Bosconge tomó un pañuelo y lo mojó con abundante agua. Luego lo fue escurriendo, poco a poco, sobre los labios de Sadia, humedeciéndolos gota a gota. Ya que no podía comer, al menos que no se deshidratase.
La noche se cernió sobre ellos igual que una primigenia criatura de negras alas. Fue una noche larga, poblada de ruidos, figuras cruzando más allá del umbral de las hogueras. Un gesto rápido tras cada movimiento, la ballesta preparada por si tenía que usarla. Nada. Al menos las guardias no habían sido un aburrimiento, se habían mantenido alertas en todo momento. Cualquier cosa podía provenir de aquella selva. El fuego, quiso pensar, lo mantuvo a raya. Había sido una buena idea viajar hasta el refugio.
Amaneció. Con la luz, inspeccionaron los alrededores. Las bestias los habían rondando. No se habían atrevido a atacarles pero eso no significaba que no fueran a hacerlo la noche siguiente. Los animales del bosque los estaban acechando, no era una sensación agradable.
Evaluó la situación. No podían ir muy lejos con Sadia en ese estado. Lo más prudente era esperar a que despertase. Había comida suficiente. ¿Y agua? Tampoco tenían leña. Iban a necesitarla, el fuego era un buen aliado durante la noche. Asintió cuando Dain y Carle se ofrecieron a ir a buscar la leña.
—No os alejeís mucho —ordenó —. Cuando volvaís, Aranar y yo iremos a buscar agua al interior de la cueva. Si no encontramos nada más, mañana iremos a ver de donde provenía el humo que vi ayer.
Los ladrones regresan pronto de recoger leña, una de las pocas cosas buenas que tiene el mayor bosque de Praan es que nunca faltará madera.
Aranar y tú os adentráis en la cueva, la erosión ha creado este lugar de modo que en algún lugar debería quedar agua. Recorréis metros y metros de pasillos irregulares, atravesáis algunas estancias mas grandes pero carentes de interés hasta que llegáis a un amplio pozo natural. Un agujero en el suelo cuyo fondo parece lejano, cuando Aranar se asoma con la improvisada antorcha apenas lográis ver unos metros de paredes escarpadas.
Intentando calcular la profundidad dejáis caer una piedra, tras unos segundos se escucha un golpe seco y lo que parecen ser una sucesión de ruidos que no son provocados por la piedra. Suena como un rápido repiqueteo de algo duro contra la pared, el eco se encarga de prolongar el sonido impidiendo calcular su lejanía.
Aranar aparta la antorcha y te mira compungido, inmediatamente regresáis ante la insistencia del muchacho.
Una vez de vuelta en la entrada descubres que Sadia ha despertado. Está recostada contra la pared bebiendo lentamente, Carle y Dain se encuentran a su lado observando la evolución de la bruja.
- Fue arriesgado, fue doloroso y todos sobrevivimos. - mira por la entrada de la cueva para ver el paisaje - Pero creo que mi puntería no fue tan acertada.
El cansancio es notorio en su voz y sus movimientos. No está enferma, es puro agotamiento mágico. Lo habías oído pero nunca lo has visto, al fin y al cabo los magos colegiados están entrenados para evitar llegar a ese limite. Aunque claro, normalmente ellos no se juegan la vida como lo habéis hecho vosotros.
La bruja aún sigue débil para caminar, su capacidad mágica actual es nula y no se ve capaz en mucho tiempo de repetir el proceso de teletransportación. Aranar, que no ha mencionado nada sobre la amenaza al fondo de la cueva, te mira preocupado. Parece que todos esperan un plan que les saque de ese lugar, aunque son conscientes de que el escenario no es precisamente idóneo para la supervivencia.
“Una cueva. Una maldita y puñetera cueva, nada más”. Boscogne estaba decepcionado, esperaba encontrar algo más. No sabía exactamente el qué, pero algo hubiera sido mejor que nada. El pozo natural al que se asomaron era demasiado profundo como para tomar el agua del fondo, si es que había agua, y las paredes demasiado irregulares como para servir de asidero.
—Punto muerto, chico. Mala suerte —dijo antes de regresar.
Aranar no estaba bien. Era un muchacho de la tierra. Se encontraba nervioso, asustado. Seguramente pensaba que iban a encontrar algo útil allí. Ideas basadas en la ignorancia, en un sueño romántico de aventurero novato. Le vendría bien un poco de realidad. La vida era dura, una piedra que te golpe una y otra vez hasta que te reduce a una masa de pulpa sanguinoleta. Hay que resistir los golpes, nunca dejar que te hunda.
—No era el camino, Aranar. No lo pienses. Buscaremos otro. Y sino, lo haremos —le animó, la moral baja era un lastre que se negaba a aceptar entre sus filas.
Sadia había despertado. Habló de su proeza, y de su fallo. Su “puntería”.
—No lo digas así, yo pensaba que querías traernos aquí desde un principio —alegó mostrando algo de humor, tan necesario cuando las circunstancias empezaban a estrangularte —. Lo hiciste bien, seguimos teniendo la cabeza pegada al cuello. Ah, mataría por ver la expresión del oficial del Tribunal cuando nos esfumamos.
Pensó en su siguiente paso a dar. No podían quedarse allí a esperar. La comida se terminaría agotando, igual que el agua. Sadia no podía moverse con normalidad. El bosque acabaría con ella. Tendrían que transportarla. Les retrasaría. Tenían que esperar a que se recuperase. Al menos un día o dos. No esperaría cruzado de brazos, tampoco arriesgaría a sus hombres tontamente.
—Hay que explorar el terreno —masculló —. Cuando llegamos, vi un fuego en las cercanías. Tardaré un día en llegar hasta él, otro en volver. Dadme un día más de marguen. Por si hay contratiempos. Tranquilos, no es la primera vez que duermo en un bosque —sonó seguro, firme, profesional. Uno no se ganaba la vida cazando hombres si no estaba dispuesto a adentrarse en las peores cloacas del mundo conocido —. Mientras, recupérate Sadia. Volveré con noticias, buenas o malas. Si no encuentro nada, tomaremos otra dirección. Quedarse quietos es la muerte.
Iría solo, no podía arriesgarse a romper al grupo, a llevarse a alguien con él dejando solo a dos de ellos al cuidado de Sadia. ¿Y quién cuidaba de él? A la mierda, siempre había sido un solitario. Sabía de quien era el pellejo que tenía que arriesgar. La cueva era segura, les daba cobijo y ocultaba el fuego. Las bestias se habían mantenido a raya durante la primera noche, nada indicaba que no fueran a hacerlo durante las demás.
—Yo os metí en esto, y yo os sacaré. Dadme tres días. Volveré con noticias, buenas o malas. Y si no regreso, abandonad la cueva, pero no cojáis mi camino.
Dicho aquello, revisó su equipo, y salió de la cueva. El bosque estaba lleno de sonidos y de un verdor monstruos. “Una prueba más, solo es una prueba más”.
El grupo acepta tu decisión. Sadia y Aranar parecen preocupados por tu prolongada ausencia mientras que Carle y Dain aceptar hacerse cargo de la seguridad de los otros dos.
- Volverás... - apenas susurra la bruja mientras te marchas.
Durante las primeras horas de viaje intentas mantener la cueva localizada, las distracciones en este lugar son frecuentes y cada dos pasos notas como algo se mueve a tu alrededor. Supones que hay dos tipos de animales, los que huyen de ti para no ser comidos y los que todavía no tienen suficiente hambre como para arriesgarse a darte caza.
El Sol está en lo mas alto cuando llegas al lugar donde viste el humo. No tardas en encontrar los restos de una hoguera y multitud de huellas, es evidente que no se han molestado en ocultar su rastro en ningún momento.
Mientras intentas deducir que camino han seguido escuchas algo a tu espalda, cuando te giras ves a un hombre vestido únicamente con un taparrabos y con el cuerpo lleno de lo que se podría considerar pinturas de guerra.
Hasta hace unos segundos pensabas que las tribus salvajes del bosque de Mol no eran mas que cuentos.
El hombre te mira impasible, se apoya en su lanza y se mantiene quieto durante unos segundos. Nuevos sonidos desvelan la presencia de mas salvajes, el bosque facilita las emboscadas y mas aún si has nacido en él.
Cuando terminan de formar a tu alrededor cuentas un total de quince enemigos, todos con lanzas, rudimentarias pero afiladas lo suficiente como para atravesar tu carne.
A varios metros de ti se abre paso otro salvaje, su aspecto es distinto. Se trata de un hombre mayor que el resto, rondará los cincuenta años. Su piel está cubierta por un polvo blanco y en la cara tiene tinta negra que le da el aspecto de una calavera. Por los adornos y la ausencia de arma deduces que no es un guerrero como el resto.
- Salamu extraño, soy Mchawi, chaman de los Muuaji. Bosque nuestro, tierra nuestra, tú pagar por pisar.
Se toma un segundo antes de pronunciar algunas palabras, muestra de que no es su idioma nativo. Praan, en toda su extensión solo conoce un idioma, que exista otro indica que estas personas han estado muy alejadas de la civilización.
El grupo de salvajes te mira expectante, el chaman señala el suelo recordándote tu repentina deuda con ellos.
Las palabras de despedida de la bruja eran más una premoción que un deseo. ¿Qué veían sus ojos que a los demás les era negado? Cierto era que Boscogne era un hombre optimista pero aquella selva le daba mala espina. También era práctico y consecuente, podía no regresar. Sin embargo la certeza subyacente en las palabras de la bruja le llenaban de una fuerza irracional, como si tuviera un comodín a sus espaldas que pudiera salvarle de cualquier peligro. Porque ella le había visto volviendo.
O quizás solo había un deseo surgido de su debilidad, pero pensar así no le ayudaba en nada, así que desdeñó tal idea.
El lugar era como cualquier bosque. Molestaba a algunos de sus habitantes, otros le ignoraban y otros, en menor medida, le acechaban. Entre la espesura cazar o ser cazado era una veleta que giraba sin ton ni son por culpa de un caprichoso viento. Llevaba la ballesta en una mano, dispuesto a agujerear a cualquier cosa que surgiera de las entrañas de aquel enmarañado verdor.
Lo importante era no perderse. Se detuvo con bastante frecuencia para buscar el sol en el cielo, memorizando su secuencia, su posición, sabiendo que era el único mapa que podría seguir de vuelta.
Llegó sin incidencia al claro de la hoguera. Frunció el ceño cuando vio tantas pisadas. No esperaba aquello. Un grupo pequeño, quizás, no una comunidad. Era más complicado de manejar. Mientras pensaba si abandonar o seguir se vio sorprendido por los dueños de la pisada. Quince lanzas lo señalaron. Levantó las manos, no tenía sentido pelear.
¿Quiénes eran? Hombres salvajes, alejados de la civilización. ¿Caníbales? Había muchas historias sobre aquellos bosques. ¿Amigos? Lo dudaba, y la brecha cultural entre ambos podía ser un problema mortal. Por fortuna, algo de suerte tuvo que tener, su líder, un chaman, chapurreaba su idioma, síntoma de que no era el primer hombre civilizado que veían aquellos indígenas. De hecho, si le había entendido bien, quería negociar con él. “Eso está mejor”.
—Salamu Mchawi, chaman de los Muuaji —dijo con voz profunda, calmado, en un tono amigable —. Soy Bosconge. Bosque vuestro. Boscogne pagar por pisar —usó palabras que él chamán ya había usado, pronunciándolas muy lentamente para que lo entendiese —. Boscogne pagar.
¿Con qué? Miró sus lanzas, rudimentarias, armas extraídas del bosque. Sacó uno de sus cuchillos, lentamente, y se lo mostró al chamán dejando que los escasos rayos del sol que se filtraban a través de la mullida vegetación arrancasen lenguas doradas de la pulida superficie. Luego se arrodilló, tomó una planta cercana y, con delicadeza, partió sus hojas usando el cuchillo. Un arma bien afilada, metal resistente. Y brillante. ¿Funcionaría?
Con una rodilla en el suelo le tendió el cuchillo al chamán, por el mango.
—¿Pago?
Los salvajes permanecen en silencio mientras su chaman habla. Cuando dices palabras en su idioma su rostro se torna en curiosidad, pero la desconfianza regresa al sacar el cuchillo.
Puedes notar la ira aumentar cuando usas la planta como objetivo para mostrar la calidad del objeto de pago.
Los guerreros se miran entre si alterados, la cara del chaman es puro odio.
- Tú hacer daño. - señala la planta que acabas de cortar levemente - Tú pagar más.
Vuelves a mirar la planta, no eres un experto en botánica pero desde dudas mucho que ese vegetal tenga algún tipo de valor. De hecho el corte es insignificante con lo que cualquier bestia haría al pisarla o el daño que le pueden hacer los insectos de la zona.
Y sin embargo, a juzgar por sus miradas, parece que le has cortado un dedo a la madre de todos los presentes.
Mientras piensas cuidadosamente tu próximo movimiento observas como tres salvajes apoyan sus lanzas y descuelgan de su espalda unos trozos de caña hueca. No hace falta ser un gran historiador para saber lo que es una cerbatana.
"Genial, Boscogne. ¿No se te ha ocurrido otra cosa que dañar la madre tierra de una tribu salvaje que, por la forma asesina que tienen de mirarte, adoran el suelo que pisan como si se tratase de su misma diosa?". Error de novato. Debería haberlo visto. Observó las cerbatanas de forma disimulada, estaba en un aprieto. Eran demasiados para él, tampoco podía huir. Los salvajes conocían la selva mejor que él, le darían caza en cuestión de minutos. ¿Y ahora qué? Porque no pensaba arrodillarse. No lo había hecho ante nobles ni clérigos, ante jefes militares ni jefes de los bajos fondos. No iba a hacerlo allí. Puede que la civilización no hubiera llegado hasta esas gentes rudimentarias pero eso no significaba que su orgullo no estuviera allí con él, impidiéndole clavar una rodilla en el suelo para ofrecer sumisión y rendición, a él mismo como pago.
Guardó el cuchillo, una mano en alto en señal de tregua.
—¿Y qué puedo daros yo?—Preguntó sin esperar respuesta, mientras contemplaba indómito los rostros de los indígenas.
Buscó en su mochila, extrayendo algo que quizás no hubieran visto nunca, puede que aquello sirviera. Sino, ya estaba trazando mentalmente un plan de ataque. Si acababa con el chamán puede que los demás huyesen...o puede que se enfadasen más aún.
—Podría intentar explicaros los intrincados mecanismos que dan fuerza al arco de mi ballesta o la técnica con la que un herrero ha templado el cuchillo que desdeñáis, más letal que cualquiera de vuestras armas de madera y hueso. No sabríais apreciarlo. Aquí, algo más efectista.
Sacó su pequeño espejo, se lo mostró, les enseñó sus propios rostros, reflejados. Con movimientos lentos se agachó y lo dejó entre las hierbas, de pie. No les quitó ojo de encima. Retrocedió dos pasos.
—¿Suficiente?
Todos observan con curiosidad el pequeño espejo, el reflejo de la jungla y de ellos mismos parece confundirlos. El chamán sin embargo no parece tan impresionado, puede que no sea el primero que ve o puede que esté fingiendo delante de su tribu. Sea como sea se acerca a ti, en cuando da dos pasos un par de guerreros lo escoltan y el resto se prepara para un posible ataque por tu parte.
Sin mediar palabra el hombre extiende ambas manos para recibir ambos pagos. Una vez obtiene el cuchillo y el espejo asiente solemnemente y señala en una dirección, como invitándote a marcharte hacia allí.
Sin mediar mas palabra todos se retiran y en cuestión de segundos desparecen de tu vista entre la vegetación.
Has dejado la cueva hacia el Sur, la tribu se ha marchado hacia el Norte y el chamán ha señalado hacia Oeste, aunque supones que simplemente te ha pedido que te alejes de su territorio.
El pago, y luego, nada. Se habían esfumado, como si nunca hubieran estado allí. Boscogne no se fió. Esperó unos minutos, atento a la maleza, filtrando todos los sonidos del lugar tratando de encontrar el de una pisada que se acercaba por la retaguardia. Nada. Se adentró un poco por el camino seguido por aquellas gentes primitivas. Le habían dejado solo. El pago había sido suficiente. Además, le habían indicado un camino. ¿Hacía donde? ¿Hacía el poblado de aquellas gentes, hacía el exterior del bosque? ¿O hacia una trampa?
—Es lo mejor que tenemos—se dijo a si mismo, no muy convencido.
No quería quedarse allí, rodeado de fieras y salvajes. Moverse podía significar su perdición, pero quedarse en la cueva era la muerte segura. Había que moverse, arriesgar. Desfallecer no era una opción. Trazó un mapa mental, trianguló su posición para poder encontrarla más tarde, cuando llegase a la cueva. Tocaba regresar, esperar una noche más y entonces, tomarían el camino señalado por el chamán.
En cuanto regresas a la cueva planteas la nueva situación. A falta de una opción mejor nadie se muestra contrario, esperar la muerte en una caverna no es un plan sensato.
Al amanecer del siguiente día todo el grupo se prepara para partir. Sadia parece mas recuperada de su agotamiento, aunque es evidente que no se puede esperar mucho de ella. El resto de tus hombres están bien, puede que algo débiles por la falta de comida de calidad pero preparados para el viaje y lo que pueda surgir.
Sigues la dirección que te indicó el chaman con la esperanza de que te lleve, como mínimo, lejos de su territorio.
Tras casi medio día de viaje comenzáis a escuchar un leve ruido, suena como una sucesión de golpes lejanos. Seguís el origen del sonido y os topáis con tres tiendas de lona en mitad de la nada. Por su manufactura está claro que no pertenecen a ninguna tribu autóctona.
En una primera revisión descubrís comida, camas y equipo. Al revisar los alrededores no tardáis en localizar el ruido, medio escondido en el suelo encontráis la entrada a una construcción antigua. El ruido proviene de dentro y parece ser producido por el golpe de un pico o un martillo contra la roca.
Junto al agujero hay una pequeña estatua que ha sobrevivido a la intemperie lo que parece ser siglos. No eres un experto pero parece tratarse de una representación de los Oscuros, lo que significaría que el lugar es uno de sus misteriosos templos.
Contando las camas calculáis que debe haber casi diez personas allí. No habéis encontrado armas pero sí equipo de excavación y exploración. La comida está fresca, aunque hay mucha carne seca seguramente para que resista mucho mas tiempo.
Por el momento nadie os ha descubierto, los golpes suenan lejanos y es de suponer que quien esté en ese lugar no espera ningún tipo de visita en un lugar tan inhóspito.
Sus hombres se resignan. El amargo destino que parece depararles en la cueva es suficiente acicate para darles aliento y emprender la marcha. Les habló sobre su encuentro con los nativos.
—Si bien eran salvajes, no parecían sorprendidos de verme. De hecho buscaron un trueque. Bien sabían ellos lo que hacían y con quien trataban. No tardaremos en salir de aquí —dijo, convencido, tratando de infundir ánimos.
Partieron con la ruptura del alba, el ambiente era fresco aunque pronto se tornaría asfixiante. Vigiló a Sadia, podía seguir la marcha pero sabía que no podía forzarla. Ella marcaría el ritmo de todos, para bien y para mal. Los había salvado, le debían cuidar de ella ahora que se encontraba en una situación vulnerable.
Confió en el chamán. Los salvajes tenían tradiciones que no entendía pero no estaban tan civilizados como para haber instaurado la mentira en su sociedad. A medio día, y tras seguir el hilo de sonido de un martilleo rítmico, encontraron lo que buscaban. Observó las tiendas, la entrada al templo antiguo, la comida…una expedición, arqueología, el arte de adentrarse en las ruinas de las civilizaciones perdidas por el afán de descubrir sus secretos. Y de apoderarse de ellos. ¿Arqueólogos en misión oficial o saqueadores de tumbas? Si eran los primeros, podrían personarse ante ellos. Si eran los segundos…no querrían su compañía. No obstante, robarles no era una opción. No era hombre de tanta bajeza.
—Intentemos ser amigos suyos —les dijo a sus hombres —. Manteneos alerta pero no os mostréis amenazantes. Quédate delante conmigo, Sadia, les agradará ver una mujer entre tanto hombre pendenciero.
Se relajó, secó su sudor, templó la voz y se asomó a la entrada del templo. Algunos buscarían ahí secretos, conocimientos, el pasado, él solo buscaba un camino de vuelta.
—¡Saludos amigos! ¡Boscogne y sus hombres os saludan! ¡¿Puede salir alguno a parlamentar?!
Perdona el retraso, llevo las últimas 5 semanas currando más de la cuenta. La semana que viene ya vuelve todo a la normalidad. No debería volver a retrasarme!
En cuanto anuncias tu presencia el martilleo cesa, oyes unos murmullos y supones que están discutiendo si han oído algo o como proceder ante tal evento.
Los ruidos de pasos aumentan hasta que oyes una voz procedente del interior, la tenue luz de una antorcha ilumina el rostro sucio y arrugado de un hombre. Ahora puedes ver algo mas de la entrada y ves que se trata de una larga escalera tallada en piedra, al fondo no se ve con claridad pero parece haber un portón.
- Esta excavación está amparada por el Duque de Eventyr y el ilustre colegio de exploradores. Cualquier ataque, obstrucción o molestia será denunciado y castigado por las autoridades.
El mensaje, que parece genérico para cualquier aparición en el campamento, suena con voz cansada. Como si se repitiese a menudo a las mismas personas.
Al aproximarse mas compruebas que tras el viejo avanzan dos hombres, su ropa y apariencia es de minero y los picos sobre sus hombros confirman su labor.
Como suele ocurrir en estos casos los mineros son úrsidos, es el clásico trabajo en el que un úrsido da mejores resultados que cualquier otra raza.
La voz del viejo vuelve a sonar, el eco es menor al estar mas cerca de la salida.
- ¿Quién sois y qué es lo que deseáis?
No te preocupes, en estas fechas está todo el mundo mas ocupado.
"Cualquier ataque, obstrucción o molestia será denunciado y castigado por las autoridades." Había dicho la voz. "A no ser que no quede nadie vivo para contarlo"pensó Boscogne, siempre práctico. Desconocía quien era el Duque de Eventyr y tampoco tenía interés en conocerle. Había muchos mecenas que gastaban sus fortunas en favor de la cultura, la historia, esperando que el tiempo les devolviera el dinero en invertido en forma de poder o gloria. Una excavación no era una amenaza. Ni siquiera cuando vio a los dos úrsidos armados con picos se temió lo peor.
—Mi nombre es Boscogne, y estos son mis hombres. Somos espadas de alquiler—se le ocurrió, era mejor ser mercenario que prófugo de la justicia —.No tema, no queremos hacerle daño. De hecho es usted quien tiene nuestra suerte en sus manos. No debimos internarnos aquí, el bosque es muy denso. Perdimos el único mapa que teníamos...aunque no era fiable tampoco. Así pues, estamos perdidos, señor, y agradecieramos un poco de ayuda para saber en que parte de este maldito lugar nos encontramos y si hay algún lugar civilizado por aquí.
Al escuchar tu presentación y la razón de tu presencia en ese lugar el hombre se acerca unos pasos hacia ti. Los dos úrsidos lo siguen pero permanecen por detrás de él.
- ¿Perdidos en el Bosque de Mol? ¿Y como han llegado hasta el centro del bosque? Se trata, sin duda, de una situación realmente extraña. No obstante la solución tiene el mismo proceso que el problema: Caminar.
Señala hacia el Oeste como si pudieras ver el lugar que te indica. En esa dirección, como en todas, lo único que hay son miles de arboles, alimañas y quién sabe qué peligros más.
- La salida más próxima al bosque está hacia el Oeste, y aún así son cien kilómetros en linea recta. Os llevará tres días llegar hasta la costa, después podréis encontrar cualquier pueblo de pescadores o algún lugar con embarcaciones que os lleve a una ciudad grande. Esa es todo lo que os puedo decir, no creo que necesitéis aviso sobre los peligros de este bosque.
—Desconocemos el bosque y sus peligros, no era nuestra intención internarnos en él.
Contestó. El hombre les indicó la solución; caminar. Caminar hacia el Oeste. La amabilidad de los hombres era a veces tan abrumadora que lo superaba. Miró al anciano, miró su dedo y luego al bosque. Entornó los ojos.
—Lo vería mejor si nos mosntraseis un mapa. ¿Puede ser?
Buscó en su bolsa, cada vez más vacía. Arrojó el oro a sus pies, allí era tan inútil como una ramera sin boca pero quizás despertase en aquellos hombres algo de compasión.
—Mi compañera está cansada. Cien kilómetros son demasiados. Tampoco tenemos vituallas de calidad con las que reponer fuerzas. Ahí está mi oro, el poco que me queda. ¿No podeís vendernos algo?—Miró a un lado, luego a otro —. Una excacación interesante. ¿Han traído carros y caballos?
La bolsa de oro resuena en la entrada al templo como si una losa hubiese caído. El hombre se agacha no sin esfuerzo para recoger el pequeño saco y comienza a caminar hacia ti. Hace un gesto a los úrsidos para que esperen, ambos parecían dispuestos a continuar la escolta hasta el exterior.
El hombre se aproxima a ti y te tiende la bolsa. Su sonrisa le otorga una imagen de amabilidad que solo un anciano puede tener.
- Ofrecerme oro es como intentar apagar un fuego con madera, no lo necesito, por suerte nunca lo he necesitado.
Camina por el bosque hacia una de las tiendas mientras gira la cabeza para responderte. No tarda en invitaros a seguirlo con un ademán de su mano.
- Cada diez días un grupo de hombres del Duque viene a traernos todo lo que necesitamos, o al menos lo que creen que necesitamos. Cambian la mano de obra y los guardias, este no es un destino preferido por nadie. No tenemos carros ni caballos, no vamos a ir a ninguna parte y no es la típica excavación que requiere la retirada de escombros.
Entráis en la tienda, en una mesa se puede ver una gran tela donde parece estar siendo dibujado poco a poco el mapa del templo que están excavando. Algunas anotaciones indican las posibles utilidades de cada sala, parece que la capilla ha cambiado de lugar varias veces a juzgar por los tachones.
El anciano despliega un mapa sobre el plano y señala un punto, justo en la mitad Oeste del Bosque de Mol. Traza una linea con su dedo hasta la costa evidenciando que se trata del camino mas corto hasta las afueras del bosque.
- No es un mapa en blanco, simplemente no hay nada desde aquí hasta el mar. Todo lo que encontréis no es civilizado o legal, de manera que consideradlo hostil. Quedan siete días para que regresen las provisiones, llegaréis a la costa antes de que partan. Si veis el barco seguidlo, os llevará a un puerto y por tanto a una ciudad.
Señala a un rincón de la tienda, protegida por una reja metálica se pueden ver cajas y grandes jarrones.
- Siempre sobra comida y agua, coged lo que podáis. Es un viaje de cuatro días, no carguéis mas de lo necesario.
Tus hombres esperan tu respuesta, parecen tan poco acostumbrados a la gentileza como tú.
Boscogne se sorprendió cuando el anciano le devolvió la bolsa. ¿En qué trampa se estaban metiendo? ¿Qué clase engaño estaba tejiéndose a su alrededor? No conocía mucha gente que no apreciase al brillo del oro. Las personas eran bastantes simples en ese aspecto, se movían por oro, sexo o necesidad, pocos tenían sueños más elevados que paliar la necesidad de sus instintos más primitivos. Ató la bolsa a su cinto, con desconfianza, escuchando la explicación. Si poseía una gran fortuna obviamente no lo necesita, no obstante ¿Quién en su sano juicio rechazaría un poco más, por insignificante que fuese?
Siguieron al anciano hasta la tienda que les indicó. Había un mapa de la excavación. No parecía estar resultando sencillo. ¿Qué querían buscar? ¿Por qué al hombre le intrigaba tanto el pasado? ¿Por qué entregar tu vida a un mundo muerto? No lo entendía, más lo respetaba. Aquel hombre parecía tener allí su vida y su pasión, era un alma elevada. Y generosa.
—Esos hombres del barco. ¿Nos ayudarán sin más o empezarán a hacer preguntas? Temo no tener todas las respuestas necesarias —quiso saber, lo único que les faltaba era subir a bordo de un barco para ser arrestados en él. En alta mar no había a donde huir.
Observó el mapa y animó a los demás a imitarle. Trató de memorizarlo para, en los días venideros, no perderse en el bosque. El trazado no podía ser más sencillo. Una maldita línea recta. Claro que ahí no estaban señalados los riachuelos, los desniveles, las tribus de salvajes, las guaridas de las bestias y solo los dioses sabían que más. Una línea recta. Si todo salía bien, cuatro días. Si tenían que dar un rodo o la zona era impracticable…Aunque, recordó, iban a seguir el camino que los hombres del Duque tomaban para reabastecer el campamento, eso señalaba que la ruta era, más o menos, segura.
Indicó a sus hombres que tomasen provisiones para cinco días, y agua para una semana. Lo justo, advirtió a Dain y Carle, no quería problemas con las manos largas de los dos ladrones.
—¿De verdad no quiere que le demos algo por esto? En estos tiempos oscuros nadie da nada gratis, y que diablos, me siento incómodo tomando algo sin habérmelo ganado. Si hay algo que podamos hacer para agradecerle su generosidad…
El venerable arqueólogo hace un gesto con la mano, como negando tu primera pregunta.
- Veréis barcos, algunos mercantes y otros simples pescadores. Pero no se acercarán a la costa, os servirán para conocer la ubicación del pueblo mas próximo. Solo un experto sería capaz de seguir una linea recta en el bosque de Mol, si veis en que dirección navegan los barcos sabréis hacia donde ir. Un pesquero cargado de peces vuelve a tierra, es el mejor indicador.
Cargáis vuestras mochilas con provisiones y adviertes a los dos ladrones, por su intercambio de miradas parece que ha sido justo a tiempo pues parece que tramaban algo.
Aranar apoya sus dedos sobre el mapa, como midiendo o calculando distancias. El plano carece de puntos de referencia, un leve desvió y puede que acabéis decenas de kilómetros al norte o sur de la costa mas próxima, lo cual prolongaría el viaje.
Al hablar de pagos y generosidad el viejo vuelve a negar cualquier retribución con otro gesto manual.
- Aquí el oro solo sirve para generar envidias, prefiero no tener monedas que puedan causar disputas. En cuanto a la comida, bueno, realmente es más de lo que podemos consumir. Mejor que sirva para llenar el estomago de una persona que para alimentar a las alimañas de la zona.
Levanta un dedo, como si acabase de tener una idea.
- No obstante si insistes en resarcir tu incomodidad por algo gratuito siempre puedes ayudar al ilustre colegio de exploradores, o incluso al mismísimo Duque de Eventyr si es que os encontráis con él. El colegio aceptará cualquier donación y servirá a nuestra causa. El Duque no necesita oro, pero siempre puede emplear a hombres capaces como vosotros.
Te suena haber visto alguna sede del colegio en las grandes ciudades. Sus ofertas de trabajo eran para largas temporadas y las pocas personas que has conocido y los han servido se han quejado de que al final el pago era escaso para el tiempo y el tedio pasados.
El grupo está listo para partir, aún quedan horas de luz y se puede aprovechar el resto del día. Todos esperan fuera a que termines tu conversación con el viejo.