La Assamita aguardó la llegada del alba limpiando sus cuchillos. En un momento, se volvió hacia Aza y le dijo:
-No les quites el ojo de encima a nuestro invitados cuando lleguemos a Venecia. Parecen estar huyendo de algo. Cumpliremos nuestro trato con ellos, pero debemos anticiparnos a cualquier riesgo.
-Así lo haré, mi señora. - dijo con semblante estoico.
No sabía mucho sobre Fátima, solo que gozaba de una gran reputación entre el clan Assamita y que su destreza en combate no tenía rival. Desconocía sus verdaderas motivaciones o sus anhelos, aunque en realidad tampoco le importaba mucho. En aquel momento solo sentía orgullo por haber sido escogido para acompañarla en aquella misión. Miró hacia la carreta de los recién llegados.
-¿Cuál será el siguiente paso cuándo lleguemos a Venecia?
-Asegurarte de que nuestro invitados no se ven envueltos en nada que pueda comprometernos. Yo tendré que reunirme con nuestro mandante para el pago del Contrato, así que te quederás al mando de ellos y de la caravana. Por un acuerdo con nuestro contratantes, tú y yo estamos dispensados del deber de presentarnos y para evitar que sepan de nosotros si quieren presentarse ante el Príncipe acompáñales pero aguarda fuera del Elíseo.
Ante las órdenes de Fátima, Aza simplemente asintió con convicción.
No estaba a gusto con aquella situación, no le gustaba estar a cargo de nadie, tan solo de él mismo. El hecho de que no confiaba en sus nuevos invitados acrecentaba su malestar y su intranquilidad. No sabía qué o quién podía estar persiguiéndolos, se sentía expuesto, vulnerable, vigilado; por un instante se preguntó si era así como se sentían sus presas antes de ser cazadas.
Se arrodilló en la parte de atrás de la caravana y cerró los ojos para meditar y calmar su malestar. Tenía que poner en orden sus pensamientos. Para cuando quiso darse cuenta, los perfiles de la ciudad de los canales se asomaban tímidas en la ooscuridad.