Partida Rol por web

Las Crónicas del Acero

Circo de Sangre.

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26/02/2019, 00:18
Edgtho

Desde luego Edgtho no esperaba que les diesen una buena arma, pero al ver aquella broma no puedo evitar una pequeña carcajada. Aunque aquello fuese malo para ellos, debía admitir que había tenido gracia. La situación, por otro lado, pintaba bastante mal. No había podido evitar escuchar que uno de los luchadores estaba a tan solo una victoria de la número cien. Eso significaba que salir de la arena implicaba pelear demasiadas veces. Tal vez pudiesen sobrevivir a una o dos batallas. Cien parecían impensables, sobretodo cuando el capitán Glothus debía haberse tomado aquello como algo personal.

-Por lo que sabemos, todos los demás cautivos vendrán a por nosotros. Tal como lo ha descrito Lyra, los esclavos, nosotros, estaban en una inferioridad numérica enorme. Deberíamos prepararnos para luchar completamente solos-

El tipo de blanco hablaba de una formación cerrada. Edgtho estaba más acostumbrado a combatir de forma dispersa. Aún así sabía un par de cosas sobre formaciones cerradas. La primera es que no funcionan sin armas ni escudos. Juntándose conseguirían que los enemigos no tuviesen que esforzarse tanto. Bastaba con golpear al bulto para que alguien se acabase llevando un golpe que bien podía ser mortal.
Necesitaban precisamente lo contrario, hacerse grandes para poder moverse, porque su primer objetivo debía ser hacerse con un arma, tal como había dicho Oggo en un primer lugar.

-Oggo tenía razón. Los enemigos tendrán armas. Debemos intentar quitárselas.-

También seguía sin ver claro ese asunto de Vanussa, fuese quien fuese. Lo cierto era que apenas conocía la situación política de Porthia. Desconocía los nombres de las distintas casas y también desconocía cuales eran más grandes y más pequeñas. Quizás recelaba precisamente por ese desconocimiento, porque no sabía si se encontraban en una forma abiertamente hostil. No sabía si gritar un nombre con fuerza iba a acarrear que los espectadores exigiesen sus cabezas con más vehemencia.

-No podemos cerrar una formación sin estar equipados. No podemos asumir que tendremos aliados. No podemos trazar un plan tan concreto sin información. - Sabía bien de lo que hablaba. Normalmente él era quien se encargaba de recoger esa información, permitiendo a caudillos y generales organizar una estrategia. Carecían de nada de eso. -Lo único a nuestro alcance es decidir como situarnos al salir. ¿Estáis seguros que la disposición que he sugerido es mejor que la de Oggo?- Preguntó sin miramientos. Poco le importaba no llevar razón. Más aún, tampoco creía que fuese importante llevarla o no. En ese punto era más necesario estar convencidos de sus acciones. -Respecto a lo demás, no podremos tomar decisiones hasta no ver la situación con nuestros propios ojos-

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27/02/2019, 00:49
Bria

Los guardias charlaban y fanfarroneaban a su costa mientras les traían el arma. Cuando se la arrojaron dentro de la celda, Bria resopló. Debía de haber esperado algo así. Aquella parodia de arma blanca no le haría daño a nadie ni golpeando con todas las fuerzas, mucho menos matarlo.

Los guardias siguieron hablando, distraidos por algo. La brythuna puso la oreja, atenta a lo que decían. Ahora sí que mencionaban ciertas cosas de utilidad para ellos. Fieras, túneles, esclavos fugados... y algo que les provocaba tanto miedo que evitaban hablar de ello abiertamente. Por suerte, la mayoría no tardó en marcharse de allí, dejando tan solo un par de ellos y permitiéndoles hablar de nuevo.

Escuchó las palabras de Edghto, algo sorprendida. Había sobreentendido que la multitud de esclavos sería lanzada a la arena para enfrentarse a verdaderos luchadores, pero también podía ser lo que el hombre decía: que los que estaban en aquella celda serían los esclavos rebeldes, y los demás tendrían que matarlos. Aquello les daba más opciones de sobrevivir, ya que se enfrentarían a otros como ellos, pero también los dejaba completamente solos.

Tratar de hacerse con un arma parecía lo más sensato, viendo que no podrían contar con ninguna ayuda aparte de lo que se procuraran ellos mismos, como la improvisada soga que estaba fabricando el de blanco con sus propias ropas. Menos era nada, y entre dos podrían tumbar a uno y acabar con él.

— Estaremos a ciegas hasta que salgamos a la arena — habló — Aunque haya más como nosotros, encadenados, no podremos confiar en ellos, solo interponerlos entre nosotros y nuestros adversarios mientras tratamos de hacernos con armas y trabajar a partir de ahí — sin saber a lo que se enfrentarían, poca opción más tenían — Si estamos por nuestra cuenta contra el resto de prisioneros, la movilidad será más clave que una férrea defensa — defensa que, por otra parte, no podían ofrecer. En su tierra natal, las tropas ligeras y la guerra de guerrillas había sido la forma de combatir de los brythunos desde hacía generaciones, por lo que no le sería desconocido un combate de ese tipo. Claro que tampoco había luchado nunca con un brazo atado a otra persona.

— Iré con Edghto — dijo , asintiendo en dirección a él mientras se colocaba el extremo de una de las cadenas en una muñeca — Pero nos mantendremos lo suficientemente cerca de Lyra y el otro como para ayudarles si lo necesitan — el de blanco todavía no había revelado su nombre, así que a esas alturas asumió que lo estaba ocultando por alguna razón.

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27/02/2019, 01:48

—No pienso encadenarme a ningún hombre —les sorprendió Lyra una vez más. Su actitud solía ser sumisa, pasiva, algo habitual en chicas cuya personalidad y fortaleza había sido destrozado mediante latigazos. De vez en cuando, esa pasividad eclosionaba en una rebelde intención que se oponía a todo y a todos con energía, aunque solo fuera durante un instante.
—Él es el más débil, encadenarme a él es la muerte —dijo señalando a Remu —. Además, ella es la más fuerte. La única garantía —cerró el grillete sobre su muñeca, tendiéndole el otro extremo de la cadena a Bria.*
Edgtho quedó unido por los eslabones de metal a Remu, mientras que Oggo unió su tobillo al del bárbaro. No iba a perder la única mano libre que le quedaba.
El tiempo se deslizó lentamente entre ellos. No les dieron de comer, tampoco agua. No querían malgastar alimentos en aquellos que podían no regresar. En Ponthia todo era un negocio, no se alimentaban animales enfermos ni esclavos que estuvieran prácticamente sentenciados.
Escucharon pasos fuera. El guarda veterano había vuelto. Esta vez la conversación fue un susurro entre los guardas, no mucho más que el murmullo de un rio de palabras que sonaba distante. No lograron sacar gran cosa en claro salvo que algo los había inquietado. El guardia más joven les avisó; en una hora tendrían su espectáculo.
El corpulento bárbaro se despertó de mal humor. Bostezó, se palpó la cabeza y según su visión se iba aclarando, así hacían sus pensamientos. Su primer impulso fue ponerse en pie pero el tintineo de la cadena le hizo mirar al suelo. Miró a sus compañeros de celda; todos encadenados, atrapados como él. Comprendió. O quizás el coraje que todos habían demostrado amedrentó sus más hostiles intenciones. Se sentó, como si horas antes no hubiera intentado asesinarles, y se golpeó el pecho.
—Jah'Tall —bramó con orgullo —. Guerra —señaló en un lenguaje de palabras torcidas.
El sexteto estaba listo.

La puerta se abrió. En el exterior, una comitiva de guardas, armados, con escudos, espadas y lanzas. En medio de ellos el guarda veterano al que habían escuchado hablar; un tal Balimir. Fue él quien comprobó que los grilletes estaban bien asegurados sobre sus muñecas y tobillos, con la misma eficacia de alguien que realizar una tarea tediosa todos los días de su vida. Y con la seguridad de alguien que tiene una docena de hombres armados apoyándoles.
Reconocieron a Soka, el guarda inseguro y supersticioso, ya que movía inquieto las piernas. Y a Dellos, el más joven, de aspecto burlón y mirada torva. Los miraba como si fuesen pedazos de carne.
—Afuera, tenéis una oportunidad. Podéis intentar escapar, pero hay un castigo de más de cien días para los que lo intenten. Morir en la arena es mucho más fácil. Y allí tenéis una posibilidad. Aquí solo hay túneles, mis guardias y rejas —dijo Balimir.
A ambos lados se extendían enormes corredores sumergidos en las sombras, salpicados ocasionalmente por antorchas que crepitaban en un tenso silencio. Aquello era, a todas luces, un laberinto. Podían ver pequeñas puertas, pasillos y pasadizos, algunos ocultos por los juegos de luz y sombras, otros a la vista, que daban a escaleras, rampas y más celdas. En la distancia solo veían oscuridad. Y era densa como la sustancia en la que mueren los sueños.
Todo buen guardia sabía que si un reo no intentaba escapar en los primeros momentos, no lo haría más tarde, pues la inseguridad crecía. Lyra se apretó junto a Bria, buscando su calor y su protección. Jah’Tall soltó una risotada al ver a los guardas y durante unos momentos Oggo pensó que tendría que ir a la arena encadenado a un cadáver. Pero la llama en los ojos del bárbaro se apagó pronto, incluso alguien dado a la violencia antes que a pensar sabía cuándo no había oportunidad de victoria.
El tenso momento le rompió el guardia Soka.
—Oh…—exclamó, mirando más allá de los esclavos y hombres armados.
—¿Qué sucede? —quiso saber Balimir.
—Me pareció ver alguien…entre las sombras. Observándonos.
Balimir negó con la cabeza, hizo un gesto a los esclavos y a los guardias para que empezasen a andar.
—Tú y tus supersticiones. Allí no hay nadie. En marcha.
Les colocaron por parejas y les hicieron avanzar. Los guardias a los costados y atrás, Balimir delante. Les guiaba por rampas, les hacía caminar entre la luz de las antorchas y la oscuridad. Lyra tropezó dos veces y Oggo tuvo que adaptar sus pasos a los del bárbaro, no iba a ser fácil moverse con aquel impetuoso toro aferrado a su tobillo. Edgtho estaba totalmente desorientado, no podría decir donde estaba el este o el oeste. Su mente había dado tantas vueltas que le resultaba imposible averiguar si estaban bajo tierra o en lo alto de una torre. Tras pasar por recovecos, pasillos, patios interiores y corredores los esclavos desistieron en trazar un mapa mental. Aquella construcción era obra de una menta perturbada. Un ojo experto habría visto los demenciales cambios de rasantes, los ángulos imposibles y, sobretodo, las palabras mudas que yacían grabadas en la piedra.
Dellos aprovechó para burlarse de Remu.
—Bonita espada, rey de los esclavos. Y bonita capa —le escupió, de forma descarada y sin compasión, para luego empujarle con el escudo.
Hubo algunos insultos más, especialmente por parte de Dellos, pero también por parte de otros guardias. También algunos empujones. La mano de Glothus, invisible y áspera, se cernía sobre ellos.

Tardaron más de diez minutos en llegar a una zona con luz natural. Veían pequeños ventanales, cuadrados del tamaño de un puño, enmarcados en las paredes, a más de dos cuerpos de altura. La luz del sol se veía macilenta, enferma, como si en el coliseo, incluso la radiante luz del sol tuviera que morir.
Se cruzaron con grupos de soldados. Vieron, en la distancia, barracones y cuartos de los guardias. A sus familias, incluso, que debían vivir allí, pequeños comercias y un lupanar. El coliseo de Ponthia era un barrio más de la celda. Uno cerrado con difícil acceso. Pasaron por una zona repleta de jaulas. Allí, hombres fornidos dormitaban, comían, entrenaban, leían o follaban.
—Gladiadores. De los de verdad. Un espectáculo digno de verse para aquellos que saben apreciarlo —indicó Balimir, quien parecía admirar a aquellos hombres.
Todos parecían colosos, de músculos bien formados cubiertos de cicatrices, expresiones duras, rostros curtidos y fuego en su mirada. En la distancia vieron a otro que pintaba canas en su melena y su barba poblada. Poseía anchos hombros y una actitud calmada. Hablaba con otros dos, en un patio, también enjaulados. Uno era oriental y el otro negro como la noche.
—El campeón, nuestro león. Todo un orgullo. Espera, paciente, su victoria número cien. Nuestro emperador le tiene preparado algo especial. Será glorioso, tanto si gana como si pierde.
El famoso León de Ponthia, una leyenda viva. Él y sus dos compañeros fueron los únicos que los saludaron, desde la distancia, llevándose el puño cerrado sobre el corazón. Era una forma de respeto, antigua y obsoleta, que mostraba los guerreros cuando se encontraban ante un rival digno o un hermano de batalla. El resto de gladiadores ni se molestó en mirarles; por allí debían pasar tantos esclavos como granos de arena tenía el coliseo.
A ninguno de los esclavos se les escapó que Balimir había dicho “emperador” y no “falso emperador”. Fuera de aquellos muros Enather era una burla, se reían de él por los callejones, hacían canciones sobre él y su enorme soberbia. Allí, era tratado como un emperador pese a que la Ponthia era feudo del patricio Alk-Tor.
—Valientes y fuertes, esclavos igual. Utilizados, como lo fui yo, como lo son ellos —señaló Lyra, sin indicar si hablaba de los guardias, de los gladiadores o de los héroes de la arena.
Pasaron otra zona. Más rejas y jaulas, al fondo una gran mesa repleta de hombres sucios y heridos que comían, reían o se lamentaba.
—Supervivientes de los juegos de esta mañana —indicó Balimir—. Vivir y se os dará comida, ropa, se os vendarán vuestras heridas. Incluso podréis tener mujer. Y ganar oro. No es mala vida. Demostrad lo que valéis, y aquí tendréis un hueco. Si falláis —se encogió de hombros —. Nadie se acuerda de los muertos.
La comitiva se detuvo delante de una rampa inclinada. Afuera, un enrejado dejaba filtrar la clara luz del mediodía. La puerta estaba abierta lo suficiente para que pudieran pasar hombres, aunque podría abrirse en tres cuerpos más lo que señalaba que algo más grande podía pasar por ellas. Quizás piedras y maquinaría para reforzar túneles interiores. Quizás.
Afuera se escuchaba un rumor muy fuerte, como el de una catarata que se precipita hacia una caída sin fin.
—La gloria o la muerte os espera, la arena es justa. Vuestro destino es cosa vuestra —señaló Balimir, indicándoles que subieran la rampa.
—La muerte, perros, para todos y cada uno de vosotros —añadió Dellos, la férrea mirada de Balimir no le impidió continuar—. A los piojosos no les acompaña la suerte. Morid, esclavos, morid.
Avanzaron y, tras cruzar el umbral, fue como si la radiante luz les envolviera y los secuestrase para llevarles a otro mundo; otros con sus propias normas, con sus propias leyes. Habían llegado a la arena.

La luz radiante les obligó a agachar la cabeza como si tras unas horas, o días, entre sombras hubieran sido relegados a otro plano donde la oscuridad era dueña y señora y el astro rey su aniquilador. A sus pies, la arena, roja y fina, clara. Sin huellas, rastros de otras batallas, ni marcas. Nada. Arena virgen. A su alrededor, enormes muros de seis cuerpos de altura, con hendiduras, manchas de sangre seca, aguijonazos, golpes y grietas. Al fondo pudieron ver un equipo de limpiadores que no solo alisaban la arena, sino que se encargaban que esta quedase limpia, tanto de cuerpos, como de sangre, y cualquier objeto que se desprendiera de los luchadores durante la batalla.
Era enorme, descomunal. Un estadio con dieciséis columnas impresionantes que formaban un óvalo y que dividían la arena en dieciséis partes iguales; marcas indispensables para las carreras de cuadrigas que también se celebraban en la arena. Aparte de las columnas, no había nada más en la arena. Había otras puertas en los muros; diferentes tamaños y formas, todas ellas enrejadas. Y por encima de ellos, diez mil gargantas vociferantes que reían, insultaban y disfrutaban. Los habitantes de Ponthia, separados por clases, gremios y castas, alimentados de forma gratuita durante los descansos. Pero sedientos. El público de Ponthia siempre estaba sediento de sangre.
Podían sentir el clamor, el cual les ofendía pero a la vez les ensalzaba a la categoría de héroes, de famosos. Pedían su sangre, muertes gloriosas y crudas, brutalidad. Pedían espectáculo. El clamor era ensordecedor, una sola voz que se filtraba por los poros de su ser hasta contaminar su corazón. A algunos ese sentimiento les llenaba de miedo, otros veían en él una oportunidad. El público amaba a sus campeones. El público poseía poder allí.
En la distancia pudieron ver un púlpito. El Falso Emperador se encontraba en él; o al menos alguien orondo y ataviado con una toga blanca y roja se encontraba tumbado en un diván.
Tras ellos se cerró la puerta que les había dado acceso. Al momento, guardias y criados se apostaron cerca de la misma, para mirar con sus ojillos crueles el espectáculo. Y para hacer apuestas.
Jah’Tall se golpeó el pecho y empezó a rugir su nombre. El calor de las voces, el ferviente aroma de violencia que emanaba de la roja arena, el sonido, perturbador pero embelesador como canto de sirena, poseía su propio encanto para aquellos amantes de la guerra. Cuando se cansó, escupió al público y se giró hacia Edgtho, contrariado.
A la derecha pudieron ver el resto de esclavos; cuarenta o cincuenta, hombres y mujeres de todas edades, a los que habían olvidado alimentar durante semanas. Sus cuerpos semidesnudos mostraban sus costillas, sus brazos enclenques, sus piernas fofas y sus carnes colgantes. Tenían los rostros demacrados, los ojos hundidos y la desesperanza grabada en el rostro. Todos habían sido cubiertos de brea o algo similar, por lo que su piel era oscura. Apestaban. Todos ellos estaban encadenados por una de sus muñecas a una cadena central. Era, por ende, un solo ser vivo.
Se lamentaban, rezaban y miraban al cielo. La mayoría estaban asustados, otros lloraban. Otros no tenían fuerzas ni para ponerse en pie. Alguien debía haberles dicho que Remu iba a ser su líder porque su capa de paja atrajo la mirada de un hombre escuálido y barbudo. Un anciano ciego de un solo. Se arrastró por el suelo hasta que su cadena le impidió avanzar más.
—Señor, señor —su voz era apenas inaudible, palabras resecas en medio de un erial de desesperanza —. Salve a mi hijo, por favor. Salve a mi hijo.
Le señaló a un muchacho de apenas dieciséis años. Estaba tumbado contra la arena y no se movía. Había tres más así, dos ancianos y una mujer. Una madre abrazaba a su hijo de diez años mientras que otros maldecían su suerte. Todos sabían que iban a morir.
—Esclavos que deben fingir ser esclavos —masculló Lyra, con pena. Se dejó caer de rodillas contra la arena —. Moriremos aquí.
Algunos no pensaba lo mismo. Jah’Tall tiró de la cadena de Oggo. Con su enorme dedazo le señaló la columna más cercana, en el círculo interior de la arena. Oggo entendió lo que quería decir; las columnas eran el único punto que podían usar como defensa o parapeto y, básicamente, le estaba diciendo que ellos debían aprovechar aquello. Pero las columnas eran finas, no más gruesas que un hombre. Y sus enemigos aún no habían saltado al ruedo. Quizás por eso el bárbaro quería llegar ahora a las columnas.
A un lado, los esclavos moribundos, enfrente, la roja arena, desafiante, vibrante, lanzándoles un desafío que solo un loco disfrutaría. La Rebelión de los Esclavos había sido una masacre y aquella contienda no era más que una ejecución.
En la distancia, una de las puertas empezaba a abrirse.

Notas de juego

*La última decisión es vuestra.

Ya puedo mantener, espero, un ritmo más o menos normal. Gracias por vuestra paciencia.

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27/02/2019, 01:54

Cuando Soka había mirado al fondo del corredor nadie había visto nada. Y ella tampoco. ¿O sí? Un engaño de los sentidos, una trampa de su imaginación. Hubiera jurado que sí que había alguien allí; una imagen tan impensable como increíble. Una mujer semidesnuda, de piel bronceada, sin mácula, ataviada con apenas una capa negra y una capucha, formada de sombras, que impedían ver su rostro. ¿Cómo sabía entonces que sus ojos eran de un radiante ámbar? Imaginaciones. El cansancio. Quizás una visión de su diosa. O de algo peor. Un parpadeo. Allí no había nadie.
Nadie.

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02/03/2019, 16:13
Oggo

Oggo esbozó una ligera sonrisa al escuchar las palabras de Lyra, que no pudo verse debido a su barba. No era tanto porque se adecuaran mas a sus intenciones, sino porque quedaba fuego dentro de ella, todavía estaba viva. Eso lo hizo sentir mejor.

Cuando el bárbaro despertó, se preparó para cualquier cosa. Sin embargo por algún milagroso designio divino el grandulón sólo se presentó.

- Oggo -imitó golpeando su propio pecho. Edgtho. Bria. Lyra -los fue nombrando a medida que los señalaba. No nombró al de la toga ya que no les había revelado su nombre. 

Luego se señaló diferentes cicatrices que pintaban su cuerpo.

- Guerra -repitió, mirándolo a los ojos. No era del todo cierto, ya que Oggo nunca había estado en una guerra, pero había sobrevivido a mas batallas de las que podía contar. 

Oggo fue prestando mucha atención a lo que mencionaban los guardias y a lo que podía ver, que si bien no era mucho se presentaba como otra opción de escape a esa situación. Se tenían que dar muchas situaciones afortunadas, pero si sobrevivían a la arena, si no funcionaba su plan acerca del patronato de Vanussa, se iba vislumbrando un posible escape a través de unos peligrosos corredores donde había algo o alguien que ponía inquietos aún a los guardias. Pero precisamente por esa razón era una opción viable. 

No consideró la opción del escape en ese momento ya que era cuando los guardias mas atentos estarían, y serían más. Luego, si había un "luego", sabrían que esos esclavos eran de los que no escapaban, o los que estarían cansados, o "disfrutando" su victoria. Esos eran momentos mucho mas oportunos. Oggo no se engañaba con la perspectiva de ganar cien combates, no tenía dudas que moriría mucho antes.

Sin embargo, había que preparar el terreno.

- Viene por tí -dijo a Soka por lo bajo mirándolo intensamente. Lo he visto.

Quería plantar la semilla en el eslabón mas débil, para poder utilizarlo después, si lograba salir de la arena con vida. Él mismo estaba intrigado por una posible presencia sobrenatural en aquel lugar. No le temía, sino que quería comprobar si era cierto, si había algo o alguien con una conexión con el otro lado. 

La caminata había sido interminable. Oggo había estado trastabillando varias veces al seguir a Jah´Tall mientras observaba que nada sucediera a la joven Lyra. Saludó al León y a sus dos compañeros, los evaluó como combatientes leales pero implacables. Los mas peligrosos de todos, había que mantenerse lejos de ellos todo lo posible si les tocaba enfrentarse. 

Salir finalmente a la arena le provocó un estremecimiento en todo su cuerpo, un escalofrío en su espalda. No permaneció impasible al rugido de la multitud, a la desazón de su compañero cuando dejó de gritar su nombre, a la rendición de Lyra, al estado de sus acompañantes.

Oggo se concentró, vio a Bria, a Edghto, al bárbaro, que le señalaba la columna. Levantó un dedo. "Espera".

- ¡Esclavo! - dijo al hombre escuálido antes de que Remu pudiese contestar. ¿Quieres salvar a tu hijo? ¿Darías su vida por él? Esto es lo que haremos -dijo mirando a todos. Vamos a ir todos juntos primero, y cuando salgan aquellos algunos se separarán, para crear distintos blancos. Cuando identifiquemos al adecuado, todos, y quiero decir TODOS, nos lanzamos contra solo uno. Quitarle el arma es nuestra prioridad, nuestra única posibilidad de supervivencia. Que no se le escape a nadie, nuestro objetivo es tener un arma. Si, algunos moriremos, pero para que otros sobrevivan. Es la única forma. De otro modo moriremos todos. Miró al niño de 10 años y a los ancianos. Los más débiles con ella -señaló a Bria. Era para protegerlos, eso era cierto, pero también para proporcionarle un escudo humano. No había decisiones fáciles. Recuerden, juntos tenemos una posibilidad, separados moriremos todos.

- Ahora si -dijo a Jah´Tall, aunque no lo entendiese. Vamos a la columna.

Si alguien proponía otra estrategia la seguiría, no era tiempo de discutir.  A la hora de luchar, intentaría adaptarse al ritmo del bárbaro y complementar su ataque, no valía la pena luchar contra él también. Trataría de mantererse lejos de las armas mientras fuera posible. Si salían gladiadores, intentaría identificar al que mas cicatrices tenía, es decir, al mas impetuoso, al que pareciera mas ansioso. 

Esperaba que el de la toga tuviese la templanza necesaria para lanzar el mensaje referente a Vanussa y a su protegida. Confiaba en que Edgtho y Bria estarían a la altura, esperaba que sobrevivieran. 

Notas de juego

Perdón por el retraso, pensé que iba a poder postear antes, estuve de vacaciones..

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03/03/2019, 01:04
Bria

Lyra la sorprendió cuando habló de aquella manera. Pensaba que la joven ya solo se dejaría arrastrar, sin ganas de seguir luchando, y no sabía si decía aquello por puro pragmatismo, el repentino cambio de actitud la hizo sonreír por dentro. Miró a Edgtho unos segundos, indecisa, pero al final cogió el otro extremo de la cadena que se había atado al brazo, y lo cerró alrededor de la muñeca de la muchacha. Si iba a morir ahí fuera, que al menos fuera terminando lo que había empezado, protegerla, y que se hiciera lo que Modron tuviera reservado para ellas.

La espera se le hizo eterna, con poco más que decir una vez ideada su precaria táctica y sin poder hacer otra cosa que aguardar el llamado de los guardias. En ese tiempo, el bárbaro despertó de nuevo de su inconsciencia. Bria se puso tensa y se preparó para las posibles represalias, pero al parecer la pelea lo había convencido, o quizás era el ver que ya no tenía otra opción que unirse a ellos, pues no hizo nada más, salvo decir su nombre con orgullo.

Finalmente vinieron a sacarlos de allí, era su turno de entrar a la arena. Un piquete armado hasta los dientes los esperaba, algo que le parecía excesivo, pero que sin duda resultaba disuasorio, aunque ya tenía claro desde hacía mucho que tratar de escapar sería una estupidez. Reconoció algunas voces y rostros, especialmente los de Dellos.

Se pusieron en marcha, escoltados por los guardias, a través del complejo sistema de túneles y estancias que se extendían por debajo de la arena. El complejo debía de ser enorme, y perderse en él no sería nada raro sin alguien que supiera guiarles. Los contrastes entre oscuridad y llamas de antorchas tampoco ayudaban a hacerse una idea del recorrido que estaban haciendo. Sintió que Lyra se acercó a ella, y Bria le aferró la mano con fuerza y le sonrió, esperando que aquello siviera para calmar su ánimo. Ojalá fuera tan fácil calmar el suyo propio.

Uno de los guardias, Soka, se detuvo, algo nervioso. Bria miró en la dirección en la que este estaba mirando, esperando no encontrar nada más que una ilusión creada por la superstición del guardia, pero el corazón se le paró un segundo. Por un momento, sí que creía haber visto alguien... o algo. Pero al instante, allí volvía a no haber nada. Aquello dejó descolocada unos segundos, en los que el capitán reanudó la marcha. Se obligó a pensar en lo que les esperaba más adelante, en tener la mente ocupada en sobrevivir.

Moverse encadenados fue más difícil de lo que parecía hasta que consiguieron acostumbrarse un poco a no poder ver por donde iban. Los guardias se entretenían molestándolos un poco, de nuevo con Dellos a la cabeza. Si tenía la oportunidad de devolverle los golpes en el futuro, no dudaría en hacerlo.

Finalmente dejaron atrás los túneles y llegaron a una zona en la que, por poco que fuera, ya podía verse la luz del sol. Allí había ya edificios, viviendas y hasta establecimientos variados, donde podían ver a gente de todo tipo, desde soldados hasta comerciantes, pasando por simples ciudadanos y por supuesto las estrellas de la arena, los gladiadores. Cada uno de ellos era un monumento a los juegos de la matanza, pero solo se paró un momento a observar al que era el león, el campeón de noventa y nueve combates. Nadie les prestó atención salvo él y los dos compañeros de celda que tenía, por lo que Bria les devolvió el respetuoso saludo, llevándose la mano libre al corazón. Al menos los había que no los veían como simple carnaza.

La siguiente área fue tanto más deprimente como más esperanzadora. Allí se amontonaban los heridos de los combates anteriores, en un estado lamentable, pero llenos de júbilo por haberlo logrado un día más, sin saber lo que sucedería al siguiente. No quería morir en la arena... pero no quería verse reducida a aquella existencia.

Llegaron al final de su trayecto, frente a una de las puertas que debía de dar a la arena. El clamor, aunque amortiguado, era tal que incluso podía oírse allí dentro. Balmir les dedicó unas últimas palabras de ánimo, que menos para los pobres desgraciados que se veían obligados a aquello. Dellos no fue ni de lejos tan amable, y Bria tuvo que contenerse para no golpearle antes de que los sacaran al exterior.

La luz la cegó al principio, tanto tiempo como habían estado bajo tierra, y los gritos del gentío al recibirlos la dejaron sorda momentáneamente. Cuando consiguió acostumbrarse al nuevo escenario, este la dejó sin palabras.

La vista, tenía que reconocerlo, era impresionante. La enorme extensión de arena, los imponenetes muros, las inacabables gradas y los incontables asistentes. Bria jamás había visto tanta gente reunida en un mismo sitio, todos acudidos a presenciar el espectáculo ofrecido. La sensaciones que provocaba todo aquello eran demasiado como para contarlas. Bria se quedó unos momentos estupefacta... pero solo unos momentos. No se le olvidaba qué papel era el suyo, y el Circo de Ponthia podía ser uno de los lugares más famosos del mundo, pero ni por todo el oro de la tierra habría querido verlo desde abajo.

Con ellos, había otro medio centenar de personas más, escalvos, todos atados por una única cadena y en un estado más que lamentable. Algunos ni siquiera se podían tener en pie. ¿Qué resistencia podían ofrecer contra cualquier adversario que les echaran? ¿Qué divertimiento podía obtener la gente al observar no un combate y exhibición de destreza, sino una vulgar matanza?

Al ver a los desgraciados que tendrían por aliados, Lyra se dejó caer sobre la arena, presa otra vez del desánimo. Bria fue hacia ella, agarrándola por los hombros para levantarla de nuevo — No vamos a morir — dijo con una firmeza que no sentía por dentro — Tenemos un plan y lo lograremos, incluso si solo lo hacemos nosotros — dijo, refiriéndose a sus tres compañeros también — No me separaré de tí, lo prometo — sonrió al decir la última parte, que iba tanto en serio como en broma al no tener otra opción a causa de las cadenas.

Varios de los esclavos se habían acercado al de blanco, identificándolo como líder por la capa que llevaba, pero fue Oggo el primero en actuar, tratando de organizar a aquél ente formado por medio centenar de esclavos. Dudaba que la extensión de las cadenas diera para mucho, pero juntándose varios seguramente podrían superar a un enemigo solitario y acabar con él antes de quitarle sus armas.

Empezó a llevar a Lyra hacia las columnas, siguiendo a los demás, cuando una de las puertas de la arena empezó a abrirse. Ya empezaba. Modron, cuida de aquellos que de tí dependen...

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05/03/2019, 23:33
Edgtho

La reacción de Lyra no sorprendió demasiado a Edgtho. La chica era joven y, en cierto modo, se alegraba ver que aún tenía carácter de sobra. Otros lo habrían perdido tras aquella tragedia. Captó entonces la mirada de Bria, ante la que no tuvo más remedio que asentir. Lyra se iba a sentir más segura con Bria a su lado, de eso no había ninguna duda, así que no había motivos para oponerse. Pensar en tácticas a esas alturas era una pérdida de tiempo, de modo que la única ventaja que podían tener consistía en salir a la arena con la mayor seguridad posible.

-Muy bien, hombre de blanco. Nos toca ir juntos- Volvió a darle una palmada en el hombro. En ese momento escuchó al bárbaro bramar lo que debía ser su nombre, y a Oggo responderle. Edgtho se golpeó levemente el pecho cuando escuchó su nombre. Miró a Jah'Tall mientras este bramaba la palabra “guerra” y, casi al mismo tiempo que Oggo, también la gritó. -¡Guerra!-

Durante el camino intentó prestar atención a cada pasillo, trazar un mapa mental de la zona. Le fue imposible, lo cual resultaba realmente extraño. Estaba más que acostumbrado a realizar esa clase de ejercicio mental. Conocía bosques enteros como la palma de su mano, siendo capaz de orientarse con tan solo mirar los árboles. Sin embargo allí no funcionaba, como si el recorrido careciese de sentido, como si unas curvas anulasen a otras. Claro que eso tenía algo de buena noticia. Vigilar los túneles debía resultar prácticamente imposible, al menos hacerlo en su totalidad.
Ignoró la mirada del guardia llamado Delios. No era la primera vez que alguien trataba con esa falsa superioridad a Edgtho. Hasta se alegró un poco solo de imaginarse la decepción que el pobre desgraciado iba a llevarse cuando volviesen vivos. Soka, por otro lado, podía resultar mucho más útil. Cuando lo tenía al lado le susurró.
-Apuesta por nosotros. Los Dioses las protegen, a las dos. ¿Ves al grandullón? Ella lo tumbó sola, sin armas, y decidió perdonarle la vida. Ahora el grandullón está deseando luchar a su lado, ¿lo notas en sus ojos?. En la arena verás que tengo razón, que deberíamos morir y sobrevivimos, sin ningún motivo real. Así que apuesta por nosotros. Cuando estés contemplando el poco oro que has ganado, recuerda a quienes han bendecido y quienes se oponen a la voluntad divina-

Continuaron avanzando. Cada paso hacía que Edgtho viese con más claridad lo que debían hacer si sobrevivían lo bastante. Escapar. No había forma de sobrevivir a cien batallas, no cuando lo tenían todo en contra. Por desgracia esos pensamientos debían aguardar. Necesitaba concentrarse, dejar la mente en blanco, preparar el cuerpo. Ya no iba a tratarse de una pelea de borrachos en la posada, o de un intercambio de golpes en la celda. Una batalla. Una más.

-Fuego en el aire que respiro- susurró para sí mismo, en una especie de oración de la que solo recitaba pequeños retales. -Un traicionero pasaje, para jugar con nuestros valerosos corazones. Fantasmas que se esconden entre las sombras del combate. Pero me criaron el Lobo y el Caballo. Este alma nació en la batalla-

No volvió a hablar durante el resto del recorrido, aunque repitió un par de veces más esos mismos pasajes, siempre entre susurros.
Cruzaron lo que visto desde dentro parecía un pequeño pueblo de sombras dentro de aquella enorme ciudad. Se preguntó si todos estaban tan prisioneros como ellos o si algunos habían elegido quedarse. Vio al resto de gladiadores, devolviendo el gesto de saludo al campeón, al más veterano. Era imposible no sentir cierta grandeza al mirarlo. En cualquier caso lo veía todo desde la distancia, como si se lo estuviesen contando en lugar de percibirlo con sus propios sentidos. Ya estaba inmerso en la batalla, incluso antes de entrar en la arena.

Les esperaba un espectáculo grotesco. Edgtho ya había intuido antes que en realidad se trataba de una ejecución a la que no querían llamar así. Nadie esperaba que luchasen de verdad. El público, los guardias, el condenado Glothus, incluso ese “emperador” solo esperaban verles morir. Esa era la diversión, eso era lo que habían pagado por ver.
Le asqueó la imagen de los otros esclavos, encadenados para formar un solo blanco enorme, imposible de fallar, sin ninguna oportunidad real de defenderse. Escuchó a Oggo intentar organizarlos sin saber muy bien si aquello tenía sentido. No tendrían capacidad de moverse ni de reaccionar. El hecho de siquiera imaginar el trato al que debían haber sido sometidos le hizo hervir la sangre, especialmente cuando aquel pobre hombre rogó que protegiesen a su hijo. Edgtho no era capaz de decir si el pobre muchacho ya había muerto.

-Muy bien, hombre de blanco. Sea cual sea el enemigo, van a ir a por ti. Vamos a retroceder un poco. Si nos movemos bien, cuando te ataquen le daremos a Oggo y a a Jah'Tall la ocasión de abalanzarse desde un lado. También les pondremos al alcance del resto. Será nuestra mejor oportunidad para golpear-

Miró a Oggo, asintiendo. Luego miró a Bria y a Lyra. Ambas retrocedían. Por su parte inclinó la cabeza a la derecha, luego a la izquierda. Sacudió un poco los brazos, y miró fijamente a la puerta. No tenían armas para bloquear, así que ante cualquier ataque tan solo podía esquivar. Lo bueno es que si hacían bien de cebo, Jah'Tall y Oggo podrían golpear con contundencia. Esperaba que eso bastase.

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09/03/2019, 19:39

Soka, el guardia, se sintió bastante contrariado, por no decir que su tez se había vuelto pálida y que el miedo había penetrado hasta lo profundo de sus entrañas, cuando Oggo le susurró que “Venía a por él”. La intensa mirada de Oggo caló hondo en el alma temerosa del guardia, quien, como única defensa, golpeó a Oggo entre los ojos con el mástil de su lanza.
—¡Calla, Chacal! —Intentó infundir fuerza a su voz pero falló al final, igual que si su lengua hubiera dado un traspié.
Si habla demasiado, podemos cortarle la lengua —suguirió Dellos, cuyo rostro de repente estaba encendido, ilusionado por la perspectiva —. No la necesita para luchar.
Balimir negó con la cabeza y luego reprendió a ambos guardias.
—¡Mantened la compostura! —gruñó, cansado de repetir una y otra vez escenas similares.
No fue el único que habló con Soka. Edgtho también trataba de sembrar algo. El soldado arrugó el rostro ante las palabras del explorador. No creía nada de lo que decía. Pero. Siempre había un pero en la mente del jugador.
—No pienso apostar por vosotros, estáis más muertos que vivos —aseguró, aunque luego le susurró unas palabras a Edgtho que nadie más pudo oir.

La arena, rugiente, el clamor de miles de voces pidiendo espectáculo, sangre, muerte. El calor, abrasador, proveniente de un sol sin piedad, tan carente de clemencia como el Falso Emperador que, desde su pequeño trono, observaba la escena, agasajado por sus cortesanas, abanicado por sus esclavos y servido con agua fresca y frutas por sus siervos. También estaba escudado por una pequeña guardia de élite. Era inalcanzable. Su posición era elevada y distante. Parecía en verdad un Emperador de tiempos remotos. O algo más; un dios venido a más cuyo reino era el reino de la arena.
Oggo fue el primero en moverse. Jah’Tall se frenó cuando Oggo le indicó que se detuviera. Gruñó pero obedeció, aunque algo en su semblante le hizo saber al manco que el bárbaro no iba a hacerle caso siempre. La presencia de Bria retenía sus ansias más rebeldes. Habría que ver que sucedía cuando aquella que lo había tumbado se encontrase lejos.
Oggo habló con los esclavos. Tuvo la sensación de que nadie le escuchaba. Sus palabras cayeron en sacos rotos. Rotos como quebrados estaban aquellos espíritus. Hambrientos, cansados, cubiertos de aquella brea negra que se pegaba a su pie y a sus cabellos. No solo físicamente habían sido desgastados, sino también en la mente, allí donde anida la decisión y la determinación. Unos pocos si le escucharon, pero sus esperanzas eran pocas al estar unidos a aquel gusano de metal.
El hombre que había hablado de su hijo fue uno de ellos.
—Si —musitó —. Eso haremos —dijo, casi sonriente —. Hijo, Bassel, despierta. ¿Has oído? Tenemos que prepararnos. Hijo mío —se acercó al cuerpo tumbado del muchacho —. Que frío estás. Pero te sacaré de aquí —intentó agarrarle pero sus manos resbalaron sobre los hombros del muchacho —. Hijo mío, tienes que despertar. Tienes que despertar…
Y se quedó llamándole, aunque todo el mundo sabía que el muchacho, así como otros pocos, no iban a tener que pelear aquel día en la arena.
Bria fue más pragmática. Intentó infundir ánimos en Lyra. Su actitud tranquila, incluso fría, contrataba con el calor de la arena, con el fervor ardiente del público, con el corazón enaltecido de la muchacha que pedía, a gritos, una escapatoria. Pero no la había. La muchacha miró su cadena y sonrió ante la pequeña broma de Bria.
—Te seguiré. Y haré todo lo que me pidas, pero…—su voz se quebró al final. Entre los esclavos, el padre estaba llorando sobre el cuerpo inerte de su hijo. No hacía falta decir nada más.
Edgtho lo tuvo un poco más complicado, su pareja no quiso escucharle.
—No retrocederé —dijo Remu —. He venido a hablar de nuestro patrón, Vanussa. Y eso haré.
Y así obró. El hombre de blanco estuvo inspirado, habló bien. Habló de una oportunidad, de un seor que cuidaba de ellos y que podía cuidar de los esclavos. Desafío al público también, se marcó a sí mismo y a sus compañeros como siervos de una casa, como soldados bajo una bandera. Fue expresivo, con el tono de voz medido, el timbre adecuado. Sus gestos acompañaban a sus palabras. Incluso zarandeó dos veces su espada de pega igual que si fuese un arma de verdad.
No consiguió nada.
El bullicio y la distancia impidieron que sus palabras llegasen a oídos del público. Para ellos no era más que un entretenimiento, un bufón con una capa de paja al que veían representar una escena; el jefe de los esclavos. Un actor, de los que mueren en el segundo o tercer acto. Lo único que logró arrancar del público fueron risas y silbidos. El mayor poder de Remu, su palabra, no era útil allí. Si quería hacer llegar sus intenciones sobre Vanussa al público debía buscar otra manera.
Los esclavos tampoco le escucharon. Bajos de moral, encadenados, humillados, hambrientos y sedientos, poseían muchas preocupaciones en las que pensar antes que en un señor que no estaba allí. Si al menos tuvieran una prueba. Pero entonces ¿Qué?
Edgtho logró que Remu retrocediese con él. Mientras, en la distancia, Oggo, Bria, Lyra y Jah’Tall se acercaban a una de las columnas.
Y una puerta se abrió.

No muy lejos de ellos, pero si lo suficiente para que pudieran prepararse para aquello que iba a venir, una puerta grande se abrió, revelando una insondable oscuridad. Al momento, escupió una hilera de soldados. Y al instante, otra más. Dos hileras en fila de a cinco. Soldados pertrechados con grebas, petos, espadas cortas y escudos. También cascos con crines blancas. Su equipamiento no era de excelsa calidad, pero era mejor que nada.
Si bien aquellos hombres representaban en la arena a los soldados del patricio, en los escudos se veían dos ramas de laurel, el símbolo del Falso Emperador. Enather no veía nada malo cambiar un poco la historia para enaltecer su nombre. Después de todo allí era amo y señor. No debían olvidarlo, pues era su dedo, arriba o abajo, él que les daría la vida o la muerte. Incluso aunque salieran victoriosos, si Enather decidía otra cosa, su pulgar podía llevarles directamente a Infierno.
No avanzaban en una formación perfecta. De hecho se apreciaba que no estaban acostumbrados a ello. Tras esos cascos se veían rostro de dientes apretados, feos y hundidos. Y bajo sus armaduras y ropajes de colores se apreciaban tatuajes retorcidos. Pictos. Salvajes de las tierras inferiores. Se decía que algunos eran caníbales, otros, que debían beber la sangre de sus víctimas para honrar a sus terribles dioses. En verdad bien podían ser solo tribus que vivían en desiertos, selvas y bosques, ¿Quién podía saberlo? Apenas sabían hablar. Pero eran buenos cazadores y guerreros. Feroces, de hecho. Muy malos como esclavos. Pero ideales para dar espectáculo.
Avanzaron en grupo hacia el grueso de los esclavos.
Un poco más lejos se abrió otra puerta. Ésta, una pequeña, de la cual surgió un haz dorado de luz y con él, una ovación. Primero vieron a los caballos, cuatro sementales blancos de crines aéreas, tirando de una cuadra blanca y argéntea. Sobre ella, dos hombres. El auriga, concentrado en su tarea, encorvado y bajito. Y tras él, afianzado sobre el vehículo, un hombre grande, ataviado con un pomposo peto dorado, así como hombreras, grebas y un yelmo con una crin dorada. A su lado, lanzas recogidas en una cesta. Saludaba al público primero y luego alzaba su puño. Y cuando lo hacía, el público enloquecía.
Era una figura local. Un héroe de la arena. En aquel momento, representaba al patricio. O, en esta versión torcida de la historia, al emperador.
Las dos puertas se cerraron al unísono. Una buena señal. Al fondo, en el punto más distante de la arena, se abrió otra puerta. Apareció un solo hombre. Era grande y fornido, con el pecho descubierto y el rostro oculto bajo un casco de combate cuyo visor era una plancha repleta de agujeros. Llevaba un tridente en una mano, arma predilecta de muchos gladiadores. Y en la otra, una antorcha de radiante intensidad. Lejos de presentarse como una amenaza, se quedó en la distancia.
La cuadriga estaba dando una vuelta, saludando al público, pero pronto empezó a rodear el círculo, dejando las columnas a la parte de dentro. Aquello empezaba. El público empezaba a jalear, aplaudía. Los pictos aceleraron su paso, aunque aún mantenían la formación, dirigiéndose directamente hacia el grueso de los esclavos. Oggo, Jah’Tall, Bria y Lyra llegaron a la columna siendo sabedores de que la cuadriga pasaría por su posición antes que por la de los demás. Edgtho y Remu contemplaron la escena. El grupo de esclavos serviría como escudo humano ante la cuadriga y los pictos; serían los últimos en intervenir si no se movían.

Notas de juego

Espero que la imagen quede clara.

El tipo de la antorcha está en el punto opuesto de la arena, demasiado lejos para ser una amenaza, e incliso visible. Imaginar que es un estadio de fútbol y sois el portero, el tipo de la antorcha sería el otro portero.

La cuadriga dirigue su carrera en dirección contraría a las agujas del reloj, por lo que pasará antes por la posición de Oggo y Bria. Los pictos justo al contrario. Son los que están más cerca del grupo de esclavos, hacia los que se diriguen directamente. Edgtho y Remu quedand detrás de esto.

Me he tomado la libertad de controlar al pj de Remu en este turno, ya que tenían intención de realiazar un discurso sobre Vanussa. No ha salido bien.

Perdonan una vez más mi tardanza.

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09/03/2019, 19:43

—Pero si eso que dices es cierto, yo perderé hoy pero no mañana —Soka dudó unos momentos. No creía al explorador, pero una parte de él le decía que era preferible jugar con dos barajas a hacerlo solo con una —. Cuando llegue el gladiador con la antorcha, apártate de los demás.

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13/03/2019, 14:39
Oggo

Trece hombres armados. Demasiado para las condiciones en las que estaban. Hambrientos, cansados, encadenados y en inferioridad numérica. Todo indicaba que sería una matanza. Los esclavos que los acompañaban no serían de mucha ayuda, los que Oggo suponía que sabrían defenderse eran tres mas él. 

Era difícil pensar en una táctica con alguna opción de supervivencia. Llamó la atención de su compañero con el codo. Señaló sus propios ojos con dos dedos y señaló sus piernas encadenadas. Debían moverse al unísono, era importante, esperaba que el bárbaro lo comprendiera.

- Guerra -repitió la palabra que sabía que el otro entendería. Oggo no era ajeno a las batallas, debían trabajar como un equipo. Señaló hacia la cuadriga, como preguntándole. "¿Vamos por ellos?" Si cuando pasaran a su lado se detenían podrían tener una oportunidad. Si seguían su camino al estar impedidos por las columnas debían enfrentarse a los pictos.

- Cúbranse con las columnas -dijo a Bria y a Lyra. Esperen. Observen a sus enemigos. Edgtho y el de la toga estaban algo lejos para formar una estrategia conjunta, pero sabía que sabrían aprovechar alguna oportunidad si se presentaba.

Oggo intentaría acompasarse al ritmo del bárbaro, y complementar su ataque. No tenía armas, pero atacaría salvajemente a quien se enfrentara su compañero. Golpearía el cuello, las rodillas, cualquier lugar expuesto y frágil. Y se encomendaría a los dioses, aunque dudaba que respondieran.

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14/03/2019, 23:13
Edgtho

Edgtho no tuvo corazón para decirle a ese pobre esclavo que su hijo ya estaba muerto. Quizás debería haberlo hecho, pero en ocasiones es más difícil decir la verdad que combatir. Miró alrededor para ver a la gente gritando, pidiendo más sangre, más violencia. En ese momento deseó que echasen a algunos de ellos dentro, a la arena, para que comprendiesen lo que significa jugarse la vida en el campo de batalla. Tal vez así moderarían un poco más su entusiasmo. Mientras tanto su forzoso compañero decidió empezar con su plan de clamar a los cuatro vientos el nombre de unos patrones que a nadie le importaban. Aún no sabía cómo podía creer que aquello iba a funcionar.
-Nadie te va a escuchar, hombre de blanco-
Le volvió a dar un par de palmadas en el hombro para que se moviese, luego tiró de la cadena llevándoselo hacia atrás. Casi se avergonzaba de escuchar a nadie pedir a esas pobres gentes que combatiesen. Bastante tenían con lo que ya habían sufrido.
-Intenta moverte a la vez que yo, no vayamos cada uno en direcciones distintas o estamos muertos-

Finalmente se abrieron las puertas del enemigo. Esclavos fingiendo ser soldados. Estaban mal organizados. Eso no significaba que fuesen a luchar mal, ni mucho menos, pero no lo harían coordinados. Eran buenas noticias, o al menos tan buenas como uno podía esperar dentro de la arena. Si se tratase de una pequeña unidad bien compenetrada, poco importaría la valía individual de cada uno, no podrían con ellos. El carruaje, por otro lado, suponía un problema mucho más grande. Detenerlo no sería fácil. Por otro lado, tampoco podía moverse demasiado libremente. Nadie iba a superarlo en velocidad, pero era relativamente fácil quitarse de su camino con cierta antelación. Probablemente la idea era usarlo para que nadie se moviese libremente por la arena, para concentrarlos en el centro. Por último un gladiador con un tridente y una antorcha. Una antorcha…

-¡Oggo, Bria!- gritó inmediatamente. Luego señaló a los esclavos, cubiertos de ese mejunje negro. -¡La antorcha!-

No debían dejar que se acercase demasiado. Era necesario prestarle atención en todo momento, porque si la arrojaba desde la distancia tenían que interceptarla. Su primer instinto había sido correr hacia él, pero los pictos y el carruaje lo impedirían. Oggo había tenido razón en algo desde el principio. Necesitaban desarmar a alguno. No, lo que necesitaban era armarse ellos, y las armas las tenía el enemigo. Desde luego no podrían con todos a la vez, pero quizás pudiese separarlos un poco.
Se golpeó el pecho un par de veces, gritando con fuerza, para luego señalar directamente al que le pareciese más agresivo de todo el grupo.
-¡Ven a por nosotros, cobarde! ¿No queréis al líder? ¡Aquí lo tenéis!- Señaló a su compañero. -¡Pero primero tendréis que pasar por mí!- añadió mientras volvía a golpearse el pecho, desafiándole abiertamente.

Si conseguía atraer a uno, perfecto, de lo contrario retrocedería un poco para que llegasen de forma escalonada. Lo cierto es que no estaban tan desarmados. Tenían las cadenas. Su idea era muy simple, cuando le fuesen a golpear se apartaría, pero a la vez usaría la cadena para enredar el arma enemiga. Luego agarraría el brazo que la sostenía, tiraría con fuerza, y golpearía el torso con el hombro o con la rodilla. Luego seguiría golpeando mientras pudiese, o hasta que el adversario soltase el arma. Si fallaba o si no conseguía desarmarle, se movería hacia un lado, dejando al más adelantado entre el resto de enemigos y ellos. Usar al adversario como defensa suele ser buena idea. Además se aseguraría de moverse o bien hacia las columnas, para entorpecerles, o bien hacia sus compañeros por si estos podían intervenir.
Evidentemente trataría de estar atento al campo de batalla. Sus años como explorador le habían agudizado mucho los sentidos, confiaba en ellos. No quería que un carruaje le arrollase por la espalda.

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14/03/2019, 23:21
Bria

Bria se movió junto a Lyra hacia las columnas, siguiendo a Oggo y al bárbaro, mientras observaba detenidamente la arena a su alrededor: el girterio de los espectadores, el palco del Falso Emperador rodeado de guardias y esclavos... esclavos como ellos mismos ahora, y como los que habían tenido la poca fortuna de acabar en aquél recinto a su lado. Algunos ni siquiera habían llegado vivos al combate. Bria también los observó, imperturbable, mientras sus más cercanos se derrumbaban para llorarlos. Pero puede que los muertos fueran los afortunados.

Se giró para ver que Edghto y el de blanco se habían quedado algo rezagados a medida que este último iba realizando su discurso. Entre los gritos y el tamaño del Circo, supo que apenas una de cada diez palabras sería escuchada, y que nadie les haría caso, al menos ahora que todavía no se había producido espectáculo ni se habían probado. La estratagema de valerse del nombre de Vanussa había quedado en nada.

Apenas habían alcanzado las columnas cuando una de las puertas se abrió. Una docena de soldados emergió de ella, bien equipados y armados, pero... había algo raro en ellos. Se movían de forma descoordinada, y si conseguían mantener la formación era porque todos avanzaban hacia el mismo punto. En cuanto se trabaran, aquella falange en miniatura quedaría deshecha. Conforme se acercaron, pudo ver el porqué: su color de piel, complexión y tatuajes corporales los delataban como guerreros pictos capturados. Bria solo conocía su fama, pero con aquello tenía más que suficiente.

Otra puerta se abrió, un carro de guerra fue lo que salió por ella esa vez, veloz y letal. Imposible plantarle cara de manera directa... pero aquellos venablos podían proporcionarles la oportundiad que necesitaban.

Una puerta más se movió, dejando salir a la arena a un guerrero enorme, pero solitario. Su armamento era extraño, entendía el tridente, pero ¿La antorcha a plena luz del día? Entonces escuchó el grito de Edghto y la señal que les hacía hacia los esclavos cubiertos de brea... y comprendió la magnitud de la masacre que los que habían organizado aquello tenían pensado orquestrar. Los maldijo en su lengua natal. Por suerte, el guerrero de la antorcha mantenía la distancia, de momento.

La cuádriga y los pictos empezaron a moverse hacia ellos con más agresividad. Asintió ante lo dicho por Ogoo, de momento no podían hacer otra cosa salvo prepararse para cuando llegara el momento. Edghto trataba de atraer a algunos de los pictos, para el resto la cuádriga tenía más importancia ahora, acercándoseles velozmente.

Midió la longitud de la cadena que la unía a Lyra y se acercó a ella — Quédate cerca de las columnas, asegurate de que siempre haya una entre el carro y tú — dijo seriamente — Yo me encargaré del resto — aquello limitaría sus movimientos, pero no necesitaba ir muy lejos.

Se giró hacia Oggo y Jah'tall — Quizás podamos hacernos con alguna de esas lanzas — Bria asumía que el áuriga las utilizaría para atacarlos a distancia, el combate con carros no era una táctica extraña para el pueblo brythuno. Trataría de llamar su atención, que viera que no podía correr mucho a causa de la cadena y del hecho de que Lyra se mantuviera escondida tras una columna, para intentar que le lanzara una y esquivarla. La lanza iría con fuerza y rápidez, pero ella solo necesitaba un par de metros, y podía saltar hacia cualquier dirección.

- Tiradas (1)
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15/03/2019, 19:46

El pulso acelerado, bajo control en algunas casos, igual que furiosos caballos controlados por la mano de su jinete y regias correas de cuero, en otros, desorbitado, incontrolable, palpitando en sus sienes como los tambores de la guerra. El aroma de la arena, del desierto. Seco, polvoriento, como una tumba recién abierta. El calor, sofocante. El sol, radiante, hermoso igual que una gema de incalculable valor pero tan frío y distante como una mujer que vuelve la vista ante su enamorado. El griterío, furioso como los cohortes de un dios moribundo. Los aplausos, los silbidos. El miedo, profundo y voraz, penetrando en sus corazones como un lento veneno. Y todo ello aderezado con la gloria, con la grandeza. Pues había grandeza allí. Entre los esclavos, entre los hombres y mujeres reducidos a su más básica esencia; sobrevivir. Grandeza. Pero solo para unos pocos.

Oggo quedó parapetado detrás de una de las columnas, junto con su forzoso compañero quien se agazapó igual que un cazador en mitad de una tundra repleta de lobos. Junto a ellos, Lyra, más inquiera, y Bria, que era un témpano de hielo ante la adversidad. Los ojos del manco estaban puestos en la cuadriga, en los pictos. Había dicho “Obserbad al enemigo”. El bárbaro contemplaba la cuadriga con ojos de desafío. Bria igual, había en ella un valor que asustaba, de ese que muerde y escupe los huesos de sus enemigos. Únicamente Lyra, arrodillada, no miraba al peligro. Sus ojos claros y titilantes, en los que asomaban unas lágrimas de puro temor, estaban fijos en el semblante serio de la brythuna.
—…y será Vanussa quien nos salve! ¡Pero hay que demostrar valor! ¡Valor y orgullo! ¡Por aquello que somos! ¡Por aquellos a los que nos debemos! —gritaba Remu, su voz sonaba firme a pesar de que sus rodillas no lo estaban.
Edgtho le obligó a retroceder, las palabras no iban a funcionar allí. Los esclavos apenas podían escucharle, mucho menos el público o cualquier otro. Quizás en otro escenario sus palabras hubieran tenido fuerza. Allí eran dardos formados por humo y aire. Remu miró descorazonado a Edgtho. A pesar de todo había creído que su plan funcionaría. Ahora que carecía de sus palabras ¿Qué le quedaba?
Edgtho le mostró otro uso de las palabras. Su discurso fue una afrenta. Se hizo escuchar. Los pictos se acercaban. Salvajes, cubiertos como soldados. Lobos con disfraces de perros. Una jauría hambrienta. Edgtho les desafío. Bien sabía que los diez pictos podían tomarse a mal sus palabras y entonces verse envuelvo en un combate de diez contra uno. Quizás por el ruido, quizás porque los esclavos presentaban un blanco más fácil y temeroso, solo dos pictos rompieron la formación. El primero de ellos con los dientes apretados y el odio crepitando en su intensa mirada hundida. El segundo rompió la formación momentos más tarde. Silencioso como un perro de presa que solo caza de noche.
Remu miró con aprensión a Edgtho y luego a los pictos. Su primer impulso fue quedarse un paso por detrás del explorador. Dio un paso al frente al momento para quedar a su lado, aquello facilitaría que la cadena estorbase menos.
Tensión. La cuadriga cortó la arena. El pomposo lanzador de jabalinas contempló desde la profundidad de su yelmo a los cuatro que se escondían detrás de la columna. Les ignoró, de momento. Puede que Glothus prefierse una muerte más simbólica para ellos, o más cruel. O puede que ese orden atendiese a otro motivo; el espectáculo. Había que calentar al público, empezar con el plato ligero, provocarle, llamar su atención. Y luego, ofrecer el plato fuerte. La cuadriga ignoró también a Edgtho y a Remu, aunque se encontraban lejos de su alcance, para centrarse en el grupo de esclavos. Los pobres diablos, encadenados unos a otros, tropezaron al intentar huir. El fuerte brazo del lanzador arrojó un venablo contra la multitud asustada, el cual perforó el pecho de un hombre y con ello, sus pulmones. El esclavo se derrumbó al momento tras esputar un barboteo de sangre.
Una ovación, aplausos. La cuadriga empezó a girar, daría una vuelta a la arena ante los aplausos y los vítores de sus aficionados.

Los pictos cargaron contra los esclavos. Se escucharon gritos de miedo, de auxilio, mientras huesos eran quebrados, pechos eran abiertos y cuerpos eran pisoteados. Los pictos empezaron a masacrar a los pobres diablos. Ni siquiera podían pelear. El miedo les consumía. Y los pocos que querían defenderse, carecían de fuerza para ello.
—Por el amor de Vanussa —masculló Remu.
El primero de los pictos llegó a ellos. Lanzó el escudo contra Edgtho, pero falló. Intentó abrirle un canal en las tripas. Edgtho giró, le dribló. Tras él, Remu siguió sus movimientos lo mejor que pudo. El explorador aprovechó el momento. La cadena no estaba tensa, así que la colocó alrededor del brazo armado y entonces, la tensó. Remu, al otro lado, le imitó con ambas manos. El picto gruñó cuando la rodilla de Edgtho se clavó en su pecho. Soltó un aire por la boca pero no así la espada. Remu gritó algo. Tarde, Edgtho también lo había visto. El segundo picto se les echó encima. Había arrojado su escudo al suelo, también el casco, incluso el peto. Solo se había quedado con las grebas y la espada, la cual blandía de forma invertida. Se lanzó contra el explorador como una pantera salvaje.
Ambos rodaron, y con ellos el picto, que estaban enganchado a ellos y Remu. Una espada voló por los aires, giró, cortó un haz de sol y se precipitó hacia la arena. Edgtho tardó unos momentos en orientarse. Veía polvo, brazos, piernas, alguien le pegó un codazo, las ropas blancas de Remu, el sol, cegador.
El picto desarmado fue el primero en ponerse en pie. Se quitó el casco para usarlo como arma. Remu, apareció por detrás, intentó colocar la cadena alrededor de su cuello. La tensó, pero fallo, el picto se escabulló de su presa, giró y golpeó al latini con el casco. Lo derribó y con él, Edgtho, quien fue detrás una vez más. El picto rugió, volvió a ponerse en pie. La espada estaba cerca, trató de correr hacia ella pero Remu le atrapó el tobillo y le derribó. Ambos volvieron a caer a la arena. Remu jadeante, el picto rabioso.
Edgtho se puso en pie, Remu trataba de arrastrase hacia el arma mientras el picto le mordía la pierna. Se giró para ver como el otro picto, silencioso y armado con un arma que blandía al revés, le miraba con ojos glaciares. Se relamió los labios. Encorvado, atacó. Golpes bajos, rápidos, letales. Edgtho retrocedió para evitar que Remu le derribase con la cadena. El picto avanzó y volvió a atacar.

La segunda vuelta. El público empezaba a gritar un nombre. ¡Auro! ¡Auro! La cuadriga levantaba ovaciones entre los hombres. Algunas, enseñaban sus pechos y reían cuando el lanzador pasaba ante ellas. Muchas se habrían derretido si aquel hombre les hubiera mirado directamente. Pero una no. Bria se había mostrado. Al descubierto, todo lo que su cadena le permitía. Lyra atrás, escondía. Auro miró a la brythuna, recogió una jabalina de su lanza y se colocó en posición. La carreta giró y enfiló hacia su dirección. El brazo de Auro era grueso como el tocón de un árbol. Y su técnica, impecable.
Jah’Tall le dio un codazo a Oggo. El manco también lo había visto. El auriga era excepcional. Cuando la cuadriga giraba, deceleraba a los caballos, hacia pivotar el vehículo sobre una de las ruedas y continuaba la marcha. En esos instantes, la velocidad decrecía e incluso parecía que animales y vehículo de detenían en el tiempo y en el espacio. Jat’Tall le hizo otra seña. Oggo no hablaba su idioma pero entendió lo que quería decir. Dos dedos corriendo detrás de una mano; ellos corriendo detrás de la cuadriga, justo cuando tomase una curva, justo cuando la cuadriga tuviera menos velocidad. Y luego el puño cerrado sobre la mano abierta; ellos saltando sobre la cuadriga. Una locura. Oggo no conocía palabras para negar la orden del bárbaro. Peor aún, de querer apoyarle, no sabía si podría seguir su ritmo o sincronizar sus pasos a las zancadas de aquel gigante. Tropezar en la arena sería un error que podían llevarle a la muerte o a la ira de su compañero.
Jah’Tall no esperó a ver su reacción. Miraba la cuadriga. Él ya tenía claro lo que iba a hacer.
Y Bria también,
La brythuna levantó a más de un espectador de su asiento. Seguramente porque querían verla ensartada. Puedo que algunos comprendieran la esencia de su valor. O la temeridad del mismo. La cuadriga se acercó, siempre a una distancia medida. El brazo de Auro parecía más regio entonces. Su pulso era firme, acompasado al movimiento del vehículo. Auriga, lanzador, caballos, ruedas, la arena, todo eran uno. Actores veteranos de aquel escenario de sangre y muerte.
Auro esperaba que Bria corriese, se asustase, que llorase. Bria se mantuvo erguida, un blanco fácil. Auro apretó los dientes, arrojó el venable. La jabalina voló, Bria saltó a un lado. El arma arrancó un jirón de su piel, mordió su músculo y se clavó en la columna. La violenta escena terminó con un chillido de Lyra, asustada quizás por el fuerte impacto de la jabalina o quizás por la herida abierta de Bria. Cuando el polvo de la arena dejó ver la escena, Bria seguía en pie; el brazo izquierdo goteando de sangre, parte del bíceps rasgado. El dolor era agudo. Pero seguía viva tal y como señalaban varios espectadores, quienes ahora veían a Bria como una parte más que interesante del espectáculo.
Unos centímetros más abajo y Auro la habría traspasado como a un espetón de carne.
La cuadriga ignoró la pelea de Edgtho y Remu, arrojando polvo y una salva de desafío. Ignoró al resto de esclavos, quienes se limitaban a morir pidiendo ayuda a sus dioses. Contempló con desprecio a los pictos. Dio una orden. La cuadriga empezó a gira. Jat’Tall, en la distancia, sonrió. Era mucha distancia, pero no iban a estar nunca más cerca del vehículo.

Grandeza; mientras unos morían como perros, otros se revolcaban en la arena como cerdos. Otros ya habían conseguido un pedazo de la misma, aún a costa de su sangre. Y otros, codiciosos, buscaban su pedazo.
En su trono de oro y marfil, el Falso Emperador bostezaba. Sus ojos abotargados pasaban de la arena a un manojo de uvas que pendía oscilante en su mano sin poder dilucidar cuál de los dos elementos le resultaba más anodino.
En la distancia, como un vigilante, el gladiador del tridente y la antorcha se mantenía estático como una estatua. Pero su forma, su amenaza, seguía muy presente en la mente de todos ellos.

- Tiradas (1)

Notas de juego

Solo por si acaso, aclaro que en el carro van dos individuos. El auriga y el tipo pomposo que quiere ensartaros con las jabalinas.

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18/03/2019, 15:02
Oggo

Oggo había estado a punto de morir mas de una vez, pero la repetición de aquella sensación no la hacía mucho mas soportable, no disminuía mucho la sensación de ahogo, la adrenalina y la desesperación. 

Había estado muy cerca cuando perdió su mano. Y otra vez cuando escapó de seres que sólo se podía calificar de demoníacos, si bien no los había enfrentado de cerca. Otra vez en el desierto, cuando las garras del sol lo ahorcaron lentamente. Esta vez, frente a una fuerza notablemente superior, agotado, sin una mano y desarmado, pensaba que podía ser la última.

Pero no iba a rendirse. Oggo pensaba que era duro enfrentarse con ese destino que le había tocado, pero podía someterse a él o escupirle en la cara. Unos días antes tal vez hubiese hecho lo primero, pero lo que había vivido, lo que representaba Lyra, una esperanza perdida, lo hacía ver las cosas de otra forma. Y además no estaba solo.

La valiente brythuna cargaba con la responsabilidad de defender a la chica, y por ahora sobrevivía, y además había ganado un arma. Si le tocaba morir al menos lo haría con un arma en la mano. Edgtho y el de la toga luchaban salvajemente por sus vidas contra un par de pictos. El manco se debatía entre ayudarlos o llevar a cabo el plan casi suicida que había pensado el principio, al que Jah’Tall estaba decidido.

No sería fácil. Debería acompasar sus pasos a las grandes zancadas de su compañero, y si por algún hado del destino conseguian abordar el carro, había dos gladiadores experimentados arriba, uno de ellos aparentemente famoso. Y Oggo sabía que uno no se hacía famoso así porque sí en la arena. No, aquel al que llamaban Auro no era un combatiente común. Ese se lo dejaría al bárbaro. Oggo intentaría arrojar del carro al otro si podía, hacia los caballos, o hacia donde pudiera, tomandolo de sorpresa lo antes posible. En ese caso podrían luchar 2 contra 1 ante el enemigo principal. Oggo golpearía mientras le quedara aliento en el cuerpo, aunque dejaría la lucha principal a Jah’Tall. Le daría ventaja metiendo sus dedos en sus ojos, golpeando su sien, pateando su rodilla para que pierda el apoyo. Aunque si no podía liberarse del acompañante se enfocaría en él. Allí el estrecho espacio jugaría a su favor en el sentido de que las cadenas no representarían un escollo importante y no podría hacer uso de las jabalinas, aunque Oggo sospechaba que eso no representaría un gran problema para su enemigo.

Si, eso haría. A todo o nada. Porque si se quedaban en la arena no podrían ocultarse en las columnas por mucho tiempo. Los pictos pronto terminarían con la masacre e irían a por ellos, entonces quedarían atrapados en 3 frentes, la cuadrilla y el seguramente temible León, el de la antorcha. No podían esperar, debía ser ahora.

Oggo asintió con firmeza frente a los gestos del bárbaro. Subirían al carro.

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21/03/2019, 22:02
Edgtho

En aquel momento era difícil preocuparse por el resto del campo de batalla. Los esclavos estaban siendo masacrados sin piedad. Bria, Oggo, Lyra y el bárbaro estaban siendo acechados por la cuadriga. Nada iba especialmente bien, pero así es una batalla. No podía ir a ayudarles porque el hombre de blanco y él mismo tenían suficientes problemas.
Luchar esposado a otro estaba resultando un problema incluso mayor de lo esperado. No podía moverse libremente, caía al suelo solo porque su compañero caía al suelo, su radio de acción se veía severamente mermado. Todo eso sin contar que aún no habían conseguido ningún arma. Tampoco es que pudiese ir a por ella.
Lo cierto es que no podía ayudar en ningún lado, ni atacar, mientras no resolviese sus problemas más inmediatos. Ya había entrado en combate antes, sabía lo que era. Las cosas casi siempre salen de un modo totalmente distinto al previsto. Al final el secreto para vencer es mucho más sencillo. Adaptarse. Tenía que adaptarse a la situación, paso a paso, metódicamente, hasta conseguir darle la vuelta a la situación. Sus compañeros harían lo mismo. Quien acabase antes podría ayudar a los demás, o tal vez simplemente perderían. Nada a lo que no estuviese acostumbrado.

Su mente empezó a trabajar. Primer problema, uno de los dos pictos, el que aún tenía armas, le estaba atacando. Segundo problema, su compañero tampoco parecía poder librarse del otro picto. Esos eran los dos puntos en los que debía concentrarse antes de ninguna otra cosa.
El adversario que le atacaba pensaba que tenía ventaja. Un razonamiento bastante lógico, la ventaja se llamaba “espada”. Sin embargo Edgtho no estaba desarmado. Tenía una oportunidad de sorprenderle, así que pensaba hacerla valer. Se aseguró de relajar los músculos, necesitaba un movimiento rápido, explosivo, algo que no diese demasiadas posibilidades de reaccionar. En el siguiente espadazo se movería. Tenía un grillete en la muñeca, suficiente para apartar la espada. No pensaba bloquearla sin más como quien opone un escudo. Le iba a dar un golpe seco, hacia fuera, para evitar el tajo. Al mismo tiempo iba avanzar. Tenía que parecer una sola maniobra, fluida y veloz. Con el mismo brazo que había utilizado para desviar el ataque, rodearía el brazo del enemigo, apresando la articulación del codo con su propio bíceps y su antebrazo. Haría fuerza por si podía causar bastante dolor. Si lo desarmaba mucho mejor, pero no contaba con ello. Con la otra mano iría directo a la cara. Darle un puñetazo a un caso no suele ser la mejor de las ideas, así que no iba a hacerlo. Sin embargo agarrar la cabeza y meter el pulgar en el ojo, apretando con todas sus fuerzas, era una apuesta mucho más segura.
Si seguía en pie, movería la mano la parte trasera del cuello del enemigo. Entonces giraría sobre sí mismo para empujarlo contra el otro picto y contra su compañero. Arrojarlo encima. En un choque de esas características era improbable que su adversario pudiese ir lanzando golpes. Sin embargo quien estaba encima era el otro picto, así que ambos podrían chocar el uno contra el otro. Si se hacían daño mejor, pero lo importante es que tal vez le diesen un respiro al hombre de blanco.
Si más o menos funcionaba bien, intentaría alcanzar la espada por la que pugnaban su compañero y el otro picto. Si estaba demasiado lejos, volvería a moverse rápido para darle una buena patada en la cara a uno de los dos pictos, si es que estaban en el suelo.

Por supuesto no hay ninguna maniobra infalible. Tenía en cuenta que de fallar necesitaría continuar esquivando golpes. Pero también tenía claro que mientras no rompiesen el grillete, le serviría tanto para defenderse como para golpear. Sí, solo le cubría la muñeca, seguro que cada impacto iba a doler, pero no iban a cortarle a él sin romper antes el propio grillete, y en ese caso le darían libertad de movimientos. Aún así prefería esquivar los golpes.

-¡No os dejéis matar!- Gritó a los esclavos. -¡Todos a un solo enemigo! ¡Agarradle, mordedle, sujetadle las piernas! ¡Todos a uno!-

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21/03/2019, 23:47
Bria

Por el rabillo del ojo vio como el par de pictos se abalanzaban sobre Edghto y el de blanco, pero por ahora tenía sus propios problemas. La cuádriga estaba casi completando la vuelta, aunque no sin antes hacer un alarde de habilidad y empalar a uno de los esclavos con un venablo. El resto no tardó en empezar a morir bajo las espadas de los pictos, sin siquiera tratar de defenderse de lo quebrados que estaban.

Los caballos no tardaron en volver a estar cerca de ellos, con el carro y el "héroe" detrás mientras era alabado por la multitud, que repetía la misma palabra una y otra vez. Auro, así debía llamarse, respondió a su mudo desafío y el auriga encaró al vehículo hacia ella para hacer una pasada. Bria no perdía ojo del lanzador, de su mirada, y de su brazo, aquél con el que sujetaba el proyectil con el que pretendía atravesarla. No le temblaba en absoluto... al contrario que el de ella.

El venablo fue lanzado. Bria se echó a un lado de inmediato, pero aun así sintió el frío mordisco del acero en su brazo, cuando este pasó por su lado para clavarse firmemente en la columna tras la que estaba Lyra. Su sangre bañó la arena, como la de tantos otros antes. Se llevó una mano a la herida, a pesar de la cual sonreía con satisfacción.

Tenía algo de tiempo antes de que la cuádriga regresara. No sabía que tendrían pensado hacer Oggo y el bárbaro, pero ella sí tenía una idea. Corrió hacia la columna, y trató de arrancar la lanza clavada en ella — Sigue así — le dijo a Lyra, sonriendo para quitar importancia a su herida — Iremos mejorando.

Se fijó en la pelea que mantenían Edghto y el de blanco, con resultado dispar. A pesar de las limitaciones de la cadena, no les iba mal... pero tampoco podían aprovechar del todo su potencial. Por un momento dudó entre a quién ayudar... Era mucha distancia, y corría el riesgo de darle a alguno de sus compañeros, pero por otro lado, ellos estaban más alejados y le sería imposible ayudarlos de otra manera. Con cada metro que avanzaban los caballos, el tiempo que tenía para hacer algo se reducía. Y se decidió.

Si conseguía arrancar la jabalina de la columna, la arrojaría hacia Edghto tras advertir al explorador llamándolo por su nombre, tratando de acertar al picto enzarzado con el de blanco. Al menos quedaría a distancia suficiente como para que Edghto pudiera alcanzarla con facilidad. Escuchó los gritos de este hacia los esclavos, y aunque le parecía un esfuerzo inútil, se sumó a ellos — ¡Usad la lanza! ¡Coged la lanza! — les gritó, señalando el venablo que sobresalía del pecho del que había matado Auro, antes de darse la vuelta para enfrentarse de nuevo a la cuádriga con la misma técnica que antes, aunque esta vez saltaría en una dirección diferente.

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24/03/2019, 16:51

Una estela de polvo dejada atrás por la cuadriga y un recuerdo en su brazo fue lo que Auro le había dejado a Bria. Pero la Brythuna había conseguido algo más; la atención del público y un arma. Se acercó a la columna para tratar de retirar el venablo. La piedra se había agrietado y el venablo estaba hundido en ella. Al tirar con todas sus fuerzas sintió la herida de su brazo, el dolor circulando de sus músculos a su cerebro. Un latigazo, un jadeo. El arma estaba encastrada. Lyra apareció a su lado y le ayudó con el arma. La jabalina se agitó y finalmente salió de la roca. Cuando Bria empuñó el arma un grupo reducido de hombres soltó una salva de vítores.
Bria vio la cuadriga, alejándose y tras ella a Oggo y a Jah’Tall. Sus ojos se posaron en otro punto de la batalla. Más allá de su posición los esclavos eran masacrados. Los pictos eran feroces, igual que hienas hambrientas ante un hombre herido en mitad de un desierto. Cortaban, golpeaban, pisoteaban y mordían. Los gritos de sufrimiento apenas eran audibles con el del jolgorio de las gradas. No había dioses en la arena, solo bestias con forma de hombres y asesinos.

Uno contra uno. Si Edgtho obviaba que su adversario estaba armado y que él estaba encadenado a Remu, era una pelea justa. Por como animaba el público al picto, tampoco tenía de su parte al populacho. El sol le cegaba, tenía polvo en los pulmones y su compañero parecía necesitar ayuda urgentemente. Todo en contra salvo un as en su mano; determinación.
El picto atacó, una alimaña del desierto. El acero cortó el aire, impactó en el grillete del explorador, quien desvió el golpe con saña. Su brazo se enroscó en el de su rival igual que una serpiente encaramada a un árbol. Aplicó torsión a sus músculos, arrancando un gruñido de la boca del picto y el arma de su mano. Cuando el picto quiso reaccionar, se encontró con la mano del explorador sobre su rostro. Aquella maniobra no era propia de caballeros, pero si digna de la guerra. Buscó con uno de sus dedos hasta encontrar el ojo de su rival, el cual aplastó como si fuese una uva reseca. Esta vez el picto soltó un alarido de dolor.
Edgtho no se detuvo. Tenía a su rival a su merced, así que lo arrojó contra el otro picto, quien había ganado ventaja sobre Remu. Los dos enemigos rodaron entre ellos. El más herido, quedó en el suelo, al borde de la derrota. El otro aprovechó la inercia, rodó y atacó a Remu, pero se detuvo al ver como el latini había conseguido recuperar la espada.
—Ahora toda la furia de mi pueblo caerá sobre ti —dijo; su voz era más firme que su pulso.
Edgtho aprovechó el momento para patear el cráneo del picto herido. Una fuerte patada en la cabeza y el picto quedó sin sentido.
Ahora eran dos contra uno. Si bien, el público miraba hacia otro lado.

El sol castigando sus espaldas, el polvo y la arena levantada a cada paso, el fervor del público arrojado sobre ellos igual que una salva de escupitajos y salivazos. Jah´Tall salió de su escondite con el arranque de un toro de lidia. Oggo lo hizo igual que un lobo que saliera de su cueva. El bárbaro daba amplias zancadas, soltaba aire a cada paso, gruñía cuando sus pesados pies impactaban con el suelo. Un paso por detrás, Oggo acompasaba sus pies a los de su compañero. Le resultó difícil seguir aquel ritmo furioso hasta que encontró el patrón y la velocidad. Los pulmones empezaron a arderle, iba a ser la carrera de su vida.
Enfrente, la cuadriga giraba. Por algún efecto óptico, las ruedas parecieron ir marcha atrás, bajó la velocidad. Auro, en lo alto del carro, apuntaba con su venablo a la masa de desdichados que estaban siendo masacrados por los pictos; otro blanco fácil. Percibió el peligro, contuvo su poderoso brazo y se giró sobre la plataforma del vehículo como si aquello fuese un juego de niños. La cuadriga empezó a recuperar velocidad. Cuando Auro se quiso dar cuenta, los dos esclavos encadenados estaban demasiado cerca del carro.
Otro blanco fácil.
El bárbaro era enorme, difícil fallar. Pero Oggo leyó las intenciones de Auro igual que si se tratase de un libro abierto. En un combate de verdad, el enemigo a batir sería Jah’Tall, su feroz aspecto intimidaba más que el de Oggo. Puede que algunos guerreros avezados hubieran preferido atacar a Oggo para así convertir al bárbaro en una presa más fácil, encadenándolo a un cadáver. Aquel no era uno de esos casos. Auro se giró hacía Oggo porque era el menos imponente, el que menos espectáculo daba. Allí lo importante no solo era la victoria, sino también la gloria. Jat’Tall debía caer el último, o de los últimos, para crear un mejor espectáculo.
Oggo se vio empalado en el venablo. El brazo de Auro seguía todos sus movimientos, todas sus pesadas. El manco, encadenado a Jat’Tall, no tenía mucho margen de acción. No solo por la cadena, la cual le limitaba, sino también por la carrera. Su compañero no iba a detenerse y mucho se temía que seguiría su furiosa carga aún con él ensartado por una de las jabalinas del gladiador.
El tiempo pareció solidificarse, tornase corporal. Durante un instante Oggo percibió todo a su alrededor; un haz de luz que cegaba uno de sus ojos, el dolor creciente sobre el tobillo que tenía encadenado, la boca seca, sus fosas nasales aspirando polvo y tierra, una gota de sudor que caía del perfil de su barbilla, la mirada de desconfianza del auriga, el rechinar de los dientes apretados de su compañero, los lamentos de los esclavos, las cuchilladas penetrando en la piel, los vítores. Toda su existencia condensada en un momento, como si sus sentidos quisieran acaparar toda la información necesaria antes de sucumbir ante la gran negrura.
Un instante, vivaz, intenso. Una estrella fugaz.
El tiempo se aceleró. Oggo ladeó el cuerpo, el venablo pasó por delante de él. Escuchó una maldición, Auro. Y un grito de júbilo. Jah’Tall saltó y con él, Oggo. Un sonido sordo, pies sobre madera; estaban en la cuadriga.
La tabla era inestable, los caballos trotaban con furia. Auro propinó una patada a Oggo en el estómago, quien se agarró a un lateral para no verse arrojado fuera. Momentos después intentó ensartar a Jah’Tall con una jabalina, pero el bárbaro agarró el arma, se la arrancó de la manos y le propinó un cabezazo que lo lanzó contra el suelo. El casco dorado salió volando junto a una exclamación del público.
El bárbaro arrojó la jabalina fuera del carro, en espacio tan corto decidió que no era su mejor opción. Auro se puso en pie, tenía una brecha en la frente, igual que Jah’Tall. Ambos se miraron. Auro era imponente, con el cuerpo bien definido, alto, atlético, con la dorada armadura cayendo sobre él como un manto robado al sol. El gigante era más un animal que hombre.
El auriga enfiló la recta. Cogió las riendas y las ató a un saliente de la cuadriga, anudándolas con fuerza. La recta no sería un problema, los animales seguirían su marcha hasta que él recuperase el control. Apretados como estaban, se encaró a Oggo. Era bajito, de piel morena. Ataviado con un casco de cuero, parecía más un simio que un hombre. Pero su cuerpo era fibroso y en una de sus ágiles manos llevaba un cuchillo curvo que buscaba sangre.
La cuadriga se movía, era como pelear sobre un bote en mitad de agua embravecidas. La única ventaja era que el espacio resultaba tan reducido que la cadena no sería un estorbo para sus movimientos, a no ser que uno de ellos fuese arrojado fuera.

Un movimiento preciso, entrenado, pero básico. El golpe de Remu fue enérgico pero predecible. Puede que en una batalla, contra un enemigo más común, hubiera tenido su utilidad. Pero su rival era todo instinto y nada de técnica. El picto evitó el golpe y saltó con las rodillas por delante, derribando a Remu. El arma salió volando, Remu rodó por la arena y con él, el hasta entonces victorioso Edgtho, volvió a rodar por la arena. Esta vez el tirón por poco le sacó el hombro de sitio. El picto exclamó un aullido de triunfo y, con él, un quedo rumor en las gradas. Remu y Edgtho tendrían que defenderse desde el suelo, si es que la polvareda levantada les dejaba ver algo.
Un parpadeó, y un haz de sol traspasó el estómago del picto, de atrás a adelante. La punta del venablo arrojado por Bria asomó por delante. El picto miró el arma, la sangre brotaba de allí. Pronto también de su boca. Cayó de rodillas y luego, tras tambalearse, de lado. Sus ojos quedaron abiertos, blancos, calcinándose bajo el sol.
Desde el otro punto de la arena, Bria levantó varios aplausos, alguna exclamación y también palabras obscenas. El sol se reflejó nítido en los ojos de Lyra quien parecía contemplarla como a una diosa. La muchacha rasgó un pedazo de su túnica y lo aplicó sobre la herida de Bria sin decir ni una palabra. El vendaje era fuerte y evitaría que sangrase. Y ahora ¿Qué?

Edgtho animó a los esclavos a pelear. Igual que Bria. Los pobres habían perdido a sus familias, sus tierras y posesiones, si es que alguna vez tuvieron, a sus amos y sus enseres, su puesto en la sociedad. Eran menos que animales. Cuando a un hombre se le arrebata todo es cuando encuentra su esencia en el pozo más oscuro de su alma. Pero la gente común no suele tener nada, especialmente aquellos que han sido duramente pisoteados por la vida durante años.
Pero la arena era diferente. No había nada en aquellos pellejos secos…salvo lo que la arena podía ofrecerles. Uno de los más jóvenes se cansó de ser masacrado. El consejo de aquellos voces firmes le indicó donde encontrar un arma; la jabalina arrojada por Auro. El miedo había desaparecido de su corazón, dando paso a la desesperación y la locura. Arrancó el arma del cadáver y la arrojó contra la turba picta. Uno de los salvajes recibió el arma en un costado, lo cual lo derribó. Aquello fue suficiente. No eran demonios, se les podía abatir. Hubo un cambio en algunos. Empezaron a pelear, a defenderse; las manos cerradas en puños y en sus voces un único grito. El de la victoria.
—¡Así se hace mis valientes! —gritó Remu —. ¡Vanussa tendrá en cuenta vuestras acciones!

En su trono dorado una figura oronda bostezaba. Había perdido el apetito. Uno de sus asistentes salió del palco de honor para dirigirse tras las cortinas y dar órdenes a otra persona. Y el engranaje de la arena empezó a moverse. Había heliógrafos colocados por las gradas, ideales para lanzar mensajes encriptados de una parte a otra de la arena. El gladiador de la antorcha entendió lo que querían de él. Empezó a moverse. Su carrera era pesada y lenta. En una mano, la antorcha, en la otra el tridente. Hasta ahora no habían visto que en su cinto también portaba una red. Sus pasos le llevaban de forma inequívoca allí donde se encontraba la batalla más feroz, entre los pictos y lo que quedaba de los esclavos.

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26/03/2019, 21:56
Oggo

La carrera hacia la cuádriga se hizo larga. Muy larga. Cuando finalmente subió, sus pulmones ardían. Ya no era joven. El sólo llegar había sido toda una proeza. Manco, encadenado a un toro salvaje, sin la misma energía que en su juventud y con aquel ataque mortal que había logrado esquivar. El tiempo se había detenido y Oggo se había visto desde fuera, como si hubiese estado en aquellas gradas, conteniendo la respiración. Pero alguien allá arriba, o allá abajo, no había querido que fuese su hora. Demasiado cerca había pasado la jabalina. Y cuando subió al carro, lo hizo decicido a que aquel esfuerzo contara para algo.

Jah’Tall no había decepcionado. Se enfrentaba al imponente gladiador en igualdad de condiciones, otro animal desesperado. Había logrado sorprenderlo, incluso.

No había podido observar el destino de los demás. En un destello su mente se dedicó a la pregunta de si aún seguían todos vivos, o habían comenzado a caer. Si caían, sobre todo Lyra, todo habría sido en vano. Todo el esfuerzo. Y si caían los demás, no valdría de nada tomar el carro. A la corta o a la larga eran demasiados. 

Pero aunque se permitía estos efímeros divagues, su mente y su visión estaban enfocados en el ahora. En el auriga que se preparaba para combatirlos también. Había desenfundado un cuchillo corto. Oggo se permitió una semi sonrisa por debajo de su tupida barba. Sus pulmones quemaban, el sol lo deslumbraba por momentos, la multitud rugía enfurecida y los gritos de quienes estaban muriendo pugnaban por clavarse en lo que le quedaba de consciencia, pero si algo sabía, era combatir con cuchillos y dagas. Si bien él no tenía una, los movimientos de un combate a corta distancia los tenía naturalizados desde que era un chiquillo que se metía en mas peleas de las que podía recordar en la lejana Shadizar. Los movimentos en arco, de un lado y de otro, las estocadas directas. Para Oggo era todo un juego. Uno en el que era bastante bueno. Esquivaría y esperaría la estocada confiada, la que siempre lanzaba quien se sabía con ventaja. Debía tomar su muñeca, igualar las cosas. Lanzar un cabezazo a su nariz para impedir su visión. Un cabezazo en el lugar indicado nublaba la vista, llenaba la boca de sangre y provocaba dolor. Si le era posible, estaría atento al momento en que a la cuádriga se le terminara la carrera en linea recta. Sin control, sería el momento adecuado para dar el golpe. 

Si llegaba a conseguir hacerse con la daga cuando el carro se desestabilizara, ubicando su espalda contra su contrincante y deslizando su mano hacia los dedos, atacaría rápido y sin piedad, no era tiempo para eso. Luego, si podía, ayudaría al bárbaro.  Si no conseguía su cometido, seguiría esquivando y atacando al conductor con su puño, al menos para intentar provocar el choque contra la pared. 

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27/03/2019, 18:48
Bria

La lanza estaba bien clavada en la piedra, pero poco a poco y con ayuda de Lyra, consiguió hacerla salir. Al tenerla entre sus manos sonrió, y por un momento incluso se olvidó del palpitante dolor que sentía en el brazo herido. Pero no perdió más tiempo. Mientras Oggo y Jah'tall empezaban la carrera hacia la cuádriga y los pictos seguían matando esclavos, ella echó a correr lo que la cadena le permitió para coger impulso y arrojó la jabalina hacia uno de los guerreros contra los que combatían Edghto y el de blanco.

Modron, guía mi brazo y ayudame a proteger a los míos, rezó el instante antes de soltar el proyectil. No es que el explorador y el otro fueran realmente los "suyos" en el sentido que llevaba la oración, pero... Bueno, sí. En aquellos momentos sí que lo eran.

La lanza cruzó la arena, el acero en su punta lanzando destellos allá donde reflejaba el sol, hasta que el metal quedó manchado. La sangre empañó el arma cuando esta atravesó de lado a lado al picto que quedaba, justo cuando este había  logrando ventaja sobre el dúo. Al ver que el salvaje caía muerto al suelo y que sus compañeros estaban a salvo por ahora, se permitió unos segundos de relajación. Todo iba demasiado rápido y estaba lejos de acabar, así que enseguida se puso de nuevo alerta.

Se volvió para ver como le iba a la pareja, y sorprendentemente habían conseguido alcanzar el carro y encaramarse a él, enzarzados ahora en una estrecha pelea cuerpo a cuerpo en la que la ventaja de Auro quedaba anulada. Las ovaciones o maldiciones del público se sucedían sin cesar a medida que el combate en la arena se iba desarrollando, pero aquello le traía más bien sin cuidado. No estaba peleando para el goce de aquella multitud y mucho menos para el de aquél Emperador, y no pensaba darles el lujo de hacerles ver que les seguía el juego.

Escuhó un rasguido a su espalda y se giró para ver como Lyra había roto un pedazo de su vestimenta y se disponía a vendar con ello su herida. No había considerado que fuera tan grave, pero se dejó hacer y ayudó a la muchacha, ya que ella tenía más experiencia. Al terminar le dedicó una sonrisa, pero un grito la obligó a mirar a otro lado. Era uno de los pictos, abatido por un lanzazo de uno de los esclavos. Los gritos de aliento habían surtido efecto, y algunos de estos habían empezado a contraatacar como podían. Dudaba que consiguieran mucho, pero seguían siendo más que los pictos, y cualquier cosa era mejor que simplemente dejarse matar sin más.

Pero entonces ocurrió algo más, y esta vez no fue a su favor. Algún mecanismo se movió en la arena, y el gladiador de la antorcha y el tridente se puso en movimiento, directo hacia los esclavos cubiertos de aquél líquido viscoso e inflamable. No iba muy deprisa, pero el hecho de que estuviera en movimiento ya era suficiente para que tuvieran el tiempo en contra. Pasó la mirada por la arena, sin saber muy bien qué hacer. No podía ayudar a Oggo y al bárbaro, había arrojado su única arma para ayudar a Edghto, que ahora tenía tres, y sin una en la mano tampoco iba a acercarse a los pictos o a tratar de detener al de la antorcha, no con Lyra atada a su muñeca.

Entonces lo vió. Un fugaz destello en la arena. Otra lanza abandonada en el suelo, caída o arrojada en el enfrentamiento que mantenían los del carro. Era su mejor opción. Observó el recorrido que llevaba la cuádriga, acababa de entrar en la recta así que tendría algo de tiempo para correr, recoger el arma y refresar a las columnas. Se giró hacia Lyra — ¿Ves aquella lanza? — dijo señalando con el brazo el punto en el que estaba tirada — Tenemos que hacernos con ella, y tenemos que hacerlo muy rápido, tanto la ida como la vuelta, ¿Entendido?

Echó un último vistazo a la cuádriga y al gladiador, y empezó a correr, esperando que la joven pudiera mantener el paso, aunque antes reduciría el suyo que hacer que Lyra tropezara y cayera por ir demasiado rápido.

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30/03/2019, 22:46
Edgtho

Habría quien dijese que Edgtho no peleaba limpio. Seguro que meter la mano en el ojo no era lo que contaban los bardos cuando describían las épicas batallas de sus historias. Tampoco era probable que un capitán animase a sus soldados a realizar maniobras como esa. Para Edgtho, sin embargo, solo había dos clases de ataques, los que te mantienen vivo y los que fallan. No había nada más.
Aún así, las cosas habían estado muy cerca de salir mal. Pelear con el tipo de blanco a su lado lo volvía todo mucho más difícil de lo que debía ser. Cuando la situación estaba bajo control volvía a caer al suelo. Afortunadamente Bría estaba de su lado. La lanza voló en el momento justo, atravesando el pecho del pobre desdichado que segundos atrás se relamía los labios. Cuando vio caer al picto, Edgtho sonrió con cierto alivio. Busco a Bria con la mirada y le levantó el pulgar. Después se giró hacia el hombre de blanco, que ya estaba arengando a los demás esclavos, para darle un golpe amistoso en el brazo.
-¡Buen trabajo!-
Desde luego su forzoso compañero no había luchado nada bien, pero eso era lo de menos. Le había cubierto las espaldas incluso cuando estaba claramente superado por el enemigo. No importaba si los resultados eran mejores o peores, lo importante era la intención, el arrojo.
Por otro lado la batalla empezaba a tornarse un poco en su favor. Los esclavos contraatacaban sin orden ni habilidad, pero con un recién encontrado espíritu de supervivencia. Seguro que nadie entre los guardias y los espectadores se esperaba algo así. Apunto estuvo de sonreír otra vez, solo que escuchó un movimiento mecánico, una señal para el gladiador de la antorcha. En ese instante Oggo y Jah’Tall estaban combatiendo con los tripulantes de la cuadriga. Aquel enfrentamiento era vital, pues se trataba de la mejor arma de los enemigos, solo que en el mejor de los casos tardarían en poder ayudarles. Sin embargo era necesario salvar también a los pobres condenados que estaban apunto de arder. No porque fuesen de un gran valor táctico o formasen parte de ninguna estrategia. Ni siquiera porque estuviesen en el mismo bando. Simplemente no podía dejar que algo así ocurriese sin intentar evitarlo. Se giró hacia el hombre de blanco.
-Coge un escudo, apoya la unión de la cadena y el grillete en el canto, y golpealo con el mango de la espada. Necesitamos más movilidad-

Bria no tenía armas. Vio que emprendía la carrera hacia otra lanza. La guerrera estaba en la misma situación que él, no podía moverse libremente sin arrastrar a Lyra con ella, lo cual ralentizaría a las dos. No tenía que ser así. El único motivo por el que había atraído a los dos pictos era para conseguir armas.
-¡Bria, Espera!- gritó con fuerza.
Agarró la lanza, apoyó el pie en el picto, y la sacó con fuerza. Inmediatamente la arrojó a la posición de su compañera.

Sin perder tiempo agarró la otra espada y fijó sus ojos en el tipo de la antorcha.
-Me voy a quedar sin espada- volvió susurro a su compañero. -Cuando eso ocurra, pásame la tuya, coge el casco del picto, y sigue golpeando la cadena.-
Agitó un poco el brazo derecho para asegurarse de estar preparado. No podía llegar hasta el gladiador con la antorcha. Estaba demasiado lejos, además de haber un pequeño contingente de enemigos por el camino. En el mejor de los casos tardaría mucho. Por otro lado, no creía que el gladiador fuese a caminar hacia sus objetivos. Arrojaría la antorcha desde una distancia prudencial. Edgtho la interceptaría arrojando la espada. Podía utilizar uno de los cascos, pero no creía que fuesen un proyectil especialmente eficaz. Tenían la forma equivocada, no estaban equilibrados, y jamás había lanzado uno. A las espadas estaba mucho más acostumbrado. No eran lo mismo que un arco, pero su puntería era casi igual de letal con ellas. Además, la antorcha tampoco estaba equilibrada. Volaría algo más lenta. Las condiciones eran tan óptimas como podían ser. Quizás podía haberse quedado con la lanza, pero carecía de práctica con ellas. En un combate cuerpo a cuerpo podría apañarse, o eso creía, pero la técnica de lanzamiento era completamente distinta. Además, las lanzas no son demasiado gruesas, habría sido necesario acertar de lleno, lo cual estaría bien si intentase cazar un conejo para cenar, pero para desviar la antorcha tan solo necesitaba golpearla. El cuerpo de la espada al ir girando ofrecía la mejor posibilidad de éxito.