Partida Rol por web

Bon sang ne saurait mentir [Chapitres 1 et 2]

Prologue II: La Petite Morte

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24/02/2017, 22:41
Stanislas

-Je t'en prie, ma petite- dice Stanislas, mientras de nuevo acaricia tus cabellos. Hay un profundo silencio a tu alrededor y una lejana pero omnipresente sensación de frío. No un frío que te afecte o te haga tiritar, sino un frío persistente que se te antoja natural. Tus extremidades están algo adoloridas y a pesar de haber calmado aquella extraña e irritable sed, no puedes evitar sentir arcadas mientras estás allí acostada.

-Tendrás que descansar por algunas horas. Mientras tu cuerpo se ajusta al tratamiento.- explica Stanislas con tranquilidad, mientras desaparece un momento hacia los extremos oscuros de la habitación, y reaparece trayendo un recipiente metálico que deposita junto a tu cabeza. -Puedes vomitar allí.- dice. Luego sus manos se mueven hacia las ataduras en en tu mano derecha. -Ya no necesitarás esto. Era sólo una precaución. Ahora te desataré pero es probable que te sientas muy débil para caminar. Déjame que libere tus brazos y piernas y si quieres, puedo cargarte a una habitación más cómoda arriba.- comenta y sonríe. Parece emocionado, de alguna manera, y satisfecho. -Puedes darte un baño, limpiarte bien y ponerte ropa nueva y cómoda. Lamento haber tenido que botar tu vestido, pero por tu salud, debía deshacerme de todo lo que pudiese estar contaminado- explica con la misma dulzura con que recuerdas inició todo aquel extraño y retorcido proceso.

-Si prefieres esperar, me quedaré aquí contigo hasta que puedas caminar por ti misma- ofrece nuevamente. Lentamente va desatando las correas que te inmovilizan sobre la mesa. La libertad en tus muñecas y tus pies se siente agradable, aunque tengas la impresión de que tus músculos están adormecidos y llenos de agujetas al mismo tiempo. Te sientes algo rígida y exhausta, y con cada instante un desagradable sabor pastoso intenta pasar por tu garganta hacia tu boca. Todas tus sensaciones amplificadas llegan a tu cabeza, y tu cerebro es lo único que parece funcionar bien. Los recuerdos agolpados de las últimas horas vienen y van, mientras Stanislas silencioso desata la última atadura y se queda a tu lado, esperando una respuesta.

Notas de juego

Por el momento, Mireille no puede caminar (aunque puede intentar levantarse eh?). Sus extremidades están pesadas y la coordinación le irá regresando poco a poco.

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02/03/2017, 21:42
Mireille Bettencourt-Dumah

Tras esa primera oleada de alivio apaciguando el hambre y la irritación, la pequeña empezó a ser plenamente consciente de su cuerpo, del cosquilleo molesto que parecía adormecer sus extremidades y, por encima de lo demás, de esas arcadas que visitaban su garganta con la necesidad de vomitar. Se sentía bien, pero al mismo tiempo mal, confusa consigo misma. 

Abrió los ojos y miró al hombre por un instante mientras hablaba. ¿Una habitación? Ella quería irse a su propia habitación, en su casa, con sus padres. Recordaba que él había dicho que después de curarla podría ir con ellos, pero en ese momento hablaba como fuese a quedarse allí todavía mucho rato y la impaciencia empezó a cosquillear en el estómago de Mireille. 

Intentó hablar, pero una nueva arcada impidió que su voz saliera con libertad y apenas llegó a aferrar el recipiente metálico e inclinarse sobre él antes de empezar a vomitar una plasta entre marrón y amarilla salpicada aquí y allá con los colores brillantes de las chuches a medio digerir. 

Jadeó cuando pudo incorporar el rostro, aunque de nuevo sintió como si algo no estuviera bien en sus pulmones, como si no se movieran por sí mismos. Se pasó la mano por la frente, colocando sus cabellos y movió sus piernas sobre la camilla tentativamente. Pero no tardó en darse cuenta de que no iba a poder caminar y fruncir sus labios en un mohín. Se sentía rara y sucia, la boca le sabía fatal después de vomitar y nunca había soportado la suciedad sobre su propio cuerpo. 

Entonces miró al ex-huraño-secuestrador y volvió a intentar hablar, con la voz frágil y ronca. 

—Me gustaría bañarme... Y lavarme los dientes, s'il vous plaît. ¿Me lleva? —preguntó, incómoda con la debilidad de sus piernas. Pero de inmediato agregó una pregunta más, la que esa impaciencia convertía en importante y urgente—. ¿Cuándo podré irme con mis padres?

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03/03/2017, 23:13
Narración

Stanislas asiente como respuesta. Con suavidad y delicadeza sus brazos te toman y te levantan. Se siente extraño separarse de la superficie metálica que había hecho parte de aquella extraña experiencia. No hay calor ni familiaridad en su abrazo. No hay una rítmica respiración o un latido del corazón, no hay una conexión cargada de calidez, de humanidad, pero si un vínculo, un lazo que te lleva a él, que redime sus extraños esfuerzos, que parece colorearlo ligeramente diferente. Él inclina la cabeza y sonríe, como si pudiese leer tus pensamientos, y camina silencioso. -En cuanto estés mejor. Es importante que estés completamente recuperada o se preocuparán innecesariamente- explica dulcemente.

Sólo puedes ver el techo, grisáceo, monótono de aquella habitación. Luego sientes como te elevas, y comprendes que están subiendo las escaleras. Una puerta metálica y pesada se abre tras un movimiento que no logras determinar bien de su parte, y puedes ver ahora lo que parece un techo más normal, más iluminado por bombillos. Stanislas se mueve con suavidad, cuidando de no sacudirte demasiado. Hay un olor agradable, suave y limpio, y aunque la temperatura está fría, no parece molestarte como debería hacerlo. Ves como cruzan dos umbrales y te lleva por un pasillo, hasta una pueta que abre. 

Hay algo familiar en el aspecto de este nuevo cuarto. Stanislas te deposita sobre la cama con delicadeza. El colchón mullido se hunde poco y te recuerda tu propia cama. -Iré a preparar un baño de agua caliente para limpiarte. Descansa mientras tanto- dice, pasa una mano por tu cabello y te muestra una paternal sonrisa. Se levanta y sale por la puerta, cerrándola tras de sí silenciosamente. La luz está encendida y entonces comienzas a detallar el lugar. Al principio se te hace extraño, pero tras unos instantes no puedes dudarlo: esta habitación es idéntica a tu cuarto, el que está en casa de tus padres. Todos los detalles que intentas recordar, todos parecen coincidir con milimétrica exactitud, desde el cubrelecho y los cojines, hasta tus libros. Todo.

Notas de juego

Te dejo el post con libetad para describir este cuarto, que en principio será igual al cuarto de Mireille :).

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11/03/2017, 02:58
Mireille Bettencourt-Dumah

Mireille se sintió extraña siendo cargada en brazos por aquel hombre que era prácticamente un desconocido y que, sin embargo, sentía de alguna forma cercano a ella. Tal vez era por el extraño rato que habían compartido, o porque era la única persona que tenía cerca en un momento en el que ni siquiera podía caminar por ella misma, pero no podía sentir verdadera aversión hacia él.

Era consciente de que era un secuestrador, uno de esos que se llevaban a las niñas en el parque para hacerles cosas malas que nunca nadie le describía, pero que intuía como realmente aterradoras. Su mente, la parte que Anaïs más orgullosa estaba de haber moldeado, sabía que en ese momento ella era una de esas niñas, sabía que debía temerle y odiarle. Y, sin embargo, sus emociones, la parte de Mireille que más agradaba a Didlier, no parecían estar dispuestas a obedecer a la razón. 

Quiso decir que ya estaba mejor, que ya podía ir a casa, pero incluso ella se dio cuenta de lo ridículo que resultaría cuando no podía sostenerse en pie. Así que no insistió por el momento y sus ojos se dedicaron a contemplar los techos de los lugares por los que pasaban.

Ya sobre la cama y con el hombre fuera de la habitación, Mireille se apoyó sobre los codos para mirar a su alrededor, envuelta de una intensa sensación de familiaridad. Tardó un par de segundos en comprender lo que veía y sus ojos parpadearon con una mezcla entre confusión y asombro. Allí estaban sus cortinas de fondo crema y líneas rojas verticales que tapaban el ventanal que daba a Quai Victor Augagneur. Allí estaba su escritorio con sus libros, el gran espejo delante del cual practicaba sus posiciones de ballet, sus peluches, sus premios de monta y otros diplomas adornando la pared con el orgullo de su madre. Sus dedos tocaban la tela de la cama, que era tan familiar como su funda de edredón de rayas rojas y blancas e incluso el suelo de tarima parecía tener vetas en los mismos lugares que ella recordaba. 

 

Su armario... La niña se preguntó si dentro estaría también su ropa y con Stanislas lejos, sintió un miedo lacerante derramarse como un líquido frío por su nuca.

La habían secuestrado y aquella habitación parecía demostrar a gritos que había sido algo preparado. La habían espiado antes de que llegase la aguja y se la llevasen. Por un instante dudó. Dudó si todo no habría sido un mal sueño del que acababa de despertar en su casa, en su cama. Pero todavía se sentía rara, sus piernas estaban entumecidas y llevaba ese pijama que definitivamente era el suyo. 

Estaba asustada y sintió una honda añoranza. Quería ir a su casa de verdad, con sus padres de verdad. Su pecho se movió con un sollozo que se le antojó algo ortopédico y antes de que pudiera evitarlo, sintió un reguero cálido deslizarse por su mejilla. «¿Qué haría maman?», se preguntó entonces, aferrándose a su modelo en la vida en busca de algo de solidez a lo que aferrarse, «Ella sería... Sería resolutiva». Pero Mireille no tenía ni idea de cómo ser resolutiva en aquel lugar, en aquella situación. Se sentía una niña pequeña y sola, perdida en el mundo y a merced de los hombres malos. Y ella... Ella sólo quería irse con su mamá. 

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11/03/2017, 11:36
Stanislas

No hay duda de que la habitación guarda un parecido increíble y milimétrico a la tuya, aunque haya pequeñas diferencias que no puedas señalar, pero que están allí. Quizás el orden de algunas cosas es diferente al que habías dejado al principio de la noche, o las dimensiones diferían ligeramente. Pero a simple vista, es una reproducción casi exacta, que podría hacerte pensar que estás en casa nuevamente. Tu cuerpo parece mejorar lentamente, y empiezas a ganar control sobre tus extremidades, aunque sólo eres capaz de realizar movimientos lentos y medidos, sintiendo menos y menos dolor. Ciertamente algo había cambiado además, pues incluso tus emociones existen en un espectro diferente, más pálido, más apagado, pero accesibles a través del esfuerzo. De nuevo es extraño que tu pecho no vibre con los latidos de tu corazón y que respirar parezca un esfuerzo innecesario antes que una acción involuntaria básica para vivir.

Stanislas aparece entonces en la puerta. Sonríe y anuncia -tu baño está listo- y con cuidado se sienta junto a ti en la cama. -Es el momento de quitarte esa bata. Un baño de agua caliente le hará bien a tus músculos. Te sentirás como nueva en menos de lo que esperas- dice mientras comienza a quitarte la única prenda que tenías. es difícil resistirte, aún te falta la suficiente fuerza, y Stanislas tan sólo dice -No te preocupes, soy tu médico- para proseguir con rapidez. Deposita la bata a un lado y luego retira tu ropa interior con los mismos movimientos protocolarios que le otorgaban un extraño aire de profesionalismo. Estando allí, desnuda, sobre la cama, eres consciente de los olores en tu cuerpo, del olor de la orina en tus piernas, del sabor y el olor a vómito en tu boca y en tu rostro, del olor férreo que recuerdas bien pero no estás segura de donde proviene, y del aroma salado de un sudor frío que ya no recuerdas.

Te levanta de nuevo entre sus brazos sin ningún esfuerzo. -Déjame contarte una historia, para que te distraigas.- dice mientras el techo vuelve a indicarte los movimientos. Esta vez no van muy lejos y te lleva aun baño amplio e iluminado, con una tina grande que está llena de agua hasta la mitad, y pequeños hilos transparentes surgen de ella. Huele a vapor y a jabón. Stanislas te acerca y te sumerge con suavidad en la bañera. El agua está cálida, a una temperatura agradable y aunque algo alta, no parece quemarte. Tu piel te transmite una deliciosa maraña de percepciones que llenan tus sentidos de sabores, fragancias e impresiones que jamás habías podido experimentar con tal fuerza.

-Te sorprenderá saber que no eres la primera persona que ha recibido este... tratamiento- comienza a decir, con su misma voz interesante, con los sobretonos filosóficos que había imprimido desde que le conocieras. -Yo mismo me sometí a él hace muchos años ya. Mi rostro no revela mi verdadera edad- confiesa sin transmitir ningún sentimiento en especial. -Pero, muchos de quienes fueron tratados, no lo necesitaban en realidad, y otros sufren de desagradables efectos secundarios. Tu comportamiento es ejemplar, ma petite, y tu educación inigualable. Por eso el tratamiento que preparé para ti está libre de cualquier molesta consecuencia.- acaricia tu rostro, mientras con suavidad limpia tu cara con el agua de la bañera. -Hay quienes llevan verdaderamente siglos de vida gracias a este tratamiento. Algún día tendrás que conocerles. Quizás quieras preguntarles cosas, ellos saben y han vivido todo lo que cuentan las historias. ¿Conoces de historia? Podría leerte algunos libros si así lo quieres- continúa distraidamente Stanislas.

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16/03/2017, 21:59
Mireille Bettencourt-Dumah

Cuando el hombre se asomó de nuevo por la puerta, la niña se secó con rapidez la lágrima que se le había escapado, usando el dorso de la mano. Se sentía rara, no sólo por fuera, también por dentro. Como si parte de sus emociones estuvieran atenuadas, tapadas por capas y capas de sensaciones e impulsos. 

Miró a Stanislas, pero no fue capaz de devolverle la sonrisa. Lo contempló con sus ojos azules bien abiertos y empañados con la soledad que se adhería a su piel. No se opuso a que él la desvistiera, no se sentía con fuerzas para oponerse, aunque tampoco se sintió cómoda con ello. Ya no era una niña pequeña, era toda una señorita, como decía su abuela, y le habían inculcado una buena dosis de pudor. Pero se sentía sucia y maloliente y había pocas cosas que le desagradasen más que eso. 

Así que sus mejillas se sonrosaron y ella apartó la mirada con una incomodidad que duró hasta que se encontró dentro de la bañera. Allí, la calidez del agua comenzó a relajar sus músculos y la laxitud que se extendía por su cuerpo llegaba a acariciar también su pecho haciendo que se sintiese mejor, embargada por las sensaciones que inundaban todos sus sentidos. Movió las manos lentamente bajo el agua mientras se las miraba con cierto estupor, sintiendo en ese movimiento percepciones tan intensas como nunca las habría imaginado. 

Alzó entonces los ojos para mirar de nuevo al hombre y a pesar de todas las advertencias que su mente le hacía, no pudo evitar que en un primer momento se le abrieran con curiosidad con todo lo que decía. Estudió su rostro con cuidado, intentando encontrar en él las marcas de la edad, aunque ni siquiera sabía estimar cuánta aparentaba. Era muy difícil acertar eso con los adultos. En cuanto dejaban de crecer lo mismo podían tener veinte que cuarenta y siete. Pero siglos... Eso era muchísimo tiempo, como cien años o más. 

Se planteó entonces si el hombre estaría mintiendo, o quizá exagerando, como una forma de hablar o con intención simplemente de contarle un cuento para distraerla, sin que lo que decía fuera cierto, y cuando él le hizo una pregunta, ella de pronto vio la vía libre a liberar su curiosidad. 

—Un poco —respondió primero con vaguedad a la pregunta de él, pero no tardó en dejarla atrás para pasar a otras cosas más interesantes—. ¿Siglos-siglos de verdad? C'est impossible! Pero y entonces... ¿Podríamos hacerle el tratamiento a mis padres y no se morirían nunca? ¿Y a Tifón?

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18/03/2017, 17:00
Stanislas

-Hay muchas cosas imposibles- concede Stanislas mientras continúa algo inmerso en su narrativa -Pero esta no es una de ellas. Cuando estés mejor te llevaré con ellos y escucharlo de su propia boca. Por ahora, tendrás que creerme- solicita. Con cada minuto, tu cuerpo se relaja, tus músculos recuperan su movimiento y una sensación de bienestar general te empieza a poseer. Aquella extraña intervención dejaba de parecer tan mala con cada instante que pasaba.

-¿Typhon? ¿Ton cheval?- pregunta el hombre, sin pensarlo demasiado. Niega suavemente con la cabeza. -El tratamiento sólo funciona en humanos. En cuanto a tus padres...- dice y hace una pequeña pausa. La misma que recordabas hacía tu padre cuando intentaba explicarte un tema particularmente difícil -podría ser posible. Pero no es tan fácil... y necesita autorizaciones especiales. Es preferible tratar jóvenes prometedores.- explica desapasionadamente. No parece querer ahondar en el tema.

-Con el tiempo- dice él, recomenzando abruptamente lo que había dejado atrás -desarrollarás otros efectos secundarios benéficos. Siendo libre de la maldición de la maldición de la edad, podrás ver surgir tu verdadero potencial. Ahora eres joven, vital y muy lista, y con el tiempo, tu cuerpo responderá positivamente esa perfección. Las otras personas, los mortales, todos ellos reaccionarán diferente ante ti. Es por eso, que es importante que mantengas el secreto. Si se llegase a saber de este tratamiento, la gente querría usarlo para sí y le negaría la oportunidad a quienes lo merecen. Y si llegasen a saber que no envejeces, que siempre serás perfecta, su envidia les hará odiarte y querrán hacerte daño. Es importante que guardes este secreto. Ante todo el mundo. - dice, y te mira fijamente. -¿Prometes que guardarás el secreto?-

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21/03/2017, 21:28
Mireille Bettencourt-Dumah

Mireille contemplaba al hombre con los ojos bien abiertos, bebiéndose con ellos cada una de sus palabras, sin saber hasta qué punto eran verdad o sólo un cuento. Sin embargo, frunció el ceño con la mención a su caballo. Por un momento había fantaseado con la idea de que Tifón pudiera vivir para siempre con ella y sus labios dibujaron un pequeño mohín cuando esa ilusión le fue arrebatada tan rápido. 

Se centró de nuevo cuando Stanislas siguió hablando de sus padres, pues al parecer eso sí era posible, y asintió un poco con la cabeza. Sus pensamientos se quedaron enredados en ese tema mientras el secuestrador-médico-ex-huraño continuaba. Y es que Mireille todavía recordaba con un escalofrío la imagen de su abuela, tan pálida en el ataud. Había tenido miles de veces pesadillas en las que volvía a entrar en el velatorio. En ellas en ocasiones la mujer de repente abría los ojos y se incorporaba por la cintura como un resorte, haciendo que la niña se despertase gritando. Pero otras veces la pesadilla era mucho peor pues al entrar en la sala no era su abuela la que estaba allí tendida, sino su madre, su padre, o incluso a veces los dos. En esas ocasiones Mireille se despertaba con el rostro empapado de lágrimas y el corazón encogido en un puntito más pequeño que su puño. 

Pero ahora tal vez pudiera salvarlos y su pesadilla nunca se haría realidad. Se hizo la promesa a sí misma de que conseguiría que autorizasen el tratamiento para sus padres y con ese convencimiento se sintió mejor al volver a prestar atención a Stanislas. Escuchó con curiosidad sus advertencias sobre el secreto y asintió con la cabeza enérgicamente. No quería que le quitasen el sitio a sus padres. Sin embargo, cuando el hombre matizó aquello de «todo el mundo», la niña hizo una mueca. 

Pero a mis padres sí puedo contárselo, n'est-ce pas? —preguntó entonces—. Ellos se darán cuenta de que no me hago mayor, mi papá me mide cada año con la pared de su estudio y... 

De golpe la idea caló en su mente con fuerza. ¿No iba a crecer? Pero ella quería ser mayor, tenía tantos planes para ello... Quería viajar por el mundo entero y ser veterinaria y parecerse a Monique. El hombre había dicho que su juventud se iba a preservar... ¿Eso quería decir que nunca le iban a crecer los pechos como a sus Jeanne y a Laetitia? Por un lado eso estaba bien, ella no quería ponerse tonta y pensar sólo en chicos como ellas. Pero por otro... ¿Se lo iba a perder solo ella? Pestañeó preocupada con todo aquello y miró a Stanislas ladeando un poco el rostro con expresión seria.

¿No voy a crecer nunca? ¿De verdad?

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21/03/2017, 22:24
Stanislas

-No puedes contárselo ni siquiera a tus padres- dice con un halo de seriedad. -Ya pensaremos en ello cuando sea el momento- añade volviendo a sonreír tranquilamente, descartando del todo la preocupación, como si fuese un asunto menor. Sin embargo, retoma su aire adusto de nuevo. -Es importante que me prometas que no le dirás a nadie. Tienes que seguir las reglas. Tu madre te lo ha dicho, ¿no?. Pues esta regla es ahora muy importante y debes seguirla. Es por su propio bien- se explaya asegurándose de mantener su tono conciliador y paternal, pero pronunciando todo muy despacio, haciendo mucho éntasis en las palabras regla y bien.

Stanislas guarda silencio con la última pregunta. No dice nada inicialmente, sino que se queda allí inmóvil, pensativo... sonriente. Luego contesta con más energía que hace un momento. -De verdad. A partir de ahora, eres una sonrisa que vivirá eternamente en el tiempo. No congelada, como una de las fotografías, sino de mejor manera. Tendrás la libertad para aprender, para leer, para seguir viviendo, y serás igual de perfecta que hoy. Y tendrás todo el tiempo del mundo para hacer todo lo que quieras hacer- relata de manera soñadora, con una alegría algo contagiosa y extraña, que resuena en tu cabeza a través de alguna invisible conexión. Es difícil contemplar el significado o la implicación de dichas palabras, pero parecen imbuirte de ideas y pensamientos nuevos, peculiares, desconocidos.

-También podrás aprender cosas nuevas. Te puedo enseñar de medicina, de filosofía, de ciencia, de historia. Il y a de milliards de choses a t'apprendre, ma petite. En unos años, sabrás más de lo que habrías creído posible, y sin embargo, seguirás tan hermosa y maravillosa como ahora. Tu sonrisa, tus pequeñas manos, tu rostro de porcelana.- dice mientras se inclina sobre el borde de la tina. -Perfecta. Siempre perfecta- murmura perdido en sus pensamientos.

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22/03/2017, 11:54
Mireille Bettencourt-Dumah

El rostro de Mireille se contagió de la seriedad que vestía Stanislas con todo el asunto de las reglas y la promesa. Nunca había tenido que guardar un secreto a sus padres y no se sentía cómoda con la idea porque aquello no se parecía en nada a esconder cuál sería el regalo de cumpleaños de uno de ellos o algo así. Aquello era mucho más grande y serio y si no era todo un cuento tal vez podría servir para mantenerlos a salvo para siempre... ¿Cómo iba a ocultárselo?

Pero tenía la sensación de que ese hombre iba a insistir hasta conseguir lo que quería y aunque la estaba tratando bien, no se le olvidaba la amenaza de un rato atrás. ¿Tendría validez una promesa si una estaba secuestrada? Sin darse cuenta la niña recogió un mechón de sus cabellos con los dedos y empezó a mordisquearlo. «¿Qué haría mamá?», pensó entonces, buscando su brújula moral. Y de pronto creyó saber qué hacer. 

Suspiró y soltó el pelo antes de asentir con la cabeza a regañadientes. 

—Lo prometo —dijo con la boca pequeña mientras le ofrecía a Stanislas su meñique extendido. Sin embargo, con la otra mano cruzó los dedos índice y corazón por debajo de sus piernas, anulando así toda la posible validez de esa promesa. 

Se sintió muy lista y satisfecha por haber encontrado una solución tan buena para no tener que mantener un secreto tan grande a sus padres pero tener al mismo tiempo contento al ex-huraño. Y con ese asunto resuelto se centró en lo otro, lo de no crecer. 

Era difícil no contagiarse con la alegría del hombre y, aún más, no sentirse halagada por sus palabras. Mireille sabía cómo agradar a los adultos, Anaïs se había encargado de darle la forma de una perfecta señorita bien educada. Pero era difícil escuchar de su boca un «Parfait» y, sin embargo, ese hombre parecía regalarlos igual que las chuches que habían quedado tiradas en el suelo del aparcamiento. La incertidumbre pesaba sobre los hombros de la pequeña, pero al mismo tiempo su imaginación se dejaba llevar a un futuro eterno y prometedor por las palabras de Stanislas. 

La sonrisa que se formó entonces en sus labios era de las de verdad pero... Había algo. Algo en su interior que no la dejaba sentirse totalmente bien. Esa sensación rebullendo en sus venas, ahora tranquila, pero presente en cada instante Como el hedor de un animal salvaje dormitando en su cueva, en calma pero amenazante. Los vestigios del hambre que había sentido al despertar todavía rascaban en su garganta como un recordatorio constante de que no iba a ser tan sencillo, de que algo había cambiado en ella y no iba a recuperar lo perdido. De que a cada paso que diera ese instinto estaría acechante, esperando un paso en falso para saltar sobre ella.

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27/03/2017, 20:01
Narración

-Très bien- musitó Stanislas. Parecía satisfecho, aún en medio de su alegría general mientras la idea de perfección rondaba su cabeza. Escuchas como sigue hablando, como desvaría sobre su propia juventud y como insiste una y otra vez en que ha salido todo exitosamente. Tras un rato, te invita a salir y se hace cargo de ti, de su manera suave y serena, secándote sin decir demasiado, siendo invasivo al tiempo que la familiaridad que existe entre tú y él pareciera exculparle. Tus sensaciones y sentimientos siguen siendo confusos, extraños. Con la toalla alrededor, caminas de su mano de regreso a tu "cuarto", aún incómoda ante el extraordinario parecido que tiene con tu verdadera habitación, y como hasta en los más pequeños detalles parece haber una semejanza difícil de disputar.

Sentada sobre la cama, Stanislas extrae un cepillo de cabello de entre tus cosas, si es que eran tus cosas o una copia de ellas, y se sienta a tu lado para peinarte lentamente. -He preparado un vestido nuevo para ti...- comienza a contarte con su voz melosa y suave, en casi un susurro. -... creo que te va a gustar. Creo que podremos ir de compras algún día, necesitarás más vestido elegantes. Es importante que recuerdes lo que te enseñó tu madre. Y que seas muy educada, vas a tener que conocer a mucha gente nueva, pero no tienes de que preocuparte, no será pronto. Y tendremos que hacer algo con tu educación. No quiero que pasen los años y no cuentes con los conocimientos suficientes. Así que todas las noches de la semana haremos una sesión como la escuela. Pero sólo para ti y con las materias que más te gusten. ¿Te agrada la idea?- continúa, sin esperar respuesta, hablando y hablando.

La noche se pasa descubriendo lo que ha dispuesto tu nuevo compañero para ti. Vestidos y regalos, libros y un paseo por su casa, amplia, limpia y silenciosa. Escuchando sus historias, que por ahora no parecen tan interesantes, pero que él promete repetirte en algún momento en el futuro con más detalle. Luego habla de fábulas y fantasías, de teología y de ciencia, orgulloso de como había llegado a la cura, al "tratamiento". Posteriormente preguntándote que te gustaría tener para ocupar la mente durante tu convalecencia y ofreciéndose a ir hasta tu hogar si requerías algo directamente de allí. Te muestra también la televisión, por si te aburrías, un equipo de sonido y en un momento de emoción, un tocadiscos que dice preferir, junto con varios vinilos de música antigua en francés que te recuerdan a tus abuelos.

La madrugada pasa pronto y para cuando percibes, desde tu interior, que se acerca el día, sientes un sueño letárgico, el cansancio acumulado, la nostalgia y decides ir a tu "cuarto". Stanislas cierra la persiana metálica hasta que no entra ni un poco de luz. -Así no te molestará la luz del día mientras duermes- explica y te cubre con las cobijas, aunque no te sientas con frío o con calor. No tienes ánimo para una historia, pero él te hace prometer que escucharás una mañana. Y con un beso en la frente se despide. -Bonne nuit, ma petite- dice cerrando la puerta y dejándote sola. Para cuando amanece, te has sumergido en el preternatural sueño de tu nueva condición, sintiendo los ecos de su voz resonando aún en el interior de tu mente.

Notas de juego

Fin de la escena.