Viéndolo en perspectiva, el viaje había sido bastante movido para tratarse de una travesía tan corta. Primero, al poco de haber abandonado una Tortosa desolada por la peste, había tenido lugar el desafortunado encuentro con el mendigo, que había acabado con el leproso inconsciente y desangrándose tras haberlos atacado. Casi no cabía duda de que los había intentado agredir a causa de la locura a la que lo había llevado su horrible enfermedad. Al grupo no le había quedado buen cuerpo tras haber dejado al hombre desangrándose y al borde de la muerte, pero dado el cariz de su enfermedad, y pese a lo cruel del acto, casi se le había hecho un favor al pobre hombre.
El camino había sucedido tras ese encuentro sin mayores incidentes. A la noche, el grupo había encontrado cobijo en la casa de una bruja del Norte llamada Olaya. Dicha bruja inicialmente los confundió con unos asaltantes, y había estado a punto de hacerle un chichón a Gonzalo con una sartén, pero afortunadamente el incidente quedó en una mera anécdota simpática, y tras convencerla de las buenas intenciones de los tres caminantes, había accedido a compartir su cena (pan duro y vino) y permitirles dormir a cubierto.
Pero la noche no iba a ser tranquila, y los cuatro se vieron sorprendidos por el sonido inconfundible de una trifulca en mitad del camino. Un hombre extranjero, un criado de alguien importante a juzgar por sus buenos ropajes, había sido atacado por un grupo de bandidos, y había perdido todas sus posesiones y su caballo, quedando sin sentido en el suelo. El hombre fue atendido por los tres amigos, así como por la bruja norteña, y se presentó como Aisslin, criado del señor del castillo de Amposta. La suerte parecía haber sonreído al grupo, ávido de encontrar oficio en la aún ajena a la enfermedad de la peste Amposta.
Los tres amigos, tras pasar la noche a cubierto, se despidieron con cortesía de la amable y parlanchina bruja Olaya, con la intención de escolgar a Aisslin ante la presencia de su señor.
Aunque ninguno de los presentes había comentado nada al respecto, bien claro estaba que a los tres les rondaba por la cabeza la ilusión de poder entrar a trabajar para el noble al que servía Aisslin. Era una oportunidad demasiado jugosa como para dejarla escapar. La perspectiva de un salario, un techo bajo el que cobijarse y un plato de comida al día se antojaba increíblemente apetecible para tres seres que rara vez gozaban de tales lujos. ¿Tendrían la suerte de que el barón MacCormak necesitase más sirvientes? Soñar era gratis...
El resto del camino a Amposta se sucedió sin mayores percances. Por fin el grupo llegó a la bonita ciudad, y acompañó a Aisslin al castillo del barón. El castillo que gobernaba era imponente, el servicio a su cargo muy numeroso, las tierras que poseía bastante extensas... Gobernaba una villa y un par de aldeas más, nada demasiado importante para un noble, pero que se antojaba sencillamente increíble para gentes de bajo estrato social como los tres amigos.
El barón Richard MacCormak distaba de parecerse a lo que los tres amigos pensaban que sería un barón. Ya iban con la lección aprendida, pues Aisslin les había hablado sobre él durante el trayecto, pero aún así les sorprendió lo que vieron. Ciertamente, cuando el barón estaba sobrio, era buen conocedor de las diferencias entre clases sociales, y aunque trataba con cariño a sus criados, cosa extraña entre la gente de su clase, también era cierto que cuando el hombre se achispaba bebiendo alguna copa de más, daba la impresión de que las clases sociales desaparecían a su alrededor. Gustaba de contar una y otra vez sus hazañas de antaño, sentado a la mesa y rodeado de todos sus criados, mientras el buen vino corría por la mesa. Era cierto que los criados en ocasiones debían escuchar historias que ya habían oído mil veces, pero por otra parte era curioso sentirse bien tratado y socializando de forma harto campechana con un hombre de tan alto eslabón social, por lo que no tenían queja alguna del trato de su amo. Amén de que el vino de sus bodegas era ciertamente delicioso.
Escuchando a Aisslin hablando durante el camino, con tan poco respeto pero con tanto cariño, sobre un amo tan campechano, los tres aún sintieron más ganas de seguir clamando por un poco más de fortuna, y verse acogidos bajo el mandato de tan liviano amo. ¿Habría suerte?
Al llegar al castillo, al poco de presentarse ante MacCormak junto a Aisslin, los tres supieron que estaban de suerte. Aisslin se presentó ante su señor y se sacó una bota, de la cual extrajo un papel que entregó a su amo. Dicho papel era lo que había salido a buscar, y lo que había camuflado lo suficientemente bien como para que los ladrones no lo encontraran, y que también se le pasara por alto a Gonzalo en su liviano escrutinio de sus bolsillos. MacCormak, quien se hallaba en aquel momento algo achispado a causa de un buen vino que acababa de meterse entre pecho y espalda, se aproximó a los tres oriundos de Tortosa, y tras palmear la espalda de los dos hombres y pellizcarle una nalga a la mujer, les agradeció haber ayudado a Aisslin a regresar sano y salvo. Iba a ofrecerles comida y alojamiento para la noche en agradecimiento, pero Aisslin estuvo atento y, conocedor de las intenciones de los tres amigos de colocarse en algún oficio en Amposta, intercedió en su favor ante su señor, implorando que les permitiera quedarse como unos criados más.
MacCormak ya tenía criados de sobra, y de haberse encontrado más sobrio quizás se lo habría expuesto de esta forma a Aisslin, pero estando ligeramente más contento de la cuenta a causa de una ingesta algo elevada de buen vino, dió el parabién a todo, sin darse ni cuenta de lo que estaba haciendo, y los despachó hacia el exterior de la sala mientras anunciaba que iba a salir a montar a caballo.
Aisslin se mostró satisfecho de la resolución de su amo.
-Puedo considerarlos pues, uno más de nuestra ya larga familia. Aquí los criados somos todos una piña. A mi señor no le gustaría que fuera de otra forma. Creo... ejem... que ya se han dado cuenta de lo jovial y risueño que es el prohombre. Para la señorita quizás haya alguna ocupación en la cocina, y no nos vendría mal un mozo en los establos, ni ayuda en la huerta. Hay tanto por hacer... El señor es dado a los grandes banquetes, así que toda mano qeu ayude es poca. El trabajo es duro, el sueldo no muy alto, pero tendrán un lecho para dormir y comida en abundancia. El amo es generoso con la comida y la bebida.
Ciertamente, la sorpresa al concocer de primera persona al señor MacCormack, fue superior a toda descripción que Aisslin hubiera hecho durante el camino hacia Amposta. Gonzalo no había conocido personalmente a ningún noble, pero los había espiado y seguido en sus "trabajitos" en Tortosa. Y ninguna se ceñía a la manera de hacer de campechano noble...
Al llegar al castillo, los ojos del ladrón no pararón de mirar aquí y allá buscando infinidad de cosas a las que llevarse al zurrón y sacar provecho en una reventa. Pero frenó sus deseos al sentirse acompañado por Mara y Agustí (sobretodo por Mara). Había decidido salir de Tortosa buscando una nueva vida, y evitaría con todas sus fuerzas volver a la vida del pillaje y el hurto. Sabía que allí, en tierras de MacCormack, podría labrarse una nueva vida y, quién sabe, ser hombre de bien y formar una família.
Tras escuchar las palabras de Aisslin a favor de Agustí, Mara y Gonzalo, para trabajar para el barón, el muchacho agradeció al criado su buena voluntad.
-Gracias Aisslin. Veníamos a Amposta buscando una nueva vida y el destino quiso que nos encontráramos. Te agradezco las palabras hacia tu señor y tu ayuda para darnos un trabajo en el castillo.
Acto seguido, Gonzalo pensó cual sería la mejor ocupación en la que encargarse. Pero no dudó ni un instante al saber qué escoger.
Los caballos no le gustaban lo más mínimo. Aún recordaba, y en épocas de mal tiempo aún se sentia dolorido, la tremenda caída a caballo que padeció siendo un niño. Era un inconsciente y se creyó capaz de robar un caballo del establo de Osvaldo. El animal, al sentirse libre y con la poca carga de un niño que apenas sabía coger las riendas, se encabritó y lanzó al muchacho metros allá, provocando que chocara con la barrera de madera, dejando a Gonzalo casi muerto (en coma) durante unos días.
-Yo me encargaré del huerto!- decidió con rapidez Gonzalo- Se me dan bien las plantas...- mintió el muchacho.
Lo que si que sabía era que si Mara estaba en la cocina... tendría posibilidad de verla. Por unos momentos había pensado que los caminos de la mujer y el suyo propia podrian separarse, y no le gustó demasiado. Se sentía atraído por aquella mujer y no podía evitarlo.
Por fin el viaje había tornado a su fin. Una parte de mí estaba llena de alegría por haber llegado a mi destino, pero otra se sentía triste. Alegre por tener la oportunidad por fin de cambiar de vida, y triste porque probablemente ya no viviría más aventuras y ya no vería apenas a sus dos nuevos amigos. Habíamos pasado poco tiempo juntos y, en el fondo, casi no los conocía, pero en estos pocos días les había tomado un enorme cariño. Agustí era escaso en palabras y bastante distante y misterioso, pero no había duda de que era un buen hombre. Aunque al que más aprecio había cogido era al muchacho, Gonzalo. Estaba segura de que, si el tiempo no nos llevaba por caminos distintos, con el joven ladronzuelo podría llegar a tener una verdadera y profunda amistad.
De camino con Aisslin a la casa de su amo, me mantuve bastante callada. Dejé que el sirviente del barón nos contase acerca de su amo, y que fuesen los hombres quienes sostuviesen la conversación. Me acordé de Olaya y de lo bondadosa que había sido con nosotros, y he de admitir que me sentía un poco culpable por haberle mentido. ¿Había sido realmente necesario mentir? Bueno, eso es algo que ya nunca sabré, pero al menos había dado resultado y pude comprobar que no había perdido mis dotes de convicción. Mientras tanto, el sirviente del señor MacCormak seguía explicándonos la vida con su amo. Tenía pinta de que el señor MacCormack era un hombre fuera de lo común y ardía en deseos de conocerle por fin. Quién sabe, tal vez pudiese sacarme de esta vida miserable y darme una nueva, más fácil y digna. Bueno, a mí y a mis dos compañeros de viaje. Ojalá pudiésemos quedarnos todos juntos en la casa de MacCormack...
Finalmente llegamos y, pese a las muchas explicaciones que Aisslin nos había dado, no pude evitar sorprenderme. Había conocido a algunos nobles, pocos pero alguno, en mis días de fulana. A pesar de que ellos podían pagar el mejor "género", siempre había alguno que prefería la clandestinidad de los barrios pobres y disfrutar con alguien que les hiciese salir de la monotonía de sus lujosas vidas. Y todos los hombres de clases superiores que habían pasado por mi vida eran poco menos que alimañas indignas de su posición. Eran gente que disftitaba maltratando y humillando a aquellos que se hallaban en peor posición que ellos, y se creían con derecho a hacerlo solo por tener los bolsillos repletos. Pero el barón MacCormak, aunque estaba un poco bebido, dejaba muy claro que no era esa clase de hombre. No, era uno de esos escasos nobles que gustaba de tratar bien a la gente, independientemente de su posición social. Hombres como estos no abundan, por desgracia.
A punto estuve de dar saltos de alegría. ¿Podía imaginar una oportunidad mejor? Mientras Aisslin nos presentaba a su amo, mi mente estaba maquinando ya mil y un planes para lograr convencer al barón de quedarme trabajando para él. En aquella casa y con comida y techo, no pedía más. Cocinera, limpiadora, jardinera, bailarina... ¡lo que fuese menos lo que había sido hasta ahora! Imaginaba que tendríamos que inventar un montón de argumentos y suplicar para que nos permitiese quedarnos, pero no hizo falta. Ya fuese por el vino o porque Aisslin tuviese más efecto sobre el barón de lo que cabía esperar, el caso es que el señor MacCormack accedió a contratarnos. ¡Dios mío, gracias! ¡Esto es un sueño!
Antes de que yo pudiese articular una palabra dada mi sorpresa, mi alegría se acrecentó aún más al oír a Gonzalo ofrecerse para cuidar las plantas. ¡Fantástico, él también se quedaría!
¿La cocina? ¡Muy bien! Me esforzaré todo lo que pueda. Contesté sonriendo a Aisslin.
Solo Agustí quedaba por responder, pero algo me decía que no iba a tener reparos en aceptar cualquier trabajo allí. A fin de cuentas, cualquier cosa era mejor que seguir llevando una vida de bandido muerto de hambre.
Lo único que me daba pena de todo el asunto era que, a partir de ahora, iba a ver menos a Agustí y Gonzalo. Gonzalo pasaría el día en los jardines, seguramente. Yo estaré metida en la cocina, y Agustí haciendo lo que sea que quiera hacer. Pero bueno, al menos todos estaríamos bajo el mismo techo y seguro que encontramos tiempo para charlar y divertirnos juntos. Además, algo me decía que el destino me tenía deparado algo muy interesante con Gonzalo...
Por la noche, con la espalda apoyada en uno de los muros superiores, observo la ciudad tras las almenas. El aire de la noche me hace estremecer y una vez más me pregunto si he elegido bien. Toda mi vida trabajé en el campo y solo empuñé una espada para aslatar a aquellos que parecían tener algo de dinero encima; Pero el encuentro con Mara y Gonzalo, el viaje y sobretodo, el encuentro con aquel mendigo me hicieron pensar en que quizás mi camino estaba en la espada y no en otra cosa. Me había sentido bien protegiendoles. Me había sentido realmente útil por una vez. por eso cuando estuvimos frente al señor del castillo le pedí ser uno de sus guardias, un miembro de la milicia local.
No se si fué una buena decisión. Las noches de guardia son largas y frías, la armadura pes amás de lo que pensaba y los barracones huelen peor que un campo recién abonado. Puede que encuentre mi momento de satisfacción entre tanta rutina, pero por el momento esperaré.
La fortuna parecía haber sonreído por primera vez en su vida a los tres viajeros. Trabajar para MacCormac no iba a ser sencillo, pues cuando no estaba bebido era exigente con sus criados... Exigente pero bastante justo, en comparación con la inmensa mayoría de los nobles. El barón únicamente ansiaba disfrutar de la vida lo más posible, lo cual era bien sencillo si se disponía de buenos caballos, buen vino y buena comida. Y él disponía de ello.
El día de la llegada no fue más que de reposo para los cuatro viajeros, cortesía de la "contentura" de MacCormak, pero la jornada siguiente ya se prometía muy diferente. De todos modos, el trabajo duro no asustaba a ninguno de los tres, pues siempre era mejor trabajar duro pero dignamente que volver a las andadas de un pasado muy cercano.
Mara sería llevada al día siguiente a la cocina, a probar su valía como cocinera. Si no demostraba talento culinario, algo que MacCormak apreciaba sobre todas las cosas, sería destinada a otros menesteres, como podría ser la huerta. No obstante, para alguien tan sibarita como Mara, posiblemente desempeñar un buen oficio en la cocina resultase de lo más agradable.
Por otra parte, Gonzalo iba a trabajar en la huerta, si es que servía para ello. Ganas de agradar parecía que no le faltaban, así que Aisslin no dudó en destinarlo al puesto que había sugerido. Ciertamente, necesitaban mano de obra en sus inmensos huertos, amén de que no vendría mal que también se echase mano ordeñando el ganado y ayudando en el gallinero. Sí, Gonzalo parecía lo suficientemente mañoso como para poder defenderse en esas poco agradables aunque necesarias tareas.
Por otra parte, Aisslin pensaba que Agustí sugeriría algo similar a lo de Gonzalo, y ya estaba dispuesto a llevarlo a colaborar en el mismo estilo de tareas, cuando Gonzalo comentó algo al respecto de formar parte de la guardia. Ciertamente, a Aisslin no le daba el tipo como soldado, pero en agradecimiento por el rescate de los tres amigos, accedió a hacerle una prueba. Siempre estaban muriendo guardias por una causa u otra, así que nunca había bastantes. Esa mañana le harían una prueba, y si daba la talla con la espada, la lanza o el arco, Aisslin no veía inconveniente en que formase parte de la guardia del castillo.
Ciertamtente, poco más de medio día en el castillo ya había sido tiempo suficiente para percatarse de que MacCormak mandaba en la zona, pero que todas las decisiones importantes las tomaba Aisslin, su fiel criado. No se daba un paso sin que Aisslin lo ordenase, ni se tomaba una decisión sin su consentimiento. A MacCormak no le interesaba gran cosa el gestionar su castillo ni sus tierras, así que su más fiel criado era el cerebro que se escondía tras todas las decisiones, mientras su amo se dedicaba a vivir la vida entre festejos, vino y comida. No hacía falta pasar más de dos minutos con ambos para percatarse de que MacCormak delegaba todas las responsabilidades en Aisslin, así como que el criado veneraba a su amo y respondía a su confianza con la más absoluta de las devociones. Bien cierto era también que su fiel criado era el único de todos los que había en el castillo o en las tierras que gozaba de mayores privilegios que el resto de sus compañeros. No en vano, mientras que todas las sirvientas dormían en una sala comunal inmensa, en camastros más o menos cómodos, y los criados hacían lo propio en otra sala idéntica, Aisslin era el único que poseía un cuarto propio para él y su esposa, principal cocinera de MacCormak, y escocesa, como su marido y su amo.
No se podía negar que los tres amigos habían caído en manos de un atípico señor. Y la impresión es que el haber venido a Amposta no había sido mala idea, pues las condiciones de vida eran un sueño comparadas con las que habían tenido en Tortosa. ¡Ojalá durase dicha situación para siempre!
Pero bueno, ya se sabe que la vida, muy puñetera ella, da muchas vueltas...
FIN