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Los Salones del Rey de la Montaña

Los Salones del Rey de la Montaña [Partida]

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23/07/2020, 18:22
Konrad Ashenstorm

Frente a tí, impotente y con el gesto torcido, se encuentra Konrad Ashenstorm. Su barba chamuscada y sus ojos desorbitados presa de la locura. Más allá la silueta de los dragones se recorta contra la luz que parpadea intermitentemente. Sobre ellos tus amigos y hermanos. A salvo, por fin. En medio de aquel mar de llamas y oricalco las imágenes de aquel vívido sueño regresan a ti. El fuego y el metal parecen querer consumiros a los dos.

- ¡Otto! - brama el maníaco que tienes delante - ¡Otto Ironwood! ¡Maldito! ¡Yo maldigo tu nombre! ¡¿Qué sacas tú de todo esto?! ¡Dímelo! Acabar conmigo no traerá de vuelta a tu mujer y tu hijo. ¡Detente! ¡¿Porqué?! ¡Díme! ¡Necesito saber! ¡Detente!

Agitando sus brazos y moviendo sus dedos el traidor intenta encontrar las palabras arcanas adecuadas, pero el dolor y la perspectiva de una muerte inminente le hacen perder los nervios. Un gimoteo lastimero emerge de su garganta. Un gimoteo que da paso a una risa nerviosa. El pozo emite un último impulso de energía y el techo se desprende. La sala se desmorona a vuestro alrededor. La luz es cegadora y el calor es tal que el humo brota de tus ropajes. La risa se convierte en una carcajada.

Notas de juego

Otto ha luchado contra el destino y le ha ganado el pulso. Ha elegido su propio final, uno acorde a su personaje y ha elegido bien. Pero esto no ha acabado aún. Último turno para Otto, pero no el último turno para ti. Toda buena historia merece un buen final. Próximo turno: epílogo.

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23/07/2020, 18:23
Narrador

A lomos de la escamosa criatura alcanzáis el final de la sala en apenas unos segundos. La galería frente a vosotros y aquella que dejáis atrás se desmoronan conforme avanzáis. Las rocas caen por doquier mientras observáis la silueta de Otto recortada por una nueva oleada de energía procedente de aquel agujero infernal. Él y Konrad se enfrentan por fin. Ash gime y se retuerce, pero el abrazo firme de Astrid no cede. El vínculo con su amo es fuerte y parece entender lo que está a punto de suceder. Un gesto de Flint os hace volver el rostro. Fafnirax parece haberse quedado atrás por un instante. Sobre su grupa, con el yelmo en la mano y el pelo revuelto, Amber.

Con una punzada de dolor en el corazón y las manos vacías abandonáis el Salón del Tesoro. Ante vosotros, en la siguiente estancia, una escalinata infinita asciende por una pared igual de interminable. De no ser por la ayuda de los dragones os habría tomado mucho tiempo llegar hasta lo alto. Demasiado tiempo. Ladonax y Fafnirax ascienden seguidos de cerca por a princesa del clan Copperforge. Por fortuna vuestras enormes monturas conocen cada pasillo y cada estancia y el avance es expedito. Cuanto más os alejáis de aquellos salones menores los temblores y mayor es vuestro dolor. Willow señala entonces hacia algún punto por delante de vosotros. La luz del atardecer, roja como el oricalco, brilla a través de las puertas entrebaiertas de Durin-Dûm.

Esta vez es Fafnirax la que escupe fuego. Las puertas de rocacero, imposiblemente pesadas, se abren de par en par ante la fuerza de las llamas. Como una exhalación ambos dragones atraviesan la llamarada, el humo y las puertas y emergen del otro lado. El frío helador de los picos de las Montañas de la bruma os golpea de pronto. Os encontráis nuevamente bajo un cielo anaranjado y en la distancia distinguís los muros de la Hondonada, ahora tan pequeños en comparación al lugar que acabáis de abandonar. Los dragones descienden sobre la nieve, agotados por la accidentada carrera. Uno a uno descendéis y posáis vuestros pies sobre el manto helado.

A vuestra espalda el sendero asciende hasta las puertas ahora abiertas y, sobre ellas, la montaña parece agitarse como si tuviera vida propia. El suelo bajo vuestros pies vibra y piedras caen de lo alto. Pronto la entrada queda sepultada por la roca. El mismísimo pico de la montaña se resquebraja y estalla con un gran estruendo poco después. La energía desprendida por el oricalco asciende entre la nube de polvo en dirección a las nubes y más arriba, disipándose por fin en una aurora de color dorado. Se hace el silencio. Durin-Dûm duerme nuevamente.

Notas de juego

Dejáis atrás los Salones del Rey de la Montaña. Dejáis atrás mucho más que eso. La amenaza de Konrad ha desaparecido, así como aquello que habéis venido a buscar. Pero habéis salvado la vida y esto aún no ha terminado.

Penúltimo turno de la partida. Aprovechad y estrechad las manos de vuestros compañeros. Como en toda buena historia nuestros héroes merecen un final acorde a su aventura. Próximo turno: epílogos.

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26/07/2020, 13:00
Otto Ironwood
Sólo para el director

---Epílogo--- Otto Ironwood

“La sala refulgía de un color rojizo profundo, fruto de los reflejos de las llamas sobre la roca viva de las paredes. El fuego incesante recorría el círculo exterior de la estancia, mientras esta se iba desmoronando a pasos agigantados. Enormes pedruscos caían sobre ríos de lava, causando que gotas de la amalgama de roca y metal fundido saltaran por los aires, calentando todavía más la estancia. Los tesoros del antiguo Rey de la Montaña desaparecen pasto de las llamas, las antiguas riquezas se desvanecen con la misma rapidez que la espuma del mar, entre olas de lava ardiente. Por encima de sus cabezas la montaña se repliega sobre sí misma, mientras los dragones alzan el vuelo y escapan por los únicos túneles que parecen resistir el desmoronamiento. Aquella sería la última vez que Otto viera a sus compañeros y amigos de aventura. Un aullido lastimero recorre los salones, rebotando su sonido por doquier. Cualquier ente, vivo o no vivo, dentro de Durin-Dûm escucharía la aciaga despedida del huargo a su querido dueño.

-Adiós peludo amigo, te estaré esperando en los salones del Señor de la Forja.

El curtido rostro del explorador era surcado por dos lágrimas que nunca llegaron a alcanzar su barba y se evaporaron, pasto del calor desorbitado del lugar. Cenizas y tierra decoraban las heridas y arrugas de la efigie de Otto, haciéndole parecer mayor de lo que era. Su gesto era serio, impasible, el cansancio hacía mella en él. Los años pesaban uno tras otro en su maltrecho cuerpo. La rodilla herida apenas le permitía caminar, aunque en su fuero interno Otto sabía que adonde iba ya no lo necesitaría. Su barba y su cabello se consumían cuando chocaban con chispas del arrabio que se iba formando en el fondo, iluminando su rostro a ráfagas, resultando aterrador.

Y enfrente, el maldito traidor, aquel que le arrebató todo, el vil maquinador, el causante de la destrucción de Durin-Düm: Konrad Ashenstorm.

¡Otto! - brama el maníaco que tienes delante - ¡Otto Ironwood! ¡Maldito! ¡Yo maldigo tu nombre! ¡¿Qué sacas tú de todo esto?! ¡Dímelo! Acabar conmigo no traerá de vuelta a tu mujer y tu hijo. ¡Detente! ¡¿Porqué?! ¡Díme! ¡Necesito saber! ¡Detente!

- Tus palabras y maldiciones son inertes aquí, maldito traidor. Tus truquitos de magia, tus malignos seres mecánicos, tu poderosa armadura, de todo se te ha despojado. Sin embargo, todo el dolor, la rabia, la impotencia que sientes ahora mismo, palidecen frente a verte arrebatado de tu familia y tu futuro. Nunca podré causarte el mismo sufrimiento que nos infligiste a mi familia y a mí. Tantos años huyendo, recorriendo el mundo entre sombras, para caer aquí… Es irónico, ¿verdad? – Otto sostiene un virote entre sus dedos, haciéndolo girar en el sentido de su eje, mientras mira de soslayo a Konrad. - Siempre tuve reservado un virote para ti, pero será el mismo fuego con el que destruiste mis sueños el que acabará contigo. Serás pasto de las llamas, y yo miraré cómo te consumen, hasta que ya no quede nada. No pienso mancharme las manos contigo, aunque bueno, nunca está de más…

Otto carga su ballesta con el mantra habitual, de manera mecánica. Sus músculos repiten de manera inconsciente el gesto que tantas veces, y en tantos lugares han realizado. Sus fuertes dedos cargan la corredera hacia atrás, dejando la cuerda en tensión. El oscuro barniz de las recurvadas palas comienza a derretirse, haciendo parecer que la propia ballesta está sudando con un esfuerzo titánico. Con un sencillo gesto, como sin quererlo, Otto suspira, aprieta el gatillo y dispara. El virote atraviesa la mano izquierda de Konrad y la clava al duro suelo de roca. En ese momento la cuerda de la ballesta estalla, como si conociera que su destino ya ha sido cumplido. El renegado de los Ashenstorm grita con desesperación.

- ¿Por qué? Nada que me hagas podrá traértelos de vuelta, ¿lo entiendes Ironwood? Siempre fuiste un iluso. De no haber sido yo, cualquier otro te habría traicionado. Tu altanería te jugaría una mala pasada. Aquella noche, la noche en la que Ithriel brillaba tanto, si hubieras estado en casa tu familia seguiría con vida. La culpabilidad te corroe, y piensas que acabar con mi vida expiará tus propios pecados.

Una tenebrosa carcajada brota del interior de Konrad, que resuena entre los muros y el rugido de la montaña desmoronándose por dentro. La mandíbula desvencijada, los ojos fuera de las orbitas, la respiración entrecortada. Todo daba a Ashenstorm un aspecto aterrador, como salido de las más oscuras pesadillas causadas por un nigromante.

-Ni el mismísimo Señor de la Forja podría traerlos de vuelta, Konrad. No… soy consciente de eso. – dijo Otto con voz pausada y relajada – Pero… no sería justo para su memoria dejarte deambular por el mundo. Eres peor que el veneno de la mordedura, el pecado de la avaricia hecho enano. El mundo será un lugar mejor tras tu desaparición. El peor de los infiernos está reservado para los traidores.

Otto trepa hacia una repisa cercana. Se sienta con las piernas colgando, y comienza a despojarse de las grebas, del cinto, la daga y todas las protecciones. Únicamente viste sus calzas y una sencilla camisa, teñida de granate oscuro, por todas las heridas infligidas durante el ascenso y descenso a los Salones del Rey.

Vuelve a posar su mirada sobre Konrad.

-Eres tú el que no lo entiende, maldito traidor. Mi alma nunca habría podido descansar en paz, sabiendo que tu mal seguía por el mundo. Estoy cansado ya de buscarte, de recorrer un mundo vacío y gris. Lo único que daba algo de sentido a mi vida era el joven Ash, y tus malas artes casi acaban con él esta noche.

-Esto nunca se ha tratado de venganza, si no de realizar lo correcto. Y lo correcto es que desaparezcas de una maldita vez y te lleves la ponzoña que vas dejando tras de ti. Adiós Konrad Ashenstorm, que el fuego purificador te lleve.

La carcajada de Konrad se detiene, dando paso a un grito de rabia y dolor. El fluir de la lava va subiendo inexorablemente. En unos minutos acaricia la bota de Konrad, arrasando todo a su paso como cuchillo caliente cortando mantequilla. La carne comienza a arder, causando pústulas en aquellas zonas que todavía no son pasto de la lava. El grito cesa, dando paso a un gorgojeo, un sonido mudo mientras el traidor de los Ashenstorm intenta vanamente lanzar una última maldición. El ascenso de la lava es constante, y poco después ya nada queda de Konrad. Cruel final para el más cruel y pérfido de los enanos.

Otto se recuesta sobre la repisa, mirando hacia el cielo. Sonríe. El calor sofocante comienza a remitir. El olor a metal y roca quemada se esfuma, y es reemplazado en su cabeza por el frescor de la hierba recién cortada de las praderas cercanas a Silverhall. Una leve brisa remueve los restos de la barba y el cabello del explorador. El sonido del transcurrir de un río llega a sus oídos, refrescando su mente y su alma. Otto respira con calma y paz sosegada, el aire de las montañas le inunda los pulmones. Llegó la hora del descanso. Cierra los ojos, y ahí están. Los ve.

Fuera de la montaña, Ithriel brilla con fuerza, destacando entre la aurora boreal. Un blanco destello parece salir de los restos de la montaña y recorre el firmamento hasta posarse junto a la estrella. Así despiden los Señores de la Forja y la Llama al último de los herederos de Durin, el último enano que habitó los Salones. Otto Ironwood, Señor y Rey de la Montaña. "

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26/07/2020, 15:05
Hilda Goldstaff

Sus esfuerzos merecen la pena. Como quien abre unos postigos dejando irradiar de luz toda una habitación en penumbra, Hilda recupera la visión, justo a tiempo para ver a una impetuosa Astrid correr hacia ella y agarrarle por la cintura. Pero no va sola en ese medio de transporte improvisado; Ash le mira desde el otro costado de la princesa con sus ojillos aún brillantes por el sufrimiento padecido durante la batalla. La maga tarda unos segundos en comprender a dónde los lleva Astrid. Entiende entonces que el plan es huir sobre los dragones de aquella trampa mortal.

Al pasar junto a Ladonax para subirse a él, algo atrae su atención. Ladonax la mira fijamente, y en sus ojos hay algo, una chispa, un sueño, un recuerdo de otra vida. De tardes de sol abrasador bajo un ciprés junto al río, escuchando historias de su abuela sobre el lugar que están a punto de abandonar. De historias de enanos guerreros luchando entre sábanas blancas secándose al sol. De noches abrazada a él, escuchando sus palabras de consuelo tras un arduo día con el maestro de magia.

- No te preocupes, Hilda. Mañana irá mejor. No llores, Chispitas. La magia cuesta, tienes que sentirla, tienes que vivirla. Algún día llegarás a ser una grandiosa maga, tan grande tan grande que podrás incluso ganarme a una pelea de cosquillas.

- Pero Garrim…- respondía una pequeña y llorosa Hilda, sorbiendo los mocos con la nariz – ¿y si no?

- Pues si no, sufrirás de hipo crónico toda la vida -.

Y ella reía a carcajadas, aún con la cara llena de lágrimas, intentando parar con sus manos regordetas las cosquillas de su hermano.

Volvió a la realidad, estaba sentada sobre el lomo de Ladonax que…No, no podía ser. No. Borró esa idea de su cabeza y se agarró con fuerza a una de sus escamas. En ese momento, Otto se dirigió a ellos, con esas palabras de agradecimiento tan bellas. E Hilda no entendía, o no quería entender, que aquello era una despedida.

- Otto, ¿de qué hablas? Sube con nosotros, vamos. Rápido.

Pero el explorador, sin mediar palabra, se dio la vuelta y siguió por la dirección que había tomado Konrad. E Hilda comprendió, con las lágrimas acudiendo a sus ojos, que esa había sido la última vez que había visto a ese viejo cascarrabias.

El dragón emprendió el vuelo.

Volvió la cabeza asustada cuando oyó el grito de Amber al caer, y vio horrorizada cómo se perdía en el vacío. “Amber no, Amber también no” repetía sin parar en su cabeza. Sin embargo, para su gran alivio, Fafnirax emergió de la nada llevando sobre su grupa a una despeinada y contrariada Amber, todavía con el miedo en su rostro.

- ¡Amber! – gritó la maga con alegría.

Comprobó rápidamente que todos estaban bien agarrados. No podría soportar perder a nadie más.

El viento fresco le despeinó mientras el sol del ocaso bañaba su rostro. Respiró el aire puro cuando dejaron atrás las minas, y Ladonax aterrizó, llevándoles sobre su espalda. No podía esperar a mirar de nuevo a ese dragón a los ojos para comprobar, para cerciorarse de si lo que había visto era real. Se apeó rápidamente y se colocó frente a Ladonax, para ver con sorpresa cómo el dragón la escrutaba también a ella con curiosidad.

- Garrim…- Ahora estaba segura.

Ladonax abrió sus ambarinos ojos con sorpresa ante la mención de aquel nombre, olvidado tantos años atrás, y reconoció a su hermana pequeña.

- Chispitas…- susurró. Y fue como si entonces tomase consciencia real de lo que era ahora, una enorme criatura que había perdido tantos años de su vida a la merced de un tirano, que le había arrebatado además lo poco bueno que había conseguido durante aquel infierno: sus pequeños dragontinos.

Como guiado por ese pensamiento miró en derredor para asegurarse de que su amada Fafnirax aterrizaba, sana y salva, junto a ellos. Miró de nuevo a su hermana, y una lágrima se deslizó por su escamoso hocico.

Hilda corrió hacia él y abrazó lo que consiguió abarcar de su enorme pata. Ladonax inclinó la cabeza hacia ella, en un gesto que la maga interpretó como la devolución de ese abrazo.

Se separaron, e Hilda hizo la pregunta que tenía en su boca desde hace tantos años.

- ¿Qué te pasó, Garrim?

Ladonax suspiró y habló con una voz en la que ahora reconoció la voz que más adoraba en el mundo.

- La noche en que…me fui, había estado en la taberna de la aldea con Gimli y Torïn. Decidimos ir a la explanada a probar mi magia, ya sabes que esos dos siempre estuvieron un poco impresionados por ella – habló con un deje de nostalgia y un asomo de sonrisa – Así que estuve enseñándoles algunos trucos.

>> Estábamos riéndonos de la cola de ardilla que le había puesto a Torïn cuando un hombre se acercó a nosotros riéndo a carcajadas y aplaudiendo. Aseguró haber estado observándonos un rato y estar impresionado por lo que él denominó “mis truquillos para divertirnos”. Eso me ofendió. Siempre me ha podido un poco mi orgullo...Pero ya me conoces, de sobra.

Quise demostrarle que esos truquillos podrían convertirse en algo más, y usé Proyectil ardiente contra un árbol cercano. Él se quedó muy impresionado, se presentó como Konrad Orangestone y me ofreció continuar el viaje con él. Me dijo que juntos desarrollaríamos ese talento que poseía. Yo acepté, deslumbrado por la idea de salir de aquella aldea y vivir aventuras. Me apenaba dejarte, pero pensé que volvería convertido en un mago extraordinario y podría llevarte conmigo, enseñarte y vivir más aventuras juntos.

>> Fuimos a casa, a hablarlo con mamá y papá. Papá parecía convencido, le gustaba la idea de que su hijo llegase a ser alguien grandioso, pero mamá se negó en rotundo. Dijo que ella había dejado la magia atrás hace años porque había conocido sus horrores, y que no quería eso para ninguno de sus hijos. Ella permitía que estudiásemos magia para saber canalizar esa energía que teníamos dentro, pero no pretendía que nos dedicásemos a ella en cuerpo y alma. Hubo una gran discusión, tú estabas durmiendo con la abuela. Enfadado con mamá, cogí mi petate y dejé atrás aquella casa y aquella vida. Y seguí a Konrad.

Hilda escuchaba la historia de su hermano, incrédula. Así que por eso su madre cantaba así de bien. Por eso conseguía ese aura de tranquilidad y paz a su alrededor. No era la música, era la magia que fluía por sus venas. Y de ahí la habían heredado ellos. Y por eso no levantó cabeza desde que Garrim se fue. La culpa y la angustia habitaban en su corazón a partes iguales y la sumían en aquella profunda tristeza que la estaba consumiendo. Siguió escuchando, quería comprender.

- Los primeros años con Konrad fueron estupendos. Viajábamos, conocíamos gente, hacíamos fortuna. Yo le enseñaba algunos trucos, le ayudaba a montar algunos ayudantes que nos hacían la vida más fácil…

- Los ingenios – apuntó Hilda.

- Los ingenios – confirmó Ladonax con un suspiro – Cuando tuvimos hecho un buen número, comenzó a decirme que nos habíamos quedado estancados. Que si queríamos llegar a algo tendríamos que empezar a ir contra algunas personas. Me preguntó si había oído hablar de Durin – Dûm. Le conté las historias de la abuela y me dijo que eran todas ciertas. Que me llevaría a conocer aquellas galerías pero que primero tendríamos que hacer una visita a un viejo llamado Willow Ironwood, porque él tenía los mapas que necesitábamos.

>> La visita al anciano fue mi punto de inflexión. Lo que pasó aquella noche me hizo ver a Konrad como realmente era, pero quise pensar que tenía sus motivos. Los siguientes meses me demostraron que no.

>> Una tarde, discutimos. No recuerdo el motivo, pero sé que lancé contra él un ataque de fuego. Lo esquivó, por supuesto, yo le había enseñado a hacerlo en mi profunda ignorancia. Y entonces me dijo que le había dado una idea estupenda. Me dirigió un ataque que hizo que perdiese el conocimiento, y cuando me desperté, era esto. Me puso por nombre Ladonax y yo, humillado por la derrota y sin otra opción que seguirle por si algún día volvía a devolverme a mi forma humana, acepté y fui con él. El resto es un poco historia, conocí a Fafnirax y me enamoré perdidamente de ella. Llegamos a Durin – Dûm y tuvimos a los enanos…

Su voz se resquebrajó al recordar a sus pequeños perdidos.

- Cuando nacieron decidimos hacer frente a Konrad para escapar. Ya no me importaba ser dragón eternamente porque tenía a mi familia. Pensé que os buscaría, a ti y a nuestros padres. Os pediría perdón, os explicaría que había pasado. Pensé que todo acabaría bien. Pedí a Fafnirax que se llevase a los pequeños a otra parte de las galerías y fui a enfrentarme a Konrad. Desde ahí, solo recuerdo dolor y una imagen de ese malnacido acercándose a mí con una corona. Hasta hoy…

Hilda estaba boquiabierta. Cuánto le había arrebatado ese asqueroso de Konrad no lo había imaginado. Pero ahora…Ahora la vida se lo había devuelto. No cómo esperaba, desde luego, pero ahí estaban, juntos al fin. Y no podía ser más feliz.

Se acercaron al resto del grupo y les explicó quién era en realidad Ladonax. Una punzada de dolor le atravesó el corazón, puesto que Otto no estaba allí para compartir, a su manera, la felicidad que sentía. Aquel viejo cascarrabias se había hecho un hueco en su corazón.

Comprendió que su hermano no podría volver con ella. Ahora era lo que era, y tenía una vida al lado de Fafnirax. Pero al menos ya sabía que estaba bien, que era libre, y podría verle de vez en cuando, saber de él y recuperar el tiempo que habían perdido. Besó con ternura la pata de su hermano, y se despidió de él y de su amada mientras ambos emprendían el vuelo. E Hilda emprendió el camino a La Hondonada. Miró a sus compañeros y suspiró feliz. Cuánta familia había encontrado en este viaje.

Y cuántas aventuras esperaba que les quedasen juntos.

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27/07/2020, 20:48
Kara Ashenstorm

Volaban. Cruzaban las salas, ahora convertidas en un verdadero infierno. Al fondo, la silueta de Otto se recortaba. Kara supo que el viejo había encontrado su destino final, y que se entregaba a ello en cuerpo y alma. Ladonax viró bruscamente y el cuerpo de Amber pasó frente a sus ojos. Kara se lanzó a sujetar a la enana. Pero no llegó a tiempo. Su alforja se abrió y vió como todas sus pertenencias se unían al tesoro perdido de Durin-Dûm. A excepción del maltrecho cuerno plateado.

- !Piensa rápido! - se dijo.

Se colgó de las piernas y abrió su alforja lo más que pudo. No se iría de allí con las manos vacías. El contenido del tesoro comenzó a rellenar el vacío. Casi no logró volver a sentarse bajo el preciado peso que ahora portaba.

Para su alivio, Amber se unió a ellos a lomos de Fafnirax. Temía haberla perdido para siempre. No estaba segura de poder lidiar con una pérdida más. No había muchas personas a la que ella podía llamar amigos, y la mayoría estaban en esa sala.

Allí se encontraban las puertas que tantos problemas les habían causado. Las atravesaron como si fueran papel. No había nada que pudiera soportar la furia de un dragón. A excepción de ellos. Un golpe helador le estalló en la cara. Habían llegado al exterior. Justo para ver cómo la propia montaña estalla.

Lo habían logrado, al menos la mayoría. Kara dedicó una plegaria a Otto. Lo suficientemente queda para que Amber no escuchara nada. Pero poniendo todo su corazón en ella. Otto había enfrentado su nemésis. Sería un verdadero honor cantar gestas a su nombre.

La Hondonada les recibió con sorpresa. Estaba claro que no esperaban verles de vuelta... vivos. Kara dirigió su más burlona sonrisa a lo que ese pueblucho consideraría una gran multitud. El admirado gentío parecía asustado al verles. Probablemente ahora creían que eran capaces de poner en jaque montañas enteras y enfrentarse a dragones de igual a igual. Algo que podrían usar en su favor. Viendo la oleada de curiosos que se les venía encima no dudó un momento.

- ¡Amigos, amigas! Es cierto lo que vuestros ojos ven. - acompañó su discurso afectado de movimientos pomposos - Los viajeros que dabais por perdidos han vuelto sanos y salvos. Esta noche, si os sentís afortunados, os narraré las aventuras de este grupo de héroes que he tenido el honor de acompañar. Una buena historia junto una buena jarra de cerveza ¿Qué más se puede pedir? Solo esta noche en “El oso y la lechuza”.

Esperó que eso bien les valiera un par de noches gratis. La noche fue como esperaba. El gentío se agolpaba a la puerta para conocer la historia. Algunos parroquianos comentaban que el viejo Sven Svenson nunca había estado tan feliz. Las cervezas iban y venían por barriles enteros.

Kara relataba una y otra vez las hazañas de sus amigos, que se veían obligados a atender a grupos devotos. Claramente, dejó en el tintero algunos detalles. Como la enorme fortuna que llevaba con ella y había escondido en un pequeño hueco de la cuadra, junto a su amiga Tuuli, o que el feroz dragón tenía cierto parentesco con Hilda.

La fiesta avanzó hasta bien entrada la noche. Kara iba y venía de una mesa a otra. Las cervezas se amontonaban frente a los jóvenes y los viejos. Sería una mañana dura. Sus ojos marrones se encontraron con una mirada intensamente verde enmarcada por una ardiente barba rizada. “Bueno, bueno”-pensó- “si que has tardado en aparecer.”

- Te dije que nos volveríamos a ver - dijo con una seductora sonrisa.

A la mañana siguiente, Kara se dirigió a la tienda del viejo Björn Björnson. Había encontrado un mejor uso para sus dagas y sus flechas.

- Viejo, tenemos que hablar de negocios.

Y puso una pequeña bolsa de oricalco frente a sus narices. Al menos el malnacido de Konrad le había dado algunas ideas.

Seis meses después se presentaba frente al consejo de ancianos del clan de los Ashenstorm. No pareció que se alegraran de verla.

- Ancianos, pese a la falta de confianza que depositasteis en mí he cumplido mi cometido. He reunido frente a vosotros lo necesario para erradicar las desgracias de nuestro clan. Presento ante vosotros parte del tesoro de Durin-dûm.

La severidad de sus miradas se posó en la joven:

- Dicen los rumores que repartiste gran parte del tesoro entre tus compinches, traidora. No intentes engañarnos, has perdido nuestro favor.

- Por suerte, nunca lo tuve, señores - expuso con sorna- pero en una cosa os equivocáis. Como he dicho, traigo ante vosotros lo necesario para acabar con la desgracia de nuestro clan.

Y de su cinto sacó el cuerno obtenido en las Montañas de la Bruma, ahora con piezas del oricalco repartidas por toda su superficie. Dirigiéndose a las puertas, lo tocó, llamando a los héroes antiguos. 

- Ha sido un placer verte de nuevo, Wendel - dijo, saliendo de la sala.

No muy lejos le esperaba su fiel amiga Tuuli. Sus ojos marrones se encontraron con unos ojos verdes, les dirigió una amplia sonrisa.

- ¿Has encontrado lo que buscabas?

- Claro que sí, Egil. Ya sabes que siempre consigo lo que quiero. Y ahora corre si quieres que conservemos la vida.

Y riendo espoleó su montura.

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27/07/2020, 22:18
Dirk Silverblade

Dirk escucha con pesar las últimas palabras que el viejo Ironwood les dedica. Admira su decisión de sacrificar su vida para evitar que Konrad haga más daño, y eso hace que el gran respeto que siente por el explorador aumente. El pícaro se lleva el puño derecho a la barbilla y la golpea suavemente dos veces con los nudillos mientras mira fijamente la espalda de Otto, que se aleja. Es el símbolo de admiración que aprendió en las calles de Dusterbach, la mayor muestra de respeto que es posible recibir del bribón.

Ladonax alza el vuelo, y Fafnirax le sigue a corta distancia después de haber rescatado a Amber de entre el polvo y la ruina. Dirk no puede evitar sentir una profunda congoja por la destrucción de los antiquísimos salones, y, sobre todo, por la pérdida de los valiosísimos tesoros.

Sólo sobrevivirá lo que llevamos encima”, piensa, mientras su mano se dirige a la daga de plata que obtuvo del tesoro.

Sus ojos vuelven a examinar los grabados de la hoja, de la vaina y de la empuñadura. Y ven algo que no habían descubierto antes. En el pomo de la empuñadura está marcado un antiguo emblema enano, un emblema en desuso desde hace siglos: un martillo sobre la cima de una montaña helada. El pícaro reconoce el símbolo.

¡Frostbeard! –exclama en voz baja.

En ese momento ve a Fafnirax observarle y guarda la daga, algo avergonzado, recordando las advertencias de la dragona sobre la maldición del tesoro.

El vuelo hasta el exterior de las cavernas es accidentado, pero, gracias a los colosales dragones, seguro para los enanos. Al salir al frío de las Montañas de la Bruma, las magníficas criaturas se posan, dejando desmontar a sus pasajeros. Hilda corre hacia la cabeza de Ladonax, y entre los dos revelan la relación entre ellos: Ladonax no es otro que Garrim, el hermano perdido de la maga.

Pues ha crecido bastante, para ser un enano –murmura Dirk, antes de reír entre dientes por su propio chiste. Fafnirax lo mira con severidad, y el pícaro calla. Luego, cae en la cuenta de algo–. Un momento… Si Ladonax es un enano… ¿Fafnirax?

La dragona asiente. Luego, señala con la cabeza al cinturón de Dirk. Él sigue su mirada, y ve qué señala la inmensa criatura: la daga de plata. Desenvainándola, el bribón intenta atar cabos en su mente.

Un escalofrío recorre su brazo y sube hasta su nuca.

Fafnirax… ¿Eres una Frostbeard?

Esa daga… –murmura la dragona–. Esa daga y oírte pronunciar el nombre de mi clan me han hecho recordar…

Pero… ¡Los Frostbeard se extinguieron hace siglos! –exclama Dirk– El clan fue arrasado por un dragón, o eso dicen. Un dragón llamado…

Fafnirax –la dragona completa la frase con ojos tristes–. Se llamaba Fafnirax.

El enano mira a la bestia de hito en hito, sin entender nada. Ella empieza a relatar:

No creas que fui yo, no. Era otra dragona con el mismo nombre. Antes de que yo naciera. Arrasó a gran parte del clan, pero mi padre sobrevivió; Orsik Frostbeard era su nombre. Muchos intentaron vengar al clan, mi padre entre ellos, pero Fafnirax salía siempre victoriosa. Pocos volvieron para contar sus aventuras, y los que lo hicieron no habían llegado a encontrarla. Años después de que mi padre, ya anciano, muriera pacíficamente, salí yo también en busca de la maldita bestia.

»Y vencí. Donde los demás habían fracasado, yo logré vencer. Derribé parte de los muros de Durin-Dûm sobre Fafnirax, y luego arranqué su corazón con esa daga que tienes en la mano. Mi gran error vino después: fui hasta el salón del trono y acaricié el Corazón de la Montaña.

»Os advertí de que ese tesoro estaba maldito.

Fafnirax suspira, mirando al horizonte, sumida en sus recuerdos.

El Corazón necesitaba un Guardián –continúa–. Así que me convirtió a mí en su Guardián. Y así llegué a ser aquello que más odiaba. Y durante años, llena de odio, de ira y de furia, maté a todo aquel que se acercaba a mi Protegido. Como la otra Fafnirax antes que yo.

»Así entendí por qué nadie lograba matar a Fafnirax. Quien lo conseguía sellaba su destino. Probablemente esa dragona a la que yo maté no tuvo nada que ver con la destrucción de los Frostbeard.

»Un buen día dejaron de llegar aventureros a Durin-Dûm. Probablemente la última persona que recordaba dónde estaba decidió llevarse el secreto a la tumba, para no ser responsable de más muertes. Pero yo estaba atada al Corazón, y no podía marcharme. Viví siglos sola.

»Hasta la llegada de Ladonax.

Fafnirax mira al dragón con un fuego estable y tranquilo en la mirada, como una hoguera en un campamento. Luego dirige la misma expresión hacia Dirk.

Has cumplido con tu promesa, Silverblade. Habéis salvado a mi amor, y a mí también. Gracias. Como recompensa, te revelaré un secreto, también olvidado hace siglos.

»Viaja hasta las Montañas Azules. Cincuenta leguas al norte del manantial del río Sirion, recorridas por la antigua Senda de los Gigantes, puedes encontrar el pico más alto del Valle de Farian. Y también la entrada. Esa montaña esconde unas cavernas con riquezas comparables a las que acabas de dejar atrás: los Salones de los Frostbeard. Llévate ropa de abrigo si quieres sobrevivir.

Dirk se queda anonadado. Luego, con algo de esfuerzo por la sorpresa, logra decir:

Ya tengo mi próximo destino… Gracias, gran Fafnirax. ¿Qué harás tú?

Viajar. Quiero ver qué hay ahora fuera de Durin-Dûm. Guarda esa daga. Recuérdame, recuerda a Gretta Frostbeard. Y recuerda a mi clan. Haz honor a su hogar.

La dragona se aleja del enano y se reúne con Ladonax. Después, ambos empiezan a volar, hacia nuevos horizontes. Dirk se lleva el puño a la barbilla y, por segunda vez en apenas unos minutos, la golpea suavemente con sus nudillos dos veces.

Gretta Frostbeard…”, repite en su cabeza. “Asesina de dragones. Y de asesinos de dragones”.

Después, se reúne con sus compañeros y echa a andar hacia la Hondonada, planeando su siguiente viaje a las Montañas Azules. No piensa volver a su clan. Seguramente lo desterrarían, de todas formas. En su bolsillo tintinean algunas riquezas que ha robado durante la huida. Serán suficientes para mantenerle alimentado hasta la siguiente aventura.

Espero que esté a la altura de esta”, piensa, acariciando la daga. “Con muertos, demonios y dragones, el listón está alto”.

Notas de juego

Nos despedimos con gran pesar.

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15/08/2020, 23:04
Amber Hammersmith

Willow fue el primero en subir a lomos de Ladonax, seguido por Dirk, Flint y Kara. Cuando llegó el turno de Amber, la sacerdotisa hizo gestos a Otto para que él pasara primero pero el explorador se limitó a negar con la cabeza; estaba claro cuál era su plan. Sin perder un segundo más, se encaramó ella también en la grupa del dragón y éste emprendió el vuelo seguido por su compañera.

La montaña amenazaba con venirse abajo sobre sus cabezas. Fragmentos de roca caían de las paredes y el techo de las cavernas y los enormes reptiles se veían forzados a hacer piruetas en el aire para esquivarlos. Y, por si fuera poco, una última carta bajo la manga  del malvado Konrad obligó a Ladonax a virar bruscamente para evitar ser impactado. Amber no reaccionó lo suficientemente rápido y se deslizó por las escamas del dragón hacia lo que parecía ser una muerte segura, pero Kara y sus reflejos de lince lograron salvarla. Sin embargo, un segundo ataque del cruel ingeniero obligó a la bardo a soltar a la sacerdotisa, quien cayó al vacío…

… Sólo durante unos cuantos metros. Faxnirax, que volaba por detrás de Ladonax vio caer a Amber y se apresuró al rescate.

-¡Por la Fragua Divina! Gracias por salvarme la vida... de nuevo -sonrió la clérigo, despeinada y sujetando el yelmo en la mano izquierda.

Aunque estaban cada vez más lejos del oricalco, el calor que éste desprendía no dejaba de aumentar. La radiación se notaba en ondas pulsantes tan fuertes que casi podían palparse. Era urgente salir de ese laberinto tremendo de galerías y pasadizos que parecían no acabar. Afortunadamente los dragones conocían la montaña tan bien como cada una de sus escamas y no les llevó demasiado tiempo encontrar la salida, que abrieron de par en par con el fuego de sus gargantas embravecidas.

Al salir de los salones el frío invernal de las Montañas de la Bruma les golpeó con fuerza. Fafnirax, agotada como estaba, aterrizó más cerca de la puerta que su compañero. Amber se apresuró a apearse de su montura, pues notaba como la dragona jadeaba por el esfuerzo y sus heridas aún recientes. Al ponerse de pie, la sacerdotisa notó que algo le molestaba en la pernera de su armadura, detrás de la rodilla. Tanteó con la mano y notó que tenía algo encajado. Cuando lo extrajo se sorprendió al ver una pepita de oricalco algo más grande que una nuez. Sus ojos se iluminaron al pensar que no volvería a casa sin el ansiado metal sagrado pero entonces vio que los de Faxnirax se clavaban en ella. Bajó la cabeza avergonzada, recordando lo que ella les había dicho sobre el tesoro, pero notó un ligero empujón. Con un gesto de su enorme cabeza señaló sus costados y Amber descubrió que estaban llenos de fragmentos de oricalco, como piedras preciosas engarzadas entre sus escamas. La mirada de la dragona no dejaba lugar a dudas, pero aún así la clérigo no se atrevía.

-¿Pero no habías dicho que…?
-Jeg ser i øynene dine at du ikke har noen dårlige intensjoner, tjenestepike fra Øverste Ild -habló Ladonax con voz cansada-. El tesoro de la montaña está maldito, pero la montaña se viene abajo. Lo que queda del tesoro, enterrado quedará y con él, la maldición. Lleva contigo todo lo que puedas sacar de entre mis escamas. Llévalo y que sirva de ofrenda a Øverste Ild, con la esperanza de que expíe mis pecados. Smedenes Herre vet godt at jeg allerede har sonet straffen min…

Con un rugido surgido de lo más profundo de la tierra, la montaña tembló y se fracturó y las puertas de Durin-Dûm quedaron selladas para siempre. Amber pensó en Otto con tristeza, mientras arrancaba pepitas de oricalco de las escamas de Fafnirax.

Un movimiento súbito de la dragona le hizo pensar que le había hecho daño, pero entonces escuchó la voz de Dirk del otro lado del lomo del reptil. La sacerdotisa miró a su alrededor y pudo ver a Hilda abrazando a Ladonax con lágrimas en los ojos. Sin entender lo más mínimo qué estaba pasando, tomó nota mental de preguntar a su amiga de qué se trataba todo aquello. Suspiró y siguió metiendo pepitas en la bolsa de su cinto. 

Cuando hubo terminado, se separó un poco del grupo, dibujó un círculo ceremonial en el suelo y, con un breve conjuro, encendió su yelmo. Se lo colocó en la cabeza una vez rehechas sus trenzas y entró en el círculo. Sacó su librillo sagrado y buscó entre las páginas del final lo que estaba buscando: una plegaria funeraria. Mientras entonaba los cánticos sagrados apenas en un susurro, el vaho escapaba de entre sus labios y un par de lágrimas resbalaban por sus mejillas.

Los dragones emprendieron el vuelo. Amber recogió su petate del suelo y se lo echó al hombro. Suspiró nuevamente y miró a su alrededor. El paisaje nevado ya no parecía tan amenazador como antes de entrar a Durin-Dûm. De hecho tenía una fría belleza que hizo que la sacerdotisa sonriera con nostalgia, sin tener muy claro por qué. Se acercó a Hilda, que miraba a lo lejos, hacia La Hondonada, y pasó un brazo sobre los hombros de la joven maga.

-Queda un largo camino por recorrer. Mientras tanto, ¿podrías contarme por qué abrazabas a un dragón?

Notas de juego

Primera parada: La Hondonada.

Destino final: Holkvar-Dûm

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17/08/2020, 19:16
Astrid Copperforge

Bueno, estaba en el aire, saliendo lo más rápido que podía tras los reyes de la montaña. Volaba acompañada de un perro que se lamentaba sin parar, miró hacia abajo y vió a los dos dragones cargando con sus compañeros. Se iban, se marchaban de aquel lugar. Nadie jamás lo entendería pero ella había sido realmente feliz a su manera en aquel lugar. Desde que su institutriz le mostrara pergaminos llenos de mampostería, relieves e incluso esculturas élficas ella había soñado con tener ante sus ojos tesoros así. El oricalco gigante explotando le daba igual, para ella el tesoro residía en aquella demostración de tiempos pasados que jamás nadie volvería a ver. Aquella jornada todo eran pérdidas, un calor insoportable pulverizaba cada resto de historia a su paso, ríos de restos de una civilización, joyas, armas, maravillas y saberes antiguos cubrían unos salones de rico material mineral acabando con todo a su paso en un baile de destrucción a grandes zancadas. Solo quedaba huir y llorar por la pérdida de un mundo a manos de la más pura ambición. "Maldito seas toda la eterniadad Konrad" a Astrid ya no le quedaba energía para dirigir a Konrad peores palabras. ¡Cuánto daño había hecho esa piltrafa! Había intentado evitar pensar en ello pero un montón de ojitos avispados y traviesos le vinieron a la mente. Dragontinos... "Qué valientes habéis sido". Aquellas criaturas tenían mucho más corazón que ese maldito traidor, se acordó de sus juegos, de su ayuda, de su colaboración cuando le ayudaron a liberar a su madre y de los pequeños anillos de humito que sacaban de su pequeño hocico. Aquellos magníficos dragones habían perdido a sus pequeños por una batalla que no era suya. Ahí estaba Astrid, llorando desconsolada mientras avanzaba en el aire. Sus lágrimas mojaban la cabeza de Ash que aullaba lamentado por motivos distintos. Para el animal esos materiales no tenían valor, había perdido a su gran compañero de vida.
Astrid se percató de esto y se aferró a Ash un poco más. Dedicó un momento a pensar en Otto mientras la brisa de la caliente destrucción secaba sus lágrimas.

Aquel granuja sabía tensar la mirada como ella, quizá eso era lo que más nerviosa le ponía de su actitud, pero el hecho de que se parecieran tanto, en el fondo, le hacía creer que le conocía bien, por eso no miró atrás ni le suplicó que subiera con ellos para salvar su vida. Otto necesitaba ese desenlace, lo único por lo que rogó (a aquella deidad a la que solo Astrid recurría) fue por la más mínima posibilidad de que Otto salvara su vida si había conseguido arrebatar la de Konrad ya que nadie de su calaña podría dejar correr los días con esa espina clavada.
El frío de la montaña volvió a acompasar el caracter de la enana. Calmados sus nervios se dejó caer en la nieve y el perro y ella se rebozaron en la nieve. Astrid no se dignó a preguntar al resto de enanos si alguien estaba dispuesto a cuidar de Ash, pensó que con ella estaría bien, que al final serían buenos compañeros. Se prometió darle una buena vida y aunque a ella no le iba lo de dormir al raso se encargaría de que el perrete tuviera una choza de la mejor piedra grabada que el clan Coppenforge pudiera ofrecerle. En la parte delantera se grabarían las azañas que ese feroz wargo había realizado junto a su gran amigo Otto.

Era hora de volver y no le apetecía. Empezar a descender la montaña era volver a la realidad y darle la espalda a una fantasía que había catado con sus propios ojos. Reinar en el clan no era como clavar hachas en los cráneos de muertos vivientes, deambular delante de las mismas minas y hogares no era como correr por grandes salones de los que caían rocas como en una fiesta del caos. Sus ojos ya se habían quedado desprovistos de visiones así, a las que recurriría constantemente para que jamás se le olvidaran.  Dragones, escalinatas y paisajes sin final llenos de tesoros... Oh cierto, no se había llevado nada de entre las montañas de tesoros. Era demasiado orgullosa como para que una maldición cayera sobre ella. Pero tenía sus botas aladas, suficiente para fardar un poco.
Volvieron hacia la Hondonada se dejó caer en la misma silla que la otra vez pero en esta ocasión la arrimó un poco más hacia sus compañeros que brindaban por la vida. Manjares iban de un lado a otro, incluso la buena de Olga le cocinó aquel estofado que disfrutó tanto al llegar. Suficiente premio para ella. Se acordó de pedir una pata de cordero para Ash y "brindaron" por Otto.

Subieron a las habitaciones, Astrid se disponía a ordenar su mochila cuando de repente le pareció que se meneaba. "!!!" Habría sido su imaginación, demasiado tiempo sin dormir en condiciones. Se giró hacia la cama para comenzar a aligerar su cuerpo, echó la coraza encima de la cama cuando de repente comenzó a notar un olor raro. Algo se estaba quemando. Alzó rápidamente la cabeza para olisquear el ambiente "Ojalá no se esté quemando esa carne tan buena que hace Olga, sería un desperdicio..." El caso era que al olor le siguió un ligero humillo. Astrid fue corriendo hacia la mochila al ver que comenzaba a arder en una pequeña esquina cuando, de repente, una gran mancha roja salió disparada del interior. Llevaba los restos de las raciones de viaje de Astrid chamuscadas entre unos pequeñitos y afilados dientes.
-¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH NO ME LO PUEDO CREER!!! ¡¡ERES TÚ!! - Astrid reconoció al pequeño dragontino que se había dormido en su regazo durante el viaje por las galerías. Empezó a llorar de alegría mientras apretujaba a la pequeña criatura y daba gritos y saltos de alegría. -¡ESTÁS VIVO!- El dragontino le rozó con el hocico y le dirigió un par de aritos de humo.
Las luces de las diferentes habitaciones de la posada empezaron a encenderse de nuevo. Ash, que había empezado a descansar en la cuadra junto a las monturas se puso a aullar para acompasar los nervios de Astrid. Amber, con el pelo suelto apareció rápidamente en la escena intentando contener a la bárbara, estaba contenta de ver a una de esas pequeñas criaturas vivas pero intentaba tapar a Astrid diciéndole en voz baja que no meneara al dragontino en medio del pasillo. -Por Øverste Ild, Astrid... es mejor que no emociones demasiado a este dragón ¡ocúltalo antes de que lo vea alguien!
Hilda acudió también, con las manos en alto preparadas para soltar algún hechizo. Pareció entender todo de repente: Espera, espera, todavía puedo ser tía!?!?! ¡Qué emoción! - Dirk llevaba ahí un rato también, pero era demasiado sigiloso y cuando habló las tres dieron un respingo del susto: ¿Qué hace ese bicho contigo? ¿Lo has robado? Eres buena, ya me dirás qué técnica has empleado, estoy asombrado de que lo ocultaras todo este tiempo...
Kara asomó la cabeza por la puerta de su habitación (de nuevo contigua a la de Astrid para su pesar) con el pelo demasiado enmarañado y muy pero que muy enfadada. Amenazó con suprimir a Astrid de sus cantos si no le dejaba disfrutar de aquella noche por lo menos, una voz le dijo que volviera rápido y con la cara un poco más amable cerró de un portazo.

Astrid era muy feliz en ese momento. Se imaginó volviendo al clan volando, con un pequeño dragontino que chamuscaría los cuatro pelos que juntaban los ancianos entre todos y un gran perro treméndamente poderoso. Los enanos se giraron hacia Astrid que estaba montando un escándalo riéndose sola divertida con su propia imaginación. Estaba claro que esa enana era un arrebato de emociones constante, todo lo hacía en extremos pero no podían culparle.

Oh... pero si quería llevarse a Mollig, la montura de la que se había encariñado en las montañas no podría entrar así en escena. Bueno, mejor hacerlo por sorpresa. O quizá desviarse un poco e ir todos juntos a buscar a aventuras. Nada tenía por qué estar decidido todavía, para eso era una princesa.

Notas de juego

¡Modig Gnist Ladonax-Garrim se une a las filas! Modig o Garrim Jr para los amigos, o sea, vosotros.

 

Ojo, Astrid os ha llamado Amigos...

 

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16/09/2020, 12:39
Narrador

Y así es como termina nuestra aventura. Así es como se narra desde tiempos inmemoriales cómo los siete clanes se unieron por primera vez para enfrentarse a un enemigo común o, como nuestro ancestros la conocen, la historia de los Salones del Rey de la Montaña. Lo que las viejas historias no cuentan, sin embargo, es lo que fue de cada uno de nuestros héroes.

Hilda Goldstaff retornó a la seguridad de su clan con las nuevas sobre el paradero de su hermano y la seguridad de que en sus compañeros había encontrado una amistad perdurable. Mantuvo el contacto con Fafnirax y Ladonax, a quien nunca dejó de dirigirse como Garrim. Los dragones, ahora parte de su familia, habían encontrado un nuevo hogar en los ancestrales salones del clan Frostbeard, en lo más alto de las Montañas Heladas. Años más tarde, Hilda fundaría su propia escuela de magia en este mismo lugar. En su despacho, enmarcados en la pared, mantenía expuestos los dos fragmentos de su varita de oricalco como un preciado recuerdo de aquel tiempo en compañía de sus amigos.

Durante años rechazó las propuestas de los ancianos del clan para unirse a ellos. Sería en los últimos años de su vejez cuando accedería a formar parte del consejo momento en el cual, gracias a sus esfuerzos, se forjaría la alianza entre enanos y dragones que todos conocemos.

Astrid Copperforge nunca volvió a ser la misma enana tras su paso por Durin-Dûm. Había descubierto que el mundo era mucho más grande que el trono que le había sido prometido y que los muros que rodeaban su ciudad natal. Durante los años que siguieron a su paso por las minas otras muchas aventuras se sucedieron. De todos los miembros de aquella primera compañía fue quizá quien viajó más lejos, llegando a presenciar con sus propios ojos las doradas Costas del Fin del Mundo.

Sin embargo tarde o temprano la princesa del clan debía hacer frente a sus responsabilidad y el peso de la corona le impidió continuar con sus viajes. Guardaos vuestra lástima. ¿Recordáis a los jinetes de dragones? ¿quién creéis que fue la primera enana que acudió a la Batalla de los Cuatro Vientos montada a lomos de un dragón? Aquel pequeño dragontino, conocido más tarde como Modig, el Exaltado, fue quien nos llevó a la victoria aquel día.

Kara Ashenstorm o, como se hizo llamar a partir de entonces, Kara Lenguadeoro, dejó atrás su apellido en el momento en el que su clan caía en desgracia. Los avances tecnológicos del clan de los artífices, aunque pioneros en su campo, fueron denostados por el resto de clanes en favor de artes más pacíficas. El consejo de ancianos al completo fue exiliado tras poner en evidencia sus malas prácticas y sus torcidas intenciones.

Lo que sucedió a continuación con la trovadora depende de a quién se le pregunte. Algunos dicen que sentó la cabeza y formó una familia en un valle próximo a la Hondonada. Otros que fundó una escuela de trovadores y recorrió los Siete Reinos en busca de jóvenes talentos. Algunos incluso hablan de cómo alcanzó la inmortalidad y que aún hoy es posible encontrarse con ella en los caminos que atraviesan nuestras tierras. ¿Qué parte de verdad y qué parte de mentira hay en todo esto? Nadie puede saberlo con seguridad. Lo cierto es que su nombre aún se oye de cuando en cuando en tabernas y posadas.

La vuelta de Amber Hammersmith trajo consigo gran revuelo en el clan de los herreros, así como posteriormente en el resto de clanes. Descubrió a los herreros la peligrosa naturaleza del oricalco y reveló los secretos perdidos del rocacero. Pero aunque grandes signos acompañaron su llegada, muchos no estaban dispuestos a abandonar sus tradiciones ancestrales. Los seguidores del dios de la forja estaban divididos y no fueron pocos los que rechazaron sus palabras. Otros, sin embargo, siguieron los pasos de la nueva profetisa de Øverste Ild en su búsqueda del rocacero. Sus discípulos recorrerían junto a ella las Ocho Cumbres en busca de vetas de esta preciada piedra, permitiendo al resto de clanes erigir años más tarde las imponentes fortalezas que conocemos hoy en día con este noble material.

Tiempo más tarde las ruinas del extinto clan de los Frostbeard, antigua mina de rocacero, serían testigos del emotivo reencuentro con Hilda y el único avistamiento documentado del esquivo Dirk Silverblade. Poco se sabe del paradero de este enano tras despedirse de sus compañeros en la Hondonada. Presumiblemente habría vuelto a Dusterbach cargado con todos los tesoros que le permitían sus bolsillos. Sus nuevas riquezas le habrían permitido hacerse con una red de informadores que usó para mantener una estrecha vigilancia sobre el resto de los miembros de su antigua compañía, así como sobre el paradero de los dos dragones. Estos informes, de hecho, son las pocas referencias que podemos encontrar sobre algunos de ellos y las únicas fuentes escritas que me han permitido escribir este epílogo.

Mi ahínco en detallar este capítulo de nuestra historia me lleva por último a Otto Ironwood, el héroe de Durin-Dûm, a quien puedo contar con orgullo entre mis antepasados. Las memorias de Willow el Errante detallan el momento en el que ambos se despiden por última vez antes de su duelo final. Sin embargo, nada se sabe sobre lo ocurrido a continuación.

Un servidor y su cánido compañero, armados únicamente con una ballesta y el empeño por conocer la verdad tras el mito, visitaron poco antes de escribir estas palabras las ruinas de lo que antaño fue Durin-Dûm. Mil y un peligros nos aguardaban en su interior. Muertos en vida, trampas mortales, demonios encadenados. Pero nada logró impedir que nuestros ojos se posaran al fin sobre las doradas paredes del legendario Salón del Tesoro. Los restos de Konrad el Traidor, cubiertos por una gruesa capa de oro fundido, decoraban el centro de la estancia, como recuerdo silencioso de su justo castigo, más nunca hallé en ella el cuerpo de aquel que hizo de todo esto algo posible.

Espero sinceramente que este testimonio sirva para que la memoria de estos héroes no caiga en el olvido. Sus proezas merecen ser recordadas en los siglos venideros y vistas como un ejemplo a seguir por las generaciones futuras. En estos momentos los últimos rayos de sol se posan sobre los escarpados picos de las Montañas de la Bruma. Es hora de volver a casa.