Motivo: Cuerpo
Dificultad: 8
Habilidad: 3
Tirada: 3 3 4
Total: 3 +3 = 6 Fracaso
Motivo: Hermana
Dificultad: 0
Habilidad: 2
Tirada: 3 6 6
Total: 6 +2 = 8 Éxito
Tiro para enfrentarme a la hermana que me sujeta. Si lo consigo voy a por la rueca. Si no, saco el móvil y enfoco la linterna a sus ojos. Posteare luego. :)
Había un mensaje tuyo diciendo que podía seguir la acción o lo he soñado?
Si me confirmas posteo. :)
Edit máster: No, no lo has soñado. Dale :)
En el mismo momento en el que se sintió agarrada por esa forma de mujer casi inhumana, empezó a notar la gélida marea inundarla de tristeza, de soledad. Debía soltarse, o la atraparía para siempre, irremisiblemente.
Se removió, la zarandeó y empujó, tanto como la inmovilidad creciente le permitía. Estaba aturdida, entumecida, y le costaba pensar, pero aún así atinó a sacar el móvil de su bolsillo con la intención de encender la linterna y deslumbrarla si no lograba soltarse de su abrazo letal.
Pero lo consiguió.
Escuchó las amenazas escupidas con verdadero odio por parte de la bruja, los gritos de todos, y aunque no podía ver el envejecimiento acelerado de la pobre Verónica, supo que su sacrificio era aterrador. Estaba de nuevo subiendo las escaleras tan rápido como podía, con la intención de llegar hasta la rueca. Y entonces escuchó lo que Miguel le decía a Roberto,y comprendió. Sí, buena idea, excelente modo de acabar con la pavorosa maldición de la hilandera, de sus hijas, encadenadas a su situación eternamente. Si lo lograban, y si funcionaba.
-¡Te ayudo! ¡Vamos!
Siguió corriendo escaleras arriba, a toda la velocidad que sus piernas le permitían.
Subía las escaleras cuando escuché el sonido de metal caer a mi espalda. Me detuve a mirar y vi todos aquellos cuchillos en el suelo casi a mis pies, aún tintineando en los peldaños. Y alcé un poco la vista y entonces la vi... otra de aquellas brujas había salido del sótano y corría por mí, pero la tentación de apoderarme de uno de aquellos cuchillos y usarlo para defenderme si llegaba a alcanzarme era tan grande...
No pude evitar perder unos segundos en recoger uno de ellos y en ese momento Antía se liberó de la bruja que la sostenía mientras que mi campo de visión ya no me permitía ver que más pasaba, pero oía el forcejeo. Cuando me levanté la tenía a mi lado y la puse en las manos el paquete de tabaco mirándola muy serio, antes de girarme para salir corriendo detrás suyo.
- No te pares por nada del mundo. - Fue lo poco que pude decirle a la chica. Ella ya sabía que tenía que hacer.
Con la pasada que le había hecho a aquella bruja que me seguía y mi nuevo arranque, no estaba seguro de poder zafarme de ella y alguien tenía que llegar arriba y probar suerte... o quemar todo para que nadie más sufriese por aquellas brujas o no tardarían en ser legión.
Y, efectivamente, me giré para subir y al retomar la carrera lo hice demasiado tarde o lento, puesto que sentí como aquella cosa me agarraba. Apreté con fuerza el cuchillo en mi mano y me giré. Que nadie pudiese decir jamás que había muerto huyendo. Con suerte me la podría quitar de encima o darla muerte... si aquellas cosas morían como un humano normal.
La hoja del cuchillo resplandeció durante un instante, antes de que la sombra del cuerpo de la bruja la cubriese por completo.
- No me venderé tan barato como crees. - Le dije a aquel ser, esperando tener una oportunidad contra ella con aquel cuchillo y poder ayudar a Antía a quemar el lugar y salir de allí todos juntos, como llegamos... aunque no tenía esperanzas para Verónica, salvo que aún conservase su buen corazón y si había brujas, encontrar una meiga que la devolviese a su estado normal... pero antes había que conseguir sobrevivir a aquella locura.
Una que empezaba a desear que no fuese algo más que una simple pesadilla en mi cama, en mi casa de Somosagunas.
Motivo: Seguir corriendo
Dificultad: 5
Habilidad: 2
Tirada: 1 2 3
Total: 2 +2 = 4 Fracaso
Motivo: Combate (cuchillo)
Dificultad: 0
Habilidad: 2
Tirada: 6 7 9
Total: 7 +2 = 9 Éxito
Lo sabía, al menos no pifié xD
Ya podía haber salido la segunda tirada la primera, leche :P. La dejo hecha por si vale para la futura acción de Miguel, que será enfrentarse a la bruja piruja.
Roberto estaba condenado y lo sabía. Estaba a punto de experimentar la crisis de los 40 en plena adolescencia. No había logrado zafarse del agarrón de la madre, ni arrebatarle la escopeta, pero aún podía hacer que su saceificio valiese para algo.
Roberto recordaba la botella de alcohol que llevaba en la mochila. Su objetivo habría sido bebérsela e irse a la cama con alguna de las chicas. Incluso las dos. Incluso con Miguel de por medio. Pero ahora tenía un uso mejor que darle. Entre forcejeos, decidió blandir la mochila contra la madre, con la botella dentro, para darle un buen golpe. No podría librarse, pero había atraído su atención. En el fondo se alegraba de tener la mala costumbre de asir la mochila sólo por un asa, lo cual le dio facilidad para empuñar rápidamente esta arma improvisada.
Se lanzó contra la madre con la intención de golpearla, pero Roberto sólo quería otra distracción. Su verdadero objetivo era ganar tiempo para todos, también para Verónica. Tras el golpe, y todavía agarrado por la madre, saltó con el objetivo de taparle los ojos y la boca. Ya se sabe: ojos que no ven...
Aunque viendo lo que le hacía a su hija, Roberto estaba seguro que ese corazón no sentía absolutamente nada. El adolescente (ahora ya maduro de cuerpo y con una larga barba que rivalizaba con la de Grigory Rasputin) utilizó lo poco que le quedaba de energía para esta última acción. Quizá sin contacto visual, Verónica tuviese una posibilidad, y Antía tuviese la otra.
Un día que se presentaba idílico, en compañía de la chica más popular del instituto, se había convertido en una auténtica pesadilla. Verónica había resultado ser incluso más simpática de lo que parecía, pero lo que nadie, ni siquiera ella, podía sospechar era lo que se cocía en su casa. Unas figuras a las que la madre había llamado "hermanas" habían atrapado a Antía e intentaban alcanzar a un Miguel que había huido antes de que pudieran alcanzarlo. Mientras tanto Roberto y Verónica sufrían del poder de la madre, perdiendo su juventud y energías mientras forcejeaban inútilmente.
Roberto lo sabía, no iba a salir de allí vivo. Su fuerza se escapaba mientras luchaba por hacer que su muerte valiera algo. No tenía fuerza para escapar de la garra que le aprisionaba, pero podía luchar, Roberto no había llegado a ser el más macarra por nada, y cuando uno era macarra lo mismo daba serlo del instituto que del asilo. Con su mochila a modo de cachiporra la emprendió a golpes, que aunque no parecían dañarla al menos eran molestos, tanto que dejó caer la mano de Verónica, que se retorcía en el suelo del dolor, casi consumida, más parecida a una de sus hermanos que a alguien relativamente humano. Golpeó, con toda la fuerza que pudo, pero sabía que era inútil, no tenía fuerzas y pronto perdió la atención de la madre que lo tiró al suelo como si fuera un pelele. Lo que era antes Verónica lo miró, no tenía facciones ni cabello, parecía un maniquí tétrico, pero de algún modo se sintió observado. Estiró la mano y tomó la de Roberto. Era cálida, dulce, era la mano de alguien que ya no tenía miedo a morir porque lo hacía en compañía.
Cuando la madre se zafó de Roberto fue a por Antía, que estaba bajo el influjo de una de aquellas figuras a las que llamaban hermanas. La fuerza que ejercía contra la cocinera era casi inhumana, pero lo peor era como la hacía sentir, como si nada en la vida tuviera sentido y lo mejor que pudiera hacer fuera rendirse. Rendirse, rendirse es una palabra que una gallega no había conocido en su vida, las gallegas eran como los acantilados de la Costa da Morte, duras y recias, por muchas olas que pudieran venir. Haciendo fuerza de flaqueza se zafó de su contacto, sintiendo un entumecimiento que le impedía pensar. La hermana golpeó a la madre, y ese fue el momento en que recobró las fuerzas necesarias para correr hacia donde la llamaba Miguel, las escaleras, la rueca.
Antía llegó junto a Miguel y lo adelantó, justo en el momento que una de las hermanas subían por la escalera. Miguel cogió uno de los cuchillos, le pasó el paquete de tabaco a Antía y se dispuso a no vender barata su piel. Miguel podía ser muchas cosas, podía ser mujeriego, algo cobarde y definitivamente su familia no era el mejor ejemplo de nada, pero barato, no, eso ni en sueños. Nunca había atacado a nadie con un cuchillo, pero no parecía que la criatura fuera atender a amenazas o razonamientos, y cuando le puso la mano encima provocándole un temblor la apuñaló en lo que debían ser los riñones. Una, dos, tres veces, con aprensión pero sin duda. El frío se hizo más violento, toda su vida, todo lo negativo que había en su familia le golpeaba de nuevo, y aquella abominación no parecía inmutarse. Volvió a hundir la hoja en su cuerpo y se hundió como si la figura fuera de arcilla, pero si esperaba sangre o dolor jamás lo obtendría. Estaba seca, más allá del dolor, un cuchillo no cambiaría nada por mucho que la apuñalara.
Mientras Antía volaba hacia la buhardilla mientras oía el caos de los pisos inferiores, aunque al subir al segundo ya no escuchó nada. Las paredes eran gruesas, o tal vez sus amigos hubieran muerto. Tenía una misión, abrir la puerta y quemar la rueca, romperla, lo que hiciera, y a ello fue. Al abrir la puerta, quitando la traba que habían puesto con anterioridad, pudo ver la rueca al fondo de la habitación y hacia ella corrió. Ni se pudo dar cuenta de la presencia del cuervo hasta que aleteó junto a su cara, tratando de picotear sus ojos y arañándola con las garras. Antía se cubrió lo mejor que pudo y siguió avanzando, hasta coger una de las sábanas y prenderle fuego.
El fuego ardió, purificador, sobre la rueca, que empezó a desprender un humo amarillento maloliente. El grito se escuchó desde donde estaba, un grito de agonía, de dolor, tanto que hizo temblar hasta los cimientos de la casa. La buhardilla empezaba a arder como si fuera yesca y pronto sería una trampa mortal. Había que huir, había hecho lo que tenía que hacer, ahora era cuestión de salvar el pellejo. Se giró buscando la salida, y al cuervo, para evitar su ataque, pero el cuervo había desaparecido. Al salir por la puerta se encontró a Miguel por la escalera y en principio se asustó al verle la cara ensangrentada. No era lo único extraño sino que parecía que la sangre que manaba de esas heridas era más oscura, como si la oscuridad del plumaje del cuervo se le hubiera contagiado. No había rastro de la hermana, que se había desvanecido en el aire, al igual que el resto, incluso la madre había desaparecido, solo había en el suelo dos figuras decrépitas: Roberto y Verónica. Ambos estaban cogidos de las manos y no pareciera que tuvieran fuerzas para moverse. La mano de Verónica comenzó a brillar y Roberto empezó a rejuvenecer, hasta que Verónica desapareció en el aire, tal como había llegado a sus vidas.
De esa manera Miguel, Antía y un Roberto que aparentaba tener 60 años emprendieron la vuelta a O Cebreiro. A medio camino se encontraron unos agentes forestales a los que le relataron parte de lo que habían vivido. Ellos se extrañaron, pues en aquella zona no había casas. Aun así fueron a comprobarlo, ante la mención del incendio, pero nada encontraron. Aquello no había existido, salvo para Antía, que parecía haberse peleado con una zarza y para Roberto.
Sus vidas continuaron, pero a Antía nunca se le borraron las marcas de las heridas del cuervo, muy por el contrario, se le oscurecieron. No fue el único cambio, ya que dejó la cocina para abrazar su nueva pasión, hilar, hilar como si el destino dependiera de ella.
- FIN -
Y con esto acabamos. Si queréis hacer un último post adelante, si no tenéis nada que decir creo que es un buen cierre. Espero que hayáis disfrutado de la partida... :)