Partida Rol por web

Parece que mi pregunta sorprende a Erik y me contesta directo sin darme una respuesta. Sinceramente no esperaba averiguar nada pero no quería esperar de brazos cruzados. Por eso cuando accede a dejarme marchar le miro incrédula sin terminar de entenderle del todo, en sus ojos veo cierta bondad y parece que se ha compadecido de mi, me dice que corra, que no mire atrás y que Zulira no debería ser mi mayor preocupación.
Con esas palabras asiento varias veces mientras doy unos pequeños pasos sin dejar de mirarle y, tras haberme alejado un poco de el, me giro y empiezo a correr sin ir directa a la luz azul, primero quiero asegurarme de que no me sigue y después ya empezaría a ir a mi verdadero destino.
He dejado mi velo atrás por lo que espero que esta aventura termine antes de que se haga de día.
Las palabras de Erik vuelven una y otra vez a mi... si Zulira no tiene que ser mi mayor preocupación, ¿querrá decir que Amina Otnis está aquí? Si es así espero no encontrármela hasta llegar al portal y haber dejado a Goldrin a buen recaudo con su amigo.

El cuerpo de la hechicera se destensa. Se va serena, tranquila de haber encontrado un recipiente para el poder de Zanduräs que durante años la ha acompañado. Al morir, la luz de sus ojos se desvanece, retorciéndose en su interior, y saliendo luego por su boca amorfa. La luz, envuelta en tinieblas y en infinitos tonos de rosas y violetas, se agita violentamente frente a tus ojos. El cuerpo de Zulira se deshace en cenizas oscuras, y el viento la barre sin dejar ningún rastro. Tus manos quedan suspendidas en el aire, asiendo la nada.

El fragmento de luz, de sombra, de kaos, impacta contra tu rostro, quebrándose e impregnándote de él. Por tus ojos, tu nariz y tu boca penetra hasta apoderarse de ti, de tu cuerpo, de tu mente y de tu alma. Produce espasmos, fiebres repentinas y pérdida total de control. Te ves desde afuera, como si tu cuerpo ya no te perteneciese, como si Él estuviese tratando de expulsarte. Te retraes a tus recuerdos más íntimos, te refugias en los rincones más profundos de tu mente, huyendo de la sombra, huyendo de él, de Zanduräs. Pero Él es implacable, es feroz, y te persigue con una enorme agilidad, como un hurón perseguiría a un conejo. Da contigo, y te atrapa, te hace suyo. Se funde contigo, sacude tus cimientos, tus creencias y tus convicciones. Te hace dudar, te hace temer, te hace llorar.

Ahora Él está contigo, Él es tan tú como tú eres Él. Zanduräs, el Heraldo del Kaos, su poder intangible. Sois uno. Eres su portador, su siervo, su vasallo. Eres su lacayo. Zanduräs te otorgará sus dones, te hará poderoso, hará de ti un gran hechicero, un gran mago. A cambio sólo debes servirle, y jamás oponerte a sus deseos.

Corres, corres por el bosque, surcando los claros y trepando a los árboles, sin mirar atrás. Tu naturaleza felínida, tu parte más salvaje, toma el control, y corres. Corres de forma errática, tratando de despistar a quien te siga, y no es hasta que estás segura de que nadie lo hace, que te encaminas hacia el resplandor azulado del bosque, hacia donde te guía la estrella. Corres, pues sabes que el tiempo apremia. Corres, pues sabes que algo se acerca.

Corres, hasta que las hojas de los árboles y la hierba se vuelven azules, hasta que el mismo aire es azul. Es entonces cuando llegas ante él, ante el portal, en el centro de un poderoso lugar. Los árboles se doblan y se amoldan a él, que también cambia de forma. Los árboles se entrelazan entre ellos y con él, que es geométrico, no orgánico como la naturaleza que lo rodea. Sino definido por formas perfectamente geométricas. A veces es un triángulo, y sus lados se van curvando y sus vértices difuminándose hasta convertirse en un círculo. Luego es un cuadrado, o un pentágono, y sus vértices y ángulos se duplican y triplican hasta configurar intrincados polígonos estrellados. Todo iluminado de un azul profundo, intenso, y matemáticamente perfecto.

Frente a él ves a Eranor y a Lomo Plateado, en compañía de un animal, una criatura, rodeada por un aura mágica. Una criatura híbrida entre águila y león, inteligente, noble, poderosa. Una criatura que ya sabe que estás aquí, y que te invita a acercarte sin miedo. Su nombre es Bòlcs.

Bòlcs te mira fijamente, su mirada es penetrante, profunda, tranquilizadora. Te sientes sereno a su lado, protegido. Su poder te rodea y envuelve, y sabes que junto a él nada podría hacerte daño. Le hablas, y te mira con una inteligencia inusual en otros animales o criaturas. Incluso podrías asegurar que está a punto de hablar, cuando aparte de ti su mirada y se queda fijamente observando la profundidad del bosque. Lomo hace lo mismo al poco rato, como si una presencia se acercase.

Entre los árboles, entre los arbustos, Kintsu se acerca, corriendo, trepando, ayudándose de sus patas, de sus garras, saltando de una rama a otra, de un árbol a otro, de una roca a otra, hasta estar frente a vosotros. Jadea, no lleva puesto el velo, aunque parece ilesa.

No suelto su mano. Hasta el último momento, hasta que lo único que quedan son cenizas escurriéndose entre mis dedos. Como si nunca hubiera existido. Pero yo la recordaré, y también recordaré sus últimas palabras. Unas palabras cuyo significado entiendo trágicamente pronto.

Sería imposible describir de forma precisa lo que ocurre a continuación. No hay palabras capaces de definir con precisión lo que es sentir cómo algo se cuela en tu alma, cómo invade tus pensamientos y extiende sus raíces a lo largo de tus musculos. No hay palabras para la sensación que provoca saber que tu cuerpo no es solo tuyo, ni para el terror de que alguien o algo apodere inexorablemente de tus pensamientos y de tus emociones. Físicamente estoy quieto, encogido, con las manos cerradas en torno a mi nuca y las lágrimas resbalando por mis mejillas. ¿Cuánto han pasado? ¿Minutos, horas? ¿O han sido solo segundos?

En mi cabeza parece mucho más que eso. Zanduräs. Aquel con el que soy uno, aquel que podría hacerme más fuerte que nadie. A un precio tan bajo... ¿No hay deseos incumplidos que jamás he alcanzado? Y ahora están tan cerca. Solo tendría que entregarme a ello. Es lo más fácil, después de todo, tal y como lo fue no mirar atrás una vez me eché al camino. Es tan fácil...

No.

Me niego. Jamás. Soy Desmond el vagabundo, aquel que ha dado su palabra a Zulira. Me niego a ser tu lacayo, Zanduräs. Te combatiré hasta el final de los días, y serás mi prisionero tanto como yo soy el tuyo. ¡Recuérdalo, Zanduräs!

Y aferrándome a mis propias palabras como un mantra, intento abrir los ojos y alzarme. Un primer acto de desafío, mucho más difícil de lo que pueda parecer desde fuera.

La sombra se apodera de ti, se integra en ti. Puedes sentir cómo hay partes de ti que se marchitan en tu interior, cómo se alejan tu empatía y entrega a los demás. Súbitamente te sientes más egoísta, menos altruista, más huraño. Eres algo más oscuro y siniestro que hace apenas unos segundos. Lo sabes. Su influencia es rápida, su presencia es agotadora. Te inquieta, te atormenta. Y al mismo tiempo te notas más poderoso, más fuerte, más despierto, más ágil, más inteligente. Su tenebrosa voz no tarda en imponerte a tu mente su primer deseo:

"Ofréceme en sacrificio de sangre a todos los habitantes de esta aldea".

Siento esas raíces hincarse en mi. Su ponzoña se extiende por mi cuerpo y, sobre todo, por mi mente. E ideas que quizá jamás habría tenido antes empiezan a parecer lógicas, y cosas que había tolerado se vuelven intolerables. Siseo. Es como si toda mi concepción del mundo estuviera cambiando en cuestión de un instante.

Llega su orden. Es una locura. Y sin embargo...

Oh, recuerdo cómo me han recibido. Recuerdo su desprecio. Recuerdo su miedo. Pero el miedo que habían sentido no es nada en comparación con el miedo que les puedo hacer sentir. Ni uno de ellos sería capaz de hacerme frente. No, ni entre todos serían capaces de detenerme.

¿Qué... qué leches estoy pensando? ¡No te pierdas, Desmond! ¡No te dejes llevar por él! Cueste lo que cueste... ¡resiste!

—¡Silencio! —exclamó, apretando los dientes—. ¡No obedezco tus órdenes, Zanduräs!

Sin embargo, siento que no puedo quedarme aquí. Puede que el mundo sea un lugar oscuro y marchito. Puede que yo mismo, con el tiempo, vaya a volverme igual de oscuro y marchito. Pero resistiré. Todo lo que pueda. Y por lo pronto, tengo que marchar. Quizá de vuelta, por el largo camino. Quizá en otra dirección. Donde sea. Pero lejos de ese lugar.