Partida Rol por web

El décimo doctor por su lado, fue otro de los que también rodaron... su croqueta estuvo a la altura de su camaradas con quienes se chocó, se restregó, se llevó una gominola de regalo y un abrazo de oso, amén de un chichón en toda la mocha al chocar contra una estantería y echarse todos los libros encima, cuando David se repuso se encontró con otro regalo... una especie de radio de lo más chula e historiada que no dudó en accionar... entre otras cosas porque si no tocaba el botón rojo de encendido le daba un mal al estómago.

La radio, al ser encendida emitió de primeras un fuerte sonido atronador que hizo que todos los presentes tuvieran que taparse los oídos, es que tanto tiempo sin estar encendida hacía que el mecanismo tuviera que desperezarse y los bostezos de las radios son así de agudos y estridentes... tras el bostezo, la radio se puso a trabajar, que era ella muy precisa, y nada más hacerlo captó el sonido de la melodía del panel de la TARDIS, fue entonces cuando una voz femenina, muy cuca ella, les informó del nombre del artista.

- Miguel Rafael Martos Sanchez, más conocido como Raphael. Cantante de origen linarense, reconocido como uno de los precursores de la balada romántica en España y en los países de habla hispana. Su despegue como estrella musical se produjo en la década de 1960.  El nombre de la canción es "Mi gran noche", está sacada del concierto que el artista dio en el Coso de Santa Margarita en la década del 2000.  Canciones recomendadas "Yo soy aquel" "Que sabe nadie" "El Tambolirero"...

Mientras la radio daba su lista de recomendaciones y seguía emitiendo éxitos de Raphael ocurrieron dos cosas, una que Missy palideció pensando que iban a terminar en el año equivocado y que David, todo entusiasmado, se declaró fan de aquel artista.

- ¡UN CONCIERTO DE RAPHAEL!- dijo todo excitado acercándose a los controles de la TARDIS sin soltar la radio, que continuaba con su retaila músical y con Rapahel dándolo todo de fondo.

- ¡NO PONGAS LAS MANOS AHÍ!- se desesperó Missy tratando de ajustar el año antes de que la TARDIS los vomitase en el Linares del 2000 y pico cuando lo que en realidad querían era el del 1875

El resultado de todos aquellos dedos presionando cada botón presionable se tradujo en un nuevo meneito de la TARDIS de resultado incierto.

Si lo que había pasado antes de las primera sacudidas de la TARDIS había sido un caos... lo que aconteció tras el manoseo de los controles por parte de Missy y el décimo... fue un auténtico Escándalo...

- "Escándalo"- soltó la radio de David a pleno pulmón mientras los viajeros del tiempo rodaban irremediablemente de un lado a otro- Artista: Rapahel, Albúm: Ave Fénix, Fecha de Lanzamiento: 1992- y sin mayor contemplaciones procedió a la transmisión de la susodicha canción.

A ritmo de Rapahel, la TARDIS hizo su aparición en un cielo despejado, tanto de nubes como de edificios altos, tan sólo tuvo que esquivar varios cables eléctricos que sustentaban la red de tranvías de una ciudad industrial del siglo XIX.

Entre chasquidos eléctricos, vueltas y revueltas, la cabina azul revoloteó al lado de elegantes edificios de sucursales bancarias, casinos, tiendas, personas con bombín, señoras encorsetadas, niños correteando en pantalones cortos y calcetines largos, jardines perfectamente cuidados, calles adoquinadas y... una magnífica plaza de toros, donde se estaba celebrando una corrida de toros.

Y fue ahí... precisamente ahí, donde la TARDIS pareció cansarse de estar dando vueltas y decidió abrir la puerta y sacudir su carga para que cada uno se las apañase como pudiera.

UAAAAAAAAAAAaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa Esa vaca que se ponga del colchonetaaaaaaaaaaaaaaaaa

Cuatro fue el primero que se le resbalaron los dedos de la puerta de la TARDIS. Su bufanda multicolor iba ondenando mientras el caía en lo que parecía una mezcla de cámara super-rápida y cámara superlenta.Por aquel motivo esa vaca no pastaban. Por algún motivo sus cuernos eran especialmente afilados. Por algún motivo no parecían muy dispuestas a ser convertidas en delicioso roastbeef. Mientras se acercaba peligrosamente al suelo, sacó de su bolsillo una balsa hinchable. Por desgracia, cuando la abrió vio que estaba pinchada. Aquello le pasaba por guardarlo junto a las agujas de punto.

Estaba ya pensando en lo que iba a doler caer encima de aquellos cuernos cuando llegó al suelo...cayendo encima del torero haciendo volar la espada, banderillas, capote y demás parafernalia y dejando todo hecho un cristo. Afortunadamente, el estoque del torero había caído junto a él por lo que no dudó en cogerlo y ponerse en posición de defensa:

-Así que es usted el que está molestando a esta pobre va....AHHHHHHH

Antes de terminar de hablar, por el rabillo del ojo vio como la vaca se dirigía hacia el con un montón de espuma en la boca. Cuatro agarró al torero de donde pudo y fue corriendo a refugiarse de los cuernos de aquel herbívoro encabronado.

La "gentil" transportación de la TARDIS habían provocado en mi más dolores y contusiones que los provocados por una sesión intensiva de gimnasio ¿o era Gym como le decía ahora la chavalería?

Las perspectivas de esa ciudad andaluza eran magníficas, si algo apreciaba del desarrollo industrial era comprobar como lugares que antaño eran rurales se habían hecho un hueco en el cambio tecnológico para sacar a sus buenas gentes adelante.

Me preocupaba que distraerme con las vistas me llevase a descuidar mi seguridad y la de las personas que aprecio, pero apenas tuve tiempo para hacer algo al respecto cuando me sentí "escupido" por la máquina para aterrizar en lo que parecía ser un coliseo.

Rápidamente recordé que los españoles tenían la tradición de distraer a sus ciudadanos con las "coridas de torous", pero ¿cómo podían distraerse ante algo así? Mi "yo" abufandado cayó encima de uno de los dinamizadores de tal evento mientras que yo... tuve la mala suerte de caer encima del astado animal.

Era increíble la fuerza y musculatura de aquella bestia negra puesto que, a pesar de haber caído sobre él, seguía moviéndose a gran velocidad atraída por una gigantesca balsa desinflada de colores llamativos.

- ¡Eje toooroouuu! - grité sin mucho éxito. Notaba como mi vida estaba en peligro, no sabía si me iban a lanzar por los aires o me iban a clavar un cuerno en un ojo. Intenté aferrarme donde pude y cerré los ojos. ¡Que sea lo que el destino quiera!

De no haber sido por los golpes que fue recibiendo por el camino por parte de barandillas, esquinas, muebles, un paraguas, varias cosas más que no alcanzó a identificar y, finalmente, una caja que calló directa a su cabeza, la experiencia de viajar mientras rodaba por la TARDIS le habría parecido al Undécimo como algo digno de repetirse, pero en ese momento el Doctor solo pudo decir una palabra. Al menos, al principio.

¡Auch!- masculló mientras se incorporaba y veía donde había ido a parar… que resultó ser la biblioteca, que al parecer, su aburrida reencarnación había decidido separar de la piscina. Desde luego, no entendía como había podido acabar así.

¡Estoy bien, estoy bien, todo está perfectamente controlado por aquí!- gritó desde la biblioteca mientras se incorporaba, momento en el que vio el contenido de la caja que había atacado a su cabeza… ¡y lo que había dentro eran las gafas más culas que recordaba! Bueno, tal vez las segundas o terceras más chulas, ya que tenían el pequeño inconveniente de que no recordaba para que servían -Bueno, sí, para ver, claro, evidentemente son para ver… ¿pero para ver qué?- murmuró mientras las cogía y se las guardaba en sus bolsillos y volvía a la sala de control.

¿Alguien ha dicho Raphael?- preguntó el Undécimo, al llegar y escuchar a su regeneración previa, solo para empezar a rodar de nuevo inmediatamente después mientras el Décimo y Missy luchaban por ver quien manoseaba más los controles de la TARDIS.Y esta vez, el rodar de un lado para otro fue diferente, primero porque mientras todo daba vueltas, incluido el mismo, logró ver y agarrar algo verdaderamente importante… su fez. Y en segundo lugar, porque en vez de acabar chocando contra algo, acabó suspendido en el aire, fuera de la TARDIS… al menos durante un instante antes de que la gravedad hiciese su trabajo haciéndole caer de culo sobre la tierra.

Vaya, esto no me lo esperaba…- dijo el Undécimo mientras se levantaba, se colocaba el fez, se arreglaba la pajarita y miraba a su alrededor, solo para ver que estaba en medio de algún tipo de plaza y que todo el público lo estaba mirando -¡Hola a todos!- grité, presentandome sin darme cuenta que a mi espalda se encontraba el toro que era el auténtico centro de aquel espectáculo.

Y así la TARDIS comenzó a girar de nuevo, lo que me hizo sujetarme con fuerza y mantener a Clara a mi lado. Quizás era lo que menos me gustaba de aquellos saltos en el tiempo, que siempre acababa con moratones por todo el cuerpo y con el riesgo de perder a mis ayudantes por el camino en una caída fatal. Para cuando quise darme cuenta, aquel salto y los toquiteos constantes por manos inapropiadas nos habían llevado al año equivocado.

- Íbamos a 1875, no a 1992. - Gruñí entre dientes segundos antes de ser lanzado al exterior, cayendo de golpe en lo que reconocí como las gradas de un ruedo taurino. Todo hubiese estado bien para mí, si hubiese dado con mi trasero sobre uno de esos asientos. Bueno, quizás no tan bien si pensamos en el dolor por golpear mi coxis sobre una superficie tan dura.

Pero no, fue así. Tuve que caer sobre algo blando que amortiguó bien mi caída, manteniéndome sentado con las piernas flexionadas, como si de un asiento común se tratase. Pero tampoco era eso lo que se encontraba debajo de mí. Allí lo que había era un hombre, que mediría lo menos dos metros de altura y que tenía las piernas más largas que las manillas del reloj del Big Ben. Aquello no era un hombre, era un gigante. Sus manos se podían usar para arar el campo y hacer los surcos, uno por dedo, para poder sembrar en él.

Y su mirada. Sus ojos me atraveraron de lado a lado mientras yo miraba hacia arriba sin saber que decir. Me puse en pie de golpe y me disculpé como pude por aquella toma de contacto tan indeseada por ambos. El hombre se puso en pie y juro que daba más sombra que el Empire State Building en sus mejores horas. Traté de marcharme sin causar más molestias y viendo lo mal que había caído los demás, me alegraba de estar allí aunque veía que de la guantada que me iba a dar aquel hombre, iba a volar de nuevo hacia el centro del ruedo esta vez.

Di un par de pasos hacia atrás, disculpándome nuevamente por mi caída, cuando aquel hombre me agarró de la mano con fuerza. Creí que de aquel apretón me rompería todos los huesos de la misma. Tiró de mí hacia él, pegando mi cuerpo al suyo y pasó su mano por mi cintura, mientras que con la otra me hacía una caricia en la nariz, mientras que sus ojos me miraban con dulzura y parpadeaban demasiado rápido hasta para mí.

Entonces miré al ruedo, envidiando por completo a los demás doctores y en la situación en la cual habían acabado ellos.

Y lo que sucedió a continuación no podía ser otra cosa que EL ESPERPENTO, nada más castizo y español que el despropósito concentrado cuando una situación se va de las manos, sólo que en esta ocasión... con un Miura de por medio... 

Cuando los doctores fueron cayendo en distintos puntos de la plaza, los espectadores se quedaron callados unos segundos sin entender que era lo que estaba pasando, sin embargo aquel incómodo silencio terminó cuando el respetable entendió que se trataban de "muletillas" dícese de aquellos amateurs taurinos que para tener su momento de gloria o una oportunidad de ser visto por algún mecenas, se la jugaban saltando al ruedo en el momento menos esperado para hacer unos pases, en realidad nadie se había dado cuenta de por donde habían salido ¡Pero que importaba! El espectáculo se había hecho aún más interesante, con lo que el silencio se rompió dando paso a un arrullador grito de masas aplaudiendo, riendo y pidiendo SANGRE, como así entendió también la banda de música que tras mirarse unos a otros procedieron a tocar la marcha taurina con brío. 

Por su lado, el Diestro Lagartijo, muy valorado en la ciudad se vio literalmente aporreado por el trasero del cuarto dejándolo KAO en el suelo, si el Miura hubiera tenido algo más de conocimiento quizás le habría dicho al doctor de irse de cañas por el favor, sin embargo todo lo que el toro vio fue a un tipo lleno de rizos que lo apuntó con un estoque y se puso a gritar para después salir corriendo... y ¡Encima llevaba una chaqueta roja! ¡ROJA! lo único que pensó el animal fue en irse para él echando humo por sus fosas nasales.

Por otro lado, el gruñón del último doctor fue a parar directamente sobre otro humano, uno de los espectadores de la zona VIP, que en los casos de la plazas de toros, se llaman tendidos de Somba, el hombre... que era como un armario, que vestía de rico, fumaba habanos y lucía un prominente mostacho, al ver al doctor... le hicieron los ojos chiribitas... y es que en el fondo el doceavo tenía su aquel, con su mirada celeste, su melena cana al viento y su esbelta figura... le hacían ser un marudito interesante al que el alemán no pudo resistirse examinándolo con evidente satisfacción e invitándolo de manera insistente en que se sentara junto a él, aprisionándolo con sus músculos de acero y haciéndole carantoñas.

- Brritánico... ¿verrdad?- le dijo con un marcado acento germano- es un placerr encontrrarr a alguien como usted, norrmalmente los suyos prrefierren mantenerrse aislados, en sus prropios barrrios- le volvió a acariciar la nariz- una pena ¿no crree? 

A lo que el doceavo, claramente amedentrado y disgustado a parte iguales trató por todos los medios de deshacerse de su abrazo de oso poniendo cualquier excusa que se le pasara por la mente. Desde el típico pasaba por ahí pero sin saber como caí rodando y yo que no quería molestar, hasta el... es que no es mi tipo del todo, hasta toda una serie de cosas dichas de manera muy rápida que a oídos del alemán sonaban a galimatías por sus rudimentarios conocimientos de la lengua inglesa, lo que significaba dos cosas, que la TARDIS se había ido lo suficientemente lejos para dejarles en ese sentido también en la estacada, puesto que su cercanía implicaba que todo el mundo entendiese al doctor y viceversa... y que el hombretón alemán se acercara cada vez más al infortunado doctor.

Por su lado el doctor número once que sin saber muy bien como se había hecho con su querido fez, aterrizó de espaldas a todo... bueno, de espaldas a lo que de verdad era interesante que hubiera visto, porque cuando se irguió lo que vio fue a la grada vitoreando, y claro como el doctor... en cualquiera de sus versiones, es tan dado al aplauso, como todo ser humano o gallyefriano, se pensó que los aplausos y la música era por él, no sabía por qué pero seguramente sería por todo lo que había hecho por los humanos y eso quería decir que eran bien merecidos, por lo que se puso a hacer reverencias  de culo al Miura, y al cuarto que corría como alma que lleva el diablo hacia la puerta el burladero, fue entonces cuando al verlo en tamaña carrera se le ocurrió darse la vuelta para ver que pasaba.

La reacción del undécimo fue la de quedarse petrificado con los dedos moviéndose con rapidez mientras su avispada mente trataba de decidir que hacer... sin embargo el más rápido en aquella ocasión, fue el más "joven" el doctor de las camisas con chorreras que envalentonado por haber visto ese tipo de eventos en algún momento y a sabiendas de que su capa podía hacer de capote al tener forro rojo se decidió por hacer la faena en plan torero con su...

- ¡Eje toooroouuu! 

Lo que consiguió automáticamente que el Miura se centrara automáticamente en él y el onceavo que había terminado por estar justo detrás del tercero, lo que significaba que o bien la faena la tendría que hacer el Dandy solito o con la ayuda del doctor de la pajarita molona.

La maniobra del tercero no sólo no impidió que el hastado mandase por los aires a Matt, sino que le dio al cuarto el tiempo suficiente para llegar al burladero y de un certero salto colocarse detrás para pasar a ser un espectador/animador, puesto que desde su ahora privilegiada posición, miró a sus "yos" deseándoles suerte con sus pulgares arriba.

Por otro lado, el décimo que era el que había terminado cayendo de la manera más artística... porque él lo valía, observó todas las escenas desde una posición privilegiada, puesto que ni los toreros, ni el toro le habían prestado atención y claro, así se podía pensar... y pensando llegó a una conclusión, o varias... más bien varias... la primera que sería realmente divertido ver como se las arreglaban sus encarnaciones tanto futuras como pasadas, dos que si las encarnaciones pasadas eran presas del toro lo mismo él no llegaba a existir... y ¡Eso no podía ser! así que debía de pensar algo para ayudarse a sí mismo...

- Piensa... piensa...- entonces su cerebro le preguntó en voz alta- ¿Qué hace el doctor cuando se ve en un aprieto? Usar el destornillador... lo mismo abre algo... ¡¡CIERTO!! ¡Oh SÍ!- exclamó para él mismo dando saltitos mientras se ponía a vaciar sus bolsillos y sacar el destornillador sónico.

Cuatro estaba casi decidido a pirarse. Sabía que sus compañeros eran encarnaciones suyas, así que debían ser lo bastante habilidosas como para librarse de aquella situación. Pero claro, el DOctor en el fondo era un buenazo y no podía abandonar a aquella noble criatura llamada toro al merced de aquellos locos. Y por locos se refería al público, claro está.

–Chiquitin, cosa bonica y pequeña–Cuatro trató de llamar la atención del animal. Pero este, con los ojos inyectados en sangre, se dirigía hacia ellos. Confuso, se rascó el pelo y de uno de sus rizos cayó una zanahoria que se había trasladado hasta su pelo durante los vaivenes de la TARDIS. – ¿Qué hace esto aquí? Bueno, puede servir... Cuiquitin. BOnico. Toma una zanahoria... o una gominola ¿quieres una gominola? Ven toma...estas son verdes, como la hierba. Ñam Ñam... Bonico...

Tan convencido estaba de que el pacifismo funcionaba, que salió del burladero a ofrecerle comida a la bestia cornuda. Y es que el Doctor no aprendía. Por muchas guerras que viviese, era incapaz de acabar con alguien que estuviese indefenso. Lo había hecho con los Dalek y ahora lo hacía con aquel anima.

Viendo como la situación se complicaba por momentos, la única opción era darlo todo. Mi "yo" embufandado se dio cuenta de que quedarse de espectador no era suficiente.

- ¡Gracias por el apoyo! - grité alabando su gusto por hacer algo... aunque darle chucherías al astado fuese de dudosa utilidad... o quizás...

- ¡Distraelo lo que puedas!¡A ver si podemos encerrar a esta bestia azabache en alguna jaula o similar! - con bravura, intenté usar mi capa como capote con intención de improvisadamente guiar al animal fuera del ruedo cuando estuviese la salida preparada.

Miré a todos mis compañeros, teníamos que sincronizarnos para tener éxito, todo un teamwork doctoril.

- ¡Tú! o mejor dicho, ¡yo! - grité a Matt.

- Busca el lugar por donde pueda salir el toro y lo guiaré... tenemos tiempo mientras intentan domesticarlo con gominolas - aquello último lo dije con tono de poco convencimiento.

El ruedo parecía estar controlado, o al menos eso esperaba porque mi situación era cada vez más compromemtida. El hombre, sin duda un apuesto alemán que volvería loco o loca a cualquiera que le atrajesen los hombres, me había hechado el lazo... o más bien el brazo de hierro que tenía, el cual parecía que no tenía intención de soltar. Su escaso inglés y mi nulo alemán no ayudaban en aquella situación y que la TARDIS se hubiese esfumado terminaba por reamatar todo.

Sus gestos cariñosos y su abrazo me agobiaban cada vez más. Si ya de por sí no me gustaba que me tocasen y menos aún que me abrazasen, que encima lo hiciese un hombre empeoraba las cosas de manera exponencial. Cuando me volvió a tocar la nariz de aquella manera me quedé clavado, mirándole con seriedad a los ojos. ¿Y si le daba por besarme? ¿Y si me gustaba? - Creo que hoy ya he tenído suficientes besos y descubrimientos para una larga temporada. - Pensé para mí, mientras trataba de liberarme de aquel imposible abrazo.

Entonces se me ocurrió... - Para que resistirme y tratar de tirar hacia atrás cuando me puedo deslizar... - hacia abajo. Y eso hice... aunque claro, la idea resultó mejor en mi cabeza que en la ejecución, puesto que tuve que descender demasiado para lograr salir de aquel atolladero y mi rostro quedó peligrosamente cerca del pantalón de aquel alto y fornido hombretón. Al menos el gesto pilló desprevenido al alemán y pude zafarme de sus brazos. - Mis amigos necesitan mi... - Le dije con calma al hombre, señalando al ruedo... pero no se que entendió que quiso volver a cogerme entre sus brazos. - ¡AYUDA! - Exclamé al tiempo que arrancaba a correr, saliendo de aquel palco y buscando el acceso al ruedo.

Estaba cada vez más seguro de que los demás doctores habían tenido más suerte que yo, al salir de la TARDIS.

Gracias, gracias, gracias…- dijo el Undécimo mientras hacía reverencias a quienes evidentemente no solo le estaban aplaudiendo, sino que incluso estaban tocando música acorde a la entrada que había tenido -Vaya, ya podría tener este recibimiento más a menudo… ¿eh?- dijo más para sí mismo que para el resto, aunque se interrumpió al ver como el Cuarto corría de manera bastante apresurada -¿Se puede saber qué haces corriendo así?- le preguntó, girándose para descubrir el motivo de su carrera… que resultó ser un magnifico ejemplar de toro, de unos 400 kilos largos, si no se equivocaba, y con evidentes ganas de embestir a algo. O a alguien.

Ups- dijo mientras pensaba en cómo salir de allí sin llevarse una cornada, solo para ver como el Tercero hacía gala de su considerable valentía, así como también imprudencia atrayendo la atención del miura hacia él -Vaya, ahora entiendo porque siempre me gritan…- dijo mientras buscaba la puerta de la plaza. Al fin y al cabo, aunque imprudente, el Doctor, da igual cual fuese su reencarnación, nunca se equivocaba cuando el objetivo era liberar a un ser como aquel en ese tipo de situaciones.

Humanos- masculló mentalmente al tiempo que corría hacia la puerta.

Estaba claro que todos los doctores estaban de acuerdo en una cosa... y eso no debería ser algo excepcional teniendo en cuenta que todos eran la misma persona, pero el doctor... era el doctor y tratar de comprenderlo a veces era más complicado a que España ganara el concierto de Eurovisión...

El caso es que todos decidieron que debían de tratar de salvar al toro bonico, a que la peble se llevase su ración de sangre, de esa manera todos sin excepción, se terminaron por echar al ruedo, el más temerario fue el doctor bufandero, que en su ignorancia o tal vez su convencida creencia en la paz mundial y demás cosas similares heredadas de su "época", recordemos que la cuarta encarnación vivió la esfervescencia del movimiento Hippie, se puso a tratar de domesticar al Miura con una zanahoria...

–Chiquitin, cosa bonica y pequeña–Cuatro trató de llamar la atención del animal. Pero este, con los ojos inyectados en sangre, se dirigía hacia ellos. Confuso, se rascó el pelo y de uno de sus rizos cayó una zanahoria que se había trasladado hasta su pelo durante los vaivenes de la TARDIS. – ¿Qué hace esto aquí? Bueno, puede servir... Cuiquitin. BOnico. Toma una zanahoria... o una gominola ¿quieres una gominola? Ven toma...estas son verdes, como la hierba. Ñam Ñam... Bonico...

Lo que si consiguió con esas palabras fue que el toro en cuestión se parase a mirarlo... el humano llevaba puesto una preciosa chaqueta de pana roja y le hablaba cosas que no eran mujidos, por lo que el Miura no sabía si le estaba hablando del tiempo, lo estaba invitando a ir de cañas o le estaba diciendo que le iba a birlar a su novia la vaca Paca. 

- ¡Distraelo lo que puedas!¡A ver si podemos encerrar a esta bestia azabache en alguna jaula o similar! - con bravura, intenté usar mi capa como capote con intención de improvisadamente guiar al animal fuera del ruedo cuando estuviese la salida preparada.

Miré a todos mis compañeros, teníamos que sincronizarnos para tener éxito, todo un teamwork doctoril.

- ¡Tú! o mejor dicho, ¡yo! - grité a Matt.

- Busca el lugar por donde pueda salir el toro y lo guiaré... tenemos tiempo mientras intentan domesticarlo con gominolas - aquello último lo dije con tono de poco convencimiento.

Entonces otro humano habló, el toro tratando de saber que eran esos no mujidos miró a ambos sin saber a quien acudir, convencido de que lo que querían era irse con su Paca de sus amores, el problema era que no sabía cual de los dos era el truhán. 

"El cabeza de nieve"- pensó el toro mirando al tercer doctor, llevaba una camisa con chorreras muy parecida a la que habían utilizado los humanos con telas rojas y palos que pinchaban... ¡No podía ser bueno! se dijo mientras dirigía sus cuernos hacia el pobre Jon que vio como la mole oscura se dirigía hacía él en un primer momento.

 -Vaya, ahora entiendo porque siempre me gritan…- dijo mientras buscaba la puerta de la plaza. Al fin y al cabo, aunque imprudente, el Doctor, da igual cual fuese su reencarnación, nunca se equivocaba cuando el objetivo era liberar a un ser como aquel en ese tipo de situaciones.

Sin embargo, mientras dirigía su serrano cuerpo hacia el dandy, una especie de espárrago subido con algo rojo en el cuello y la cabeza, salió corriendo en otra dirección y con eso quedaba claro que quien quería llevarse a su Paca era ese humano, haciendo que desviase su trayectoria y fuese raudo a por Matt.

 - ¡AYUDA! - Exclamé al tiempo que arrancaba a correr, saliendo de aquel palco y buscando el acceso al ruedo.

Mientras, el gruñón de Peter que había terminado por escurrirse cual pececillo de su "benefactor" germano, salvó la distancia de las gradas... con espectadores incluídos, en apenas unos minutos, los justos para que al pisar la arena fuera a ponerse en la trayectoria del Miura tras el undécimo doctor.

Por su lado el undécimo sólo fue consciente de la delicada situación en la que se encontraba, cuando chocó con unas preciosas maderas rojas en forma de círculo que delimitaban la arena de la grada y... la salida. Algo impaciente comenzó a girar sobre sí mismo para tratar de descubrir donde estaba realmente la puerta para abrirla  dejar que el Miura fuera libre.

Mentalmente, Tom se convencía a sí mismo de que el toro le estaba poniendo ojitos a la zanahoria. Sabía que había animales similares a los toros en muchas puntas del espacio, pero no tenía muy claro cual era su idioma. Además, aquello parecía un toro-toro. Eso facilitaba mucho las cosas. Tan solo tenía que traducir con el destornillador sónico directo a la mente del animal. Solo había un problema... El destornillador sónico no servía para eso. En lugar de eso, el Cuarto Doctor hizo bocina con las manos y, mientras miraba en busca de una salida para guiar al pobre animal, comenzó a mugir.

–MUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUU MUUUUUU MUAAAAAHHHH MUUUUUU

El problema es que tenía muy olvidado lo que hacían los toros, vacas y demás bóvidos terrícolas, y lo que estaba emitiendo en realidad, eran mugidos de vaca en celo. Y el Cuarto Doctor no era Paca la Vaca, pero tenía una hermosa mata rizada donde apoyar la mandíbula mientras... ¡Bueno! ¡Qué es curioso como se parece en bovino "Te guiaré a la libertad" con "¡Tómame, oh, bestia magnífica!"

MUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUU MUUUUUU MUAAAAAHHHH MUUUUUU

El cuarto había tenido un momento de lucidez al acordarse que los toros tenían su lenguaje... como todo animal y el toruno, que era la lengua que hablaban los toros le resultó lo suficientemente entendible para frenar su avance hacia el trasero de los dos doctores que corrían frente a él, para volverse hacia el de los mujidos.

"¡Tómame, oh, bestia magnífica!"

En realidad el Miura prefería a su Paca... pero una canita al aire tampoco le vendría mal, recordaba que una vez un toro se lió con una humana y tuvieron un minotaurito... de repente le entró la curiosidad por tomar a un humano, además tenía que descargar tensión, así pues el toro decidió avanzar hacia el cuarto con intenciones amorosas,sólo que a vista humana o de señores del tiempo... lo que se podía ver era a un mamífero astado echando babas por la boca.

- "MUUUUUUUUUUUuuuuuuu"-  respondió escuetamente, tampoco necesitaba mucho para ser entendido por el cuarto "Ven acá para acá, rizos ardientes" que rea lo que solían decir los toros cuando pretendían aparearse.

Mientras veías como claramente el toro quería tema contigo, tu cabeza comenzó a bullir tratando de ver una salida... lo que darías por tener algo de utilidad, eso de no llevar armas en tus viajes estaba muy bien para ser ejemplo y todas esas, pero en determinados momentos un lanzallamas o cualquier cosa que espantase a animales de 600 kilos con ganas de marcha... ¡Estaría realmente bien! y tu... ¡¡tu sólo llevabas gominolas!! desesperado comenzaste a maldecir pensando en que estarías una buena temporada sin poder sentarte... peeeerooo recordaste que encontraste algo que aterrizó en su cabeza, una caja de gominolas raras... ¿y sí? ¿por qué no? lo mismo encontraba la gominola adecuada.

¡Auch!- exclamó el undécimo al chocar con la pared de la plaza, girándose para ver donde estaba la salida… y también para darse cuenta de que aquel esplendido animal que era el miura había decidido ir directamente a por él.

Y aunque por suerte, el toro no tardó en centrar su atención en alguien que no era el undécimo gracias a la actuación del cuarto, puesto que hizo que el miura centrase en él toda su atención… lo cual si ya podía ser malo de por si, en este caso era peor aún, puesto que a juzgar por lo que el undécimo había entendido, lo que había hecho el cuarto no era otra cosa que una indecente proposición que el toro, como no podía ser de otra forma, no dudó en aceptar.

Vale, ahora sí que tengo que encontrar la salida… y rápido- se dijo el undécimo, puesto que no quería que aquel recuerdo en particular apareciese en su memoria. Por desgracia, a sus ojos todo el perímetro de la plaza era igual, sin ningún cartel brillante que indicase por donde se salía… lo cual, a su entender, era un evidente fallo de diseño. Pero aun así, el undécimo era el Doctor, y por tanto, rendirse no estaba en su diccionario, por lo que, dispuesto a intentarlo todo, sacó del interior de su fez unas extrañas gafas.

El cómo las gafas habían ido a parar allí desde su bolsillo era uno de los grandes secretos de la tecnología de los Señores del Tiempo, uno que estaría encantado de evitar explicar en cuanto lograse salvar a su predecesor de las atenciones amorosas de aquel semental.

Salí de la sartén para caer en las brasas. Y es que después de lograr librarme de aquel musculado y pesado hombre, me tocó huir del enorme astado. - No parecía tan grande desde las butacas. - Pensé para mí mientras corría por mi vida, viendo que a mi lado corría también mi anterior reencarnación. Pero no era momento de saludos, no cuando veía sin mirar, como aquella afilada cornamenta brillaba gracias a los rayos solares que apretaban con intensidad en aquel ruedo sin sombra alguna.

- Morir en cuernos de un toro o por una insolación corriendo en este pequeño desierto redondeado. - Y entonces escuché aquellos mugidos. No se bien que quiso expresar cuatro con aquello o si realmente lo que quiso decirle eran aquellas palabras.  Pero el toro se lo tomó enserio y corrió tras su nuevo amor. Lo que si me vino a la memoria de golpe fue que este día fue el que me hizo aprender el lenguaje de los toros en condiciones. Fui a mugir, a explicarle al toro nuestro plan para sacarle de allí... puesto que eso era lo que sin duda estaban tratando de hacer mis otros yo. Pero el grito de "ayuda" y las dos carreras dadas, me habían dejado sin voz. Mi garganta estaba seca y sin algo de líquido para calmarla, poco podría decir.

Entonces vi que once sacaba unas gafas muy chulas de su traje y se las ponía. - Gafas... para ver mejor... para... buscar... para leer... la salida!! - Yo no tenía esas gafas, pero si mi vista. De viejo según algunos, pero contaba con ella para tratar de ayudar y solucionar aquello... 

Cuando observé como el toro iba dirigido hacia mí pensé que mi vida como señor del tiempo iba a acabar de una manera demasiado astada para mi gusto, pero para mi sorpresa lo que ocurrió después fue una hipérbole de lo absurdo, y más aún cuando escuché mientras enarcaba una ceja como mi yo-abufandado intentaba comunicarse con el animal.

No sabía qué era lo que decía, se ve que su versión era más amante de los animales hasta el punto de conectar con ellos porque la mirada insaciable que le dedicó el negro animal solo es comparable a la que puedo dedicar a un gofre recién hecho al levantarme.

Había que salir de allí, todos hacíamos todo lo posible, pero la pregunta era ¿de qué servía salir de allí si uno de nosotros caía en el intento? Por suerte aquel que llamaban Peter tenía pinta de descubrir una forma "saludable" de salir de allí, con lo cual solo había un objetivo: rescatar al domador de Miuras.

Intenté correr todo lo que pude para tirar de mi compañero, era un "ahora o nunca"

Tom había conseguido su propósito...más o menos. El señor del tiempo con mejor pelo de Gallifrey sonría al ver que el toro iba hacia él...al principio. Parecía que ese toro había malinterpretado su perfecta pronunciación. Sería por ser del sur. Pero el era el Doctor y no se rendía con facilidad.

 –Muuu Mu mu mu– dijo intentando explicarse mientras las pupilas se dilataban, sin saber que en realidad estaba diciendo “Seré el rastrojo que alivie tus picores.” Por como le miró el toro, supo que había vuelto a equivocarse

Todo parecía perdido. El toro estaba comenzando a comerlo con la mirada, a pesar de su dieta vegetariana y Tom no era tan rápido como para jugar tanto tiempo al strip-pilla-pilla. Entonces fue cuando de pronto cayó en cuenta... ¡¡Las gominolas!! Seguro que había una que podía servir, aunque en esa ocasión no para ofrecerlas. El doctor agarró la primera que pilló, rezando porque no fuese un emisor de feromonas y la aplastó con los dedos. Efectivamente, no era un emisor de feromonas. Era algo peor... al aplastar aquella gominola brotó un líquido alienígena q que llegó hasta sus pies y que hizo que todo se volviese pegajoso. Uno de los famosos caramelos guisterianos que los niños usaban como broma. Si te metías uno en la boca, te impedía volver a abrirla hasta que se disolviese de todo. Si te caía a los pies...bueno, te dejaba clavado, permitiéndote únicamente hacer el puente o el perrito. Y ninguna de esas dos opciones le atraía demasiado. Temblando sacó otra gominola, esta vez era azul y, cerrando los ojos se la tragó de un bocado.

¡Maravilloso! ¡Extraordinario! La gominola había funcionado...en parte. Aquella deliciosa gominola le había vuelto invisible. Ahora, aquel animal tan simpático y necesitado de afecto no podría verlo. ¿Frenaría el toro al ver que había desaparecido? ¿Se quedaría confuso mirando a su alrededor? Le apastaría sin piedad?¿Podría ser que, en un futuro, alguna encarnación femenina, se quedase encinta de aquel animal si el toro lograba su propósito?

Preguntas, preguntas. Tantas como gominolas había en el mundo o como rizos había en el cabello de Tom. Pese a todo, confiaba en su suerte.

Era la locura y lo peor de todo? Qué a David le dio un ataque de risa al ver los mugidos del doctor... de esa antigualla del cuarto. Muuu muuu? JAJAJAJAJAJAJAJA

En ese momento estaba sentado en las rodillas de un desconocido que no entendía cómo había aparecido allí, encima de él, como si fuese su hijo de cinco años, solo que él tenía quince y aquel hombre caído del cielo más del doble que él.

-Oye, pisha, ¿se pue' sabe' qué ase'? -le dijo como quien no quiere la cosa.

David dejó de reírse, lo miró, y chapurreó de nuevo, lanzándole toda una lluvia de saliva antes de volver a estallar de forma que casi expulsa la garganta.

¿Muuu muuuu? JAJAJAJAJAJAJA

Entonces, tan súbitamente como había empezado a desternillarse, dejó de hacerlo. El peligro era demasiado grande y si uno de aquellos doctores moría... ¿también lo haría él?

Buscó con su mirada una salida. Desde dónde estaba podría encontrarla fácilmente... y lo hizo. Era un gran portón ligeramente más despintado que el resto.

-Oye, tío, que te quites de encima o lo hago yo de una guanta' que te pongo la oreja en el ombligo -dijo la voz que había a su espalda.

-Oye, niño. Deja mi ombligo en paz que es... perfecto. El mejor ombligo que hayas visto en tu vida -le respondió, subiéndose la camisa y mostrándoselo. 

El niño puso cara de asco al verlo, pero David no le dio tiempo a que le pusiera la oreja en él. Se bajó de un salto y echó a correr por los pasillos entre los asientos, entre los silbidos y los "uuuuuyyyy" de los espectadores, que hicieron que volviese a mirar para ver como el come-gominolas aquel desaparecía... del todo.

¿No podrían hacer lo mismo los caramelos de menta? Tenía muchos caramelos de menta y ninguno servía más que para hacer que le picase la boca.