Mientras las expertas comentaban a Ettiene las singulares circunstancias de su visita y la peculiar confianza que el shrefiff había depositado en ellas, este las guiaba por un frío pasillo gris en el que destacaban las grandes puertas metálicas de los cuartos frigoríficos hasta llegar a la última puerta, en la pared que cerraba el corredor. Tomó un llavero bastante deslustrado del bolsillo de sus vaqueros y dio buena cuenta del candado que cerraba el cubículo, antes de abrir el portón a las cuatro encogidas expertas, que recibieron en sus arrugadas mejillas la fría escarcha que trataba de huir de aquel gélido cautiverio.

Agataha, bella y Margaret pudieron acceder a la refrigerada penúltima morada de Albert Krause, quien descansaba sobre una camilla, posiblemente cedida por el hospital, en el centro de la estancia. Su cabello cano lucía casi como plata como efecto de las escamas de escarcha que lo cubrían. Sus ojos permanecían cerrados, acentuando su seria expresión, casi como si se tratase de alguien que hubiese sido molestado cuando estaba realizando algo que exigía mucha paciencia y precisión. El cuerpo estaba cubierto por un mono de trabajo azul de cremallera frontal, que permanecía abierto, con el logo de Beau Travail LTD en el pecho.

La que no pudo entrar fue Muriel, a la que Ettiene cortó el paso para responder a su pregunta.

- Los Krause son de Boston, claro, pensaba que una información tan básica ya se la habría dado el Sheriff. No es que sea fundamental para la investigación, imagino, pero imagino que siendo unos de nuestros más ilustres visitantes anuales, ustedes sabrían de sobra de sus andanzas y sus vidas, peor permítame que le comente algunas cosas que tal vez no sepa sobre la insigne estirpe de los Krause y el propio Albert, como buen amigo mío que era, me desgranó en alegres noches de borrachera a bordo de su yate...- Y en ese punto, Etienne arrancó con una serie de insulsas anécdotas intrascendentes de las que ni tan siquiera se podía extraer un marujeo medio decente ahora que el difunto ya no volvería a ser una personalidad del verano en Brindlewood Bay.

-¿Señor Beauregard? ¿No le importaría charlar un rato conmigo mientras las demás se ocupan del Señor Kraus? Estoy segura de que los dos preferimos que sean otros con más experiencia quienes se ocupen de su cuerpo. Y mientras puede contarme más sobre esas interesantes conexiones familiares.-Sin que Bauregard la viera, Bella le hizo un gesto con la mano a Muriel para que se apresurase a entrar mientras ella lo entretenía.-Los pobre hijos y la mujer deben de estar devastados. Menos mal que cuentan con su apoyo en esta ciudad para ocuparse de estas cosas prácticas. Más siendo gente ocupada, imagino que todos tendrán que volver pronto a ocuparse de sus respectivos negocios. ¿O era que trabajaban todos en la empresa de su padre? Qué memoria la mía para ciertas cosas. El Señor Thomas siempre me dice que tengo que tomar más sodio, pero yo le digo que no es un problema de memoria, sino de qué quiere acordarse mi cabeza. Puedo recitarle el título de los 20 últimos libros que leí, y no la profesión de la persona que me acaban de presentar. Sea un cielo y recuérdeme de qué viven sus hijos para no tener que ir a buscarlo.

El rostro de Ettiene se descompuso durante un segundo, al recibir un aviso a su móvil, pero Muriel pudo aprovechar ese momento para deslizarse con el resto de las Expertas dentro de la cámara frigorífica.

- Oh... Si, claro. Normal, querida señora. Mi proximidad con el difunto, pobre pobre Albert, hace que sea más sencillo que estos me tuviesen más al tanto de sus vidas. Precisamente me acaba de avisar, Andrew, su mayordomo, de que venía de camino al mercado para traerme algo más presentable que mi mono de trabajo para cuando tengan que llevarse al cadáver, peor claro, entenderá que no lo iba a tener ahí dentro con... Sus últimas galas. Así que, acompáñeme, por favor, y le pondré al día de la envidiable vida de los ricos y famosos, señorita.

Parecía recomponerse palabra a palabra peor aun así tenía que ir al encuentro del doméstico. Envió un mensaje para que uno de sus muchachos viniese a ayudar al resto de damas, pero hizo un gesto a Bella para que la tomase del brazo mientras salían del pasillo de cámaras frigoríficas, pasando del concurrido mercado a los pasillos traseros que servían como bambalinas para los trabajadores del puerto.

- Pues verá, por un lado tenemos a David, el único chico, que ha montado una galería de arte en Boston que aparentemente es la Creme-de-la-Crap.- Comentó sin ser consciente de que estaba usando la expresión equivocada. O puede que no. - Yo no entiendo de esas cosas, para mi el arte está en otros lugares, más oscuros y vivos, pero si le da dinero, bien por él.- Mientras hablaba, conducía a Bella por pasillos más y menos iluminados, más y menos anchos, volviendo a salir a la nave principal del mercado e incluso repartiendo bultos que le eran entregados por trabajadores a medida que se los cruzaban.

- La hija mayor, la dulce Sara, ha decidido abandonar el mercado ya hace unos añitos.- Parecía decir esto un pcoo dolido, como si en algún momento hubiese tenido algún tipo de aspiración con la hija de su amigo. - Y está criando a sus tres hermosas bestezuelas, Jamie, Gerry y Nath, en la misma ciudad que la vio crecer. Espero que el padre de sus hijos asiente un poco la cabeza, porque Benjamin es un señor pájaro. Acompáñeme un segundo a la oficina.- Y diciendo esto, Beuaregard arrastró a Bella escaleras arriba, antes de dejarla esperando durante medio minuto junto a la puerta de su madriguera, que olía como si el hombre viviese allí y no tuviese forma de airear el sitio.

Al salir de vuelta, con una bolsa del B B Unique, uno de los centros comerciales del pueblo, volvió a abducir a su invitada. - ¿Por dónde íbamos? O si, la pequeña Ema, Emily Krause, se ha dejado sorber el cerebro por los ordenadores, en los que es una absoluta experta y es difícil separarla de esos cacharros. Espero que, o esté haciendo grandes millonadas o al menos esto le permita acceder a un mejor trabajo, porque vaya, no parece tener mucha más vida. Espere otro segundo aquí, por favor, ahora mismo...- Y sin tan siquiera terminar la frase, Etienne cruzó una puerta de emergencia, dejando a Bella en un pasillo iluminado únicamente por luces de emergencia, y sin señalizaciones de cómo volver al mercado, en caso de que la hubiese dejado allí tirada.

Mientras Bella se encargaba de Ettiene, Agatha se dispuso a examinar el cuerpo, tal y como había leído mil veces hacer a Amanda. 

Abrió el mono que lo cubría y se puso a examinar, sin ningún pudor, cada centímetro de piel que el mono permitía. Se fijó especialmente en el cuello, el rostro y las manos por si percibía señales de forcejeo: arañazos, algo enganchado en las uñas...

Esta no es una mortaja digna, por favor... No dejaba de pensar. El cadáver quedaba ridículo vestido de aquel modo.

- ¿ Por qué le han vestido de esta manera? - pregunto a Ettiene alzando la voz desde donde se encontraba, sin dejar de examinar el cuerpo.

Etienne, que en esos momentos se encontraba a varios cientos de metros de distancia, marujeando con Bella, le comentó a esta el por qué le mono de trabajo, y el ayudante que el empresario había dejado vigilando la cámara con las expertas dentro se hizo eco de lo que le había escuchado decir a su jefe cuando le enseñó el cuerpo gastando uno de sus monos de trabajo, como si casi fuese algo que les podía dar mala suerte al resto de empleados de Beau Travail.

- Creo que porque así no se acartona la ropa que le pongan, imagine que lo entierran con ropa congelada y descongelada... Como... Como un pescado, vamos.- Comentó el lego, haciendo un gesto masturbatorio con la mano antes de darse cuenta de que, aparte de que volvía a hacerse eco una vez más del ridículo logo de su empresa, no tenía mucho sentido en aquel contexto.

Agathá revisó el cuerpo concienzudamente, revisando cada recoveco mientras el cuerpo estaba boca arriba y pensando en si habría que darle la vuelta, y hubo algo que llamó su atención al momento: había algo atrancado en el canal auditivo derecho del rígido Krause. Empleó un destornillador que había en el suelo de la sala para hacer una ligera palanca en aquel objeto y, como si de una pequeña baratija obtenida por resolver uno de sus enigmas y crucigramas, Agatha no pudo evitar sonreír con la mirada al encontrarse con un fragmento de cerámica blanca con algún tipo de dibujo, similar a una espiral de color azul oscuro en la palma de la mano. Estaba claro que, quien quiera que hubiese analizado el cuerpo, no había hecho un gran trabajo.

El sonido de los mecanismos de congelación de la sala no había dejado de acompañar a las Expertas en ningún momento desde su llegada, pero tras el descubrimiento del fragmento de cerámica, todas fueron conscientes de que tal vez aquello no era un monótono zumbido eléctrico... Sonaba como un hilo musical emitiendo un quedo mantra que parecía imitar el sonido del oleaje, emitido por decenas de voces. Un SSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSShssssssssssssssssssssssssssssssssSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSShssssssssssssssssssssssssssssssssconstante, que subía y bajaba de volumen en ciclos largos de un minuto aproximadamente. Y aquello no salía de las máquinas, cuyo cableado subía por las paredes, enfriándolas y emitiendo una ligera escarcha fría por encima de sus cabezas.

Las voces llegaban de debajo de sus pies... Pero tan pronto como aquella idea pasó por sus cabezas, el cántico cesó...

Agatha miró a British con satisfacción, enseñando el pequeño resto de cerámica que había encontrado. Al fin y al cabo, quizá no iba a irles tan mal a pesar de no haber podido finalizar su crucigrama.

Entonces un extraño sonido empezó a sonar. En un principio Agatha pensó que podría tratarse de las máquinas de la cámara, pero... era más... oceánico. No era el desagradable ruido de los motores. Y aunque tenía algo que le ponía la piel de gallina, tenía algo de hipnótico. Miró a Margaret para ver si en su rostro podía adivinar si ella también escuchaba el sonido.

Cuando el sonido cesó, Two Wheels quiso salir de allí todo lo rápido que le dejaran sus pies y su miembros entumecidos por el frío. Guardando el trozo de cerámica en un pequeño pañuelo, lo introdujo en su bolso y se dispuso a salir de la cámara. 

- Ya tenemos lo que hemos venido a buscar. Vámonos- dijo con urgencia.

Margaret se había quedado en segundo plano mientras sus compañeras interrogaban a Etienne y examinaban el cadáver, observando con atención todo su entorno.

Cuando por fin Agatha se adelantó para hacer un análisis forense del cadáver del señor Krause y encontró aquella pequeña pieza de cerámica en su oreja.

Mmmm... interesante. ¿Puedo verlo más de cerca?

En aquel momento, un murmullo creció hasta quedar claro que era una especie de cántico bisbiseante. Ambas se quedaron petrificadas, congeladas más por el sonido que por el frío del lugar.

Cuando el sonido cesó, Agatha se mostró muy inquieta.

Siempre has sido muy esotérica, querida. - Le contestó Agatha rebuscando en su bolso hasta encontrar lo que estaba buscando, que sacó del mismo enseñándolo con el mismo aire triunfal que había mostrado Agatha segundos antes. Era su fonendoscopio. 

Hizo un gesto pidiendo silencio a su compañera y, en lugar de acercarse al cadáver con él, Margaret se puso a gatas en el suelo con las olivas del fonendoscopio en las orejas y la campana en la mano. Gateó tanteando y auscultando la fría baldosa buscando un desagüe, sumidero o rejilla, o cualquier otro elemento de la sala que le permitiese escuchar mejor.

El empleado que Etienne había dejado vigilando a las Expertas se había puesto amarillo cuando había visto a Agatha extraer aquel cacho de cerámica dle oído dle difunto, como si por falta de contexto, creyese que había seccionado alguna parte del cuerpo, pero se había recuperado al poder ver de qué se trataba, pero se descompuso aun más, llegando a mostrarse azorado, cuando Fairchild se puso a gatear con el fonendoscopio en busca de algo que no terminaba de adivinar qué podría ser.

La experta acabó dando con un desagüe en el suelo, en el centro de la habitación, y al auscultarlo le pareció escuchar en lontananza el correteo de varias decenas de pies, como si de niños escapando de un aula a última hora se tratase. No creía que fuese a descubrir nada más referente a aquel peculiar coro que habían oído, pero al dejar de usar su instrumento médico y mirar la rejilla de plástico protectora del desagüe, un brillo en la oscuridad llamó su atención. No le costó ningún trabajo levantar aquella carcasa e introducir la punta de un lápiz, cedido por Agatha, para poder deslizar aquel objeto misterioso fuera del hueco, descubriendo una perla (Pequeña, auténtica, de las caras) engastada en una pieza de plata de la que salía el fino perno en el que se fijaría el cierre del pendiente.

Pero hubo algo más que salió detrás del pendiente: la cabeza de un pez de ojos saltones, que seguía aquel objeto brillante como si de un apetitoso cebo se tratase, pero al mirar directamente a Margaret a los ojos, el animal comenzó a boquear, como lo hacen personas o animales antes de comenzar a vomitar, y de sus entrañas comenzó a brotar un líquido azul, similar a tinta, que comenzó a cubrir aceleradamente el suelo embaldosado de la cámara, comenzando a manchar las suelas del calzado de las Expertas. El pez desapareció dentro de su escondrijo, con un sonoro 'blop',  pero su vómito seguía brotando del desagüe, sin parar.

- Bueno, ya está bien, señoras, ¿Qué diablos han hecho? Se suponían que venían a inspeccionar el cadáver, no a toquetear... A toquetear el desagüe, narices. Miren lo que han hecho. Salgan de ahí inmediatamente. La que me va a caer. LA QUE ME VA A CAER.

El joven, nervioso, logró expulsar de la cámara a las Expertas antes de ponerse a gatear tratando de deducir qué causaba aquel géiser, de tinte añil, que seguía pugnando por cubrir toda la estancia. El joven terminó desistiendo, poniéndose en pie y cerrando la puerta con llave, mientras corría en busca de su jefe y alguien de mantenimiento que pudiese solucionar aquello.
 

INTRODUCIR PISTA DE LA CONJURA

- Mire, joven, si no realizan el mantenimiento de los desagües como es debido, no nos eche a nosotras la culpa- dijo Agatha en tono de regañuza al tiempo que salía apresuradamente de la cámara.

- Bien, a ver por donde andan las chicas.

Agatha agarró fuerte su bolso con la prueba y salió de allí con aire orgulloso, cabeza alta, en busca del resto de expertas. Estaba deseando compartir con ellas sus descubrimientos. 

De forma casual, Bella se apoyó con la espalda en la pared al lado de la puerta. En el lado donde se abría la puerta. Era una mujer de edad, a veces necesitaba descansar un poco, estar todo el día sobre las piernas hacía que le dolieran. Bueno, no a ella, que iba a caminar todos los días un buen rato. Pero a gente. Era una posibilidad. Como posibilidad era que a veces las puertas se entreabrieran un poco por sí solas. Por el viento, o por su propio peso si no estaban bien niveladas. Era posible que la hubiese ayudado un poco con la punta del pie, pero podría haber ocurrido sin su ayuda.

Y si resultaba que estaba allí, y la puerta estaba un poco entreabierta, si veía o oía algo de lo que hacía Etienne, ydel por qué de la llamada misteriosa y la bolsa, no sería culpa suya, serían las circunstancias.

Era posible que las circunstancias no exigieran que se inclinara hacia la puerta para ver y oír mejor, pero eso eran pequeños detalles, que no necesitaría explicar a Etienne si en cuanto lo oía acercarse de nuevo adoptaba otra posición.

Las Expertas habían sido dejadas a su suerte en el pasillo de las cámaras frigoríficas, sin mucho más que hacer, más allá de volver al flujo diurno del mercado y poner sus pistas sobre la mesa, mientras trataban de averiguar dónde podría estar Bella, que había desaparecido con Etienne, antes de poder plantearse un abordaje al yate de la familia Krause.

Bella consiguió entreabrir la puerta en silencio para ver las siluetas de Etienne y su interlocutor recortadas contra el plateado sol de la mañana. Sus ojos trataron algunos segundos en acostumbrarse a la luz, permitiéndole reconocer al hombre que hasta allí la había arrastrado y a un hombre maduro y bien vestido de unos buenos cincuenta años que tomaba una bolsa del magnate de los congelados, mientras este le entregaba a su vez una bolsa negra con el logo en plateado de una conocida firma de ropa másculina de lujo.

- No puedo seguir haciendo esto, maldita sea. NO PUEDO, ANDREW.- Dijo Etienne a su interlocutor, antes de bajar la voz e intercambiar unas cuantas frases más con él, pero estas cayeron en saco roto, pues el oído de Bella ya no es el que era.

De la bolsa de Etienne, desgarrada en una de las esquinas de su fondo, cayó algo al suelo, pero desde su posición, Bella no era capaz de reconocer de qué se trataba. Si hubiese alguna manera de distraerlos y hacerse con el papel o echarlos de allí...

Beauregard parecía haber terminado de discutir con aquel tipo. Cada uno se giró para continuar su camino en direcciones opuestas, con Etienne caminando directamente hacia la puerta tras la que fisgoneaba Bella.

Muriel había permanecido especialmente callada, absorta, ante la presencia del cadáver. Mucho más de lo que las tenía acostumbradas. Pero en el pasillo pareció despertar de repente.

—¿Dónde estará Jezabel?— preguntó —Bueno, da igual. Margaret mira por ahí que el jovencito entrometido no aparezca a tocar las narices. Agathan acercate, necesito que me dejes ese trozo de cerámica un momento... he tenido, una idea...quizá una revelación.

La vieja arrastraba la pipeta de oxigeno con maestría moviéndose para encontrar una superficie lisa en la que depostiar su bolso. Buscó algo metiendo la mano hasta el fondo hasta que extrajo su baraja del tarot de los arcanos mayores. La extendió hacia Agatha.

—Ponla aquí, encima. ¡Dejala encima mujer! Yo se lo que hago... — Con el ceño fruncido la funcionaria dejó el trozo de cerámica sobre la baraja. Tres cajas boca abajo habían servido para que Muriel hiciera el despliegue improvisado. La superficie no era la más glamurosa pero cumplía con su cometido. Muriel levantó el objeto con sus dedos y dio tres golpesitos con el a la baraja y se lo devolvió a Agatha.

—Ahora veamos que nos dice esto. ¹

Muriel tiró siete cartas en dos arcos. El arco superior contenía cuatro cartas, el arco inferior contenía las tres restantes.

—Siento que hay en él una gran tristeza— dijo mientras empezaba a revelar las cartas una a una de izquierda a derecha empezando por el arco superior.

-¿Hola? ¿Señor Beauregard? Disculpe que le moleste, pero es que tengo que irme ya, me están esperando mis compañeras.-Dijo Bella, abriendo la puerta del despacho y acercándose a él. Dándose cuenta de que no era el único allí, se giró para mirar al otro hombre. Hecho que hizo que su bolso golpeara las cosas sobre la mesa, haciéndolas caer al suelo, y de paso también algunas de las cosas que más sobresalían de su bolso, que como buena despistada estaba sin cerrar-Oh, qué desastre he hecho. Y además estaba reunido, y yo no me había dado cuenta y los he interrumpido.-Recogió a toda prisa las cosas que habían caído, dejando las de Beauregard en el suelo y metiendo las suyas en el bolso. Y si con todas las prisas y el lío, era posible que hubiera alguna equivocación, y metiera alguna de las de Beauregard en su bolso, como aquel papel que había caído al suelo, no había a quien echarle la culpa más que a sus años. Si es que ya no estaba tan alerta como cuando era joven.

-De nuevo, siento mucho interrumpirles. Si es que siendo un hombre tan ocupado, y nosotras tomando su tiempo-Vovió a disculparse, en cuanto acabó de recoger todo. -Yo me voy ya. Tengan los dos un buen día y suerte con sus asuntos. Usted tómese su tiempo y no se preocupe, señor Beauregard, que yo ya me apaño para volver por mi cuenta a donde me están esperando. -Terminó, despidiéndose. No sin de nuevo dejar claro que había gente que notaría que faltaba. Después de todo, probablemente todo el asunto era algo de lo más inocente. Pero había leído las suficientes novelas y vistos suficientes películas de crímenes para nunca sugerir que estaba sóla y nadie iba a notar que faltaba. Y con eso retrocedió hacia la puerta con una inclinación de cabeza hacia los dos hombres, esperando que le diera tiempo a dar un buen vistazo a la cara del desconocido, así como a lo que se traían, literalmente, entre manos, y decidida a salir de la habitación antes de que se recuperaran de la sorpresa de su irrupción allí.