Primera Campanada
La sangre se le escapaba cada vez más rápido. No iba a vivir mucho tiempo más aunque aquella cosa no le atrapase. No podía creer como se había jodido todo tan rápido. Un momento antes creían que lo tenían todo atado. Habían asaltado la casa franca, se habían ocupado de los guardias humanos, de las guardas y de las alarmas. Pero al entrar en las mazmorras que su objetivo usaba para sus experimento la encontraron con... aquello. Ni siquiera quería recordarlo, esperaba que no tuviese que volver a verlo antes de morir. No habían podido hacer nada, los siete habían caído como hojas ante un tornado, solo él había podido huir, y con heridas suficientes para condenarlo. Sabía que no huiría, pero al menos había dejado algo, una pista, esperaba que fuese suficiente, que alguien lo encontrase, que ella...
Se interrumpió al resbalar y caer sobre la herida. Tenía que levantarse si no... Al girarse lo vio, parecía una... persona normal. Pero en los ojos se veía quien era, lo que era. El engendro lo había atrapado, y al menos había decidido esconder su autentica forma.
Lo último que vio mientras sonaba la primera campanada de la medianoche era a aquella cosa extendiendo su mano hacia él con lo que simulaba ser un gesto de compasión resignada.
Segunda Campanada
Los orcos habían roto el portón de madera penetrando en la antesala como una marea sanguinaria de rabia y odio. Su carga se quebró por la sorpresa al encontrársela vacía a excepción de mi, de pie en medio de la habitación esperando tranquilo. Pero no había trampa alguna esperándoles, tan solo yo. Los orcos no eran dados a las dudas en combate. La suya era una cultura anegada por el barbarismo, la guerra y la superstición, eran directos en sus conclusiones y sus métodos, pero no por ello eran estúpidos. No, él no los odiaba, ni siquiera los despreciaba, a lo más sentía una cierta compasión al imaginar como debían de ser sus vidas, y podía imaginárselo bastante bien. Pero nada de todo aquello importaba, desde el momento en que habían entrado en la sala se habían sentenciado.
Los más osados volvieron a rugir y se lanzaron con las armas prestas contra mi, y el resto les siguió como una masa de agua liberada de la constricción de una presa. La primera de sus espadas prácticamente decapito a un orco enorme, lanzándolo a mi derecha y haciendo tambalearse la carga de esa ala. No esperaban que me lanzase sobre ellos, pero es lo que hice, aprovechando su numero y sus cadáveres para crear tapones y conseguir espacio para que mis armas les segasen como trigo maduro. En tan solo unos instantes una docena de orcos yacían en el suelo, muertos o malheridos. Pero aquellas criaturas no por ser salvajes eran estúpidas. Todos ellos, sin excepción, llevaban luchando desde el momento en que abrieron los ojos, y a pesar de su falta de disciplina pronto comenzaron a organizarse, creando pequeños grupos para contener mis arremetidas mientras me iban dejando sin espacio para maniobrar. A veces desearía no tener tanto talento para la muerte, habían varios combatientes de calidad entre ellos, y habrían podido con muchos buenos campeones con aquel movimiento.
Cuando la onda de magia que había invocado me inundo, sentí que el familiar caos y griterío del combate se atenuaban, como si estuviese bajo el agua. Todo se movía más lento y era más apagado. Todo excepto yo. Me lance hacia delante cortándole el brazo a un orco demasiado adelantado. Apenas había comenzado a girar por el golpe cuando lo empuje con pie derribando a varios de sus compañeros provocando, más por sorpresa que por otra cosa, que se abriese un hueco en sus filas. Segué sus vidas a derecha e izquierda regando con sangre y dolor a aquel grupo hasta que se desorganizo y fragmento. Pero los otros tres grupos, creyéndome acorralado se lanzaron hacia mi. Perdiendo sus posiciones aseguradas y volviendo al punto donde habíamos comenzado.
Todo acabo en unos pocos minutos y con docenas de vidas segadas, o que lo estarían en breve puesto que no tenía tiempo de ocuparse de otro modo de los moribundos y heridos. En honor a los orcos debía decir que incluso cuando quedaba claro que no iban a vencer se resistieron en retirarse. Buenos guerreros, un desperdicio, se decía mientras el grito desgarrado de un hombre reverberaba entre los túneles de piedra más allá del portón derribado.
*******************************************************************************
Los orcos habían fallado. Y ni siquiera había tenido que salir ella a escena, con aquel peligroso guardaespaldas suyo había bastado. Al parecer alguien por encima de él había infravalorado mucho a aquella pareja. Pero no podía permitirse un fracaso, debía...
Un sonido tras el detuvo sus pensamientos y le hizo actuar como un rayo, pero ya era tarde. Su espalda fue desgarrada al tiempo que cientos de kilos de peso saltaban sobre él partiéndole huesos y dejándole en el suelo sin respiración. Lo último que vio antes de morir fueron dientes de obsidiana en una boca que parecía magma puro.