Candice fue consolada por Edmund, aunque ningún hombre ni palabro podría sanarla con un padre en el hospital y unas amenazas veladas teñidas de rosa en una casa de perversa lujuria. La tomaron declaración tras Edmund, en la comisaría, pero este estuvo todo el rato entretenido por Abel, que efectivamente, se le parecía bastante. Gestos, verborreas, actitudes, procedimientos, y en el envidiable físico de agraciados ambos, pese a que la señorita Bradley no se les quedaba corta.
Tras declarar, la joven partió hacia el hospital, dejando que el aspirante a bombero se marchase a su casa con su novia a relajarse. No sabía lo de Arthur. No tuvo valor para contárselo. Quizás mañana. Habían quedado para ponerse al día, y en cierto modo, para que ella estuviese entretenida. Vivir en el hospital no la hacía bien, ni a ella ni a su espíritu. Era doloroso ver a su padre en cuidados intensivos.
Ahora le había visto. Su madre no se separaba de él. Su hermano sí, para ir al colegio. Había tenido la decencia de recoger la casa. La persiana del despacho estaba bajada, sellando el aire al interior a falta de un cristal que protegiese. Una caída letal a la que Jack había sobrevivido. Y Candice era un cabo suelto que conocía su rostro, y que lo había descrito en la comisaría.
Las pesadillas no volvieron a repetirse. Aquel Challenging mixeado a Wraith se había evaporado cuando Jack se vio obligado a huir. Aquel imitador de asesino neovictoriano de mala muerte sería un problema nuevamente, pero al menos ahora lo poco que dormía Candice era culpa de su padre y no un Sandman con preferencia por los cerebros inteligentes.
Y es que Candice no era ninguna estúpida. Sabía que las probabilidades de que Jack volviese por ella eran elevadas. Sabía también que Veronik, al servicio de alguien dominante que tenía aires de imitador o fan de Sherlock, la tenía contra la espada y la pared. Aquella vástaga dulce y comprensiva sabía de Arthur, y estaba dispuesto a dejarlo morir si no se la ayudaba, o a salvarlo si así se hacía.
Sin un Sherlock que custodiase la ciudad, se había convertido en un nido de cuervos, lobos, murciélagos y ratas, en caída libre y declive constante. La casa de Candice era un hervidero de comealmas, y sólo de pisarla le salía un escalofrío a morder la columna. En el hospital todo eran bacterias. Su padre tenía el esternón roto, hundido, dándole tamaños problemas cardíacos y respiratorios. El apófisis xifoides, según el médico, estaba partido en tres trozos. La rehabilitación sería larga y dura. Por suerte, su columna vertebral estaba bien, y con suerte todo acabaría relativamente bien.
El mentor podía hablar y dar consejos, pero aún no tenía fuerzas para tocar el piano. Su impresionante talento había alcanzado, como dijo a Candice hacía dos noches, la cuota para recibir una invitación al Palacio de Buckingham. No al teatro, que también, sino al propio y soberano palacio. Los fragmentos de cristal en su cuerpo no habían sido en su totalidad removidos por la cirugía. Ciertamente, aquello podía acabar bien, o mal. Pero requeriría meses de dolor para toda la familia. Cinco litros de Vitae vampírica y Arthur caminaría al día siguiente con la fuerza para romper y un piano con un golpe de muñeca. Pero eso era algo que Candice no sabía. Ella sólo sabía que Veronik aseguraba poder ayudarla. Poder salvar a su padre en lugar de dejarlo a su suerte.
Al precio de Edmund. Un Edmund con el que había quedado. Un amigo de su ex-pareja. Una buena persona. Un hombre que sabía artes marciales y que tenía aptitudes para ser bombero. Con ideas de bombero, sí, también es cierto. Uno que había pisado sospechosamente Decadence el mismo día que ella. Demasiada casualidad. El genio de Candice sabía que algo tramaba, que o se las estaba dando de superhéroe o imitador de Sherlock o simplemente tenía algún asunto turbio ahí dentro. Hasta donde sabía, Edmund nunca se había puesto a darle de con la fusta a Dawn, su pareja, ni tenía pinta de ser ese modelo de hombre.
Mark Scott, Brigitte Dupois y David Taylor, sus allegados de la universidad, preguntaron por ella. Decían que lo de Arthur había salido en las noticias. Que el pianista invitado a palacio estaba en cuidados intensivos tras un intento de asesinato en su casa. Estuvieron con ella un rato, consolándola o intentándolo. La vorágine que sacudía a Candice se detuvo por un instante al abrigo de sus seres queridos. El tercero le comentó que Adam Lawrence, El Doctor en Matemáticas y segundo mentor de Candice, le transmitía sus condolencias, y que se había encargado de poner al corriente al personal docente de que, debido a problemas de salud en un familiar directo, estaría unos días probablemente ausente en las clases y exenta de responsabilidades en las mismas.
Finalmente, y no por ello algo más baladí, Ellen Crosby llamó al móvil de Candice. Aseguró que necesitaba hablar con ella en persona, y que era un asunto importante. Dijo que había escuchado lo de Arthur en la radio, durante el trabajo, y que estaba preocupada. También le transmitió su dolor a la joven universitaria y le ofreció su apoyo en lo que necesitase.
Candice lo que necesitaba era quitarse a Jack de encima y valorar qué demonios iba a hacer con Edmund. Tenía que salvar a su padre, pero había precios que igual no estaba dispuesta a pagar. Era elegir entre ser mala y ser peor. Entre ser egoísta o altruista. Entre ser pluscuamperfectamente católica o entre ser una ciudadana más.
Más información sobre Mark Scott, Brigitte Dupois, David Taylor, Adam Lawrence y Ellen Crosby en la ficha de Candice.
De camino haían pasado por un puesto de periódicos en la acera de enfrente, una cibercafetería en la manzana contigua, y unas cuantas imágenes pegadas en la fachada de un edificio con eslóganes sobre Sherlock y su desaparición. Ahora estaban en un Starbucks, cafetería hipster donde las haya, tomando algo como excusa para hablar de lo que fuere. Candice tenía toda la pinta de haber dormido poco y mal, aunque Edmund estaba relativamente fresco cual rosa.
Era el momento del día ideal para launch time o coffee break, a media camino entre el desayuno y la comida. Habían pasado poco más de nueve horas desde que se habían visto por última vez. Edmund había avisado de que probablemente Greg, el ex-novio de Candice, se apareciese por ahí en algún momento. Aseguraba que estaba muy preocupado por ella, y que aunque eran sólo amigos, seguía sintiéndose mal consigo mismo por dejarla sola en ese estado, más al no saber cuál era la causa de que estuviese así.
Vestidos con una sencillez inherente a la situación, aunque la primera perfectamente podría haber dormido con esa ropa de deporte, tomaban la consumición que hubiesen pedido mientras intentaban charlar de todo y nada. Era sólo cuestión de tiempo que volviesen a redundar sobre lo de la noche anterior, revelante cuanto menos. Candice no podía hablar eternamente de su universidad y su carrera de matemáticas, y Edmund no podía estar todo el tiempo contando anécdotas sobre el cuerpo de bomberos o como una Dawn tirada en el sofá borracha como una cuba y durmiendo la mona.
En la televisión hablaban del caso de Decadence, comunicando algo sobre los veintisiete detenidos de forma preventiva y los quince clientes soltados tras un interrogatorio y, en algunos casos, denuncia por resistencia o agresión a la autoridad. El resto eran miembros de la casa de alterne, empleados, aunque el noticiario aseguraba que había cuatro matones detenidos por haber sido hallados en una sala de tortura con un hombre al que habían arrancado tres dientes y provocado incisiones diversas con instrumental de matasanos. Definitvamente eso era un problema para Decadence, y tendrían que valora quien estaba o no metido en el asunto.
Gregory Lestrade salió compareciendo ante la prensa con su bastón, asegurando que el resto de datos eran confidenciales y que eso era todo lo que podía decir a la prensa. Claro, que eso era lo que decía siempre, y más de una vez se le había pillado mintiendo a la prensa para proteger la falta de información que tenían. La opinión pública le ponía verde.
Era difícil ignorando con el sonido de fondo. Eso, y que allí los dos tenían una serie de tramas, planes e informaciones la mar de interesantes, aunque podían llegar a no compartirlas. Edmund tenía una herida sanándose en la parte trasera del cráneo, como si se hubiese golpeado la cabeza contra algo, de espaldas. Candice saltaba a la vista por su estado. Pero ambos habían estado por primera vez en un local que no era de sus preferencias la misma noche. Llamativo cuanto menos.
Si alguno tenía un periódico entre las manos o había hecho algo destacable antes de llegar al local sólo lo sabían ellos. Desde luego, se habían estado moviendo.
El camarero estaba en llamas. Hubiera podido sonar a una graciosa metáfora en otro momento, pero ahora estaba en su contexto más desagradable: el literal. La mano fulgurante de aquel desconocido junto al que luchaba apareció solo por un momento, aferrando a el vampiro infernal como si fuera un auténtico y real castigo divino. El horror invadió a la vagabunda, cuya preocupación aumentó a niveles alarmantes. Ese hombre estaba luchando con todo lo que tenía, literalmente.
Dejándose la piel, también literalmente. Demasiadas metáforas hechas realidad para disfrutar realmente de la victoria de ver como uno de sus enemigos era subyugado.
Por que luego estaba su contrincante. Lloraba sangre. Aquel hombre lloraba sangre. Tona se quedó por unos momentos paralizada, mechero en mano, escuchando la queja gimoteante del extranjero. Estaba desorientada. No tanto por el hecho macabro de ver a un extranjero gótico asemejarse a una estampa religiosa, sino por el verbo en si. Llorar. Solo los seres humanos lloraban ¿verdad?
Tona había sido algo parecido a vegetariana. Creía en una dieta saludable, pero no en el sufrimiento innecesario. Había mirado los abrigos de piel de su madre con desconfianza, consciente de que había medios más amables como el cuero sintético. Entendía el matar algo por supervivencia, para comer, pero no las cazas por divertimento. Por supuesto y con su mendicidad, ahora la vagabunda comía lo que le llegaba a la boca. Pero eso no era lo importante.
Tona no podía matar a un ser humano. Y esa...cosa...quería matarla. Pero lloraba. Si, era sangre y había demasiadas cosas fuera de lugar como para poder aceptar esa situación como normal, pero eso no cambiaba tanto la situación como debería. Cambiaba la frase a "Y ese hombre quería matarla". A ella y al novio de Molly, solo para poder llevarse a esta última para vaya usted a saber qué.
Matar por supervivencia. Quizás era el momento de demostrar que era la única variante aceptable del verbo.
Lo bueno o lo malo de la guerra es que no hay tiempo para diatribas morales. William saltó sobre ella con una última amenaza y Tona tuvo que reaccionar con la rapidez con la que había aprendido a huir de los skins y de los locos. Ya habría tiempo luego para aceptar las consecuencias y sentirse un poco más rota por dentro.
Lo único que ocupaba su mente ahora era el análisis de la amenaza de Wiliiam. Pobre ingenuo. No necesitaba descorchar nada. El pelo es altamente inflamable, y más si uno lo recubre de productos de cuidado capilar. Y a juzgar por el cuidado que ponía el caínita en su aspecto era más que probable que allí hubiese más productos químicos juntos de los que Tona había usado jamás...
Con esfuerzo dirigió la llama del mechero a la melena de su contrincante. Ni siquiera sabía si quería matarlo, pero no podía hacer otra cosa...Neutralizarlo.
Por Molly. Su Molly.
Aquel preciado cabello tratado como oro en paño echó a arder, como una pira medieval cerniéndose sobre la bruja. Salvo porque ese hombre ni siquiera era una Tremere con magia estática. Era un pobre neonato confiado, osado y estúpido mandado a una misión subestimada por falta de información.
Mientras el hombre chillaba de forma desgarradora, clavado en su sitio con las yugulares a flor de piel, Molly echó a correr hacia la salida, sacando su teléfono móvil. Marcó el número de emergencias, tres dígitos repetitivos, y comenzó a pedir auxilio, desesperada y libre del influjo sobrenatural de aquel Ventrue ardiente.
El mismo hizo un amago de ponerse a caminar, de buscar una fuente de agua, un grifo sencillo o una garrafa. Mojarse la cabeza entera y apagarse. Lamentablemente, perdió el control, dejando que La Bestia y su miedo primigenio pesasen más que él. Convertido en un animal instintivo y sanguinario, sólo tenía dos objetivos, con la mirada inyectada en sangre de forma literal, con los colmillos expectantes, salivosos sin saliva.
Debía matar al foco de su peligro y después extinguirse bajo una manta o líquido elemento. Primero de todo, la opción violenta. Cargó de forma patosa contra Tona que se apartó. Con la cabeza echando humo, la estampa era cuanto menos horrible. La decisión de la vagabunda fue encomiable, pura, condescendiente y pacífica dentro de lo posible. A sabiendas de que esa criatura tenía sentimientos y sentía dolor y pena, no pensó en empaparlo en queroseno y rociarlo con un aerosol bajo el filtro de un mechero. No pensó en ponerle la cabeza bajo la plancha de la cocina.
Finalmente, tras una breve persecución en el espacio reducido, aquel ser alcanzó a Tona, acercando los dientes al cuello de la misma. Sorprendemente, contra todo pronóstico, ella fue más fuerte. O lo que fue al principio. Su condición de Ghoul la sirvió hasta que el ser, ansioso y viéndose perder terreno en el forcejeo, hizo acopio de su propia Vitae para magnificar su potencial físico. Las llamas a centímetros de la joven. Los ojos rojos, los colmillos, la palidez, ante ella. Sin respiración agitada que le pesase más que la suya propia.
Molly había huido por la puerta, pero Tona no tuvo que pensar más. En una pelea confusa y vaga, que hizo de aquello un trauma borroso, recordaba el final como una estaca por la espalda. El vampiro cayó, inerte, con el cabello aún en llamas. Ante ella se alzaba el camarero, el dueño del local, la pareja de Molly, o lo que fuese. Lucía quemaduras de tercer grado, y tan pronto estacó el corazón del vástago por la espalda, se dejó caer sobre la barra, apoyando los brazos y barriendo el contenido a su paso. Jadeaba pesado, con la ropa ennegrecida y fragmentada. O más bien, lo poco que quedaba de ella. Sólo lucía los calcetines y los bóxers. Podía verse un reguero de llamas en el pantalón, los zapatos y la camisa, abandonados a lo largo del pasillo en una despeseraba búsqueda de extinguir las llamas sin abandonar a Tona.
- Necesito más sangre- escupió como pudo mientras apoyaba la cabeza contra la madera con un golpe sonoro, dejándola caer conforme perdía el conocimiento.
Cayó como un peso, en posición ingrata y destartalada, en mitad de los taburetes de la barra. Inconsciente y chamuscado. Moribundo. Su tolerancia al dolor y su capacidad para seguir caminando, desnudándose y moviéndose en ese estado era loable. Aquello era sufrir por un propósito en la vida y lo demás quejas sin sentido ni razón.
Casi desnudo, en su propio local, quemado. El vampiro, inerte, entre Tona y el hombre. Con una estaca sobre su corazón, manteniéndole completamente quieto con los ojos aún abiertos mientras su cráneo aún se incineraba, propagando el fuego a una velocidad cada vez más rápido. Se consumía, y Tona podía llegar a pisarle y destrozarle la cabeza como si fuese una saína. O podía apagarle vaciándole un cubo de agua encima o metiéndolo bajo el grifo con extremo cuidado.
No oyó nada más sobre Roy el Rojo. No se le oía. No se le veía. Lo único que Tona encontró en un rápido vistazo fue su cazadora, aún ardiendo, abandonada sobre una de las neveras frigoríficas donde se guardaba la carne. Y ya.
Ahora había otro problema, para variar, como si la joven no hubiese tenido ya bastante. Molly había echado a huir, llamando a la policía. Lo bueno, que sabía en manos de quien estaría. Lestrade. Lo malo, que vendría hacia allí asociando a Molly con Tona. Eso, asumiendo que omitiese detalles vampíricos, racionalizándolo, algo muy poco probable, aunque ella era la que estaba inyectándole sangre al camarero. Y Tona era la que había bebido sin saber lo que era. Molly debía de saber algo de antemano, e igual eso la cerrase el pico.
La cazadora de cuerpo, el Ventrue en llamas y el cuerpo moribundo del camarero eran otro cantar. Como lo era el equipo de transfusiones en la cocina. Debía actuar antes de que llegase la policía, salvo que quisiese entregarle toda esa locura y ver si todos acababan comandados como Molly por alguien más poderoso o si aquello suponía un punto de inflexión. Sea como fuere, lo más sensato era intentar salvar al moribundo, esconder la cazadora lejos de Clarence y hacer algo, lo que fuese, con el Ventrue.
Al haberse pasado un buen rato hablando de cosas banales, Candice parecía más una persona y menos un triste maniquí que se movía por una oculta fuerza de voluntad. Incluso había sonreído algunas veces, sobretodo cuando le había hablado a Edmund de sus amigos. Sin embargo, sabía que no podía prolongarlo mucho más.
Llegó un momento en que adoptó una expresión seria, y se recostó en su asiento. Dejó que su mirada vagase por el exterior, donde los desconocidos andaban por las calles de Londres, cruzándose con gente que quizá no volverían a ver jamás. ¿Pero qué les importaba eso a ellos? Si ni siquiera conoces a esa persona que ves por la calle, no te importa... no verla nunca más.
No verla nunca más...
- Edmund - dijo, como si aquel nombre hubiese salido de su boca por sí solo. Era algo más que un susurro inaudible, pero tampoco un grito. Encerraba un gran significado, quizá Candice necesitaba contar con él. Desvió la mirada del anodino exterior, y miró al joven con el que estaba. La mirada de ella era débil, sin determinación. Distaba mucho de aquellos ojos decididos que había visto Edmund la noche anterior -. Supongo que te preguntarás... qué hacía ayer en Decadence.
Él ni siquiera le había preguntado, pero ella necesitaba explicárselo a alguien.
- Tengo una amiga que... se había obsesionado con un chico. Pero él era raro, ella cambió - Candice relataba aquello como si se tratase de un suceso doloroso, quizá lo era - Comenzó a frecuentar ese lugar, y a dejar de verme. No estaba cambiando para mejor. Ella se volvió... hostil - alzó la mirada hacia Edmund, la había bajado a medida que hablaba, sin darse cuenta. Ahora buscaba algún tipo de apoyo - Por eso fui. Tenía que hablar con ella.
Candice calló y cogió aire, como si algo desagradable le hubiese venido a la cabeza.
- No acabó bien. No creo que la vuelva a ver.
Edmund se despertó antes de que sonara el despertador. Aunque más bien podría decirse que dejó de intentar dormir. El golpe en la cabeza que había recibido dos días antes le dejaba en paz gran parte del día, pero en la soledad y la quietud de la noche, el dolor sordo y punzante era por si solo suficiente para mantenerle en un incesante duermevela. Así que una de las incontables veces que se despertó, la luz del sol ya entraba por las ventanas y se fijó en que el reloj apuntaba a que solo quedaban dos minutos para que sonara. Así que simplemente lo apagó y se enderezó, cansado de intentar conciliar un sueño algo más permanente.
Aun así, tenía sueño, así que empezó el día con una ducha rápida y cuando salió a almorzar, a medio vestir para esperar a secarse del todo antes, se encontró a Dawn tirada en el sofá como un... un algo que se tirara en los sofás después de una jarana importante.
Tras desayunar en silencio mientras observaba a su chica - que extraño se le hacía pensar en ella así aún - musitar en sueños, acabó de vestirse y dejó una nota propia en el mismo papel que ella había dejado.
He quedado con Candice en el Starbucks de siempre. Greg vendrá. Si te levantas pronto, ven con nosotros.
Besos.
Y salió directo hacia su cita con Candice. Había muchas cosas que "podía" hacer. Sabía bastante, suficiente como para entender los mensajes ocultos en las declaraciones en la televisión y en la prensa. Lo suficiente como para saber qué no se estaba diciendo. También tenía varios hilos a seguir, si quería, para seguir desvelando información.
Pero no haría nada de eso. Aquel problema le superaba en todos los sentidos, y ahora que sabía que el peligro era mucho más grande que un simple loco, o un asesino sin escrúpulos, de hecho era más. Había una mente tras todo ello, una organización. Alguien con quien Edmund no quería tener tratos.
Su hermano estaba en ello, la policía estaba en ello. No iba a arriesgar su cuello, ni mucho menos el de sus amigos, en aquello. Ni un minuto más.
Pero quería hablar con Candice, quería saber qué le pasaba. ¿Porqué ella había formado parte del operativo? ¿Qué había sucedido para que estuviera tan hundida?
Se alegró de verla algo mejor al llegar al café. Aún parecía hundida, pero no hasta el extremo de la noche anterior. Estuvieron hablando un rato, de cosas cotidianas y sencillas, y a Edmund le gustó verla sonreír aunque fuera de forma tímida. Hasta que le explicó sus motivos para estar en el Decadence.
- Yo... No sé qué decir. Lo lamento mucho por tu amiga, y por tí. No todo el mundo quiere ser ayudado. - Realmente pensaba eso, a él le gustaba dar todo lo posible por sus allegados, pero había veces en las que simplemente, era imposible.
- Yo fui allí porque por un momento, me creí que era mejor que un detective de la policía. - negaba con la cabeza con una media sonrisa en la boca - Hace unas semanas murió alguien en el parking en el que trabajaba, y luego mi vecino murió. Una nota en mi casa decía que había muerto para protegerme a mí. Hace dos noches estuve en el Ministry of Sound... Me peleé con una asesina que intentaba matar a Gregory Lestrade. Así me gané esto - señaló los zarpazos en su brazo, y el golpe en la cabeza - Más tarde nuestro Greg1 me dijo que una chica con la que había estado podría tener información... Y por eso estábamos allí en el Decadence. Parece que la asesina era alguien asidua al local.
1* Gregory WhiteHorse, ex-pareja de Candice Bradley y amigo de Edmund Young desde la infancia.
Augustus debió quedarse suficientemente satisfecho como para no hacer más preguntas a Emma, cosa que le permitió intentar calmarse ella misma. Respira, todo irá bien, has salido de cosas peores... Mentiras que se dice uno mismo para no perder la cordura.
La verdad es que la casa no le sonaba de nada, pero aún así la impresionaba y conseguía ponerle los pelos de punta al mismo tiempo. Cada paso, lo daba segura por fuera pero totalmente asustada por dentro.
Una vez dentro de la habitación dónde finalmente habían querido llevarla, Emma contuvo la respiración. El hombre le sonaba y tenía algunos datos de él en la cabeza, pero sus ojos no podían dejar de mirar a Trevor. En su cabeza, iban entrando poco a poco las cosas que ese hombre le decía. ¿Un hada? ¿Se estaba riendo de ella?
Se supone que mis amigos no sufrirían daño. Estoy aquí. Hablaré, pero dejadle ir. Dijo sacando fuerzas de no sabía dónde y mirando a los ojos a Moriarty.
En la televisión, de fondo, mientras hablabas, la rueda de prensa seguía su curso, ajena a la red de relaciones que se tejía a lo largo y ancho de toda la ciudad. Con Candice y Edmund hablando sobre los incidentes que ahí se relataban, desde su propio punto de vista, dando la información que estimaban oportuna. La que decidían compartir con un amigo o decirle a alguien por necesidad.
Tras Lestrade y sus micrófonos, ante la prensa, se veían las pantallas con esporádicas imágenes sobre el caso, mostrando casi siempre el número de contacto donde proporcionar información que pudiese ser útil para el cuerpo de policía.
- Sabemos que habían drogas ilegales en el local- compareció el agente, sobrio y educado, intentando capear a la prensa-. Algún cliente ha sido acusado de posesión, pero hemos encontrado una cantidad suficiente como para procesar por tráfico al dueño del local- hizo una pausa, tensa, antes de seguir hablando-. Por desgracia, la desaparición del mismo fue denunciada la noche anterior.
Un periodista, con el turno de palabra tras la contestada pregunta, habló tras mirar su teléfono cargado de información dinámica y línea directa con el periódico. Preguntó por las drogas ilegales.
- Fatal gulp- declaró Greg-. Una droga sintética cuyos ingredientes varían, pero que acostumbra a incluir sangre y alucinógenos de Barskerville, el complejo donde hace unos meses Sherlock resolvió el caso del Sabueso.
El hombre se revolvió, inquieto, guardándose los pormenores de aquel asunto, sin responder a alguna otra pregunta formulada alrededor de aquella idea. Y sin embargo, el mero hecho de que la droga se relacionase indirectamente con Holmes decía bastante, pero tanto sino más el hecho de que contuviese sangre.
- Los individuos detenidos, acusados de coacción, extorsión y tortura, son matones de una banda criminal suburbana, conocida como El Puñal de la Sangre- tras el hombre, en las pantallas, apareció el estandarte de la organización, un puñal atravesando un corazón sangriento, valga la simplicidad de sus entendederas-. Son, hasta donde la policía sabe, un grupo al servicio de una organización mayor, aunque no es algo que podamos garantizar con pruebas circunstanciales. No han querido hacer declaraciones, al menos por el momento.
Otro periodista preguntó por el torturado, pidiendo información sobre su identidad y su relación con el caso.
- Los datos sobre el hombre son confidenciales, por su seguridad- replicó el agente del orden, escueto-. Todavía estamos resolviendo asuntos menores sobre su presencia en Londres, dada su nacionalidad, pero podemos asegurar que está fuera de peligro.
Y hasta ahí. Con un pantallazo la cadena de televisión cortó los informativos, poniendo anuncios. El dueto de jóvenes seguía con su andadura. Metafórica, claro, dado que estaban hablando en privado en mitad de un sitio público, lejos de ninguna mesa ocupada a media mañana. Todavía no parecía que fuese a aparecer ninguna relación de Edmund o Candice.
Molly había huido. Lo cierto es que era a quién había venido a buscar, pero ya estaba a salvo. Asustada, si, y con los pantalones llenos de orina. Lo había conseguido. Tona se permitió sonreír. No habían sido las mejores circunstancias, pero era estar a salvo al fin y al cabo. Sin embargo la tranquilidad duró solo unas milésimas de segundo: había muchas otras de las que la vagabunda debía preocuparse en esos momentos. Un héroe en llamas, un villano detenido y humillado.
Lo primero era lo primero y eran los vivos. O el vivo, en singular. Tona hizo acopio de la extraña fuerza que ahora la recorría y arrastró el cuerpo hasta el interior del local, hasta la cocina buscando el aparato de transfusión de Molly. No era el mejor sitio, pero era donde la propia forense lo había estado realizando. No podía hacer más, no podía arriesgarse a una operación médica ya de por si fuera de lugar porque …bueno, que demonios, estaban en una puñetera cocina, con una bolsa de sangre salida de vaya usted a saber dónde, sin instrumental médico y sin nada a mano más que cuchillos y cazuelas.
Buscando la vía que había abierto a doctora la enganchó de nuevo sin muchos miramientos. Tendría que dejar al hombre allí, recargándose como si de cualquier aparato se tratará. No le hacía gracia dejar a una persona así desantendida, pero si no se hacía cargo del resto de asuntos desperdigados por el local la cosa iría mucho peor…
Tona agarró la chupa de cuero de lo que antes había sido Roy el Rojo y, apagándola contra el suelo, directamente se la puso. No es que fuese precisamente a juego con su vestimenta, pero la vagabunda nunca había sido una adicta a la moda y mucho menos en circunstancias extremas. Tenía demasiada memoria como para poder olvidarse de ella, pero también tendría demasiado con lo que cargar como para preocuparse de que se le cayera en mitad de la calle y la dejase por allí tirada.
Tercero y último: su amigo estacado. Con algo de recelo Tona apagó el fuego que consumía lentamente al vampiro. Qué hacer con aquel muerto era sin duda una diatriba moral. Si se lo llevaba a su jefe estaba segura de que no acabaría nada bien, pero dejarle allí arder lentamente como una vela que se consume no parecía demasiado justo. Eso por no hablar de lo complicado que sería explicarle aquello a la policía…
Si, nos asaltó un hombre inmortal que bebe sangre, que puede controlar a la gente con la mirada y a quién le da miedo el fuego. ¿La estaca? Fue en defensa propia, agente. Promesita del niño Jesús.
Arrastrando al vampiro en forzado standby a la cocina, Tona lo dejó cerca del acompañante de Molly con un bufido. Solo quería poder tener un día tranquilo. ¿Le dejarían? Después de esto, claro está. En cuanto el hombre se recuperase, cogían todo el material de la transfusión y se marchaban los tres a un sitio tranquilo en la calle. Uno no muy sospechoso, en el que poder pensar que ocurría y aclarar cosas, que hacía falta. El misterioso dueño del local era también dueño de esa fuerza asesina que daba la sangre, y a juzgar por la escena de la transfusión, estaba mucho más al corriente que la vagabunda.
Tendría que recurrir a sus conocimientos de vagabundo para ello…
- ¿Estás mejor?- preguntó al hombre, acercándose para ver si podía hacer algo que la peculiar sangre que se inyectaba no pudiese arreglar. Lo del fuego ha sido…espectacular. Pero tenemos que salir de aquí cuanto antes…replicó, mirando a la puerta que daba al exterior del local. No dudaba que la policía no tardaría en acudir, y más siendo quién solicitaba ayuda una miembro del cuerpo...
Tona descubrió un par de libras sueltas dentro de la cazadora, así como un pase de metro y un par de tickets de resguardo para líneas del mismo, usados. Había un puño americano en el bolsillo interior contrario, pero poco más. Aquel Nosferatu no destacaba por tener un arsenal de objetos en su haber.
Sin dificultad alguna, con la maestría de quien sabe tratar a los suyos en momentos de crisis, diagnosticando a los sin techo y procurando remedios caseros, sabía que se exponía a provocar una bacteremia al camarero si le metía ese gotero por la sangre, ya que, desde que Molly lo había puerto y había saltado por los aires, a saber qué había tocado, y más en una cocina.
Pero no quedaba otra, y menos dado el estado del hombre, que a todas luces estaba para que lo pusiesen en la unidad de quemados bajo cuidados intensivos y avisasen al que lleva la biblia consigo para que le diese la extremaunción, por si acaso. El problema era que meterlo en el hospital sería difícil de justificar, y asumiendo que el hombre lucía las condiciones de Tona, aquello adquiría otro cáliz.
Los dedos de la joven tuvieron que canalizar otro acceso periférico, aprovechando los enseres que había en el maletín de Molly. Cuatro nimiedades apropiadas para hacer una transfusión en cualquier lado. Conectó sistema con la sangre, reguló el filtro de densidad y anuló la restricción, dejando que fluyese cuan rápido diese de si.
Entre tanto arrastró el estacado, metiéndolo también en la cocina. Aquel manipulador de poca monta con donaires de modelo frustrado tenía ahora un serio problema, sobretodo porque era Tona la que debía cargar con el peso muerto y decidir qué sería de él. Quitarle la estaca, dejarlo tirado, extinguirlo para siempre o llevárselo a El Hombre.
Para cuando acabó de pasar la sangre, los ojos de la vagabunda pudieron ver cómo en una breve cantidad de segundos parte de las quemaduras se extinguieron, dejando caer pieles muertas o quedando como colgajos mientras la nueva surgía de debajo. El hombre abrió los ojos y miró a su salvadora enfundada en cuero.
- Gracias- espetó como pudo, en tono nimio y grave, con gran esfuerzo-. ¿Y Molly?- fue lo primero que preguntó, revelando cuáles eran sus prioridades-. Necesito más sangre- estiró una mano, aún enrojecida y en carne viva, hacia Tona, como refiriéndose a su sangre-. Así apenas podré caminar. Con tu ayuda.
Y es que apenas podía hablar y unir dos frases con algo que fuese más coma que punto. Tona humedeció las heridas para paliar mínimamente el dolor y para evitar que aquello se extendiese, pero ciertamente tenía muy poco que hacer más allá de tomarle las constantes y asegurarse de que estaba, efectivamente, jodido. No tenía material.
La sin techo se lavó las manos, se las secó, y pensó. Podría esconder los cuerpos sin problema ninguno. Sobretodo el del vampiro. Ya habrían pasado los basureros, y ya habría tirado alguien algo siendo la hora que era. Podía tirar al vampiro a un contenedor y rezar para que nadie lo encontrase. Podía bajarlo con su nueva fuerza, a hombros, por una tapa de alcantarilla, adonde nadie más que otro Nosferatu le buscaría nunca. Incluso podía dejarlo tirado en una esquina, asumiendo que aquello estaba lleno de callejuelas y de algún que otro callejón sin salida. Hasta esos sitios sabría llegar.
Y entonces, vibró el interior de Tona. No literalmente, claro. Sólo bajo su ropa, el móvil que ahora tenía. Era un nuevo mensaje instantáneo de El Hombre.
¿La tienes? ¿Está bien? Llévala con nuestro "amigo".
Y su amigo, por supuesto, era Lestrade. Suerte que, al menos en teoría, estuviese camino de ir con él. Una lástima que Tona estuviese ligeramente vinculada por sangre a El Hombre.
Matt quería más sangre, aunque cogido de Tona podría caminar. Y ciertamente, la verdad, era que necesitaban un escondite más pronto que tarde si querían pasar desapercibidos ante la policía. Ya habían dejado correr demasiado tiempo. Habría que quitar de ahí los rastros de goteros, claro. Y si se ponía especialita, borrar huellas, aunque eso sería bastante más complicado.
Tirada oculta
Motivo: Transfusión (Destreza + Medicina)
Dificultad: 5
Tirada (5 dados): 9, 10, 10, 5, 2
Éxitos: 4
Tirada oculta
Motivo: Escondite (Astucia + Supervivencia)
Dificultad: 6
Tirada (5 dados): 2, 6, 4, 6, 7
Éxitos: 3
Un gemido, literalmente hablando, salió brotando del móvil de Moriarty. El mismo metió la mano en el bolsillo y lo sacó con presteza, destapándolo y leyendo el mensaje instantáneo. Su sonrisa al leerlo fue demencial, nacida en un pozo de locura que sólo alguien de su genio podía albergar. Parecía recrearse en aquello, deleitándose con las mieles de su oscuridad.
Pasó un pie sobre Trevor, ignorando el cuerpo como si fuese un bache más en el camino, y salvó la distancia entre él y Emma. Olía a perfume caro, y no había marca alguna de sudor en su cuerpo. Aún tenía color, pero su piel se apagaba lentamente conforme las noches se iban sucediendo sin días. Emma no notaba subir o bajar en su pecho, sólo templaza impertérrita.
- Eres tan inocente- se limitó a responder él con ironía, marcando la segunda palabra como si estuviese hablando con una dulce retaca-. Estás delante de alguien que coaccionó a un jurado para salir indemne, sin abogado, tras ser acusado de burlar la seguridad de la Torre de Londres, el Banco de Inglaterra, y la Prisión de Pentonville- ensanchó su sonrisa, componiendo la de un sardónico demonio-. Por desgracia, esta historia no va a acabar bien- respondió con un ladeo de cabeza, fingiendo lástima por la chica-. Para ti, claro. A mí me ha salido como no podía ser de otra forma.
Enseñó el teléfono móvil a Emma. Ahí salía un remitente, Roy el Rojo, que adjuntaba junto al texto "La Doctora ha escapado, hay una vagabunda en el tablero", la fotografía borrosa de Matt Clarence, envuelto parcialmente en llamas mientras se quitaba la camisa. Estaba en la cocina de su local, fácilmente reconocible. Podían verse trazos de quemaduras junto a los abdominales, donde la carne quedaba a la vista conforme la camisa se arrancaba, envuelta en lenguas de fuego. Parecía querer quitársela para evitar que el fuego se propagase más rápido, y a juzgar por el ángulo y la calidad de la foto, estaba hecha a toda prisa por compromiso.
Adjunto tras la foto, un nuevo mensaje. "El ladrón está fuera de juego. Sólo hay que barrer lo que quede de él". Y nada más. Ese era el mensaje, que venía a decir en pocas palabras, que Matt, ladrón de sangre, era ahora, probablemente, carne de la unida de quemados de algún hospital. Siendo optimistas, seguía vivo y lejos de moriarty. Siendo pesimistas, estaba moribundo y en busca y captura. Sólo faltaba James.
- Déjame que te explique lo que va a ocurrir- dijo Moriarty, caminando hacia un lateral, cerca del cuadro que Matt tenía replicado en su local-. Tengo que ser justo para que gente como Augustus me siga guardando respeto. Esta ya no es una sociedad mortal y simple donde un genio puede ser un Dios. Aquí soy uno más- chasqueó la lengua, mirando a la pared para no tener que clavar sus ojos en Emma-. Así que Matt, sintiéndolo mucho, está muerto- parpadeó, frunció los labios, y rectificó-. Bueno, miento, no lo siento. Y por extensión también te puedes despedir de Trevor, si quieres.
Se quedó embobado mirando el cuadro, y luego echó un ojo a la ventana. Satisfecho, volvió a Emma y siguió hablando.
- James probablemente se salve. No es ninguna molestia, al menos por el momento, y casi nos está ayudando. Además, sería demasiado difícil de eliminar, y La Nación ya nos da demasiados problemas, aunque sea fácil de controlar- suspiró, mirando a Emma con un deje de pena en sus ojos, como si hablase ante una recién nacida-. Tú, lamentándolo mucho, eres un batido delicioso. Casi me da rabia que te marches sin saber nada, así que igual esto te ayuda a entender que hay en el mundo más allá de tus narices. Dientes.
Chasqueó un dedo y señaló ante si, a espaldas de Emma. Cuatro chasquidos llenaron el aire, y cuando giró el rostro, la camarera pudo ver cómo Augustus lucía un par de caninos afilados y largos, cuales cuchillas de un dientes de sable. Sus tres compañeros, tanto más de lo mismo. Y la camarera había visto ya los dientes de Augustus, y hasta el momento habían mantenido una apariencia normal y corriente.
- ¿Entiendes ahora por qué me molesta que Matt robe sangre de mi hospital?- espetó Moriarty en ángulo ciego.
Emma le había visto los dientes a un mundo de tinieblas, y había llegado al punto de no retorno donde no queda esperanza.
Edmund prestó atención a lo que se decía en las noticias muy a su pesar. No quería saber nada más de aquello. Quería olvidar, ser el mismo que había sido hacía unas semanas, el tío mas feliz del mundo porque estaba con la mejor chica de toda Inglaterra, chica que no se merecía. EL tío que tenía un trabajo nocturno aburrido para poder estudiar, el tío que esperaba impaciente superar las oposiciones de bombero y dejar de ser un aprendiz.
No le gustaba nada ser el tío que miraba por encima del hombro todo el día, el que había despertado en un mundo lleno de locos y majaras, con drogas que salen de la sangre de alienígenas y por lo visto, alucinógenos pensados para la guerra bacteriológica. No le gustaba ser un detective, quería su vida sencilla de todos los días: Levantarse, prácticas en la caserna, comer con Dawn, pasar media tarde en el dojo entrenando a los chavalines y trabajar por la noche, llegar a casa con una Dawn dormida cual Aurora en "La Bella Durmiente" y meterse en la cama tras darle un beso en la frente.
¿Cómo podían Abel y el detective Lestrade vivir con aquello? ¿No era mejor no saber nada de nada y vivir feliz? No... Abel lo encontraría entretenido. Terrible, si, pero por eso trabajaba en el gobierno, para deshacer ese tipo de entuertos, así que de una forma u otra, le gustaba verse metido en aquella situación. ¿Pero que había de Lestrade? No, aquel hombre al que había cogido manía por hacer su trabajo con tesón no se había alistado para aquello. Los policías siempre piensan en proteger, no en acabar con el malo. Hace esto porque quiere proteger a la gente, no deshilachar un plan bien montado. Pero ahí estaba él, dándo la cara por sus jefes.
Edmund estalló en risas.
- ¿Te das cuenta - le dijo a Candice - de que el pobre hombre es el cabeza de turco de mi hermano y el resto del Gobierno? Le hacen salir a decir todo eso y esperan que los periodistas lo ataquen a preguntazos y se lo coman crudo. El no montó la redada, solo obedecía órdenes, pero aún así lo plantan en frente de las cámaras, a sufrir. Creo que, después de todo, ni tu ni yo hemos salido tan mal parados, ¿Verdad?
Se llevó una mano al incipiente chichón en la parte posterior de la cabeza e hizo una mueca de dolor, exagerada por supuesto, y enarcó las cejas antes de seguir dando cuenta de su caña de cerveza.
No todo era tan malo. No podía olvidar lo que sabía, no podía volver a 2 semanas atrás, pero podía seguir adelante. Otros lo hacían, su hermano lo hacía. ¿Porque no iban a poder él, o Candice, seguir adelante con sus vidas?
Emma tuvo que aguantarse las ganas de echarse a llorar al ver la fotografía de Matt. ¿Cómo habían llegado a ese extremo? ¡Si hasta hace un par de días estaba pensando en lo rutinaria y aburrida que era su vida! Qué duro llega a ser el karma. Ella intentó almenos salvar su dignidad y mantuvo la cabeza levantada, mostrando orgullo.
¿Entonces ya está? ¿Vas a matarme? Preguntó fingiendo indiferencia. Al menos sabía que James estaba a salvo, e intentó obviar la parte del "de momento". ¿Así iba a acabar su vida? Tenía miles de preguntas que hacer antes de morir.
¿Qué problema causo yo exactamente? Pregunta seria de nuevo.
- Lo siento, pequeña- se limitó a decir Moriarty con una sonrisa, acercándose con la mandíbula abierta y los colmillos al aire-. Lo sabrás al otro lado, pero temo que eres una víctima de lo que tu familia decidió ocultarte creyendo que hacían bien- casi parecía sentir lástima por Emma, pero no hacía falta ser un Malkavian para estar loco, y eso era algo más que patente en el criminal-. Eres una enemiga acérrima de mi especie, y un auténtico placer para los sentidos. Además, eres un ejemplo para la gente que me sigue. Han de saber cuál es el precio de una vida mortal y que hacer mal tu trabajo puede repercutir en la de tus seres queridos.
Moriarty ensanchó su sonrisa, macabra, y tomó los hombros de Emma entre sus manos. Deslizó los dedos a su paso, aferrando con una fuerza sobrehumana a la joven, que no podía ni tan siquiera zafar las extremidades superiores de aquella cárcel. De fondo comenzó a sonar música de cámara, para el deleite del genio del mal durante su festín, y las ventanas se abrieron gracias a Augustus, que dejó correr la brisa glaciar hasta la joven Swan.
El mordisco en el cuello fue ligeramente molesto, con una presión tenue y calculada para atravesar la piel y llegar a la vena. Pero la molestia pronto se tornó en éxtasis para la camarera, que no pudo sino encontrar una sensación de soberbia y exceso en aquello. Como si los colmillos de Moriarty ardiesen, eran pura lengua de fuego en su cuerpo, sofocándola y haciendo que abandonase todo atisbo de resistencia.
Sus brazos, flácidos, se dejaban hacer mientras componía un círculo con los labios, dejando que en su celebro las endorfinas inhibiesen el dolor del Beso y sólo dejasen una sensación de sumo placer casi místico. Las veces que Emma se había enamorado, que había besado por primera vez o que había hecho el amor con un amante dedicado, no eran nada en comparación con algo en teoría tan desagradable y parasitario como un vampiro drenándote la sangre. Contra todo pronóstico, la víctima no podía resistirse, anclada en una oda particular con un Caronte que llevaba el velero por un río rosa hasta las puertas del más allá.
Lentamente, en lo que pareció una eternidad, Emma fue apagándose lentamente, viendo sólo oscuridad y luces blancas con un moteado donde la vida pasaba a velocidad de relámpago, recordando sólo los momentos más cálidos y orgásmicos de una vida efímera pero satisfactoria.
Julian Swan enseñándole la casa que había construido en el árbol. El perfume de su madre abrazándola. La sonrisa de su abuela. James sorprendiéndola en su cumpleaños, en el salón de casa con todo el mundo saliendo tras los sofás, escondidos. Claire hablando con ella sobre Matt y lo que podía o no haber entre ellos. Matt, tomándole la mano con una mirada que hablaba por si misma. Trevor, con un pañuelo mientras ella lloraba por nimiedades en ese momento importantes. Sus padres en el espejo, apoyándola en la distancia desde el otro lado.
Y entonces, oscuridad. Su cuerpo desestabilizándose con una parca sonrisa de ilusión mientras caía lentamente, escurriéndose hacia el suelo con los cabellos por detrás. Y tras el golpe, nada más que el vacío y el faro blanco al final. La música de camarilla se apagaba en sus oídos como el recuerdo de una vida o la nana de una madre. El sueño abrazaba a la camarera para no devolverla al día.
La noticia llegó a la comisaría la mañana siguiente. El cadáver de Emma había sido hallado sobre su cama, a manos de su propio hermano. El hombre pidió la baja por asuntos personales, declarando que no podía seguir trabajando en ese estado con una noticia tan trágica a sus espaldas. Demasiado peso para sus cansados hombros. Se dedicaría a cuidar de su abuela ahora que su hermana no estaba para hacerlo. Sorprendemente, aquella mañana James Swan se convirtió en un hombre adinerado. Llegó a sus manos un sobre con un billete premiado de lotería, firmado con una M de cera. El texto decía que, tal y como prometió, la venerable Elizabeth Swan viviría lo mejor posible el resto de sus días.
Moriarty cumplió su palabra, entregando el cadáver intacto de Emma a su familia y asegurándose de que su abuela estuviese a salvo.
Ante tal noticia, James pasó a buscar a Emma con todo lo que tenía. Abrió su pequeña caja fuerte y metió las balas en el cargador de la pistola no reglamentaria. Durmió poco y mal. Estaba dispuesto a adentrarse en el bosque, en los suburbios de Londres y en la propia corte. A hablar con Lestrade y con los vagabundos de la ciudad, buscando a Matt Clarence a la caza de respuestas. Su trato. Descubrió el cadáver de Trevor en el depósito, y enterró a su hermana gastando parte de sus ahorros en un funeral y una tumba a la altura del amor que le profesaba.
No supo decir cuanto tiempo pasó. Ni siquiera si durante ese tiempo había estado sintiendo algo o estaba sumida en un limbo casi eterno e insalvable. Pero sí que reconoció a simple vista donde estaba. En casa. Su casa. Con un jardín resplandeciente y henchido de vida al otro lado de las ventanas. Rodeada por muebles y paredes impolutos, con lámparas que irradiaban calidez al hogar. Al otro lado del salón estaba James, dolido, intentando encontrar a su asesino, Jim Moriarty. No parecía reparar en Emma, ni en nadie allí presente. Cuidaba de su abuela en sus últimas días y la enterró a ella, a Emma. Para él no todo tenía tanto color, y todo adquiría un cáliz más gris. Su vida, como todas las vidas, aún tenía ese matiz de dolor y sufrimiento antes de la transición a un eterno descanso o castigo según los propios actos. Y ciertamente, Moriarty no acompañaría a Emma a un más allá agradable, pues su alma ya estaba condenada.
Allí estaban. Julian y Meredith Swan. Muertos. Fantasmas. Estiraron los brazos hacia Emma, llamándola a reunirse con ellos. Al fin reunidos, sólo a la espera de los dos últimos Swan. La abuela y el nieto.
- Hola, mi amor- saludó Meredith con voz entrañable, echándose en brazos de Emma.
Julian hizo lo propio con una sonrisa, en la distancia, dejando que su esposa se tomase el primer contacto físico como licencia. Balanceó la mano en el aire, radiante con su bigote.
- Te hemos echado mucho de menos- espetó él con palpable nostalgia.
Y entonces, le enseñaron todo. Que por la sangre de Meredith corría la esencia de los hados, transmitida a su hija menor. Que sólo quisieron protegerla desde un principio, y que su muerte garantizó a Emma década y media de seguridad. Que querían para ella una vida normal y corriente, sin las complicaciones de una sociedad feérica que estaba en peligro de extinción por la caza que sufría a manos de los vampiros.
Y ante todo, la explicaron lo que significaba volver a tener padres. Volver a ser una familia unida. Eso, y sólo eso, era lo que más les importaba. Aún tenían asuntos pendientes, así que no podían abandonar el mundo definitivamente, pero volvían a ser padre, madre, e hija. Reunidos en la muerte.
Candice guardó silencio junto a Edmund mientras sonaban las noticias. Parecía concentrada y expectante, a la espera de que dijesen algo que quería saber, pero como era costumbre, no se supo todo. Tragó saliva y recordó su experiencia dentro de aquel antro. Se había sentido realmente intimidada, y la gente que había conocido en su interior... mejor no pensarlo.
Al parecer Edmund también se había sumido en su pequeña aventura, pero por alguna razón Candice pensaba que él estaba más preparado para esas cosas que ella. La joven pensó en su padre, en lo fácil que habían sido sus vidas hasta ese momento. La falta de Sherlock había sido un duro golpe para todos, ¿o aquello habría pasado igualmente de estar Sherlock y simplemente estaba buscando una razón plausible para aquello? ¿Por qué necesitaba justificar lo que quizá había sido un accidente provocado por una mente retorcida?
La joven no había hecho ningún comentario al escuchar la historia de Edmund. Simplemente había asentido con la cabeza, para indicarle que estaba escuchando. Y había esbozado alguna que otra mueca de preocupación la oír sus peripecias. Sin embargo, la risa de Edmund sacó a Candice de aquella especie de estado de tristeza en el que se encontraba. Como una enfermedad altamente contagiosa, no pudo evitar reír al oír la risa de Edmund. Había sido como un interruptor. "Accionar para deshacerse de su desgracia". Reír siempre venía bien, ella parecía más relajada. Asintió a las palabras de él y habló también.
- Pobre Lestrade - Candice sonrió levemente - La verdad es que el trabajo de policía parece bastante duro. Acabarán todos cansados de la prensa - hizo una pausa, pensativa - Parece que nunca han tenido muy buena relación, ¿verdad? Prensa y policía.
Si hablaba de eso era por hablar de alguna cosa.
- Aquel local daba bastante miedo, me alegro de que hayan intervenido para detener lo que sea que estuviese pasando allí. Incluso pensé... que debería haberme dejado detener por vosotros, cuando os encontré allí.
Una sombra del pasado recorrió de nuevo el rostro de Candice, pero sólo momentáneamente. Volvió a sonreír.
- Supongo que tendremos que tirar adelante. Como podamos.
- Molly se ha ido. Le respondió con una sonrisa amable, sujetando la mano del hombre con ternura. Procuró sin embargo que sus dedos rozasen la zona afectada lo mínimo posible...lo cual era difícil. A buscar a unos policías. Estaba bien.
- Espera aquí. dijo, levantándose mientras miraba a su alrededor. Era solo un análisis rápido. Su vista se movió de manera casi sobrenatural en los puntos donde la sangre brillaba, con un tono escarlata casi fluorescente. Llamativo. Deseable.
El gotero. Fuera, el charco que había dejado el vampiro. Podía limpiar las manchas con la fregona y mucha lejía, y llevarse el cabeza. Los test de fenoftaleina seguirían dando positivo, pero probablemente estropease las posibilidades de sacar DNI. No todo era tan fácil como querían pintarlo las series policíacas norteamericanas.
Huellas dactilares. Ella había usado el mechero, que ahora estaba en el bolso de su camisa. La campanilla sonó en su cabeza. Y la puerta. Pero sería imposible sacar huellas a de ahí. Las huellas de Molly podían seguir: ella había sido quién llamo a la policía, y el hombre trabajaba o era dueño del local.
Quedaban las huellas de ambos vampiros.
Con el mocho en mano Tona limpió sin demasiados miramientos, pasando también la fregona por donde pensaba que podía quedar alguna huella de los dos no muertos. Era lo único que podía hacer, y más con el poco tiempo que tenía. Por un momento se planteó incluso destruir las pruebas dejando que el local ardiese, pero le parecía un poco excesivo y más teniendo en cuenta que alguien se ganaba la vida con aquel negocio. Probablemente el propio Matt: pocos jefes le dejarían el local a sus empleados para una velada romántica. O un tanto sangrienta, en este caso.
Lo primero era lo primero y eran los vivos. La vagabunda se acercó al hombre y, haciendo de apoyo, lo ayudo a avanzar hasta la puerta trasera. Pero seguía quedando su amigo muerto viviente. Tona entró corriendo y agarró al vampiro de la axila para alzarlo y arrastrarlo. Nunca se imaginó que arrastrar un peso muerto sería tan liviano y sencillo, pero cada vez tenía más claro que era cosa de la sangre sobrenatural que ahora recorría su cuerpo, alterándolo y volviéndolo loco. Salió con rapidez con rapidez por la puerta trasera con el vampiro y, quitando la tapa de la alcantarilla más cercana, dejó caer a el cadáver viviente con algo de culpabilidad. Saber que si seguía vivo con una estaca clavada en el pecho, probablemente podría sobrevivir a la caída era un consuelo, pero seguían siendo unas maneras un poco rudas para alguien tan indefenso y vulnerable en aquellos momentos.
Por mucho que hubiera amenazado con arrancarle la yugular a mordiscos momentos antes.
Ahora solo quedaba avanzar todo lo rápido y disimuladamente que se pudiese con el maltrecho hombre. Ya volvería a por el vampiro más tarde: la alcantarilla era un lugar temporal, no muy frecuentado, donde dejarlo. Pero no podía arriesgarse a que volviese a por Molly y dejar su misión a medias. Tendría que ir pensando como arreglarlo.
Aunque sería mejor si antes evitaba que Matt expirase por el camino. La mente de la vagabunda se transformó en el plano de la ciudad, buscando las callejuelas menos transitadas. Debía llevarlo a algún sitio donde tuviese más medios, pero la vagabunda tenía poco acceso a material médico. Tona solo podía buscar un recoveco aislado y sin mucha probabilidad de infección donde esperar antes de volver a contactar con Molly y que la mujer se hiciese cargo de Matt.
Molly. No, no podía cargar a la anciana con el peso de llevar un hombre moribundo a su casa, y allí había poco más que un botiquín. El hombre. Torció la nariz, pensativa. Lo más probable es que el Hombre no se tomase a bien que llevase a un intruso herido al bar. Aunque...sus dedos teclearon con lentitud en el teclado del teléfono.
"Se ha ido por su propio pie"
Vamos, que estaba viva y conservaba todas sus extremidades. No podía asegurar más. Con resignación guardó el teléfono, lanzando una mirada de preocupación a Matt y sus heridas. Tampoco podía hacer más.
Y con un suspiró, Tona a Secas esperó en el callejón con el hombre herido, esperando algún signo de que, efectivamente, Molly había avisado a la policía de lo ocurrido y estaba a salvo. Tendría que pasar un coche patrulla. Tendría que oírse el jaleo de los curiosos acercándose al lugar.