Tercer día de la Doncella. Mes del Guerrero. Año 289 A.C.
—¿Y te ha gustado?.— Preguntó con curiosidad. —Quiero decir...¿merece la pena?. ¿Dejo que me lo haga en el resto del cuerpo?— Sonrió divertido, aunque casi no dejó tiempo a Carellyn para responder. La tomó con sus manos y la levantó empujando con su cadera y dejando que Carellyn quedase encima de él, mientras la ayudaba a girar.
—Señorita, vaya afinando el arpa un buen rato, que del resto y del masaje ya se encarga mi esposa.— Rió mientras miraba a Carellyn a los ojos.
La meretriz se levantó y se dirigió a la sala contigua sonriente.
—Si necesitan ayuda estoy aquí al lado.—
—Bueno, entonces...¿qué aceite prefieres?.— Preguntó sin hacer caso a la muchacha centrado en Carellyn, mientras sus labios se estiraban buscando la complicidad de ella.
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Carellyn puso cara de susto con las preguntas que le lanzó Arlo. Tragó saliva, incapaz en un primer instante de responder. Aunque por suerte no tendría que hacerlo pues la movió en el agua con facilidad. Lo miró entonces de cerca, con alivio primero y después absolutamente maravillada de su habilidad para despachar a la joven. Aunque no se fuese muy lejos y tan sólo les separasen de ella las cortinas de cuentas, todo parecía de repente más sencillo solo con los dos.
Entrecerró los ojos con su susurro y su sonrisa se marcó en las mejillas. Tuvo que besarlo, fue inevitable.
—Creo que el de rosas es el que mejor le queda a tu piel —bromeó después, deslizando bajo el agua los dedos por su torso hasta llegar a su cuello. Entonces se puso más seria un momento y lo miró a los ojos—. Gracias —cuchicheó, sin más explicaciones que esa palabra.
Se inclinó para unir sus labios de nuevo con dulzura y sus manos no tardaron en recorrerlo con caricias lentas. Iba a encargarse del resto del masaje hasta que él se diese por contento, vaya si iba a hacerlo.
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—Pues el de rosas, entonces...— Contestó con picardía. Y fue tener cerca a Carellyn, sobre su cuerpo y recibiendo sus caricias, cuando su miembro, dormido e intimidado hasta el momento, se alzó con fuerza rozando los muslos de su mujer. Casi sin esfuerzo y sin apoyar las manos se puso de pie sujetándola a horcajadas y salió del agua con sus labios pegados a los de ella.
—Si quieres, yo podría también terminar tu masaje. No sé si lo haré igual de bien que ella, pero puedes guiarme.—Susurró de nuevo sin soltarla. —Ahora ya estamos casados, y somos unos salvajes, ¿no es cierto señora Dawnfleur?—
Bromeó sentándose con ella encima en uno de los divanes que había en aquella sala donde el aroma a flores era ya muy intenso.
—Pues portémonos como salvajes...—
PD. Carellyn necesita comer más o la da un yuyu
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—Después —respondió en un susurro a la oferta de Arlo, pues se sentía tan orgullosa de él que primero deseaba entregarse al placer de su esposo.
Ya en el diván empezó a recorrerlo con manos y labios, tomando con la lengua las gotas de agua que quedaban sobre su piel. Así saboreó su torso mientras sus dedos masajeaban cada porción de piel a su alcance hasta terminar en su miembro. Y no tardó en encaramarse sobre él e introducirlo en su interior.
Empezó a cabalgarlo con brío, pero no tardó en notar que le faltaba fuelle. Sus músculos estaban algo lánguidos y la estancia parecía oscilar a su alrededor. El calor y la humedad se conjugaban en una sensación sofocante. Los aromas que flotaban en el aire se le hicieron incómodos, excesivos, y le pareció que le faltaba el aliento. Su tez iba perdiendo el color a medida que se sentía cada vez más débil y al final detuvo sus movimientos y puso una mano en el pecho de su esposo.
—Estoy... un poco... marea~
Pero no llegó a terminar la frase. Sus ojos se nublaron y sintió un vahído que ennegrecía su consciencia.
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No sabría decir cuánto tiempo había transcurrido, pero no debió de ser mucho, pues lo que sí notó al despertar fue que aún había luz, y que Arlo estaba sentado en una silla próxima a su cama dentro del camarote, con la misma ropa que había salido aquella mañana. La observaba mientras despertaba y no tardó en sonreír y coger su mano.
También pudo notar un agradable olor a comida en la habitación.
—¿Ha dormido bien la señora Dawnfleur?— Preguntó sonriente.—Vaya susto que le has dado a tu esposo...—
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Cuando abrió los ojos de nuevo se sintió confusa y desorientada. Miró alrededor, reconociendo el interior del camarote, y sus labios se curvaron en una sonrisa instantánea al descubrir a su esposo junto a ella.
—¿Qué...? —empezó a preguntar mientras a su mente acudían las últimas imágenes antes de caer inconsciente. Se incorporó hasta quedar sentada, miró otra vez alrededor y luego hacia abajo, comprobando si tenía ropa, porque lo último que recordaba era que no—. ¿Cómo hemos llegado aquí? ¿Qué susto? —Y sus ojos regresaron hacia Arlo antes de preguntar lo evidente—. ¿Me he desmayado? Estaba un poco mareada... y no recuerdo nada más.
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Carellyn sí que pudo comprobar que llevaba su vestido puesto, mientras Arlo la daba sin haber sido preguntado un vaso de agua.
—Justo. Te has desmayado, así que nos quedamos sin masaje.— Bromeó. —Por suerte, allí tienen sanadores. No es nada, sólo que casi ni comes ni bebes y cuando lo haces , comes menos que un jilguero.—
Miró entonces a la mesa haciendo un gesto de presentación como si le mostrase un grandioso palacio.
—Y para evitar que vuelva a ocurrirte, nada mejor que un poco de pollo asado, un huevo hervido, y una selección de verduras. Y para beber agua fresca, que por cierto, me he traído esa vasija o lo que sea que la mantiene tan fresca, y unas naranjas bien dulces exprimidas. Hummnnn...hoy es tú día de suerte.—
Se puso de pie sin soltar su mano esperando a que se pusiera en pie y ayudarla si era necesario.
—Buen provecho...—
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La suerte de haber estado desmayada hasta llegar al barco era que se había perdido el bochorno de haber dado un espectáculo en un burdel. Aún así, la sola idea fue suficiente para que se sonrojase. La alivió saber que no era nada grave y bajó la mirada cuando Arlo le echó la culpa a lo cuestionable de su alimentación. Nunca había comido mucho, pero era cierto que desde el susto de la primera noche en el barco lo había hecho tan sólo lo justo para poder mantenerse en pie... o quizás ni siquiera eso, visto lo visto.
—Qué vergüenza —dijo, bebiendo un sorbito de agua del vaso que le había dado—. Siento mucho haberte asustado.
La enternecía que Arlo se preocupase así por ella y se puso en pie dispuesta a ceder, por él. Miró hacia el despliegue que le había preparado sobre la mesa y luego a él. A decir verdad, estaba un poco abrumada, pero viendo el buen ánimo de su esposo no quería protestar.
—Pero tú también, no es todo para mí, ¿no? —preguntó, mirándolo al tomar asiento. Se mordió el interior de la mejilla un instante y dejó salir su aprensión en forma de más preguntas—. ¿Lo has preparado tú? ¿Lo ha probado alguien?
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Arlo negó con dejadez como si el incidente no tuviese la menor importancia, ni hubiese que avergonzarse por nada. Aunque si noticia fue directa y sencilla.
—Qué va amor. Todito para ti.— Sonrió. —Lo ha preparado el cocinero. Por cierto, me ha trasmitido sus deseos de que te recuperes pronto.— Respondió primeramente. —Y sí, empezando ya a conocer las aprensiones y manías de mi bella esposa...Sí, yo lo he probado todo hace un rato. Es más, seguro que ya se te ha enfriado el pollo. Y aquí sigo, en perfecto estado.—
Y quizás su marido la estaba mintiendo para hacerla comer, pero desde luego sí observó que faltaba un pedazo en el contramuslo, y que había marcas cerca del borde de los vasos, seguramente de labios. Incluso el huevo hervido estaba pelado y le faltaba un mordisquito.
—Y que sepas que voy a estar atento a todas tus comidas y bebidas, de hoy en adelante.— Dijo encogiéndose de hombros divertido con lo que se le avecinaba a la pobre de sus esposa. Si Daniel había sido meticuloso. Arlo amenazaba con obsesivo.
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Carellyn sonrió un poquito con los buenos deseos del cocinero. Cuando había empezado a visitarlo cada día había llegado a pensar que la torturaba para quitársela de encima y no tenerla mirando por encima de su hombro. Pero, con el paso de los días, había acabado por entenderse con él y hasta le caía simpático.
Paseó su vista por la comida y luego miró a Arlo, frunciendo levemente el ceño.
—Tampoco me gusta que lo pruebes tú —le confesó—. Preferiría que lo hiciese alguien más, alguien que no me importe.
Estaba claro que no se iba a librar, así que cogió el tenedor y empezó por comer un poco de pollo. Cerró los ojos un instante pues la verdad es que tenía hambre y estaba muy bueno.
Pero cuando Arlo soltó aquella amenaza llevó su mirada hacia él, estudiando su rostro para comprobar cómo de en serio iba. Podía tenerlo encima de sus comidas unos días, incluso se sentía algo halagada por ello. Pero por su tono parecía que iba a vigilarla para siempre como si fuese una niña pequeña.
—No es necesario —protestó—. Estaré bien, amor, de verdad. Te prometo que intentaré comer más. Y cuando lleguemos será más fácil.
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—Claro, claro...— Dijo como si ya supiese de su cabezonería. —Pero mira el lado bueno. Te he traído algo para cuando te recuperes y comas bien.— Dejó entonces un frasco de aceite de rosas sobre la mesa y alzó un instante las cejas con picardía.
—Que no se diga que no nos adaptamos a las costumbres de este lado del mundo, ¿no?— Preguntó con complicidad, aunque luego sí que tomó con sus manos la de ella.
—Lyn, te quiero sana y salva. No quiero que hagas tonterías con esto nunca más y que comas. Quiero que estés fuerte y que podamos tener muchos hijos sin perderte en el parto. Quiero compartir muchos momentos contigo y que nos hagamos viejos juntos. Si te perdiese no sé lo que haría. Así que ni un susto de estos más ¿eh?— Pidió sin gesto de broma. Quizás Arlo había estado quitando hierro al asunto, pero entonces comprendió que debió llevarse un buen susto cuando ella perdió el conocimiento, tal vez incluso pensó que moriría, porque sin duda sus palabras parecían así confirmarlo.
—Y ahora come...y dame un poco. Que he dicho que todo para ti y ni has protestado, glotona.— Pidió de nuevo con buen humor dándole un beso en la mejilla y arrimando la silla junto a ella abriendo la boca como un niño pequeño para que le diesen de comer.
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La sonrisa de Carellyn se extendió hasta sus ojos al ver el frasco. Se imaginaba a su esposo llevándose souvenirs del burdel y le parecía cómico y también adorable.
—En cuanto termine de comer pienso acabar ese masaje que dejamos a medias —advirtió antes de bromear—. Todo sea por integrarnos entre los salvajes.
Pero entonces Arlo se puso más serio y dejó la sonrisa a un lado para escucharlo. Apretó sus dedos con suavidad y la sensación de culpabilidad fue creciendo poco a poco en su pecho.
—Lo siento, lo siento de verdad —le dijo, aunque él ya había recuperado el buen humor. Levantó su mano y se la llevó a los labios para besar sus nudillos uno a uno—. No vas a perderme. Ni un susto más, prometido —aseguró después, mirándolo a los ojos.
Lo cierto es que era consciente de que en las semanas que llevaban casados ya le había dado dos, aunque el ataque de los lobos no hubiese sido en modo alguno su culpa. Ni siquiera era capaz de imaginar cómo se sentiría ella si él quedase inconsciente de repente en sus brazos.
Tragó saliva y sacudió la cabeza, intentando sacar esas ideas de su mente. Se esforzó por sonreír de nuevo y le metió en la boca un trozo de pollo.
—Ah, ya sabía yo que no te ibas a poder resistir —dijo, acercándose para besar su mejilla mientras masticaba.
Después tomó aire y se entregó a la comida, decidida a comer si no todo, al menos lo suficiente para que Arlo se quedase tranquilo.