LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA
La segunda guerra púnica (218-201 a. C.) es la más conocida de las tres, por producirse durante ella la famosa expedición militar de Aníbal contra Roma cruzando los Alpes. En la segunda guerra púnica destacan las victorias cartaginesas en la batalla del Lago Trasimeno y la batalla de Cannas y la victorias romanas en la batalla de Cartago Nova (Qart Hadasht en cartaginés) y la batalla de Zama (la cual dio la victoria final a Roma en la guerra)
Partiendo desde la actual Cartagena, en el sur de Hispania, Aníbal condujo a su ejército hacia el norte, hasta la ciudad de Sagunto, ante el ataque, esta ciudad pidió ayuda a Roma en virtud de un pacto que había sido firmado anteriormente. Roma exigió a Aníbal que dejase el sitio de la ciudad pero este se negó, lo que provocó el inicio de la segunda guerra púnica. Aníbal se adelantó a los ejércitos enviados por Roma a la península ibérica y cruzó los Alpes, invadiendo por primera vez la península itálica desde el norte; derrotó a todas las fuerzas que la República de Roma lanzó en su contra en las batallas de Tesino, Trebia, Trasimeno y Cannas, donde fueron derrotados 2 ejércitos consulares enteros. Aníbal se mantuvo con su ejército en Italia durante dieciséis años pero no fue capaz de poner Roma bajo asedio por no disponer de suficientes tropas, ya que el cruce de los Alpes y las batallas posteriores supusieron la pérdida de gran parte de sus soldados y elefantes de guerra.12 Por su parte, la República de Roma, no lograba expulsarle de Italia, debido principalmente a que no se enfrentaba solo contra Cartago, sino también contra el rey Filipo V de Macedonia. Esto provocó un estado de peligro constante en la Península Itálica para Roma, debido a la pérdida continua de legiones por sus derrotas contra Aníbal. Combatió contra esta también en Hispania y Sicilia, y además libró la primera guerra macedónica en Grecia. La República salió triunfante en todos los teatros en los que combatió gracias a la expulsión de Cartago de Hispania por obra del joven general romano Publio Cornelio Escipión el Africano. La situación de estancamiento en Italia fue finalmente resuelta tras la victoria en Hispania, lo cual provocó el traslado de la guerra a África, con el fin de asediar la propia Cartago, no sin antes por pasar por Sicilia donde Escipión el Africano como cónsul formaría su ejército tomando los despojos de las legiones de Cannas. Cuando estuvo listo Escipión pasaría al norte de África donde formaría una alianza con el príncipe númida Masinisa el cual estaba enfrentado al rey numada Sifax, aliado de Cartago, dotando a los ejércitos proconsulares de Escipión de la valiosa caballería númida. La gravedad de la amenaza romana obligó a Aníbal a volver a toda prisa a su ciudad, siendo finalmente derrotado por primera vez en la batalla de Zama por Escipión el Africano (quien recibió este sobrenombre por su victoria). La derrota supuso el fin de la guerra, y Cartago vio limitadas sus posesiones territoriales a la propia ciudad, perdiendo todas sus colonias comerciales.
Durante la segunda guerra púnica se combatió en tres teatros principales: Italia, donde Aníbal venció a las legiones romanas de forma continuada; Hispania, donde Asdrúbal Barca, hermano menor de Aníbal, defendió las ciudades coloniales cartaginesas frente a los hermanos Escipión, Publio y Cneo (padre y tío de Escipión Africano respectivamente) hasta que fue obligado a retirarse hacia Italia debido a los avances de Roma ya con Escipión Africano; y Sicilia, donde los romanos mantuvieron siempre su supremacía militar frente a los intentos cartagineses de recuperar la isla. Aunque podría considerarse África como un cuarto teatro de operaciones, las acciones allí no tuvieron suficiente extensión en el tiempo ni geográficamente para aceptarlo como tal ya que solo se batallará aquí cuando la guerra en otros frentes ya haya terminado.
La guerra se inició tras el asedio y conquista de Sagunto por parte de Aníbal, que supuso el casus belli que permitió a Roma declarar la guerra a Cartago. Aníbal consideraba que la superior capacidad de producción romana les daba ventaja en cualquier enfrentamiento prolongado, por lo que la guerra debía resolverse cuanto antes mejor. La única forma de lograrlo era llevando a su ejército a la península itálica y conquistar Roma, o en su defecto, causarles tantos destrozos como para obligar al Senado de Roma a pactar la rendición. Pero desde el final de la primera guerra púnica, el mar Mediterráneo estaba controlado casi completamente por la armada romana, de modo que el ejército no podía trasladarse por mar. Así que Aníbal, para sorpresa de propios y extraños, decidió llevar al ejército por tierra, cruzando los Alpes. El paso de los Alpes en invierno por el ejército de Aníbal fue considerado en su día una hazaña militar sobresaliente, a pesar de que hoy en día se duda si el factor sorpresa fue suficientemente valioso debido a todas las bajas que sufrió mientras lo cruzaba, perdiendo a casi todos sus elefantes.
Aníbal entró en Italia al mando de un ejército cartaginés reforzado con infantería gala e hispana, caballería númida, y otros mercenarios, así como treinta y siete elefantes. Aplastó de forma contundente a todas las fuerzas que los romanos le opusieron, especialmente en las batallas del Trebia, del lago Trasimeno y de Cannas. Pero la falta de efectivos y maquinaria de asedio le impidió conquistar la ciudad de Roma, con lo que le fue imposible asestar el golpe crucial con el que esperaba acabar la guerra.
Aníbal ya era consciente de esa posibilidad desde antes incluso de iniciar el asalto sobre Italia, y había decidido que, de producirse, se dedicaría a asolar la península, en la esperanza de conseguir que los aliados locales de Roma cambiasen de bando. Sin embargo, a pesar de sus tremendos éxitos, no logró su objetivo: los aliados de la República en su gran mayoría se mantuvieron fieles, con la excepción de algunas ciudades-estado del sur. Del mismo modo, la República se mantuvo imperturbable a la presencia del invencible ejército de Aníbal en sus proximidades.
Un factor determinante sin duda fue la falta de refuerzos recibidos; se ha argumentado en muchas ocasiones que, de tener soldados en cantidad suficiente, Aníbal podría haber intentado el asalto directo sobre Roma a pesar de la falta de armamento de asedio. Sin embargo, y a pesar de sus muchas súplicas en ese sentido, Cartago solo mandó refuerzos al ejército de Hispania. La incapacidad de finalizar el conflicto de forma decisiva abocó a Cartago a una guerra de larga duración que el propio Aníbal había predicho que no podrían ganar.
Por su parte, en Roma prevalecía la idea de que, mientras estuviera en Italia con suficientes fuerzas, Aníbal era invencible. De modo que, a la vista de la incapacidad de Aníbal de conquistar la ciudad, se decidió concentrar los esfuerzos en el exterior: Hispania y Grecia, donde se estaba librando ya la primera guerra macedónica. Siguiendo la misma idea de Aníbal de llevar la guerra al enemigo, los romanos desembarcaron un gran ejército en Hispania con el que amenazar las posesiones cartaginesas en la zona y cortar cualquier posible ruta de suministro a Aníbal. El joven comandante Escipión el Africano, que ya se había enfrentado con las fuerzas de Aníbal en Italia, consiguió tras varios enfrentamientos vencer a las tropas cartaginesas en Hispania lideradas por Asdrúbal Barca y obligarlas a retroceder. Asdrúbal, sabedor de que su hermano no podía realizar el asalto final sobre Roma por la falta de efectivos, y previendo que la situación en Hispania iría empeorando progresivamente, decidió intentar unir su ejército mercenario con el de Aníbal en Italia, por lo que abandonó Hispania y cruzó también los Alpes siguiendo sus pasos. Asdrúbal entró en Italia por el valle del Po. Allí le estaba esperando Cayo Claudio Nerón al mando de un gran ejército romano: la idea de tener otro gran ejército cartaginés en su suelo causó terror en Roma, y decidieron oponerle todas las fuerzas disponibles.
El enfrentamiento consiguiente fue conocido como batalla del Metauro. El comandante romano, sabedor de la necesidad de destruir el nuevo ejército cartaginés a cualquier precio, consiguió rodearlo tras sacrificar a 700 de sus mejores hombres en una maniobra de distracción. Asdrúbal, sabiéndose perdido, se arrojó sobre las líneas romanas, prefiriendo la muerte a ser capturado. Los romanos arrojaron su cabeza al campamento de su hermano Aníbal poco después, quien procedería a retirarse hacia las montañas. En los dieciséis años que pasó en Italia, este fue el único intento de reforzar a su ejército, tarde y mal. Mientras tanto, en Hispania, Escipión capturó casi sin oposición el resto de ciudades cartaginesas, finalizando el dominio cartaginés en la península, y empezó a preparar la invasión de la propia Cartago.
Ante esta amenaza directa, Aníbal recibió la orden de abandonar el ejército de Italia y volver a toda prisa a Cartago a preparar la defensa y enfrentarse a Escipión. Sin embargo, sufrió una derrota decisiva en la batalla de Zama el año 202 a. C. Cartago pidió la paz, y las condiciones romanas fueron terribles: todas las colonias cartaginesas fueron entregadas a Roma, recibió la obligación de entregar a Roma una cuantiosa indemnización, y se le prohibió volver a tener unas fuerzas armadas o reclutar mercenarios más que en cantidades testimoniales, pasando a depender de Roma para cualquier tema relacionado con su propia defensa. Tras esto Cartago nunca más volvería a ser una potencia y sería independiente mientras Roma estuviese interesada.
Aníbal tomó parte activa en la reconstrucción de Cartago, pero su larga temporada de liderazgo y sus éxitos le habían granjeado numerosos enemigos entre su propio pueblo. Sus oponentes se unieron en una sola facción y protestaron frente a Roma, obligándole a huir a Asia Menor en el año 195 a. C., siendo sus propiedades y las de su familia confiscadas por la élite dirigente cartaginesa. En el este, Aníbal sirvió a varios reyes locales como asesor militar, generalmente en enfrentamientos con Roma. Sirvió en esas funciones en la corte del Imperio seléucida huyendo tras la batalla de Magnesia al saber que Antíoco III Megas pretendía entregarle a los romanos para congraciarse con ellos. Perseguido, Aníbal acabó suicidándose en el 183 a. C. para evitar su captura por agentes romanos.
LA REVUELTA ÍBERA
La revuelta íbera (197-195 a. C.) fue una rebelión de los pueblos íberos de las provincias Citerior y Ulterior, creadas poco antes en Hispania por el Estado romano para regularizar el gobierno de estos territorios, contra esa dominación romana en el siglo II a. C.
A partir de 197 a. C. la República romana dividió sus conquistas en el sur y este de la península ibérica en dos provincias: Hispania Citerior e Hispania Ulterior,18 cada una de ellas gobernada por un pretor. Aunque varias causas se han planteado como posibles responsables del conflicto, la más aceptada es la derivada de los cambios administrativos y fiscales producidos por la transformación del territorio en dos provincias.
Iniciada la revuelta en la provincia Ulterior, Roma envió a los pretores Cayo Sempronio Tuditano a la provincia Citerior y Marco Helvio Blasión, a la Ulterior. Poco antes de que la rebelión se propagase hasta la provincia Citerior, Cayo Sempronio Tuditano murió en combate. Sin embargo, Marco Helvio Blasión, que al llegar a su provincia se dio de bruces con la revuelta, consiguió una importante victoria sobre los celtíberos en la batalla de Iliturgi. La situación seguía lejos de estar controlada, y Roma envió a los pretores Quinto Minucio Termo y a Quinto Fabio Buteón en un nuevo intento de solucionar el conflicto. No obstante, aunque éstos lograron algunas victorias, como en la batalla de Turda, donde Quinto Minucio logró incluso capturar al general hispano Besadino, tampoco consiguieron resolver del todo la situación.
Fue entonces cuando Roma hubo de enviar en 195 a. C. al cónsul Marco Porcio Catón al mando de un ejército consular a suprimir la revuelta, quien, cuando llegó a Hispania encontró toda la provincia Citerior en rebeldía, con las fuerzas romanas controlando solo algunas ciudades fortificadas. Catón estableció una alianza con Bilistages, rey de los ilergetes, y contaba también con el apoyo de Publio Manlio, recién nombrado pretor de Hispania Citerior y enviado como ayudante del cónsul. Catón se dirigió hacia la península ibérica, desembarcó en Rhode y sofocó la rebelión de los hispanos que ocupaban la plaza. Posteriormente se trasladó con su ejército a Emporion, donde se libraría la mayor batalla de la contienda, contra un ejército indígena ampliamente superior en número. Después de una larga y difícil batalla, el cónsul logró una victoria total, consiguiendo infligir 40 000 bajas en las filas enemigas. Después de la gran victoria de Catón en esta batalla decisiva, que había diezmado las fuerzas hispanas, la provincia Citerior cayó de nuevo bajo control de Roma.
Por otro lado, la provincia Ulterior seguía sin estar controlada, y el cónsul hubo de dirigirse hacia la Turdetania para apoyar a los pretores Publio Manlio y Apio Claudio Nerón. Catón intentó establecer una alianza con los celtíberos, que actuaban como mercenarios pagados por los turdetanos y cuyos servicios necesitaba, pero no logró convencerles. Tras una demostración de fuerza, pasando con las legiones romanas por el territorio celtíbero, les convenció para que volvieran a sus tierras. La sumisión de los indígenas era solamente una apariencia, y cuando corrió el rumor de la salida de Catón hacia Roma, la rebelión se reanudó. Catón hubo de actuar de nuevo con decisión y efectividad, venciendo a los sublevados definitivamente en la batalla de Bergium. Finalmente, Catón vendió a los cautivos como esclavos y los indígenas de la provincia fueron desarmados.
IACCA Y LOS IACCETANOS
Los jacetanos o iacetanos (en griego clásico, iakketanoi; en latín, iacetani) fueron un pueblo prerromano del grupo aquitano que pobló la zona norte de Aragón (España), junto a los Pirineos. Su capital era Iacca (actual Jaca). Según Estrabón se extendían desde los Pirineos hasta Lérida y Huesca. Se cree que podrían estar relacionados con los aquitanos. Se sabe que emitieron moneda. También aparecen en los textos de Plinio el Viejo y Ptolomeo.
Su pertenencia a los pueblos vascones es discutida, pues se hallaban en una amplia zona entre la frontera celtíbera del Ebro y el norte de Navarra. Estrabón menciona en sus crónicas sobre Sertorio a los iakketanoi como un pueblo independiente de los vascones, aunque el también historiador griego Ptolomeo los identifica como vascones. Algunas teorías sugieren que se trató de un pueblo de origen aquitano, que cruzaron los Pirineos, y se establecieron en zonas vasconas.
Este pueblo montañés estaba enfrentado con los suesetanos de los llanos, que sufrían saqueos a manos de los habitantes de Iacca. Es probable que el pueblo jacetano tuviera usos y costumbres de matriarcado y una actividad económica fundamentalmente ganadera, complementada con una agricultura al servicio de la actividad pecuaria. La guerra y el saqueo, frecuente contra sus vecinos del sur, los suesetanos, que poblaban una feraz llanura cerealista (que correspondería a la actual comarca de las Cinco Villas), supondrían un alivio en épocas de necesidad material.
LA PITIA
Se sabe que la elección de la Pitia se hacía sin ninguna distinción de clases. A la candidata solo se le pedía que su vida y sus costumbres fueran irreprochables. El nombramiento era vitalicio y se comprometía a vivir para siempre en el santuario. Durante los siglos de apogeo del oráculo fue necesario nombrar hasta tres pitonisas para poder atender con holgura las innumerables consultas que se hacían por entonces. Sin embargo, en los tiempos de decadencia solo hubo una, suficiente para los pocos y espaciados oráculos que se requerían.
Según Diodoro Sículo, originalmente la pitia era una joven virgen, pero a raíz del rapto y violación de una de ellas por un joven de Tesalia se decretó que desde entonces no podría escogerse ninguna con menos de cincuenta años, aunque deberían seguir vistiendo como una doncella. Los consultantes tenían una entrevista con ella unos días antes del oráculo. Este hecho está perfectamente documentado en las noticias que dan los autores de la Antigüedad. El oráculo se celebraba un día al mes, el día 7 que se consideraba como la fecha del nacimiento de Apolo. Por otra parte, en invierno no había oráculo, porque se creía que Apolo en esa época viajaba al país de los hiperbóreos. Los días de consulta, la Pitia se purificaba en la fuente Castalia. A continuación realizaba ofrendas a Apolo. Después, los sacerdotes vertían agua fría sobre una cabra. Si esta tiritaba, era una señal de que Apolo estaba receptivo a las consultas. Entonces se realizaba el sacrificio de la cabra en el altar de Apolo.
Los consultantes eran de todo tipo, desde grandes reyes hasta gente pobre. En primer lugar se purificaban con agua de las fuentes de Delfos y a continuación se establecía un orden de consulta. El derecho de preferencia del que gozaban algunos de ellos se denominaba promanteia. Una vez establecido el orden se pagaban las tasas correspondientes, luego ofrecían un sacrificio en el altar que había delante del templo y por último el consultante se presentaba ante la Pitia y hacía sus consultas oralmente, según se cree. Se conoce muy poco sobre el rito que se seguía en el oráculo. Se sabe que la Pitia se sentaba en un trípode que estaba en un espacio llamado «áditon», al fondo del templo de Apolo Pitio. Αδυτων significa "fondo del santuario" y τo αδυτoν significa "lugar sagrado de acceso prohibido".
Diversos autores describieron, con algunas diferencias entre sí, el proceso mediante el cual la pitia recibía la inspiración. La imagen dominante que transmiten estas descripciones es que el trípode de la Pitonisa o Pitia se hallaba sobre una grieta muy profunda de la roca. Por esa grieta emanaban unos gases que hacían que la mujer entrara en trance y su cuerpo se agitara. Algunos autores consideraban, en cambio, que la grieta era el espacio físico al que descendía la pitia para profetizar. Según Pausanias, algunos creían que era el agua de la fuente Casotis la que hacía profetizar a la pitia. Luciano menciona que además masticaba hojas de laurel, lo que ayudaba a alcanzar ese estado psicosomático.
Una vez inspirada, la pitia daba respuestas (el verdadero oráculo) y posiblemente —aunque las fuentes no son claras en este aspecto— un sacerdote las interpretaba y escribía en forma de verso, que después se entregaba al consultante. Se estima que este y otros sistemas de adivinación eran considerados por los griegos de la Antigüedad como medios válidos y útiles de tener una conexión con sus divinidades, por lo que el oráculo fue respetado durante más de mil años. Se ha encontrado que justo debajo del templo de Apolo en Delfos se cruzan dos fallas geológicas y que por las fisuras que hay en las rocas ubicadas bajo el templo se pueden filtrar gases como etano, metano y etileno que podrían provocar que una persona entrara en un estado parecido al trance.
MAKEDA Y PITIA
La Sibila era en realidad Pitia, una mujer oráculo que vivió en el Templo de Apolo de Delfos hasta su violación por parte de un joven de Tesalia. Violación instigada por Makeda, quien fuera en otro tiempo la Reina de Saba, una poderosa cainita de la antigüedad, nada más y nada menos que una Matusalén. Tras los incidentes, su deseo de venganza llamó la atención de las Lamias, las guardaespaldas de los Capadocios, quienes se encontraban en Guerra con el Clan de la Serpiente y la Abrazaron. Ahora el objetivo de Sibila es acabar con aquella vástaga que llevó la vergüenza a su Templo.