Ilharess salió de la reunión un poco dolida y disgustada. Se sentía frustrada porque sus maestros la hubieran malinterpretado, aunque tampoco era algo inesperado. Se prendió el pin en las ropas, pero de modo que no fuera visible; no creía que aquello les hubiera sido dado para exhibirlo precisamente.
-No te lo tomes a mal -dijo a Khemed, con un suspiro-. No es algo personal; Vara Negra es así con toda la gente, hasta con sus aprendices. Tiene tantas responsabilidades que a veces se olvida de ser humano.
El sacerdote no sabía como interpretar aquel malhumor de parte de alguien tan importante en la ciudad como Khelben, y su mayor sensación era la de extrañeza en ese momento.
-No sé si tomarlo a mal, a bien o… Desde luego que me ha desconcertado –dijo el sacerdote totalmente indeciso-. Puede estar malhumorado porque hayamos hurgado donde no deberíamos, o por una posible reacción precipitada y poco sabia. Pero el desconocimiento hace que no podamos catalogar una reacción como tal en el momento de realizarla. ¿Siempre trata así Khelben a la gente?
Luego se miró el pin y pensó que era ridículo poseer un pin para no enseñarlo. Se lo puso imitando a la maga aunque se sentía extraño haciendo aquello; era como si de alguna manera se ligase a Khelben justo en el momento de colocárselo. Por supuesto era algo simbólico, pero lo simbólico siempre ejercía un papel importante en toda ceremonia religiosa.
-No siempre. Dicen los aprendices más antiguos que cuando quiere, tiene sentido del humor. Pero es una faceta suya que pocas veces se ve. Yo no la he llegado a ver... y me intimida un poco -dijo Ilharess, aunque se sintió obligada a disculpar a su maestro-. Tiene muchas responsabilidades. Supongo que eso explica su carácter.
-Y he de suponer que ahora somos una nueva responsabilidad para él. Responsabilidad, cargo, no sé cómo debería de catalogarme. Tu al menos eres su aprendiz, en cambio yo... ¿qué he de esperar?
Khemed se sintió coartado por el mero hecho de poseer ahora aquel pin, pero sobre todo, por no saber la trascendencia real sobre aquella posesión y lo que significaba.
-Me da la impresión de que a partir de ahora mi vida se va a complicar más de la cuenta, y tras los últimos sucesos parecía algo difícil...
Ilharess esbozó una sonrisa irónica.
-No te preocupes por eso. De todas formas tenemos el don de meternos en líos nosotros solitos. Nunca hemos necesitado al maestro para eso. Reconócelo, te gustan las emociones fuertes, como a mí. No creo que el señor mago de Aguas Profundas pueda empeorar esa tendencia.
La maga pensó en si debería advertir a su compañero de que era mejor que no mencionara el nombre de Khelben… o se arriesgaban a que él oyera la conversación. Pero decidió que no merecía la pena. Además, tampoco estaban diciendo nada que él no pudiera oír, en el improbable caso que él quisiera perder tiempo haciéndolo.
-No te ofendas. A saber en mitad de lo que nos hemos metido, y no creo que tengas que esperar nada especial. Si tenemos que realizar algún trabajo para él… no es que sea algo nuevo. Hemos trabajado para otra gente, después de todo. No esperes que te coarte por lo demás; no va a estar detrás de nosotros como un perro o un padre. No es su estilo. De hecho ya lo has visto con el anillo… es mi responsabilidad averiguar qué hace. Ninguna ayuda por su parte en ese sentido; no dudo que cree que así aprenderé más que si me lo da todo ya masticado.
-Supongo que ninguna ayuda por su parte para determinados temas, pero por otra parte, no parecía que pudiese aceptar un no por respuesta por mi parte... o al menos me ha dado esa impresión. También amenazó con una posible deportación, cosa que no me extraña si mi reacción es la de mantener un mínimo de dignidad y no agachar la cabeza ante una reprimenda como la que nos dio. Como si yo fuese el único extranjero que puebla aguas profundas... -Khemed dijo esto con un tono irónico, como dando a entender que aquel tipo de amenazas parecían ser solo eso, por ahora-.
-¿Hay algo que deba saber sobre Khelben para que no se sienta agraviado con mi comportamiento? Desde luego que entiendo cual es su posición en la ciudad, y que se muestre preocupado. Aunque me temo que de una manera u otra, ahora me encuentro entre sus posibles preocupaciones. Y temo que mi tendencia a buscarme algún que otro problemilla suponga algún tipo de quebradero de cabeza para Khelben, pero bueno...
-No te tomes eso en serio -dijo Ilharess, preocupada. No quería que su amigo se agobiara por eso-. Ya oíste a Laeral, en realidad cree que actuamos bastante bien y cambiamos las cosas a mejor. Es sólo que es un poco gruñón… no es su estilo decir "bien hecho". Hay que leer entre líneas en cuanto a aprobación en su caso. No está disgustado contigo. Sólo se enfadó conmigo al final, y no tengo claro de si fue porque me malinterpretó… o porque le disgustó mi persistencia.
Se encogió de hombros.
-Creo que él pensó que yo estaba rebatiéndole su afirmación de que era peligroso que supiéramos más. En realidad yo ya había aceptado que no nos diría más y quería matizar que si actuamos mal fue por ignorancia, y que aunque actuamos precipitadamente fue porque carecimos de tiempo para reflexionar. ¿Cómo íbamos a saber que los del grupo de Reuben eran "los malos"? ¿Cómo puede afirmar que si hubiéramos esperado a que los acontecimientos avanzaran un poco más habríamos comprendido la situación antes de que todo se torciera? Es imposible saberlo. En ese sentido, esperar podría haber sido tan malo como lo fue actuar al momento. Es fácil criticar a retrospectiva… pero no tan fácil juzgar en el momento.
Suspiró.
-Da igual, debí haber callado en vez de abrir mi enorme bocaza. Sé que mi pasado juega en contra mía y probablemente ninguno de los dos quería una réplica de una simple aprendiz. Pero contigo no están enfadados. El maestro gruñe mucho, pero no te dejes engañar por eso.
-Sea como fuere, lo dicho dicho está, tanto por tu parte como por la de Khelben. La reprimenda está echada, y cuando tengamos conocimiento suficiente como para evitar algún peligro, lo evitaremos. Por lo pronto creo que deberíamos pensar en alejarnos un poco de todos estos asuntos por un tiempo, y disfrutar de algo de paz y tranquilidad. ¿Tienes algo que hacer esta noche? Quizá sea buena idea... -Khemed comprendía que ya habían pasado demasiado tiempo en tensión juntos, y quizá fuese buena idea cambiar de situación e intentar aprovechar la compañía de la maga, de una manera distinta- ...una cena, o una copa, o algo que nos relaje. Algo para intentar disfrutar del presente, obviar el pasado sin olvidarlo, y dejar de pensar en el futuro.
El sacerdote bien sabía que el presente era algo sumamente importante, pues un viento podía desviar la dirección de las llamas, pero lo que era seguro, era el incendio actual, no el futuro.
Ilharess sonrió. No estaba de humor para diversiones, pero no se le ocurriría desairar a su amigo. Además, sabía que Khemed tenía razón; sería lo mejor para cerrar aquella extraña aventura que se había torcido de forma tan inesperada. Lo hecho, hecho estaba, para bien o para mal.
-Claro -contestó con suavidad-. Me gustará mucho.
Cuando se separó del clérigo anduvo un poco sin rumbo por la ciudad, disfrutando de una forma nueva y desconocida con solo ver lugares tan familiares. Aguas Profundas le parecía tanto más querida precisamente por haber dudado si algún día podrían volver a ella. Pero finalmente sus pasos le condujeron a la Casa del Milagro. Ilharess prodigaba visitas al templo de Mystra con cierta frecuencia. No por razones de culto -tenía su propio altar personal, tanto en casa como en sus estancias de la torre de Vara Negra, cuyas instalaciones además convertían para ella en redundantes los laboratorios y salas de estudio que el templo ponía disposición de los fieles-, sino porque era un lugar donde podía socializar con muchos practicantes del Arte. Aunque aquel día tenía otras cosas en mente que charla trivial o engatusadora…
Saludó distraídamente a alguno de los sacerdotes menores, magos afiliados y fieles visitantes, conocidos suyos, pero en lugar de subir hacia la sala de culto que contenía los ocho altares de Misterio, siguió sin más comentarios hasta un edificio anexo, mantenido por el clero de Azuth. Ilharess entró en una de las estancias de meditación, aseguró la puerta, y se sentó frente al pequeño altar. Sabía que nadie la molestaría allí; aquellos cubículos se usaban para meditación, charlas sobre el Arte, y ofrendas privadas. Entre los seguidores de la Dama de los Misterios y el Señor de los Conjuros la privacidad era bien valorada.
"Así que imprudencia y actuación irreflexiva", pensó con amargura, recordando la recriminación de Khelben. "Si hubiéramos esperado y todo se hubiera torcido hubiera sido imprudencia e irresolución. Es difícil decidir bajo presión y en un segundo". Pero el resultado le escocía; no podía negárselo a sí misma. Aun así Khemed tenía razón: lo pasado, pasado estaba. La decisión que hubieran podido tomar y su posible resultado -a mejor o a peor-, ya no tenía mayor importancia. Blane había muerto, y Niren… bueno, lo de Niren había sido cosa suya. Y visto lo visto, dudaba que cualquier decisión hubiera tenido ninguna oportunidad de salvar a Reuben. Al menos la gente de Callas había resultado beneficiada de aquella decisión rápida.
No era eso lo que la preocupaba, en realidad. No, no era eso, sino la razón por la que siempre parecía chocar con Khelben y, en menor medida, con Laeral. Los dos archimagos parecían creer que con la mayoría de los magos el conocimiento siempre superaba a la sabiduría, puede que incluso especialmente en el caso de ella. Ilharess se sentía frustrada.
-Entiendo que no todo el conocimiento debe estar al alcance de todos; entiendo que ciertos saberes, en manos de los ineptos, no preparados, o inadecuados, pueden hacer mucho daño. Entiendo que la comprensión humana es limitada, también. Y recuerdo lo que todos mis maestros de magia y tus clérigos me han contado acerca de la ambición de Karsus. Lo entiendo, lo acepto, y sé que es cierto, no todo saber debe estar al alcance de cualquiera. Pero…
Oh sí, pero. No pensaba en la negativa de sus maestros a contarle más sobre lo que estaba metido el grupo de Reuben. Su curiosidad por el asunto era moderada, más en el plano de los cotilleos que de una auténtica ansia intelectual. Podía vivir sin llegar a conocer más sobre el asunto, y si los señores magos de la ciudad creían que era mejor que no se supiera más, que así fuera. Lo que le preocupaba tenía raíces filosóficas más profundas. No, lo que la frustraba era aquella mirada aplastante que Khelben le había dedicado, no una sino varias veces, recordándole que no era su primera indiscreción.
-Pero si nadie sabe, los misterios se pierden -protestó Ilharess ante el altar de la diosa-. Si nadie busca el conocimiento, éste deja de tener sentido. No podemos atesorar los conocimientos ante ese punto. No creo que debamos.
De acuerdo, su investigación sobre las antiguas defensas mágicas de la ciudad y las redes de conjuros de Ahghairon podía haber sido una imprudencia. Había buenas razones por las que era mejor que éstas fueran conocidas sólo por unos pocos, unos pocos con la experiencia suficiente para poder defender su conocimiento de aquellos que podrían querer atacar la ciudad. Pero, ¡qué auténtico desperdicio! Porque no sólo se mantenía en secreto las custodias particulares de Aguas Profundas: eran tan pocos los que conocían cómo funcionaban ese tipo de redes de conjuros…
-Por defender unas custodias en particular están obstaculizando la difusión de todo un tipo de creación del Arte. Es un desperdicio -murmuró Ilharess, con ardor-. Yo no quería conocer esas custodias en particular, quería conocer el arte. ¿Cómo puede ser eso tan malo? Y, sea bueno o malo, aprendí. Aprendí mucho. Nadie me iba a enseñar cómo funcionaban ese tipo de redes. Si no llego a investigar, ¿cómo podría haber aprendido?
"No soy tan idiota como mis maestros creen. Ni tan irreflexiva. Sé que tiendo a ser impulsiva y obcecada, defectos que tengo que superar, pero no tanto como eso", pensó con amargura. Pero ahí estaba el problema, la diferencia filosófica, e Ilharess intuía que sería fuente de futuras discrepancias.
-Lo de Reuben es lo de menos. Realmente eso no me importa. Pero, ¿qué pasará cuando vuelva a surgir algo como lo de las custodias? ¿No es acaso algo loable buscar el conocimiento? ¿No es necesario que alguien lo busque? ¿Qué pasaría si nadie lo buscara? ¿Qué sucedería cuando los que actualmente conocen los misterios, mueran? ¿No sería eso peor? ¿Cómo puede ser malo que intente mejorarme? ¿No es eso acaso lo que pides a tus seguidores, que se perfeccionen en el uso y comprensión del Arte?
Ilharess suspiró. No esperaba respuesta, naturalmente. Como le había dicho en cierta ocasión a Khemed, a ella nunca le había hablado ningún dios. Para ella aquello era más un medio de introspección que otra cosa. De alguna manera, le ayudaba a centrar sus pensamientos. Su padre era un hombre religioso, y sus convicciones habían dejado una huella en ella. Y aunque no esperase respuesta, a Ilharess le gustaba pensar que quizá la diosa escuchase.
-¿Dónde trazar el límite? ¿Dónde entre la imprudencia peligrosa y la insulsa conformidad en los saberes establecidos? Alguien tiene que ir más allá, ¿no es así? Todos los grandes lo son porque no se quedaron con los brazos cruzados esperando que el conocimiento viniera a ellos. No, ellos lo buscaron activamente. Y yo lo busco, también. ¿Pero dónde está el límite? No acabo de convencerme de que hice mal. Fue una imprudencia, ¿pero hice mal? ¿Por qué no podría ir yo más allá? No quiero conformarme con la mediocridad.
La maga guardó silencio un rato, sumida en dudas. "He cometido otro error", reconoció a sí misma. "He sido demasiado sincera con mis maestros. Debí callar, ponerme la máscara… practicar el juego". Ilharess sabía que la mayor parte de las personas eran más felices si oían lo que esperaban y nadie desafiaba sus convicciones; en el juego social que practicaba a diario con tanto tesón -esa búsqueda de valiosísimas relaciones, en tantos sectores sociales-, Ilharess solía tener eso en cuenta. Resultaba tan fácil complacer a la mayor parte de la gente, como solía pensar irónicamente. Pero, impresionada con la reputación de los dos archimagos, les había concedido la sinceridad que rara vez prodigaba al resto de sus conocidos: aquella llana declaración de sus pensamientos, sin tapujos. Pero no debería haberlo hecho, oh no, aquello había sido un desliz social también.
"Posiblemente ellos no quieren oposición por parte de sus aprendices. Eso, o confundieron mi sinceridad con insolencia", pensó, recordando la forma en que Laeral se había enfadado cuando había contradicho a Khelben. "Oh bien. Habrá que tenerlo en cuenta en el futuro. Demasiada sinceridad no es buena cuando no hay confianza"
Dirigió otra mirada dubitativa al altar, se encogió de hombros, y murmuró una oración ritual al tiempo que sacrificaba un conjuro en honor a la diosa. Al final, seguía con las mismas dudas que cuando había llegado. Abandonó el templo sin mirar atrás. Al final tendría que decidir sobre la marcha, como siempre, en la próxima situación en que surgiese una oportunidad semejante.
Pronto Ilharess retomó su vida cotidiana normal, con los días entregados al estudio y las noches a fiestas y reuniones sociales. Siguió avanzando en su obra, lamentando un poco lo lento que le estaba suponiendo reunir todas las referencias necesarias para sustentar sus teorías. Sus recientes aventuras le habían abierto los ojos a nueva perspectiva del multiverso y decidió investigar también un poco más sobre spelljammer y teorías planares. Incluso recurrió a Laeral, después de esperar unos días para dar tiempo a que se le pasase el enfado, para preguntarle tímidamente qué referencias encontraba más apropiadas para que se iniciase con ellas. Pero hacia media tarde, ya cerca del ocaso, Ilharess dejaba los libros y las reuniones con otros magos, y se dedicaba a su otra vida.
Se decía que aquello era útil. Era estúpido el hombre que pensara que las personas no eran importantes. Tener amistades, en tantos lugares, era muy útil. Las relaciones te abrían muchas puertas y te salvaban de muchos disgustos. Ilharess, especialista en meterse donde no la llamaban, lo sabía mejor que muchos. Y, además, ¿qué mal había si aquello también era divertido? Tal vez viejos sarmientos como Khelben hubieran olvidado lo que era la diversión, pero por todos conjuros del mundo (¡y larga vida a Nuestra Señora de la Alegría!), ella aún era joven. Pensaba exprimir a la vida todo lo bueno que pudiera ofrecerla, y hacer otra cosa sí que sería una estupidez.
Arrastró consigo a Khemed a algunas de las fiestas. -Eres demasiado serio, tienes que conocer a más gente -bromeaba con él-. Tienes que conocer Aguas Profundas de verdad. Desde dentro. Ahora vives en ella, y aun no conoces lo que es el pulso de la ciudad. Aquí hay corrientes y contracorrientes, ¿sabes?
Aunque se dio cuenta que, si bien ella había introducido parcialmente al calishita en su mundo, no sabía nada de la vida de él. -¿Qué haces durante el día? Un día tienes que enseñarme ese templo tuyo.
Pese a todo, algunas noches eran para Ramelvik. El raumathari era taciturno y a veces tan aburrido como el mismísimo Khelben (arrastrarle a una de sus famosas fiestas resultaría imposible, pensó con resignación), pero resultaba también extrañamente satisfactorio poder pasar algunas veladas tranquilas, lejos del bullicio de sus jóvenes amistades. Ilharess sabía que él actuaba como un favor equilibrante en su vida, pero aun así se preguntaba cómo no conseguían volverse locos el uno al otro. Eran tan opuestos en carácter…
-¿Ves? Te uso para algo más que para sonsacarte magia raumathari -se reía, antes de despedirse de él con un beso para iniciar una nueva jornada.
Aun así, había una tarea desagradable que realizar. Ilharess la postergó unos días, tanteando incluso el rechazar el dinero que guardaban para ella en el Cenotafio. Se sentía mal pensando en cogerlo, cuando Reuben parecía encontrarse en un estado peor que la muerte -la maga se estremeció al pensar en una vida vegetativa, sin pensamiento consciente, y se dijo que ella hubiera preferido que le cortaran la garganta antes que eso.
-Supongo que tú te lo buscaste -se dijo, hablando con un hipotético Reuben-, ah, sí que me gustaría saber en lo que os metisteis. -Pero resultaba tranquilizador pensar que Vara Negra parecía estar seguro de que el asunto estaba concluido. Lidiar con demogorgon era demasiado "emocionante" hasta para ella, y eso era mucho decir.
Suspiró, y se dispuso a escribir la carta, destinada a la madre del infortunado joven. "… lamento mucho cómo se desarrollaron los acontecimientos. Ojalá hubiéramos podido llegar antes. Quiero expresarle mi pesar, pero sobre todo, mi voluntad para ayudar. Soy consciente de que probablemente mi cooperación no sea necesaria…" Ilharess sonrió irónica, tristemente, consciente de que la familia podía pagar a unos clérigos con unas facultades muy superiores a cualquiera de sus amistades, por no decir que a muchos aventureros con más experiencia. "… pero, aun así, si descubrieran alguna forma de devolver la salud a su hijo, en la que pudiera ser de utilidad, me gustaría colaborar…"
Suficiente, o más bien insuficiente, se dijo Ilharess, terminando la carta con una despedida educada y un suspiro no trascrito. Los buenos deseos no solían ser suficientes en la mayor parte de los casos, pero aquello era algo que ella sentía que debía expresar, aunque sirviera de más bien poco.
Retiró el dinero, pensando en lo poco que significaba para la familia de Reuben aquella suma, y sin embargo lo mucho que podía hacer por sus investigaciones. Y pensando en investigaciones…
Un día irrumpió en el templo de Khemed. Miró a su alrededor con curiosidad, realizó una venia respetuosa ante el altar -Ilharess pensaba que era mejor estar a bien con todos los dioses, dado que todos ellos podían influir en las vidas de los mortales de una forma u otra-, pero se dirigió directa hacia el sacerdote.
-He venido a que me enseñes el lugar… y a pedirte un favor -le dijo, seriamente. Se quitó el anillo de la cadena que llevaba al cuello, y lo puso encima de su palma.
Miró al calishita a los ojos. -Ha llegado la hora de que intente averiguar algo sobre él. ¿Quieres ayudarme?
Khemed disfrutó de la velada con Ilharess tras la regañina inesperada de Khelben. Desde luego que le pareció sumamente extraño todo lo que había sucedido, y seguía sin saber exactamente en qué lio se había metido. Pero justo por ello, sentía el deseo de saber más y hurgar sobre lo sucedido. Puede que Khelben no quisiera que algunas cosas se conociesen, y era algo normal debido a que la ciudad, por muy bien protegida que estuviese, siempre podía tener amenazas acechando sobre ella, o bajo sus cimientos (que parecía lo más habitual). De todos modos, intuía que si se apegaba a la maga, terminaría conociendo bastante más de lo que Vara negra quisiera, y en parte le atraía la idea tanto por la curiosidad, como por la compañía, y por entender exactamente por qué ahora debía llevar aquel pin.
Por supuesto, no terminaba de salir de su asombro con todo el asunto del viaje planar, y le pareció tremendamente extraño que una desconocida le dejase a Ilharess un anillo con propiedades mágicas; una desconocida que en su momento, hizo al sacerdote olvidar casi todo, salvo en el fuego del deseo. Pareció más un embrujo que otra cosa, y es por ello por lo que terminó reflexionando que la intriga de la extraña mujer y aquel anillo, puede que la hicieran volver a visitarlos.
Por otra parte, Khemed dedicó parte de sus días de tranquilidad a retomar los contactos con las gentes de la ciudad que lo tenían en consideración: la familia Menastiri pareció extrañada con la repentina desaparición, temiendo que hubiera sucedido lo peor tras la expedición a Bajomontaña. Éstos, le hicieron una infinidad de preguntas sobre lo sucedido, esperando que les contasen detalles de lo que había sucedido ahí abajo.
-Aquello resultó ser un laberinto. Un laberinto lleno de trampas, criaturas de pesadilla y cosas peores, pero de la noche a la mañana, me encontré junto con parte de mi grupo en un lugar muy distante. Viajé por otros mundos, casi sin saber cómo, y ya fuera por providencia o suerte, llegaron al mundo en el que se perdió Reuben, y lograron rescatarlo de las garras de unos humanoides caníbales de grandes conocimientos y tecnología.
El sacerdote se preparó el discursito para soltarlo de igual manera a todo aquel curioso que quisiera saber demasiado. Sabía que ciertas cosas no deberían conocerse, pero inventarse una historia sobre un rescate en otro mundo sin desvelar ni un solo detalle de lo realmente sucedido, lo vio más que justificado tanto para entretener a los Menastiri como para saciar la curiosidad de cualquier extraño. Y si por algún motivo no les resultaba creíble la historia, le daría absolutamente igual.
Tampoco se olvidó del joven acólito de Kossut que cuidaba de la capilla. A él le explicó quizá menos que a los Menastiri, siendo parco en detalles, pero total, no necesitaría saber mucho más, salvo que el mantenimiento del templo le daba de comer al chaval.
Durante varias noches, Khemed se vió arrastrado por una impetuosa Ilharess que parecía querer disfrutar de cada momento tras haber salido vivos de aquella empresa. Desde luego que le pareció bien justificado gastar un poquito de ese oro ganado por aquel trabajo que les dejó un mal sabor de boca. El aciago destino de Reuben era motivo para que llorara su familia, pero haber sobrevivido a tanto, justificaba querer volver a la rutina, disfrutar de la vida y de los ambientes que la ciudad ofrecía.
-Eres demasiado serio, tienes que conocer a más gente –bromeaba la maga con él-. Tienes que conocer Aguas Profundas de verdad. Desde dentro. Ahora vives en ella, y aun no conoces lo que es el pulso de la ciudad. Aquí hay corrientes y contracorrientes, ¿sabes?
-Algo sé aunque no tengo tantos contactos como tu; tengo conocidos, he presenciado algún que otro concierto u obra de teatro, tomado licores exquisitos y visitado… –Khemed pensó que quizá no fuese buena idea mencionar las salas nocturnas que de vez en cuando regentaba para recreo, aunque probó suerte mencionando solo una- alguno de sus balnearios. Aunque te pueda parecer contrario a mí, me gusta un buen baño de agua caliente. En la sirena sonrojada, con un refrigerio y un baño, te hacen perder la noción del tiempo. Y respecto a mi seriedad, bueno… vengo de otras tierras, pero eso no me impide sonreír –dijo mientras le mostraba una sincera sonrisa hacia la jovial maga, mientras le ofrecía su brazo para ir paseando hacia el lugar de la siguiente fiesta a la que la maga lo empujase.
Luego también le preguntó sobre a qué dedicaba el tiempo.
-Bueno, la mayor parte del día suelo encargarme de la capilla, junto con algo de papeleo sobre el negocio familiar. Hago de intermediario y tengo algunos contactos con unos pocos mercaderes que suelen visitar aguas profundas, y realizar largos viajes. Mi familia siempre se ha dedicado al comercio, y es algo que he de cuidar, aunque a veces sea solo una pequeña representación de mi lejana familia y tenga poco papeleo.
Khemed echó la cabeza hacia un lado, como enumerando la incontable actividad que realizaba en la ciudad, tan incontable que se podía contar con los dedos de una mano.
-Ah, y también conozco a una familia de Aguas Profundas un tanto peculiar. Actúan como mis mecenas y yo les he traído exóticas obras de mi tierra, y algunos medios para hacer que su hogar sea un poco más cálido. Gente muy maja, y a la vez peculiar, o eso dicen en la ciudad; claro que también se puede hablar de mí sin tener ni la más remota idea, y crearse una mala imagen… De todos modos, la manera más fácil de encontrarme es en la capilla de Kossut, desde donde realizo algunas ceremonias con fuego y donde tengo mi despachito con el papeleo comercial.
Así pasó Khemed algunas noches, conversando con gente nueva, visitando algunos nuevos lugares y en general, despejándose junto a la maga con la que ya había recorrido cierto trecho. Incluso hasta lo visitó al templo, poniéndole cara de corderito degollado para que le ayudase en una de esas investigaciones que seguramente llevaban hacia el peligro y lo desconocido. Desde luego que aquella tendencia ya no le resultaba desconocida, pero después de todo, le llamaba la aventura. Aunque se sentía a gusto en la capilla y con sus quehaceres, el cambiar de aires no le resultaba desagradable, y de seguro que Khelben le requeriría tarde o temprano.
-He venido a que me enseñes el lugar… y a pedirte un favor –dijo Ilharess mientras se descolgaba el anillo del cuello-. Ha llegado la hora de que intente averiguar algo sobre él. ¿Quieres ayudarme?
Esto último lo dijo mirando a los ojos al sacerdote; parecía un tema delicado e importante para ella, y debía de serlo cuando el mismo Khelben no quiso tomar parte de ese asunto.
Aprovechó el momento para enseñarle la capilla y sus dependencias, y hablar con ella en su despacho, como si hablar de ese asunto fuese algo peligroso en un lugar “público”, pese a estar vacío.
-Bueno, haré lo que esté en mis manos para ayudar, pero, ¿qué ayuda puedo ofrecer yo? Podría meditar e intentar sacar algo en claro, pero no sé si los dioses tendrán que decir algo al respecto sobre este anillo, más en concreto al que yo rindo cuentas –dijo esto mirándola también a los ojos, consciente de su preocupación-. Pero en lo que pueda ayudaré a una buena amiga; todo sea por seguir viendo esas bolas de fuego que tanto me complacen –dijo añadiendo un poco de humor al asunto, algo que podía traducirse como una respuesta favorable y de confianza por parte del clérigo.
Ilharess no se sorprendió al oír que el clérigo se había convertido en cliente habitual de la Sirena Sonrojada, aunque le divirtió su aparente embarazo a hablar abiertamente de ello. Ella le había llevado allí por primera, hacía ya tiempo, al poco de conocerse. Desde luego, ofrecían un servicio de lujo, y era un lugar muy interesante para socializar. La dueña apoyaba a tantos aventureros que aquél se había convertido en un centro de encuentro importante.
Aun así… el clérigo había mencionado los baños de la Sirena con tanta cautela que le hizo pensar que podía ser usuario de las otras delicias del lugar. El servicio de mancebía… o los baños nudistas acompañados por masajes impartidos por sirénidos.
-La Sirena es un lugar muy agradable. Y probablemente tenga los mejores masajistas de Aguas Profundas -asintió la maga-. Aunque también tiene cierta reputación… bueno, cuando empecé a ir por allí muchos se escandalizaron. Se suponía que no era lugar para una jovencita de mi posición bla bla bla. No creo que tú tengas esos problemas, por alguna razón estúpida es más aceptable que los varones vayan a ese tipo de lugares. Y allí puedes conocer a mucha gente interesante, cosa no tan fácil de conseguir como pensarías. La mayoría de los agundinos sólo piensa en comercio, beneficios y fiestas. Pero muchos de los clientes de la Sirena han vivido. Escucha sus historias, muchos están deseosos de ufanarse de ellas.
La joven se encogió de hombros, y de repente esbozó una sonrisa pícara. -Aunque otros van a la Sirena… para otros servicios -picó al sacerdote, juguetona.
Más tarde, Ilharess asintió a las palabras del clérigo respecto al anillo.
-Al principio había acariciado la esperanza de que pudieras ayudarme con algún augurio divino, pero en el fondo sé que eso es improbable. No pido ayuda directa. Pero dado que no puedo aprender nada de él sin experimentar un poco… si se ha oído hablar de este anillo en Faerûn, desde luego no aparece en ninguna de las referencias que he mirado… ha llegado el momento de intentar aproximarme a él de forma más directa. Examinaré sus auras y demás zarandajas, y eventualmente supongo que incluso tendré que arriesgarme a ponérmelo. No creo que Khelben sera capaz de no advertirme si fuera inmediatamente peligroso, pero… sigue siendo sensato tener a alguien al lado cuando experimentas con un objeto mágico desconocido. Por si acaso.
Khemed, vio cómo una Ilharess picarona le hablaba sobre determinados servicios en la Sirena Sonrojada, lo cual no le pareció raro ya que probó suerte sacando el tema.
-Desde luego que una mujer debería ser bien vista siempre y cuando tenga poder económico para usar los servicios del local. ¿Por qué no? Cada uno decide donde gastar lo que tiene, con los servicios que le sean más complacientes. Yo tenía entendido que en esta ciudad no se miraba tan distinto al genero femenino... -dijo como desilusionado-. Pero supongo que se tratará de habladurías, o incluso envidia. ¿Que una chica guapa frecuente un lugar lleno de gente muy diversa? Ni que te tuvieras que esconder o sentirte enclaustrada...
El sacerdote ante el atrevimiento de la maga, decidió contestar con una sonrisa a eso de los "servicios adicionales del lugar" -Bueno, dicen que no está muy mal visto un chico en esos lugares. Pero que sepas que eres una cotilla -dijo en tono de broma, para no responder directamente a la pregunta, ni negarla.
Luego, con el tema del anillo, Khemed respondió:
-Debe ser un asunto difícil para que no quisiera pronunciarse Khelben sobre ello. Y me temo que al no tener relación directa con el anillo, no podrás saber demasiado a menos que experimentes. Si sirve de consuelo, podría ayudarte con tus investigaciones. Seguro que eso implica sacarme de este lugar más a menudo para sentir la adrenalina correr, aunque sabes que siempre podrías buscar otras excusas, por si te apetece dar una vuelta -dijo con un tono tranquilo, para intentar inspirar calma y compañerismo.
-Aguas Profundas no es Calisham, pero algunas diferencias sí que hay en algunos aspectos. Me alegro que no te parezcas a tus compatriotas, al menos -e Ilharess se rió-: Claro que soy cotilla. Mucho. Si me conocieras bien ni lo dudarías. Ah, pero los cotilleos son la sal de la vida. Así que témeme, acabaré sonsacándote todos tus secretos.
Esbozó una sonrisa juguetona, y dejó estar al sacerdote por el momento.