Notó como una dentellada le desgarraba el cuello. Sentía su propia sangre borboteando con cada latido mientras cada vez se sentía más débil. No tenía fuerzas ni para gritar. Tampoco le valdría de mucho. Otro mordisco le arrancó los labios y parte de la lengua, y justo antes de perder el conocimiento notó como le arrancaban la mejilla izquierda. Ahí sí pudo gritar, como cada noche desde que había vuelto de Sommerville.
Habían pasado ya más de dos meses, pero todas las noches le asaltaban los mismos sueños, sueños en los que no salía con vida de la fosa, y muchas veces se sorprendía pensando en que ojalá hubiera sido así. La vida que llevaba después de su último caso no se parecía en nada a la que había conocido hasta entonces. No soportaba los lugares cerrados, le daba pánico la oscuridad, con la llegada de la noche comenzaba un auténtico infierno. Lo que había vivido en ese maldito pueblo le estaba comiendo por dentro, y no podía hacer nada por remediarlo. No tenía a nadie a quién recurrir. Nadie le tomaría en serio y lo más probable es que, si lo contaba, lo único que consiguiese fuese que le encerraran. Cuando le contó a la hermana de James que todas las pistas conducían a que su hermano había sido asesinado estuvo tentado de contarle la verdadera historia, pero no quiso hacer partícipe de semejante locura a la joven. De todos modos tampoco le creería.
John pensó que con el tiempo iría volviendo a la normalidad e iría olvidando el suceso, pero se equivocaba. Cada día era peor... cada día más real. Muchas veces pensaba que no eran sueños lo que le visitaban cada noche, y cada mañana se sentaba en su cama con el cañón de su arma metido en la boca. Así pasaba los días... sin valor para terminar con todo y con miedo a que el día diera paso a la noche.