Rápidamente, tras cargarme al resto de los pieles verdes, entro en el casa, por detrás de mi hijo, y cierro la puerta. Inmediatamente comienzo a tapiarla con tablones, clavando puntillas en ellos para que aguante un posible invite.
- Oh. Íbamos a cenar. ¿Quiere acompañarnos?
Le comento mientras sigo clavando tablas con la ayuda de mi hijo. Tenía que suavizar un poco el tema. El ruido de la gente corriendo por la calle, los gritos de auxilio mezclados con gritos apagados de dolor justo antes de una muerte, aderezados por los gritos de placer de los pieles verdes se habían apagado un poco gracias a la puerta cerrada. Y sobretodo a las ventanas tapiadas. Aquello parecía un lugar hermético.
-Claro -le contesto.
Como si tuviese otra opción... aquí no va a entrar nadie, pero salir veo que tampoco.
-Siento si les he causado alguna molestia, pero les agradezco su ayuda. No se si hubiese escapado sano y salvo. Mientras puedo revisar esas maderas. Soy carpintero y puedo ver la manera de reforzarlas si es necesario.
Miro asombrado al hombre. Un carpintería estaría de lujo. Nadie mejor que él podría ayudar a tapar puertas y ventanas.
- Pues su ayuda sería extraordinaria. Coja lo que usted vea por ahí. No me importa que rompa mesas, sillas, cuadros, muebles. Lo que vea necesario para que esos pieles verdes no consigan entrar aquí.
Me giro sobre la puerta, cojo otra tabla que me pasa mi hijo y la clavo en la puerta. Teníamos que ponernos a salvo.