último, no por ello, menos importante, un hombre vestido con traje, corbata, con mochila a sus espaldas, se acerca caminando, tira un cigarrillo a escasos metros de la puerta de la comisaría, tras exhalar profundamente la última calada dejando ver una cara de notable concentración.
No tardé mucho en terminar el perrito, pues me esperaba un cálido café aguado del puesto antes de entrar, tras el cual realicé una corta llamada telefónica y al mirar al cielo, opté por pasar el tiempo que me quedaba antes de entrar en la reunión bajo la poca zona techada de la comisaría. Desde allí pude ver como alguien estacionaba no demasiado bien mientras consultaba algún mensaje que me había llegado al móvil. A todos les respondí igual: tengo una reunión importante, cuando pueda me pondré en contacto con usted.
Mis ojos volvieron al coche que casi tira la señal de tráfico. No lo conocía, pero a la dueña sí. Se dice que en sus tiempos fue la mejor detective de la comisaría donde estaba destinada, pero que un caso otros dicen que un suceso personal, la dejaron marcada y dañada de por vida. Puse el móvil en modo avión antes de guardarlo y volví a mirar a la detective. Me había llevado muy buenos casos a mi despacho, pero cuando le exigía más para poder llevarlos a juicio sentía que se desplomaba.
Ambos éramos la cara opuesta de la misma moneda. Los dos con una edad similar, uno triunfador y otra perdedora. Solo esperaba que no fuese la detective asignada al caso. Conocía el nombre del agente que nos acompañaría, sabía que vendría una psicóloga, pero nadie me dijo quien sería el detective y de hecho, pensé que se tomarían esto en serio y no me mandarían a cualquiera.
Y allí estaba. Con su aspecto de perdedora, con aquel pelo que parecía que llevaba una semana sin peinarse y un mes sin lavárselo. A mi lado iba a parecer una vagabunda. Sonreí para mí pensando en "La Dama y el Vagabundo", pero la versión "El Caballero y la Vagabunda".
Esperé a que llegase a la puerta de la comisaría para abordarla, mientras que, sin saberlo, los otros dos acompañantes de esa tarde también habían llegado a la comisaría. - Buenas tardes detective Jenner. - Le dije con amabilidad en mi voz y le abrí la puerta de la comisaría antes de que se pelease con ella también para entrar. - ¿También viene a la reunión sobre el caso "Franklin Mills"? - Le pregunté sin abandonar mi amabilidad en mis palabras y mi voz, al tiempo que mi mente repetía una vez y otra más: - Que diga que no, que diga que no. - Y crucé tras ella la puerta, sintiendo la diferencia de temperatura con el exterior de las calles de Detroit.
—Tienes una miga en la solapa de la chaqueta Katz.
Adelantó la mano y barrio los restos en cuestión al suelo mientras le sostenía la mirada. El viaje había sido tranquilo, pero habían puesto esa jodida señal donde antes no había ninguna (aunque prefirió olvidar que lo habían mencionado en la reunión de la mañana, la postura de nueva señalética) y ahora tenía que enfrentarse al caracho de Joshua Katz, tan pulcramente vestido que seguramente hasta había planchado sus boxers antes de ponérselo.
Y parecía que iba a llover. Seguro el abogado de Mills lo usaba como excusa para ganar tiempo.
—Yo hice la detención Katz, a quien querrías que trajeran ¿A Megan? Seguro te van bajitas y con ojos de muñeca ¿No? No me jodas, no pasé una buena noche y no ando de ánimos... Y asegúrate de meter a ese imbecil a que se pudra en una celda y no salga nunca más.
A diferencia de lo que parecía no aborrecía al fiscal, al contrario. Pero era de los que se preocupaba y eso le ponía de malas. No merecía esa preocupación.
Siguió en dirección a la sala de reuniones sin ayuda. No era la primera vez que le tocaba venir. Pero antes de entrar, dudo, no estaba segura de cómo reaccionaría al ver a Mills. Así que decidió capear un poco por la situación.
—Ya vengo, necesito otro café.
La temperatura del hall de la comisaría era apenas superior unos grados a la temperatura de las calles gélidas de Detroit. La comisaría no había sido renovada desde hacía años, y eso había provocado que el sistema de calefacción no funcionase eficientemente.
El hall hervía de actividad, algunos agentes salientes traían los últimos detenidos de su turno, el cúal había empezado a las 6 AM. La mayoría, por no decir todos, eran afroamericanos. Algunos vestidos como homeless, otros con ropa ancha, pañuelos en la cabeza... El único detenido blanco del hall parecía ir repitiendo el mantra de "brutalidad policial, brutalidad policial", pero los agentes sujetaron con algo más de firmeza al sujeto, cuya visión aún fue más cercana de las baldosas del suelo, mientras era conducido esposado para ser fichado. Otro grupo de agentes, los entrantes, aún holgazaneaban los 5 minutos de cortesía de los que disponían, para incorporarse efectivamente a sus servicios.
Detroit, era, sin duda, la ciudad con mayor criminalidad de los EEUU por población, y quienes defendían la ley y servían a los ciudadanos, debían actuar con firmeza a quienes ponían en peligro los cimientos de la "tierra de las oportunidades".
Jenner, probablemente ni se fijó en eso, acostumbrada a esos asuntos, tal vez Katz, no tan acostumbrado a ver la cara del crimen desde esa perspectiva, pudo fijarse algo más en ese ir y venir de detenidos.
Parecía que Felicia se dirigía directa a la sala de reuniones, donde bien sabía que les estaría esperando el teniente Pierce. Katz,tras ella, a algunos metros, intercambiando algunas palabras, no todas ellas corteses.
Antes de que pudiesen abandonar el hall, una voz femenina atronó desde detrás del mostrador. Jenner la conoció, era de alguien que tenía, como mínimo, igual de mala leche que ella.
-Jenner, ¿A dónde vas tan rápido? Ya sé que tienes que ir a esa reunión sobre ese malnacido de Mills... Pero en la orden de admisión ponía que sois 4, además del teniente Pierce.
Era la veterana, veteranísima, agente, sargento, Margaret Cortez. Había patrullado muchos años las calles, y hace un tiempo ocupaba la recepción de la comisaría. Era una mujer ruda, directa, conocía todos los detalles de la comisaría, podría ser la comisaria, por conocimiento de la matera, si tuviese la formación o los contactos necesarios y tenía pocos pelos en la lengua. No os llevabais bien, en realidad, nadie se llevaba bien con ella. Era difícil de aguantar.
-¡Anda! Haz el favor de pasar por el baño a acicalarte un poco antes de la reunión, tu aspecto es... Bueno,¿ te habrás visto en un espejo. no, Jenner? dijo sin importarle quien había delante.
Poco más tarde, se fijó en el hombre bien vestido que había entrado justo tras Felicia.
-Buenas tardes, usted debe ser el fiscal Katz, correcto? Su reputación le precede, no hace falta que se presente .Haga el favor de ponerse este pase colgado al cuello durante su estancia en la comisaría, una pura formalidad, señor. Te entrega un pase lila donde pone "Autoridad" y te dedica la mejor de sus posibles sonrisas.
El teniente Pierce está en la sala de reuniones, si quieren pasar, pueden hacerlo, si quieren esperar al resto, pueden tomar asiento en el hall. ¿Le puedo traer algo de beber, sr.Fiscal?
La doctora Dehamre se colocó el abrigo al salir del taxi. Miró su móvil y los minutos habían pasado como viento en el desierto, llevándose su puntualidad con ellos.
— Mierda, mierda —susurraba a la par que se apartaba el mechón de pelo suelto que había dejado suelto al hacerse un moño francés.
Entró decidida a la comisaría, echando un último vistazo al edificio y sus pormenores. Recordó cuánto odiaba la ciudad, pero fue tan pasajero como el rastro que dejó tras la puerta a perfume de lavanda. Sabía que además de Mills, el asesino con una mente para soñar, vería a Katz. No estaba segura de si él la recordaría. Habían cenado en Les Roches un tarde, por el devenir de un caso en el que él pidió consejo a Cait. Ella no lo había olvidado, ni el color granate y denso del vino de su copa, ni la forma de sus labios al sorber. No era de extrañar que el afamado fiscal despertara pasiones por muchas cualidades, pero las que a Caitlyn le gustaban no eran físicas, ni económicas: le atraía su pasión en cada caso, su tesón y determinación para llevar a cabo su cometido, sus gestos, su mirada cuando estaba ante el tribunal. Convertía el estrado en un truco de magia con cada as que siempre sacaba de la preciosa manga de su traje.
Vio a Joshua al final del pasillo, con la sargento Cortez, y se paró en seco.
Un sudor frío la atravesó hasta los pulmones y notó la falta de aire.
¿Y si él pretende encerrarlo? ¿Si no está de acuerdo con que es un hombre enfermo que hay que ingresar? Espero llegar a tiempo para saber qué piensa del caso antes de la reunión. Vamos, Cait, date brío.
Se percató de que no estaba el agente Aidan, y también se preguntó si él mismo se habría echado atrás después de sus conversaciones en terapia. Esperaba que cumpliera con su parte si tantas ganas tenía de volver al trabajo. La detective Jenner tampoco parecía presente. Parece que al final, no llegaba tan tarde.
Apresuró el paso hasta alcanzar a colocarse a un lado del fiscal. Se quitó el abrigo despacio y recogió el maletín del suelo aprovechando para mirar los zapatos de Katz. Impecables, cómo no. Sonrió y volvió a incorporarse para saludar, extendiendo la mano y una sonrisa sincera y deliciosa, como un cóctel de dulzura y lujuria.
— Vaya, volvemos a coincidir señor Katz. ¿Puedo tutearte? Igual no me recuerdas, aunque espero que no hayas olvidado mi perfume —bromeó sonriendo, con la excusa de acercarse para darle un par de besos como saludo en vez de la mano helada que llevaba desde que se montó en el taxi. La lavanda era relajante y necesitarían dosis altas para el encuentro inminente.
Aidan se detuvo en medio de la acera. La colilla del cigarro humeó moribunda a sus pies. El agente contempló vacilante la fachada de la comisaría de Livernois. Se sentía como un niño que mirara, a través de una ventana, el oscuro interior de esa casa abandonada que hay en cada barrio de esa ciudad condenada que es Detroit. ¿Qué iba a encontrar cuando atravesara la puerta principal? ¿Desaprobación? ¿Compasión? ¿Reproches...?
El ruido de un frenazo le arrancó de su ensimismamiento. Un coche acababa de estacionar en el aparcamiento de la comisaría. La detective Jenner se apeó del vehículo, cruzó un par de palabras con un tipo trajeado frente a la entrada del edificio y los dos desaparecieron en su interior. El puñal de culpabilidad y miedo penetró unos centímetros más en el corazón del agente. No sabía con qué cara enfrentarse a la detective. Su compañero había muerto durante la detención de Mills. Clark Glober. Fallecido por herida de bala. El arma del crimen fue el revólver reglamentario del agente Kostroff. La vergüenza se pintó de arrebol en las mejillas de Aidan. Bajó la mirada, incapaz de dar un paso más hacia la comisaría. La cagué... Y ni siquiera logré salvar a ese niño... Cuando la autocompasión amenazaba con hundirlo en un pozo insondable, una voz le hizo volver a la superficie.
—Gracias. Quédese el cambio.
El taxi arrancó en cuanto la doctora Dehamre cerró la portezuela. La psicóloga se apresuró en acceder a la comisaría, mascullando. Tan concentrada iba que ni siquiera se percató de la presencia de Aidan. Maldita loquera... Con su cara de mosquita muerta y ese tono condescendiente del que ha estudiado en la Universidad de Pensilvania y se cree superior a los demás. Esa arpía era lo único que se interponía entre Aidan y su reincorporación al servicio. Le tenía cogido por las pelotas y eso no le gustaba. Necesitaba ese trabajo. No un trabajo, sino ese. Era su vida.
Aidan inspiró una profunda y gélida bocanada de aire y se decidió al fin. Lo primero: conseguir que le devolvieran su placa y volver a patrullar las calles. Después ya habría tiempo de tratar con Jenner y ver cómo podía compensar su fracaso. Con paso firme, irrumpió en la comisaría y volvió a sumergirse en la familiar mezcla de gritos, insultos y gemidos que poblaban sus pasillos. Cómo había echado de menos el olor de ese café aguado que sabía a plástico quemado; también las manchas de humedad del techo y la pintura desconchada de las paredes. Parecía como si los pecados que empapaban cada rincón del edificio rezumarán por todas sus superficies.
Por primera vez en meses, consiguió esbozar una sonrisa sincera.
- ¿No ve una señal de tráfico y sí una miga de pan en mi abrigo? No se lo creé ni ella. Lo que tienen que inventar las mujeres para tocarme. Sobre todo una como ella. - Pensé cuando la detective vino con esas y me "limpió" la supuesta miga del abrigo.
La comisaría en sí era una locura. De hecho, en ese momento estaba viendo detenido de nuevo al primer acusado, un traficante puertorriqueño declarado culpable por la juez que instruía el caso, de esta misma mañana, el cual tenía una sentencia de cárcel de bastantes años por delante. ¿Tanta corrupción había que ya estaba en los juzgados y dejaban salir a quien no debían o se había escapado de allí? Estaba claro que Detroit necesitaba una limpieza de corruptos y que ya no estaban solamente entre los miembros de la policía.
- La veo muy tensa y a la defensiva, detective Jenner. ¿Acaso la he ofendido en algo? - Le pregunté con esa amabilidad en mi voz y con un rostro relajado. - No sabía a quien mandarían y como usted es tan... voluble con los casos, pensé que quizás se hubiese volcado en otro, nada más. En cuanto a mi gusto por las mujeres, dudo que sea un tema que le interese realmente y no es algo que sirva para el caso. Seamos profesionales, ¿quiere inspectora? En cuanto al tema de Hills, si hace usted bien su trabajo yo podré hacer el mío y encerrarle entre rejas. Así que, haga usted bien su parte, detective y no me deje colgado como suele hacer. - Hablé ya dentro del edificio, fuera del frío de la calle, aunque no a salvo de él aún por lo que se veía.
Pasamos por la recepción de la comisaría y allí una sargento nos dio el alto y desde luego que se cebó con la detective Fenner. No había visto jamás tal alarde de sinceridad o más bien bombardeo, de una mujer a otra. Era algo que no se veía ni en un juicio a pesar de que todos "dicen la verdad".
Deje a la mujer hablar y esperé mi turno con calma, quitándome el abrigo para mi comodidad. Aún había tiempo y quería saber que iba a soltar sobre mí. Me dejó casi K.O. su cambio de actitud. Desde luego, aquella mujer era un filón para poner a todos firmes y en su sitio. - Gracias sargento Cortez. - Dije leyendo su placa y le tendí la mano. - Así es, soy el fiscal Katz. - Cogí "la medalla" y me la puse del cuello, colocándola de tal manera que me quedase perfecta.
- Un café no estaría mal, si no es de máquina, claro. Solo aceptaré café de cafetera. No se preocupe por la taza, se la devolveré cuando me marche. Solo, largo y con dos cucharas de azúcar si puede ser. Yo vigilaré el fuerte. - Derrochaba amabilidad en mi voz y me mostré encantador con la sargento. Si podía conseguir un café decente era allí dentro.
En ese momento alguien se detuvo a mi lado. El perfume me indicaba que era una mujer, al igual que su pelo largo y su delgada figura. Cuando se levantó me tendió la mano con aquella sonrisa que me hizo mirarla con intensidad. Seguro que la conocía. Su voz, su olor... y ahora su rostro.
- Doctora Dehamre. - Dije con un tono animado. reflejando un gesto de sorpresa y agrado en mi rostro al reconocerla. - ¿Cómo iba a olvidarla? Sus consejos me ayudaron mucho con el caso Flores. No logró su propósito de ser declarado como homicida en segundo grado con el atenuante de enajenación mental momentánea. Quise llamarla para contárselo, pero el trabajo aumentó bastante para mí tras ganar ese caso. Espero al menos que le llegasen las flores. - Sabía que mi secretaría las había mandado por mí.
Pero mi mano no llegó a tocar la suya, sino que sus labios besaron mis mejillas. Aún no estaba acostumbrado a ese tipo de saludo fuera de mi entorno familiar y se me hacía raro, aún así le correspondí sin miramientos. - Solo podrá tutearme si yo puedo hacer lo mismo con usted. - Casi se veía una sonrisa en mi rostro con aquella frase.
Casi.
Y es que mientras era fiscal, era muy difícil verme sonreír. Otra cosa era cuando estaba fuera de mi trabajo, pero era tan poco tiempo que a veces pasaba un día entero y no sonreía nada. Y aquel día sonaba a uno de esos en los que no habría sonrisa que lucir por mi parte. Me giré entonces hacia la detective al recordar lo de la sonrisa. - Detective Fenner, le presento a la doctora Dehambre. Aunque lo mismo se conocen ya...
—¿Ofenderme? Él que ese tipo esté libre es lo que me ofende. El mundo no gira en torno a ti… —guardó silencio, había reculado de ir por el café para responderle al fiscal, no para pelear con él—, disculpa, tienes razón hay que ser profesionales, pero no me pidas que no esté tensa cuando voy a encontrarme con la gente responsable de que Clark este muerto.
Se le quebró la voz un segundo por lo que tuvo que hacer una pausa antes de continuar.
—Joshua… ese hombre no puede quedar afuera. Es culpable y no hay nada que probar. No dejes que te vengan con el cuento de la enfermedad mental esta vez…
La voz de la sargento Cortéz los interrumpió desde su escritorio. Felicia guardó silencio y miró suplicante a Katz, por un momento casi habrían podido reconocer a la antigua Felicia Jenner escondida en algún punto de esa mirada, pero el efecto paso rápido y el frío del ambiente se coló en sus palabras.
—Buenas tardes, Margaret —respondió con la confianza que daban años de verse las caras, pero con el respeto que debía a su rango —, también es un gusto verla de nuevo.
¿Pero qué le pasaba a todos con su apariencia hoy día? era como si se hubieran puesto de acuerdo. Y eso que se había tomado el tiempo, como no había normalmente, en tratar de estar decente. Observó a la sargento acercarse a ellos y la actitud al dirigirse al fiscal. No necesitó más para entender por qué la trataba así… pero no iba a pasar por sobre su autoridad así que, tras un gesto, se largó al baño obediente a ver qué podía hacer por si misma que no hubiese hecho ya.
De pie en el baño se miró los dientes, se bajó un poco el pelo que con el viaje se le había levantado y poco más. Seguía sin entender que querían ellos de ella (¿acaso una nueva miss simpatía?) y tampoco es que le importase mucho. No se iba a poner colorete ni iba a intensificar el color de su labial como una vez le había dicho el cerdo de Gutiérrez. Pero si se dio el tiempo de respirar, su mano se deslizó hacia el bolsillo de su abrigo pero la voz se Clarisse en su cabeza le impidió hacer lo que iba a hacer.
—Por Clark —se repitió en voz baja para darse ánimo recordando la conversación que habían tenido con antes de partir. Tomó aire, lo soltó lentamente, se paró derecha y se miró por ambos lados, vamos que tampoco estaba tan mal.
Salió del baño un poco más tranquila y fue por un café a la máquina de la comisaría. Por el camino saludó a unos cuantos oficiales con los que, más de una vez, había trabajado codo a codo. Para cuando volvió con Katz y Cortez, el negro contenido del vaso desechable había bajado a la mitad y su humor había subido un poco más. Había alguien más con ellos en ese momento y no pudo evitar preguntarse si Margaret la había tratado igual al ver lo cercana que parecía a Joshua.
—Rubias y con ojos de muñeca —pensó recordando sus propias palabras de hace un momento y no pudo evitar sonreír. La mujer debía haber llegado hace poco pues cuando Felicia se unió a ellos Katz la presentó casi como si nunca se hubiera ido de ahí.
Dehamre, el apellido se le atoró en la garganta junto con el café que acababa de tragar, su reciente sonrisa y su ánimo en alza. Ella era la loquera que quería poner en libertad a Mills.
—Jenner —corrigió con frialdad, estirando su mano para saludarla—, no hemos tenido el placer aún.
Pero el mal trago no había hecho más que comenzar pues justo en ese momento Kostroff hacía su aparición. Lo vio por encima del hombro de Dehamre y no pudo evitar fruncir el ceño. La última vez que se habían visto no se habían eoafado en buenos términos.
La sargento Cortez parecía disfrutar de lo que le rodeaba, se sentía como pez en el agua, sin tapujos, mangoneando a los que podía y mostrando su cara amable a quien le convenía. Parecía que tenía que quedar bien con pocas personas a estas alturas de su ciclo vital y carrera laboral, la cuál, viendo su edad, ya había alcanzado su zenit.
Vió como una mujer joven, con moño francés, entre castaño y rubio, abordaba al fiscal Katz con actitud a su parecer, coqueteante, pues pareció tener la osadía de saludar al fiscal con besos en la mejilla, en lugar de con un apretón de manos.
Interrumpió la conversación entre ambos, y desde su mostrador, dijo:
-Usted deber ser a dra. Dehamre. Haga el favor de acercarse y coger el pase, imagino que ya ha venido por aquí antes, llévelo visible durante su estancia en la comisaría. -Prepara un pase de color negro con el título de "visitante" y en voz baja, no lo suficiente probablemente, dice a un agente que está sentado detrás suyo: -King, esa debe ser la loquera que lleva el caso Mills... Estudian 4 años en la Facultad, pagada por sus papis y se creen con derecho a decir los que son buenos, los que son malos, los que están en sus cabales y los que no...¡ A dónde hemos llegado! En mis tiempos, nuestra palabra escrita era suficiente para eso, no necesitábamos a nadie externo.
El policía pareció asentir ante la opinión de Cortez.
Instantes más tarde, Cortez vió como entraba por la puerta una cara conocida, Aidan Kostroff, con una sonrisa placentera, cuál niño a las puertas de la feria del condado.
-¡Vaya Vaya! dijo en voz alta Cortez buscando la complicidad de los agentes que todavía no se habían incorporado efectivamente a su turno de tarde- Muchachos, ¡mirad quien aparece después de casi 3 meses! ¿Kostroff, cómo te va la vida de "jubilado"? ¿Ya te has recuperado? -se percibía un tono cínico en la sargento - A ver si te sale bien lo de hoy, si no, ya puedes ir despidiéndote de volver a trabajar aquí! Y sin pensión asociada, ¡qué te has pensando, te recuerdo que no estamos en Delaware! soltando una carcajada. Aunque, deseo que puedas reincorporarte, te tengo preparado un trabajo acorde a tu capacidad... Digitalizar antiguos informes policiales que están en formato papel. Tienes para meses y meses...¡ Empiezan a mediados de los 90! Cuándo Britney Spears no era más que una adolescente despreocupada! jajaja - los chistes de Cortez sobre grupos y formaciones de música pop de los 90 y 2000 eran francamente conocidos y despreciados en aquellos lares. -Kostroff, recoja también este pase mientras esté en comisaría, técnicamente, ahora mismo, es igual de "visitante" que la señorita que entró antes de usted- refiriéndose a Dehamre.
Aidan pudo percibir algunas miradas de desdén por parte de algunos compañeros agentes, mientras que de otros, podía percibir miradas de compasión e incluso comprensión. Al fin y al cabo, su actuación se ajustó técnicamente al protocolo, ¿Quién podía pensar que esa casa no estaba desocupada, que sería asaltado por sorpresa y su arma sería usada para lo que se usó?
Asintió ante el saludo de la detective Jenner, viéndola algo más recompuesta tras salir del baño.
Por último, dijo a otro agente, tras la petición del sr. Katz- Agente Kaczinski, vaya a buscar una taza de café y un sobre de azúcar para el sr.Fiscal en nuestra sala de descanso, allí hay cafetera. Lléveselo en unos minutos a la sala de juntas. ¡En marcha!
Dirigiéndose a todos, dijo:
-Cuando quieran, el teniente Pierce les espera en la sala de juntas. Algunos de ustedes ya saben donde está, para los que no, sigan el pasillo después del ascensor y es la tercera puerta a la izquierda.
- Solo podrá tutearme si yo puedo hacer lo mismo con usted. - Casi se veía una sonrisa en mi rostro con aquella frase.
Los labios de Katz parecieron ladearse un instante, un segundo que Cait captó, y bajando el mentón le miró fijamente con un rubor que disimularía seguro por los polvos tono coral que se había colocado por la mañana. No pretendía parecer una niña impresionada, nunca lo había sido con ningún hombre, ni siquiera con su ex marido, pero algo con Joshua era diferente, como si pudiera ver a través de él y entender toda la presión que soportaba con esa templanza increíble, digna de admirar. Siempre necesitó algo más que un físico para sentirse atraída, la admiración era uno de los ingredientes de esa pócima de seducción.
— Estupendo entonces, compañero —sonrió levantando la cabeza hacia el lado por el que resbalaba su mechón más rubio—. ¡Claro, las flores! Muchas gracias, eran preciosas. Para ser sincera casi lo había olvidado, así que no te disculpes por la llamada. Creo que los dos estamos hasta arriba de trabajo, y no de uno fácil precisamente.
Quiso aprovechar el tema laboral para hablar sobre Mills antes de entrar a la reunión, pero la voz de la sargento hizo que tuviera que atender con rapidez. Quién no lo haría al escucharla.
Es entonces cuando reparó en la entrada de Aidan, entre chanzas y bromas que poca gracia tenían para la doctora. Ya había pasado bastante y nadie más que ella sabía que ocultaba algo oscuro dentro. A pesar de sus desencuentros, sentía lástima por él, pero eso no le salvaría de su pacto.
—Aidan...¡Aidan! —Le costó hacerse oír entre las carcajadas pero atinó a cruzar su mirada y le hizo gestos, tocándose el cuello, para que recogiera su pase—. Por favor... —susurró gesticulando exageradamente con la boca y juntando sus manos en forma de plegaria, solo para que el agente consiguiera descifrar el mensaje.
Pobre, espero que me haya entendido con tanto jaleo. Mientras miraba si Aidan se acercaba al mostrador a por los pases, Katz le presentó a la detective Jenner.
—Jenner —corrigió con frialdad, estirando su mano para saludarla—, no hemos tenido el placer aún.
—Oh, detective Jenner, es un placer conocerla. He oído que es mejor que algunos de los que llevan placa por aquí —sonrió tratando de ser educada. Jenner no parecía estar de buen humor, o tal vez era así de seria habitualmente, pero Caitlyn no era de las que juzgaba por la primera impresión y esa mujer tenía motivos para estar tensa.
—Puede que no sea el momento, pero no hemos coincidido antes; sin embargo, conozco el caso y siento mucho lo de su compañero. —Colocó su mano en el pecho con una expresión de tristeza que le salió de lo más profundo—. Ha debido ser un golpe muy duro.
A veces ella misma se sorprendía por su empatía. Su papel de psicóloga la había acompañado toda la vida en realidad, y sinceramente, estaba harta, confundida, enfadada y llena de ira en muchas ocasiones.
—Disculpe —añadió seguidamente negando con la cabeza y sin dejar espacio a réplica—, va a pensar que intento tratarla como a uno de mis pacientes en medio de esta jauría. Nada más lejos de la realidad, solo pretendía ser amable. Lo siento.
Se apartó, disgustada, acercándose de nuevo al fiscal. Ni siquiera se fijó en la reacción de la detective, pero algo dentro de Cait le hacía arrepentirse a menudo por ese tipo de comportamiento. ¿Desde cuando había empezado a sentirse molesta por ser comprensiva y mostrarlo en público? No podía responder a sus preguntas ni ser consciente de muchas de sus ideas, pero ciertas conductas era automáticas aunque le fueran desconocidas, sin darle oportunidad a plantearse, como antes solía hacer, qué necesitaba decir realmente.
Sin prestar más atención, aunque reflejando preocupación en su rostro, se giró hacia Katz acercándose tanto como pudo a su cuello sin que pareciera demasiado extraño.
—Me gustaría saber tu opinión sobre el caso Mills —le susurró. —Podemos comentarlo por el pasillo, parece largo.
Dejó caer una sonrisa que Katz no pudo ver pero seguro que escuchó.
Joder, Cait... sé profesional, por favor, nos jugamos mucho, nena. Deja de pensar en lo bien que huele, se regañó ella misma viendo que, de pronto, su cerebro solo podía percibir el aroma a sándalo del cuello de Katz. El resto de estímulos se esfumaron haciendo desaparecer la confusión y preocupación de hace un minuto. Tendría que pensar seriamente en comprar aquel perfume para relajarse cuando la presión y algunos extraños pensamientos, la despertaban en mitad de la noche.
Me sorprendió que Cortez no diese su opinión para todos y que les susurrase a su compañero. Puse la oreja para ver que decía y no me gustó su opinión sobre los médicos especializados en psicología o psiquiatría pues habían ayudado en muchos casos a encerrar a sujetos que podrían haber quedado libres. Más no dije nada al respecto, solo miré a la doctora un momento esperando que no hubiese escuchado nada de aquello.
Pero Jenner parecía tener ganas de pelea conmigo. - Nunca he dicho que el mundo gire en torno a mí, detective. De verdad, ¿qué le ocurre hoy conmigo? ¿Acaso ha tenido sueños subidos de tono conmigo y me rechaza porque sabe que es algo que nunca pasará entre nosotros? - Le pregunté a la inspectora antes de que todo se fuese de madre. Y entonces salió el problema a relucir. - Lamento lo de su compañero, pero los dos sabemos que si está aquí, es por decisión suya. Seguramente su capitán le haya sugerido que deje el caso a otro inspector pues está usted demasiado involucrada en él y por una vez, ha ganado su tozudez y me alegro por ello. - Quizás aquello la convirtiese en la mujer que una vez fue, no el desastre que era ahora.
- No soy yo quien decide eso. - Respondí a la detective. - Solo puedo montar el caso de la mejor manera que pueda ofrecérselo al tribunal. Si la mejor baza es la enfermedad mental y es donde sacaré algo, jugaré con eso. Ya hay instituciones psiquiátricas penales, donde recuperan a los enfermos mentales y cumplen finalmente el resto de su sentencia en una cárcel normal. Pero por ahí es por donde irá la defensa. Seguramente alegarán enajenación mental momentánea y así quedará explicada la laguna mental que tiene donde no recuerda nada. - Y aquello no me gustaba nada.
- Por eso está aquí la doctora Dehamre, para explicarnos esos detalles por donde se nos puede escapar Hills. Pero por lo que he leído, tanto en el informe del agente Kostroff, como el de la escena, no he visto a un enajenado mental, sino a alguien que sabía lo que hacía. - Aclaré al final.
Cuando presenté a ambas mujeres le cambié el apellido a Jenner por Fenner sin querer. - Lo lamento, estaba pensando en Christine Fenner, un caso de Australia que no viene a cuento. - Alegué frente a mi error sin ganas a la detective. Pero siempre era bueno tener referencias de otros lugares y países, sobre todo de una mujer a quien consideran muerta y está desaparecida desde 1999 y la siguen buscando.
Dejé a ambas mujeres un poco de intimidad, dando un paso atrás y observé como la sargento volvía a la carga con un joven recién entrado en la comisaría. Era mi testigo estrella y descubría que le habían retirado la placa. No entendía en aquel momento el motivo, pero sabía que cuando asuntos internos quería joder, sabía como hacerlo.
Cuando llegó a nuestra altura, le tendí la mano. - Agente Kostroff, es un placer conocerle y lamento la situación en la que se encuentra. Veremos que se puede hacer con usted al respecto. - Y le di una palmada en la espalda. En ese momento ese aroma a rosas invadió mi nariz y supe que la doctora estaba cerca de mí. - Si me disculpa, creo que tendremos tiempo para hablar luego. - Le dije al policía o ex-policía y me uní a la psicóloga para ver que necesitaba.
Tras oír el susurro de Dehamre, hablé a los dos policías. - Vayan delante, la doctora y yo no tardaremos en llegar. Yo, voy a ir más despacio para esperar mi café. - Dejé la excusa aquella, pues quería saber que quería realmente aquella mujer de mí.
- Bueno, como ya he dejado caer, dudo que aquí puedan aplicar enajenación mental. Demasiadas víctimas, demasiadas maneras distintas de matar... sabía donde estaban, sabía que hacer... Pero creo que busca que entre en más detalles...
Aidan se acercó al mostrador, saludando escuetamente al agente Michaels. Anthony Michaels había sido compañero suyo en la academia y era uno de los pocos que parecía sinceramente satisfecho de su regreso a la comisaría. El guiño risueño que le había brindado desde su mesa, colgado al teléfono, había hecho más por Aidan que todas las sesiones con la doctora Dehamre. Sin embargo, el entusiasta recibimiento de la psicóloga y sus indiscretos gestos devolvieron al policía a su inestable realidad.
Con una sonrisa carente de alegría, recogió el pase de visitante que le ofreció la sargento, aguantando el chaparrón de sus bromas de mal gusto.
—Como usted diga, sargento... —respondió con desgana para dar carpetazo a las chanzas de su superior.
Como ya sabía donde se encontraba la sala de juntas, Aidan hizo el ademán de dirigirse hacia allí para huir de las miradas incómodas del resto de agentes, pero el tipo trajeado se interpuso en su camino. Aceptó reticente el apretón de manos. Al primer vistazo, quedaba claro que el tipo era un picapleitos de altos vuelos: zapatos relucientes como espejos, más perfumado que las trabajadoras de la calle de Seven Mile Road, arrogante como uno de esos raperos de la Black Mafia y con un abrigo que costaría dos sueldos a cualquier policía honrado. Con su grueso abrigo de lana y la bufanda que Amy le había bordado, Aidan parecía un sin techo al lado de ese pomposo engreído.
Antes de que consiguiera siquiera responder, el tipo le dejó con la palabra en la boca y se alejó en dirección a la psicóloga. Al irse el abogado —o lo que diantres fuera—, Aidan quedó frente a frente con Felicia Jenner.
—Detective... —logró articular con una pizca de temblor en la voz—. Yo.... Quería decirle que siento mucho la muerte de su compañero... Yo... no...
Sus palabras murieron bajo una avalancha de culpa y vergüenza.
Tras oír el susurro de Dehamre, hablé a los dos policías. - Vayan delante, la doctora y yo no tardaremos en llegar. Yo, voy a ir más despacio para esperar mi café. - Dejé la excusa aquella, pues quería saber que quería realmente aquella mujer de mí.
Caitlyn sintió un nudo en el estómago. El momento de exponer sus argumentos ante el fiscal había llegado, y no estaba segura de que él pudiera entenderlo como ella. El caso de Mills no era un acto fortuito de locura, era un mal sembrado por años de traumatización. La doctora lo tenía tan claro que podía sentir la confusión del propio Frank, sus torturas mentales, sus recuerdos envenenados, su errático camino por una vida marcada antes de la adolescencia. Además el niño no había aparecido. Necesitaba poder tratar a Frank y él necesitaba ser tratado.
Bueno o malo... cuántas personas quedan por el camino perdidas entre estos extremos, pensó suspirando mientras miraba alejarse a Jenner y Aidan por el largo pasillo.
La sucesión de acontecimientos había dejado a la detective sin la posibilidad de contestar a Katz y su explicación —le hizo un gesto con la mano para indicarle que no se preocupase— ni a Dehamre y sus halagos y sus intentos de empatizar, sobre todo por esa sensación de falsedad que le abordaba cada vez que le hablaba como si se tratara de una paciente más (no, no se tragaba su explicación).
Y gracias a Dios por esa distracción, porque si le daban tiempo a hablar quizás no hubiese podido contener la frase que luchaba por saltar desde la punta de su lengua. Aunque Felicia no parecía agradecerlo precisamente, su respiración se había agitado y sus ojos soltaban chispas en dirección de Kostroff, pero se contuvo… aunque el vaso desechable —ya vacío— estaba pagando el precio de su rabia en su mano apretada. Joshua los dejó solos y dió unos pasos hacia la psicolanalista.
Este era el momento que estaba esperando para… esperen ¿Dehamre acababa de olerle el cuello a Katz?
Lo bizarro de la situación había sido suficiente para bajarle a Felicia los ánimos de discutir. Al menos en gran parte, se llevó una mano a la sien y la otra involuntariamente al bolsillo de la chaqueta.
Finalmente la frase que tenía destinada para Caitlyn se coló fuera de sus labios teniendo esta vez como blanco al pobre de Kostroff.
—Su nombre es Clark… Clark Glover, tú menos que nadie tiene derecho a olvidar su nombre —Su voz había sido fría, insidiosa, pero por sobretodo triste. Al menos había podido dejar todo el odio y el rencor de lado. La huelepescuezos de Dehamre seguramente estaría orgullosa.
Se dió la vuelta, dándole la espalda a todos, y se alejó hacia la sala de reuniones, por el camino el vaso desechable de café callo en una de las papeleras, una lágrima no alcanzo a caer secada rápidamente en el rabillo del ojo por el que osó asomarse. Genial, ahora debía además sentirse culpable por tratar mal a Kostroff.
Caitlyn tira por influencia a PJ a Katz según movimientos del jugador
Katz puedes interferir en eso si lo deseas según movimientos de jugador
A medida que la detective se iba alejando por el pasillo, los hombros de Aidan fueron hundiéndose bajo el peso de la culpa. Las palabras de Felicia habían restallado en la torturada mente del agente. Había esperado poder recuperar su trabajo y tener tiempo después para abordar a la detective e intentar solucionar de alguna manera el conflicto entre ambos, pero la realidad le había golpeado como un ladrillazo en los dientes.
Fue consciente de las miradas de soslayo de varios policías que habían presenciado el encontronazo. El rubor tiñó de vergüenza sus mejillas.
—El... el teniente me espera... —masculló azorado, antes de seguir los pasos de Jenner hacia la sala de juntas.
De camino a la reunión, tuvo que abrirse camino entre la jauría de desharrapados que componían la fauna autóctona de la comisaría: prostitutas vocingleras en diversos grados de ebriedad; adolescentes afroamericanos con camisetas imposiblemente anchas y miradas desafiantes; hispanos de piel aceitunada y sonrisas metalizadas, luciendo los colores de cien bandas diferentes; blancos de rostro consumido por el crack y brazos demacrados por la heroína. Los deshechos de la flamante sociedad estadounidense. Una sociedad que vendía el sueño imposible de un éxito dorado, mientras barría bajo la alfombra a todo el que se quedaba por el camino. O sea, a la mayoría. Para que haya ricos, tiene que haber pobres. Y para que los pobres no abran los ojos a esta injusta realidad, tiene que haber un escalafón más bajo todavía: los despojos sin futuro ni esperanza.
Solo una delgada línea separaba al ciudadano medio de la basura de la sociedad. Y tras las puertas de la cada vez más cercana sala de juntas, Aidan lucharía por mantenerse en el lado respetable de esa voluble frontera. Debía recuperar su vida.
Por Amy y Dominic.
Por él mismo.
A cualquier precio.
Si os parece oportuno, entramos a la sala de juntas. Si alguna conversación ha quedado pendiente, habrá tiempo de hacerla, segurísimo.
Sólo agradecer personalmente vuestras aportaciones de suma calidad hasta la fecha. Fuera bromas, el módulo como tal empieza en la sala de reuniones jajaj, ¡con todo lo que habéis dado hasta este preciso momento!
Aunque percibo aún interés por hablar de Joshua con Aidan.
Así que esperaré a que se produzca esa conversación, parece relevante para ellos.
En ese caso, mañana entraremos a la reunión.
Apreté mi paso para alcanzar a Aiden. En el brazo doblado llevaba mi abrigo y mi maletín, en la otra mano unos papeles que no debía perder. Irían al maletín en cuanto lo pusiese en la mesa. Eran demasiado importantes como para dejarlos ahí tirados.
- Agente Kostroff, espere un momento por favor. - Le dije cuando le alcanzaba. - Tengo que disculparme y hablar con usted a solas un momento. No tardaremos. - Y un poco más tarde le di alcance.
- Yo, lamento mucho haberle dejado colgado cuando se acercó la doctora Dehamre, pero tenía que hablar con ella y la llegada y todo fue algo caótica. Creí que tardaría más en volver. Ya sabe que cuando dos mujeres se ponen a hablar... - Le dije por lo bajo, en un vago intento de aliviar tensiones.
Cuando pasó la doctora por nuestro lado la miré de reojo un segundo o dos, para luego hablar con Aiden.