Aquello parecía una pesadilla, no era capaz de articular palabra, sin embargo la sensación de estar a salvo comenzaba a ser tan real como la mano suave que sostenía. Junto a su hermana vio como el miedo por morir y peor aún, el miedo por verla morir se quedaba inmóvil dentro de una bolsa.
Mary Ann agradeció silenciosamente a sus salvadores y aún más a Jean Antoine, quien había permanecido junto a ella para protegerla en todo momento, aun cuando sus actos no eran los más razonables. Se acercó a él y le susurró: Gracias, si no fuera por su valor estaría... la palabra no salió de su boca, temblaban demasiado sus labios para decir tan horrible palabra. Le ruego nos acompañe, logró indicar algo más alto, haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban, será muy bienvenido en nuestra casa, ahora en adelante... siempre será bienvenido. Me encargaré de todo para que sea recibido con los honores que merece por su valor y su aplomo. Claire, si estás de acuerdo, debemos partir a casa y descansar, allí estaremos a salvo. Sonrió todo lo que pudo a su hermana, pero su fina sonrisa en nada se parecía a la natural y amplia que lucía días atrás. Aún así, esperó a que su hermana se pronunciara, no la trataría más como una niña pequeña, dejaría que tomara sus propias decisiones, la aconsejaría sí, pero la apoyaría decidiese lo que decidiese. El miedo a perderla aquella noche, hizo que se diera cuenta cuanto la quería y el valor que demostró la hizo merecedora de ser tratada como toda una Dama, Mary Ann rezó y dio las gracias por haber aprendido aquella lección, pero sobretodo, porque ambas volvían a casa, sanas y salvas.
Patrick alcanzó a Damien en los establos, cargando un par de cajas que a juzgar por su olor contenían algunos de los ingredientes más sabrosos y pesados de la mansión en un pequeño y tosco carruaje que ya contenía otros utensilios que serían transportados a su próximo destino, el cual en realidad desconocía.
Se giró hacia Collins con un aspecto algo cansado y sudado pero aún así mantenía esa sonrisa con la que se había marchado del salón.
-¿Lo dice de veras?; ¿puede tomar ese tipo de decisiones en nombre de su Señor?- está claro que el joven francés ha quedado sorprendido, no esperaba un grado de "mando" tan alto para un irlandés. Es tan inverosímil como imaginar que a un francés le dieran un puesto similar pero supone que puede haber excepciones.
-Por supuesto que aceptaré su oferta de buen grado, me hace un gran favor, no lo olvidaré- efectuó entonces una reverencia algo más pronunciada de lo habitual, muestra de verdadero agradecimiento y respeto.
-Supongo que eso significa que volveremos a vernos, cuando lleguen al nuevo destino. Por el momento me encargaré de la protección de los sirvientes pero tengo la esperanza de que el peligro ya haya pasado- inspiró sonoramente y acomodó su estoque en el cinto antes de subir al carruaje. Lástima no disponer de una arma de fuego más efectiva pero tenía la intuición de que no le haría falta. Repentinamente todo parecía mucho más fácil y agradable.
-¡Que Dios le proteja! A usted y a sus acompañantes- declaró a modo de bendición y despedida mientras uno de los mozos de la cuadra se encargaba de darle la señal al caballo para que se pusiera en marcha. Todos empezaban a moverse y pronto la mansión sería cerrada hasta nueva orden.
Me acerqué a Claire, aún así, no quise faltar al respeto de su hermana, pues sin duda, sería importante para ella. Asentiría a no contar nada de aquella pesadilla que había dejado mi rostro pálido, sino por el frio quizás por haber notado el gélido aliento de la muerte tan cerca de nuestra nuca. No evité otorgar una mirada de soslayo a Collins, aquel tipo había demostrado ser más de lo que aparentaba, eso me hizo sonreirle, quizás un pago demasiado generoso por mi parte para alguien de su calaña. Se había ganado mi respeto, almenos por esta noche, y junto a él todos los que habían participado en aquella alocada caza.
Frente a la mujer más hermosa de aquellas tierras, me incliné para tomar su mano, con el debido permiso, dispuesto a besar su dorso con mis labios, que apenas llegarían a rozarla, para que sintiese mi cálida y a la par de discreta respiración.
Mis ojos, mi mirada, sin embargo, estaba clavada en los suyos, en busca de la suya.
- Ha sido un verdadero placer, milady, a pesar de los singulares altercados. - No insistiría como hacía aquel ponposo de Antoine, perodejaría claras mis intenciones para con aquella mujer. - quizás podríamos volver a vernos, ¿No cree?
Me erguí con un porte magno aún en la palidez de mi rostro y sonreí con dulzura amarga.
Todo sea por hacer más fácil guardar nuestros secretos.
La expresión de alarma en el rostro de Sue fue inconfundible pero no dudó ni un instante en brindar ayuda a Charles, pero es de admitir que se olvidó completamente de él en cuanto oyó a los caballos.
Francis salió corriendo, seguro que se trataba de sus carruajes y el señor Banks corrió tras de él. Sue estuvo a punto de hacer lo mismo, pero la voz suplicante de Anabel la detuvo mas no ocurrió lo mismo con Liz.
Sue se encontraba en el porche junto a su hermana mayor, el atizador seguía fuertemente sujeto por su mano. Sentía el loco impulso de seguir a los hombres, de ir a ver si el señor Collins venía en esos carruajes, pero no lo hizo, la luz de la luna no era suficiente para iluminar el exterior y no sabía qué podían encontrarse al salir, mas si los carruajes habían llegado hasta allí enviados por Patrick aquello sólo podía significar que había llegado con bien a la mansión y aquello la tranquilizaba.
Pero la tranquilidad poco y nada le duró pues sólo bastó ver a Liz correr, puede que con la misma urgencia que lo habría hecho ella de tratarse de Patrick, para que el corazón le diera un vuelco y sintiera que el pecho se le apretaba.
-¡ELIZABETH! –como pocas veces la llamó por su nombre, sin diminutivos ni motes cariñosos.
Sonrió por su pregunta, asintiendo.
-Yo administro sus posesiones normalmente, en su nombre. Él está demasiado ocupado seduciendo muchachas y reuniéndose en clubes de caballeros. No se preocupe, si viene de parte mía, recibirá asilo en la mansión, y más cuando le explique al señor como ha defendido usted a las señoritas Hancock y como me ayudó a resolver el problema del hombre lobo.
Quedaba claro que estaba a su criterio exagerar sus méritos para que su señor le aceptara. Pero no era muy de caballeros decirlo en voz alta. Cuando él se despidió, le dió la mano, más bien tomándole el antebrazo.
-Que Dios nos ayude, señor Damien -repuso.
Dicho lo cual, subió a su corcel, y poniéndose encima un capote de piel encerada con capucha, por si llovía, espoleó a su caballo y comprobó que el criado le seguía. Deberían alternar galope con trote, porque quería llegar cuanto antes a la casa de las Cornwell y, a poder ser, interceptar de camino a los carruajes que había mandado.