Öter continuaba sentado con la cabeza gacha y mirando hacia arriba a la elfa. A ojos de cualquier que estuviera presenciando el momento, parecía una madre regañando a su hijo. El enano no rechazaba la ayuda de la joven, pero su pasado y su historia oscura y mágica no eran del agrado del enano. Mientras recibía la reprimenda, recordó sus aventuras en las Montañas Azules, cuando exploraba los alrededores con sus compatriotas.
- Si estuvieran aquí Oran y Drinur... ya estaríamos saliendo de esos túmulos... - susurró, para volver a llamar la atención de la elfa. Se lanzaron miradas fruncidas, pero hasta ahí llegó.
Mithgannel, que había vivido un torbellino de emociones en pocos días, cayó agotada. El enano la miró serio, pues aunque no compartieran la mitad de las decisiones, sentía "aprecio" por su valentía y su coraje. Unas palabras de apoyo iban a salir de sus labios, pero de repente, unas palabras llenaron de tristeza el duro pero gran corazón del enano. Öter se levantó de la silla, apesadumbrado.
- Señorita Rowen... - dijo mientras se quitaba el casco para apoyárselo en le pecho -. ¿Usted también? Entiendo su cometido pero aquí será gran ayuda... - el enano sabía que sus esfuerzos eran en vano, pero le daba pena la marcha de la Dúnadan -. En el caso, que la suerte esté en su camino, señorita Rowen, mis mejores deseos.
El gran corazón de la humana y su forma de tratarlo durante toda la aventura había ganado el cariño del enano, que volvió a su silla para esperar que todos se despidieran y se retiraran a descansar en un día en el que tantas sensaciones y tan cruciales cambios habían traído a sus cometidos.
Öter siempre tendrá en el corazón a la dama Rowen.
¡Bienvenida, Leah! Ya se podría haber ido la elfa
:P ¡Seguimos!