Mantengo el orden siguiente: Contesto con Couronne a Le Docteur y Gabou y dejo para el final a Hékate. ;-)
En dramáticos capítulos anteriores...
@Le Docteur: - Oui, monsieur, me ha descubierto. Consumo comida rápida con profusión y alegría, ¿Sabe usted?. Una sucesión de desafortunados incidentes han hecho que mi camisa termine así, hecha un asco. No sabía que tal hecho fuese relevante, oiga.
- Imagino que se lo estarán pasando ustedes en grande con esta absurda representación del trabajo policial, mes amis, pero les ruego vayan al grano pues mi amigo necesita ir a un Hospital.
- Negligencia por omisión de asistencia médica, ¿Saben ustedes lo que es eso, verdad?
Couronne mantuvo su hieratismo. Sus ojos parecieron entrecerrarse lenta... mente. Luego esbozó una sonrisa leonina.
—Todo es relevante, docteur Betancourt. Toooooodo. Desde las manchas de su camisa... —Señaló los lamparones que lucía su sospechoso con un dedo acusador. —Hasta la bolsa que el portero dijo le colocaron en la cabeza para confundirle antes de noquearle. Una bolsa de supermercado que tenía manchas... de comida tailandesaaaaa.
Couronne hizo adrede una pausa dramática.
Quería que Le Docteur supiera que lo sabía.
—Monsieur Tarras ha referido que antes de que se fuese la luz, él mantenía una conversación, cito textualmente: Con un hombre de rostro aquilino y el aspecto de un ciervo deslumbrado por un coche en una carretera de montaña.
Nueva pausa centrada en aumentar la sudoración del sujeto pasivo: Le Docteur.
—Díganos, docteur... ¿Conoce usted a alguien así? —inquirió con un ligero giro de cabeza hacia la derecha.
Cada pregunta de Couronne parecía atornillar un certero puñetazo en el bajo vientre del docteur. Quizás a eso se debían los pinchazos que sentía a estas alturas en sus genitales. O quizás se tratase de la próstata, esa ramera despiadada. Que uno empieza una noche detectivesca pero no sabe cuándo esa zorra advenediza va a empezar a tocarle a uno las gónadas.
—Añadió algo interesante monsieur Tarras: poco antes de que hiciese acto de aparición ese enigmático hombre de mediana edad dotado de una proverbial si bien avícola nariz, hubo otro individuo que entró en el edificio con un aspecto sospechoso. Según el conserje, vestía un gabán y sombrero de fieltro. ¿Vio usted por casualidad a este... hombreeeeee?
Couronne se puso en pie y se quitó su gabardina y la colgó con diligencia en el perchero. Aquel tipo pretendía ponerse cómodo para el asedio. Desde luego, aquello era un mero calentamiento para él.
—Usted ha dicho que su misión consistía en distraer al portero, monsieur Tarras. Explíquese. ¿Cómo lo distrajo? ¿Le noqueó usted? ¿O quizás... fue Jean Gabooooouuuuuuu...?
Peligro. Arenas movedizas. Los ojos de obsidiana de Couronne analizaban cualquier tic, cualquier gesto de Betancourt con el celo del cazador.
—No debe preocuparse por Jean Gabou, docteur... Está estable. Estable... dentro de la gravedaaaaad —musitó con esa cadencia digna de un Ricardo III durante uno de sus careos con sus infelices reos en la sala de torturas. —En su lugar me preocuparía más por contarnos todo lo que sepa sobre el incidente en el apartamento de monsieur Lefevre.
>> Quiero saber qué ocurrió allí dentro, docteur.
El tipo sombrío que aguardaba a su espalda se aproximó a la mesa y dejó caer una carpeta de un color crema. Volvió a su posición sin decir nada, pero Couronne ya sabía qué pretendía.
—Díganos, docteur. ¿Sabe usted realmente quién es Jean Gabou? —preguntó de repente.
Miró fijamente a su interrogado.
No es que le hubiese mirado de una forma diferente hasta entonces.
De hecho, no tenía pinta de que Couronne mirase a su mujer por las noches de una manera que no fuese esa misma.
Le Docteur tuvo de repente una perturbadora ensoñación en la que recibía una tarjeta de felicitación el 24 de diciembre y al abrirla estaba le inspecteur fulminándole con la mirada mientras un bocadilla rezaba: Feliz Navidad, cerdo.
—¿De verdad cree que esto...? —Extendió su brazo, resaltando aquella mal ventilada sala de interrogatorios. —¿... es algo remotamente parecido a Le Cordon Bleeeeeeuuuuuu?
El falafel iba a tener que esperar.
* * *
Doc, tu tirada ha sido tan buena que solo te voy a pedir una tirada de VOL más, esta difícil (Dif. 9). Si la pasas, has esquivado de momento a Couronne. Si no la pasas, puedes rolear para nuestro deleite un desliz del Docteur que dará alas a Couronne para arrinconarte.
Véase que a Gabou lo está interrogando de un modo completamente diferente al Docteur. ;-)
Rutherford entra con Gabou. LET'S ROCK!
El tipo de la esquina dio un paso al frente cuando Gabou comenzó a sufrir un episodio de gabusitis aguda.
—Sería útil tener un diccionario para hablar con este tipo, ¿verdad? —dijo con tono socarrón al inmutable, quiescente Couronne.
El misterioso hombre de manos enguantadas se aproximó a Gabou y le sonrió como haría un zorro a una liebre puesta hasta las orejotas de setas alucinógenas antes de decirle: Deja la efedrina, Maggie. Es doping.
—Tengo cierta intuición capaz de distinguir a un tipo con problemas mentales serios de otro que simplemente está fingiendo. Es, digámoslo así, una habilidad innata conscientemente potenciada por mi trabajo. El caso es, y te lo digo para dejarlo claro, que ni el puto Edward Norton lograría engañarme como hizo con esa nenaza de Richard Gere en Las Dos Caras de la Verdad. Dicho eso, amigo, lo tuyo es jodido. Has rebasado esa fina línea en la que puede leerse: Punto de No Retorno. La cuestión es que sabemos que disparaste el arma. Lo hiciste como si no fueses a ver amanecer, ¿verdad? Dejaste casquillos por doquier y rastros de pólvora en tu mano —Su francés era bastante correcto y fluido, a pesar de que tenía un regusto anglosajón. —Lo que no sabemos es contra quién disparaste. Sí sabemos que ese alguien saltó desde un ático y no hemos encontrado cadáver alguno, así que una de dos: o eres un tirador de mierda y disparaste a un jodido ninja -puede ser-; o heriste a alguien de gravedad y debido al shock que sufres tras haber sido apuñalado, no recuerdas exactamente qué ocurrió.
>> Tienes que centrarte, campeón. No puedes mezclar en la misma frase galletitas y luego ponerte a emular a Little Richard con el wop-bop-a-loo-bop-a-lop-bom-bom. ¿Me entiendes? Hace que tu testimonio sea un montón de algo poco higiénico.
Se sentó sobre la mesa. Alzó el mentón para proseguir su escrutinio de aquel deslavazado lienzo que era el rostro consumido de Gabou.
—Háblanos de esa cosa. Has dicho: ¿Era una mujer? Lo ha dicho, ¿verdad, socio? Así es. Lo ha dicho. Dinos, campeón. El cuchillo que sostenía la persona a la que disparaste... ¿Era este?
El tipo iba provisto de carpetas para todos.
Enseñó al detective una instantánea del arma homicida que había abierto el pecho a Lefevre.
La sola visión de aquella hoja negra aguijoneó la poca cordura de Gabou.
—Y dígame, detective: ¿Era esta mujer la que le atacó con él?
Ante Gabou apareció la fotografía de una mujer de mediana edad y rasgos rubicundos. Era atractiva, no había duda, aunque su mirada encerraba tristeza y un halo de misterio.
¿Quién era ella? [*]
* * *
[*] Gabubu, hazme una tirada de Ingenio para ver si te regalo una pistita. ^^
Y a continuación, una aparición fantasmagóóóóóricaaaaaa. ;-D
Cuando uno abre la puerta a los muertos, no sabe exactamente qué puede encontrarse en el umbral.
Cuál no sería la sorpresa de Hékate cuando tras ese molesto individuo que estaba empeñado en ahumarla apareció la efigie de un enorme y corpulento individuo provisto de un rostro horrible y aterrador que bien podría ser pariente cercano de Morticia Adams.
Ahora bien, incluso para estándar fantasmagórico, aquel espectro tenía clase.
Solo había que reparar en el fino y cuidado bigotito que lucía.
O en el alfiler que fijaba su corbata etérea al traje de enterrador.
Hékate dio un respingo al percatarse de que este ente, al igual que Rutherford, tenía guantes.
Y sostenía un arma.
—¿Quién anda ahí...? —habló en un perfecto francés dirigiéndose únicamente a Hékate con un énfasis digno de un profesional del acuchillamiento de yugulares.
El tipo examinó sus alrededores hasta que reparó en la chimenea andante marca Rutherford. La mirada que le obsequió, una siniestra y hundida más propia de una versión antropomórfica de La Parca, estaba cargada de silenciosa y bien disimulada inquina.
—Aaaaaah... Rex Randall Rutherford... Le recuerdo. Un digno y diabólico rival, no hay duda. Hágase un favor, mademoiselle. Tenga mucho cuidado con este hombre. En tiempos sé que fui un asesino profesional reputado y un excelentísimo tirador. Podía matar a alguien desde Stuttgart y hacer que pareciese un suicidio.
>> También era un maestro en tortura. Aunque solo era una afición. Un pasatiempo.
Suspiró. Un suspiro cargadísimo de negrísima nostalgia.
—Soy el doctor Kaufmann.
Considero importante dejar a Hékate interactuar con el espíritu antes de que pueda mostrar sus habilidades mágicas a Couronne y a Rutherford.
Ojo, cuidao. Dewey no da puntada sin hiloooooo.
Hékate, puedes charlar con este simpático personaje.
;-)
Una sonora carcajada. Limpia, profunda, casi sincera. El estertor brotó de las profundidades de un Alain dramaturgo, se fue nutriendo de la tensión acumulada que impregnaba mis adentros, como si de una negra brea fría se tratara, y salió disparada por la boca para espetarse en el rostro ceñudo y teatralmente estúpido de Couronne.
Sin babas esta vez. Lástima.
¿Por qué me habla así este neeeegro?. Parecía que el inspecteur no me tomaba demasiado en serio. Eso me venía bastante bien. De todas formas, ¿Quién podría haberlo hecho?. En aquellos momentos a buen seguro debía parecer una especie de buitre leonado venido a menos, encogido en el duro asiento de la sala de interrogatorios, escondido tras ese aire de infantil falta de destreza, ungido de lamparones de salsa reseca, vómito, café y desconcierto.
- ¿Cuántos restaurantes de comida asiática hay en Nanterre, monsieur?. Apuesto a que son más de cien, ¿Sabe usted? Lo mismo que hombres de rostro aquilino y el aspecto de un cuervo deslustrado en una cantera en la montaña o yo qué sé. ¿Cómo decía que era? ¿llevaba sombrero de fieltro, dice usted?. No recuerdo a ese señor, detective. Aahhh, la memoria humana, qué dislate, ¿No cree?
Ese peculiar y amenazante hombretón sabía cosas, eso estaba claro. Empezaba a darme cuenta de la gravedad de la situación, ni mi cara de estúpido más lograda me sacaría de aquella.
- En efecto, mi tarea se basaba en distraer al portero mientras el resto echaban un vistazo. Le pedí ayuda con el pretexto de haber perdido las llaves del coche. El señor Tarras y yo manteníamos una animada conversación, cuando se fue la luz y ocurrió todo lo demás.
- No puedo decirle qué sucedió a continuación, ¿Sabe usted? Pero el suelo estaba húmedo. Apostaría a que el señor Tarras sufrió una caída involuntaria. Son malas las conmociones, ¿Sabe usted? Podría echarle un vistazo si quisiera...
En ese momento el tipo de los guantes que aguardaba diligente en segundo plano apareció de una forma bastante fugaz, y oportuna, por qué no decirlo. Como un cariacontecido mayordomo de anuncio. O el de Tintín, ¿Cómo se llamaba? ¿Néstor?. Oui, Néstor. Nunca he conocido a uno, pero dudo mucho que en la realidad se comporten así. ¿O sí?. El caso es que este, bastante más malencarado que el buen Néstor, en vez de una bandeja con el aperitivo aportaba lo que parecía ser un informe acerca de Jean.
—Díganos, docteur. ¿Sabe usted realmente quién es Jean Gabou? —preguntó de repente.
Podía haberle espetado un "Dígamelo usted", o un "Cuente, cuente". Pero aquella pregunta me pilló desprevenido, y mi confianza se evaporó en un instante. Desconozco si era su cadencia al hablar, sus grandes y blancos ojos cansados carentes de parpadeo o el ambiente de aquella sala, cargado de humanidad y algo más. Me sentí mareado y exhausto, atrapado y fuera de lugar.
Comme un poisson hors de l’eau.
Conocía a Gabou. Confiaba en él. Era mi único y estrafalario amigo. Pero fui incapaz de contestar a su última pregunta. Aquellos tipos acababan de empezar conmigo y no me sentía en condiciones de aguantar mucho más.
Decidí bajar un piñón.
- Me... me estoy meando, ¿Sabe usted?
Motivo: Voluntad
Tirada: 2d6
Dificultad: 9+
Resultado: 9(-1)=8 (Fracaso) [3, 6]
Si no me equivoco, al ser difícil tiene modificador de -2, ¿Es así?. Como yo tengo +1, pues he aplicado un -1 al resultado, siendo un fracaso por los pelos. Corríjame si me equivoco, Herr Dirrektorr.
Edito ^^
Dejé de golpearme la troma contra la bilaña y levanté mis feros hacia aquel espécimen de los guantes. Al mirarlo, algo en mi novarto me dijo que lo conocía.
—Yo a ti te recapo. ¿Dónde nos hemos visto antes?
Escuché su reconstrucción de los crolos y algo me hizo fruncir el liquión.
—Yo tampoco sé contra qué banganabanganabé. ¿Una mujer? No lo treso —dije mientras encogía los niecos—. Una mujer no sobreviviría a esos purrunes.
Cuando el hombre de los guantes emolutó la foto sobre la mesa, la miré naretamente un rato, lo cual fue suficiente para que mi mente ragara a mentejar sin presonio de ningún bado. Poré que mi piel se valatía mientras mi colcón se grazaba.
—Ne le touchez pas, ne le touchez pas, ne le touchez pas —grirré a rotolar, otra vez sin presonio de ningún bado. Mi hiemez se apiró a lidar de menente a resente.
Tirada oculta
Motivo: Ingenio
Tirada: 2d6
Resultado: 7 [4, 3]
La verdad, me habría esperado ver algo más común y mundano. Algo más del tipo abuelita adorable orgullosa de su nieto, y menos del prototipo de hombre siniestro con el armario lleno de fantasmas, nunca mejor dicho.
Pero aquel hombrecillo del bigote era lo que tenía y si estaba ahí rondando al inspecteur tenía que ser por algo. Me fijé en los guantes. Un detalle escalofriante, tal vez incluso más que el arma. Y sin el «tal vez».
Después del respingo inicial, lo observé con cuidado. Me fijé en el modo en que miraba al interrogador, en la antipatía que se reflejaba en el fondo de sus ojos, había aprendido a no dejar correr ningún pequeño detalle, así que lo analicé mientras él me advertía.
—C'est un plaisir, doctor Kaufmann —saludé con cortesía, porque no por estar muerto merecía menos amabilidad—. Soy Hékate y quería hablar con usted.
Hice un leve gesto hacia Rutherfor con las manos esposadas.
—¿Entonces conoce a este hombre? —pregunté sabiendo ya la respuesta—. ¿Le hizo algo en el pasado? Cualquier cosa que pueda contarme sobre él me vendrá bien. —Mis ojos destellaron—. ¿Se sabe algún secretito sobre él? ¿Algo que nadie más que los dos pudiera averiguar?
Lo miré llena de expectación, con la esperanza de que siguiera siendo amable y colaborativo, y empecé a alternar la mirada entre uno y otro, el sólido y el muerto, invisible para todos salvo para mí.