—¡Blanche! ¡Dispara a la puta muñeca joder! —gritó desesperado.
Muerto de dolor, apenas se podía mover y se le venían dos muertos vivientes encima, para colmo su amigo estaba en otra sintonía, delirando a más no poder y no podía hacer nada con él. Era la primera vez en la vida que se sintió tan atado de manos y piernas en una situación límite, más aún cuando tenían las de perder si la persona que podía terminar esto de una vez, estaba allí sin tomar las decisiones adecuadas.
Esperó paciente, sabía que le tocaba quizás por el tormento que provocó en muchas personas y como un ajuste de cuentas personal, se lo vio venir. No sería fácil, aún en sus condiciones mordería, golpearía, incluso cuando su herida no cesó en el sangrado, no cuando su mente ávida se encontraba más despierta que nunca y su cuerpo, un maldito desastre.
—¡Tengo a la loca encima! ¿Cómo le disparo a la muñeca? — le gritó en respuesta a George, mucho más distraída en intentar que Jettie no le estampara el hacha en el pecho.
Luego de su disparo todo aquello empeoró, como si realmente fuera una escena de un libro de terror. Vio de reojo como los cadáveres iban a por sus dos compañeros, los que seguían allí puesto que se habían terminando separando de nuevo. Pero no pudo asustarse demasiado o preocuparse, porque la loca asesina se le había ido encima y ahora tenía su arma ocupada y su mano libre intentando sostener la mujer para que no le hiciera daño. Forcejearon juntas mientras la detective buscaba soltar su mano del arma o si no, quitar el hacha, lo primero que lograra para poder volver a dispararle o por lo menos alejarse y no terminar muerta.
Motivo: Resistencia (forcejeo)
Tirada: 2d6
Resultado: 8(+2)=10 [3, 5]
- No soy tu enemigo Cornellius. No después de tanto tiempo y todo lo vivido. Solo necesito tu caballo para dirigir a mi ejército a la victoria. Nada más. Debí pedírtelo de otra manera, pero estaba nervioso por el fuego, las palabras de General, esa loca con el hacha, la muñeca y esa canción en mi cabeza... me estaba volviendo loco. - Dije afixiado ante el inspector después de aquella carrera.
- Ahora Palmer, derríbale y demuestra a tu ejército quien eres. - Me dijo General desde el hombro. Y enconces vimos las luces y vi a Cornelius sacar su arma. Pensé que iba a matarme hasta que habló y General también me dijo que hacer.
Por primera vez, estaba de acuerdo con General. Su ejército podría con ellas, pero no así. - La oscuridad es nuestra mejor aliada. Cornelius, te cubriremos y flanquearemos. - Le dije al inspector. - Al bosque. - Ordené a mi ejército. - Nos ocultaremos en la espesura y saldremos por su espalda. - Les indiqué sin gritar, pues no quería que nos escucharan aquellos que venían hacia nosotros.
- Ten cuidado Cornelius. - Le dije a mi amigo y corrí hacia los árboles y arbustos, para ocultarme entre la espesura de los mismos con mi ejército de arañas, las cuales pronto tendrían alimento de sobra como para crecer lo suficiente y acabar con esa bruja y su muñeca.
Los dos hombres dentro de su respectiva demencia habían logrado sorpresivamente coordinarse para aquello que estaba viniendo a por ellos, las luces se fueron acercando cada vez más hasta el punto en que pudieron distinguir fácilmente que se trataban de lámparas. Se trataba de un grupo de personas que venían a toda velocidad a caballo y que, aún estando totalmente ofuscados en su locura, tanto el médico del grupo como el inspector de policía pudieron reconocer como sus compañeros de Boston ¿Habían llegado por fin a darles alcance después de toda la locura que habían pasado? Lo cierto es que lamentablemente el grupo de refuerzos había llegado demasiado tarde, en esos momentos ambos hombres estaban ya completamente cegados por su locura, no había vuelta atrás...
El grupo de alrededor seis o siete hombres montados a caballo se detuvo en seco cuando miraron que estaba Cornelius esperándoles con su arma desenfundada y apuntando directamente a ellos, sus rostros mostraron casi de inmediato una expresión de duda fide extrañéz, todos los que estaban allí conocían y estimaban al inspector después de todo ¿Como es que de repente les estaba apuntando de tal forma la persona que habían ido a ayudar y rescatar?
-¡Cornelius! ¿De que se trata esto? ¡Baja esa arma amigo no quieres que pase un accidente!- uno de aquellos jinetes gritó lo suficientemente alto para poder ser escuchado a través de la tormenta que caía sobre todos en esos momentos. Cornelius era capaz de reconocer al hombre que estaba hablando, se trataba de uno de sus colegas con más años trabajando en Boston. Por supuesto después de decir esto la mayoría de los jinetes levanto sus respectivas armas en señal de defensa ante la amenaza qué en esos momentos (Y de forma inexplicable para ellos) representaba uno de sus propios colegas, sin embargo, el veterano decidio volver a hablar -No tengo idea de que sucedio en este maldito lugar ¡Pero baja esa arma Cornelius! Y dinos donde estan los demás- El hombre estaba priorizando el persuadir al inspector de entregar su arma, la propia acción de apuntarles significaba una sanción grande, no quería que Cornelius cayera en algo peor despues de todo.
Por otro lado, el médico de grupo se hallaba escondido y dispuesto a flanquearles en cuanto tuviera la oportunidad, estando al igual que su compañero completamente cegado por lo que aquella araña le estaba comentando, su mente era incapaz de pensar en algo diferente. Sin embargo su sorpresa llegó cuando sintió una mano tocando su hombro y sacándole un buen susto debido a esto y a la repentina luz que caía sobre sus ojos en medio de la tempestad.
-¿Doctor Palmer?...- Se se trataba de otro de sus compañeros de Boston o al menos no podía reconocer debido al tiempo que llevaba trabajando con la policía, aquel joven parecía haber llegado a pie a comparación de sus otros compañeros, tal vez el jefe Green había organizado a sus hombres en caso de tener que buscar al grupo si es que se encontraban en peligro y repartidos por el área. Sin embargo en cuanto aquel muchacho observó más detalladamente la apariencia del médico, una mueca de asco surgió en su rostro -¡Pero que asco señor Palmer! ¿Porque rayos no se a limpiado esta araña muerta? Y tan organizado que suele ser...- Ante todo pronóstico, aquel chico se tomo el atrevimiento de golpear el hombro en el que estaba el general de Gregory, lanzando la araña aplastada o al menos parte de esta hacia el suelo...
Estaba más que claro que por fin habían recibido el respaldo que necesitaban desde hace horas tal vez, sin embargo era demasiado tarde para los dos hombres que se hallaban allí y es que sus mentes ya habían sufrido el más alto precio por tratar de cumplir con su misión dentro de aquella granja, un lugar donde el mismo demonio vivía.
-Palmer debemos tomar nuestra oportunidad ahor...- La pobre araña no pudo terminar las palabras que estaba diciéndole a su señor, no cuando uno de sus propios colegas le había hecho tan horrible acto de querer asesinarla. El médico del grupo yo como aquel muchacho lanzaba a su valiente compañera fuera de su hombro, su mente por supuesto no tomo esto como un simple acto común y corriente para cualquiera que estuviera cuerdo y más bien reaccionó con horror alber a su segunda al mando caer de aquella manera -¡Palmer! ¡Ayudaa!- Los gritos de auxilio de su compañera taladraron con furia dentro de sus tímpanos, su general no estaba muerta, no aun...
A pesar de que en esos momentos tenían la ayuda que tal vez en algún momento él estaba deseando, su mente disparo dentro de él un instinto completamente animal más que humano, dentro de la cabeza del señor Palmer aquellas arañas representaban un aliado mucho más poderoso que sus propios compañeros de Boston, al menos ellas parecían haberle acompañado todo el tiempo, no podía quedar asi ¿Cierto? ¿Como se atrevían a hacerle eso al general que había estado en los momentos mas infernales de su vida?
En medio de toda la locura qué estaban experimentando los tres compañeros aquí presentes, pudieran sentir cómo sus sentidos parecían estar explotando hasta más allá de sus propios límites, por supuesto el guardabosques era quién seguía estando en su propio mundo de demencia y quién ante todo pronóstico gracias a esto logro utilizar su ballesta en un intento de defenderse de esos cadáveres andantes que tenían encima el y su compañero. Pronto todos pudieron escuchar un chillido desgarrador perforar sus tímpanos, grito proveniente del vigilante que había sido achicharrado y que en esos momentos parecía haber llegado a cobrar su venganza, la flecha de Dexter había logrado impactar al menos sobre su pie, atravesando el mismo en una herida bastante leve pero seguramente dolorosa. Esto causó que aquellos cadáveres se separaran momentáneamente del guardabosques y el alienista.
Aunque en esos momentos, en medio de toda esa locura Y del desastre qué estaban afrontando todos, podían notar como si algo estuviera fuera de lugar y es que el grito que aquel pobre diablo había soltado, no concordaba en nada a lo que ellos recordaban del tono de voz de Nisbet...
Todo esto mientras el forcejeo de la señora Learmonth y la detective continuaba, la risa de aquella mujer del demonio seguía taladrando dentro de las mentes de todos, la cual trataba de zafarse del agarre que Blanche había logrado contra su mano que tenía aquella hacha -¡Blanche! !Maldita sea Blanche!- La mujer estaba gritando como loca. Y poco a poco, cada vez más su tono de voz se iba deformando a uno totalmente extraño, como si fuera una voz masculina la que estaba gritando en esos momentos ¿Acaso Ose se había apoderado por completo de todo el ser de la señora Learmonth? Pero una vez más tal como había sucedido con el vigilante, algo sonaba muy fuera de lugar ¿Porque parecía que esa voz masculina sonaba familiar? ¿Acaso todos estaban mucho mas locos que antes?
Sin embargo, lamentablemente se darían cuenta demasiado tarde del porque todo eso parecía raro...
Prontó, aquel zumbido que había quedado dentro de sus cabezas desde que Blanche había disparado su arma término por desaparecer de un momento a otro, dejando un sordo silencio por unos cuantos segundos antes de que el sonido de la tempestad volviera a predominar. Todo lo demás quedó en silencio y ante todo pronóstico, solo un parpadeo basto para que se dieran cuenta de la realidad... La persona que estaba sujetando la detective en esos instantes no era la señora Learmonth, si no nada más ni nada menos que Reinhold Green, el jefe de policia mientras que la maldita mujer de esa granja se hallaba a pocos metros de él sin vida, y con un charco de sangre que cada vez se hacía mayor, un indicativo del balazo mortal que había recibido seguramente por la detective. La mente de todos término por derrumbarse en esos precisos momentos, más aún cuándo vieron que en lugar de aquellos cadáveres andantes, estaban en su lugar dos policías que seguramente habían venido con el jefe, atendiendo el llamado de auxilio y la petición de refuerzos, aunque en esos momentos trataban de curar mas bien el flechazo qué les había lanzado Dexter con su arma.
¿Que había pasado? La propia existencia de los dos miembros del grupo que aún seguían cuerdos comenzó a ser cuestionada dentro de sus cabezas, mientras que el guardabosques estaba perdido en su imaginativo mundo debido al daño psicologico que tenía encima. Estaban más que seguros que todo lo que habían visto era real y aún así parecía que todo seguía siendo un juego macabro qué esa granja les estaba haciendo...
El señor Green tenía una expresión completamente fuera de lugar y nunca antes vista por ninguno de los allí presentes, sus ojos estaban abiertos de par en par y su expresión parecía estar apunto de explotar en un golpe de emociones, las manos del hombre seguían sujetando a la detective como si tuviera miedo que de un momento a otro volviera a soltar otro balazo. -¡Blanche! ¿Pero que mierdas es esto? Acabas... ¡Dios santo acabas de matar a esa pobre mujer! ¿Estas consciente de lo que hiciste?- El jefe de policía se encontraba totalmente eufórico, por supuesto ante sus ojos todo lo que el grupo de rescate estaba haciendo en esos momentos se escapaba de su lógica por completo, seguramente había visto como Blanche disparaba sin titubear a la señora Learmonth.
-¡Dame tu maldita arma! ¡Ahora!- Sin esperar respuesta de la detective de término arrebatando su revólver en un rápido movimiento de manos, antes de mirar tanto al guardabosques como al alienista como si fuera un perro rabioso en esos momentos -¿Disparar a la muñeca? ¡Acaso estan dementes! ¿¡A esto los enviamos aquí!? ¡Que es lo que acaban de hacer, miren eso!- Green apunto con ferocidad a la casa incendiándose de los señores Learmonth, la cual cada vez se caía más y más en pedazos.
Estaba más que claro que el jefe de policía había atendido el llamado de auxilio tan solo para encontrarse con un escenario fácilmente malinterpretable y que muy difícilmente podrían desmentir -¡Dexter! ¿Incluso tu?... Esto no puede estar pasando, no... ¡Que mierda es todo esto!- El hombre se llevó una mano a su cara, limpiando la humedad proveniente de la tormenta antes de mirar a sus demás hombres que habían ido con él -Arrestenlos...-
Estas palabras resonaron en todos los presentes, incluido el propio guardabosques, quién aún en su propia locura las últimas palabras del jefe Green fueron un detonante interno que solo hacía peor su demencia. La orden del jefe de policías fue atendida tan pronto como sacaron la flecha del pie del joven que acompañaba a Green.
Rápidamente y por temor a que el guardabosques reaccionara de la misma forma que hace un momento, los hombres de Green fueron rápidos en desarmar y someter contra el suelo al robusto hombre a pesar de su tamaño, al parecer todo había terminado por fin aunque no de la manera en que hubieran querido ¿Podrían lograr convencer a Green de que todo era un malentendido? El jefe en esos momentos parecía completamente devastado y horrorizado a partes iguales, mientras procedía a esposar a la detective con una mirada sombría y casi sin alma
-Esperaremos a que encuentren a sus demás compañeros, tienen mucho que explicar cuando lleguemos a Boston- Fue lo último que Green diría, mientras se disponía a pedir a través de la radio si habían localizado al médico y al Inspector del grupo, dejando en claro que habían muchos más refuerzos que muy seguramente él mismo había repartido por el área en caso de ser necesario.
El gesto del hombre me sobresaltó y me hizo salir de mi escondite. Le recordaba, sí. Había realizado búsquedas con él en alguna ocasión e incluso me sonaba como paciente mío. Pero en aquel momento mi mente estaba demasiado ofuscada como para pensar más allá. Oí a General indicarme que aquel era el momento, pues los demás se habían detendio frente a Cornelius, pero yo dudaba puesto que me di cuenta de que no eran el enemigo. De serlo ya habrían abierto fuego y en ese instante que General me hablaba, el chico que me encontró le dio un manotazo y lo lanzó lejos de mí.
- ¡Insensato! ¡Pero que habéis hecho! - Exclamé ofuscado al joven, escuchando a General llamarme. Corrí en busca de mi segundo al tiempo que daba órdenes a mi pequeño ejército, el cual no tardaría en ser poderoso como el trueno que acababa de sonar en aquella nueva tormenta. - ¡Atacad sin piedad mis soldados! - Exclamé a la nada, para recoger a General entre mis dos manos.
- General, no te preocupes, te pondrás bien. Soy médico, ¿recuerdas? - Le dije a la tarántula muerta que sostenía en mis manos. - Las tropas ya están atacando, me encargaré de ti ahora mismo. - Y me puse en pie bajo la lluvia. - ¡Mi maletín! ¡¿Alguien ha visto mi maletín?! ¡Tengo a General herido aquí! ¡Lo necesito con urgencia!
Volví a mirar a la tarántula muerta. - Tranquilo General, aguanta. Todo va a salir bien. Somos legión. Mirad si no. - Y alcé a General para que viese lo mismo que yo. Las arañas atacaban sin cuartel a los caballos y jinetes, quienes no se podían defender. Los cuadrúpedos relinchaban asustados y coceaban, sintiendo los mordiscos de las arañas que cada vez crecían más. Algunos comenzaban a ponerse sobre sus cuartos traseros, haciendo que los jinetes cayesen al suelo y acabasen sepultados por mi ejército de arañas.
El primer cuerpo no tardó en ser colgado en los árboles, listo para ser el alimento de las más jóvenes y pequeñas arañas.
- No podrán con nosotros. Luego volveremos a la granja de esa bruja loca y su muñeca maldita y arrasaremos con lo que el fuego haya dejado. - Le dije a General orgulloso, dando así la pista que los refuerzos necesitaban para encontrar a los demás. Solo debían encontrar las llamas que con aquella madera tan vieja y carcomida, ahora deberían ser tan altas como la Torre de Londres.
— ¡Te di, hijo de puta! — chilló al ver que había impactado en aquel cazador.
Comenzó a cargar de nuevo para lanzar otro ataque cuando aquella voz sonó en lo más profundo del bosque. Era una voz familiar pero que no llegaba a relacionar en primera instancia. Miró al cervatillo algo dubitativo.
— ¿Arrestarme? — dijo mirando a un lado y a otro. Parecía como si un espíritu del bosque quisiera alejar al guardabosques de su lugar favorito.
En aquellas milésimas de segundos observó como aquellos dos cazadores se lanzaron encima de él, sin tiempo a contratacar.
— ¡¡MALNACIDOS!! Queréis joder todo lo que yo amo, mi bosque, mis animales — espetó, mientras se intentaba arrancar las esposas. — ¡¡Soltadme de una puta vez!! ¡¡OS MATARÉ COMO TOQUEIS AL CERVATILLO!!
Y notando como había fallado a su bosque, miró al cervatillo con cara devastada.
Lo siento, llegó a gesticular.
Todo sucedió demasiado rápido y en ese salto de realidad funesto, la situación le cayó como un balde de agua fría encima porque habían perdido la cabeza, incluso el mismo George que era alguien dentro de todo más capacitado. Nadie pudo escapar de la demencia, ni tampoco de la prisión cuando vinieron a arrestarlos. Sin ganas siquiera de interceder ante ello, se dejó hacer.
¿Acaso les iban a creer luego de lo que vieron? Era imposible, su profesión a la basura, todo lo que hicieron también. Nadie les creería, así que era mejor ponerse de pie como pudo y seguir los pasos de quién lo estaba apresando. Maldijo en sus adentros, quizás hubiera sido mejor haberse negado a toda esta pesadilla, pero también el alienista creía en la ley del karma.
—Vamos Dexter, será peor.
Aconsejó a su mejor amigo y raudo abandonó toda aquella locura junto al oficial.
Por unos instantes Cornelius se quedó desconcertado, con el arma apuntando al frente, al escuchar las voces de los recién llegados. Las reconocía... y sus rostros también. Eran amigos, colegas de muchos años y, por un segundo, el inspector a punto estuvo de bajar su arma.
Pero la calidez del cuerpo a su lado, el aliento de aquel susurro pronunciado en su oído recordándole que ya no tenían tiempo, consiguió que Cornelius volviera a recobrar su decisión de seguir adelante... Sin dudas, sin obstáculos. Nada ni nadie conseguiría que su amada y él llegaran a la iglesia antes de que el cura se marchase. Ni siquiera sus viejos amigos y conocidos que, al igual que el doctor, se empeñaban en acabar con su felicidad. ¿Por qué? Por envidia, porque ellos no tenían la suerte de tener a su lado a una mujer tan excepcional como la que iba sentada sobre el caballo junto a él.
—No permitiré que entorpezáis el camino a mi felicidad... Me casaré por mucho que os empeñéis en impedírmelo —dijo Cornelius exaltado, elevando la mano armada hacia el cielo para disparar al aire—. Dejadnos pasar o la siguiente bala irá directa hacia vosotros.
Esperaba que aquel disparo los intimidara lo suficiente para que le dejaran el hueco suficiente para pasar. El tiempo se estaba agotando y no iba a permitir que, ni amigos ni enemigos, retrasaran su felicidad. Sujetó con fuerza las riendas en su mano libre y se preparó para espolear al caballo.
La castaña pestañeó cuando de repente no estaba peleando con la loca suprema de aquel lugar, sino que tenía al señor Green frente a ella reclamándole y quitándole la pistola de la mano. Una parte de ella suspiró aliviada cuando vio el cuerpo de la mujer en el suelo, sin moverse, pero antes de poder cantar victoria, volvió a mirar alrededor, viendo a otros policías ir a donde sus otros dos compañeros y sobresaltándola cuando escuchó las palabras arrestar.
Bien, sí, aquello se veía muy mal.
—Green, te aseguro que no es lo que parece — le dijo al hombre mientras este la agarraba para llevársela. Suspiró por lo bajo sin pelear, siguiendo al mayor, tendría que intentar explicarle todo sin parecer que estaban locos o por lo menos, dar la vuelta a todo para que tuviera algo de coherencia, porque estaba segura que no les iban a creer aquello de la muñeca diabólica y los elementos sobrenaturales. Quizás incluso les explicaran un poco todo lo que habían visto. Ojalá no salieran demasiado mal parados de allí, sobre todo ella, sentía que le iba a costar mucho explicar que todo era en defensa propia.
Los ojos del jefe de policía se clavaron en la detective como si fueran unas cuchillas muy afiladas, su rostro parece a querer esconderte sin ningún tipo de éxito lo enojado e impactado que se llaman esos momentos incluso el labio inferior del señor Green estaba comenzando a palpitar antes de responder a Blanche -¿No es lo que parece?... ¡No es lo que parece dices! ¡Mire a su alrededor Blanche, maldita sea!- El hombre grito en un estado de completa furia para esos momentos, mientras su mano señalaba el cadáver de la mujer de aquella granja tendido en el suelo, pasando de ella hacia la casa que para esos momentos estaba cayéndose a pedazos y poco a poco el fuego iba cediendo ante la tormenta. -¿Entonces que es? ¡Por favor muero de ganas de saber! ¿Como MI grupo de rescate terminó cometiendo un acto asi? ¡Estan locos!- Y estas palabras fueron mencionadas por un muy enojado jefe de policía, quién parecía estar siendo sarcástico.
Una vez que se aseguro que la detective estuviera correctamente esposada y lejos de su arma, volteo a mirar a los otros dos hombres que para esos momentos también estaban siendo ya esposados y sujetados -¿Cual puto cervantillo? ¡Joder que mierda les pasa! Pero claro ¡Claro! Blanche dice que no es lo que parece ¡Mirense ustedes tres! Estan hecho un asco...- Green término pateando con furia el lodoso suelo en el que se hallaba parado, antes de soltar un suspiro tratando de calmarse lo mejor posible para mirar a los tres compañeros que se hallaban allí.
-¿Saben que? No quiero escucharles... seran tratados como los criminales que son ¡Que clase de demonio se apodero de ustedes! Dexter ni siquiera sabe lo que dice. Y George ¿Que mierda te paso? Tendremos que llevarle al hospital...- Sus palabras parecían estar llenas de veneno y es que ante sus ojos ellos eran el propio demonio reencarnado, quiénes habían destruido a una pobre familia en un pueblo indefenso ¿Alguién como él podría siquiera creer lo que en verdad había pasado? (Si es que en verdad había sucedido lo que ellos habían visto y vivido) -No puedo creer que algo tan horrible pasaría... no lo creo, estoy seguro que esto debe ser una pesadilla- Green parecía estar hablando contigo mismo para esos instantes, en una etapa de negación por lo que estaba viendo en Aquel lugar alejado de la mano de dios.
No tardo mucho para que todos vieran qué el jefe de policía hacia uso de una radio para informarles a los demás hombres que seguramente estaban esparcidos por toda la granja que detuvieran de inmediato y como fuera a sus otros dos compañeros, si es que se les veía. Seguido a esto, ni siquiera habían pasados unos cuantos minutos cuando el cielo, aun con aquella tormenta rugiendo, fue atacado una vez mas por algo vil...
El sonido de múltiples disparos sacó un horrible susto a todos allí presentes, incluidos a los policías y el propio Green, el sonido parecía ser muy parecido al de un fusilamiento ¿Acaso abrían abierto fuego indiscriminadamente contra sus compañeros? No era posible saberlo y sin embargo, la radio que llevaba el jefe de policía sonaría rápidamente -¡L-Les hemos detenido señor Green... S-se abrió fu-fuego por amenaza... ¡Maldita sea! Palmer y Fernsby se han vuelto completamente locos, los estamos llevando para allá- La radio sonaba distorsionada y con bastante eco debido a la tormenta, sin embargo aquellas palabras pudieron salir con la suficiente claridez para todos, esto causó que el jefe de policía volviera nuevamente a arremeter contra el lodoso suelo, pateando este varias veces al saber qué era todo el grupo el que había terminado de una forma claramente asquerosa en ese lugar.
Y asi, prontó serían llevados de vuelta.
El chico qué se encontraba al lado del señor Palmer, se quedó completamente extrañado con la actitud tan bizarra del médico, así como otros de esos compañeros que habían llegado a caballo para darles alcance. Estaba claro qué de un momento a otro todo respeto que cualquiera tuviera por el médico del grupo termnaría desvanecido al verle hacer tal acto de locura. Pero a pesar de todo esto ninguno pudo reaccionar o actuar acorde a la demencia del hombre pues pronto el disparo que había realizado Cornelius le sacó a todos una enorme sorpresa, en especial al veterano que hasta esos momentos había estado hablando con él, tratando de calmarlo y hacerle entrar en razón, muy seguramente para que no tuvieran que llegar al punto al que lamentablemente Cornelius forzó...
-¡Fuego, fuego! No dejen que haga otro disparo mas maldita sea!- Estaba claro que la situación era lo suficientemente intensa para todos, y ningún oficial de policía dejaría pasar una amenaza tan grande como la que había hecho el propio inspector... el sonido de una ráfaga de balazos quebró el cielo, por supuesto parecía que ninguno podía entender realmente qué es lo que estaba pasando y la mayoría de los oficiales no apunto a matar.
El veterano fue quién disparo primero, impactando primero en la mano del inspector que estaba sujetando el arma, mientras que los demás disparos terminaron sirviendo solamente para desorientar al caballo en el que estaba montado y así hacer qué el hombre cayera del mismo, aún así no pudieron evitar algunos impactos en la pierna o hombro del señor Cornelius. -¡Dios, alto el fuego! ¡Eres un idiota Cornelius! Avancen avancen- Habiendo dejado incapacitado al inspector de policía, un par de hombres se adelantaron para poder retirar su arma y esposarlo al instante, aunque esto para el propio señor Fernsby significaba que también estaban deteniendo a su prometida
Para esos mismos instantes, una radio qué estaban cargando los refuerzos también comenzó a sonar, con la inigualable voz del jefe de policía hablando claramente enfurecido a través del aparato -A-arresten a todos ¡A todos! No dejen que se escape ninguno del grupo de rescate... mierda- Las palabras salían un tanto entrecortadas y con eco seguramente debido a la tormenta, estaba claro que Green tal vez le había dado alcance a sus demás compañeros para decir algo así.
Por supuesto esto causó qué, sin importar las alucinaciones y el impresionante poder que el médico del grupo quería creer tener, terminó siendo sometido por un par de hombres qué, tratando de obedecer las órdenes de su jefe, terminaron saltando contra él antes de que se escapara o hiciera alguna otra cosa rara, aunque ninguno de estos atacantes repentinos, evitó que el señor Palmer se quedara con aquella araña muerta entre sus manos. Todo parecía estar llegando a su fin... de una forma u otra todos serían llevados de vuelta a sus hogares aunque no de la manera deseada. -¡Vamos a alcanzar al señor Green! Que le disparamos a Cornelius maldita sea, debemos hacer que lo atiendan a la brevedad- El veterano que parecía estar liderando ese grupo soltó a viva voz.
La tormenta que caía sobre la destruida granja Learmonth había sido la única testigo de las horribles atrocidades qué se habían cometido esa noche, en donde un grupo de rescate término perdiendo la cordura y la cabeza al intentar resolver un misterio que muy seguramente seguiría oculto y guardado en las memorias de todos ellos. La construcción de lo que antes era la casa de Jettie y Roland Learmonth estaba dando sus últimos suspiros mientras la lluvia apagaba el poco fuego que quedaba, y los cuervos volvían a danzar sobre el horrible cielo de aquel lugar, esperando a poder bajar y reclamar los cadáveres de Jettie Learmonth y John Nisbet, todo parecía haber terminado.
Y de esta forma, en medio de todo esto, el pobre y dañado grupo de rescate estaba siendo escoltado hacia las carretas que los transportarían de vuelta a Boston, ahora como criminales y responsables de lo que había sucedido en ese lugar apartado de la mano de dios. ¿Quien les iba a creer cuando fueran juzgados? Después de todo lo que vieron y presenciaron en ese horrible lugar, después de que tres de sus compañeros habían quedado completamente locos y sus mentes destruidas por la influencia de un mal qué seguiría viviendo muy seguramente en ese lugar.
El señor Green se quedó contemplando por un momento el escenario que sus propios hombres habían dejado allí, antes de dar la señal para que regresaran a Boston, una casa destruida, una familia asesinada y aún así parecía no saber la verdad, una que todos dentro del grupo de rescate sabían y aún así no podían decirla, al menos no sin que los tacharan de ser unos dementes. Algunos ni siquiera podían decirla ya que sus mentes se rehusaban a cooperar y preferían escapar en sus propias alucinaciones e imaginaciones internas, lugar donde se podían sentir en paz. Blanche, Dexter, Cornelius, George y Gregory pronto se hallaron a sí mismos dentro de aquellas carretas, sus compañeros de la comisaría de Boston, seguían señalandoles y preguntándose qué es lo que había sucedido en realidad, todos ellos parecían querer regresar y alejarse de aquella granja, especialmente después de saber que fueron sus propios compañeros quiénes habían cometido tales actos de crueldad y muerte ¿Como culparles? ¿Acaso algún hombre o mujer en su sano juicio creería que todo había sido un acto demoniaco? Al menos por fin todos dentro del grupo tendrían un poco de paz al saber que todo había terminado finalmente, qué podrían ir de una manera u otra a casa...
Sin embargo fue en esos momentos, al sentir esa pequeña y breve seguridad falsa, cuándo se dieron cuenta de la horrible verdad que iba a permanecer para siempre en los terrenos de esa granja. Solo una mirada basto para que todos pudíeran darse cuenta que allí estaba ella, parada y mirándoles casi directo a sus almas, burlándose de ellos mientras las carretas en las que se encontraban se alejaban poco a poco cada vez más de ese maldito lugar. Aquella muñeca; Pennelope Learmonth se hallaba parada completamente frente a lo que hasta hace poco era la casa de sus padres... al tener esa imagen justo frente a sus ojos, el horror y el martirio regreso a ellos, ese bizarro pensamiento qué ponia en tela de juicio sí todo lo que habían visto había sido real o no, pues incluso en esos precisos instantes sus mentes y los horrores de esa granja seguían jugando con todos ellos.
De esta manera, con esta imagen clavada en sus mentes para siempre, terminarían por ver cómo la granja y esa casa quedaban poco a poco a la distancia. Todos ellos regresarían por fin a casa, sin embargo sus mentes se quedarían para siempre en Craftsbury...
Dexter se revolvía nervioso moviéndose de un lado para otro intentando buscar con la mirada a su cervatillo herido. Aquellos cazadores no habían tenido suficiente con quemar su bosque y herir a su cervatillo, que encima se lo llevaban a la fuerza.
Al escuchar el nombre de Green por la radio, su mente dudó unos segundos si ese que parecía su líder realmente lo concia. Pero aquello le daba igual, ese era el líder de aquellos malnacidos, así que al pasar a su lado le escupió intentando darle.
— ¡MALNACIDO! — espetó. — ¡Esto es un puto infierno por tu culpa!
Al entrar al carromato y ver que traían también a su cervatillo, Dexter respiró aliviado. Estaría junto a él, protegiéndole y vigilando sus heridas para que en algún momento pudiera volver a correr por los verdes prados.
También le acompañaba otra gente que ahora mismo no llegaba a reconocer. ¿Serían más prisioneros de esos hijos del diablo que querían acabar con su bosque?
Miró por la pequeña ventana del carromato para comprobar que el fuego se estaba extinguiendo. Pero lo que observó le hizo volver de todo aquello que sentía.
Allí estaba la muñeca, la que inició todo. Su mirada hizo que algo hiciera click en su cerebro mientras su piel se erizaba. Notó sus muñecas maniatadas y a sus compañeros igual. ¿Qué había pasado?
Buscó con la mirada a sus compañeros mientras apretaba su mandíbula. Recordaba todo, como aquella familia y aquella muñeca del diablo habían jugado con ellos. Como había descubierto cosas que nadie creería. Sus ojos se fueron posando uno a uno con los componentes del grupo. Allí estaban, Cornelius, Gregory, Blanche y George, sus compañeros y amigos. Su mirada se detuvo en el alienista unos segundos, comprobando su herida algo asustado ante su estado.
— Cervatillo, todo saldrá bien…
Sentí la presión de golpe sobre mi cuerpo. Dos hombres, sin saber bien el motivo, se habían lanzado sobre mi espalda y trataban de quitarme a General de mis manos. - ¡No! ¡¿No lo véis?! ¡Solamente está herido! ¡Soy médico! ¡Puedo curarle! ¡Solo necesito mi maletín! - Exclamaba al tiempo que era esposado y lograba retener entre mis manos, con sumo cuidado y mi fiel segundo, protegido por mis grandes manos.
Luego me arrastraron por el barro, como castigo quizás por no dejar que apresasen también con aquellas esposas a General. Pero no iba a dejar que le hiciesen eso tras sus heridas. - ¡Mis soldados! ¡Venid! ¡Liberad a vuestro comandante en jefe y a vuestro General! ¡Es una orden! - Exclamé a mi ejército de arañas, el cual, para cuando quiso reaccionar y llegar a aquellos hombres, ya me habían encerrado en el carruaje.
- ¡Matadlos!¡Matadlos a todos!¡Es una orden! - Exclamé de nuevo a mi fiel ejército, pero no hicieron nada más que huir hacia el bosque como cobardes. Abrí las manos y miré a General.
- Nos han dejado solos... todos han huído al bosque. - Le dije a la tarántula aplastada y muerta que antaño estaba en mi hombro. - Pero no te preocupes. Volveremos a mi casa. Allí Martha, mi esposa y yo, cuidaremos de ti hasta que te repongas. En Boston comenzaremos a reclutar soldados y vendremos con tal ejército que esas cobardes o acabarán uniéndose a nosotros o perecerán antes de acabar lo que vinimos a hacer. Pero aguanta General. - Y mientras le hablaba, le acariciaba su peludo cuerpo con los dedos.
En ese momento se le partió una pata y se quedó rota sobre mi mano. La cogí y la miré. - Vaya, creo que con esto no podré hacer nada. Al menos te quedan siete patas más, solo cojearás un poco. Quizás pueda hacerte una de madera con un palillo... al menos la cojera se disimulará más... - Y un trueno me hizo alzar la cabeza y darme cuenta de que no estaba solo, sino que los demás estaban allí.
- Veo que también os atraparon, mi buen Cornelius. Era un buen plan... lástima que se torciese. - Y miré por última vez hacia atrás, viendo como las llamas terminaban de consumir parte de la granja al tiempo que la lluvia las sofocaba. Y allí en medio plantada, como si no le hubiese pasado nada, estaba aquella maldita muñeca.
Su mirada heló hasta mi alma.
Volví a mirar a mis manos. - Martha y yo cuidaremos de ti General. Nos vengaremos de ella. Ya lo verás.
Todo se había resuelto de una forma que sin dudas no era la que George podía concebir, pero dadas las circunstancias y la entereza de su propia mente, estaba claro que parecerían unos locos sin cuidado y que esa maldición, la llevarían para siempre. Con un gesto preocupado—considerando que estaba herido y exhausto—les dejó hacer lo que quisieran. Imaginó que alguno de sus colegas le darían el alta al comprobar que estaba en llenas condiciones.
Estaba claro que él no era un asesino, así que desde ese lugar podía sentirse más que tranquilo. Así que por esa razón, se quedó junto a su amigo que perdido en su demencia, lo consideraba como un Cervatillo herido. No tuvo el coraje de llevarle la contraria, se conocían de toda la vida y se alegró que pese a a locura, jamás perdió la consideración y el respeto hacia su verdadera esencia: los bosques.
Sin más que hacer y que decir, con un destino más que marcado por los caprichos del destino, se quedó con la funesta y tétrica imagen de que esa muñeca jamás saldría de su mente. Por muy cuerdo que se encontrase, ahí perpetua en su eternidad estaría.
—¡CLAIRE!
El grito desgarrador que salió de la garganta de Cornelius resonó en la noche con tal aflicción y angustia que rompía el corazón a cualquiera que lo escuchara. Ni el golpe recibido tras la caída del caballo, ni las heridas en el brazo y la pierna por las balas ni la forma en la que redujeron al inspector resultaba para él tan doloroso como ver sus esperanzas rotas. El caballo se alejaba con su amada aún montando sobre él, perseguida por uno de aquellos malditos que habían acudido a acabar con su felicidad.
Los reconocía. Reconocía a aquellos que habían impedido que se casara; los había considerado sus amigos y de hecho estaban invitados a su boda. Pero una vez más, se encontraba de frente con la traición. Todos parecían haberse confabulado para impedir que Cornelius cumpliera el sueño de su vida; no lo entendía pues su futura mujer era la persona más hermosa y encantadora que pisaba la faz de la tierra. Todos la adoraban y el inspector no comprendía porqué el mundo se empeñaba en separarlos.
Y ahora que la veía alejarse y con ella sus esperanzas, sintió que todo había acabado para él. Había perdido.
Empezaba a sentirse débil, cansado y hundido en su miseria. Con la fuerza de voluntad anulada se dejó arrastrar hasta el carromato donde lo recibieron caras conocidas. Pero Cornelius, con la cabeza hundida entre los hombros, no fue capaz ni siquiera de saludarlos, tampoco de preguntarles cómo se encontraban o los motivos de encontrarse en la misma situación que él. Simplemente se dejó arrastrar por su tristeza, sumergiéndose en su dolor.
Solo levantó los ojos al escuchar las palabras del doctor. A pesar de haber intentado también sabotear su boda, al final el hombre había recapacitado y había intentando parar al enemigo. Era cierto, no lo habían conseguido a pesar de ser un buen plan. Asintió en silencio y esbozó lo que pudiera ser una sonrisa de camaradería dirigida al buen doctor.
Por un instante, al desviar la mirada al resto de los pasajeros del carruaje, su mente fue capaz de reconocer plenamente cada uno de sus rostros, de sus nombres e incluso el porqué de su presencia en aquel lugar. Pero aquel estado de lucidez solo duró unos segundos ya que, cuando sus ojos se posaron en el camino, vio a la maldita muñeca. Viva, con su maldita sonrisa burlona y sus malditos y endiablos ojos fijos en lo más recóndito y profundo de su alma.
Aquella visión rompió el pequeño hilo de conexión con la realida que pudiera haber tenido y, hundiendo de nuevo la cabeza entre los hombros, comenzó a tararear por lo bajo la marcha nupcial.