Antes de marcharos, quemáis los restos mortales de Leyacar y los esparcís al viento. Asiste al acto el conjunto del pueblo kobold para mostrar su respeto hacia vosotros.
Para evitar perderos, seguís la misma ruta que usasteis para llegar hasta el pantano, pero en dirección contraria. Tratáis de parar lo mínimo con el fin de no desperdiciar ni un segundo.
Cansados por el largo viaje, por fin observáis las rústicas casas de madera que se divisan a lo lejos. Los campos del pueblo enfermo están abandonados, sus habitantes son incapaces de cultivarlos. Os duelen los pies y las ampollas hacen que cada paso sea un infierno, pero aceleráis la marcha con el fin de llegar cuanto antes a la casa del curandero.
Las calles están vacías, ni un alma las pisa; ningún viajero, ningún comerciante quiere visitar el pueblo maldito. Cuando tocáis la puerta, el curandero, que también ha enfermado, trata de taparse la cara con un paño para evitar que os contagiéis. Parece un alma en pena.
La aventura casi termina, pero aunque descubrimos y vencimos a la criatura que creaba el mal no podíamos estar del todo felices. La muerte de Ley era algo que pesaba en mi mente así que la felicidad no iba a ser completa. Los estragos del mal todavía persistían en el pueblo lo cuál debía ser remediado para así poder decir que nuestra misión había terminado. Llegamos entonces a la casa curandero y nos encontramos con que éste estaba muy afectado por la enfermedad, contábamos ahora con poco tiempo para crear un antídoto.
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Al ver el aspecto del curandero me sentí abatido. ¿Tal vez habíamos llegado tarde? Todas las penurias que pasamos, la muerte de Ley... ¿habían sido en vano? No... los dioses no podían ser tan crueles.
- ¿Se encuentra bien? Lo hemos logrado, aquí están las raíces. Espero que aún haya tiempo.
La podredumbre que habíamos visto en la ciénaga había llegado hasta el poblado. Sus gentes habían casi desaparecido, dado que la mayoría había huido para salvar la vida. Llegamos a la casa del curandero y éste nos abrió, enfermo, agotado. Me puse a un lado, ya que yo también estaba débil después del ritual. La maldad había sido expulsada del Árbol Esmeralda, pero aún pasaría un tiempo hasta que las heridas dejadas por su paso cicatrizaran del todo. Mis compañeros le hicieron entrega de las raíces que necesitaba para crear el antídoto. Si habíamos llegado tarde, solo el destino lo sabría.
El curandero coge las raíces esperanzado. Apenas puede decir: «gracias», dado su estado. Sin decir más, cierra la puerta para evitar la posibilidad de que os contagiéis.
Dentro de la casa se escucha el abrir y cerrar de armarios, y también el entrechocar de cacharros. Al rato, comienza a salir humo por la chimenea. No podéis evitar la tentación de cotillear a través de la ventana. El hombre ha preparado un caldero enorme, cuyo contenido brilla y chisporrotea con el mismo color que el gran Árbol Esmeralda. Añade ingredientes mientras salmodia en una lengua antigua.
Unas horas después, el hombre sale de la casa tapado hasta la boca, con un recipiente cerámico. Su paso es lento y titubeante, pero su voluntad no puede ser más fuerte. Su intención es pasar casa por casa con el fin de repartir el remedio que ha preparado. Le abren la puerta personas que aun están peor que él.
Después de esperar algunas horas a que el enfermo curandero terminara de preparar el antídoto, le acompañamos por el pueblo para ayudarle con la cura de la población. Íbamos de casa en casa repartiendo el antídoto, intentado dar ánimos a la gente para que no desesperara. Poco a poco, todo el mundo bebió del caldero que transportábamos. Solo había que esperar un tiempo para ver si la fórmula magistral del curandero había funcionado. Esta noche tendríamos que dormir para recuperar fuerzas y a la mañana ver si todos los habitantes sanaban. Las próximas horas eran críticas.
Al final el curandero logró elaborar una pócima que pretendía curar al pueblo, y a él mismo, de la terrible enfermedad que amenazaba al mundo. Me puse con los demás a repartir el remedio esperando que su efecto se mostrara rápido y que todos los enfermos descansaran de sus males. La esperanza volvía y la satisfacción invadía mi espíritu esto de ayudar a otros me gustaba, y los días de repartir tragos en la Dama Sonriente serán cosa del pasado, pues junto a Barrik, Dasig, Behoal y Dasron las aventuras no se harían esperar.
El remedio parece que surte efecto. Al día siguiente, las gentes del pueblo empiezan a sentirse mejor; no obstante, el proceso de recuperación es lento. Os quedáis unos días ayudando al curandero, luchando contra un monstruo que ni se ve, ni se oye, pero que resulta tan difícil de combatir como el peor de los demonios.
Finalmente, ese pueblo triste y gris vuelve a presentar vida de nuevo: gentes que vuelven a los campos, a sus tareas artesanales, a vender en el mercado, se ven por doquier, felices y agradecidas a los aventureros que fueron capaces de poner sus vidas en peligro por salvar a todos.
El curandero, ya recuperado, os da las gracias, os tiende la mano y una bolsa llena de quinientas monedas de oro para cada uno. Tal fortuna se ha reunido entre todos los vecinos y también entre los nobles, agradecidos de que se haya desterrado la maldición.
A modo de despedida se celebra una gran cena en vuestro honor, con canciones y baile. Ya se cantan vuestras aventuras y estas serán recordadas siempre. Al amanecer, partís contentos y satisfechos, con los corazones alegres y los bolsillos llenos, emprendiendo un nuevo camino de historias por vivir.
¿Qué deparará el futuro? Nadie lo sabe, pero claro está que los dioses no se olvidan de vuestra gesta.
FIN
Gracias por jugar :-)