Ok, entonces quedarían las pistas
- Tirita con motivos Disney (Goofy practicando deportes con diversos uniformes) (Puede usarse en este u otro enigma).
- Mail privado de la víctima en el que se lee 'No puedo soportarlo más'. Lo estaba desencriptando su hija Emily en su portatil.
para terminar de apuntar a alguien como culpable o para tratar de reforzar lo ya dicho. Si guardáis la tirita para otro hipotético misterio, haríais la tirada de resolución con +7, si no, con +8.
Haciendo las cuentas, para hacer la tirada atendiendo a la dificultad del misterio (Habíamos quedado en que 5), realmente haríais la tirada de 2d6 +3.
Realmente da igual quién haga la tirada, pero siendo Bella la última en teorizar, tal vez Agatha pueda señalar al criminal con un último post y realizar la tirada de marras, si os parece bien.
- El señor Krause no podía soportarlo más- dijo Agatha señalando al portátil de Emily, donde ésta estaba desencriptando el email de su padre con estas palabras- Conocía este secreto desde hacía algún tiempo, intentó pasar página, ignorarlo... pero mirar a Sara día tras día, se le iba haciendo una losa cada vez más pesada de llevar, hasta que no pudo más... y se lo dijo...- la experta dirigió su mirada a Amanda. - Y le dijo lo que pensaba hacer, que el testamento cambiado estaba en la caja fuerte y que más pronto que tarde lo llevaría a sus abogados para que lo custodiaran. Y usted no podía permitir eso, ¿ verdad, Amanda? Cogió el Luxán y fue en busca de su marido al baño. En un pequeño forcejeo, su pendiente quedó enganchado a su ropa, pero finalmente, consiguió asestar un golpe lo suficientemente certero como para abrir su cráneo como un coco. Después no hubo más que arrojar el cuerpo por la borda, con la ayuda del padre de la criatura- dijo mirando a Andrew esta vez
Y para finalizar, el señor Beauregard...- dijo dirigiendo su mirada a éste- quien por un módico precio, ofrece voluntariosamente su cámara frigorífica para conservar el cuerpo... y de paso, hacer desaparecer posibles pruebas. De ahí que los forenses no encontraran el pendiente entre las ropas de la víctima, ya que estaba en el desagüe por haber sido arrastrado cuando Ettiene lavó el cuerpo. Lástima que pasara por alto el interior de los oídos...
Satisfecha con su exposición de los hechos, Agatha simplemente esperó las reacciones de los presentes.
Motivo: Teorizar
Tirada: 2d6
Resultado: 8(+3)=11 [5, 3]
No se me ocurre como encajar la tirita esta vez, pero parece que tampoco va a hacer falta :D
- Discrepo, señoría.- Levantó la voz el empresario acusado como cómplice, levantando un inquisitivo dedo hacia las alturas mientras cerraba los ojos, como si tratase de invocar una inspiración divina o una interrupción liberadora que le permitiese salir de aquello indemne, pero nada de eso ocurrió, y cuando el ramplón Etienne volvió a abrir los ojos, solo se encontró con el rostro del sheriff Dalrymple negando a ambos lados con la cabeza, mientras volvía a calarse su sombrero, indicando que en ese punto terminaba la comprensión y comenzaba la ley.
(Continúa)
- Ettie, haz el favor de no mostrarte como el asno que todos sabemos que eres y carga con lo que te ha tocado, porque aquí las señoras parece que han alcanzado el hueso de un solo golpe. Guárdate esas tonterías para la jueza Judd, que seguro que cuando tenga que vérselas con todos ustedes tendrá una migraña que unas pocas risas podrían tal vez mitigar, al menos parcialmente. ¿Me van a hacer esposarles o van a entregarse pacíficamente?
Como siempre se molestaban en especificar en las novelas de misterio que tanto gustaban a las investigadoras, el peso de la escena hacía que el sheriff pareciese haber envejecido dos o tres décadas en unos pocos segundos. Había confiado en la palabra de aquella gente, había ofrecido su pañuelo a la viuda cuando había declarado en la comisaría, y ahora le tocaba tener que hacer de perro de presa tras aquellas tres personas fuera del yate en el que les habría encantado huir hacia una nueva vida, lejos de la sombra de Albert y de la mentira por la que este había muerto.
(Continúa)
- Madre ¿De qué diablos están hablando?- Espetó el hijo de los Karuse a una Amanda que casi lucía translúcida en medio de aquella escena. - ¿Qué es lo que están diciendo de Sara? Diblos ¿He compartido cuarto y juguetes con la hija del mayordomo?- El hijo del ricachón que pocas dudas había tenido sobre su futuro y el de su familia durante su sencilla juventud, se encontraba ahora mirando a un abismo de dudas y miedos ¿Signnificaba esto que retendrían la herencia de su padre? ¿Se quedaría sin dinero para pagar su dichosa galería y el alquiler del fantástico loft que acababa de apalabrar en L.A.? Y de no ser así ¿Cuánto tiempo tendría que esperar para que aquello se resolviese? Porque si algo daba miedo a David Krause era el no saber cuándo podría volver a hacer de su capa un sayo, o sin tan siquiera todavía tendría esa dichosa capa.
(Continúa)
- Oh, David, por favor... Nunca has soportado a Sara y lo único que te preocupa ahora es si mami te podrá dar la semanada aun entre los barrotes de la cárcel ahora que ella se ha convertido en una de sus propias causas perdidas.- Emily Krause parecía ser quien más disfrutaba de la escena, como si de una visitante de un museo natural viendo un curioso diorama sobre la crueldad de la naturaleza humana se tratase. Se había hecho con un martini como el que hace escasos segundos se estaba preparando su madre con mano temblorosa y ahora adoptaba la misma expresión de su madre cuando confabulaba con sus amigos mientras su madre continuaba en su viaje hacia la inmaterialidad producida por el shock de todos aquellos descubrimientos.
(Continúa)
- Andrew, por favor...- Masculló la viuda Krause a su amante, hacia el padre de su primera hija, pero el mayordomo se encogió de hombros ante su ama y señora, haciendo un gesto de cabeza en dirección al mayordomo, como indicando que el viejo perro pachón de Dalrympe era el único demiurgo en la sala, con las llaves de su castigo colgando de su gastado cinturón.
(Continúa)
Y debió de ser por eso que finalmente Andrew terminó por revolverse dentro del cuello de su camisa, desencajándose de golpe para tratar de poner tierra de por medio, tratando de salir al trote, sobrepasando a Dalrymple, quien terminó sentado en el suelo maldiciendo, mientras el mayordomo trataba de acceder a la pasarela del barco, pero allí le esperaban Kenny Barbera (un agente novato) y Lance Bukowsky, otro viejo perro de la comisaría, quienes habían sido convocados por el sheriff.
Al ver su camino cortado, Andrew trató de volver sobre sus pasos y ascender a la cubierta del yate, desde donde trató de saltar al mar, peor cayó mal y se dió un gran golpe en la cabeza antes de tocar el agua. Barbera, que había dejado de ser socorrista en la piscina de un asilo de ancianos el verano anterior, terminó lanzándose al agua para pescarlo. Sobreviviría, pero había perdido bastante sangre por una buena brecha que se había abierto en su frente.
(Continúa)
Mientras esta última escena de acción fallida se desplegaba ante los espectadores del capítulo del serial de Brindlewood Bay, Amanda Krause, la asesina, la amante, la madre, había salido de su estupor fantasmal para abrazar a una resquebrajada Sara que nunca se había planteado el que viviese en aquella rocambolesca aventura.
- ¿Está Andr... Está mi... padre bien?
El sheriff afirmó, en silencio, mientras se situaba tras madre e hija, por si a la viuda le daba por tratar de huir, como a su captor, pero Amanda se separó de su hija para encarar a Bella y Agatha, y simplemente entonó un susurrado 'Gracias', en el que era imposible deducir si había resquemor, culpa o un agradecimiento real hacia aquellas señoras que habían desvelado su último gran misterio, aquel con el que había tratado de salvar a su hija predilecta, la de su auténtico amor.
- ¿Qué... Qué les diré a los niños?- Preguntó Sara a la huesuda espalda de su madre.
(Continúa)
- Diles que su abuela tiene línea directa con Santa Claus y que tendrán sus regalos más anhelados las próximas navidades, aunque puede que ella no pueda estar para disfrutar con ellos.- Amanda Krause sonrió entre el rimel corrido antes de continuar. - Diles que la yaya Amy está en el polo norte, organizando una cena benéfica para los renos y los elfos más veteranos.
Whyman se colocó junto a la viuda de Krause y la tomó del brazo, viendo que a la señora le iba a hacer falta un poco de apoyo mientras abandonaban a la Dama Recia, un yate que cargaría hasta el fin de sus días con la leyenda negra del homicidio de su orgulloso propietario a manos de su esposa y su amante, el mayordomo...
(Continúa)
Agatha y Bella pudieron abandonar el yate poco después, tras responder algunas preguntas de los ayudantes del sheriff y recibir de labios de estos un mensaje de agradecimiento de Dalrymple, quien parecía más que sorprendido con la facilidad con que las expertas habían conseguido atar cabos y encontrar pistas para desenmascarar el destino final del patriarca de los Krause.
Con toda seguridad serían citadas en unos meses para declarar sobre todo lo que habían presenciado y descubierto, pero hoy las expertas habían salvado el día y podía sonreír con la satisfacción de saber que había una capa menos de oscuridad y mentira cubriendo un mundo demasiado frágil y tembloroso como para poder permitirse que las confabulaciones de unos pocos lo mancillasen, ocultando el sol y la alegría de un idílico rincón como Brindlewood Bay en el que tantas personas esperaban poder pasar, tranquilas, sus últimos días.
Pero aun así había algo que atenazaba la conciencia y la consciencia de las dos investigadoras... Echaban algo en falta... Era como si echasen en falta unas presencias que eran básicas en su día a día, y no se referían al las de sus seres queridos muertos o a sus familiares que habían partido o vivían en algún otro estado.
Era curioso, no se había producido ninguna otra muerte que ellas supiesen, sin embargo había algo que ensombrecía su satisfactoria resolución del misterio, pero no eran capaces de poner nombre a aquellas personas a las que echaban en falta, ni eran capaces de indicar a qué podía deberse aquella sensación.
Diablos, si eran las heroínas del día ¿Quién enturbiaba así su aventura? No era justo.
No, no era justo.
Bella volvió a su casa y encendió la chimenea. Era verano ya, pero había un frío en el aire ese día que parecía llegarle a los huesos. O quizás sólo fuese cansancio. Había sido un día lleno de de excitación, y ella tenía ya una edad, después de todo.
Acercó su sofá reclinable a la chimenea y se sentó, poniendo los pies cerca del fuego. Sin falta, el Señor Thomas dejó cualquier negocio gatuno con el que estuviera lidiando para aparecer en el salón y saltar al regazo de su dueña, acomodándose allí, ronroneando por el calor y la superficie blandita y cálida.
Bella suspiró. Desde que sus hijos se habían marchado, Brindlewood Bay parecía cada vez más solitario. Oh, por supuesto que conocía a todo el mundo. Apreciaba a la mayoría. Pero no todos eran la clase de relación que considerase compañeros en la vida. Tenía al Señor Thomas, y al señor Thomas, y a Agatha. Y siempre le parecía que había un hueco que llenar. Le hubiese gustado tener más con quien poder discutir todo lo que había pasado hoy.
Quizás Agatha y ella deberían pensar en cómo traer más gente al club de lectura. Vendría bien tener más gente regular. Por supuesto no todo el mundo serviría. Tenían que saber apreciar un buen misterio. Y un buen asesinato. Desde luego, había que tener cuidado en según a quién se dajaba entrar en su librería.
El fuego se estaba apagando. Debería echar más leña. Y Bella hubiera jurado que aún había alguna en la leñera junto a la chimenea, pero estaba vacía. Puso al Señor Thomas en el suelo, pese a sus protestas y se levantó para buscar más. Y entonces vió que aún quedaba un tronco. En el sofá. Desde luego, la edad no perdonaba. ¿Cómo se había despistado tanto para dejarlo allí? Iba a ensuciar la tela. Aunque en realidad parecía bastante limpio. Incluso estaba envuelto en una bufanda. ¿Lo había usado para practicar haciendo ropa y ya no se acordaba? Pero si uno se fijaba casi parecía tener personalidad y que te estuviese mirando. Era un tronco gracioso. Lo cogió, le ajustó la ropa y lo puso sobre la repisa de la chimenea.
¿Por qué no? Tenía la suficiente edad como permitirse alguna excentricidad, como tener un tronco como decoración.
De alguna forma, aquel tronco la hizo sentir mejor.
-¿Qué me dices, Señor Thomas? ¿Uso gelatina azul para el agua para el pastel de la próxima reunión? Pero no pienso usar chocolate para el señor Krause. El hombre no se lo merecía. Mazapán será más que suficiente para él.
El gato sólo respondió con un miau y un restregarse contra la pierna.
Bella asintió.
-Tienes razón, antes del pastel, hay que anotar los detalles del caso, para que luego no se olviden.
Agatha aparcó su bicicleta junto a la valla de su jardín y abrió el buzón como de costumbre.
Bah, propaganda de comida para llevar... Pensó arrugando los papeles y tirándolos a la papelera en cuanto entró a casa.
Tanta deducción aquella tarde le había dado hambre. Fue directa a la cocina y puso la kettle a calentar para preparar el té mientras sacaba las pastas. No era lo mismo tomar el té sola que con las demás expertas. Era como si acompañarlo de un misterio le otorgara un sabor especial a aquel brebaje.
Se sentó en silencio en la cocina mientras repasaba en su cabeza los acontecimientos del día, mirando aquella tirita con motivos de dibujos que alguna mano desconocida le había dejado como pista de quién sabe qué misterio...
El atardecer en Brindlewood Bay dio paso a un anochecer que arrancó con tonos de nicotina para paulatinamente abrazar un violeta ligeramente relajante mientras el sheriff Dalrymple suspiraba junto a los calabozos, donde una Amanda Krause estoica insistía en permanecer de pie por tanto tiempo como su brío le permitiese. Sabía que una vez que tomase asiento o se tumbase, habría cedido a todos los cambios que se abalanzarían voraces sobre su futuro. Esperaba que Sara pudiese perdonarles algún día. Esperaba que Andrew también pudiese perdonarle algún día. Se quedó pensando en que no terminaba de saber si también quería el perdón de Albert o si podría vivir sin él. Supongo que ya tanto daba...
Las expertas en misterios del club de lectura de la Corona Dorada descansaron satisfechas por un trabajo bien hecho, paladeando la cara de fastidio y el agradecimiento de Dalrymple cuando tuvo que reconocer que no habría logrado desvelar este misterio ni en sus más alocadas fantasías. No era aficionado a los culebrones y este caso no dejaba de parecerle uno. Era una sensación aun más molesta cuando afectaba a gente a la que conocía desde hacía años, a la que había visto crecer, que alguna vez le habían llegado a decir que depositaban en él toda su confianza y respeto. Una noche más en los calabozos de Brindlewood Bay. Un día menos con el sheriff Dalrymple al frente. Cuánto deseaba el poder jubilarse de una pastelera vez, pero él era el único que sabía cómo funcionaban las entrañas del pueblo y el día en que lo dejase puede que... Puede que la bahía terminase devorada por el mar.... El mar o algo peor.
Wyman abandonó las instalaciones, peor no podía irse a su casa tan alegremente. Cada vez que un asesinato hacía temblar la fachada del pueblo era muy consciente de que tenía que hacer una pequeña visita a Selma, la pitonisa del lugar. Llegar hasta su vivienda le llevaba el doble o el triple de tiempo de lo que le llevaría acercarse por la ruta más corta, pero prefería guardarse las espaldas y que nadie pudiese imaginar hacia dónde se encaminaba tan cabizbajo.
La buena de Selma no contestaba al timbre de su destartalado cuchitril, peor no era tan mayor como para que Dalrymple se esperase que le pudiese dar un susto más propio de las expertas viudas, aparte era una mujer sana, deportista incansable y sin vicios, más allá de sus intensas sesiones adivinatorias, pero cuando el sheriff vio que no respondía ni al timbre, ni a los golpes ni a los gritos que emitía modulando las sílabas de su nombre en distintos grados de desesperación, el brazo cansado de la ley se vio obligado a tratar de tirar aquella frágil puerta de contrachapado.
Selma, la gitana, reposaba en dividida en dos partes, en un charco de agua salada de tonos turquesas con salpicados carmesíes, sin vida, con sus ojos completamente en blanco y la boca desencajada. Alrededor de su cabeza se organizaban diversos naipes de temática acuática, y entre los dedos de su mano derecha, estaba arrugado un último naipe: EL KRAKEN.
Diablos. Oh, Diablos... ¿Cómo explicaría esto? ¿Cómo expondría que Selma, el difunto Andrew Caterpillar y él eran la última línea de defensa de Brindlewood Bay frente a una amenaza cuyo misterioso origen y posibles consecuencias nunca han podido vislumbrar por completo? ¿Estarían... ¿Estarían las Expertas preparadas para el enigma final?
Se dejó caer en una silla cercana e hizo algo que se había jurado no volver a hacer nunca más, pero alguien tenía que atrase la manta a la cabeza.
- Señor, sé que te dije que no creía en ti tras la muerte de Harold y Edna, y que de eso hace muchos años, pero, si de verdad existes y nos miras desde ahí arriba, ¿Podrías ayudar a las muchachas si algún día yo dejo de estar? Sabes que esas señoras ya están más en tus manos que en este mundo, pero el pueblo no tiene ninguna oportunidad sin ellas. Brindlewood Bay no tiene la más mínima oportunidad sin sus expertas.