Cuando hiciste la reserva, te eligieron una de las habitaciones más bonitas del balneario y de las mejores. Esta habitación tiene una cama de agua, televisión, ordenador y wi-fi, además de una enorme cadena de música para escuchar la música a tope. Y tiene un balcón donde puedes contemplar las vistas que hay hacia la montaña, al norte de tu cuarto.
Entro en el cuarto y me quedo alucinada.
-Pero, pero...- apenas consigo vocalizar. No sé si horrorizarme o maravillarme, a partes iguales- Si mi habitación del templo no es tan bonita ni tan "completa"...- murmuro. "Y que hago yo con todo esto?!". Me quito la mochila y la dejo en el suelo del cuarto.
Doy unas vueltas por el cuarto y luego me dirijo hacia la ventana y salgo al balcón. Las vistas son fabulosas, me recuerdan a casa con esas montañas. Eso me relaja.
"Entiendo que el abuelo haya elegido este cuarto... Habrá estafado a los feligreses para poder pagar esto?!".
Respiro hondo el aire frío procedente de la montaña y sonrío brevemente, de pura felicidad. Entro de nuevo en el cuarto y abro mi mochila. Saco una cajita, dejándola encima de la cama. Saco una foto enmarcada de mis padres y otra de mi abuelos y les busco un sitio adecuado en una esquina del cuarto, luego cojo unas varillas de incienso de sakura y me acerco a mi pequeño altar, me siento con las piernas dobladas sobre mis talones y enciendo el incienso para que esparzan su olor. Con las manos juntas, sosteniendo las varillas cierro los ojos y rezo, alzando las manos a la altura de mi cabeza.
Tras un buen rato rezando pongo las varillas de incienso y las pongo en el vaso que utilizo siempre de incensario, delante de las fotos enmarcadas. Me levanto y miro a mi alrededor. Me acerco a mi maleta y empiezo a sacar mi cosas de dentro y a distribuirlas ordenadamente en el armario. Kimonos, pantalones, los uniformes escolares, la ropa interior, etc. Luego saco los libros y los dejo en la mesa escritorio, al lado del teclado del ordenador. Tras acabar con la maleta, empiezo a vaciar la mochila. Saco el Obi heredado de la abuela y lo dejo con delicadeza en un espacio libre de una esquina, entre el armario y la pared.
Me tiro un buen rato arreglándolo todo. Luego miro los muebles.
-No están correctamente alineados...- murmuro para mi misma y suspiro. Empiezo a mover los muebles. Resituo la mesa del escritorio hacia el este y el sillón hacia el sur. Luego muevo la cama para dejar el cabecero hacia el norte y dejando un espacio amplio en el centro del cuarto.
-Mucho mejor- miro satisfecha con mi trabajo. Me siento en la cama y luego me echo en ella, en cruz. decidida a probar su dureza. Se me hace realmente raro que tenga tanto movimiento la cama. Me levanto como puedo y malmiro a la cama, como si fuera un artefacto alienigena. Tras eso me dedico a preparar las cosas para bañarme: kimono blanco, ropa interior, toalla, chanclas... y el neceser con el jabón corporal y el champú, el peine y cintas para recogerme el pelo. Lo dejo todo encima de la cama, bien puestecito y ordenado, a punto para cuando me vinieran a recoger los guías para ir a los Baños Termales.
Pasan los minutos y nadie viene todavía, me aburro si no estoy haciendo cosas así que cuando termino me siento en el suelo, cruzo las piernas y entro en estado de meditación...
Desde fuera de la habitación digo
-Señorita reiko, ¿Se puede?- tras esperar unos segundos entro, con sus gafas en la mano
-Tomé
Kurogane me había depositado sobre la cama, me acabo de comer el donut forzándome a ello y luego me levanto aún algo mareada y aturdida para dirigirme al armario y sacar alguna prenda para cambiar la toalla que me cubre por ropas más adecuadas.
Primero la ropa interior, de algodón y con florecillas diminutas. Luego mis shorts negros de entrenar. Cuando consigo localizar una camiseta de tirantes oigo la voz de Kurogane y me giro justo cuando éste entra.
-Lo siento, no te...- me acabo de poner la camiseta de tirantes- había oído. A tiempo. Siento haber dado tantos problemas- sonrío levemente e inclino la cabeza hacia abajo para situar mi pelo delante de mi cara y taparla. Me acerco a Kurogane para coger mis gafas.
-Gracias, yakuza-san. Ha sido usted muy amable conmigo- me pongo las gafas, me aparto el pelo de la cara y hago una inclinación respetuosa.
Voy hacia una mesa y del interior de mi gabardina saco dos varillas de incienso, que enciendo rápidamente para colocarlas en un soporte
-Descanse y no se preocupe, yo estaré aquí en caso de que necesite algo- me siento en el suelo con las piernas cruzadas y apoyo mi katana en ellas, pasándola como una línea sobre las rodillas, mientras cierro los ojos y respiro lentamente
-Por cierto, señorita Reiko…¿me haría el favor de no llamarme yakuza-san? no soy ningún yakuza, así que el título es impropio
Con las gafas parece que recupero el mundo. Ya no son líneas difusas o colores indefinidos... Observo como Kurogane-san usa mi altar para poner sus propias varillas de incienso y luego se sienta en el suelo con su katana entre las piernas, en posición de descanso samurai.
-Pero lleva armas. Sólo los yakuzas llevan armas tan abiertamente- respondo mientras me siento en la cama de agua. Me sigue pareciendo extraña su superficie resbaladiza y dinámica. Se me cierran los ojos, realmente. Me levanto, me acerco a Kurogane y me agacho para poner mis ojos a la misma altura que los suyos. La camiseta me va algo holgada, es lo que tiene ser tan menudita de cuerpo. Noto algo de frío, la camiseta de tirantes deja demasiada de mi piel al aire, y ya ni hablar del escote...
-La violencia nunca es la solución- murmuro, clavándo mis ojos en los suyos.
-Y si no eres un yakuza, qué eres? los exorcistas no van... armados- suspiro levemente -Al menos no lo iban la última vez que vi uno.
Le miro con calma, directamente, esperando una respuesta satisfactoria, a pesar del mareo, del vacío en el estomago y de la vergüenza pasada.
La observo fijamente, y ella puede fijarse en mis ojos carmesíes, con la pupila ligeramente alargada
-Soy un exterminador de demonios del clan Shingen, las exigencias del momento y la situación me obligan a llevar armas, aunque sé defenderme con las manos desnudas- cierro los ojos y respiro
-A pesar de ello…lo cierto es que no terminé mis estudios como exorcista y por eso me he exiliado aquí, huyendo de los demás
Enarco una ceja al oir lo de "exiliado". El abuelo a veces contaba historias de renegados y exiliados, personas que dejaban todo atrás, familia, parejas, hijos, gente a la que querían, siguiendo alguna extraña cruzada en su cabeza llamada "designio de los Dioses". Nunca acababan demasiado bien, siempre con muertes trágicas y horribles. Continuo mirándo fijamente a esos ojos extrañamente rojos.
-Porque tus ojos son rojos? Es que tienes ascendientes youkos?- ladeo tiernamente la cabeza y sonrío levemente -Porque abandonaste a tu gente? Tan mal iban las cosas?- susurro esto último, con un deje de dulzura -Fuiste Elegido?- finalizo más seriamente.
Sigo con los ojos cerrados
-…Hm…mis ojos son el motivo de mi exilio…cometí el error de querer usar la potencia del enemigo contra el enemigo mismo, y encerré en mi interior a Yamata-no-Orochi- suspiro -Desde ese momento los miembros de mi clan han tratado de matarme o cosas peores, acusándome de traidor…todo eso después de haber eliminado a más de 10.000 yokais gracias a mi poder
Me lo quedo mirando muy seria, escuchando sus palabras.
-Y no has probado a usar lentillas de colores?- bromeo, tratando de quitarle dramatismo al tema. Un bijuu de ese tamaño y poder encerrado en un cuerpo humano, no es algo "sostenible" a largo plazo, hasta una aprendiz como yo sabe eso.
Podría decirle un "Y que harás cuando tu cuerpo no lo soporte más y reviente? No has pensado en las consecuencias?", pero en vez de eso me saco mi pulsera shintoista de cuentas azules, desenroscándola de alrededor de mi muñeca. Una vez liberada me acerco a Kurogane-san, le cojo el brazo derecho y le enrosco la pulsera alrededor de su muñeca.
-Es una pequeña ayuda.
Tras eso, me levanto con cuidado y me pongo de pie. Noto algo de mareo con la altura. Me acerco al armario, deslizo la puerta corredera de este y rebusco entre mis cosas. Saco una sudadera y me la pongo. Meto en los bolsillos dos abanicos japoneses.
-He de ensayar y aquí no tengo sitio suficiente, hay algún tipo de Dojo o sala amplia que pueda utilizar...? Quiero decir después de comer- matizo- No tienes hambre?- me acerco a él y le ofrezco la mano para ayudarle a levantarse, algo rídiculo por mi parte ya que él hace como dos o tres veces yo pero no puedo dejar de sentir cierta empatia por éste- Vamos a comer? Ya sabes, soy hipoglucémica, necesito hacer habitualmente esas cosas...- sonrío pícaramente.
Sonrío, viendo como enrosca su pulsera a mi muñeca y hago una reverencia, juntando las manos
-Te lo agradezco, Reiko- dono- me pongo en pie y la miro -Soy plenamente consciente de que no puedo esperar vivir mucho con Yamata-no-Orochi encerrada en mi interior, por eso me he anticipado y he tatuado un sello especial en mi espalda- comienzo a caminar hacia la salida, abriendo la puerta y haciéndome a un lado para que pase -Cuando yo muera, yamata también lo hará
Escucho atentamente -Sí que hay salas grandes, aunque quizás quieras usar mi dojo, está en la parte de atrás del Balneario- sonrío escuchándola
-Vayamos a la cena pues, seguramente Violet y los demás ya se encuentren allí- mantengo la puerta abierta hasta que sale y entonces la guio hasta el comedor.
Veo como acepta mi pulsera shintoista, la que heredé de mi abuela, pero se levanta solo, evitando todo contacto físico conmigo. Le miro a los ojos, seriamente, escuchando sus intenciones con el sello.
"Pero los bijuu, son como los Oni, no pueden morir realmente, incluso aunque estén encerrados en un cuerpo humano, simplemente volverá al sub-mundo de donde salió. Es cierto que le costará recuperar sus energías malignas para volver a incidir en el Sekai, pero eso es lo máximo que pasará...".
Suspiro con un deje de tristeza pero me callo, no revelando mis pensamientos. Si hay algo que los sacerdotes conocemos es a afrontar a la Muerte.
-Entonces es mejor que disfrute del tiempo que le queda, Kurogane-sama. No cree?- sonrío levemente. Cruzo el lindar de la puerta que éste me franquea.
-Si no le molesta compartir su dojo, estaría bien poder utilizarlo, es un sitio más... "adecuado" para la Kagura- añado como respuesta a su ofrecimiento.
Tras eso, sigo a Kurogane-sama hasta el comedor para comer.