Tau se dio cuenta que se había excedido en su reprimenda y que se había dejado llevar, pero para nada se esperaba aquella reacción de Elain después de todo lo que había pasado junto a la banda y de lo mucho que esta la necesitaba. Por la mente del líder le pasó un reproche pero se dio cuenta de que volvería a ser un error por su parte, así que calmo su nervio y se obligó a respirar profundo y a buscar una manera de arreglar la situación.
- Elain, no te estaba llamando estúpida… yo quería decir… - Suspiro. – No importa… - Se rasco la nuca y la miro directamente a los ojos con esa expresión amigable y cercana. – No te marches, por favor…
A Tau no le incomodaba tener que rogar un poquito cuando temía perder a alguien más en su cada vez más pequeña familia, sobre todo si era por un error suyo, aunque no lo reconociera.
Nathan continuaba impasible en el rincón en el que se había afincado nada más llegar al cuchitril en el que vivía Tau... no era que no le importara perder a Elain, la verdad era que sí, pero él seguía sin ser la voz conciliadora en toda aquella locura de vida que llevaban.
Si la chica se molestara en mirar a donde se encontraba Veloz, se encontraría con una sonrisa en la boca del ladronzuelo, aunque no era una sonrisa burlona, ni sarcástica, era una sonrisa amistosa que a los pocos segundos se volvería a ocultar bajo el pañuelo que llevaba el chico al cuello.
Esperó pasivamente a que sus compañeros arreglaran lo que tenían que arreglar sin meterse para nada en el asunto. Al principio le había dolido mucho que Tau hubiera ocultado todo aquel asunto, y seguía doliéndole y seguía sin perdonarle el hecho de que tanta gente hubiera fallecido por no creer en sueños. No creer en sueños, en un mundo en el que se conoce de la existencia de la magia y de los poderes mentales era, cuanto menos, absurdo. Pero bueno... lo hecho, hecho estaba, y ya no había nada que pudieran hacer. Podrían quedarse atascados en aquel punto, culpando a Tau de todos los males de Gaia, o podían avanzar e intentar perdonar.
La tensión empezaba a ser palpable en la habitación y Sajára no podía sentirse más incómoda. Como si volviera a ser una niña pequeña e indefensa de nuevo. Como si el mismísimo demonio volviera a mirarla directamente a la cara.
Cerró los ojos y volvió en su mente a la casa de Tot y Serapia. La recorrió como flotando como un fantasma, pasando de habitación en habitación, sintiendo el calor del fuego, el olor a metal y madera. Recorriendo el taller de Tot, los recuerdos cambiaron el escenario sin su consentimiento, la herramientas que el mismo Rashidi había fabricado ahora se encontraban en perfecto orden sobre la mesa. Le vio trabajando y gruñendo como solía hacer, mientras cortaba madera para volver a reparar la mesa que tantas veces había roto. Cortando y clavando madera la imagen de Rashidi se transformó en la de su padre.
- ¿Sabes que mantiene un barco a flote Sayi? - Dijo la voz de su padre en su recuerdo, mientras ella le devolvía la sonrisa.
- Su tripulación, mi pequeña. Ningún vendaval puede hundir a una tripulación unida.
Sajára abrió los ojos mientras Tau intentaba disculparse. Se levantó de la silla de forma brusca en un impulso que ni ella misma sabía de donde había salido. Miró a Elain y le dijo:
- Terminemos la conversación antes de decidir nada, ¿Te parece?.
Y volvió a sentarse para esconderse de nuevo en su silla.
- Eres clavada a tu madre… No sé qué hacer cuando os ponéis tan dramáticas a la mínima… – su padre sonrió, apoyó su mano sobre su cabeza y le arremolinó el cabello. – ¿Por qué no te lo piensas mejor?
***
Elain, al comenzar a incorporarse, había visto su tatuaje en forma de cervatillo en el tobillo y eso la había transportado a un lugar y un tiempo que le parecían muy lejanos.
Estaba en Nuremore y su padre había hecho uno de sus comentarios sarcásticos, que nunca tenían ánimo de hacer daño a nadie, pero que sacaban de quicio a su mujer e hija. Ambas se ponían serias y acababan diciendo algo que, en otro momento y en frío, no hubiesen dicho. Pero así era como se comportaban, no podían evitarlo; era su forma de ser.
Y, ahora, volvía a recordar esas palabras:
¿Por qué no te lo piensas mejor?
Se sentía dolida, eso todos podían verlo, pero no era sólo por lo que había considerado una afrenta del León, sino que iba unido a los sentimientos de soledad y de añoranza por sus padres que la habían acompañado durante los tres meses que llevaban en Al Kairr, a pesar de que Atzin se había quedado con ella. No los olvidaba y, aunque durante el tiempo pasado en Jassut parecía haber dejado a un lado su ansia por reencontrarse con ellos, la idea siempre rondaba en un rincón de su mente. Ninguno sabía, ni siquiera su inseparable amigo, que, en varias ocasiones, había estado a punto de coger un barco para marcharse al Nuevo Continente y tratar de buscar a su madre y a su padre. Por eso, las palabras de aquel que la había salvado en el desierto hacía casi ocho años hicieron que su orgullo nublara su juicio y había reaccionado de esa manera. Pero la imagen de su padre, su expresión cariñosa, hizo que se detuviera.
Escuchó la disculpa de Tau y observó en silencio las reacciones de sus hermanos: Killian y sus consejos en tono conciliador; le pareció entrever una sonrisa en el rostro de Nathan; las palabras llamando a la calma de Njal; el “salto” de la silla de Sajára invitándola a posponer su decisión…
- Está bien, Sajára. – miró a todos y cada uno; por último, fijando sus ojos en Tau, dijo – Siento haber reaccionado así…
Y se sentó de nuevo. Decidió que debía hacer caso a su padre y pensárselo mejor antes de tomar un camino que no tuviese vuelta atrás.
Tau pareció relajarse al ver que la situación no iba a más. Se acomodo y miró uno a uno a todos los presentes.
- Bien, negocios pues. - Su expresión cambió completamente a una que ya estaban los presentes acostumbrados pero que hacía tiempo que no veian. - Por el momento los lobos estamos a salvo, pero como ya sabéis nos morimos de hambre, o estamos bastante cerca de ello. - Pasó sus dedos pulgar e índice por su barba desatendida dejando escapar el característico sonido. - Tenemos que hacer lo que mejor se nos da, pero en una ciudad como Al Kair hay reglas incluso para los ladrones. - Tomó una nueva pausa y golpeó con el índice la mesa, con suavidad. - Toda banda que quiera establecerse y/o actuar en esta ciudad debe pagar un impuesto al príncipe de los ladrones, si no, en el mejor de los casos será expulsada por la fuerza. Tenemos que reunir las cien piezas de oro para pagar el impuesto, pero tenemos que hacerlo saltandonos las leyes del príncipe.
La tercera pausa fue más larga. Reglas y príncipes entre ladrones sonaba a cuento de hadas, esa persona tenía que poseer mucho poder para controlar a unas bandas que en una situación normal lo cazarían como a un perro.
- Cortad bolsas, colaos en casas o mezclaos entre la gente descubriendo sus secretos y urdid complejos planes. Ya sabéis como funciona vuestra profesión, no voy a ser yo quien os lo explique ahora. - Prosiguió. - Pero hacedlo discretamente.
Se movió de su asiento y palpó el suelo hasta dar con una oquedad oculta bajo el estor que le permitió levantar una tabla que ocultaba un pequeño alijo y de él comenzó a sacar las armas de los presentes, pero no así los pañuelos rojos distintivos de la banda.
- Cuento con vosotros porque los demás os respetan, por que yo os respeto y porque sois los mejores. - Puso las armas sobre la mesa. - ¿Estais dispuesto a correr el riesgo por vuestros hermanos?
Otra vez aquella sonrisa en la boca de Nathan... aunque en ciertos momentos esa risa se tornó en mueca de desaprobación. No parecía gustarle para nada el hecho de la asociación con príncipes de ladrones que solo buscan lucrarse del trabajo de los demás, pero la idea de volver a la carga le hizo sonreir de nuevo.
Si tenía que elegir, claramente cortaría bolsas o a lo sumo entraría en casas, la extorsión no era uno de sus fuertes ya que de normal la gente no le gustaba, pero el arte del latrocinio, era tan antiguo como Gaia, y no había solo una forma de llevarlo a cabo, y debía aceptarlo.
Dadas las habilidades que había descubierto en su niñez, era posible que pudiera ejercer bien aquel trabajo, puesto que la gente que no conocía su nombre solía olvidarse de él a la primera de cambio y la habilidad de ser casi indetectable por medios sobrenaturales también era algo a tener en cuenta.
Después de hacer memoria y hacerse a la idea de que tendría que volver a acostumbrarse a la movilidad de antes, puesto que sus poderes habían estado desactivados durante todo aquel tiempo, decidió levantarse y acercarse a coger sus armas.
- Por fin .- Dijo mientras agarrada su falchion y se la colgaba a la cintura -. Tendré que desentumecerme, pero haré lo que haga falta para recuperar la gloria de nuestra familia.
Para ser Nathan aquellas palabras sonaban muy decididas, y sobretodo comprometidas.
Elain se levantó sin pensar demasiado en las palabras de Tau para recoger su espada, su arco y su carcaj. Sin ellos, sentía que le faltaba una parte importante de sí misma; ahora, se alegraba de volver a tener sus armas con ella. Se echó la espada y el carcaj a la espalda, como solía llevarlos. Cogió el arco e, instintivamente, lo acarició. Una imagen de la aciaga noche en la que cayó Jassut vino a su mente, pero no dejó que los recuerdos la inundaran y se centró en el tacto de la madera.
Todavía no se había decidido sobre si abandonar a su familia o no, pero que los planes fuesen volver a la actividad principal de los Lobos la animaba; por fin, un poco de acción. No le gustaba especialmente eso de tener que rendir cuentas a un príncipe de los ladrones, pero, si así era como funcionaba el negocio en Al Kairr, tendría que resignarse, al menos, de momento.
Pensó que podría aprovechar su presencia en los suburbios para recabar información. A pesar de su intento por no llamar la atención, los más necesitados habían acudido a ella en busca de sus conocimientos sobre herbolaria, y ya conocía a un pequeño grupo de vecinos. Además, solía ir todos los días al puerto y, dada la gran actividad que allí se vivía, era el lugar perfecto para pasar desapercibida y espiar a mercaderes, gente adinerada y demás individuos que lo frecuentaban. No es que no hubiera prestado atención a nada en los tres últimos meses, pero sólo había retenido una pequeña cantidad de datos que consideró, en su momento, que podría serle útil; a partir de ahora, debía volver a poner en funcionamiento todas sus dotes de sigilo, ocultación, observación y espionaje.
Por un momento, a su alrededor parecía que la situación se había relajado. Tau les había dado la orden de volver a las andadas. Volver a ser ladrones, sombras, furtivos. Pero Sajára no lo tenía tan claro.
Por una parte, traicionar la imagen que el adorable matrimonio que la había acogido tenía de ella la avergonzaba más de lo que se pensaba. Por otro, la excitación de volver al negocio le tiraba más de lo que quería reconocer.
Se levantó de la silla sin mirar a nadie. Recogió sus cosas, salió de la casa sin despedirse, sin saber muy bien que hacer.
Tau se sorprendió al ver el entusiasmo de Nathan que por norma general era el más comedido, o antisocial. Después fijó su mirada unos segundos en Elain la cual parecía hipnotizada por su arco. Prefirió apartar la vista rápido, las heridas producidas por ese arma aún le escocía.
Todos parecieron aceptar la misión, aunque en un silencio generalizado únicamente roto por el entusiasmo de Nathan y por el sonido del viento que dejó Sajara tras su veloz escapada.
- Sajara… - Dijo Tau, pero la mujer no le escucho. Tau chasqueo con los labios y después prosiguió. - Los muelles tienen mucho movimiento de mercancía, las tabernas son nidos de información, así como el barrio de lavanderas. Nada como un borracho o una maruja para enterarse de algo. El mercado siempre está repleto de gente con bolsas llenas y mentes descuidadas, sin duda es el mejor lugar para el carterismo pero donde actúa principalmente la gente del príncipe, aunque contais con la ventaja de que no os conocen. - Dejó una pausa cortes y prosiguió. - Por último, si todo eso os falla podéis ir a la tienda de alfombras de Abu, ahí preguntad por la salud del “Sha de Persia” , si, lo se, eso no existe, pero será la clave para que os pongan en contacto con Hamad, un viejo conocido que siempre esta al dia de las cosas que ocurren en Al Kair. Pero haceros un favor, no recurrais a Hamad, no tiene escrúpulos y probablemente os pedirá algo que requiera rajar algún cuello. Si de todas maneras os veis forzados a ello, no le habléis de mí, puede que aún sigue enfadado.
Mientras en el exterior Zet volvía con el cubo de agua fresca del canal como Tau le había mandado. Se paro en seco al ver a Sajara en el exterior. Por un momento el chico la miró fijamente y después agacho la mirada con una expresión mezcla de culpabilidad y vergüenza aderezada con un tenue rubor.
- ¿Os… os marchais ya? - Pregunto el chico a Sajara, creyendo que esta no se molestaría ni en contestarle. Aunque no era para menos pues era un traidor.
Nathan vio como Sajára salía por la puerta y suspiró. De normal eran ellos los que pedían la información pertinente, pero en este caso parecía como que cada uno iba a manejarse como pudiera hasta conseguir el dinero necesario.
- Esta "alianza de bandas" no tendrá por casualidad algún distintivo para conocerse entre ellos, no sabrás si hay alguna forma de distinguirlos... no sea que vayamos a robar a quien no debemos.- Dijo el chico un poco indeciso, no sabía si aquella pregunta tenía sentido siquiera, pero había que hacerla -. En todo caso yo prefiero ir al mercado, tratar con gente y sonsacar información no es lo mío, así que...
Dejó aquella frase a medias, aunque probablemente todo el mundo supiera lo que quería decir, esperó pacientemente a la respuesta de Tau, pero cercano a la puerta, como si algo o alguien estuviera tirando de él hacia afuera. Se notaba que estaba ansioso por empezar con aquella nueva aventura.
Sájara había abandonado la habitación como una exhalación y dejado a Tau con la palabra en la boca. Pero eso era menos sorprendente que la reacción de Nathan, demostrando su ansia por volver al trabajo.
Elain acabó de escuchar los consejos de León, aunque ya se había decidido por recabar información, y así se lo comunicó a sus compañeros:
- Mientras no sepa con mayor claridad cómo actúan los hombres del príncipe de los ladrones, prefiero encargarme de tratar con la gente de forma más sutil e indagar en busca de todo aquello que nos pueda ser útil.
La pregunta de Veloz le pareció interesante y, antes de irse ella también, esperó a ver si Tau respondía. Aún así, quería volver cuanto antes con Atzin y ponerlo al tanto de las novedades. Así mismo, se le pasó por la cabeza el ir en busca de Ojeras, pero sabía que, si la muchacha no quería ser molestada, no iba a encontrarla.
Sajára salió por la puerta como una ráfaga de viento que se escapa sin permiso. Detrás de ella, las palabras de Tau la perseguían lejanas. Ahondaron en su cabeza, pero no volvió la mirada para buscar a evocador de las mismas, ni si quiera para darle una pequeña mirada.
Delante suya, Zet sostenía un cubo de agua mientras caminaba hacia la casa. Las palabras del muchacho, la mirada avergonzada despertaron ternura en el corazón de Sajára, que solo levantó la cabeza para observarle cuando el chico había dejado de mirarla.
Apesadumbrada y confusa comenzó a vagabundear por las calles de la ciudad sin destino aparente. De repente, la mirada del ladrón volvió a sus ojos como si de un par de lentes sobre sus ojos se tratara. Donde antes había mercaderes, dátiles, o muchachas alegres, ahora había botines, víctimas y sacos que vaciar.
La vida del ladrón era emocionante, divertida, y aunque los eventos de los últimos meses le habían hecho ver que el peligro nunca estaba tan lejos como ella quería, tenía que reconocer, en su corazón, que lo echaba de menos.
Le partía el corazón despedirse de aquella adorable pareja. De todo lo que le habían dado. Pero el tiempo que había estado con ellos había estado dormida, esperando a que sucediera algo. No era su vida, y lo sabía. Y aunque la alternativa ahora mismo no le convencía, tenía que ser honesta, al menos consigo misma.