Partida Rol por web

Los tres escucharon las palabras del Padre Cándido y los del cazador Bras hasta que Moraima les preguntó a sus compañeros por su estado, y los tres campesinos miraron al resto. Por suerte y por habilidad habíais podido salir más o menos airosos de aquel encuentro en el claro medio raso. Y en tanto así que, actuando igual que Ginés, Jimena e Inés, decidísteis volver al pueblo, pues sabíais que detener a aquella gente sería costoso al estar diseminados por distintas zonas alrededor de la aldea.

Y tal que así, con el susto en el cuerpo, desandásteis vuestros pasos hasta Vencemoza, que otros quince minutos de vuelta, tratando de no pisar en falso, fue lo que tardásteis en divisar las ahora oscuras pizarras de las casas, y sus pequeños tejados, y los muros de la iglesia (cuyo interior estaba iluminado). Ese fue el mismo tiempo que la improvisada antorcha de Cándido iluminó el camino hasta que se apagó.

* * *

Una vez en el pueblo, volviendo así al interior del templo Santo, encontrásteis al padre Simeón y a don Jimeno reunidos, y os salieron al encuentro en la entrada del mismo. Cuando vuestro acompañante de viaje os miró, supo que algo había ocurrido, y se preocupó.

¡Ya estáis aquí! -se sorprendió don Jimeno de que no hubiérais tardado demasiado, y se alegró por ello al mismo tiempo-. ¿Estáis bien? ¿Qué ha pasado? -preguntaba mientras el Padre Siméon os miraba-.

—Nada, poquina cosa salvo que están los lobos muy bravos. Mucho más que en mi terriña pero igual da, a uno le mandé al infierno sin confesión ni nada y el resto fueron espantados. Buena parte de culpa de lo último la tuvieron los del pueblo —reconoció—. Pero del que vi acechando nada. Así que salvo que nos le encontremos colgado mañana al amanecer, os diría que estamos igual que al principio pero como gustéis. Si preferís que nos quedemos por aquí otra jornada, así se hará.

Contestó Bras tomando asiento en uno de los bancos, al concluir se encogió de hombros dando a entender que habiendo sido pagado, igual le daba la misión de su señor que cualquier acto de buen samaritano.

No hemos tenido suerte , don Jimeno- dice chenaro  despues de volver con las manos vacias a la iglesia- el encapuchado a saber donde anda y los del pueblo se han desperdigado detras del, nosotros dimos cuenta de unos lobos que rondaban como ha dicho Bras , por suerte ningun herido entre nostros.

Chenaro acusaba algo de cansancio de patear aquel pueblo con la armadura puesta todo el dia para al final no haber llegado a ninguna conclusión sobre las despariciones , algo que lo molestaba de veras ya que aquello podia hacerles perder mas jornadas de viaje en el pueblo- Si no os molesta ire a rezar unas oraciones y despues a descansar, mañana promete otro largo dia si vamos a seguir ayudando con la busqueda a los del pueblo

Moraima miró a Don Jimeno y se encogió de hombros, reforzando las historias de sus compañeros.

- Ya veremos qué nos amanece con la gente desperdigada por las montañas con el miedo y la ira en sus corazones.

A Moraima había algo que la molestaba ¿por qué no habían hecho nada hasta ahora? ¿por qué habían esperado a unos extraños para movilizarse? Si hay una "fiera", un "depredador", un "asesino" que amenaza la vida de las gentes del pueblo, se hace una batida. Si aquel no era el primer infante que desaparecía, ¿por qué no habían hecho nada antes? Había algo oculto en todo aquel asunto, los secretos con los que todos miran a otro lado y lo que estaba claro era que su buen corazón la había hecho querer ayudar, pero algo la estaba molestando en todo aquel asunto.

Lo único positivo que había sacado de aquel día era aquella planta que le sonaba extrañamente, pero no conseguía saber de qué. Debía dibujarla...

- Si queréis marchar al amanecer, lo entenderé, es más, creo que los aldeanos ya han decidido acabar con lo que sea que mata a sus niños. Padre -se dirigió al párroco del pueblo- siento que no hayamos sido de más ayuda. El alba nos traerá más noticias.

Y dicho aquello, se retiró al rincón dónde les dejaban dormir y sacando su libro, la tinta y la pluma, se dispuso a dibujar y apuntar el nombre de la "Doradilla".

Cándido se encontraba cansado. Habían llegado pronto por la mañana a aquella aldea y no habían dejado de caminar durante el resto del día. Se había subido una pequeña montaña para llegar a unas ruinas en las que apenas se podía andar bien y el encuentro con los lobos le había dejado exhausto. No parece muy recomendable andar con estas sandalias - se decía a sí mismo.

Si no os molesta ire a rezar unas oraciones y despues a descansar, mañana promete otro largo dia si vamos a seguir ayudando con la busqueda a los del pueblo

Al escuchar aquellas palabras de Chenaro, contestó:

- Si no le molesta a usted, Don Chenaro, me gustaría que compartiéramos oraciones y tiempo de adoración a nuestro señor.  

Don Jimeno escuchó a Bras muy atento. Se alertó un poco al oír aquel encuentro con los lobos, aunque cualquiera podría saber que en cualquier tierra despoblada siempre abundaban las alimañas. El cazador quedó al deseo de su pagador para seguir con la misma trama al día siguiente, pero don Jimeno se llevó la mano a la boca, sopesando la situación. Luego miró a Chenaro, y tras escucharle asintió para poder retirarse, junto con el padre Cándido. Al igual que pasó con ambos dos, Moraima se retiró a pensar y dibujar en aquella planta que había sido la pequeña chispa que incendiara toda aquella situación. Entonces, cuando Jimeno se giró hacia el padre Simeón.

Padre, gustosos quedamos en esta iglesia, como vos propuso horas antes, pero mañana hemos de seguir camino, en cuanto el cuerpo nuestro así descanse -confirmó-. Habréis de hablar con vuestro señor, si no recuerdo mal, don Pero se llama, de todo lo que acontece en este pueblo, cuyo mal es mucho y malicioso. Y así haga vos o tal vez él prevalecer justicia sobre los niños desposeídos de los padres.

Gracias... -respondió Simeón-, a todos -os decía-. Esto es insoportable, esperemos que ninguno de los vecinos acuda a sus casas cuanto antes. Don Pero no tardará en regresar, y así lo esperamos. Acomodáos, traeré algo de cena, agua y mantas para todos.

Y tal que así, que tras acomodaros como pudísteis entre los muros de aquella iglesia, tanto Elvira como Chenaro hicieorn entrar su mula y caballo respectivos a través del arco de la entrada del templo, y quedaron resguardados no muy lejos del primer pilar del lugar.

* * *

A la mañana siguiente, habiendo cantado ya el gallo, los primeros rayos de sol entraban por las pocas vidrieras del santo luegar. Poco a poco os despertásteis y don Jimeno, colocadas ya sus ropas el primero de todos, os informó que el Padre Simeón había marchado a preguntar entre las viviendas, así como para comprobar el estado de los vecinos.

Al poco rato regresó el párroco, con la cara desencajada, y tal que así que no dijo mucho, sino que "todo había concluido, lo quiera Dios". No tardásteis en colocaros prendas y armaduras, y apuntalar la carreta de Elvira y poner a punto las dos monturas de la comitiva que formábais. Teniendo más o menos el cuerpo descansado (el calor aún no hacía mella en aquella tierra en esa época del año), y tomado los aperos y equipaje que llevábais, hubísteis de marchar hasta la entrada de Vencemoza. Antes de llegar vísteis agolpados a los campesinos y vecinos no muy lejos de la primera casa.

Cuando llegásteis allí los vecinos se hicieron a un lado, y en el suelo había dos cadáveres: uno era el de Sancho, el joven padre de Uberto, y otro era el de un tipo de piel más oscura, y según la mirada que le dedicaban los aldeanos, forastero en aquella tierra. A su lado, de una amarga manera lloraba Beatriz, arrodillada, con un muchacho desnudo entre sus brazos, abrazado al chiquillo (que era su hijo, el cual había aparecido).

Una mujer se acercó a Beatriz para consolarla, y dos hombres tomaron el cuerpo de Sancho y se llevaron al interior de su vivienda, mientras la viuda lo seguía desconsolada. El resto quedó observando el otro cadaver. Enseguida el Padre Simeón os habló, antes de que marchárais.

Se llama Zuahyr, curandero de estas tierras -comenzó a explicaros Simeón, apesadumbrado, haciéndose a un lado para obtener cierta discreción-, quien la cruza a sabiendas de don Pero, y sólo porque se hizo a la verdadera religión antes de venir aquí. Por lo visto Sancho no regresó anoche, y ahora el resto de vecino han dado con él: lo han encontrado en una cabaña de madera en un recodo de la montaña, entre dos paredes de rocas afiladas... -el padre estaba compungido, con sabor agridulce al hablar-. A su lado yacía Zuahyr, y en ella estaba el joven Uberto, entre calderos, jergones y alambiques y cuencos de barro, llenos de ramilletes de... Doradilla -miró a Moraima-. El muchacho ha sido salvado, pero no así su padre... El resto han estado a punto de quemar el cadáver, pero les he dicho que mejor que lo vea don Pero a su regreso y pudieran relatar con fidelidad tales sucesos. Todo ha acabado... -añadió el párroco para concluir-.

Y tal que así, que con el agradecimiento de los allí presentes y el propio Simeón, salísteis del pueblo para marchar en dirección suroeste. Aquellos acontecimientos os revolvieron en los primeros pasos el corazón, y los vecinos habían aplacado de manera amarga sus ansias por resolver la desaparicion del joven Uberto con un final poco esperado.

El peligro de aquellas tierras castellanas aún seguía acechando en la secreta empresa de don Jimeno de Arguila, y por extensión, en vosotros.

LA VERDAD SOBRE LOS HECHOS.

Algo que nunca supísteis fue lo siguiente: Zuahyr, el curandero mudéjar, fue el autor de los raptos y las muertes. Los huesos encontrados junto al lecho del río no eran sino para hacerlos desaparecer en el agua, pero los arrojó desde el puente torpemente y con prisas durante una noche, puesto que alguien llegaba hasta el paso de piedra. Los huesos no se dispersaron en el agua, sino que quedaron en la orilla.

Anteriormente, durante una noche de luna llena, apareció en su cabaña del monte (la misma donde Sancho encontró la muerte) un tipo vestido como con túnicas de oro, sosteniendo un libro en una mano. Su rostro lo componían infinidad de ellos, en un número impreciso. Y le dijo que podría enseñarle más cosas de las podría conocer en vida sobre enseres de alquimia y otras rarezas del oficio al que se dedicaba. Zuhayr accedió, y el precio por tales enseñanzas no eran sino sacrificios humanos muy concretos: niños de corta edad. Con sus huesos, una planta muy concreta (la Doradilla) y otros enseres, debía componer un jugo con el que iniciarse en tales prácticas. Además, Zuhayr pidió en secreto, y a cuenta suya, ayuda a dos jóvenes (Inés y Jimena) para que le proporcionaran dicha planta sin levantar sospecha en Vencemoza.

Aquel ser miles de rostros no era sino Dántalo, duque de Infierno, el cual suele enseñar, según dicen, procesos y fórmulas alquímicas a sus adoradores.

Durante la batida, en el oculto recodo donde se hallaba la cabaña, Sancho logró divisar a su hijo, pero tuvo que enfrentarse a su captor. El mudéjar y el padre se enfrentaron a muerte, y dos cuchilladas en ambos torsos hizo que la muerte les sobreviniera a ambos. Después el resto de vecinos lograron dar con sus restos y salvar al chiquillo.

Reparto de Experiencia:

-Por sobrevivir a los sucesos, 20 p.ap.

A continuación os dejo la tabla de reparto de experiencia. Echadle un vistazo y aplicad los veinte puntos en las competencias que queráis. DUDAS AL OFF y cuando lo hayáis hecho comentádmelo para echarle un ojo ;)

Me gustaría ponerme competencias en una de estas habiliades: Escamotear, Hondas o Seducir.