Los cinco exploradores os reunís de nuevo en el interior de fiesta. La gente no cesa de sonreír, embriagada por la emoción y el alcohol. De repente, la música cesa y un estridente sonido os llama la atención.
- ¡Bueno, bueno, bueno, damas y caballeros! Llegó el momento que todos estaban esperando. - Anuncia un Cornelius con evidentes copas de más golpeando una larga cucharilla de metal para remover combinados contra su copa. - Les presento el acontecimiento arqueóligo del milenio. - Dice con un manifiesto exceso de solemnidad.
Dicho esto, con un movimiento de mano ordena a dos de los sirvientes de su mansión que abran dos altos portones de gruesa madera con fantásticos relieves trabajados. Al otro lado se ve una gran salón atiborrado de palas, quinqués, montones de cajas... Es enconces cuando Cornelius sigue hablando desde la media altura de las escaleras que llevan de la planta baja, donde está la fiesta, hasta la primera planta, los aposentos.
- Les doy la bienvenida a mi sala de juegos, que está ocupada provisionalmente por objetos relacionados con mus últimas actividades. Ruego me disculpen el desorden. - Apura el último trago de su copa y la lanza por su espalda, rompiéndose en mil pedazos contra los escalones de mármol. - Les invito a todos a que pasen y se pongan cómodos, por favor.
Cornelius entra entre aplausos en la sala y extrae de un armario una mesa con ruedas sobre la que hay un proyector de diapositivas. A una señal suya, uno de sus sirvientes apaga las luces y sobre la pared del fondo se proyectan una colección de imágenes de excavaciones. Mientras ocurre esto, Cornelius va preparando el terreno con frases pretenciosas como "durante muchos años...", "os estaréis preguntando qué estamos excavando..." y "nunca imaginé lo que me deparaba mi increíble tenacidad...". Tras varios minutos más de divagaciones, Cornelius suelta la bomba informativa:
- Así es, damas y caballeros. Estoy a punto de descubrir la tumba de Ramsés II, en cuyo interior supuestamente se encuentran algunos de los más célebres tesoros de la egiptología.
La sala se entrega en un fuerte aplauso que Cornelius no duda en saborear al máximo, abriendo los brazos e inclinando ligeramente la cabeza, recogiendo agradecido todos esos vítores.
- La historia - continúa - que se conoce de la tumba, y que hemos dilucidado a través de pergaminos y otras fuentes de la época, es que Ramsés hizo construir su tumba en una localización exacta tras haber propagado una leyenda en torno a las tierras sobre las que finalmente la construiría. La historia que contó fue que se trataba del hogar del mismísimo Anubis, y que aquel que intentara profanar su lecho sufriría el castigo que el mismísimo Dios de los Muertos aplicaría. - Se escucha un tremendo ooohhh de sorpresa en la sala. - Lo sé, lo sé, pero eso no me va a detener. He encontrado la tumba y estoy muy cerca de abrirla. Tan sólo - dice levantando el dedo índice de su mano derecha y fijando la mirada en la proyección - nos queda encontrar el último de los cuatro estuches que abren la cámara mortuoria.
Cornelius sostiene la mirada unos segundos de todo su público, el cual está encantado con la grandilocuente disertación sobre sí mismo que está haciendo el excéntrico heredero. Luego, gira ciento ochenta grados, mirando hacia la puerta por la que todos los asistentes han entrado a la sala y extiene su mano, que sostiene una nueva copa.
- Ahora, les mostraré uno de esos estuches. ¡Por favor, Harrington - dice, llamando a uno de sus criados -, pase con...!
De repente, la doble puerta de la sala se abre de golpe, produciendo un gran estruendo, y el que debe ser Harrington, un criado de unos sesenta años y pelo cano encima de las orejas, entra apresuradamente y faltándole la respiración.
- ¡Señor, el estuche ha desaparecido! - Se produce un eterno segundo de silencio en el que Harrington toma aliento y Cornelius borra la sonrisa dejando caer la copa al suelo, perplejo. - ¡Lo han robado!
Os dejo este instante de confusión por si queréis hacer algo, antes de continuar.
Estás bastante seguro que allí dentro no está el ladrón material pues todas las reacciones parecen genuinas. Además, no nadie podría esconder un estuche egipcio entre aquellos escotes de gala y blazers a medida.
Comienza a cobrar intensidad una nueb de silbidos y abucheos. Los asistentes, que se sienten engañados, se levantan de sus asientos indignados. Se escuchan proclamas que califican de tomadura de pelo la escena, de farsa organizada por un Cornelius que, en realidad, no ha encontrado ninguna tumba.
El éxodo de visitantes se dirige hacia la puerta de salida mientras Cornelius Hollister intenta por todos los medios intenta detenerlos, pero rápidamente comprueba que sus intentos caen en saco roto. Los invitados se marchan.
Consumido por la ira, Cornelius llama a gritos a sus sirvientes, los cuales acuden a la carrera para recibir instrucciones de su amo.
- Traiganme a Zimmer, ¡ahora! - Grita un furioso Cornelius Hollister mientras algunos de sus hombres salen corriendo. Luego, se gira hacia Harrington y pregunta con un tono más respetuoso mientras le pone la mano en el hombro. - ¿Qué más tenemos?
- Nada, señor. Su dinero y sus documentos financieros están intactos. - Responde éste.
- ¡Ese jodido zorro alemán me la ha jugado! - Grita, a la vez que golpea con el puño una torre de cajas, que se desmoronan y tiran también al suelo un conjunto de palas y picos que estaban apoyados en la pared, provocando un pequeño desorden.
Los invitados ya casi han abandonado la mansión, en sus coches o en los propios coches que Cornelius puso a disposición de ellos para acudir a su fiesta. El aparcamiento está practicamente vacío. La mansión es la viva imagen de la gloria perdida.
Aparte de acercaros a él, ¿hacéis algo más?
Entonces, espero a que postees dirigiéndote a él.