Partida Rol por web

- Coincido con vosotros, deberíamos informar al señor de nuestros hallazgos y demostrar así nuestro agradecimiento por su hospitalidad, pero nuestro viaje nos requiere y debemos partir de nuevo -Moraima lo dijo con intención ante Isidoro.

Moraima no tenía mucho más que añadir y más cuando su pagador les había insistido varias veces en emprender de nuevo el camino.

- Si gustáis, puedo intentar hablar yo con Don Ramiro, intentando calmar algo su corazón para poder salir lo más tranquilos posibles de aquí.

Fue así entonces cuando Cándido se preparó para comunicar a Don Ramiro lo que habían descubierto hasta ahora y comunicarle su partida, acompañado de sus compañeros. Buscó a alguien que pudiera guiarle hasta el señor del castillo, esperando que pudieran atenderles. No quería trasladar la información a terceros, ya que en caso de que Brisco fuera inocente, no querría incriminar a un pobre siervo de Dios que ha tenido la mala suerte de ser señalado por unos forasteros y ratificado por el auténtico autor de la calvarie.

Esperaron un tiempo hasta poder verse con Don Ramiro y, al dar con él Cándido comenzó.

- ¿Cómo se encuentra, Don Ramiro señor de este castillo? ¿Ha hablado usted con su capellán? ¿ha podido pedir ayuda en el Señor para tranquilizar un poco su alma? no es gusto de nadie vivir esta situación. Nosotros hemos de partir, y por ello queríamos agradecerle en persona y sinceramente su hospitalidad. Además hemos podido investigar un poco lo ocurrido y creemos que puede interesarle. - Hizo una pausa para observar la reacción de Don Ramiro - no tenemos evidencias físicas, pero sí algunas enlucubraciones que quizás ustedes puedan solventar de mejor forma. Comentó que su mujer tenía una criada a la que colgaron una vez lo ocurrido con su esposa. Hemos hablado con alguna gente del pueblo y nos han hecho saber que aquella mujer tenía un hermano que lleva dos días sin aparecer. La venganza, señor, es un motivo por el que la gente comete estupideces. No hemos podido confirmarlo pero creemos que puede tener relación con la muerte de sus siervos y, quizás con la desaparición del cuerpo de su esposa. No queremos echar más sal a esta herida, sin embargo no conocemos del todo bien estas tierras y quizás ustedes den con esa persona antes que nosotros. Eso sí, solicito que se le investigue bien para saber si fue él el culpable de tales atrocidades, no querría incriminar a un fiel siervo del Señor por nada.

Dicho esto, esperó respuesta por parte de Don Ramiro, el cual parecía mirarle con cierta desconfianza. Desde que habían llegado a aquel castillo algo le daba mala espina, sin embargo debían salir de aquel embrollo sin llamar más la atención.

Don Ramiro te recibió en su aposento, después de gruñir un poco, pues no tenía ganas de hablar con nadie. La iluminación se veía limitada por unas cortinas, colocadas a propósito, pues tal vez fuera un modo de hacerle luto a la esposa.

Gracias padre, por vuestras palabras... -añadió el conde de Hiedra-. Tal que así la venganza es como decís, y tremendo pecado es ese; yo debo confesaron con vos, pues añadí mi venganza contra la criada que decís... ¡Yo mismo la colgué!, pues quedó dormida la noche en que murió Milagros... -explicó-. Cuando nos percatamos de todo eso, encontramos el cuerpo de mi esposa y junto a la plácida y dormida criada, Jacinta, creo que era... Y tal que la rabia me invadió, su cabeza ahora yace ahí arriba, como ofensa por lo que pasó... ¡Mi querida esposa! -resoplaba apenado-. En cuanto a lo que decís, ya he dado hace un rato la orden a mi sobrino: ir a indagar al pueblo y a los alrededores, ¿Acaso no lo vísteis salir a caballo? -y aquello era totalmente cierto-. Ahora, padre, dejadme, solo. Despedidme de vuestro señor caballero, con el que vais -se refería a Chenaro, creyéndole el patrón de vuestra comitiva-, pues mi corazón aún está compungido...

Te hizo un gesto, y se giró mirando por una rendija entre las cortinas. Tú saliste después, sin demasiado que objetar (pues no parecía tener ganas el conde de seguir hablando).

El padre Cándido se marchó rápidamente, tratando de tirar del único hilo que, a priori, teníais en mente. A los pocos minutos regresó. Había ido a ver a don Ramiro. Parecía haber conseguido hablar con él.

¿Qué ha pasado? Lo mejor es irse -añadió, según las opiniones de Bras, Moraima y lo que intuía del caballero Chenaro y Elvira-. Entonces don Jimeno hizo llamar con la mano en alto al mozo de cuadras que tenía las monturas de Chenaro y Elvira (con su carro). Muchacho, prepara nuestras bestias, hemos de continuar el viaje. Hacedlo rápido -le dijo, y el joven salió corriendo a cumplir el cometido, directo al establo que se veía desde allí-.

Elvira se muerde las uñas cosa mala mientra el mozo trae la burra y el carro. Histérica se halla, deseando poner tierra de por medio, pies en polvorosa, y emprender las de Villa Diego, a no mucho tardar, a ser posible, xa mismo.

volvamos al camino pues- dijo al ver com el criado se aprestaba a traerles las monturas , como bien habian acordado era mejor seguir con la mision principal que les acaecia que meterse en problemas en aquellos lares.

¿todo bien padre?, espero que Don Ramiro no haya puesto ningun tipo de reticencia a nuestra marcha- le comento al cura recien llegado

- Sí, todo bien caballero. Solo se encuentra bastante aflijido por lo ocurrido. Debemos partir rápido antes de levantar más sospechas. Somos libres de partir, de momento. Sugiero que nos demos premura en la preparación.

- Entonces prosigamos nuestro viaje, que ya nos demoramos en Vencemoza. Espero que el pobre señor encuentre remedio a su dolor y hallen el cuerpo de la señora para que pueda descansar en paz.

​​​​​​Dicho esto, Moraima recogió sus cosas y se preparó para volver al camino con sus compañeros de viaje. Aunque por lo poco que la conocían, podían ver que no marchaba tranquila pues su corazón quedaba en el dolor de aquellas gentes y en no haber hecho quizás suficiente por ayudarles. Debía ser cosa de familia o por su profesión, fuera como fuese, no parecía aliviada. 

Una vez organizó su propio petate, acercóse Bras a uno de los equinos y dedicóse a ayudar en peparar los equipajes para acelerar la partida. Una vez fizo todo aquello recuperó sus bultos celebrando la dicha en su fuero interno mientras que, con rostro taciturno y grave tal y como demandaba la situación del castillo, dirigióse a sus acompañantes y les cominó a ponerse en camino:

—Marchémonos, pues. Que ya hemos fecho todo lo que podíamos hacer. Que el el altísimo sea misericordioso con los de aquí.

Finalmente, decidísteis salir de allí cuanto antes. El cuerpo de doña Milagros, la mujer del conde de Hiedra, no había aparecido en toda la mañana, y el sol ya había pasado el mediodía hacía un buen rato. Según el padre Cándido, tenías la venia del conde Ramiro, y en cuanto la carreta y bestia Elvira así como el caballo de Chenaro estuvieron preparados, pudísteis poner pies y cascos fuera del castillo. Atravesásteis el portón con el rastrillo levantado, descendísteis la cuesta y dejásteis a un lado las diseminadas casas, minutos después, que componían la aldea de Montepenares sobre la sierra.

Camino hemos de seguir hasta Alaurico, amigos -dijo don Jimeno-. Siento haber inmiscuido en los asuntos de Vencemoza y en el asunto del conde de Hiedra... -añadió-. No haremos más paradas que las necesarias para descansar y alimentarnos -sentenció amistosamente el hidalgo aragonés-. Andemos, pues.

Y tal que así, que dejásteis atrás aquellos áridos montes hasta descender a sito más plano (e igual de árido), y Bras caminaba primero, no muy lejos de Elvira, vislumbrando el terreno como oficio suyo contaba de hacer. Cuatro días llevábais de viaje.