Vreist afianzó el filo maldito que su padre había forjado en su cintura; solo el debía arrastrar los pecados provenientes de su sangre. No escuchó ninguna voz más proveniente de su relicario pero sabía que ambos poderes chocarían entre sí. La luz divina debía oponerse a la oscuridad maléfica, y esa espada representaba muy bien todo el odio y el rencor de los hombres.
Feuer nunca fue muy sentimental para ciertas cosas pero sentía que debía darle un nombre a la maldición que había decidido portar como un penitente. Una palabra para referirse a ella, para maldecirla, para llorar su fortuna, para advertir al mundo que no la desenvainase. A su memoria llegó una vieja leyenda del norte, una leyenda sobre una espada maldita que debía sesgar una vida cada vez que se empuñaba su poder, y su nombre era Tyrfing.
Tyrfing sería un buen nombre para no olvidar el pasado, para oponerse al presente y para el futuro incierto que aguardaba. Sin pensarlo más tiempo, el joven decidió marcharse para siempre de su pueblo, no sin antes despedirse de todas las tumbas que habías fallecido el mismo día. Ante esas victimas juró que el juicio caería ante los malvados y que él sería quien actuaría en su nombre. Caminar con el recuerdo de esas tumbas se le hizo tan pesado como arrastrar todas las lápidas en su viaje.
Poniendo rumbo al mediterráneo, el joven de cabello grisáceo decidió atravesar los bosques y los caminos de montaña, para evitar miradas indiscretas y porque estar en medio de la naturaleza era más sencillo que caminar por carreteras asfaltadas o calles empedradas. Se había malacostumbrado a la cama mullida que Helga le había cedido, pero no tardó en recordar lo bien que podía sentirse uno sabiendo que solo los pajarillos eran testigos de su caminar. Aunque era cierto que osos o lobos plagaban los bosques, lo cierto es que la intensidad de su cosmos podía hacer huir despavorido a cualquier animal. Su fuerza y su velocidad, frutos del arduo entrenamiento de su maestra, le permitían salir airoso de cualquier inconveniente, apurar más el paso y solventar riscos que no podrían ser saltados por ningún otro ser humano.
Pero todo lo que viene se va y al entrar en la bota de la península itálica los densos y frondosos bosques de Europea central desaparecían paulatinamente, para dar pie a extensos campos y llanuras rodeadas de montañas. Era un lugar lleno de montañas, de elevaciones, de serpenteantes caminos que separaban la campiña de los pueblos y ciudades, simplemente era un paisaje tremendamente bello. Aunque el dinero que le había entregado Helga era algo escaso, lo cierto es que no había un gran problema para un joven que prefería dormir al raso y cazar su propio alimento, aunque a veces no siempre había suerte. En las veces que tuvo que acercarse a algún pueblo, ofrecía sus servicios a cambio de algo de comida, alegando ser un peregrino que viajaba a Roma. Muchos aldeanos le daban comida y víveres sin pedirle nada, aunque el prefería insistir en trabajar antes que mendigar. En las ocasiones que podía, ayudaba durante un día entero a su benefactor quien ,impresionado por su trabajo, terminaba dándole más víveres o incluso algo de dinero. Aunque no era oro todo lo que relucía, y mientras en los pueblos siempre había podido contar con la amabilidad de las gentes, en las ciudades todo era gigantesco, solitario, asfaltado, gris, fríos pedazos de hormigón y metal, donde la gente no podía pararse a charlar por culpa de sus obligaciones. Para Feuer, ese lugar era más frio que la montaña de Helga en pleno invierno, y el mero hecho de pensar que Roma seria así, le daba bastante dentera.
Tardó cerca de mes y medio en encontrar la primera señal que indicaba Roma, pero la ilusión de llegar a su destino era tal que decidió apurar el paso, consumiendo su cosmos para que sus piernas le hicieran casi flotar y volar bajo. El cosmos le podía proteger, dar más fuerza, o hacer más ágil y rápido, poder superar el limite humano no era difícil para alguien como él. Atravesó una carretera enorme llamada Valle Lunga, al amparo de la noche, solo para detenerse a descansar hasta el amanecer en un parque extenso con una gran colina. Vreist chapurreaba algo de italiano que Helga le había enseñado, así que pudo leer un cartel que indicaba: Parque Sabino. Así que allí, decidió descansar, para observar de fondo la imagen de una Roma que amanecía con el carmesí del sol entintando sus edificios y el ruido del bullicio de una gran ciudad.
-Por fin he llegado a Roma, Helga – masculló recordando a su maestra- ojala estuvieras aquí.
Aunque quisiera ignorarlo, después de tantos años de soledad, Helga había sido el único rastro de amabilidad en su vida y , sin querer compararla con su hermana, había agradecido el trato recibido. Aunque los entrenamientos eran extenuantes, por fin habían dado sus frutos; y claro ejemplo era el viaje que había hecho a pie.
Ahora solo quedaba una cosa, terminar el viaje y emprender la misión.
Perdona la tardanza, espero que llegue el rol.
Al llegar allí ves que es de las pocas ciudades que te han encontrado que no se ve afectada por el yugo de los Olímpicos, la gente hace sus vidas de forma normal y natural, como si lo que sucedía en el resto de Europa no fuese con ellos... En parte eso te consolaba... pero también llegaba a parecerte algo perturbador... parecía casi como si a la gente que allí vivía solo le importase su entorno...
Preferiste no darle más vueltas al asunto, el caso es que por fin habías llegado a tu destino, y la misiva que Helga te había entregado te facilitaría la tarea de ser presentado ante aquellos que te darían más detalles sobre tu misión.
Estuviste caminando por la Via del Corso... hasta llega a la Plaza del Popolo, y desde allí ya podías ver la majestuosa figura de la ciudad del Vaticano... a la cual no tardaste mucho en llegar...
Nada más entrar un grupo de sacerdotes se acercó a ti y empezaron a hablarte... - Mis disculpas joven... no hemos podido evitar sentir el aura que te rodea... ¿debemos asumir que llevas uno de los rosarios sagrados? - te preguntó uno de ellos dejándote algo traspuesto por lo directo de la pregunta...
Vreist se sintió sorprendido ante la posibilidad de que ese enjuto hombre pudiese distinguir el poder de su cosmos, el cual yacía casi oculto para no advertir a enemigos. En un principio quiso desconfiar, pero recordó que Helga le instó en ir al Vaticano. Allí obtendría más respuestas y comenzaría su verdadera misión
-Así es, padre - enuncia entre los ecos del lugar y muestra el rosario que llevaba oculto en la camiseta - este es. Mi maestra me ordenó llegar hasta el Vaticano en post de mi misión.
"Helga, espero que no estés equivocada", musita para sí mismo ante la idea de poder ser traicionado por alguien que no conoce de nada, "Aunque si Helga me lo ordenó, no pueden ser malas personas".
- Con usted, ya solo faltan 2 más de los miembros... aunque los compañeros que llegaron antes que usted ya partieron a su primera misión... quizás debamos darnos prisa para que puedas unirte a ellos cuanto antes... - dijeron mientras los seguías... al principio te parecieron sospechosos, pero al final viste como poco a poco os acercábais al recinto de la ciudad Vaticana.
Una vez allí te llevaron hasta una habitación muy similar a la de un hotel para que te acomodases... al parecer otro de los elegidos por los rosarios acababa de llegar a Roma y se disponían a ir a recogerlo...
"¿Compañeros?", masculló en su mente intrigado, "se me hace demasiado extraña esa palabra. Helga, no me habías dicho que tendría que lidiar con otra gente", pensó a sabiendas de que no le era cómodo hablar con otros seres humanos.
-Mi maestra me hablo de otros pero no pensaba que tendríamos que unirnos- enunció en alto- aunque si todo es para buscar derrotar al mal que se hace llamar olímpicos, estoy dispuesto.
Una vez en las estancias que le habían reservado, el joven se puso a dormir plácidamente. No recordaba ni lo que era el tacto de un colchón o de unas sabanas. Después de descansar unas horas, Feuer volvió a desenvolver la espada que llevaba atada con una tela y tres sendas cinchas de cuero. Lentamente, desenvaino parte de la espada y sin sacarla de la vaina asomó el relicario al filo.
-Espero que os llevéis bien porque nuestro camino esta decidido.
Al día siguiente te llaman para reunirte con el que será tu superior durante la misión de eliminar a los Olímpicos, y que te dará más detalles sobre todo lo que sucede...
Estoy esperando a que Mateo te alcance, que esta casi en el mismo punto y os reuno
Entonces continuo el roleo aqui o mejor espero a que termine? como prefieras.
Espera un poco que imagino que entre hoy y mañana ya os reuno
Continúa en http://www.comunidadumbria.com/partida/saint-seiya-el-ocaso-del-olimpo/la-segunda-reunion