-No, no me han herido. Sólo maltratado. Pero han matado a mi esposa.. y.. ahora estáis en peligro. ¿Quiénes sois? No me has respondido.- el hombrecillo habla realmente desde el meido y el frío, pero logra reponerse para lanzar preguntas y hablar con tino.
Cuando el orco explicó lo del cuervo, miré a mis compañeros. Yo no tenía mucha idea del funcionamiento de esa clase de artilugios mágicos... Si alguien podía saber si el orco decía la verdad o no, eran ellos, y no yo.
Sigo teniendo la impresión de que me faltan posts...
Perdón, sí, creo que no entiendo el post de Aumid. ¿Es para Rasheed?
Sí, perdón, era para Rasheed.
Lyrah miró al orco, luego al objeto, y finalmente a sus compañeros. Parecía desesperanzada, o nerviosa, ahora que el prisionero estaba libre y el peso de la cuestión recaía sobre ella. Estaba segura de lo que sabía, de lo que había averiguado, totalmente segura, pero... Pero no había más.
- Entiendo - murmuró, y luego hizo su voz más audible al darse cuenta - La forma de hacerlo es... normal, es lo que el objeto me sugiere - agregó, mirando a los demás, asintiendo - Lo único que tengo dudas... simplemente... es... ¿realmente te escucharemos gritar una palabra, si estás a cien pasos de nosotros...?
-¡Jajajajaja! Niña, mi voz es más potente que la de toda tu estirpe.- ruge el orco con sorna.
Durante algunos momentos, el sarcosano pareció olvidarse por completo del pobre sujeto que tenía junto a él, pues su mirada se apartó de inmediato para seguir con atención el andar de su prisionero. No le gustaba todo aquello. Hubiera preferido abrirle las entrañas con su propia hacha, y dejarlo tendido sobre la nieve para que las bestias lo devoraran.
Pero la muchacha era la experta en magias y esas cosas, y tal vez tuviera razón con respecto a aquel misterioso artefacto. Aunque, claro… Rasheed sabía de orcos. Y conocía como nadie a los siervos del Enemigo.
Algo le decía que, tarde o temprano, se arrepentirían de haber dejado libre a una rata como esa.
A pesar de todo, Rasheed respetaba la decisión de sus camaradas. Así que debió contentarse con observar al orco fijamente y con mirada asesina, mordiéndose el labio mientras este se perdía en la oscuridad del infinito desierto blanco.
Ya llegaría el tiempo de ajustar cuentas…
Finalmente, luego de escupir al suelo para sacarse el mal sabor de boca de todo aquello, volvió a dirigirse al sencillo personajillo que aún tiritaba a su lado.
- Tranquilo, Aumid. Hemos venido a buscarte. Sabemos de lo valioso que eres para los esfuerzos de la resistencia, y no te dejaremos solo. Sería difícil seguir luchando contre el Enemigo sin tu ayuda. – el sarcosano le guiñó un ojo, y luego esbozó una sonrisa leve, que poco a poco se fue ensanchando hasta convertirse en una mueca de auténtica camaradería. Acompañó el gesto con una ligera palmada en el hombro.
- Los líderes nos han enviado a por ti. Ya sabes que no solemos olvidar a los amigos. Aunque ciertamente, no esperábamos encontrarnos con tan terribles noticias. – el tono de Rasheed se tornó algo más sombrío cuando continuó, incapaz de ocultar la pena que lo embargaba por las penurias que acosaban al pobre Aumid - Siento tu pérdida. Debe haber sido una gran mujer…
—Muy bien, entonces, tardas en marchar. Y te aseguro que si nos engañas, cien pasos serán pocos de ventaja para darte caza —digo en tono amenazador, a la par que apremio al orco a salir de una vez.
-Quizá haríais mejor dejándome aquí o matándome. Soy un peligro para todos vosotros y si me capturan con vida, revelaré información demasiado importante.- el hombre alterna su mirada entre el suelo y las llamas y luego a tí para volver al suelo.
El orco asiente y da media vuelta, dirigiéndose al sureste, caminando con pasos fiirmes y sin intentar ridículas zancadas, aunque tampoco escatimando en terreno. Contáis los pasos. Diecinueve, veinte, veintiuno, veintidos..
Los ojos del sarcosano se clavaron en los del pequeño sujeto durante largos instantes, aparentemente ajenos a cuanto ocurría a su alrededor. Era una mirada decidida y profunda, que atravesó al atribulado personaje como un dardo afilado y ardiente.
Aquella era una mirada dura, tal vez incluso cruel. Pero no hablaba de dolor ni de derrota, y parecía tan irreductible como el fiero rostro que la contenía. Quizás no alcanzara a irradiar una excesiva aura de esperanza, pero al menos dejaba traslucir una clara sensación de firmeza. El sarcosano no era de los que se amedrentaban fácilmente.
- No te dejaremos solo. – dijo finalmente Rasheed, utilizando un tono tan profundo como inapelable. – No es lo que hacemos con los amigos.
- Además, creo que todos estamos en el mismo fregado. En poco tiempo, esa rata que acabamos de soltar volverá a por nosotros. Y no vendrá solo, puedes estar seguro. Solo tú conoces la zona, así que deberás darnos una mano para ponernos a salvo.
Rasheed apelaba a la lealtad del prisionero, aunque no por auténtica necesidad. No es que sus conocimientos fueran realmente imprescindibles, y en verdad, el abatido personaje bien podría resultar más una carga que una ayuda en aquellas circunstancias.
Pero luego de los terribles sucesos que habían acontecido, y que habían sacudido hasta los cimientos toda su existencia, al llamado Aumid quizás le sentara bien sentirse útil de nuevo, sentirse necesario, parte de algo más grande. Tal vez eso lo ayudara a encontrar las fuerzas para continuar con sus días. En el peor de los casos, al menos lo mantendría ocupado, evitando así que su mente siguiera obnubilada con la dolorosa pérdida.
¿Puedo seguirle sin que me vea? En caso contrario... ¿A esto no le quedan 2 telediarios? ¿No sería mejor en ese caso hacer un epílogo?
Sí, podrías intentar seguirlo sin ser visto, aunque sería difícil. Y sí, en ualquier momento podríamos hacer un epílogo, perod epende de si os queda algo pendiente o no que queráis hacer con narración extendida.
Motivo: Seguirle sin que me vea
Habilidad: Excelente (3)
Dificultad: Normal (0)
Tirada: [-1] [-1] [0] [0] = -2
Resultado final: Bueno (1), Éxito
No sé cual será la dificultad ni que habilidad tengo que usar, pero como tengo en esconderme y sigilo excelente, tiro por eso.
Mientras el orco avanza, Abrek se separa del grupo y parece que va a seguirle sigilosamente, intentando no ser visto por él. Mientras, Rasheed ha seguido hablando en un aparte con el prisionero liberado, quien parece atender a las razones que vuestro compañero le da, asiente y hace gestos en dirección a vosotros, indicando que está listo para levantarse del suelo, secarse las lágrimas y unirse a vosotros.
Tu tirada es correcta, Morapio, se tiraría en este caso Sigilo, ya que está de espaldas y hay mucho donde esconderse, ser visto no es el problema, sino ser oído.
Lyrah había observado partir a Abrek con cierta aprehensión. El medallón continuaba aferrado en su mano, y tras pensarlo un momento, decidió guardárselo en el bolsillo interior del que nada se caía hasta que supieran la palabra. Giró sobre su propio eje para ver al hombre lloroso, y su rostro cambió de tono. Empatía. Se acercó a él, se agachó y le extendió sus manos débiles, como si le ofreciera ayuda para ponerse de pie. Pero lo que le ofrecía era, más bien, una caricia y un toque reconfortante.
- Venga. Todo está bien ahora... todo está bien.
El anciano parece reconfortado sinceramente por el contacto de Lyrah, pero poco tiempo hay para pensar en ello, pues el orco ha llegado a su posición y se vuelve hacia vosotros. Si ve al oculto Abrek es imposible saberlo, pero con potente voz os grita: ¡Reafan! Tras el grito, se vuelve y echa a correr tan rápido como puede.
Lo antes posible, Lyrah alza el medallón al cielo y repite la palabra que el orco ha lanzado: Reafan. Pasan uno, dos minutos sin que nada ocurra y hay miedo a que nada ocurra. Hasta que por fin suena un graznido, un graznido lejano, seguido segundos después de otro un poco más cercano. No tardáis en ver llegar a un cuervo, un animal grande que bate sus alas para descender hasta el brazo de la elfa.
Allí queda posado, esperando un mensaje.
La pequeña humana, al ver al pájaro, pareció recuperar una vida que se le había escapado con el transcurso de los minutos sin resultados. Pensando que se había equivocado, quizás. Pensando que la había engañado, y que todo se había terminado allí. Levantó una mano, y con un dedo tocó varias de las plumas lustrosas. Observó a los ojos al cuervo, y miró a sus compañeros.
- El mensaje debe ser... para que el hombre y su comitiva... desvíen el rumbo, ¿verdad...?
Acarició las plumas una última vez.
- Entrega este mensaje al legado de parte del capitán Grigg. El prisionero ha huido hacia el oeste, he dejado mi posición y le estoy persiguiendo. Necesito ayuda para cogerlo. Dirección oeste.
El animal atendió el mensaje tal cual haría un humano atento y sacudió de lado la cabeza antes de impulsarse y con un graznido lanzarse al aire y comenzar el vuelo hacia el noroeste. Pronto no es más que un punto en el horizonte hasta que desaparece.
Conscientes de la necesidad de abandonar la zona cuanto antes, procuráis junto a la montaña un lugar de reposo de los pocos restos mortales de la esposa de vuestro protegido y marcháis hacia el sur con la idea de evitar los controles que las fuerzas de la Sombra pondrán en no poco tiempo.
Los siguientes días y semanas se os antojan casi tan duros como la misión, pues el viento y el hielo no dejan de golpea vuestra espalda como si os animase a huir tan rápido como podáis. E cansancio que acumuláis es pequeño comparado con el del pobre Aumid, menos fuerte y joven que vosotros, a pesar de estar acostumbrado a viajar en busca de hierbas y nodos de poder como los que su privilegiada cabeza protege.
Por fin lográis cruzar la zona yerma que precede al bosque de Erethor y atisbáis los frondosos muros del mayor bosque del mundo. Las fuerzas enemigas están trabajando más al sur, como los humos de las hogueras certifican, pero aquí tenéis el paso franco.
Un día más os leva llegar a las lindes del bosque y no tardáis más de una hora en ser interceptados por exploradores elfos. Lyrah os presenta con las claves y códigos apropiados de la resistencia y los elfos se mueven de inmediato para enviar emisarios. Os ofrecen un lugar donde acampara salvo y esperar.
Dos días después el tronar de los caballos os hace acercaros de nuevo al borde del bosque. Allí, está, la resistencia montada del norte. No es un grupo muy grande; vienen a recoger a Aumid y entregaros nuevas instrucciones, un nuevo destino. El hombrecillo se despide de vosotros abrazándoos con sus brazos tanto como con sus lágrimas y sube a un animal junto a uno de estos expertos jinetes.
Les veis marchar mientras abrís el legajo donde vienen marcadas las siguientes órdenes en el código de la resistencia (pues el idioma normal es no sólo más peligroso, sino igual de prohibido y desconocido para la mayoría). Ahí en un bosquejo de mapa aparece una ciudad. Un lugar peligroso pero donde un grupo pequeño como el vuestro podría hacer mucho daño. Mentalmente os preparáis, os miráis a los ojos unos a otros y asentís. Pronto estaréis de nuevo en camino.
Pero eso es otra historia.