Partida Rol por web

"Cuando el viento empieza a morder y las piedras crujen en la noche helada, de charcos negros y árboles desnudos, no es bueno viajar por tierras salvajes."

Tras acomodarse en un modesto alojamiento cercano al puerto, Beran, el beórnida adusto y fiable, se sumergió en la vida bulliciosa de Esgaroth. Las aguas eran su lugar favorito, el aroma del agua limpia y el sabor del pescado le recordaba a la vida del Anduin, el río largo.

Durante el día, mientras el sol brillaba sobre las aguas tranquilas del lago, se dedicaba a observar y aprender de los pescadores locales. Admiraba la destreza y conocimientos secretos a la hora de capturar peces que poseían en tierras del Este. Con el tiempo, Beran se hizo amigo de varios de ellos y compartió las historias de las aventuras vividas. Les contó cómo conoció al pequeño Trotter y luego a Beli y al alto Caranthir. Juntos habían recorrido un largo camino para rescatar a los emisarios enanos, familiares de Glóin. En respuesta, los locales compartieron sus historias y leyendas asombrosas.

En las tardes, Beran solía pasear por las calles de la ciudad, saludando a los comerciantes y curiosos que se acercaban al puerto. Cada vez que tenía la oportunidad, estaba dispuesto a ayudar con los pesados cargamentos o proteger a los débiles de los conflictos cotidianos. Además de socializar, también dedicó tiempo a mejorar sus habilidades con la lanza. Visitaba un terreno cercano donde practicaba sus movimientos, perfeccionando su dominio sobre esta arma. Cada día que pasaba, sus movimientos se volvían más precisos y su confianza en la lucha se fortalecía. Cada día... sus recuerdos en el pantano dejaban de ser traumáticos.

Así, Beran se convirtió en una parte querida de la comunidad de Esgaroth. Su estancia en la ciudad no solo le permitió compartir su generosidad y hacerse cercano a su gente, sino que también le brindó la oportunidad de mejorar sus habilidades con la lanza, lo que sería de gran utilidad en futuras aventuras.

Tras los días de celebración que siguieron a la vuelta con los emisarios desaparecidos, Caranthir se había dispuesto para volver al reino del bosque. Pero su reciente aventura le había dejado con muchas preguntas que el alcohol y las viandas y las canciones le habían hecho olvidar. Temporalmente. Por eso no volvió aun. Los elfos no parecían guardar recuerdo de ciudad humana alguna en el interior del bosque. Y los hombres del bosque no parecían muy probables fundadores de aquel lugar funesto, pues habían aprendido de los elfos a construir hogares en los árboles.

Sólo quedaban los Hombres del Lago. Ellos podrían saber algo de unos posibles compatriotas que abandonasen la ciudad en el pasado para fundar una ciudad en el bosque. Así que Caranthir se quedó en Esgaroth para conocer y hablar con los maestros del saber y los eruditos locales, explorar su historia e intentar rastrear un posible origen a las ruinas al pie de Dol Guldur. También buscó el consejo de gente como contrabandistas, pescadores, cazadores y leñadores, gente que conociera los caminos y rutas menos frecuentadas pero que pudieran utilizarse también para moverse por las tierras aledañas a Esgaroth, Valle, Erebor o el reino de Thranduil. Y los mercados del norte también podían ofrecer información, aunque el elfo tuvo que moverse entre círculos más selectos según buscaba algo más que mercancías como las que se cruzaban allí. No le interesaban los juguetes enanos ni las sedas (puede que algo del vino de Dorwinion sí), si no libros antiguos o viejos mapas de la zona, por lo que tuvo que buscar, conocer y entrevistarse con gente más adecuada que el simple comerciante del estanque para encontrar tal material.

Los días se convirtieron en semanas persiguiendo estos fines, pero lo sorprendente fue comprobar que sus compañeros de correrías por el Bosque Negro también perseguían sus intereses en Esgaroth. Puede que fuera ya la familiaridad por lo que, finalmente, decidió asentarse junto al hobbit Trotter, el enano Beli y el beórnida Beran.

Cuando se enteró de que Beli pretendía quedarse un tiempo en Esgaroth, Glóin no dudo en ofrecerle una de las habitaciones de invitados de su lujosa mansión, más allá de las riquezas que el noble enano les había ofrecido como pago por el rescate, existía una deuda de gratitud y hubiera sido considerado casi un desprecio que Beli rechazase semejante oferta. Aunque sabedor de que el huésped y la pesca a los tres días apestan, aceptó la invitación solo hasta que encontrase una vivienda adaptada a sus necesidades.

Los días en casa de Glóin trascurrían dichosos, como representante en Esgaroth del Rey Bajo la Montaña, raro era el día que el anciano guerrero no recibiera la visita de algún compatriota y pariente. Las cenas se prolongaban hasta bien entrada la noche y solían ir acompañadas de música y canciones y abundantemente regadas de buena cerveza enana. Tampoco era raro que a estas cenas fuera convidado su buen amigo mediano para que, acompañado de su laúd, deleitase a los invitados con alguna tonada de la comarca, por las que Glóin había llegado a tener una especial predilección.

Durante este período en Esgaroth, Beli acudía con mucha frecuencia al gran mercado, ya fuera solo o acompañando a algún comerciante enano llegado desde Erebor. Su naturaleza emprendedora y su buen ojo para evaluar la calidad de los materiales le abrieron innúmeras oportunidades para hacer negocios y pronto estableció cierta amistad con algunos de los comerciantes que valoraban los consejos del enano al respecto de los productos más demandados por las gentes del Reino bajo la Montaña. Por su parte Beli aprendió a leer en los gestos y en los rostros de los mercaderes lo que sin duda le sería de utilidad en el futuro.

Pese a la alegría de aquellos días, Beli se despertaba alguna noche cubierto en sudor y con la extraña sensación de opresión y ahogo que había sentido durante la travesía por las ciénagas, como si tuviera el ojo de uno de aquellos horrendos pájaros clavado en el cogote, una sensación que hasta el momento se había cuidado de comentar con nadie.

Tras las bulliciosas fiestas de celebración del retorno de los enanos, el festivo clima de la ciudad de Lago fue volviendo poco a poco a la normalidad. La agradecida hospitalidad de los enanos, unido al hecho de que sus compañeros de viaje permanecían por la zona, hicieron de este periodo una delicia para el pequeño Hobbit, que pasaba las tardes conversando con los antiguos compañeros de Bilbo y maravillándose con sus historias, o bien acompañando al beórnida en sus tardes de pesca, paseando por el mercado escuchando las historias de Caranthir o sentado en compañía de Beli acompañado de una pipa bien cargada de hierba del viejo Toby.

Un día, el sabio Balin se acercó al hobbit diciéndole tener una sorpresa y, acompañándole al linde de la ciudad le enseñó una pequeña madriguera al estilo de la Comarca que los enanos habían encargado construir para él. Ciertamente los acabados eran más monumentales, similares a las construcciones enanas creadas para la grandeza y no para la sencillez del día a día de las madrigueras hobbit, pero los detalles estaban cuidados hasta el último detalle. El mismo Balin había hecho los planos basándose en su visita a Bolsón Cerrado hacía ya tantos años.
Al mediano se le escaparon las lágrimas en agradecimiento al sentir un trozo de su patria en la ciudad de Esgaroth, decretando una fiesta de inauguración sin olvidarse de los detalles para cada uno de sus amigos que eran de recibo en ese tipo de ocasiones.

Desde ese momento, continuó viviendo una vida sencilla en la ciudad desde su nuevo hogar, a la espera de que nuevas aventuras pavimentaran su camino, pero con el convencimiento de que Esgaroth sería para siempre un lugar al que regresar al que podía llamar su casa.