Las sensaciones escalaban con una intensidad que tenía notas épicas. Aquello no era simple sexo, del que uno practica alegremente con poca o ninguna consecuencia. Allí se estaban entreverando dos almas que hacía tiempo tenían en su agenda conocerse, sin que ninguno de los dos lo supiera anteriormente, más si lo intuía.
Trabajar para que ella alcanzara el clímax fue una especie de desafío, un placentero desafío. Disfrutaba haciéndola gozar, explorando los confines de su sexo, conociendo los límites de su cuerpo.
Le tocó el turno a ella, dadivosa. Él no lo esperaba, ni lo hubiera pedido, pues tenía en mente otras cosas. Pero... ¿Como negarse? Las sensaciones que experimentó, el placer que su boca le proporcionó le hicieron vibrar. Durante un par de ocasiones, él intentó “pasar a mayores”, pero ella seguía dispuesta a dar sin pedir nada a cambio. Al final, se dejó caer en aquella espiral, el demencial torbellino que le arrastró hasta el paroxismo. Fuertes jadeos, un par de espasmos incontrolables y la clásica sensación de vértigo, acentuada por la excitación, enmarcaron su orgasmo.
Finalmente, la miró, recuperando el enfoque de la vista, todavía jadeando. Ella le miró y él acarició su mejilla. La atrajo hacia él, abrazándola. Se reía, de pura felicidad. No hicieron falta palabras. Tampoco había prisa, así que se acurrucaron, dejando que él recuperara algo de cancha. Los besos regresaron, más temprano que tarde, hasta que finalmente, tras un universo de caricias y juegos, recuperó la dureza... y ambos sabían perfectamente donde debía emplearse ésta vez. Afortunadamente, en éste futuro los anticonceptivos eran fáciles de conseguir, y eficaces. Una pequeña película de material que se absorvía en la piel, puesta en su hombro, fue todo lo que se necesitó.
Un segundo después, se enroscó con ella sobre la cama más cercana, jugando ahora tú ahora yo, a ver quien dominaba a quien, a ver quien hacía a quien el amor. Entrar en ella fue mucho mejor de lo que esperaba. Incluso, temió no durar mucho, a causa de lo placentero de la situación. Ella ardía y él no le iba a la zaga. Comenzaron a moverse, primero cadenciosamente, luego con más fuerza, imprimiendo ritmo. Las sensaciones estaban a flor de piel.
Jugó con ella durante horas. Ambos eran así, insaciables. Se corrieron varias veces, haciendo breves pausas para recuperar el aliento. Finalmente, se quedaron allí tirados, sudados y satisfechos. Había hambre, pero también sueño. A través de la ventana, la luz de las lunas de aquel mundo entraba, iluminando la estancia.
Reegan había disfrutado una y otra vez como nunca porque no recordaba que hubiera habido otro hombre con el cual hubiera alcanzado aquel placer exacerbado que le había sucedido con Zadoc. El calor, la intensidad, los golpes arremetidos contra ella pero también contra él la habían hecho gritar prácticamente. Al principio sintió algo de desconcierto, gozar con un sólo hombre la dejaba en una posición algo incómoda pero sobre todo, desconocida para ella.
Pronto se olvidó de ese detalle, pensando que haría lo de siempre: disfrutar del momento y luego si te he visto no me acuerdo pero en el fondo sabía que con Zadoc no podía ser así, entregada como estaba, no sólo a su placer sino también al de él porque quería que sintiera tanto como ella y a juzgar por lo intenso de su encuentro, había sido así; se quedó dormida, segura de que él también lo estaba y cuando despertó, miró a su alrededor.
¿Dónde estaba? ¿Quiénes eran? Tardó algunos segundos en recordar que el hombre que la abrazaba era Zadoc, el único capaz de hacerla dormir tras una sesión de buen sexo. Se removió un poco como para despertarle, nunca había tenido esa sensación en las piernas, los brazos, en otras partes, no, siempre había querido más pero Zadoc le había proporcionado más que eso. Le dio un beso suave en la panza que era de donde más cerca estaba y luego se levantó lentamente para pegarse un baño y quitarse cualquier rastro de lo que habían hecho durante la noche.