El bueno de Don Alonso creía que lo peor había pasado pero ¿y el calor que? de buena manera se sabía que estábamos abandonando el refugio refrescante del bosque para volver a la bastez de un campo lleno de pocos arboles y muchos baches.
- Si es que hacéis que dure la diversión mu poco cojone... ahora casi no me ha dao tiempo a esharme la siestecilla y tengo que soportar de nuevo la caló, pero sonrío de pensá que nuestro destino está apuntito de ser alcansado ¿o me equivoco mushashito?- Dije refiriéndome a nuestro joven cochero.
- Por sierto amigos míos, lo habéis hesho a las mil maravillas, si es que yo tengo mu buen ojo para sabé con quien arrejuntarme jejeje- Dije bonachón mientras le daba varias palmadas a Don Alonso y a Felipe, sin embargo mi atención pasó después a observar los desperfectos en el carruaje, había más de un agujero y eso implicaba que habría que reparar el vehículo y que entraría más calor.
- Eh eh, espero que no tenga que salí de nuestros biene el coste de la reparasión del trasto este... que los ahorros que me quedan deben ser bien invertidos en una buena jarra de vino de mi tierra y quien sabe si la compañía de una buena moza ¿a que sé divertirme eh? jajaja- Seguía riéndome para mi mismo, contento de saber que estaban vivos y que apenas había tenido que esforzarse, lo único malo era que había perdido un cuchillo, menos mal que no los adquiría de mucha calidad...
Aún seguía con los rezos el pobre sacerdote, que seguramente jamás había pasado tal desventura.
Muchas gracias señores de buena fe, dios les pagará con su hazaña de buena gana. - dice con voz temblorosa, pues aún seguía inquieto -
No entiendo como señores de dios puede caer en las manos del diablo y hacer tales actos. - parecía estar hablando solo, o con dios... -
Su rostro permanecía sudoroso, y sus ropas mojadas por el sudor y por algo más, al parecer el pobre no había soportado la presión y el esfínter cedió un poco.
Balan
Habíais conseguido salir vivos de éste intento de asalto, pero ahora el coche contaba con bastantes desperfectos. De la Vega miraba con preocupación los agujeros de la carreta, podría haber sido peor, sin duda, pero no le gustaba el estado en que había quedado el transporte de su padre.
Pedro Palma en cambio, no podía disimular su cara de satisfacción, poco le preocupaba las cosas materiales, habían obtenido una importante victoria ante esos canallas, y eso era todo lo que ocupaba su mente. Su espíritu guerrero se regocijaba, y esperaba que la próxima vez, fuera su acero, y no el plomo de sus compañeros en que mediara en la disputa.
Felipe García también se mostraba feliz, allí a lo lejos ya se podía divisar la ciudad de Valladolid. Desde allí cogería un coche de postas, donde partiría al encuentro de su familia. El cura mostraba también una cara similar a la del soldado, la alegría de llegar a su parroquia y poner fin a su odisea.
La ciudad estaba ya sólo a un paso, a los lados del camino, veías campesinos, que enfundados bajo sombreros de ala ancha, y güitos de paja, trabajan la árida tierra castellana. Las voces, de los lugareños cada vez era más notables, especialmente al tomar el Camino Real Nuevo de Madrid, una de las entradas principales de Valladolid. Habíais llegado a vuestro destino, la gente iba y venía, los más a pie, y el resto en borricos y carruajes tirados por vacas. A vuestra derecha se encontraba Campo Grande, un pequeño bosquecillo donde los pucelanos gustan de hacer merendolas las tardes de domingo. A la izquierda, en el conocido campo de la feria, un único edifico, la Real Academia de Caballería, de nueva construcción, y trasladado de Alcalá de Henares, donde se encontraba apenas un año atrás. En frente, plagada de tenderetes, y comerciantes, la Puerta del Campo, un gran plaza, donde se encuentra uno de los tres mercados de la ciudad.
Poco a poco vais atravesando la ciudad, algunas personas mira con curiosidad vuestro maltrecho carruaje, pero la gran mayoría no presta siquiera atención, corriendo prácticamente de un lado a otro, pasando bajo los balcones de las casas para protegerse del sol, y con la cabeza gacha bajo sus sombreros. Finalmente llegáis a la casa de los del la Vega, el Nº 3 de la Calle de la Cruz.
La sensación de estar de nuevo en una ciudad hacía que me sintiera más civilizado, me encantaba ver al gentío haciendo sus labores o disfrutando del día, sobre todo cuando hace apenas unas horas nosotros nos habíamos jugado la nuestra. Me fijé en el mercado que quedaba al frente, siempre era un lugar que me traía viejos recuerdos de mi niñez, allí es donde se pueden vivir distintas clases de aventuras y desventuras, ya sea para comprar los ingredientes para un sabroso cocido o para enterarse de cuales son los últimos movimientos de los reyes de la noche.
- Sosio,estarás contento ¿no? ya estamos en tu chosa, espero que tengamos un resibimiento frustifero y que mi trasero está más dolorío que los muelles de la cama de una posada - dije feliz de la situación actual.
- Espero que cuando estemo más tranquilos eshemos un vistasillo al mercao ¿vale compañeros? un poco de fruta fresca siempre es bueno p'al estomago.
Teresa pega un pequeño respingo al oir tu voz por detrás, se gira y te saluda con una ligera sonrira en la cara. - Ah, buen día Juan, no te había oído bajar... -veis como la tusona vuelve la cabeza hacía sus compañeras que aún siguen discutiendo, y como cambia la expresión risueña con la que os había recibido, o una más seria y enfadada -¿pues que ocurre? pues mire Juan, ocurre lo que ocurre siempre, mal de amores, parece que las dos están coladitas por un bribón, y aprovechan cualquier cosilla para iniciar una disputa. La verdad es que esto ya me está sacando un poco de los nervios, tendré que tener una conversación seria con ellas, y sino funciona, habrá que darle matarile al truhán ¿no? -añade mientras te lanza una mirada de complicidad, dando a entender, que si llega la hora de dar santo entierro, habrás de ser tú uno de los encargados.
Venga, venga, chicas, para casa, como os vea discutir de nuevo, os quitaré de sueldo. -dice mientras hace unos aspavientos a las chicas como si de espantar gallinas se tratase. -Bueno Juan, nos vemos a la hora de comer, hasta luego. -Te lanza un beso con la mano y sale hacia el patio interior, rumbo a su casa, seguida de las dos chicas quienes antes de marcharse se despiden también de tí.
Así pues, te quedas solo en la cocina, sobre la mesa, una hogaza de pan junto un trozo bastante grande de tocino, una jarra de vino, y en un cuenco, tres manzanas bastante amarillentas.
Voto a tal que esos malandrines de medio pelo le habían hecho más agujeros al carruaje que una costurera a un jubón. Pero para bien o para mal, habíamos salvado el pellejo; y eso ya era mucho en estos tiempos. Me quedaba el resquemor de no haber obsequiado con una estocada de herreruza, o mejor, con algo de plomo, a esa pandilla de rufianes; pero después de todo, lo que contaba era haber llegado de una pieza a casa.
No era de extrañar pues el júbilo y el desparpajo de Pedro Palma, a quién asentí con una sonrisa mientras me preguntaba por la felicidad que pudiera cuasarme regresar a casa. Y es que tras tanto tiempo, y con muchos recuerdos de infancia en la cabeza, el regreso tenía ese algo especial que te deja sin palabras. Prefería observar lo que me rodeaba, aquella tierra pucelana y aquellas calles que tantas veces había recorrido siendo un pillastre. Y sobretodo, esa fachada y esa puerta, sita en el número 3 de la Calle de la Cruz.
"-Tiempo tendremos para el mercado... - le respondí con sorna a Pedro- Y no me digas que buscas fruta fresca, malsín, que donde dices mercado, bien podrías decir taberna.... y la fruta bien podría ser vino...."
Me acerco a la puerta de la casa con la intención de golpear el picaporte.
Bien podía haber imaginado el motivo del entuerto. Sonrío ligeramente a Teresa cuando menciona la posible solución, espero que de ser así reciba yo una buena bolsa como pago de mi buen hacer y quizás también pueda hacerles olvidar a ellas por la perdida de su querido.
- Hasta la comida - realizo de nuevo la ligera reverencia - señoritas - me despido también de ellas.
Mis ojos reparan en los alimentos de la mesa, hora de apaciguar el rugir de mis tripas. Me siento para servirme una manzana, algo de vino y un pedazo de la hogaza, ya cuando me haya saciado iré en busca de Rodrigo.
Tras desayunar, decides salir a buscar a Rodrigo. En la calle apenas una vecina tendiendo unas sábanas en el balcón que te saluda amablemente con la mano al verte. Siempre suele ser así, la casa de los de la Vega se encuentra en una de las calles más pequeñas y tranquilas de la villa pucelana, la calle de la Cruz.
Las tusonas te dijeron que Pedro había salido a comprar a un mercado, en Valladolid suele haber cuatro activos, el de "Portugalete", el de "El Campillo", el de "El Val" y el de "Puerta del campo". El que más cerca queda de vuestra casa es el de "El Campillo", aunque el de Puerta del Campo tampoco queda muy alejado.
En breve pondré un plano antiguo de la ciudad para que os ubiquéis mejor. Ahora dime hacia donde te diriges.
Sales a la Calle de la Cruz, es una calle bastante pequeña y tranquila, alejada del centro de la ciudad, y por tanto del barullo de la gente. El sol azota sin piedad, y enfundado bajo tu sombrero vas a dar a la calle de la Mantería, que te lleva al mercado más cercano, el de "El Campillo".
Gentes de todo tipo caminan por la calle, aunque principalmente gente acomodada, que pese a no gozar de grandes rentas, se permiten vivir con cierta comodidad. Algunas personas te saludan, puesto que eres bastante conocido en el barrio, ya que eso de formar parte de una compañía nacional de teatro es algo que da cierto prestigio, y más a un villano como tú. Al final consigues llegar a tu destino, el mercado de "El Campillo", el más grande de la ciudad. Pese al calor, el mercado está en plena ebullición, y bastante lleno de gente, un caldo de cultivo perfecto para los rateros.
Hoy va a ser uno de esos días que aplanan la mente y el cuerpo, mala tarde nos va a dar este sol inclemente. Mientras me llego al mercado voy preparando la bolsa en el interior del coleto. No quiero que algún aprovechado me prive de mis últimos cuartos hasta que cobre esta noche. Los necesito para la compra de hoy.
Recorro los puestos saludando a conocidos, nobles damas y genilhombres que me saludan en mi calidad de artista algunos y por su vecindad otros. Termino adquiriendo algunas verduras y hortalizas que las mujeres sabrán qué hacer con ellas además de un tocino grasiento que le de sabor y consistencia al caldo. Le entrego una monedilla a uno de los chicuelos que habitualmente pululan por aquí y ya tengo visto para que portee la comida a casa.
Luego me dirijo a la tasca más cercana a remojar el gaznate y escuchar las últimas noticias.
Correspondo al saludo de la vecina y sigo caminando, pensando a cual de los mercados pudo ir. Nosotros que somos de poco hacer, siempre intentaremos escoger el mas cercano. Por lo tanto, El Campillo sera mi primera parada.