Partida Rol por web

¡Me pareció ver una linda byakhee!

Le couteau

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18/06/2022, 10:04
Nicole Collard

Nicole arqueó una ceja ante el interrogante lanzado por Gabou.

—Claro que tengo mucho más que lo que dice ese estúpido, manipulable y anacrónico medio de información que sostienes en las manos, Gabou —dijo, muy seria. Sus dedos se aferraron al pincho.

Y sobre Sabine. Tengo mucho sobre Sabine, Gabou.

Eso no lo dijo con palabras, solo con una misteriosa e incisiva mirada.

Habría mirado en ese instante al docteur con pena viéndole manipular su teléfono móvil, pero los ojos de Nicole inspiraban más vergüenza ajena. Si Betancourt trataba de impresionarla con su dominio de las nuevas tecnologías, tendría que seguir intentándolo con más ahínco. Mucho más ahínco.

—Cuidado con los pakis. Cobran con intereses siempre que pueden. Gastan muy malos humos. Si les caes mal te llevas un lapo de regalo en el menú. Lo sé. Los he visto hacerlo —Lo dijo con tal seguridad que asustaba. Era como un preludio a la frase de uno de sus pines: «He estado en lugares que no creeríais.» —Hace cosa de unos días hubo un incidente en un hotel con algunos de ellos. Querían reventar la recepción del hotel y a unos turistas a los que reclamaban una pasta por un paseo en bicicleta. Mala suerte para ellos, pues un recepcionista resultó ser la quintaesencia de Jackie Chan poseído por un tigre. Volaron hostias... —Miró fijamente al docteur, como cuestionando su capacidad para la defensa personal. 

—Hostias como baguettesdocteur. Salió en internet, claro. El Lado Oscuro.

Luego miró a Hékate y a Gabou.

—¿Tenéis ganas de zurraros con esos tíos? Yo pediría en un tai. Es mucho más seguro —Se sorbió la nariz.

Hékate preguntó por el cuchillo.

—Es muy antiguo, creo. Pero no es esa la cuestión —dijo, su mente focalizada en detalles criminalísticos. —La cuestión es que sé que alguien apagó la alarma. Desde dentro —alzó el pincho haciéndose la interesante.

Como sabía que a sus palabras seguiría una sesión de miraditas curiosas de sus compas aprovechó para birlar dos galletas ante el fatal destino que le aguardaba a la caja que había traído Hékate. Tendió una al doctor, inexpresiva, inafectada, pero con una rara e inusual camaradería. A la otra le aguardaba un destino aciago.

—¿Es un buen momento para discutir mis honorarios? —dijo con cierta picardía mientras se metía la galleta en la boca de un solo bocado.

—¿Ffé? —inquirió con la boca llena, cruzándose de brazos mientras mascaba la galleta.

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18/06/2022, 22:17
Jean Gabou

Lobineau. Inspector Couronne. Hm. ¿Había escuchado alguna vez esos nombres? ¿Los había escuchado?

—¿Los he escuchado? —Después de leer la portada del periódico, me volví hacia Hékate, quien tenía su mano apoyada en mi hombro y le pregunté esto mirándola acuciante a los ojos—. ¿Crees que los había escuchado antes, eh? Hm. Preguntas, preguntas. Dinoforio.

Volví a mirar el periódico, repasando de nuevo la noticia y leyendo algunas partes en voz alta mientras levantaba un dedo.

—¡Aturdido André Lobineau!… ¡Airado Lobineau!… ¡Talento felino!… ¡Icónico tragaluz!… Sin duda, aquí hay gato encerrado. Jarono.

Tras decir esto, le pegué con el dorso de la mano al periódico, como si aquello tuviera completo sentido. ¿Lo tenía? Seguro que sí, pero entonces miré a Nico mientras arrojaba el periódico sobre el escritorio.

—¿Tus honorarios? Vaya, Nico, pensé que hacías esto por mi inherente sex-appeal. Me decepcionas. Trulirú.

Le di un largo sorbo al vaso de ginebra, que quedó vacío. Lo dejé sobre la mesa y agarré el otro, que había quedado huérfano. Le di un buen trago también antes de carraspear un poco. Me giré de nuevo hacia Hékate.

—¿Tú también estás aquí por los honorarios? —le pregunté mientras apretaba los labios con pena, pero rápidamente volví mi mirada a Nico de nuevo—. ¿Estáis hablando de comida o de la ONU? Pedid lo que queráis, todo está bien. Pero ahora cuéntame, Nico, ¿quién apagó la alarma? Estás deseando contarlo. Pero eso no es lo más importante. Lo más importante es: ¿por qué nos importa quién apagó la alarma? ¿Hm? Birun.

Me recliné en el asiento girando el vaso en la mano, haciéndome el interesante.

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19/06/2022, 01:17
Hékate

Cuando terminé de leer la noticia me quedé con la misma duda. ¿Era eso el algo que había esperado o no tenía nada que ver? ¿Y, si lo era, qué tenía de especial ese robo? La secta árabe de los Hassassini. Era lo único que parecía interesante ahí. Hice memoria a ver si me sonaba de algo.

Moví los ojos hacia Gabou, que me preguntaba si había escuchado vete a saber qué. Lo pensé un instante y asentí. 

—Seguro que sí, chéri. Seguro que los has escuchado. Pero la pregunta, en realidad, es si los has oído. 

Le di un par de palmaditas en el hombro y dejé que lo reflexionase mientras me apartaba un paso atrás para mirar a Nicole desde ahí. Me hizo reír aquello de los honorarios y aún me duraba la risa cuando Gabou se giró otra vez para buscar mi mirada. 

—¿Ah, pero a ella le pagas? —bromeé risueña—. A ver si vamos a tener que montarte un sindicato. 

Y me fijé en le docteur y sus problemas con el dedo que no pintaba. Era una imagen digna de ver, sin duda, y algo entrañable también. Un cuadro de torpeza tecnológica que quedaba curiosamente rematado con la mancha de sus pantalones. 

—Si Nicolette quiere tai, que sea tai —opiné, divertida con aquel despliegue de prejuicios de la joven—. No queremos pelea esta noche con los pakis, n'est-ce pas?

Tras eso, mi atención y mi mirada se fueron hacia la chica, que había logrado despertar mi curiosidad por lo que parecía un robo normal. No normal en el sentido de habitual o que estuviera bien, pero a simple vista no parecía haber nada que justificase el interés de la Agencia en ese robo. Así que el misterio tenía que estar en el pincho del que presumía Nicole. 

Et bien? Cuéntanos la parte interesante, la que no sale en los periódicos y te ha traído hasta aquí.

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19/06/2022, 19:09
Le Docteur Betancourt

La idea de que uno de esos hombres morenos de penetrantes ojos oscuros y una sola y tupida ceja expectorara en mi biryani fue suficiente para disuadirme de probar esa comida, al menos por aquella noche. Posiblemente se tratara de un invención de Nicole, así se aseguraría de tener ese espantoso arroz con coco que tanto parecía gustarles a los thailandeses. O una estúpida broma para molestarme. Pero ella no era Gabou. No parecía disfrutar de ese tipo de chanzas.

De todas formas, prefiero no correr esos riesgos.

Además, al fin pude echar el diente a una galleta.

Dello, mon dieu. Realmente dello.

El proceso de desbloquear el teléfono y borrar la estúpida fotografía que me había hecho previamente de manera fortuita, mostrando a un desenfocado, viejo y estúpidamente concentrado Betancourt, me dejó tecnológicamente exhausto para buscar el teléfono de un buen restaurante thailandés; por suerte, bajando la Rue de la Roquette, había uno, y a juzgar por el número de pequeñas motocicletas arruinando el aparcamiento público a los parisinos, debían de tener movimiento en el negocio. Movimiento a buen seguro significaría comida más fresca, y por otra parte peores condiciones laborales, y más esputos en el menú.

Desterré las ideas sobre fluidos corporales ajenos en mi comida. 

Fue difícil. Todos hemos visto a los cocineros sudar y sorber mocos, hurgarse las orejas y cosas peores. ¿Y los bichos? ¿Qué me dicen de los insectos, gusarapos y alimañas que campan a sus anchas por esos locales extranjeros y sus extraños productos, que luego nos sirven llenos de sudor y salivazos?. ¿Quién no recuerda el caso de las alcaparras que no eran tal, sino caca de rata?. En ese caso, el chef era francés, pero la cocina asiática.

Qué gente más guarra.

Mi estúpido teléfono había vuelto a bloquearse, y el estúpido pequeño pulsador escondido en su lateral había vuelto a sacar una tenebrosa y movida fotografía, esta vez del techo, al parecer, y la línea del pelo de mi frente, escaso y en clara retirada; cualquiera diría que estaba ansiosa por unirse a mi traicionera y estúpida coronilla, calva y pecosa.

- La mayoría de los robos en museos son una vía para chantajear a la víctima o a la compañía de seguros, o como moneda de cambio en negociaciones entre banda delictivas; el robo fue limpio y sigiloso y, además, por la noche. Ello sugiere, a mi entender, que estuvo bien organizado, con información desde dentro del museo sobre la seguridad, y que los ladrones tienen un destinatario en mente para su botín, como suele ocurrir en estos casos.

- Quizá este caso esté en manos de la estúpida Interpol.

- De todas formas, no entiendo qué interés puede tener el caso del Musée Crune para Lambda - por considerarlo poco elegante, decidí posponer algunas preguntas que tenía para Gabou acerca de los honorarios que Nicole había mencionado.

- Yo también me animo con el arroz. ¿Qué más queréis que pida? 
 

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20/06/2022, 14:16
Cerebro reptiliano primigenio

No tienes ni la más remota idea de quién es Lobineau. Para tener la remota posibilidad de conocerle, tendrías que visitar un museo de vez en cuando. Ambos sabemos que prefieres la intimidad de tu refugio y tu ginebra.

Por otra parte, me sorprende que no recuerdes a Ariyun Couronne. Al fin y al cabo, fue tu compañero antes de... Bueno, ya sabes. 

Terrapaviento.

Te cubrió las espaldas. Es la única persona viva que conoce lo tuyo con Élodie.

Hace años que no le llamas. ¿Habrá cambiado?

Eh.

¿Vas a dejar alguna galleta para le docteur?

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20/06/2022, 14:22
Cerebro reptiliano primigenio

Recuerdas haber leído antes sobre los Hashishim en algún libro de historia hace relativamente poco tiempo.

Se trataban de una secta minoritaria proveniente del chiísmo ubicada en las antiguas Siria y Persia, allá por el siglo XI. Captó tu atención el detalle de que era una secta consagrada al asesinato de objetivos selectivos bajo las órdenes de una suerte de líder espiritual conocido como el El Sabio (o el Viejo) de la Montaña. La secta gozó de una reputación temible en aquel tiempo.

El nombre de la secta en árabe, hashishim, es el origen etimológico de la palabra asesino actual y significa literalmente bebedor de hashis.

Recuerdas con viveza haber leído que existen numerosos historiadores que defienden a día de hoy la teoría de que su letalidad encontraba relación con una singular práctica: los Hashishim bebían aceite de hachís antes de acometer sus asesinatos.

- Tiradas (1)
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20/06/2022, 14:35
Nicole Collard

Nicole tecleó en su teléfono sin apartar la mirada de Gabou.

Trulirú: ¿Tururú? Debo investigar. Gárganos...

—Por lo pronto, tu próximo cliente me lo debes a mí —disparó sin muchas contemplaciones y de tal modo que sembró el desconcierto entre el personal. Era frecuente que Nicole personalizara Lambda en Gabou. Hasta ahora, no había presenciado ninguna intervención espiritista de Hékate (y eso que ardía en deseos de verlo con sus propios ojos). Tampoco había visto al docteur practicarle la autopsia a algo fuera de lo normal, a pesar de que confesaba haber mantenido un combate de kung fu con un zombi. Para ella, Lambda era Gabou. El resto, una panda de especialistas a disposición con cierto encanto, más o menos justificado, por el esoterismo y las ciencias ocultas.

—Supongo que podrías agradecérmelo, ¿no? —añadió, lacerante. Sus ojos se habían entornado. Y cuando los ojos de Nicole se entornaban, lo más prudente era cubrirse la yugular con la mano. Por si.

El docteur empezó a trabajar la lógica ante el foro. Nicole se sorbió la nariz por toda respuesta. No entró a comentar sus deducciones. Tampoco la entrañable relación de odio-odio que mantenía con su celular.

—Arroz con pato para mí. Y salsa picante. Y pepinillos. Y una Cola fría. Necesito una Cola fría —Pareció pensar por un instante. —Creo que eso es todo. ¿Invitas? —preguntó a Gabou. —Deberías —añadió con una bien medida carraspera incriminatoria.

Sacó su portátil. Se aproximó al escritorio y se detuvo frente al detective.

—¿Te importaría hacer hueco a Crypto en este desastre? Gracias —Casi pudieron notarle las estalactitas que emergieron en sus palabras.

Aguardó a que Gabou hubo retirado suficientes bloques de documentos para depositar su amado y ultrapersonalizado portátil, una computadora con suficientes luces como para hacerte sospechar estar siendo abducido por una nave extraterrestre en miniatura. 

—¡Nonono-te-lleves-las-galletas! —dijo rauda, alcanzando una y llevándosela a la boca, sin llegar a masticarla.

Cuando introdujo el pincho en uno de los puertos USB de Crypto, comenzaron las fracturas de pensamiento.

Las imágenes estaban extraídas de cámaras ubicadas por los alrededores del museo a la hora que, según las genéricas estimaciones que arrojaba la prensa, se había producido el robo. ¿Cómo las había conseguido Nicole? La respuesta, a buen seguro, era extremadamente ilegal.

La mayoría de las grabaciones no aportaban nada relevante a salvo del tráfico nocturno parisino por los alrededores de los Campos Elíseos, a salvo dos de ellas.

Para sorpresa de los allí presentes, en la primera se apreciaba con claridad la pétrea silueta del Crune bajo la noche de París. Una sombra escurridiza se deslizaba con habilidad por el techo del museo rumbo al tragaluz. Antes de descender, aguardaba un instante. Luego horadaba un butrón en la cristalera abovedada y, acto seguido, se precipitaba al interior del museo ayudado de un cable extensible. Minutos más tarde emergía la misma figura con lo que parecía un estuche o un pequeño maletín en las manos. Ninguna alarma parecía haberse activado a juzgar por la calma con la que actuaba la anónima sombra.

—¿Ef hombre o mujer? ¿Qué penfáif? —preguntó Nicole a mandíbula batiente. Ese arroz iba a tener que pelear por un hueco con las galletas de Claudine, la repostera de la leyenda.

La segunda grabación era aún más reveladora. Captaba a la silueta indistinguible portando el estuche cerrado y deslizando otro idéntico en una anodina papelera de un callejón aledaño. La misteriosa sombra se subía entonces sobre una motocicleta y tras arrancarla se perdía en la noche de París. Nicole pidió entonces atención. Avanzó varios minutos la grabación. Otra figura, esta claramente masculina, entraba en acción de espaldas a la cámara, paseando disimuladamente por el callejón. Gabardina larga. Sombrero de fieltro. Emitió una profusa vaharada de lo que pareció humo. Introdujo una furtiva mano en la papelera, rebuscando entre su contenido. Halló el estuche y guardándolo en su gabán salió de escena con discreción.

—Hay algo más... —dijo Nico mientras se rascaba la nariz con el dorso de la mano. —He escrito al director del Crune.

>> Le he dicho que podemos ser de ayuda en la resolución del caso.

Por lo que pudiera pasar, cogió una de las últimas supervivientes de Claudine.

—Quizás haya sido particularmente persuasiva... —añadió con ese inconfundible deje con el que los niños pequeños confiesan una travesura.

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21/06/2022, 15:21
Jean Gabou

—Sí, sí, sí. Lo he escuchado. ¡Y oído! —le respondí a Hékate—. Mierda, si ese Couronne no es otro que mi buen Ariyun. ¿Me estoy volviendo viejo, Hékate? —le pregunté a la joven volviéndome a ella, con gesto preocupado—. ¿Cómo puede ser que olvide tan fácilmente el nombre de Ariyun? Terropantanievo. Secrodie.

Estaba realmente preocupado y, por supuesto, ante tal circunstancia no pude hacer otra cosa que vaciar el vaso de ginebra de un trago. Aproveché la protección del vaso para hacerme el sordo con el tema de los honorarios. Si ya chocheaba tanto como para olvidarme del nombre del inspector Couronne, no resultaría extraño que no pudiera escuchar una conversación sobre honorarios y demás.

—Bueno, bueno, hay que pagar las facturas —dije como vaga respuesta al tema, mientras volvía a llenar los dos vasos con la botella que reposaba sobre la mesa.

No me interesaban las disquisiciones gastrointernacionales, yo nunca tenía hambre, yo era de esas personas que se malalimentaban con ginebra y lo que cayera, como galletas, por ejemplo, o quizás un pedazo de pan tailandés, llegado el caso. Lo que fuera. Así pues, dejé que los demás decidieran la cena.

—Claro, Nico, claro. Yo invito, claro. Pedid lo que queráis, pago yo. Mernión.

Miré aquellas grabaciones con atención y luego escuché a Nico decir que ya se había puesto en contacto con el director del Crune. Me eché para atrás en el asiento y me rasqué la barbilla un rato, haciendo un ruido áspero por la barba mal afeitada de unos días.

—Pobre hombre —musité, pensando en los chantajes a los que Nico habría sometido al director del Crune—. Así que dos estuches, ¿hm? Y dos personas. O uno de los estuches estaba vacío o se llevaron algo más del museo y nadie lo ha revelado. El director debería saber eso, claro. Gurpo.

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21/06/2022, 15:49
Hékate

A la mirada preocupada de Gabou, le devolví una sonrisa indulgente. 

—Es cosa de los gárganos y los brómeros, tú no te preocupes. Lo importante es que los oyeras, porque no es lo mismo comme ci comme ça. Ya me entiendes. 

Una vez pasada la broma de los honorarios, me sumé a las peticiones que iba haciendo Nicole a le docteur

—Para mí un refresco de té con limón. Y el arroz con verduras y con anacardos.

Dejé que se tomara su tiempo en su periplo tecnológico y me moví para poder ver el vídeo en la pantalla del ordenador. Miraba muy atenta, a la espera de ver algo, ya fuese visible o no. Cuando apareció la figura en el tejado, contuve el aliento y por un instante miré a Gabou queriendo averiguar si él también la veía, un deje automático que arrastraba desde que las sombras empezaron a moverse. Cuando el vídeo terminó, tamborileé con mis uñas pintadas de malva sobre la superficie de la mesa. 

—O quizás el ladrón ha estafado al comprador con una copia. Podría ser, n'est-ce pas? Así se lleva el dinero y el cuchillo. Doble beneficio. 

Enderecé la espalda, aún con la mirada en la pantalla. 

—Los hashishim eran asesinos rituales, una secta antigua y temible. Leí algo sobre eso hace poco. Podría tratarse de fanáticos queriendo obtener una reliquia. —Miré a la chica—. Nicolette, ¿has mirado ya en el mercado negro ese de internet, eso de los hackers? Quizás estén vendiendo el cuchillo, o la copia. 

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22/06/2022, 08:14
Nicole Collard

Nicole asintió ante la pregunta de Hékate.

—De momento, no he visto nada relacionado con este asunto. He echado un ojo por aquí y por allá, pero en los foros de la cara oculta de internet parece haber interés en armas más... modernas, por así decirlo. No hay fotografía alguna del cuchillo que han robado. No tengo una referencia visual.

La joven asintió ante la teoría expuesta por Hékate, sin apartar la vista de la pantalla mientras esta reflejaba una vez más la segunda grabación que Nicole había mostrado a sus compañeros.

—¿Quizás son cómplices? —preguntó a la Chica del Pelo Púrpura, pensando en voz alta para sí misma. Se cruzó de brazos. Siempre lo hacía cuando reflexionaba. Se quitó la capucha, destapando su alborotada cabellera castaña.

Miró a Gabou, al que vio perdido y naufragando en ginebra.

—Estás bastante lento. Mira esto —Repitió la segunda secuencia, pero haciendo énfasis en el momento exacto en el que el ladrón se subía a la motocicleta.

Amplió la matrícula. Estaba demasiado pixelada para apreciar número o letra alguna.

Meeeerde... Tengo que trabajar en esto. Creo que puedo aclarar la imagen —dijo volcándose sobre el teclado del ordenador como un halcón en picado, tecleando nerviosamente a toda velocidad.

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22/06/2022, 22:46
Le Docteur Betancourt

Explicar a la persona de voz desinteresada y acento imposible lo que era un estúpido pepinillo en vinagre resultó ser una tarea bastante ardua que me dejó con la sensación de incertidumbre acerca de la efectividad de mis explicaciones y la motivación de mi interlocutor por incluir sus escupitajos en la comida.
No entiendo porqué estas personas hablan tan rápido si no dominan el idioma. 

De todas maneras, la merienda para la reunión pronto estaría en camino, y ya podía centrarme en el caso Crune. Aunque no entendía para qué podía hacer falta un médico forense en este asunto del cuchillo de piedra antiguo. Aun así traté de aportar las ideas que me sugirió tal hecho.

- Pues si ese cuchillo ritual original ha sido sustituido, a buen seguro no les va a funcionar en lo que sea que quieran hacer con él.

No pensaba algo así, en realidad. Estaba convencido de que algún coleccionista habría pagado por hacerse con el artículo, como motivo del robo, o cualquier otro móvil económico; pero ante la presencia de Hékate lo místico cobraba un sentido, una lógica, que me hacía aventurarme a decir cosas así, medio en broma medio en serio.
 

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22/06/2022, 23:29
Jean Gabou

Enarqué una ceja escéptico para mirar a Hékate después de que hablara de gárganos brómeros.

—No, no, no. Lo estás usando mal, querida. Bueno, mejor así.

Sí, mejor así. Esas palabras eran mías. ¿Me explico? Para mí era importante que esas palabras fueran únicamente mías, mis pequeños refugios. Almonios.

Escuché las disquisiciones que vertían unos y otros y luego miré de nuevo la pantalla de aquel demonio tecnológico cuando Nico agrandó la imagen para tratar de ver la matrícula sin éxito. Dejé el vaso de ginebra sobre la mesa y volví a rascarme con aspereza la barbilla.

—No creo —dije de forma un tanto desconcertante, sin responder a nada en concreto—. No creo que sean vendedor y comprador. Más probablemente cómplices. No entregas la mercancía al comprador en el mismo lugar del crimen. Todo puede ser, todo puede ser. Pero esto nos lleva de nuevo a la pregunta: ¿Por qué dos maletines? ¡Gazmo!

Me levanté de la silla y me dirigí a mi sillón, al pensorero. Me derrumbé sobre él mientras soltaba un pequeño resoplido. Me dejé hundir. El pensorero era cómodo. Te podías dejar absorber por él hasta que alguna idea terminaba decantándose entre sus telas sucias y caía en mi cabeza.

—Fanáticos. Maletín. Calanquinomares. Ritual. Hashishim. Cuchillo. Crune. Grus. Bueno —dije moviendo una mano en el aire sin mirar a nadie. Parecía que iba a seguir hablando, pero me quedé en silencio un rato mientras la mano se movía desde la muñeca haciendo un giro. Al fin, tras varios segundos, volví a hablar, levantando la mirada hacia Hékate—… si fueran fanáticos, no creo que quisieran vender el cuchillo: yo me lo guiso, yo me lo como. Bemolio. ¿No te parece? ¿Claudine sabe guisar o sólo hace repostería? Tengo que conocer a Claudine. Es imperativo.

Miré después a Nico.

—Tendríamos que hablar con tu amigo el director. Él debe saber si se llevaron algo más que ese cuchillo. Dos maletines. Dos. Debería hablar con Ariyun. Couronne. A ver qué sabe él.

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23/06/2022, 08:38
Cerebro reptiliano primigenio

Si Couronne está al cargo del caso en el Crune, significa que está destinado en la Brigada de Robos.

No debería costarte demasiado localizarle en la Gendarmería.

Notas de juego

[Si superas una tirada de Voluntad (2D6 + tu puntuación de VOL) de dificultad 6 POR LA MAÑANA, puedes rolear que con algo de labia te facilitan el teléfono de Ariyun por aquello de ser ex poli].

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23/06/2022, 08:48
Narrador

Nadie podía negar que Nicole había lanzado sobre la mesa un buen misterio nocturno.

¿Quién estaría interesado en robar una pieza de una exposición histórica en un museo relativamente desconocido como el Crune?

Además del ladrón, ¿quién era el tipo de la gabardina? ¿Por qué dos estuches?

Sumidos como estaban en cábalas variadas en torno al intrigante asunto del robo del cuchillo, ese instrumento que según le docteur solo servía para untar mantequilla, sonó el timbre de la pequeña oficina pasados unos instantes. Debía tratarse sin duda de la comida tailandesa, pensaron al unísono.

A veces, solo a veces, la comida tailandesa adopta la forma de un enigmático anticuario.

Notas de juego

Avanzamos, que no puedo vivirrrrrr sabiendo lo que os espera.

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23/06/2022, 09:00
Mason Savoy

El hombre que accedió al despacho parecía ciertamente confundido. Quizás anonadado.

Se trataba de un anciano algo bohemio que sin duda vivía la magia de los sesenta y muchos en lo que bien podía tildarse de amable senectud. Tenía un rostro muy particular, con unas mejillas generosas y caídas, algo así como si su cráneo estuviese recubierto por un enorme guante de carne de una talla más grande, ya dado de sí por la edad. Se asemejaba bastante al enorme gran danés que le acompañaba en labores de guardaespaldas, una bestia imponente, de manto blanco como la nieve sembrado de pequeñas motas negras, una especialmente notable circundando su ojo derecho. Pensar que aquel can compartía raza con Scooby Doo resultaba desconcertante.

El tipo vestía como un dandy. Traje de tres piezas, guantes de cuero, zapatos de hebilla y un excelente abrigo largo perlado de gotitas de agua. Hasta portaba un bastón con un cabezal de plata que emulaba a algún tipo de animal. ¿Un cuervo quizás? Se retiró de su cenicienta melena una boina y esbozó una intrigante sonrisa enmarcada en una cuidada y nívea perilla bastante tupida.

Bonsoir. ¿Tengo el gusto de dirigirme a Jean Gabou, le détective? —preguntó con voz cavernosa, superada la impresión inicial por el estado del despacho.

—Mi nombre es Mason Savoy. He recibido muy persuasivas, y muy oportunas referencias de su trabajo, monsieur. Y lo cierto es que necesito extrema discrétion en un asunto que me resulta tan embarazoso como preocupante.

Miró a su alrededor, tratando de ubicar un lugar en el que sentarse en mitad del vórtice de entropía que era aquel despacho.

—Veo que anida usted en las entrañas mismas del Tártaro, mon ami —dijo, haciendo una velada alusión a la mitología griega. —¿Este es su equipo? Oh, enchanté —dijo haciendo una caballerosa reverencia a Hékate y a Nicole. Al doctor le reservó un viril asentimiento de cabeza que más pareció un saludo castrense.

El perrazo se sentó con disciplina militar a su lado, sus ojos avellanados clavados en Betancourt con aire suspicaz.

—En primer lugar, quisiera saber algo de su experiencia profesional en el campo del latrocinio, monsieur Gabou.

>> En segundo lugar... ¿Dónde puedo sentarme exactamente? —inquirió, alzando sus expresivas cejas.

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23/06/2022, 16:25
Jean Gabou

—Sí, mañana intentaré contactarlo —hilvané con mis pensamientos anteriores—. Sí. Couronne. Hm. Hmmmm.

Fue el timbre el que me sacó de mis vagos pensamientos. El timbre y el hombre que vino tras ese sonido. Algunos podrían pensar que aquello era un hombre con un gran danés, pero yo veía más bien un gran danés con un bulldog. Un bulldog vestido con ropas impropias de su raza, todo sea dicho.

—El mismo —le respondí a la pregunta sobre mi identidad.

Me levanté del pensorero y se lo señalé al bulldog. Imaginé que por ser un bulldog no le importaría sentarse en un sillón sucio, pero si vestía de ese modo quizá sí le ponía reparos al pensorero. Bueno, él sabría.

—Tome asiento, monsieur Bulld… Savoy, siempre hay sitio para uno más en el Tártaro.

Lo miré un poco sorprendido al escuchar la pregunta acerca de mi experiencia en el latrocinio. Me rasqué de nuevo la barbilla. Ruido áspero. Rirrarrot.

—Claro, sí, sí, el latrocinio, monsieur Savoy. El latrocinio. Furiulín.

Me volví hacia una pila de archivos que estaban sobre una silla y empecé a remover papeles, tirando varios de ellos al suelo de forma desordenada.

—El latrocinio, claro, claro, furiulín —musitaba mientras revolvía los papeles hasta que di con una carpeta—. ¡Ah! ¡Equití! Claro, claro, el latrocinio. ¿Le suena el caso de los ladrones de la Roquette? —inquirí mientras le alargaba la carpeta por si quería echarle un vistazo.

¿Sorprendidos, queridos lectores? ¿Pensabais que todo ese desorden era algo absoluto, absurdo e imposible? Bien, pues os equivocabais. Mi mente era desordenada, pero no mis manos; ellas sabían dónde estaba cada cosa en aquel rincón del Tártaro. Hasta en el infierno de Dante había círculos ordenados, ¿o no? Todo tiene una lógica. ¡Gazmo que sí!

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24/06/2022, 08:58
Mason Savoy

Savoy tomó la carpeta de manos del detective con su desconcierto en aumento ante tan estrafalario personaje. Era evidente que Gabou hablaba francés, pero había algo, palabras sueltas, quizás interjecciones, que revelaban alguna particularidad a buen seguro fascinante desde el campo de la psiquiatría. Quizás, después de todo, este tipo  era el indicado para la tarea que estaba a punto de encomendarle.

—¿De la Roquette? ¿Se refiere usted a los hermanos Pierre y Gustave de la Roquette? ¿Los que suplantaron la identidad de los hermanos Fettuccini con la intención de robar a Salad ad-Din, el purasangre más caro que ha pisado el hipódromo de Longchamp? ¿Fue usted el hombre que les dio caza, détective? Oh, je suis vraiment impresionné.

Ojeó la carpeta mientras se disponía a tomar asiento. Se dejó caer pesadamente, evidenciando cierta fatiga física. Su guardaespaldas se acercó a él, se sentó a su lado y apoyó la cabeza sobre el reposabrazos, demandando un rascado craneal que Savoy no tardó en ofrecerle.

—Verá, monsieur Gabou. No sé exactamente por dónde comenzar. Empezaré por presentarme debidamente, oui. Al igual que usted es un curtido détective, yo soy anticuario desde mi más tierna infancia. Siempre me han apasionado la historia y las antigüedades. Y he hecho fortuna con tales pasiones, de lo cual estoy especialmente orgulloso. Soy el dueño del Museo Crune, aquí, en París. Es un pequeño museo consagrado al arte medieval. Nada ostentoso, pero es mi contribución personal a la ciudad que me vio nacer.

>>Resulta que tengo cierto prestigio en el mundillo profesional. Todo lo que ofrece el Crune forma parte de mi colección personal. Artefactos y antigüedades que he logrado conseguir durante toda una vida. Y como todo buen coleccionista que se precie de serlo... soy terriblemente celoso de mis propiedades, monsieur Gabou.

El anciano hablaba de modo pausado y sereno, pero con la vehemencia de un sabio.

—Me han robado un objeto muy valioso de mi colección, monsieur. Un objeto que me costó una notable cantidad de dinero y tiempo conseguir. Se trata de un cuchillo curvo con una antigüedad de más de diez siglos. Su valor es incalculable. Quiero que lo recupere con la máxima discreción posible. Ignoro cuál es su tarifa... —dijo al tiempo que extraía un grueso sobre de su abrigo y lo depositaba en el escritorio, frente a Gabou.

—Pero esto debería cubrirla.

El sobre contenía suficiente dinero para mantener a flote la agencia holgadamente un año. Quizás un par de meses más.

Aquello podía explicar la omnipresencia del gran danés, que miró a Gabou palpar el ladrillo de dinero con la delicadeza con la que se procede a efectuar un tacto rectal a un traficante de drogas.

—Como usted bien sabrá, détective, cuando acaece un delito de estas características, la Policía investiga por sí misma los hechos hasta hallar al culpable, algo que genera cierta publicidad morbosa que incluso puede ser beneficiosa para el museo si se recupera el botín, claro. Pero resulta que no deseo esa clase de publicidad... Ni para mí, ni para el ladrón.

>> Quiero que recupere mi propiedad con la mayor urgencia, détective.

Savoy tendió a Gabou una tarjeta garabateada con una dirección. Se trataba de un ático ubicado en Nanterre.

—El hombre que me ha robado es, en cierto sentido, mi pupilo. Esa es su dirección. Consideré husmear su apartamento personalmente, pero, a diferencia de usted, monsieur Gabou, adolezco de experiencia en el arte del latrocinio. No he dado su nombre a la Policía, por supuesto. Insistiré una vez más: deseo que este asunto se solucione en la más absoluta discreción, de ser esto posible.

>> ¿Supone para usted algún problema alguna de mis condiciones, détective?

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25/06/2022, 17:01
Le Docteur Betancourt

La aparición de aquel peligroso cancerbero en el despacho de Gabou era lo último que me esperaba en este día extravagante e impredecible.

Ahí estaba, el culpable del sobresalto que ocasionó la estúpida mancha  de mis pantalones. Y junto a él, un distinguido señor, impecable y discordante, como todos los demás componentes de la creciente reunión. 

La gente puede ir por ahí con todo tipo de bestias sin ningún tipo de control. Desconozco cual será la siguiente mascota en ponerse de moda por las calles de este zoológico llamado París. ¿Una capibara, una hiena, un ligre quizá?. Mon dieu. Qué país.

Al menos si el repartidor de comida resultaba ser violento, a la postre, aquella especie de equino baboso y sus cuatro decenas de dientes podrían ayudar. A buen seguro el interior de aquel prieto abdomen podía dar cobijo a un cadáver pertinentemente despedazado y deglutido por esa bestia. Además los asiáticos no tendían a ser muy corpulentos.

En cualquier caso, traté de no hacer visible mi contrariedad ante la llegada del inesperado nuevo invitado y su montura a lo que se estaba convirtiendo en una reunión en toda regla. Una manifestación más bien, un estúpido tumulto entre aquellas cuatro paredes. ¿O eran cinco?. El pequeño despacho de Gabou carecía de las reglas típicas de la construcción, o quizá era el desorden reinante lo que daba la impresión de carecer de ángulos rectos, siendo obtusos o agudos cada uno de los que conformaba el atestado mobiliario contra las paredes gastadas.

No sabía si ese hombre tan elegante sentiría gusto por la comida tailandesa, parecía un educado señor, todo un chevalier. En cualquier caso, valoraba si sería mejor intervenir ahora preguntándole por si quería incluir algo en el pedido común de comida, para poder llamar al estúpido restaurante antes de que el repartidor saliese. En otro caso, seguramente habría que compartir la cena, lo que sería fastidioso e incómodo para todos.

Al final decidí arriesgarme y no decir nada. Me parecía abrupto y fuera de lugar ante el que a todas luces era un valioso cliente de Gabou. Seguramente la visita de aquel discreto anticuario sería breve y con un poco de suerte se iría antes de llegar la comida.

Jean conocía a mucha gente de la más variada condición. De la misma manera que podía alternar con un Inspecteur de la Gendarmerie, una hacker trasnochada o una encantadora bruja salida de una serie juvenil, no me resultaría extraño en absoluto que contara con todo tipo de profesionales en su agenda. Legales o no en sus actividades, eso era otro cantar.

Me pareció advertir cierta sorpresa inicial en el impecable anticuario al enfrentarse a Gabou y su monde terrible habitado por sus raras palabrejas y actores no menos estrafalarios. Este hecho me resultó lo suficientemente divertido para obviar por momentos la mirada inquisitiva y extrañamente inteligente de La Bestia; el rechazo por compartir el mismo aire viciado y cargado de partículas del despacho de Gabou con los pulmones del perro me hacía respirar a pequeñas bocanadas, y estaba empezando a sentirme realmente incómodo. 

Espero que a Gabou y a Nico no les diera por encender uno de sus estúpidos palitos de muerte para terminar de intoxicarnos.

Las teorías que estábamos manejando acerca del ladrón del Crune y las imágenes que Nicole nos había traído se centraban en el hecho de que hubiera dos personas en la escena del crimen. ¿Podría tratarse de la misma persona?. En otro caso, ¿se conocerían entre sí?. ¿Qué relación podía existir entre ambos, se trataba de cómplices, o más bien socios comerciales?. También cabía la posibilidad de que conocieran el hecho de que estaban siendo grabados, y todo fuera una impostura. Poco probable, cierto, pero cosas más raras se han visto.

Por otra parte, ¿por qué dos estuches? ¿Estaría uno vacío, o ambos, o contendrían sendos artículos, o una falsificación?.

La llegada del señor Savoy planteaba nuevas y estimulantes preguntas, y la luz que alojaba sobre el caso se me antojaba demasiado artificial, impostada, como los trucos del cine para sorprendernos con un bonito atardecer que en realidad no existe. Aún así, las respuestas de Mason podrían proporcionar algún nuevo hilo del que tirar en este, aparentemente, simple caso. Algo me decía que todo esto se iba a complicar; quizá la mirada del perrazo, que leía mis pensamientos y se regodeaba porque sólo yo podía ver su verdadera naturaleza bestial. 

Aparentemente, el trabajo consistía en viajar a Nanterre y recuperar el artículo robado, si es que seguía en poder del pupilo de Monsieur Savoy y conseguíamos encontrarle. A juzgar por el generoso pago, no sería tarea fácil en absoluto. 

Nanterre; argelinos, comunismo y baloncesto. N'est pas si mal.

 

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25/06/2022, 20:41
Hékate

Me reí cuando el detective me corrigió por usar mal sus palabras, sus tesoros. No me importaba, simplemente me parecía divertido de vez en cuando usarlas sin preocuparme por su significado, como una pequeña travesura sin más, solo por ver ese ligero desconcierto en sus ojos al escucharlas. 

Contemplaba con curiosidad lo que hacía Nicole para aclarar la matrícula, pero también estaba pendiente de la conversación. Y cuando, de la nada Gabou preguntó por las dotes de Claudie, me reí otra vez. 

—Sabe guisar, pero en el café solo hace pâtisseries. Pásate cuando quieras y te la presento. 

Ya sabía que no iba a parar hasta conocerla, así era Gabubu cuando algo se le metía entre ceja y ceja.

—Además, está soltera —agregué, con una sonrisa llena de inocencia. 

Sin embargo, algo que había dicho le docteur se me había quedado dando vueltas. Si la daga entregada no era la daga real, no funcionaría para su propósito. 

—Hm. Si la quieren para hacer un ritual seguro que no funcionará, c'est vrai. Quizás el ladrón quiere evitar ese uso, justamente. —Me di un par de toques en la barbilla mientras pensaba—. Quizás deberíamos investigar si ha subido la demanda de aceite de hachís últimamente. 

La llegada de un perro enorme acompañado de un señor me sacó de mis pensamientos. Los contemplé a ambos con un destello divertido en la mirada y mi sonrisa se estiró poco a poco, entretenida por lo pintorescos que resultaban. 

Bonsoir —saludé, permaneciendo en segundo plano no demasiado discreto. 

Mientras él y el detective hablaban, yo me fui acercando como quien no quiere la cosa al perrazo. Era un animal magnífico y no podía evitar preguntarme si el hombre cuidaba del perro o el perro cuidaba del hombre. Casi me parecía más lo segundo que lo primero. Al llegar a su lado alargué la mano, ofreciéndosela para que me oliese, pero ya tenía toda la intención de agacharme a su lado y acariciarle la cabezota. 

C'est magnifique. Qué perro más bonito. Yo soy Hékate. —Sí, me estaba presentando al perro—. Eres un chico muy guapo, n'est ce pas? Bien sûr que si. 

Aparté la mirada del animal para seguir con los ojos el sobre que el tipo le daba a Gabou. Vaya, era un sobre muy gordo. De pronto el caso cobraba importancia, no solo por el interés del misterio en sí, sino por lo generoso del pago. Eso solo podía significar una cosa: el asunto se iba a complicar más de lo debido. 

Arqueé las cejas con sorpresa al escuchar a quien señalaba el anticuario como ladrón, y dejé una última caricia en la cabeza del perro antes de ponerme en pie de nuevo. 

—¿Su pupilo? —pregunté, metiéndome en la conversación con total tranquilidad—. ¿Por qué está tan seguro de que se trata de él? 

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27/06/2022, 01:07
Jean Gabou

—¡Saladino! Eso es, eso es, el mismísimo Saladino, ¿quién lo hubiera dicho, verdad? Soberbio equino, sin duda.

Sin embargo, el asunto de los ladrones de la Roquette quedó rápidamente eclipsado por todas las explicaciones que empezó a aportar monsieur Savoy. ¿Y no era una suerte que justamente apareciera el dueño del Crune por la puerta cuando estaban hablando de aquel asunto? Cualquiera habría dicho que un extraño cerebro reptiliano o algún maquiavélico amo de la galaxia (¿se dice así?) había predispuesto estos encuentros. Guataperri.

¡Pero yo no era cualquiera! Yo no iba a creer ni por un momento semejante superchería. Ni cerebros reptilianos ni amos de la galaxia. Esto sólo podía ser obra de las maniobras de la oscura Nico o bien del azar. El azar. Ese elemento que nos rehusamos a aceptar como parte de nuestras vidas; conectamos puntos aleatorios con líneas, como si así elimináramos el azar, pero esas líneas son frágiles y permanecen sólo gracias a nuestra creencia en ellas, como si fueran hadas en un cuento de Peter Pan. Búmpedo. La gente nos paga a los detectives para que creemos líneas entre puntos aleatorios cuando ellos no son capaces. Ese es realmente nuestro trabajo: darle sentido al azar en la vida de las personas. Somos casi como sacerdotes, si lo piensas bien. Sacrotive.

No puedo decir que aquel sobre no activara la parte codiciosa de mis glándulas salivales. Demonios, de algún lado hay que sacar el dinero para pagar la oficina, el alquiler de mi piso y la ginebra. Y para pagar honorarios, claro, claro. También.

Escuché la pregunta que Hékate le hizo a Savoy y miré a la joven de reojo, asintiendo a su pregunta. Luego, devolví la mirada al sobre de dinero.

—En cierto sentido —murmuré sin apartar aún la mirada del sobre de dinero, pero dejándolo de nuevo sobre el escritorio—. En cierto sentido, ha dicho usted, monsieur Savoy. —Ahora sí, devolví la mirada al bulldog—. Es, cito, «en cierto sentido», su pupilo.

Miré la tarjeta que me extendió para ver el nombre y la dirección del tal pupilo.

—En cierto sentido —seguí musitando—. Cemín. ¿En qué sentido, monsieur Savoy? Como bien dice mi joven compañera, Hékate, ¿qué le hace pensar...? No, no, no pensar. Cito: «¿Por qué está tan seguro de que se trata de él?». —Miré a Hékate—. ¿Lo he citado correctamente? Ortimimimi. Más aún —dije devolviendo la mirada a Savoy—, ¿cree que actuó en solitario?

Dejé unos segundos de silencio, como dejando que aquellas preguntas calaran en el bulldog bien vestido y luego me dirigí a mi escritorio. Agarré uno de los vasos —ya estaban los dos vacíos— y bebí una última gota del fondo. De espaldas a Savoy, añadí algo más:

—Su valor es incalculable. Infinmatún. Pero usted es anticuario, monsieur Savoy, usted compró esa pieza, que le costó, cito, «una notable cantidad de dinero». Usted —dije dándome vuelta— le puede poner un precio a esa pieza. Dígame algo más. ¿Qué hace de ese cuchillo una pieza cuyo valor es incalculable?

Enarqué las cejas, esperando una respuesta, pero antes levanté un dedo.

—Por supuesto, la discreción es parte siempre inherente a mi trabajo, por eso no debe usted preocuparse. Tranjicaroso, monsieur Savoy, tranjicaroso.

Rebusqué finalmente entre los papeles de mi escritorio hasta dar con una libreta y anoté con un lápiz mientras musitaba al mismo tiempo:

—Claudine. Galletitas. Felicidad flota a su alrededor. Sabe guisar. Manos mágicas: mengiranos. Croissants. ¿Soltera? ¿Hékate alcahueta?