Debo reconocer que me satisfizo comprobar que el abad dispondría para nosotros un plano que poder portar durante el viaje, además convenientemente salvaguardado en una funda adecuada. Confiaba en mis conocimientos geográficos, y desde luego contábamos con la sabiduría del veterano explorador, una ayuda la de Ivar que resultaría inestimable, pero sin embargo un plano siempre resultaba un seguro en viajes a largas distancias. Por ello, realicé una leve reverencia ante el abad, a modo de agradecimiento.
Tras ello, y una también muda despedida, salí junto a los demás al exterior, sintiendo cómo el gélido viento de la montaña me azotaba el rostro. Dentro del despacho se notaba frío, pero parecía un lugar cálido y agradable en comparación con la crudeza del exterior. Ivar parecía querer ponerse manos a la obra cuanto antes, aunque no dudó en aconsejarnos el buen descanso al que él estaba renunciando en gran medida.
No tomes más riesgos de los precisos, Ivar. -Solicité al explorador, tras el consejo de la propia Luelar. Le tendí mi mano, para estrechar la suya con firmeza, y le miré a los ojos con gravedad.
Mientras observaba al hombre veterano alejarse, y Dhorne solicitaba indicaciones para poder retirarnos a disfrutar de ese descanso que tanto necesitamos, me llamó la atención que la mujer de mar quisiera hablar con Luelar en privado. Sin embargo, en seguida la conversación derivó en algo más importante. ¿Había cambiado nuestros planes la conversación mantenida en el despacho del abad?
Estoy de acuerdo con Riohrd. -Coincidí tras las palabras del alto elfo- Es una estrategia a medio plazo, dos planes distintos, dependiente el segundo del resultado del primero. -Pronto me di cuenta de que aquella forma de hablar parecía más propia de mis superiores en la Orden, más avezados en la estrategia militar y su peculiar forma de expresarla que yo mismo, y seguramente que mis compañeros- Lo planificado con el abad no es más que un... plan de contingencia. Es posible que lo que encontremos en esas ruinas, si es que damos con algo, nos haga cambiarlo. Lo que es seguro es que debemos proseguir con ese curso de acción, nada ha dado motivos para cambiarlo.
Así fue como nuestros héroes afianzaron su decisión, aquella que decidiría el destino de este Cantar que en esta noche ha amenizado la velada. Este humilde juglar no desea anticipar lo que proseguirá en las aventuras de la que más adelante terminará llamándose la Gran Compañía, más allá de lo evidente. Ivar abandonó la seguridad de los muros de la fortaleza, jugándose la vida como sólo alguien demasiado acostumbrado a ello sería capaz de hacer, a fin de descubrir la localización y estudiar los movimientos de la horda muerta. Mientras tanto, Fian de Lorian acompañó al resto de nuestros héroes hasta las celdas libres de la abadía, pequeños aposentos donde podrían descansar, dedicarse a sus quehaceres, o conversar para dejar atados sus asuntos, antes de la dura noche que les aguardaba.
Porque iba a ser una de las noches más duras de su vida, en más de un sentido. Una dolorosa aventura que posiblemente cambiaría sus vidas por siempre, y que es demasiado larga como para que este humilde juglar sea capaz de relatarla en el escaso tiempo que esta noche ya nos ofrece. Ha sido una estupenda velada, buenas gentes, generosa en compañía, licor y propinas. Y espero ver mañana los mismos rostros, expectantes y atentos al final de ésta la primera aventura del Cantar de la Gran Compañía.
Fin de la Escena