Vives una vida placentera y llena de lujos en el Nuevo Continente, cortesia de tu maravilloso abogado, Lefebvre. De vez en cuando recibes visitas de tu mentora, Cassandra, algo que te agrada de sobra manera ya que te costó horrores, en su momento, encontrarla. Aún recuerdas ese momento, en que tras perseguir cuadros, descripciones de su diario y asaltar una de las oficinas americanas de la Talamasca, conseguiste dar con ella. Fue un momento mágico para tí. Cassandra era aún más bella en persona. Sus cuadros no le hacían ninguna justicia. Y su voz dulce y su piel suave y sedosa... Te cautivó por completo.
Rápidamente tu relación con ella se hizo estrecha, Cassandra te mima y te da los caprichos en su justa medida, te ha explicado su vida entera a petición tuya y te ha contado algún que otro relato más sobre otros vampiros, especialmente la de Armand y la de Lestat. Te parecieron fascinantes y tu querías saber más, pero ella no parece querer ahondar más en ello. Se guarda sus propios secretos para si misma, diciéndote que es por tu bien y para tu mayor seguridad. Eso te hace pensar, de vez en cuando, que quizás no todo lo que te cuenta es verdad o que por lo menos omite ciertos detalles de su vida... como por ejemplo, porque nunca dice de volver al Viejo Continente o a su antigua tierra natal, Italia.