Partida Rol por web

La hermana te condujo por el cenobio con lentitud, era una hora tardía, se había puesto el sol hacía tiempo pero estaba dentro de tu función atender el convento y a las hermanas. De todas formas, si Sor Mercedes te llamaba no se te ocurriría negarte. Su influjo sobre tí era grande, esa mujer tenía una mente preclara y conocía los problemas a los que se enfrentaba la firmeza de tu fe. Aquel día que te pidió la comunión y de la misma forma te la ofreció, te abrió nuevas puertas. ¿Así fue hace dos mil años? No te atrevías a responder, pero en aquel momento y por primera vez sentiste el inmenso poder de unión que hay en el sacramento. Sentías, si sentías, una inmensa atracción intelectual y espiritual hacía la hermana, esposa del Señor, que era capaz de reavivar en tu alma la llama de la fe.

Poco a poco fuiste asistiendola periódicamente, una vez al mes compartíais el sagrado acto, una vez al mes fortalecías tu devoción. Al llegar a la puerta de su celda, Sor Consuelo se retiró y tu abriste la puerta con cuidado, siendo consciente de que no era el momento aún y que solo un asunto importante supondría esta llamada sin previo aviso. Quizás una de las hermanas hubiese cometido una falta o quizás alguna estuviese enferma y debieses asistirla antes de su transito ¿Quién sabría?.

Ave María Purísima, Padre Jorge. La hermana había tomado la costumbre de castellanizar tu nombre, no lo veías realmente mal, la mayoría de personas de la Parroquia lo hacían porque les resultaba más cómodo y te servía para acercarte a ellos. Te miraba con su impásible rostro de mármol, sus ojos curiosos e inquisitivos y su altanera, orgullosa y rígida pose ¿Cómo os encontráis esta noche?.

Aunque dispongo de un utilitario, he llegado a pie al convento. Me gusta pasear con calma, disfrutando de la noche jerezana y familiarizándome con sus calles y sus gentes. Es algo que me proporciona una inmensa paz de espíritu.

Sin embargo, mi caminar de esta tarde no tiene nada de relajado. La llamada de Sor Mercedes siempre es algo inesperado y excitante como una tormenta de verano. Un suceso en el que se mezclan el temor y el sentimiento de gozo de estar presenciando un poder que excede la comprensión humana.

Sor Mercedes tiene una visión particularísima de la fe y de algunos pasajes bíblicos y sus reflexiones resultan siempre fascinantes desde el punto de vista del estudio teológico.

Mis pasos resuenan en el empedrado del convento sin otra compañía que los pasos de la hermana Consuelo, que me hace de guía en mi visita a estas intempestivas horas. Cuando finalmente nos detenemos ante la puerta de la celda de Sor Mercedes, mi voz rompe el silencio para despedir a mi acompañante con un tono suave y sereno:

―Gracias, hermana, que Dios la bendiga.

 Mientras escucho los pasos alejarse, me detengo ante la puerta cerrada y respiro profundamente varias veces para serenar mi corazón. Después, mis nudillos llaman discretamente y no me aventuro al interior de la estancia hasta que recibo la invitación de su ocupante desde el otro lado.

―Sin pecado concebida ―respondo ritualmente a la bienvenida de Sor Mercedes, persignándome―. Gracias a Dios gozo de buena salud y confío en que vos también, hermana. Os ruego que no me juzguéis severamente por mi tardanza, pues he acudido tan pronto como me ha sido posible.

»Debo confesaros que los hechos acontecidos tras nuestro último y gozoso encuentro han transmutado mi existencia de un modo comparable al milagro de los panes y los peces. Vuestras palabras tocaron de manera intimísima mi corazón y lo despertaron a la Verdad a la que había permanecido ignorante hasta la fecha. Por ello os estoy profundamente agradecido.

»Pero no permitáis que mis palabras os distraigan de la tarea que tenéis para mí, os lo ruego. Decidme, Sor Mercedes, ¿en qué puedo serviros a vos y al Señor por mediación vuestra?

La hermana sonreía con suficiencia mientras escuchaba tus palabras. Se la veía complacida por tus palabras, bajó pudorosamente la cabeza y cuando la levantó su gesto se había vuelto petreo y rígido.

Padre, lo he llamado a estas horas por que hay un problema urgente. Indicó levantando el dedo índice, para remarcar la urgencia de la situación. No, no se trata de ninguna hermana, es una amenaza para la fe de la diócesis. Ese necio de Obispo actúa como complice, deja que la fe se desmorone y da discursos falsos sobre dejar a la justicia de los hombres encargarse de las amenazas... Pero es hora de que los buenos pastores protejan a su rebaño del lobo.

Su mirada fue significativa, te estaba indicando algo y lo sabías. Eras capaz de ver que era la hora de tomar partido.

Quiero que conozcas a alguien, es uno de los colaboradores de un Cardenal preocupado por las amenazas a la fe. Dijo mientras se levantaba de su asiento, caminando hacía la puerta. ¿Hará su parte, Padre? No podemos dejar al rebaño desamparado.

Escucho con deferente silencio las palabras con que la admirable monja me interpela, procurando ocultar la emoción que me embarga al escuchar su voz.

―Sor Mercedes, conocéis sobradamente mi preocupación por la decadente situación que atraviesa la Iglesia y sabéis también que, al igual que vos, repruebo la actitud de dejadez y connivencia de algunos jerarcas eclesiásticos. Como dice el Evangelio de San Mateo, por fuera parecen justos a los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad.

»Cualquier persona a la que vos tengáis a bien presentarme, hermana, lo tendré por hombre devoto y temeroso de Dios. El Señor os ha dotado de un ingenio vivo y de extraordinaria fortaleza para afrontar los males que aquejan a Su Iglesia y en mí encontraréis siempre un aliado de vuestra causa. Hágase en mí la voluntad de Dios.

La reverenda madre te condujo hasta el torno, allí en silencio se percibían los pasos inquietos de alguien al otro lado. Al cabo de unos segundos una voz viril y grave dijo desde el otro lado:

Ave María Purísima.

Acompaño a Sor Mercedes, manteniéndome respetuosamente a un par de pasos de distancia mientras ella me conduce hasta el torno del convento. Al otro lado, un incógnito individuo nos aguarda.

―Sin pecado concebida ―respondo en un murmullo, haciendo la señal de la cruz e inclinando la cabeza―. Decidme, hermano, ¿qué deseáis de mí?

La voz, con tono neutro y átono, respondió.

He oido que sois hombre comprometido con Dios. Mi superior, Monseñor De Ignasi, estaría interesado que indagueis sobre un asunto preocupante para el pueblo del Señor. Decía midiendo sus palabras. En el sobre que dejaré en el torno está la dirección y la persona con la que debe hablar. Buenas noches.

Los pasos se alejaron, sonó la puerta al cerrarse y los cierres de las cerraduras. La hermana Mercedes se había retirado también dejandole solo en el refectorio.

Antes de que tenga ocasión de responder, mi incógnito interlocutor se marcha. Cuando miro a mi alrededor, descubro que también Sor Mercedes se ha ido, dejándome solo en el refectorio.

Si bien es cierto que el asunto resultaba misterioso, no lo es menos que yo siempre he valorado la discreción y la prudencia como grandes virtudes. Así pues, cuando me quedo solo, hago girar el torno sobre su eje central y recupero el sobre cerrado y lacrado.

Lo examino minuciosamente antes de abrirlo, tratando de determinar la calidad del papel por sus marcas de agua o la existencia de alguna simbología conocida en el lacre. Finalmente rompo el sello y leo el contenido del mensaje.

El papel parecía de buena calidad, papel de impresora con un grosor aceptable. Estaba impreso, no escrito a mano. El lacre, de color verde y con un dibujo de un olivo, daba la certeza de que nadie más que el remitente sabía lo que ponía. Hablando del remitente, no hay ninguno.

El Sobre decía lo siguiente:

Diario de Jerez nº 4.543, página 57, anuncio de referencia 149.

En el interior del sobre esperaba encontrar un nombre y una dirección, como me había asegurado mi interlocutor, pero no puedo evitar sonreírme para mis adentros al descubrir que lo que hay es una referencia a un anuncio de una gaceta local.

Ciertamente misterioso.

Guardo la nota en el bolsillo interior de mi chaqueta y me encamino de vuelta hacia mi casa parroquial, donde no me aguarda otra cosa más que una cena sencilla y mis oraciones vespertinas.

Mañana, a lo largo del día, encontraré un momento entre mis quehaceres diarios para acercarme a la sede del Diario de Jerez y trataré de conseguir una copia del número que aparece en la nota.

Amaneció, un martes nuboso y con posibles precipitaciones que no tardarían en llegar. Al llegar al periodico, un conserje gordo y despreocupado con una actitud respetuosa por mera costumbre te indica que en la sala del fondo está el archivo bibliográfico. Está todo informatizado, solo tienes que mirarlo en los ordenadores. La interfaz del programa de busquedas está pensado para introducir un dato y realizar la busqueda, ya sea fecha o número de ejemplar.

El ejemplar en cuestión era de 1996, en la página indicada encontraste los anuncios por palabras y bajo esa referencia aparecía el siguiente anuncio:

Se contrata profesionales de la enseñanza para futura academia
en el solar de Calle Justicia 12, se requiere titulación, carta de recomedanción y
experiencia previa. La hora de entrevista será el próximo martes a la lectura
del anuncio a las 22h.

Debo releer varias veces la fecha de la gaceta para asegurarme de que es la correcta. En efecto, 1996. Lo que me lleva a preguntarme cuánto tiempo hace que mis desconocidos colaboradores llevan utilizando este sistema para comunicarse entre ellos y, lo que es más importante, con qué fin.

Por suerte o por desgracia, no parece que tenga otro modo de averiguarlo que acudiendo a la cita. ¿Esta misma noche a las 22:00? Resulta difícil saberlo con certeza dado que es un anuncio que se publicó cuando yo no era más que un niño.

Transcribo a pluma el anuncio en mi inseparable moleskine y, tras cerciorarme de que lo he copiado correctamente, salgo a la calle agradeciendo al conserje su atención.

El cielo encapotado no invita a caminar pero eso no me impide armarme con un paraguas negro y acercarme dando un paseo hasta el hipotético lugar del encuentro. Sé que falta mucho para la hora acordada, si en efecto es esa, pero me gustaría familiarizarme con la zona y su vecindario durante el día antes de aventurarme allí con la puesta de sol. La calle Justicia apenas está a media hora escasa caminando desde la parroquia y a mí, que no acostumbro a hacer un gran derroche físico, andar me viene bien. Mens sana in corpore sano.

La calle Justicia está cargada con el peso de la historia negra de la ciudad, su nombre deriva de que desde esta calle se formaba el cortejo que conducía a los reos hacía el cadalso en la Plaza del Mercado, partiendo desde el Palacio de Justicia. Sus adoquines se clavan casi como un martirio contra la suela de los zapatos con crueldad y entre modernos bloques de apartamentos se mezclan casas viejas y medio derruidas. Una puerta verde de madera, vieja y llena de muescas, se presenta ante tí. Las ventanas del piso bajo han sido tapiadas y encaladas, las del piso superior no muestran atisbo de vida. En su tiempo debió de ser una buena casa, grande y con un patio lleno de luz y vida.

En un momento dado las campanas de la Basílica de la Merced, San Mateo, San Juan y el Convento de las Reparadoras se fundieron en un coro de campanas que con su estridente sonido inundaban las calles blancas y estrechas del barrio de San Mateo. Todo parece en calma, nada se mueve a simple vista.

El repicar de las campanas trae a mi memoria mis propias obligaciones. Hasta las 20:00 no tengo que celebrar la Eucaristía, pero eso me deja muy poco tiempo de margen para acudir a tiempo a mi cita nocturna. No obstante, le di mi palabra a Sor Mercedes y estoy dispuesto a cumplirla en la medida de mis humildes posibilidades.

El número 12 de la Calle Justicia parece llevar largo tiempo deshabitado y yo por el momento no tengo ninguna prisa, de modo que llamo a la puerta con escasas esperanzas de que haya nadie para recibirme. Si mis sospechas se ven confirmadas, deambularé por las inmediaciones con la esperanza de que algún amable vecino de entre los más ancianos del lugar pueda indicarme cuánto tiempo hace que el edificio está cerrado, con qué fin se construyó y a quién perteneció entonces y a quién pertenece actualmente en caso de que su anterior propietario haya fallecido ya. Confío en obtener algún indicio acerca de quién es la persona con la que supuestamente he de reunirme aquí esta noche y por qué podría tener interés en encontrarse conmigo.

Los hombres de fe hemos sido desde siempre personas curiosas e inquisitivas y no veo qué mal puede hacer que recabe un poco de información antes de entrevistarme con quienquiera que me aguarde al anochecer.

No hay mucha gente con ganas de hablar, apenas vive nadie en la calle y la mayoría de casas estan habitadas por ancianos que apenas pueden moverse. En un momento dado un hombrecillo mayor de aspecto cansado, encorvado y pulcramente vestido te saluda respetuosamente. Tras unos minutos de charla insustancial, el hombre te cuenta que la casa perteneció hace años a una familia de señoritos y que sus herederos la tienen, de vez en cuando vienen y le echan un ojo pero que no suele verse a nadie a menudo.

Más o menos cada mes vienen, revisan que no se caiga abajo y se marchan. No se ven luces o se oye ruido. La casa, por lo que dicen lleva allí de toda la vida, lo cual quiere decir que desde antes de principios del siglo XX ya estaba ahí. La mampostería del marco de la puerta, la planta y diferentes muestras denotan que la casa pudo ser construida a finales del siglo XVII pero que ha experimentado diferentes reformas.
 

Mi investigación no resulta extraordinariamente fructífera, dado que me ofrece más interrogantes que respuestas. Si es cierto que esta casa lleva décadas (si no siglos) aquí, ¿por qué escribirían en el anuncio que en este emplazamiento existía un descampado? ¿Es esta una información relevante que estoy pasando por alto o algo meramente anecdótico?

Por un momento siento el impulso de acercarme al registro urbanístico de la ciudad para pedir más información sobre el inmueble pero finalmente acabo descartando la idea, temiendo atraer sobre mi contacto una indeseada atención. Es tanto lo que desconozco de la sociedad jerezana que prefiero pecar de precavido que de imprudente.

Así pues, hallándome ante un callejón sin salida, opto por regresar a mi parroquia. A estas horas estoy convencido de que alguna devota feligresa estará esperando pacientemente para que la escuche en confesión.

Esta noche, cuando concluya la misa de 20:00, regresaré a la Calle Justicia y veremos entonces si todo esto no ha sido más que una broma inocente de Sor Mercedes para divertirse a costa mía o si en verdad hay alguien que desea hablar conmigo discretamente.